Todo lo que mal empieza, bien acaba [Oscar Llobregat]

Oscar nunca hubiera decidido un establecimiento como aquel para pasar una noche 'libre'. Demasiada gente para sentir cómo desprestigiaban la valía que suponían unos minutos de relajación y una mueca de cansancio que pronto abandonaría su figura para entregarse al sosiego del aire. Porque otra cosa que podía pasar en esa clase de sitios (aparte de que no hubiera sosiego ni, a veces, aire) era que algunos infelices de los que se habían paseado por el burdel con una bolsa de dinero que restregarle casi tanto como sus aparatos reproductores... le reconociera, como entonces.

'Vaya, ¿tú por aquí? ¿Tienes tiempo para mí? Lo cierto es que el burdel me quedaba muy lejos, eso hace nuestro encuentro todavía más perfecto.'

El polaco todavía no supo cómo diablos pudo esquivarlo entre el gentío sin que, verdaderamente, pareciera todo lo contrariado que un suceso así podía causar en su carácter. ¿Qué cojones se pensarían algunas personas que eran los cortesanos? ¿Máquinas de administrar tareas en bucle, como la explotadora insistencia de una imprenta o de una bombilla? ¿O puede que el hecho de tener que lamer miembros y penetrar agujeros los atara de por vida a su oficio sin atisbar más vida social que ésa? Claro que no tenía tiempo para ese sujeto de elevado sombrero y bastón, ni para nadie que él no quisiera, fuera de los parámetros del burdel. Simplemente estaba caminando y había tenido la mala suerte de pasar por ese restaurante, ¿ni al vagar aleatorio de unos pies cansados tenía derecho ya?

Buenas noches, señor -fue tanto su saludo como su despedida.

Si una de las normas básicas de la cortesanía no fueran quedar bien con los clientes, dentro o no de cualquier lugar de prostitución (siempre acumulando posibilidades para crear adeptos asiduos)... le haría ver de qué manera aquellas máquinas eternas de sexo podían hacer que él y quienes tuvieran la suerte de escuchar y colaborar en la humilacción como venganza se dieran cuenta de que tenían alma. Alma y una mala hostia del demonio con ganas de cabalgar sobre sus palabras, lejanas al tedioso deber de la cordialidad.

El tipo estaba caminando cerca de una cola enorme que se acumulaba en la entrada del restaurante, de modo que el único y lamentable modo de huír que encontró en menos de un segundo se resumió a agachar la cabeza nada más salir de su vista y hacer honor a todos los años de pillerías en Polonía. Colarse en lugares como si tuviera una invitación especial en la mano casi era la habilidad más aburrida para alguien que se había criado en las calles, de modo que lo que costó no fue acabar dentro del restaurante, sino preguntarse qué hacer a continuación. Ni siquiera estaba seguro de que el cliente tuviera la intención de entrar también allí y no llevaba el suficiente dinero encima como para consumir algo que no fuese... ¿Agua? Y de todas maneras, siempre corría el riesgo de que el acosador superase la cola a tiempo de verlo sentado solo y se acoplara en la otra silla. Por eso, no pudo sino aferrarse a lo primero que pensó la rapidez de sus soluciones cuando divisó aquella mesa para dos con un asiento libre. Lo ocupó sin mediar palabra con la otra persona que pasaba a tener en frente y ni siquiera le ostentó con un vistazo hasta que se aseguró de que desde allí, de espaldas y alejado de la puerta, era difícil verle.

Disculpad -afirmó finalmente, nada más poder volcar su atención en quien se había convertido accidentalmente en su acompañante. Un muchacho joven oriental, de candorosa apariencia y, como siempre que aparecían personas de origen asiático en su vida, Oscar no pudo evitar extender los recuerdos de su mente incluso en una situación extrema como aquella. Sin embargo, aquel chico nada tenía que ver con que hubieran clientes estúpidos por el mundo ni con que hubiese conocido a japoneses... curiosos mucho antes, por lo que se merecía al menos una explicación-. No pretendo importunaros ni mucho menos robaros el sitio, me marcharé en cuanto la cola se despeje, si me lo permitís...

Oscar echó otro vistazo hacia atrás, bufando sin ni siquiera molestarse en disimular la potencia del aire en su boca al ver que la situación no mejoraba y la cola iba aumentando por momentos. No sabía en qué maldito restaurante había ido a parar, más allá de lo que aún sugería su opulenta decoración y la clase de comensales que recogía en torno a ella, pero el hecho de que se estuviera llenando de gente con el mismo aspecto adecentado en esa pulcritud estirada a la que él sólo estaba acostumbrado cuando lo requerían fantoches de cubertería de oro, como del que huía entonces… no le causaba buenas vibraciones. No en cuanto a precios se refería. No quería meterse en líos (¡se suponía que ya estaba saliendo de uno, hostia puta!) porque ya no pudiera ni darse un maldito día libre y que acabaran echándolo de mala manera por no llevar un solo franco encima… No le importaba, pero tampoco era agradable, menos si involucraba también a otra gente.

Detuvo su bufido tras dar de nuevo con el rostro de la persona que accidentalmente había ido a toparse con sus desvaríos de última hora y fue en ese preciso instante, en el que pudo fijarse mejor en la expresión del oriental; las reacciones cohibidas con las que delimitaba sus gestos o aquel mirar ligeramente gacho hasta que daba con el camarero o con el menú. Al cortesano tampoco le hizo demasiada gracia pensar que justamente había ido a importunar a uno de los hombres que menos lo merecieran de la sala (el solo hecho de que no le hubiese echado con malas formas decía mucho en favor de su carácter), seguramente aquel muchacho esperaría a alguien (claro que sus expresiones reflejaban una enfurruñada melancolía propia de quien se había quedado solo en mitad de una cita) o no sabría hacia dónde dirigir su atención en una escena que habían agitado repentinamente tras la absurda aparición de Oscar.

'Ni siquiera en eso tengo suerte' –pensó con todo lo que restaba de pereza en él dentro de una situación tan necesariamente activa como aquella y pasó a ignorar momentáneamente al camarero que continuaba cercano a ellos para inclinarse mejor y dirigirse al acompañante asiático con una viveza electrizante en la sinceridad de sus ojos marrones.

Escuchad, si os incordio verdaderamente, podéis decirlo y abandonaré este lugar con sumo gust… –comenzó a aclarar, pero entonces, dicho camarero le interrumpió a él para preguntarle por su parte de la comida y dada su total indisposición al aire pretencioso del lugar, el enfado agobiante que arrastraba desde el primer vistazo al cliente de antes y la necesidad innata de ser meramente considerado con quien no parecía culpable… En fin, digamos que hasta un monje con voto de silencio y los huevos atados a sus propios tobillos habría sonreído mejor que el polaco- Para mí, nada. No os molestéis.

Aprovechó que el empleado los dejaba solos de una maldita vez por todas para extrañarse con más detenimiento acerca de la frase tan rara que había llegado a decir aquel chico, y suavizando la fuerza con la que solía enarcar una ceja ante el mundo, se recostó mejor sobre su asiento para así tratar de escrutar su mirada… Mirada, esa vía de comunicación tan infravalorada y, al mismo tiempo, tan explotada por el día a día. Y a través de las pupilas de aquel cortesano, capaces de escurrirse con suma precisión incluso por los recovecos del alma que más deseara pasar inadvertida, el poder de aquella vía se mostraba en su más alta esencia.

Mi nombre es Oscar Llobregat y espero no haberos aguado la noche. Disfrutad del farsean –se presentó como paradójica despedida. Acto seguido, hizo amago de querer ponerse en pie de nuevo, dispuesto ya a mandarlo todo a la mierda y salir del restaurante para proseguir su sana e inocente intención de regresar a su piso, con o sin clientes impertinentes de por medio.

Oscar estuvo a punto de dar un golpe a la mesa cuando, de repente, se encontró atrapado por lo que en un principio había sido su opción a la huída de los problemas. La solución apenas reflexionada que se le había ocurrido para continuar con una de sus pocas veladas tranquilas desde que había llegado al mundo, de la más absoluta y aburrida nada se volvía en su contra. No podía ser que hasta eso fuera a jugarle una mala pasada aquella noche que estaba comenzando a aborrecer cada vez con más intensidad. A la intensidad, tras sentir cómo algo lo ataba literalmente frente al acompañante oriental que tenía en frente, se le unió el desconcierto y una molesta confusión que le llevó a fruncir el ceño, entonces con mucha menos consideración a la expresión que se le estaría quedando. Y acabó de pensar en aquel instante, que definitivamente la velada ya había perdido toda oportunidad de ser tranquila.

Podía tolerar que la gente le sorprendiera, sobre todo si eran desconocidos (cuán desconocidos para él habían empezado siendo Anuar y Kharalian y Aya…) es más, a veces incluso lo pedía a gritos, siempre estaba dispuesto a que saquearan su rutina para recordarle que algo de su ser continuaba vivo y que quizá… allí no estaba solo. Sin embargo, no le gustaba que le obligaran a nada, mucho menos si era de un modo tan abrupto y tan en contraste con lo que la persona sugería. Aquel muchacho no parecía una mala persona y se veía lánguido, era cierto, además él no había obrado bien en sentarse en un sitio que no era suyo, incluso si ya había dejado clara su apológica postura y que no pretendía importunarle. Pero con aquella sensación tan extraña, tan fuera de lo preestablecido, tan… inhumana que acababa de reafirmarlo en su asiento, la apariencia inofensiva del chico pasó a resultarle escalofriante. Y ni siquiera aquel hecho conseguía asustarlo lo bastante como para dejar de ser quien era o de pensar lo que pensaba. ¿Aquella persona estaba desolada por algún plantón y Oscar había contribuido involuntariamente a su despecho? Bien, el cortesano no tenía la culpa.

Él no iba a ser la cabeza de turco de nadie.

No obstante, para que Oscar se olvidara de su sensatez hacía falta mucho más incluso que un conjuro inexplicable, de modo que obraría de manera meditada, esperaría a que el otro se tranquilizara lo bastante como para dejarlo libre… y entonces, puede que quizá aceptara quedarse por propia voluntad. Lo que le irritaba más que nada de todo aquello, además de no gustarle que le retuvieran porque sí, era que el hombre de antes continuara andando por allí y volviera a abordarle. En lo que al resto de factores se trataba, no podía negarlo: aquel vuelco en los acontecimientos le había llamado mucho la atención, el chico se había vuelto escalofriante, pero también interesante, mucho más interesante. Se quedaría a comprobar qué era, quién y por qué. El cómo le daba lo mismo, el cómo a veces era lo de menos.

Agua –respondió al fin para que el mesero tomara nota, sin dejar de mirar al asiático fijamente, con seriedad y cierta ironía en el tono de voz. Ni siquiera con el trato que le estaba dando aquel muchacho, Oscar iba a aprovecharse de la situación para llenar su panza de platos de alto lujo. Eso lo haría cuando el que le regalaba algo mostrara un poco más de respeto… y en cualquier caso, ni siquiera sabía si esa orden significaba que iba a invitarle y él seguía sin tener un solo duro, menos aún para el tipo de precios de aquel restaurante-. Todavía no me has dicho cómo te llamas –dijo, entonces pasándose al tuteo (si iba a cenar con él porque una extraña fuerza bajo la mesa le obligara, se tomaría esa confianza y las que hicieran falta) y con una leve sonrisa que sedujo cada partícula en el aire antes de llegar a la vista del chico a la que iba dirigida.

Oscar no tuvo reparos en usar los minutos que fueran necesarios para fijarse del todo en el chico con el que se había firmado la sentencia de la noche. Nah, ni mucho menos, aquel asunto era demasiado lacónico como para andar adornándolo de metáforas que sólo los situaban en el filo de la navaja. Oscar no había dejado de tener mala suerte desde que había abandonado el burdel, primero el insulto de que lo trataran como un pedazo de carne que se movía de aquí para allá, después la mala pasada de necesitar forzar la mente con el doble de rapidez para operar en consecuencia y ahora, averiguar quién era el misterioso muchacho que se había encontrado en mitad de todo esa cruzada.

Cuando le pareció que el asiático adoptaba una expresión un tanto extraña en la forma de mirar y que ésta no estaba pendiente de él, se giró para seguir la dirección de sus ojos. Fue entonces cuando comprobó que el hombre que había iniciado todo eso había entrado finalmente en el restaurante, pero no le dio tiempo a lamentarse por ello. A los pocos minutos, la cara de aquel tipo también adoptó una expresión extraña y como movido por un impulso repentino, se marchó por donde había venido en sus mismísimas narices. Si Oscar no estaba seguro ya de haber ido a parar ante un poder que escapaba a su comprensión, aquello acabó de asentarlo en una confusión excitante. Que justamente había ido a asentarse también muy cerca del cortesano.

El polaco se acomodó mejor sobre su asiento y volvió a hacer eso de enarcar las cejas, entonces debido a las incesantes preguntas del chico. ¿Su esposa? ¿Qué de todo aquello le había sugerido conclusión tan ilógica? Las palabras que murmuraba el oriental no tenían sentido aparente, parecían pertenecer más a una conversación que estuviera manteniendo consigo mismo. Por no hablar de que Oscar podía ver perfectamente cómo en él había mucho más de lo que describir a simple vista, no daba muestras de una mentalidad muy cuerda, eso para empezar. Le estaba reteniendo contra su voluntad y además se refugiaba en excusas inicialmente inocentes, y aunque la desconfianza no afloraba un ápice, la curiosidad permanecía invicta ante todo.

Huyo… –comenzó a responder, pero enseguida se rectificó con un ligero toque socarrón en su sonrisa- Huía de un cliente del burdel donde trabajo, hoy es mi día libre y mucha gente no tiene el más mínimo respeto por nuestra condición, achacándonos el mismo mecanismo de una máquina estropeada que se sigue usando de todas maneras –le contó, sin inconveniente alguno por confesar su empleo. Nunca había sentido que debiera ocultarlo, la única excepción hasta entonces era Anuar y, aun así, él no sólo tenía muy clara la naturaleza irónicamente pura de lo que hacía, sino que además odiaba que fuera necesario soltar largos discursos acerca de por qué su profesión (al menos cómo la conocía él) no era ni la mitad de indigna como la sociedad se había dedicado a propagar. Si la otra persona lo entendía, perfecto. Si no, Oscar no iba a molestarse en dar explicaciones como si debiera justificarse, sencillamente sabría a qué atenerse-. Por el momento, no me importa demasiado que me retengáis, también me habéis ayudado… -prosiguió, regresando a la forma del respeto- Pero siempre y cuando, nos saltemos el protocolo, dadas las circunstancias, y me expliquéis cómo habéis conseguido que no me mueva del sitio y además habéis echado al estúpido de antes de aquí. Es obvio que no sois una persona corriente, así que podremos agilizar el entretenimiento de esta cena empezando por el principio –sentenció con aquellas últimas palabras tan chistosas, otorgándole otra sonrisa, que no por verse tan encantadora era menos segura, y justo coincidió cuando el camarero llegó con la comida de Yuu y el agua de Oscar.

No pudo evitarlo y parte de sus tripas sonaron en ese momento al fijarse en el aspecto del plato, no de un modo especialmente audible para los demás, pero sí el suficiente para que él se avergonzara de ser tan humano, a pesar de todo, y por encima de su dignidad estuviera su hambre.

Definitivamente, aquello se volvía más extraño por momentos. No necesitaba ser un experto en el carnaval humano (a pesar de que entre su innato desengaño y el oficio al que se dedicaba, lo fuese, y demasiado) para darse cuenta de que al misterioso muchacho no había por dónde cogerlo, al menos en aquel primer encuentro que conforme más se alargaba, más deseaba que terminara. Eso pensaba por una parte, la sensata (la aburrida). Por la otra, lo mismo que le echaba hacia atrás también le incitaba a dar un paso y quedarse mirando al tal Yuu con suma atención. Oscar jamás se tildaría de alguien excesivamente curioso, pues siendo él mismo tan reservado, respetar la intimidad del resto del mundo iba implícito en su forma de comportarse en sociedad. No obstante, cuando se trataba de una persona que mereciera la pena, que resaltara en su camino hasta el instante de toparse con ella, la cosa cambiaba, y mucho ¿Acaso pertenecía el inquietante japonés a ese grupo tan exclusivo? No tenía ni idea. De hecho, lo dudaba, pero otro apartado que solía disponer de su tiempo era el relacionado con todo lo inexplicable, lo que no tuviera más razonamiento que lo sobrenatural. No quería insinuar con eso que el chiquillo fuera un vampiro o vete a saber, pero no había nada de normal en él, así que sus reacciones y su manera de actuar estaban por encima de lo natural. Ergo, Oscar no se movería de allí todavía. Obviando el hecho de que Yuu no quisiera dejarlo marchar.

El cortesano no dijo absolutamente nada ante sus extrañas palabras y además de que no les encontraba mucha coherencia con lo que estaba sucediendo entre ambos, tampoco le estaban agradando lo más mínimo. Por mucho interés que le suscitase, no le hacía ninguna gracia que después de haberse tenido que librar de un hombre que le molestara, apareciera otro con ganas de arremeter incomprensiblemente contra él. Reconocía que se había dejado caer allí por conveniencia y que acoplarse donde no tocaba podía molestar a cualquiera. Sin embargo, Oscar había transmitido ya sus disculpas y sus intenciones, y ahí era cuando Yuu le había obligado, Dios sabía cómo, a no moverse del sitio. Y a eso ya sí que no le encontraba lógica por ningún lado, a no ser que, claro, se hubiera sentado en frente de un maníaco. Un maníaco con algún extraño poder, por descontado.

Retrocedió la espalda para acomodarla contra el respaldo de su asiento cuando, en un abrir y cerrar de ojos, la situación terminó por sorprenderle todavía más con la escenita del cuchillo y de Yuu en el suelo, prácticamente pataleando. Al instante le hicieron falta unos segundos de relajación completa para asimilar lo mucho que empezaba a degenerar todo. Él ahí, con los cordones de su calzado impidiéndole caminar y el otro quejándose de algo que había provocado solito. Le dieron ganas de aprovechar ese momento para largarse y no volver a aparecerse por ahí en su vida, finalizando la jodida noche con algo de sentido común desde que había entrado en el restaurante. Aun así, fue entonces que se percató del mecanismo puramente infantil al que respondía Yuu, tal vez no fuese ni consciente del niño que estaba demostrando esconder tras su aparente sadismo.

Oscar suspiró y observando cómo la escenita atraía las miradas de casi todo el local, agarró el cuchillo de su lado de la mesa para romperse los cordones, pues habían sido atados tan fieramente que habría tenido que tardar mucho más de lo que quería en librarse de ellos, y una vez se puso en pie, no lo hizo con la intención de marcharse, sino que se acercó hacia Yuu y sin decir nada, lo levantó en brazos de una sola. Fue apartando a la gente que se les acercaba con un ‘está bien, sólo ha sido un accidente’ y seguidamente el camarero se les unió para guiarlo hacia una estancia en completa soledad. Una vez allí, Oscar depositó a Yuu sobre uno de los mullidos muebles de decoración y el camarero les avisó de que harían llamar al médico, pero el polaco insistió en que sólo era necesario que le dejaran el material para curarle él mismo, ya que una herida así no guardaba ningún misterio para alguien que había tenido que ocuparse solito o de sus compañeros de agresiones de clientes borrachos o delincuentes que, por desgracia, se había encontrado en el burdel.

Cuando le dejaron plena intimidad con Yuu y lo que había pedido, Oscar empezó a atenderle el corte y en señal de su enfado a pesar de que estuviera ayudándole y también de las muchas explicaciones que continuaba exigiendo, no abrió la boca y sencillamente se centró en su nueva tarea. Si nada provechoso sacaba de aquel suceso cuando ya hubiera terminado, no importaba cuán mágicos se presentaran los obstáculos de Yuu, se volvería de una vez por todas a su piso, que ya le estaba pareciendo un paraíso en la tierra.