AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Creencias inequívocas. [Libre]
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Creencias inequívocas. [Libre]
3 Enero de 1800
París, 23:07 Pm.
París, 23:07 Pm.
Xander estaba agotado, exhausto, moriendo de ganas por tomar un respiro tras aquel largo día que en poco menos de una hora acabaría.
Había pasado todo el día cabalgando y entrenándose duramente. Las costumbres adquiridas por el paso del tiempo eran tan reales como cada cicatriz de su cuerpo.
Su cuerpo, acostumbrado a las frías e invernales temperaturas del país, desde el día de su nacimiento le hizo adquirir una templanza única, envidiable.
Pero en su más efímero ser sabía que algo le faltaba, como a cualquier persona quizás, pero en si envidiaba la vida de otras personas. Envidia, un pésimo pecado capital, pero… sinceramente era lo que sentía.
No podía añorar la calidez de una familia, porque jamás se crió con una. Sin embargo, no desechaba todo aquello que le había ocurrido en el pasado ya que cada una de las experiencias vividas le servía para algo, ser más fuerte, más inteligente de lo que hubiese sido en una mera familia corroida por los idealismos de la Francia tradicional.
Su pecho, aún subía y bajaba por el esfuerzo que habían hecho con anterioridad sus pulmones, pero aquel ardor que sentía era poco normal. Tenía fiebre, aunque se negaba a verse a si mismo parte de su enfermedad. El respirar el aire helado poco le iba a seguir ayudando, sino el tan solo se sentía ligeramente más cálido que en otras ocasiones. Era terco, MUY terco.
Comenzó a recoger sus cosas del suelo en el camino, para colocarlas en la bolsa que portaba el caballo. Pese al frío, su rostro sudoroso daba a entender que Alexander se encontraba verdaderamente mal.
León Gerôme Marchessault- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/03/2011
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Re: Creencias inequívocas. [Libre]
Como todas las mañanas, Consuelo, se montó en su caballo moro de gran alzada y partió rumbo al bosque. Era un lugar que le traia recuerdos de otros lugares lejanos que había dejado alla del otro lado del oceano. Su parecido le prodigaba mucha paz.
No podia negar que ademas estaba haciendo algo que desde niña siempre realizaba un exhaustivo inventario y reconocimiento de las hierbas, tuberculos, rizomas y cortezas que le podrían servir para la realización de ungüentos, fluidos, brebajes e infusiones. Todos esos preparados que luego ayudarían a los mas necesitados, los enfermos del convento que aunque no eran de la orden de las clarisas, aceptaron sua yuda desinteresada.
Aunque la verdad le atraia la atención de una planta en particular, que pareciera inofenciva para quien no la conociera y que si tocaba los labios o alguna herida era alcanzada por esta planta podría ser peligrosa, casi mortal, para cualquier mortal que sin querer la tocara. - Esa planta era la tan temida Sardonia - Con su flor amarilla y delicada como una doncella, capaz de sacar de aquellas flores un elixir que mataria de una forma rápida y cetera a cualquiera que tomara el líquido de esa maceración - por mas que intentaba conseguir un antídoto, por ahora, no lo había encontrado -.
Cabalgo con prontitud hasta llegar a un claro del bosque y atando su montura en unos arbustos se dedicó a buscar la nefasta planta.
Unos metros de donde ella se encontraba pudo oir a una persona que respiraba con dificultad, se escabullo entre los arboles y los arbustos hasta estar muy cerca. Entonces lo pudo ver, un hombre, con toda la estampa de un caballero o soldado, demacrado y con el rostro empapado de sudor, que parecía que cada vez le costaba mas respirar, sus movimientos eran torpes y su mirada turbia.
Estaba casi segura que por lo menos tendria fiebres altas - serían las temidas fiebres tercianas? - , en su tierra vio morir a muchos por esas fiebres misteriosas.
Decidió presentarse cuando vio que el caballero trataba de partir, no podía permitírselo, por lo menos debía conseguir que bajaran las fiebres un poco.
- Disculpe... se siente bien? - su frase le pareció realmente estupida especialmente delante de un hombre que tal vez desvariaba y con una enorme espada en la mano - dejeme que le ayude, puedo intentar hacer que se sienta mejor. - Le sonrio, intetantado que se tranquilizara - Por favor venga... sientese en este tronco.
No podia negar que ademas estaba haciendo algo que desde niña siempre realizaba un exhaustivo inventario y reconocimiento de las hierbas, tuberculos, rizomas y cortezas que le podrían servir para la realización de ungüentos, fluidos, brebajes e infusiones. Todos esos preparados que luego ayudarían a los mas necesitados, los enfermos del convento que aunque no eran de la orden de las clarisas, aceptaron sua yuda desinteresada.
Aunque la verdad le atraia la atención de una planta en particular, que pareciera inofenciva para quien no la conociera y que si tocaba los labios o alguna herida era alcanzada por esta planta podría ser peligrosa, casi mortal, para cualquier mortal que sin querer la tocara. - Esa planta era la tan temida Sardonia - Con su flor amarilla y delicada como una doncella, capaz de sacar de aquellas flores un elixir que mataria de una forma rápida y cetera a cualquiera que tomara el líquido de esa maceración - por mas que intentaba conseguir un antídoto, por ahora, no lo había encontrado -.
Cabalgo con prontitud hasta llegar a un claro del bosque y atando su montura en unos arbustos se dedicó a buscar la nefasta planta.
Unos metros de donde ella se encontraba pudo oir a una persona que respiraba con dificultad, se escabullo entre los arboles y los arbustos hasta estar muy cerca. Entonces lo pudo ver, un hombre, con toda la estampa de un caballero o soldado, demacrado y con el rostro empapado de sudor, que parecía que cada vez le costaba mas respirar, sus movimientos eran torpes y su mirada turbia.
Estaba casi segura que por lo menos tendria fiebres altas - serían las temidas fiebres tercianas? - , en su tierra vio morir a muchos por esas fiebres misteriosas.
Decidió presentarse cuando vio que el caballero trataba de partir, no podía permitírselo, por lo menos debía conseguir que bajaran las fiebres un poco.
- Disculpe... se siente bien? - su frase le pareció realmente estupida especialmente delante de un hombre que tal vez desvariaba y con una enorme espada en la mano - dejeme que le ayude, puedo intentar hacer que se sienta mejor. - Le sonrio, intetantado que se tranquilizara - Por favor venga... sientese en este tronco.
Consuelo Tejeda de Abreu- Hechicero Clase Alta
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Re: Creencias inequívocas. [Libre]
Xander solía... mejor dicho no solía confiar tan a menudo en personas que se acercasen demasiado a él, y que como aquella mujer pretendiesen tener una forma de actuar bastante "cercana" sin haber sabido jamás de ellos.
El jóven cazador resbaló su mano por la piel de caballo, intentando calmarle igual que si sintiese una gran empatía por sus sentidos.
- ¿Ayuda con qué? Mi caballo ya está cargado y pronto partiré hacia la ciudad. No necesito vuestra ayuda Mademoiselle.
Muy lejos de sonar arisco dejó una muestra de elegancia en su porte distinguido, cualquiera que lo distinguiese a lo lejos sabría que era un soldado bien preparado. Aunque él mismo se viese en la obligación de dejar a un lado aquella lejanía que mantenía con las personas, más bien una especie de coraza que siempre usaba, al apenas haberse relacionado con mujeres y mucho menos de aquel lugar.
- Disculpe mi descortesía, mi nombre es Alexander, ¿y el vuestro...?
Tendió con cortesía su mano, a expensas de que la temperatura de su cuerpo se elevaba casi por instantes. Sus manos calientes no eran signo de alguien sano, pero él no notaba aquellos síntomas los cuales padecía ya que era bastante terco y bien cabezota conforme a sí se trataba. La muchacha parecía no reparar en sus armas, pues todo aquel que le veía siempre tenía algún tipo de miedo o mejor dicho respeto. Vió como se acercaba quizás demasiado aquella mujer con verdadera confianza la cual el carecía en aquellos instantes, quizás porque no se crió con las estrictas leyes de una familia, pero lo que si sabía o al menos intuía que aquella mujer estaba bien preparada y había visto algo en él que quizás su testarudez no le dejaba ver más allá de sus ojos.
El jóven cazador resbaló su mano por la piel de caballo, intentando calmarle igual que si sintiese una gran empatía por sus sentidos.
- ¿Ayuda con qué? Mi caballo ya está cargado y pronto partiré hacia la ciudad. No necesito vuestra ayuda Mademoiselle.
Muy lejos de sonar arisco dejó una muestra de elegancia en su porte distinguido, cualquiera que lo distinguiese a lo lejos sabría que era un soldado bien preparado. Aunque él mismo se viese en la obligación de dejar a un lado aquella lejanía que mantenía con las personas, más bien una especie de coraza que siempre usaba, al apenas haberse relacionado con mujeres y mucho menos de aquel lugar.
- Disculpe mi descortesía, mi nombre es Alexander, ¿y el vuestro...?
Tendió con cortesía su mano, a expensas de que la temperatura de su cuerpo se elevaba casi por instantes. Sus manos calientes no eran signo de alguien sano, pero él no notaba aquellos síntomas los cuales padecía ya que era bastante terco y bien cabezota conforme a sí se trataba. La muchacha parecía no reparar en sus armas, pues todo aquel que le veía siempre tenía algún tipo de miedo o mejor dicho respeto. Vió como se acercaba quizás demasiado aquella mujer con verdadera confianza la cual el carecía en aquellos instantes, quizás porque no se crió con las estrictas leyes de una familia, pero lo que si sabía o al menos intuía que aquella mujer estaba bien preparada y había visto algo en él que quizás su testarudez no le dejaba ver más allá de sus ojos.
León Gerôme Marchessault- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/03/2011
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Re: Creencias inequívocas. [Libre]
El joven caballero, se presentó y aunque sus primeras palabras habían sido expresadas con suma gentileza no podía ocultarse un dejo de advertencia un cierto temor, que se extendía a la forma en que piafaba su animal. Hombre y bestia se veían algo agotados y diría ella hambrientos, aunque seguramente el animal se diera más cuenta que el hombre, el cual pretendería mantener la postura de un soldado férreo y fornido como una impenetrable fortaleza, pues no es acaso una creencia inequívoca que los hombres de guerra deben ser hercúleos?
A pesar de ello, y de cierta fiereza en el rostro y la mirada de este caballero, Consuelo se acercó aún más y con una leve inclinación se presentó. – disculpad mi atrevimiento y descortesía, el nombre que llevo es Consuelo -. Extendió la mano para aceptar su saludo - aunque no fuera correcto que una dama tomara la mano de un extraño, pero dicho gesto le permitiría comprobar si tenía fiebre o si tiritaba por las temperaturas altas – las manos del caballero eran grandes a comparación de las suyas delgadas, finas y blanquísimas, las de él denotaban una vida de lucha y periodos de vivir al aire libre.
- Sabe, en donde nací existe la creencia de que si dos extraños se toman las manos, inmediatamente dejan de serlo, porque de alguna manera sus destinos se han entre lazado - inventó en un santiamén esa frase con tal de poder obtener el permiso del hombre para revisarlo - así que ya no somos extraños y es seguro que en algún momento de nuestras vidas nos volveremos a encontrar -. Sacó un trocito de zanahoria que había traído para darle a los animalitos del bosque que tanto le gustaban y se lo acercó a la boca del caballo - sabía por su "Nahuel", su querido caballo se volvía loco de gusto por ese alimento pues era un dulce para ellos y no tuvo que esperar mucho para sentir como le arrebataba el trocito mientras le hacía cosquillas en la palma de la mano. - veis, si hasta vuestra montura me acepta - rio complacida - ahora me dejará ayudarlo?, se sentará en ese tronco? con esa fiebre no llegara muy lejos y de seguro se caería de su gallarda montura. Lo miro detenidamente, mientras no podía ocultar una sonrisa, le hacía recordar tanto a su esposo. Por lo cabeza dura, terco, y huraño.
- Si me lo permite, le iré contando algunas cosas para que vea que se de lo que hablo, pero antes que tal si tomamos algo caliente? déjeme hacer una infusión nos vendrá bien a ambos, ya que la mañana está destemplada. - caminó unos pasos y se puso a trabajar para preparar la tizana que le ayudaría a bajar la fiebre - A ver... mmm... le contaré algo. Mi esposo era un soldado como usted y de vez en cuando aparecía hecho un Cristo, lacerado, herido por flechas o con fiebres parecidas a la suya. en las estancias donde vivíamos no se encontraba un médico fácilmente, la mayoría estaban en la ciudad y buscarlos llevaba muchas horas y hasta días según qué lejos estuviéramos. Es por ello que nosotras las mujeres aprendimos a arreglarnos gracias a los conocimientos de algunos doctores jesuitas que nos enseñaron en tiempo de pestes - detuvo por un segundo su monologo y se enderezó poniendo su mano en la cintura y con la otra apartándose algunos cabellos rebeldes de la frente. Lo miro a los ojos y prosiguió - Cuando se desataban esas miasmas pestilentes no teníamos más remedio que ayudar a los pocos médicos que había. Puedo decir que tuve suerte pues además me educaron las monjas clarisas, así que tengo mucho conocimiento de estos casos - Con sumo cuidado sacó del fuego una taza humeante con un líquido color ambarino en su interior y se lo ofreció, luego se sirvió uno para ella y sin esperar a que él bebiera primero comenzó a tomar - mmm... en verdad es agradable. - Lo miro esperando ver que hacia - sabe, aunque recién nos vemos me da la sensación de que no es la primera vez - lo miro risueña - o será que usted es tan terco y desconfiado como lo era mi esposo? - rio sin tapujos con una cristalina y contagiosa risa.
A pesar de ello, y de cierta fiereza en el rostro y la mirada de este caballero, Consuelo se acercó aún más y con una leve inclinación se presentó. – disculpad mi atrevimiento y descortesía, el nombre que llevo es Consuelo -. Extendió la mano para aceptar su saludo - aunque no fuera correcto que una dama tomara la mano de un extraño, pero dicho gesto le permitiría comprobar si tenía fiebre o si tiritaba por las temperaturas altas – las manos del caballero eran grandes a comparación de las suyas delgadas, finas y blanquísimas, las de él denotaban una vida de lucha y periodos de vivir al aire libre.
- Sabe, en donde nací existe la creencia de que si dos extraños se toman las manos, inmediatamente dejan de serlo, porque de alguna manera sus destinos se han entre lazado - inventó en un santiamén esa frase con tal de poder obtener el permiso del hombre para revisarlo - así que ya no somos extraños y es seguro que en algún momento de nuestras vidas nos volveremos a encontrar -. Sacó un trocito de zanahoria que había traído para darle a los animalitos del bosque que tanto le gustaban y se lo acercó a la boca del caballo - sabía por su "Nahuel", su querido caballo se volvía loco de gusto por ese alimento pues era un dulce para ellos y no tuvo que esperar mucho para sentir como le arrebataba el trocito mientras le hacía cosquillas en la palma de la mano. - veis, si hasta vuestra montura me acepta - rio complacida - ahora me dejará ayudarlo?, se sentará en ese tronco? con esa fiebre no llegara muy lejos y de seguro se caería de su gallarda montura. Lo miro detenidamente, mientras no podía ocultar una sonrisa, le hacía recordar tanto a su esposo. Por lo cabeza dura, terco, y huraño.
- Si me lo permite, le iré contando algunas cosas para que vea que se de lo que hablo, pero antes que tal si tomamos algo caliente? déjeme hacer una infusión nos vendrá bien a ambos, ya que la mañana está destemplada. - caminó unos pasos y se puso a trabajar para preparar la tizana que le ayudaría a bajar la fiebre - A ver... mmm... le contaré algo. Mi esposo era un soldado como usted y de vez en cuando aparecía hecho un Cristo, lacerado, herido por flechas o con fiebres parecidas a la suya. en las estancias donde vivíamos no se encontraba un médico fácilmente, la mayoría estaban en la ciudad y buscarlos llevaba muchas horas y hasta días según qué lejos estuviéramos. Es por ello que nosotras las mujeres aprendimos a arreglarnos gracias a los conocimientos de algunos doctores jesuitas que nos enseñaron en tiempo de pestes - detuvo por un segundo su monologo y se enderezó poniendo su mano en la cintura y con la otra apartándose algunos cabellos rebeldes de la frente. Lo miro a los ojos y prosiguió - Cuando se desataban esas miasmas pestilentes no teníamos más remedio que ayudar a los pocos médicos que había. Puedo decir que tuve suerte pues además me educaron las monjas clarisas, así que tengo mucho conocimiento de estos casos - Con sumo cuidado sacó del fuego una taza humeante con un líquido color ambarino en su interior y se lo ofreció, luego se sirvió uno para ella y sin esperar a que él bebiera primero comenzó a tomar - mmm... en verdad es agradable. - Lo miro esperando ver que hacia - sabe, aunque recién nos vemos me da la sensación de que no es la primera vez - lo miro risueña - o será que usted es tan terco y desconfiado como lo era mi esposo? - rio sin tapujos con una cristalina y contagiosa risa.
Consuelo Tejeda de Abreu- Hechicero Clase Alta
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