AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Too Much Is Not Enough [Flashback] [Oscar Llobregat]
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Too Much Is Not Enough [Flashback] [Oscar Llobregat]
It was too little, too late,
and now too much is not enough.
I know we got it wrong.
I did too little, too late.
Someday you'll see the shades of grey.
So baby, please, don't let your love turn to hate.
and now too much is not enough.
I know we got it wrong.
I did too little, too late.
Someday you'll see the shades of grey.
So baby, please, don't let your love turn to hate.
Lo había decidido, con todo el dolor de su alma, pero lo había hecho. Incluso cuando, entre lágrimas, llenaba las pesadas maletas con todas esas cosas que le costaba asumir que eran suyas, pensó en la posibilidad de arrepentirse, de quedarse en París. Con él. Pero el peso de las responsabilidades fue mayor y terminó por inclinar la balanza por lo que pese al compromiso adquirido de verse de nuevo en unas horas que, como si fuese burla del destino, eran exactamente la mismas para las que estaba planeada la salida del ferrocarril. Todo el romanticismo de una huida durante la madrugada fue reemplazado por la sensación de que algo se había quebrado en su interior, algo que se estaba recomponiendo pero que de cierta forma había mutado. Algunos quizás le llamarían madurar de golpe, asumir la realidad y las nuevas reglas del juego.
Era algo que debía hacer. Se lo repetía una y mil veces para auto-convencerse de que hacía lo correcto. Que esa debía ser su prioridad de ahora en adelante, y que por tanto, no debía distraerse con esas tardes de quedarse contemplándolo mientras dormía o con esos amaneceres en que lo esperaba junto a su puerta, tratando de no pensar en que alguien lo tomaría esa noche, en contar cuantos o cuantas, porque en realidad, no tenía derecho a ser egoísta. ¿Iba a ser valiente y pedirle que dejara ese trabajo? ¿Le iba a contar de una vez por todas que tenía dinero suficiente como para comprar su compañía por cuanto tiempo hiciera falta? No. Ya había asumido que tendría que compartirlo, porque de lo contrario sería como arrancar una flor del jardín para acapararla, que por más agua que le pusieras se acabaría marchitando a una velocidad aterradora. El solo pensar en esa comparación le sacaba una sonrisa que formaba un surco que desviaba ligeramente las lágrimas que seguían brotando.
Se podía ser tan valiente y cobarde al mismo tiempo. Valiente para aceptar su destino y comenzar a luchar para recuperar su vida, su nombre y, de cierto modo, vengarse por lo que había pasado. Era una oportunidad que lo había cegado en cuanto fue sugerida por su eterna mecenas, a quien le contó con lujo de detalles lo que había sucedido el día en que lo perdió todo, y que sabía que también se relacionaba con el cortesano. Ya le había mencionado que no era alguien con quien debiese relacionarse, pero cuando todo en su vida había cambiado tan radicalmente, era el señor Llobregat lo único que ligaba a esa vida que llevó por una década, al Kharalian que se había forjado a punta de trabajo en las calles del mercado. De no haber sido por él, probablemente no hubiese sido capaz de aguantar la presión que comenzaba a recargar sus hombros, una aun más pesada que todas las cestas y cajas que había tenido que estibar en su vida.
Y así se lo estaba pagando. Huyendo sin siquiera despedirse, sin explicaciones ni una miserable carta, porque sabía que si lo hacía no sería capaz de irse a casa, aunque lo más probable es que acabara por enterarse de todo, ya que tal y como estaba planeado, su historia debía volverse un grito de batalla frente a la injusticia que sufrió su familia y al maltrato que tantos otros como él sufrieron a manos de una iglesia que había olvidado el significado de la piedad. No sabía si estaba siendo rencoroso por primera vez en su vida o si aquello estaba guardado en su subconsciente desde el día en su madre murió, porque tenía el claro recuerdo de las pesadillas, de las noches en que se había despertado de golpe, y en especial, aquella en que una mano ajena acarició si cabello con suavidad para que se calmara.
Podía ver el brillo de esos ojos, del mismo color que los suyos, a pesar de la completa oscuridad en que se cernía la habitación. La cama no era de lejos tan lujosa como la que preparaban en él todos los días, pero gustoso cambiaría las sábanas de seda por quedarse aquí por lo que restara de la eternidad - Fue solo un mal sueño - murmuró mientras se frotaba los ojos con la palma de la mano - Lamento haberlo despertado - se disculpó, manteniendo esa tradición de disculparse por cada pequeño error, por más que fuese algo que escapase de su control, como si hasta el día lluvioso también fuera su culpa, no obstante le diese una nueva excusa para quedarse un rato, antes de que comenzara a clarear la mañana - Oscar - musitó antes de cerrar los ojos para volver a acurrucarse en su pecho, aun adormilado y con el amargo sabor de la pesadilla aun en su boca.
El mismo que dejaría de perseguirle el día aceptó volver a Rumania. Era curioso que por fin consiguiese dormir profundamente y sin sobresaltos, a pesar de todo lo que se le venía encima, era casi como empezar de nuevo o más bien como retomar la vida que había quedado en suspensión mientras el mundo seguía girando. Esa era la misma sensación que tenía ahora que observaba como subían su equipaje a la calesa, cada maleta no solo cargaba el peso sobre la estructura de madera y hierro, sino que también sobre el delgado hilo que lo unía a París, que tarde o temprano acabaría por romperse ¿Cuándo sería eso? ¿Cuándo pisara el ferrocarril? ¿Cuándo el sonido de su silbato anunciara que ya no había vuelta atrás?
O tal vez ya había ocurrido, y eso que ahora dolía era el saberse solo en la oscuridad, donde los destellos que se colaban de vez en cuando por las cortinas de la ventanilla de su transporte no alcanzaban a formar esperanzas de nada, al contrario, eran como un sinnúmero de dagas tratando de romper la matriz en que se estaba gestando para sacarlo a un mundo cruel y despiadado.
Entonces un suspiro. ¿Acaso no dejaría de quejarse y de maldecir su fortuna? Se regañó a sí mismo, porque de nada servía llorar, no cambiaría la decepción, e incluso el odio, que bulliría en las entrañas de Oscar cuando se enterara de todo. De quien era y de que se había desvanecido. ¿Eso último lo aliviaría? Quizás el pensar que lo había engañado desde el principio, jugando al ser pobre huérfano ignorante, le diera más consuelo que ninguna posible carta de disculpas que explicara la situación. De todas formas, ya era demasiado tarde para intentarlo, porque la calesa se mecía al tiempo que descargaban las maletas, un par de golpes en la puerta le indicaban que ya casi era hora de asumir su exilio.
Era algo que debía hacer. Se lo repetía una y mil veces para auto-convencerse de que hacía lo correcto. Que esa debía ser su prioridad de ahora en adelante, y que por tanto, no debía distraerse con esas tardes de quedarse contemplándolo mientras dormía o con esos amaneceres en que lo esperaba junto a su puerta, tratando de no pensar en que alguien lo tomaría esa noche, en contar cuantos o cuantas, porque en realidad, no tenía derecho a ser egoísta. ¿Iba a ser valiente y pedirle que dejara ese trabajo? ¿Le iba a contar de una vez por todas que tenía dinero suficiente como para comprar su compañía por cuanto tiempo hiciera falta? No. Ya había asumido que tendría que compartirlo, porque de lo contrario sería como arrancar una flor del jardín para acapararla, que por más agua que le pusieras se acabaría marchitando a una velocidad aterradora. El solo pensar en esa comparación le sacaba una sonrisa que formaba un surco que desviaba ligeramente las lágrimas que seguían brotando.
Se podía ser tan valiente y cobarde al mismo tiempo. Valiente para aceptar su destino y comenzar a luchar para recuperar su vida, su nombre y, de cierto modo, vengarse por lo que había pasado. Era una oportunidad que lo había cegado en cuanto fue sugerida por su eterna mecenas, a quien le contó con lujo de detalles lo que había sucedido el día en que lo perdió todo, y que sabía que también se relacionaba con el cortesano. Ya le había mencionado que no era alguien con quien debiese relacionarse, pero cuando todo en su vida había cambiado tan radicalmente, era el señor Llobregat lo único que ligaba a esa vida que llevó por una década, al Kharalian que se había forjado a punta de trabajo en las calles del mercado. De no haber sido por él, probablemente no hubiese sido capaz de aguantar la presión que comenzaba a recargar sus hombros, una aun más pesada que todas las cestas y cajas que había tenido que estibar en su vida.
Y así se lo estaba pagando. Huyendo sin siquiera despedirse, sin explicaciones ni una miserable carta, porque sabía que si lo hacía no sería capaz de irse a casa, aunque lo más probable es que acabara por enterarse de todo, ya que tal y como estaba planeado, su historia debía volverse un grito de batalla frente a la injusticia que sufrió su familia y al maltrato que tantos otros como él sufrieron a manos de una iglesia que había olvidado el significado de la piedad. No sabía si estaba siendo rencoroso por primera vez en su vida o si aquello estaba guardado en su subconsciente desde el día en su madre murió, porque tenía el claro recuerdo de las pesadillas, de las noches en que se había despertado de golpe, y en especial, aquella en que una mano ajena acarició si cabello con suavidad para que se calmara.
Podía ver el brillo de esos ojos, del mismo color que los suyos, a pesar de la completa oscuridad en que se cernía la habitación. La cama no era de lejos tan lujosa como la que preparaban en él todos los días, pero gustoso cambiaría las sábanas de seda por quedarse aquí por lo que restara de la eternidad - Fue solo un mal sueño - murmuró mientras se frotaba los ojos con la palma de la mano - Lamento haberlo despertado - se disculpó, manteniendo esa tradición de disculparse por cada pequeño error, por más que fuese algo que escapase de su control, como si hasta el día lluvioso también fuera su culpa, no obstante le diese una nueva excusa para quedarse un rato, antes de que comenzara a clarear la mañana - Oscar - musitó antes de cerrar los ojos para volver a acurrucarse en su pecho, aun adormilado y con el amargo sabor de la pesadilla aun en su boca.
El mismo que dejaría de perseguirle el día aceptó volver a Rumania. Era curioso que por fin consiguiese dormir profundamente y sin sobresaltos, a pesar de todo lo que se le venía encima, era casi como empezar de nuevo o más bien como retomar la vida que había quedado en suspensión mientras el mundo seguía girando. Esa era la misma sensación que tenía ahora que observaba como subían su equipaje a la calesa, cada maleta no solo cargaba el peso sobre la estructura de madera y hierro, sino que también sobre el delgado hilo que lo unía a París, que tarde o temprano acabaría por romperse ¿Cuándo sería eso? ¿Cuándo pisara el ferrocarril? ¿Cuándo el sonido de su silbato anunciara que ya no había vuelta atrás?
O tal vez ya había ocurrido, y eso que ahora dolía era el saberse solo en la oscuridad, donde los destellos que se colaban de vez en cuando por las cortinas de la ventanilla de su transporte no alcanzaban a formar esperanzas de nada, al contrario, eran como un sinnúmero de dagas tratando de romper la matriz en que se estaba gestando para sacarlo a un mundo cruel y despiadado.
Entonces un suspiro. ¿Acaso no dejaría de quejarse y de maldecir su fortuna? Se regañó a sí mismo, porque de nada servía llorar, no cambiaría la decepción, e incluso el odio, que bulliría en las entrañas de Oscar cuando se enterara de todo. De quien era y de que se había desvanecido. ¿Eso último lo aliviaría? Quizás el pensar que lo había engañado desde el principio, jugando al ser pobre huérfano ignorante, le diera más consuelo que ninguna posible carta de disculpas que explicara la situación. De todas formas, ya era demasiado tarde para intentarlo, porque la calesa se mecía al tiempo que descargaban las maletas, un par de golpes en la puerta le indicaban que ya casi era hora de asumir su exilio.
Mihail Kharalian Balcêscu- Realeza Rumana
- Mensajes : 105
Fecha de inscripción : 08/10/2011
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Re: Too Much Is Not Enough [Flashback] [Oscar Llobregat]
Había pasado una larga temporada metido en eso, más larga de lo que estaba dispuesto a aceptarse. Justamente él, que arrastraba un problemático historial con los escarceos del tiempo, había perdido la cuenta de las veces que intentaba buscarle un nombre a lo que había acabado pasando con quien se había convertido en una de las personas más relevantes de su vida. Y una afirmación así ya era lo bastante reveladora para la dinámica que tenía Oscar Llobregat con el mundo y quienes lo habitaban. No se consideraba precisamente un fan y sin embargo, siempre terminaba deslumbrado o jodido por ellos. Cuán amargo iba a ser el momento de descubrir que con Kharalian le depararían ambos destinos.
No recordaba haber llorado nunca, probablemente tampoco lo haría entonces. Al menos, no por fuera, no de esa forma convencional que todo el mundo esperaba, que todo el mundo pretendía controlar en la claridad de lo preestablecido. ¿Acaso no funcionaba así? Una mueca hacia abajo con los labios significaba tristeza, un bufido denotaba frustración y, por supuesto, una hilera de lágrimas capaces de rivalizar con el diluvio universal equivalía a ese desgarro abismal que te recorría de arriba abajo cuando sufrías por la pérdida de un ser querido. Como aquella vez. Incluso si aún no había ocurrido nada… pero ocurriría, ocurriría y no habría forma de hacerlo pasar por un accidente. A decir verdad, tampoco sabía si de esa forma hubiera dolido menos. Seguramente llegaría hasta a ese punto en el que cualquier cosa distinta parecería una opción mejor cuando realmente esa opción ni siquiera existía. No había una manera buena de aceptar algo tan rematadamente… triste. En efecto, 'triste', se veía como una palabra demasiado genérica y, a pesar de todo, no podía huir de ella en una situación así.
¿Quién lo diría? La causa del eterno dilema había sido aquel cohibido muchacho que conociera una de tantas noches en el burdel, fruto de esos escasos, aunque posibles (vertiginosamente posibles, ahora que había sido víctima de sus designios), encuentros con otras almas ajenas a todo el comercio de la carne por el que se ganaba los francos día a día. Ese muchacho de Rumanía, con sus titubeos llenos de una promesa insegura, pero legítima, de una tímida curiosidad por lo desconocido, por lo más alejado de aquella encorsetada sociedad que a duras penas entendía y que irónicamente se convertiría en la primera barrera entre ambos. En su caso, por partida doble: dos hombres juntos en un siglo como ése, pero para más inri, uno de ellos dedicado a la prostitución. De la diferencia de edad no valía la pena hablar porque no era una época que prestara atención a esos aspectos (y menos cuando había otras cosas con las que ensañarse primero) y porque a decir verdad, ni él se había parado a pensarlo. Y es que la ingenuidad del joven con el que compartía color de ojos habría sido la misma a cualquier edad y eso Oscar lo tenía muy claro. Quizá fuera de lo poco claro que tenía de su relación con Kharalian. Eso y que quería seguir averiguando más cosas al respecto. Quería saber hasta dónde le conduciría todo eso.
¿Habría cambiado de opinión si le hubieran avisado de lo que acabaría sucediendo?
Había conseguido despertarle otra vez, Oscar todavía no tenía ni idea de cómo, pues si la intimidad de las pesadillas del menor de los dos se había hecho de rogar tanto como sus avances (¿sería apropiado mantenerles el apelativo de 'amistosos' ahora que a su desnudez la cubría la misma sábana?) en el terreno, la capacidad para perturbar el descanso de un cortesano poco dado a relajar sus pensamientos tampoco se permitía bajar la guardia con facilidad. Y Kharalian lo había logrado, tras su habitual disculpa por todo y el calor de su cuerpo al reposarlo apaciblemente sobre el suyo. Al final, la espera había obtenido progresos… Al polaco le bastaba con poder guardarse un poco de la confianza que sentía bajo el tacto de los dedos y la mejilla húmeda del otro hombre.
—Intenta volver a dormirte —le instó, al tiempo que le acariciaba la nuca y sus ojos se despegaban para mezclarse con la oscuridad del techo y esas virutas violáceas que su cerebro medio dormido le enviaba a la vista—. ¿Quieres contarme lo que estabas soñando? —preguntó de repente, aunque sin ningún toque abrupto en su voz grave y balsámica, mientras su mente regresaba poco a poco de las profundidades de Morfeo. Se incorporó unos centímetros para desbordar toda su mirada sobre el rostro de Kharalian, y se mantuvo en aquella posición, tras su expresión imponente y reflexiva a la vez, para después repasarle el mentón distraídamente con la uña del pulgar.
Habían quedado aquella tarde en el mismo puente de la primera noche que pasaran juntos, y no en un sentido carnal, sino literalmente hablando, aquella noche después de conocerse en el prostíbulo que luego emplearon para charlar y lanzar piedras al río, como harían desde entonces hasta aquel preciso instante. Allí estaba, esperando a su cita para otro pequeño rato de intimidad… ¿A fin de cuentas iba a tener que considerarse un puto romántico atado a los detalles más simbólicos? Porque la idea no le gustaría lo más mínimo, pero en aquella historia (y en toda historia que lo vinculara al resto de seres vivos mínimamente racionales del mundo) poco importaba lo que a Oscar le gustara. De lo contrario, no sería la figura trágica que año tras año alimentaba su existencialismo.
No recordaba haber llorado nunca, probablemente tampoco lo haría entonces. Al menos, no por fuera, no de esa forma convencional que todo el mundo esperaba, que todo el mundo pretendía controlar en la claridad de lo preestablecido. ¿Acaso no funcionaba así? Una mueca hacia abajo con los labios significaba tristeza, un bufido denotaba frustración y, por supuesto, una hilera de lágrimas capaces de rivalizar con el diluvio universal equivalía a ese desgarro abismal que te recorría de arriba abajo cuando sufrías por la pérdida de un ser querido. Como aquella vez. Incluso si aún no había ocurrido nada… pero ocurriría, ocurriría y no habría forma de hacerlo pasar por un accidente. A decir verdad, tampoco sabía si de esa forma hubiera dolido menos. Seguramente llegaría hasta a ese punto en el que cualquier cosa distinta parecería una opción mejor cuando realmente esa opción ni siquiera existía. No había una manera buena de aceptar algo tan rematadamente… triste. En efecto, 'triste', se veía como una palabra demasiado genérica y, a pesar de todo, no podía huir de ella en una situación así.
¿Quién lo diría? La causa del eterno dilema había sido aquel cohibido muchacho que conociera una de tantas noches en el burdel, fruto de esos escasos, aunque posibles (vertiginosamente posibles, ahora que había sido víctima de sus designios), encuentros con otras almas ajenas a todo el comercio de la carne por el que se ganaba los francos día a día. Ese muchacho de Rumanía, con sus titubeos llenos de una promesa insegura, pero legítima, de una tímida curiosidad por lo desconocido, por lo más alejado de aquella encorsetada sociedad que a duras penas entendía y que irónicamente se convertiría en la primera barrera entre ambos. En su caso, por partida doble: dos hombres juntos en un siglo como ése, pero para más inri, uno de ellos dedicado a la prostitución. De la diferencia de edad no valía la pena hablar porque no era una época que prestara atención a esos aspectos (y menos cuando había otras cosas con las que ensañarse primero) y porque a decir verdad, ni él se había parado a pensarlo. Y es que la ingenuidad del joven con el que compartía color de ojos habría sido la misma a cualquier edad y eso Oscar lo tenía muy claro. Quizá fuera de lo poco claro que tenía de su relación con Kharalian. Eso y que quería seguir averiguando más cosas al respecto. Quería saber hasta dónde le conduciría todo eso.
¿Habría cambiado de opinión si le hubieran avisado de lo que acabaría sucediendo?
Había conseguido despertarle otra vez, Oscar todavía no tenía ni idea de cómo, pues si la intimidad de las pesadillas del menor de los dos se había hecho de rogar tanto como sus avances (¿sería apropiado mantenerles el apelativo de 'amistosos' ahora que a su desnudez la cubría la misma sábana?) en el terreno, la capacidad para perturbar el descanso de un cortesano poco dado a relajar sus pensamientos tampoco se permitía bajar la guardia con facilidad. Y Kharalian lo había logrado, tras su habitual disculpa por todo y el calor de su cuerpo al reposarlo apaciblemente sobre el suyo. Al final, la espera había obtenido progresos… Al polaco le bastaba con poder guardarse un poco de la confianza que sentía bajo el tacto de los dedos y la mejilla húmeda del otro hombre.
—Intenta volver a dormirte —le instó, al tiempo que le acariciaba la nuca y sus ojos se despegaban para mezclarse con la oscuridad del techo y esas virutas violáceas que su cerebro medio dormido le enviaba a la vista—. ¿Quieres contarme lo que estabas soñando? —preguntó de repente, aunque sin ningún toque abrupto en su voz grave y balsámica, mientras su mente regresaba poco a poco de las profundidades de Morfeo. Se incorporó unos centímetros para desbordar toda su mirada sobre el rostro de Kharalian, y se mantuvo en aquella posición, tras su expresión imponente y reflexiva a la vez, para después repasarle el mentón distraídamente con la uña del pulgar.
Habían quedado aquella tarde en el mismo puente de la primera noche que pasaran juntos, y no en un sentido carnal, sino literalmente hablando, aquella noche después de conocerse en el prostíbulo que luego emplearon para charlar y lanzar piedras al río, como harían desde entonces hasta aquel preciso instante. Allí estaba, esperando a su cita para otro pequeño rato de intimidad… ¿A fin de cuentas iba a tener que considerarse un puto romántico atado a los detalles más simbólicos? Porque la idea no le gustaría lo más mínimo, pero en aquella historia (y en toda historia que lo vinculara al resto de seres vivos mínimamente racionales del mundo) poco importaba lo que a Oscar le gustara. De lo contrario, no sería la figura trágica que año tras año alimentaba su existencialismo.
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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Fecha de inscripción : 06/10/2011
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