EL LEGADO: MERLIN Y EL CUADRO DEL CENTAURO.

Aûrora, corrió como el viento, no entendía nada, ¿Por que la había traicionado?, ¿Lo había matado?, no lo sabía con certeza, el golpe fue fuerte, y sintió una mezcla de dolor desapasionado y de venganza resuelta. Pero ella era demasiado ingenua para saber los sentimientos que la envolvían, sentía que el camino se hacía insoportable, tenia sed , no había comido nada, estaba sucia, tenía un mareo terrible por la falta de sueño, no sabía si aun la perseguían, y estaba sola en el mundo. Resbalo varias veces, pero teniendo el cuidado de no perder el libro de cuero que le había dado su madre… recordó la nota “ La verdadera herencia de los Montobello”… decidió descansar, en el tronco de un enorme roble, y quedo absorta mirando el medallón de bronce, el símbolo de su casa, un centauro con una flecha apuntando al cielo, tallado perfectamente en el duro metal, con su parte de caballo saltando, como retando al cielo… y no supo en qué momento en medio de sus cavilaciones se quedo dormida.
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El correr salvaje de unos caballos y el sonido estrepitoso de las ruedas de un carruaje la despertaron, se sobresalto al imaginar que sus captores venían por ella, el miedo la paralizo un segundo, y echo a correr esquivando los enormes troncos del bosque. Escuchaba al carruaje cada vez más cerca, sus piernas empezaron a herirse con las múltiples caídas y sus rodillas a sangrar, pero la fuerza de su espíritu no la permitieron desfallecer. En su carrera no se dio cuenta que iba directo a un claro, donde la intercepto el carruaje. Dos caballos azabaches adornados con penachos purpuras, le cerraron el paso, cayendo de espalda, en la oscuridad no pudo ver la cara del conductor tapada con un enorme sombrero. Aquel carruaje de ébano, magnifico, soberbio, no se parecía para nada a los que había visto en la puerta de su casa en el momento de su huida. ¡Este era su fin!, y Aûrora no evito cerrar los ojos. Sintió el sonido de la portezuela que se abre, y los pasos firmes entre el barro dirigirse hacia ella… respiro hondo, y se despidió del mundo entre sollozos.
- Señorita Montobello…

Aûrora abrió los ojos y pudo ver a un hombre de aproximados setenta años, con la cabellera completamente plateada y barba cerrada que le tendía la mano. Aûrora recibió su mano, mas como un reflejo e interrogándose de la verdadera intención de este hombre.
- ¿Que quiere de mi?
- Mi nombre es Merlín- Hizo una reverencia- Vine ayudarla… fui amigo de su padre… Adrian…
- ¿Merlín? ¿Como el del rey Arturo? ¿Bromea usted conmigo?
- Me llaman así señorita… Aûrora

Aûrora dio un respingo al escuchar su nombre, y permaneció fija donde estaba. No le creía, pero no entendía por que no huía de allí.
- Entiendo que no pueda creerme dadas las circunstancias, espero que esto la ayude. Saco de su pecho un medallón de bronce, con un centauro en relieve.
Aûrora lo miro entre sorprendida y terriblemente asustada, Merlín tendió su mano de nuevo, y ella la acepto, se dejo llevar hacia el carruaje sin resistencia, y empezaron su marcha.
Aûrora fue cediendo al cansancio en el carruaje, y antes de quedarse dormida, la imagen de la portezuela la de una estrella de cinco puntas encerrada en un círculo, se grabo como marca indeleble en su memoria.
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Despertó al sentir que los caballos se habían detenido, ante un viejo castillo Medioevo, de puertas de metal. Merlín la ayudo a bajar, mientras Aûrora miraba alrededor sorprendida. Cuando pasaron al interior, ella sintió que estaba en una caverna, por el eco que producía sus pasos. No había muchos muebles, y solo algunos candelabros. Siguió a Merlín hasta un estudio, con una maravillosa y amplia biblioteca, entre las velas también distinguía a cuadros con hojas secas señaladas con nombres en latín, un escritorio revuelto entre libros y papeles y un gran sillón donde Merlín le indico que se sentara.
- Voy un momento a ordenar que preparen algo de comida para usted- Se retiro dejándola sola.
Aûrora miro con detenimiento el lugar, pero lo que más le llamo la atención era un cuadro tapado con una sabana, apoyado en un taburete. Aun que no quisiera sentía que ejercía un influjo anormal sobre ella, como ninguno que antes hubiera sentido. Se dirigió a él en puntillas, y jalo lentamente la sabana hacia abajo… Lo que vio la dejo boquiabierta: era el cuadro de un centauro… pero no era como siempre lo dibujan, no era hombre… era…
¡El centauro del cuadro era ella!
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Paris, 1.800
Aûrora fingía leer un libro en su biblioteca, lo dejo, y miro a un cuadro tapado con una sabana apoyado en un taburete. Se levanto silenciosa y dejo caer la sabana… Acaricio su rostro a través del oleo, y sus ojos se llenaron de lagrimas.