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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Geneviève Allard Miér Ene 18, 2012 12:17 am


La vida no cambia por arte de magia, hace falta más que esfuerzo y verdadero sacrifico para superar el abismo en el que se encuentra sumergido. Existen personas que, aún cuando la esperanza les ha abandonado por completo, no han perdido la fe, la mujer de mirada abatida, cabello azabache y piel pálida, que se contornea sobre las calles de Paris buscando el calor que nunca sentirá su cuerpo ni con el más ardiente de los amanes; es uno de ellos. El crepúsculo se ciñe sobre las calles cubriéndolas con un poco de neblina, en sus entrañas se ocultan en sus tinieblas las alimañas nocturnas. Los niños corren de regreso a sus casas, las damas suben a sus carruajes y los caballeros corren a las tabernas más cercanas. La rutina de siempre, lo mismo en cada atardecer… Un suspiro existencial se escapa de sus labios con la pesadez de sus pies moviéndose al ritmo que su cuerpo lo dictamina. Sus orbes se enfocan en la nada mientras piensa en su vida ¿Qué hará cuando su cuerpo decrépito ya no sea atractivo para los hombres? Y es que en la prostitución encontró su única salida, es todo lo que sabe hacer y reconoce que con un rostro como el suyo jamás encontraría otro lugar en donde le abran las puertas como en el burdel. La gente para la que trabajó durante un tiempo como sirvienta, le enseñó que no hay oficio que pague mejor que aquel en el que se desenvuelve, es una pena perder la dignidad y el respeto por plata ¿Justificación? Quizá la tenga pero aún así deja de ser un pretexto para que continúa haciéndolo.

El vestido ondula grácilmente con cada paso que da, un mechón de su cabello oculta detrás de si los ojos azules de la dama. Con ese porte, con lo rosado de sus mejillas y color natural de su piel resaltado por la tonalidad celeste de su vestido ¿Quién imaginaría que se trata de una prostituta? Esa sonrisa de inocencia, atavía sus labios mientras enfoca su vista en las lejanías de la calle. Un par de niños se cruzan en su camino y Chelsey sólo se aparta con sumo cuidado para no hacerles daño. En sus manos se despliega un pedazo de papel con una dirección anotada, está arrugado de tanto enroscarse y ser guardado en su bolso de mano, donde también guarda un par de monedas para pagar el alquiler de la habitación en la que vive a su manera. Sin embargo, está buscando un lugar en donde quedarse y que la renta sea menos costosa que la de ese sitio, además si a eso se le agrega que el dueño es un hombre de estatura promedio, regordete, apestando a rayos, ebrio y bastante promiscuo que trata de violarle cada que tiene la oportunidad, entonces es una buena razón para salir corriendo de allí. Si Chelsey fuese como la mayoría de sus compañeras, entonces complacería al viejo en la cama para poder dormir bajo un techo, pero aunque no se crea posible, las putas como ella o como cualquier otra, tienen dignidad y rebajarse a eso, sería demasiado para la joven.

Se detiene a mitad de la calle y el taconeo desesperante de sus zapatillas resuena contra el suelo que pisa. Gira su rostro para ambos lados, buscando alguna señal que le dijese cuál era la casa en la que debía tocar. Se muerde el labio inferior a manera de nerviosismo, vuelve a repasar la dirección de la nota, cierra los ojos e inspira profundamente. Ve a una pomposa dama pasar al frente suyo y la detiene con su voz delicada, dulce, adorable… -Disculpe Madame, podría indicarme ¿Cuál es la Residencia La Roselle?- Dejó que su aspecto de niña hablara por ella, tanto tiempo metida en el bajo mundo, alguna maña tuvo que haber aprendido ¿No? Sonríe y como por arte de magia, sus pálidas mejillas y lo vacío de sus ojos, se llenan de un centellan al unísono. La señora, señala con cordialidad la casa que la cortesana está buscando, agradece con una reverencia y se encamina hasta la residencia. “Toc, toc, toc” se escucha el llamado a la puerta de madera. Chelsey juguetea un poco con los dedos de sus manos, acaricia su cabello cuando puede, desvía la mirada para todas partes “Ojalá que estén en casa” piensa para si misma, es su única oportunidad de escapar de aquel lugar. Alguién en el burdel le comentó que en esa Residencia solían rentarse habitaciones para las mujeres como ella, no perdía nada con preguntar si era posible… Se abre la puerta lentamente, el aroma del interior le golpea la nariz, es un perfume dulce, de una mujer joven. Levanta la mirada para toparse con ella, ¿Ya la había visto antes? Entrecierra sus ojos frunciendo el ceño, tratando de hacer memoria… -Buenas noches Mademoiselle. Lamento molestarle, pero estoy buscando una habitación en renta y alguien me dijo que aquí podría, tal vez, encontrar una- Sonríe con nerviosismo, bajando el mentón y reteniendo su atención en el suelo.


Última edición por Chelsey Norringthon el Dom Ene 22, 2012 3:07 am, editado 1 vez
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Mensaje por Nadine la Roselle Miér Ene 18, 2012 2:24 pm

Por suerte ese día había llegado pronto a casa pudiendo así disfrutar de la calidez que siempre encontraba en su interior. La habitación como siempre estaba preparada para su llegada con una parte de la cama abierta y las sábanas perfectamente estiradas, casi suplicando que alguien se tumbara para arrugarlas y disfrutar de su textura suave y fina. Las cortinas totalmente abiertas dejaban la calle a la vista, exhaló un poco de vaho con la boca que hizo que el cristal se empañara por la diferencia de temperatura con el exterior. Al estar en la planta superior no había problemas con ser vista por nadie por lo que dejó las cortinas en su posición y paseó por la amplia habitación hasta el tocador donde se puso un moño que ajustó con un palito de nácar que dejó un par de mechones libre por su cara. El corsé, tras llevarlo todo el día ajustado, empezaba a incomodarla por lo que tiró de las cuerdas librándose de él. En esos instantes recordaba las palabras de su madre -Pour être belle, il faut sufrir- su maestra en todo, siempre tenía razón y más aún en temas de hombres y belleza. Cada día entendía más aquella frase “para estar bella hay que sufrir”, los cánones de belleza tan severos como cambiantes siempre se cebaban con las damas, pues los hombres pocas diferencias de vestuario tenían de época en época.

Cuando se hubo librado hasta de la prenda más intima de la ropa que llevaba puesta, dejó deslizar su cuerpo por el borde de la bañera, previamente llenada de agua con sales y una buena cantidad de espuma. Uno de los placeres de los que jamás había podido prescindir, los buenos baños al fin de cada día conseguían relajar su cuerpo y devolver el aroma dulce a su piel que tanto la gustaba tanto a ella como a quienes la rodeaban. Cuando estuvo lista, se secó debidamente para poder hidratar y embellecer su piel con un aceite que esparció por todo su cuerpo, hasta el cuello. Esperó, como la habían indicado en la tienda donde lo adquirió, a que se absorbiera y se acercó al cajón donde tenía guardada y perfectamente ordenada la ropa interior. Sin tener claro del todo si realizaría alguna salida nocturna se decantó por un sencillo conjunto blanco de raso que cubrió con un vestido liso hasta el suelo, sin corsé ni falda con vuelo. De manga larga y caída desde la cintura, donde se anudaba un fino lazo.

Bajé las escaleras en busca de algo de tranquilidad en el salón de casa, con la pequeña chimenea encendida y un libro, esta vez de poesía, me estiré cual gato al calor sobre el sofá bien tapadita con una manta. Ya había cerrado Marie, el ama de llaves, la puerta de la entrada para poder irse a dormir, cuando sonaron unos golpes en la misma. Con un gesto de cansancio por lo inoportuno de aquello me levanté del sofá acicalándome (ya costumbre en mi) para recibir a quien fuera. Para mi sorpresa no era hombre alguno, sino una mujer de una belleza innegable con gesto algo perdido. Permaneció dubitativa al escuchar aquella pregunta, sin saber como reaccionar a aquello. Se había decidido a no compartir aquella casa con nadie, único recuerdo de su madre, pero el frío que entraba en la casa la produjo tal escalofrío que invitó a pasar a la joven para poder cerrar tras ambas de nuevo.

-Buenas noches mademoiselle, pase al salón el frío no es el mejor aliado ni para charlas ni para negocios- sonreí con amabilidad para que dejara de sentirse incomoda al venir a mi casa a pedir un cuarto. Una vez la hube guiado hasta los sofás y recogido la manta me senté mirándola -Tiene motivos para venir aquí, pues sin duda la hablaron de mi madre. Ella era la que alquilaba habitaciones a las chicas del burdel- cerré el libro que antes había tenido tiempo de ojear y marqué la página antes de seguir hablando Pero no la voy a mentir, mi idea al vivir aquí no era hacer tal uso de estas habitaciones Crucé las piernas apoyando las manos sobre uno de mis muslos, al ver su expresión ladeé el rostro de forma inquisitiva -¿Por qué ha venido aquí? Hay muchas casas por la zona que es de sobra conocido alquilan habitaciones…- algo me decía que era cortesana, porque era donde siempre se había corrido la voz de los negocios de mi madre y por raro que fuera su rostro y la forma de dirigirse a mi me agradaban por lo que cedí en cierta medida. -Nadine la Roselle- me presenté con una sonrisa algo cómplice esperando a que ella me dijera así mismo su nombre. -Le enseñaré la casa mientras hablamos de negocios- sentencié levantándome del sofá. Aquello era una invitación a que me contara como había ido a parar allí y ella lo sabía, al igual que yo era conocedora de la diferencia de nivel de aquella casa con los cuchitriles que solían rentar a las cortesanas además por un precio desmesurado y normalmente sin respeto moral ni físico hacia ellas.



Última edición por Nadine la Roselle el Sáb Feb 04, 2012 9:20 am, editado 1 vez
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Mensaje por Geneviève Allard Dom Ene 22, 2012 3:06 am

El calor proveniente desde el interior de la residencia, recibe a Chelsey con su inconfundible aroma, ese que se transmite desde el cuerpo de la chica y se esparce por cada rincón hasta lo más recóndito. Un perfume tan peculiar como común entre las mujeres. La sonrisa de la cortesana se extiende al ver el buen recibimiento que ha tenido, sin embargo, eso no significa que el resto de la velada sería de la misma forma. Sin pretender absolutamente nada, recorre con la mirada el interior de la casa, observa los colores en las cortinas, los muebles que atavían la sala, los candelabros en las mesas con las velas sujetas a ellos iluminando el hogar de una mujer como cualquier otra. Las pinturas que penden de las paredes, el tapiz que cubre la madera… Todo lo observa con lujo de detalle. No juzga porque no está allí para hacerlo, al decir verdad le gusta la decoración y aspira profundamente la calidez con la que se vive en el interior. Las palabras de la señorita, las escucha con atención y asiente con su cabeza ante la palabra “Burdel”. Una sonrisa con un enrojecimiento de mejillas aparece en su rostro, es la expresión perfecta para hacer notar su vergüenza. No está bien visto su oficio ante la sociedad, mucho menos el hecho de presumirlo ante las damas de la alta alcurnia y sin embargo, allí estaba frente a esa mujer de cabello ébano, cuerpo envidiable y mirada profundamente hermosa.

Chelsey posa sus orbes color azul en la silueta de la fémina, se muerde el labio inferior, otra maldita manía que adquirió con el paso de los años. Piensa en su excusa, pero rápidamente enfoca su atención en sacudir la cabeza a manera de negación. –No, no, no… No sé si está malinterpretando a lo que he venido o sea yo quien no le comprendió, madame- frunce el ceño y se prepara para dar su pequeño discurso con una fatídica razón. Toma una bocanada de aire, rodando sus ojos, hace resoplar sus labios –Sólo quiero una habitación donde vivir, estoy cansada de…- Hace una mueca y se encoge de hombros. Decirlo no es tan fácil después de todo y dados los prejuicios de la gente, es bastante frustrante el no poder expresarse de la forma más sencilla posible –Lo sé- Responde referente al alquiler de las otras habitaciones. La expresión de su rostro ha cambiado, si antes era de incomprensión ahora es de odio y/o rencor –La mayoría de aquellas habitaciones le pertenecen a Edmundo. No sé si le conozca- Sonríe con amargura –Pero es un, con todo respeto y lamento mi vulgaridad, desgraciado infeliz que se siente con el derecho de cobrar el alquiler de las habitaciones con sexo- Chelsey, está cansada de ese hombre así como de la vida de cortesana, pero no tiene de otra y seguiría en ese negocio dado que reconoce la buena paga de sus clientes por un par de horas placenteras, si tan sólo ella las disfrutase igual, todo sería diferente.

No cabe la menor duda que algunos se sus amantes, son tan sólo caballeros solitarios que sienten la necesidad de buscar amor en donde no lo encontrarán jamás. Una caricia, una mirada, una sonrisa… de ellas puede alegarles la noche. En las sábanas de una vieja cama o un colchón cualesquiera, se quedan las huellas se un romance esporádico, los nombres son innecesarios, sólo basta el vacío de él y la disposición de ella. A esos hombres los disfruta, porque la tratan no como una cualquiera si no como una mujer. Su tacto es diferente, su entrega –aunque no total- sí plena, son esos mismos hombres quienes la recuerdan al día siguiente, son ellos quienes la buscan noche tras noche para descubrir su nombre detrás del pseudónimo de la joya Ónix. Es por ellos que no abandona su oficio y quizá suene hipócritamente contradictorio, pero ¿no es eso lo más interesante de una mujer? ¿Su hermosa complejidad?

-Chelsey Norringthon- Le devuelve la sonrisa. Algo un poco más confiada, la sigue para observar la distribución de la casa en su totalidad y, al igual que en el inicio, toma nota mental de cada artículo que decora con suma exquisitez el hogar de Nadine. Tenía un gusto bastante particular e hizo la mención de que pertenecía a su madre, así que supone el arte encontrado debe plantearse desde la señora La Roselle. –No seré ninguna molestia, conozco la diferencia de clases sociales y, aunque mi aspecto no sea diferente del resto, al menos tuve una educación prometedora antes del suceso fatalista que acabó con mi vida.- Sin darse cuenta, está abriéndose ante ella ¿Quién lo diría? Chelsey no es de las que se andan por la vida confesando su pasado, sin embargo, está tan fastidiada últimamente que poco le importa por el momento. –Pagaré lo que sea necesario, sólo quiero largarme de ese lugar y sería bastante molesto para alguien como Scarlett, tenerme en el burdel de tiempo completo, bastante ha hecho esa mujer por mi como para cargarle otro peso a sus espaldas- Se encoge ligeramente de hombros. Es la verdad, cuando Chelsey llegó a Paris, Scarlett fue la única quien la acogió sin malos tratos cuando el mundo le había dado la espalda. –Y lamento mucho si la importuné-
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Mensaje por Nadine la Roselle Jue Feb 02, 2012 3:43 am

Los pasos de ambas avanzaron por los pasillos de la casa, haciendo resonar las suelas contra el suelo a medida que avanzaban. Ya que había visto el salón por lo que caminó hasta el hall de nuevo, la cocina y baño de la parte de abajo eran las zonas que tan solo usaba Marie, la ama de llaves, que limpiaba, cocinaba y hacía todas las tareas de la casa; por lo que se saltó esa zona para pasar a las habitaciones de la planta baja. Dos en concreto –Puedes escoger la que quieras, pero una de estas dos debe quedar libre, porque trabajo en casa y es en ellas donde lo hago- explica mirándola sin dejar de atender a sus gestos y palabras. Retuvo la curiosidad por saber qué hecho la había obligado a hablar a así de su vida, evitando pecar de entrometida al menos por el momento y hasta que cerraran el acuerdo, si se llevaba a cabo, sobre la convivencia. Cerró las puertas de ambas habitaciones, dejando que hablara del hombre que antes la rentaba el alojamiento y de su aparente desesperación por buscar un hogar. No una habitación en la que quedarse y pasar inadvertida, sino un hogar. En el que sentirse a salvo de... aún no sabía qué.

Recogió el vestido de raso que llevaba para subir sin prisa los escalones de la escalera hasta la otra planta de la casa, la que ocupaban otras tres habitaciones y dos baños. Una de las habitaciones como la mostré era una especie de salita con dos pequeños sofás color granate, una librería junto a un escritorio de madera y alguna planta que daba el toque de color y vida que aquello necesitaba -Siempre viene bien tener un rincón privado- dije al ver la expresión en su cara y la tímida sonrisa al ver aquel lugar pequeño y acogedor. -Antes era una habitación, pero no necesito tantas por lo que lo transformé en lo que ves ahora- expliqué pasando la mano por la superficie de madera ante la ventana que dejaba entrar la poca luz que había en el exterior. El recorrido siguió por los baños en los que no me detuve mucho, ya que era algo que no necesitaba explicación en absoluto, tonos blancos y azules y cada uno perfectamente equipado. Cuando salimos del baño que yo usaba, por costumbre me dirigí al que siempre había sido mi cuarto. Dejé que entrara a verlo, cosa que salvó con André jamás había permitido a nadie que no fuera Marie. Cuando asintió con la cabeza comprendiendo que aquella era mi parte más privada salimos, para ver el último resquicio de la casa. Al final del pasillo se encontraba el pomo dorado, mate del que supuse querría ella como su habitación.

Dejé que ella pasara primero para que asi pudiera verla en su plenitud sin estorbos ni nadie por medio. -Y esta es la última Chelsey, es… cálida. No tan amplia como la principal pero el baño está al lado y el pequeño balcón hace que entre una preciosa luz por las mañanas- dije caminando tras ella hasta apoyarme en el tocador. Los arreglos que había llevado a cabo en la casa eran notables y estaba orgullosa del resultado por lo que el tener a alguien allí, me agradaba en cierta medida. Las cortinas impedían ver el balconcito en el que hacía no mucho Marie y yo habíamos instalado unas plantas, por lo que liberé las ventanas del peso de estas y abrí la puerta para dejarla paso hacia fuera, no había más que una mesa y una silla de forja blancas pero, a mi parecer eso era más que suficiente para salir en alguna mañana o tarde a respirar con tranquilidad con un buen libro en las manos; quizás un vino y ¿por qué no? Un cigarro. Ese vicio que tenía desde que puse un pie en Paris.

-Si necesitas algo estaré en la cocina haciendo té- ella necesitaba pensar en la casa, en mi, en su vida y todo lo que esa mudanza significaba para ella y su estilo de vida. Cuando ponía a hervir el agua y sacaba las hierbas de un bote para echar a agua recordé a mi madre haciéndolo tantas tardes que una sonrisa algo infantil y de melancolía se instaló en mis labios rosados al instante. Cuando hube servido el líquido en dos tazas pensando en llevarlas al salón ella apareció por la puerta aunque perdida en sus pensamientos. Coloqué a porcelana que contenía el azúcar y dos cucharas plateadas en la mesa de la misma cocina tomando asiento. El calor del fuego aún perduraba por lo que se estaba realmente a gusto allí, Marie me había dejado hechos unos bollos para desayunar, que también puse en el medio para que Chelsey se sintiera libre de coger. -No me has importunado en absoluto- susurré para sacarla de sus pensamientos -Marie estará encantada de tener a alguien más en casa y yo… me acostumbraré a la compañía, salvo por dos amigos estoy sola en Paris- dijo cediendo ahora ella misma a hablar de la cuenta y contar parte de lo que nadie sabía. -Tener una mujer en casa con la que poder hablar, será bueno.- el tono conciliador se amplió con una sonrisa. -Lo que no sé es cuánto debería cobrarte por estar aquí. Marie se ocuparía de todo. ¿Te parecen bien 60 francos?- no era un precio excesivo y sería un cambio de vida que notaría desde el primer día en que se instalara allí, de eso estaba segura dado como decía que se portaba con ella su anterior casero.


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Mensaje por Geneviève Allard Sáb Feb 11, 2012 2:54 pm

Los pasos de ambas se escucharon traspasar el pasillo que emergía desde las profundidades de los cimientos hasta conformar un maravilloso sitio que, sólo Nadine podría llamar hogar. Y así lentamente, recorrieron cada rincón en la planta de abajo. La cortesana prestaba atención a las palabras que la otra chica le dirigía, fascinada por la cálida atmósfera que se respira, se ensimismó en sus pensamientos, imaginando como sería si ella pudiese vivir allí, lo bien que le sentaría, el cómo se sentiría después de tanto maldito maltrato. Fue en ese instante en que un trago amargo le hizo sentir un nudo en la garganta. Esa casa, era idéntica a la que tenían antes de que el fuego le arrebatara una de las cosas más importantes de su vida, sus padres. Deslizó sus dedos sobre el filo de una mesita que se encontraba pegada al muro, apreció la textura, sonrió y frunció el ceño para verse con detenimiento en el espejo que tenía al frente. Su rostro, nadie podía negar que posee características de su madre y algunos rasgos toscos de su padre, se quedó en silencio sin poder connotar palabra alguna. Un insidioso laberinto de pensamientos absorbió su concentración, ahogándola y sugiriendo salir corriendo de allí.

No sólo se trataba de sus padres, lo que más causaba escozor en sus entrañas era precisamente el resultado de toda aquella parafernalia que tuvo que sufrir a causa de la desgracia, sus hermanos. Años, eran años los que tenía cargando a cuestas ese sentimiento de arrepentimiento, años en los que se cuestionaba una y otra vez el ¿Por qué? En esa época, no pudo ver otra solución más que esa y la decisión fue tomada tras varios días en que lo sopesó incansablemente. Verlos con los labios blanquecidos, sus ojos perdiendo con cada gélida noche ese resplandor de la infancia, sus rostros pálidos, la enfermedad que poseía Dominic, tratar con la hiperactividad de Callum, tener que limpiar sus lágrimas fingiendo una sonrisa llena de esperanza, mentirles y hacerles creer que todo iría bien… Chelsey no pudo soportarlo más, ella no poseía la fuerza suficiente para sustentar a sus hermanos. Estaba contra la espada y la pared. Una salida, fácil la solución más rápida y ya estaba. No lo hizo por ella, fue por ellos y nada más, aunque cada día se levante con la culpa tragándole el alma, le gusta creer que al menos tuvieron mejor suerte que ella. La noche en que fue arrepentida al orfelinato, el director le confesó que ambos fueron adoptados por una familia adinerada. Eso tenía que ser.

Merodeó por la habitación encontrando el calor de su abrigo, era demasiado para ella y quizá no lo merecía, pero estaba cansada de vivir en las habitaciones de Edmundo. Además, no podía continuar atormentándose por algo que estaba más que sepultado en su pasado. Aspiró con pesadez, dejándose envolver por la embriaguez de un hogar. Sonrió, su melancolía quedó atrás como sus recuerdos lo habían hecho. Al levantar la mirada y observarse nuevamente, notó que por más arrepentimiento que sintiera, era técnicamente imposible salir a la calle y recuperar lo perdido. Por ello trabajaba clandestinamente en el burdel, por eso se esforzaba en demasía para guardar algunos francos y escapar nuevamente a Londres… Se miró fijamente durante varios segundos, el atavío no era como el que usa todas las noches, incluso podría asegurar que se confundía entre la clase media de Paris. Eso era un anhelo que las personas como ella poseían. Limpió de su mejilla izquierda una lágrima que descendió de su ojo. Giró sobre sus talones y salió por la puerta para alcanzar a Nadine en la cocina. Escuchó cada detalle de la conversación, sin importar que ella estuviese nadando entre memorias muertas.

Al llegar junto a Nadine, ya tenía las cosas claras. Bastó un encuentro consigo misma para darse cuenta de ello. Necesitaba descansar. Su presencia en la cocina de Nadine, obscureció delicadamente la habitación. La miro fijo mientras ella se preparaba el té. En sus pupilas un resplandor extraño se podía ver, es que vagar durante tanto tiempo entre la miseria y después encontrar un sitió que te acoge como los sueños que alguna vez tuviste, sentir el calor que padeciste en tus años de gloria, era como el edén después de naufragar en el mar de la desesperanza en el mundo de los muertos. –Sesenta francos me parecen más que perfectos- Se encogió ligeramente de hombros –No soy muy abierta a conversaciones pero seguro hago más ruido que el silencio, al menos conmigo aquí no te sentirás tan sola. Mataríamos a dos pájaros de un tiro, yo no poseo a nadie más que a los clientes que se pasan en mi cama- Frunce el ceño -¿Puedo dejarte el pago de este mes ahora?- Pregunta, sabía que si regresaba a su actual dirección él le quitaría el dinero que cargara consigo a cambio de dejarla dormir allí. Sonríe de lado –Y muchísimas gracias por permitirme quedar contigo, de verdad no sabes cuánto te lo agradezco y la deuda que tengo contigo, me has salvado- Comienza a buscar la bolsita con el dinero dentro.

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