AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Some Kind of Magick [+18] [Oscar Llobregat]
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Some Kind of Magick [+18] [Oscar Llobregat]
Durante la inconsciencia que suponía el dormir mientras el sol hacía estallar sus rayos contra la tierra, soñó, o al menos creyó soñar. Era nuevamente una de esas pesadillas en las que se veía atrapado en un lugar pequeño y oscuro, que al despertar le hacía sentir que el aire no le era suficiente aunque claramente no le hacía falta. Necesitaba salir, necesitaba desaparecer un tiempo como solía hacer en Kyoto los meses posteriores a su conversión, pero ahora tenía responsabilidades que no había pedido y que no podía obviar así como así. ¿Qué serían unas cuantas horas fuera? Tal vez un trago y un par de pipas de opio para recuperar la calma y la tranquilidad perdida, que aunque ya no tuviesen en mismo efecto físico en él, si lo tenían en su memoria, en la fuerza de la costumbre.
Pidió que le alistaran ropajes occidentales, no demasiado vistosos para no llamar la atención de lo necesario y lo suficientemente cómodos para explorar el lugar sin mayores dificultades, porque lo cierto era que no tenía ni la más mínima idea del lugar donde las almas decadentes iban a secar sus vicios y sus bolsillos. Aunque tal vez no fuese tan difícil, vagar por los barrios comerciales bajos y buscar el aroma de las adormideras aun verdes.
El aroma de la falsa amapola se había impregnado en sus ropas debido a las malas condiciones de ventilación del fumadero, fumó lo suficiente como para que un humano corriente muriera, y aun así no logró sentir placer alguno. ¿En qué punto se había vuelto un masoquista? ¿En qué punto había comenzado a buscar el dolor para sentirse vivo? Ya no importaba. El asunto era que todo vicio sobrexplotado comenzaba a perder su sabor, a dejar de ser estimulante. A excepción de uno.
Así fue como acabó en la barra del burdel, con una botella de vodka una mano y el vaso en la otra, mientras insistía en rechazar la agradable compañía que le ofrecían las mujeres que tenían ahí su oficio. Hasta que una que sobresaltaba por su molesta figura y que dijo no aceptar un “No” de su parte, trató de darle una bofetada cuando Eiji le comentó que no todo vino se ponía mejor con los años, sino que algunos acaban siendo vinagre. Alcanzó a tomar su muñeca en el aire con suficiente fuerza para dejarle un púrpura recordatorio en su sudada piel, al tiempo que la mujer le escupía que para clientes como él estaba un tal Oscar.
De ahí el pequeño brillo de curiosidad le llevó a poner un par de monedas sobre la mesa para que le contara más acerca de ese sujeto del que cuyos clientes y compañeras contaban maravillas. Pero no aceptaría tal talento hasta que pudiese probarlo por si mismo, pero si resultaba lo contrario no dudaría ni un segundo en convertirlo en su cena en pago de sus expectativas pisoteadas. La mujerzuela le señaló a dos sujetos que comenzaban a subir las escaleras, y pudo identificar de inmediato los roles de cada uno, así que no sería difícil arrebatarle la diversión al obeso ebrio que trastabillaba en las escaleras.
Consiguió llegar a ellos cuando el cliente tuvo que apoyarse en el marco de la puerta que daba al cuarto para mantener el equilibrio, por lo que le echó una mano tirándolo de la camisa hacia atrás, hasta que quedase más o menos frente a él para decirle que se largara.
- Puedes jugar con él luego – dijo antes de que el sujeto le propinara un empujón que no pudo moverlo ni un milímetro de su sitio, el cual devolvió dejándolo tirado en la madera del piso – Es suficiente para pedir otras dos u otros dos, lo que quieras – dijo de forma despectiva mientras le lanzaba las monedas suficientes a la cara – Ahora lárgate – ordenó mientras entraba a la habitación ya ocupada por el cortesano – Cambio de planes, esta noche me servirás a mi – le informó mientras tiraba su abrigo sobre un modesto diván que adornaba la habitación. Acto seguido se relamió rápidamente los labios, ansioso de ver la reacción del sujeto y secretamente esperando no ser defraudado esta noche.
Pidió que le alistaran ropajes occidentales, no demasiado vistosos para no llamar la atención de lo necesario y lo suficientemente cómodos para explorar el lugar sin mayores dificultades, porque lo cierto era que no tenía ni la más mínima idea del lugar donde las almas decadentes iban a secar sus vicios y sus bolsillos. Aunque tal vez no fuese tan difícil, vagar por los barrios comerciales bajos y buscar el aroma de las adormideras aun verdes.
Do you feel it like a thousand times?
Do you feel it like a rainbow's shine?
Do you feel it, do you feel it?
Some kind of magick
Do you feel it like a rainbow's shine?
Do you feel it, do you feel it?
Some kind of magick
El aroma de la falsa amapola se había impregnado en sus ropas debido a las malas condiciones de ventilación del fumadero, fumó lo suficiente como para que un humano corriente muriera, y aun así no logró sentir placer alguno. ¿En qué punto se había vuelto un masoquista? ¿En qué punto había comenzado a buscar el dolor para sentirse vivo? Ya no importaba. El asunto era que todo vicio sobrexplotado comenzaba a perder su sabor, a dejar de ser estimulante. A excepción de uno.
Another thousand rainbows shine
Another thousand shine
Another thousand shine
Así fue como acabó en la barra del burdel, con una botella de vodka una mano y el vaso en la otra, mientras insistía en rechazar la agradable compañía que le ofrecían las mujeres que tenían ahí su oficio. Hasta que una que sobresaltaba por su molesta figura y que dijo no aceptar un “No” de su parte, trató de darle una bofetada cuando Eiji le comentó que no todo vino se ponía mejor con los años, sino que algunos acaban siendo vinagre. Alcanzó a tomar su muñeca en el aire con suficiente fuerza para dejarle un púrpura recordatorio en su sudada piel, al tiempo que la mujer le escupía que para clientes como él estaba un tal Oscar.
De ahí el pequeño brillo de curiosidad le llevó a poner un par de monedas sobre la mesa para que le contara más acerca de ese sujeto del que cuyos clientes y compañeras contaban maravillas. Pero no aceptaría tal talento hasta que pudiese probarlo por si mismo, pero si resultaba lo contrario no dudaría ni un segundo en convertirlo en su cena en pago de sus expectativas pisoteadas. La mujerzuela le señaló a dos sujetos que comenzaban a subir las escaleras, y pudo identificar de inmediato los roles de cada uno, así que no sería difícil arrebatarle la diversión al obeso ebrio que trastabillaba en las escaleras.
Consiguió llegar a ellos cuando el cliente tuvo que apoyarse en el marco de la puerta que daba al cuarto para mantener el equilibrio, por lo que le echó una mano tirándolo de la camisa hacia atrás, hasta que quedase más o menos frente a él para decirle que se largara.
- Puedes jugar con él luego – dijo antes de que el sujeto le propinara un empujón que no pudo moverlo ni un milímetro de su sitio, el cual devolvió dejándolo tirado en la madera del piso – Es suficiente para pedir otras dos u otros dos, lo que quieras – dijo de forma despectiva mientras le lanzaba las monedas suficientes a la cara – Ahora lárgate – ordenó mientras entraba a la habitación ya ocupada por el cortesano – Cambio de planes, esta noche me servirás a mi – le informó mientras tiraba su abrigo sobre un modesto diván que adornaba la habitación. Acto seguido se relamió rápidamente los labios, ansioso de ver la reacción del sujeto y secretamente esperando no ser defraudado esta noche.
Eiji Asakura- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/12/2011
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Re: Some Kind of Magick [+18] [Oscar Llobregat]
'Otra noche aguantando borrachos', había pensado nada más comprobar la silueta deprimente que lo pretendía aquella noche. Un colgajo de músculos fofos y una sucesión de eructos que hablaban por él. Consiguió distinguir algún halago que llevaba de por medio la palabra 'pene' y suspiró con desidia al notar su mano sobre el hombro, al tiempo que un par de compañeras intercambiaban alguna que otra risita de diversión que él les devolvió con un bufido y una ceja enarcada.
Sois muy elocuente -respondió con sorna, hablándole en la forma respetuosa, aunque por el aspecto del sujeto, dudara que su alcurnia fuese demasiado elevada como para hacerle justicia o, en definitiva, ser adecuada convencionalmente.
Oscar guió al cliente hacia su habitación, con la esperanza de que en algún momento, su equilibrio necesitara trastabillar contra el suelo y se librara durante unos segundos de su peste a alcantarillado. Era consciente de que iba a tener que lidiar con el peso de su olor lo que durase el desafortunado encuentro, pero a esas alturas había aprendido que nunca estaba de más aprovechar cualquier oportunidad, por nimia que fuera. Así pues, agradeció sobremanera cuando el tipo finalmente decidió apoyarse en el marco de su puerta y el cortesano no acababa de recoger aire tras el escueto regalo del destino cuando éste pareció querer depararle algo más.
'Puedes jugar con él luego.'
Oh. Nunca esperó ver una escena semejante, al menos no debido a que un par de tipejos estuvieran interesados en rifarse sus servicios. Por favor, ni que fuera la estrella del burdel... ¿Alguien les habría convencido de lo contrario o es que sencillamente había ganas de pelea? Podría llegar a entenderlo de parte del apestoso primer plato, pero el que daba la impresión de estar apunto de convertirse en su nuevo cliente... Bueno, obviando esos desgarbos de arrogancia infecta y necesidad de arrastrar humillaciones a su paso que acababa de demostrar a Oscar en menos de un minuto, no era la clase de personas que necesitaran comprar compañía, precisamente... Quizá sólo acudiría a mezclar carne y dinero para embestir con su sonrisa bífida y sus aires de prepotencia (si había algo de lo que pudiera presumir sin parecer todavía más un egocéntrico pretencioso, por el momento, era de eso) a todo aquel que se le pusiera por delante.
El polaco continuó observándole con más detenimiento cuando la 'puja' quedó finalizada tras el forzado aposentamiento del muchacho oriental en su habitáculo. Oscar permaneció pegado a la puerta recién cerrada y siguió deslizando la vista a través del físico de su demandante, con mejor facilidad para verse complacido cuando se retiró el abrigo con tanta desfachatez.
'Lo que faltaba, y encima está bueno.'
Por una parte, Oscar agradecía haber tenido que librarse de un saco de huesos con mal aliento que al día siguiente sólo recordaría el dolor de sus testículos, pero (y aunque fuera mil millones de veces más apetecible)... tras haber presenciado aquella escena tan degradante, no estaba seguro de si, en realidad, lo prefería antes que a ese... ¿chico? (su mirada transmitía un aura mayor de la que aseguraba su apariencia). Alguien con tan poco decoro no empezaba a ser atractivo a la mente, aunque tuviera la parte del cuerpo suplida.
¿Algo de beber? -le preguntó sin moverse, contemplándole con una tranquilidad que hasta resultaba descarada. Aunque, por descontado, supiera que él sí que era de clase alta, le salió igualar los mundos en el tuteo. Quizá porque con ello, inconscientemente le daba a entender que parte de las normas las controlaba él- Si te apetece, bajaré a la taberna. No tengo alcohol en la habitación, acaba por ser un estimulante algo vejatorio.
Sin apartar la estaca de sus ojos del otro hombre, caminó lentamente hasta cruzarse en su camino y rozar suavemente costado con costado, antes de aproximarse a la enorme ventana que había cerca y abrirla de golpe, no de un modo brusco, pero sí contundente.
Más natural -fue su única aclaración, y seguidamente volteó de nuevo hacia él y empezó a aflojarse el cuello de la camisa, dejando ver parte de su colmillo izquierdo mientras lo hacía.
Sois muy elocuente -respondió con sorna, hablándole en la forma respetuosa, aunque por el aspecto del sujeto, dudara que su alcurnia fuese demasiado elevada como para hacerle justicia o, en definitiva, ser adecuada convencionalmente.
Oscar guió al cliente hacia su habitación, con la esperanza de que en algún momento, su equilibrio necesitara trastabillar contra el suelo y se librara durante unos segundos de su peste a alcantarillado. Era consciente de que iba a tener que lidiar con el peso de su olor lo que durase el desafortunado encuentro, pero a esas alturas había aprendido que nunca estaba de más aprovechar cualquier oportunidad, por nimia que fuera. Así pues, agradeció sobremanera cuando el tipo finalmente decidió apoyarse en el marco de su puerta y el cortesano no acababa de recoger aire tras el escueto regalo del destino cuando éste pareció querer depararle algo más.
'Puedes jugar con él luego.'
Oh. Nunca esperó ver una escena semejante, al menos no debido a que un par de tipejos estuvieran interesados en rifarse sus servicios. Por favor, ni que fuera la estrella del burdel... ¿Alguien les habría convencido de lo contrario o es que sencillamente había ganas de pelea? Podría llegar a entenderlo de parte del apestoso primer plato, pero el que daba la impresión de estar apunto de convertirse en su nuevo cliente... Bueno, obviando esos desgarbos de arrogancia infecta y necesidad de arrastrar humillaciones a su paso que acababa de demostrar a Oscar en menos de un minuto, no era la clase de personas que necesitaran comprar compañía, precisamente... Quizá sólo acudiría a mezclar carne y dinero para embestir con su sonrisa bífida y sus aires de prepotencia (si había algo de lo que pudiera presumir sin parecer todavía más un egocéntrico pretencioso, por el momento, era de eso) a todo aquel que se le pusiera por delante.
El polaco continuó observándole con más detenimiento cuando la 'puja' quedó finalizada tras el forzado aposentamiento del muchacho oriental en su habitáculo. Oscar permaneció pegado a la puerta recién cerrada y siguió deslizando la vista a través del físico de su demandante, con mejor facilidad para verse complacido cuando se retiró el abrigo con tanta desfachatez.
'Lo que faltaba, y encima está bueno.'
Por una parte, Oscar agradecía haber tenido que librarse de un saco de huesos con mal aliento que al día siguiente sólo recordaría el dolor de sus testículos, pero (y aunque fuera mil millones de veces más apetecible)... tras haber presenciado aquella escena tan degradante, no estaba seguro de si, en realidad, lo prefería antes que a ese... ¿chico? (su mirada transmitía un aura mayor de la que aseguraba su apariencia). Alguien con tan poco decoro no empezaba a ser atractivo a la mente, aunque tuviera la parte del cuerpo suplida.
¿Algo de beber? -le preguntó sin moverse, contemplándole con una tranquilidad que hasta resultaba descarada. Aunque, por descontado, supiera que él sí que era de clase alta, le salió igualar los mundos en el tuteo. Quizá porque con ello, inconscientemente le daba a entender que parte de las normas las controlaba él- Si te apetece, bajaré a la taberna. No tengo alcohol en la habitación, acaba por ser un estimulante algo vejatorio.
Sin apartar la estaca de sus ojos del otro hombre, caminó lentamente hasta cruzarse en su camino y rozar suavemente costado con costado, antes de aproximarse a la enorme ventana que había cerca y abrirla de golpe, no de un modo brusco, pero sí contundente.
Más natural -fue su única aclaración, y seguidamente volteó de nuevo hacia él y empezó a aflojarse el cuello de la camisa, dejando ver parte de su colmillo izquierdo mientras lo hacía.
- Spoiler:
- NECESITABA contestar al tema JAJAJAJAJAJJA. Estoy todavía estudiando, me había dado un descansito, que tengo el examen en 6 horas, AAAAAAAAAAAAAAAAAH.
Última edición por Oscar Llobregat el Vie Ago 17, 2012 12:50 pm, editado 1 vez
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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Re: Some Kind of Magick [+18] [Oscar Llobregat]
Sintió una pequeña cosquilla en el músculo de la mejilla derecha, pero no lo suficientemente intensa como para hacerle esbozar una sonrisa, y es que aquel descaro con que era observado por el cortesano le hacía pensar que tal vez resultase ser más arisco de lo presupuestado. Aunque tal vez no fuese del todo malo ¿Hace cuanto que no había sentido la satisfacción de enfrentar a alguien que estuviese a su nivel? Solo suspiró, más que nada por no reír frente al comentario que se coló de la mente ajena, y es que fisgoneaba porque la reacción que se esperaba de él al ver el cambio de cliente fue más fría y calmada de lo que le hubiese gustado.
Se preguntó por unos instantes si el sujeto podría tener idea de su condición, del peligro que podría correr, incluso por un segundo pensó en advertirle, pero recordó el motivo por el que estaba en ese preciso lugar y aquello no importaba en absoluto. No necesitaba hacerle saber nada más que debía complacerle por un rato para sacarle del tedioso aburrimiento que amenazaba con comenzar a hacerlo sentir miserable.
A pesar de la pregunta y el posterior comentario, se quedó estático en el lugar, capturando las notas de su voz e intentado encontrar el menor signo de sarcasmo o falta de respeto. Y es que de cierto modo se esperaba que le hiciera enfadar de un modo u otro ¿Era una especie de presentimiento? No, más bien era memoria residual. Memoria de una lección enseñada tiempo atrás cuando aun podía sentir los rayos de sol calentando su piel. La batalla no la gana quien es más fuerte, sino quien es más inteligente en usar esa fuerza a su favor. Así que al final no todo se subsumía a la carne, sino también a la estrategia.
Hizo una leve mueca de asco cuando pasó a su lado, rozándolo casi imperceptiblemente, pero que afortunadamente consiguió quitar de su rostro cuando se volteó al sentir la brisa que se colaba por la ventana, la que acabó siendo contraproducente porque le trajo de nuevo aquel aroma ajeno a ambos que le había provocado asco segundos atrás.
- Haz lo que quieras – dijo como respuesta a todo lo anterior. Nunca había sido una persona demasiado comunicativa, pero este sujeto instintivamente le sacaba palabras que pensaba pero que casi siempre no se molestaba en sacar, y eso era casi un halago – Si se te hace más llevadera la faena con alcohol en la sangre, puedes ir, no tengo prisa – informó mientras deslizaba la mirada por aquella línea descubierta de su cuello, tentándose ligeramente.
Posó la vista en otro punto de la habitación mientras con la mano se peinaba hacia atrás, despejando un poco sus ojos del cabello que ya comenzaba a sentir algo largo, y volvió a suspirar, hasta que decidió dejarse caer pesadamente sobre el diván que hacía las veces de percha para su abrigo.
- Pero antes que nada quiero que te des un baño – dijo sacando un cigarrillo de uno de los bolsillos de su abrigo y una pequeña caja de cerillos – Apestas al sudor y el alcohol del obeso que tenías antes por cliente o quizás de quien más – comentó con un poco de desprecio en la voz, mientras encendía el cigarrillo y sostenía el cerillo boca abajo esperando que se consumiera toda la madera hasta sentir… hasta creer sentir un pequeño ardor en la yema de sus dedos.
Y es que le molestaba de sobremanera, no solo por lo desagradable que se volvían ciertos aromas humanos a sus agudos sentidos, sino que más por el hecho de saber que su presa de la noche había sido tocada por alguien más. Además ¿Qué tanto iba a tardar en ese pequeño capricho? Él tenía bastante tiempo como para perder en una nimiedad como esa. Dio una profunda calada al cigarrillo, cerrando los ojos y disfrutando cada instante que retuvo aquel intoxicante humo en sus pulmones, hasta que exhaló abriendo los ojos para observar la pequeña nube disolverse en el aire, esperando que el cortesano moviese la siguiente pieza del tablero.
Se preguntó por unos instantes si el sujeto podría tener idea de su condición, del peligro que podría correr, incluso por un segundo pensó en advertirle, pero recordó el motivo por el que estaba en ese preciso lugar y aquello no importaba en absoluto. No necesitaba hacerle saber nada más que debía complacerle por un rato para sacarle del tedioso aburrimiento que amenazaba con comenzar a hacerlo sentir miserable.
A pesar de la pregunta y el posterior comentario, se quedó estático en el lugar, capturando las notas de su voz e intentado encontrar el menor signo de sarcasmo o falta de respeto. Y es que de cierto modo se esperaba que le hiciera enfadar de un modo u otro ¿Era una especie de presentimiento? No, más bien era memoria residual. Memoria de una lección enseñada tiempo atrás cuando aun podía sentir los rayos de sol calentando su piel. La batalla no la gana quien es más fuerte, sino quien es más inteligente en usar esa fuerza a su favor. Así que al final no todo se subsumía a la carne, sino también a la estrategia.
Hizo una leve mueca de asco cuando pasó a su lado, rozándolo casi imperceptiblemente, pero que afortunadamente consiguió quitar de su rostro cuando se volteó al sentir la brisa que se colaba por la ventana, la que acabó siendo contraproducente porque le trajo de nuevo aquel aroma ajeno a ambos que le había provocado asco segundos atrás.
- Haz lo que quieras – dijo como respuesta a todo lo anterior. Nunca había sido una persona demasiado comunicativa, pero este sujeto instintivamente le sacaba palabras que pensaba pero que casi siempre no se molestaba en sacar, y eso era casi un halago – Si se te hace más llevadera la faena con alcohol en la sangre, puedes ir, no tengo prisa – informó mientras deslizaba la mirada por aquella línea descubierta de su cuello, tentándose ligeramente.
Posó la vista en otro punto de la habitación mientras con la mano se peinaba hacia atrás, despejando un poco sus ojos del cabello que ya comenzaba a sentir algo largo, y volvió a suspirar, hasta que decidió dejarse caer pesadamente sobre el diván que hacía las veces de percha para su abrigo.
- Pero antes que nada quiero que te des un baño – dijo sacando un cigarrillo de uno de los bolsillos de su abrigo y una pequeña caja de cerillos – Apestas al sudor y el alcohol del obeso que tenías antes por cliente o quizás de quien más – comentó con un poco de desprecio en la voz, mientras encendía el cigarrillo y sostenía el cerillo boca abajo esperando que se consumiera toda la madera hasta sentir… hasta creer sentir un pequeño ardor en la yema de sus dedos.
Y es que le molestaba de sobremanera, no solo por lo desagradable que se volvían ciertos aromas humanos a sus agudos sentidos, sino que más por el hecho de saber que su presa de la noche había sido tocada por alguien más. Además ¿Qué tanto iba a tardar en ese pequeño capricho? Él tenía bastante tiempo como para perder en una nimiedad como esa. Dio una profunda calada al cigarrillo, cerrando los ojos y disfrutando cada instante que retuvo aquel intoxicante humo en sus pulmones, hasta que exhaló abriendo los ojos para observar la pequeña nube disolverse en el aire, esperando que el cortesano moviese la siguiente pieza del tablero.
Eiji Asakura- Vampiro Clase Alta
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Re: Some Kind of Magick [+18] [Oscar Llobregat]
El muchacho occidental no cerró los ojos cuando su piel se entregó con todos los poros abiertos a la tersa ventisca que inundó la estancia, empezando por el alfeizar de la ventana y pasando después por los bordes de su silueta a espaldas de la oscuridad con la que volvía a obsequiarle la noche. Ah, la noche… su cliente más habitual desde que la madame decidió que sus atributos físicos bastaban para arrastrar el calor corporal del dinero a su depósito. Oscar continuaba hierático en su última posición al tiempo que divagaba inconscientemente, sí… y, sin embargo, la exquisitez del frescor era tal que el mordisquearse los labios por dentro acompasó la acción de expresar un bienestar que, como primera instancia, nada tenía que ver con el ávido comportamiento del hombre que tenía frente a él.
Nada de alcohol, entonces –sentenció ese primer tema, pasando a analizar el disgusto en el rostro del primer (y todavía no sabía que único) contratante de aquel día ennegrecido.
Fue bastante por su parte no haberse decidido a elucubrar una frase más, con el tono de voz adecuado para expresar la incongruencia que el oriental acababa de hacer con esa respuesta. Oscar mismo había afirmado que era un estimulante ‘vejatorio’ y el hecho de no disponer de bebida en sus aposentos ya debería dejarle bien claro que no ‘se le hacía más llevadera la faena con alcohol en la sangre’. Los borrachos eran el producto más triste que se arrimaba a babear sobre su puerta, por no hablar de que restregarse contra ejemplos como el que acababa de ser despachado instantes atrás le hacían ganarse una medalla por el mérito y un estómago inmune a los vómitos. Claro que tampoco podría esperar que alguien que le había pretendido de forma tan despreciable se parase a prestar atención al contenido de sus palabras. Además, en su profesionalmente rápido análisis al sujeto con el que dialogaba, no únicamente había podido deleitarse con su evidente atractivo, también estaba sacando en claro que le convenía andarse con algo de prudencia, al menos para iniciar aquel maldito encuentro.
Aun así, Oscar arqueó una ceja (gesto que más que gesto, ya era manía de su organismo) cuando escuchó la orden de darse un baño y aprovechó que dejaba todavía más despejado su cuello para que tras su mano, sus pies dieran también los primeros movimientos que retumbaron en la habitación, extrañamente expectante a los acontecimientos. No sabía qué harían el resto de sus compañeros, pero él se aseaba siempre que acababa un trabajo, incluso cuando las personas de su clase social no siempre podían darse el beneficio de la higiene. No iba a tomárselo como una ofensa, pero aquel tipo disponía de una curiosa facilidad para que algo que, por la utilización estricta de sus palabras no tendría que sonar literalmente atacante… acabara embistiéndose como una bocanada de insultos.
‘O quizás de quien más…’
El polaco chistó y continuó caminando, entonces definiendo su ruta hacia la puerta que daba al pequeño aseo reservado para él en sus aposentos.
Curioso que alguien que fuma tabaco tenga manías respecto a los olores –comentó y esa vez sí que dejó fluir algo de su sarcasmo habitual, tirando por tierra la represión de hacía unos instantes. Tras mencionar aquello, se acordó de la caja de cerillas y seguidamente posó su mirada en ella, mientras curvaba todavía más la sorna de su sonrisa. Ni muerto de fetiches se la iba a pedir, puede que a cualquier otro cliente, pero jamás a él. Al menos no esa primera vez (si es que iba a haber más de una… preferiría no aventurarse en esa idea por ahora). Quizá era sólo que tenía el resquemor del coleccionista atorado en su interior, aunque de cualquier modo, no cesó su escueta caminata-. Como prefieras –concedió. No le dio tiempo a que dijera nada y sin haber llegado todavía a su destino, empezó a retirarse toda la camisa, descubriendo así las líneas perfectas de su espalda desnuda y su columna atlética antes de que la prenda cayera al suelo y dejara de mirar al asiático con el arrebato atrayente de sus pupilas para adentrarse en el baño.
No se molestó en cerrar la puerta y permitió que se quedara entreabierta, lo suficiente para que el otro pudiera llegar a divisarle sin que Oscar tuviera que verlo a él. No sabía si aquello formaba parte del juego de seducción o no, decidió entregarlo más bien a los estímulos naturales de ambos y al ambiente de famélica tensión que se respiraba desde el primer vistazo. Lo cierto es que él tampoco soportaba los restos de hedor que pudiera haberle dejado el hombre del principio, y nunca estaba de más desconectar un poco entre los chapaleos estimulantes del agua.
Llenó la bañera con el barreño que alguno de los criados había dispuesto ya y terminó de quitarse el resto de la ropa a la vez que un charco de impoluta disponibilidad ocupaba todo el espacio de la pila. Pisoteó el agua sin apenas inmutarse, gélida como la que debía de ocupar el río Sena. Oscar continuaba siendo de clase media y, aparte, le gustaba muchísimo más bañarse con agua fría, pues los ajetreos de su vida precisaban de una circulación cuanto más idónea, mejor. Apoyó una mano sobre las baldosas de la pared que tenía en frente y sin ni siquiera encorvar la espalda, volvió a hacerse con otro barreño, esa vez para derramárselo sobre la cabeza y ser paulatinamente envuelto por las gotas perladas que embellecían la desnudez de su figura.
Nada de alcohol, entonces –sentenció ese primer tema, pasando a analizar el disgusto en el rostro del primer (y todavía no sabía que único) contratante de aquel día ennegrecido.
Fue bastante por su parte no haberse decidido a elucubrar una frase más, con el tono de voz adecuado para expresar la incongruencia que el oriental acababa de hacer con esa respuesta. Oscar mismo había afirmado que era un estimulante ‘vejatorio’ y el hecho de no disponer de bebida en sus aposentos ya debería dejarle bien claro que no ‘se le hacía más llevadera la faena con alcohol en la sangre’. Los borrachos eran el producto más triste que se arrimaba a babear sobre su puerta, por no hablar de que restregarse contra ejemplos como el que acababa de ser despachado instantes atrás le hacían ganarse una medalla por el mérito y un estómago inmune a los vómitos. Claro que tampoco podría esperar que alguien que le había pretendido de forma tan despreciable se parase a prestar atención al contenido de sus palabras. Además, en su profesionalmente rápido análisis al sujeto con el que dialogaba, no únicamente había podido deleitarse con su evidente atractivo, también estaba sacando en claro que le convenía andarse con algo de prudencia, al menos para iniciar aquel maldito encuentro.
Aun así, Oscar arqueó una ceja (gesto que más que gesto, ya era manía de su organismo) cuando escuchó la orden de darse un baño y aprovechó que dejaba todavía más despejado su cuello para que tras su mano, sus pies dieran también los primeros movimientos que retumbaron en la habitación, extrañamente expectante a los acontecimientos. No sabía qué harían el resto de sus compañeros, pero él se aseaba siempre que acababa un trabajo, incluso cuando las personas de su clase social no siempre podían darse el beneficio de la higiene. No iba a tomárselo como una ofensa, pero aquel tipo disponía de una curiosa facilidad para que algo que, por la utilización estricta de sus palabras no tendría que sonar literalmente atacante… acabara embistiéndose como una bocanada de insultos.
‘O quizás de quien más…’
El polaco chistó y continuó caminando, entonces definiendo su ruta hacia la puerta que daba al pequeño aseo reservado para él en sus aposentos.
Curioso que alguien que fuma tabaco tenga manías respecto a los olores –comentó y esa vez sí que dejó fluir algo de su sarcasmo habitual, tirando por tierra la represión de hacía unos instantes. Tras mencionar aquello, se acordó de la caja de cerillas y seguidamente posó su mirada en ella, mientras curvaba todavía más la sorna de su sonrisa. Ni muerto de fetiches se la iba a pedir, puede que a cualquier otro cliente, pero jamás a él. Al menos no esa primera vez (si es que iba a haber más de una… preferiría no aventurarse en esa idea por ahora). Quizá era sólo que tenía el resquemor del coleccionista atorado en su interior, aunque de cualquier modo, no cesó su escueta caminata-. Como prefieras –concedió. No le dio tiempo a que dijera nada y sin haber llegado todavía a su destino, empezó a retirarse toda la camisa, descubriendo así las líneas perfectas de su espalda desnuda y su columna atlética antes de que la prenda cayera al suelo y dejara de mirar al asiático con el arrebato atrayente de sus pupilas para adentrarse en el baño.
No se molestó en cerrar la puerta y permitió que se quedara entreabierta, lo suficiente para que el otro pudiera llegar a divisarle sin que Oscar tuviera que verlo a él. No sabía si aquello formaba parte del juego de seducción o no, decidió entregarlo más bien a los estímulos naturales de ambos y al ambiente de famélica tensión que se respiraba desde el primer vistazo. Lo cierto es que él tampoco soportaba los restos de hedor que pudiera haberle dejado el hombre del principio, y nunca estaba de más desconectar un poco entre los chapaleos estimulantes del agua.
Llenó la bañera con el barreño que alguno de los criados había dispuesto ya y terminó de quitarse el resto de la ropa a la vez que un charco de impoluta disponibilidad ocupaba todo el espacio de la pila. Pisoteó el agua sin apenas inmutarse, gélida como la que debía de ocupar el río Sena. Oscar continuaba siendo de clase media y, aparte, le gustaba muchísimo más bañarse con agua fría, pues los ajetreos de su vida precisaban de una circulación cuanto más idónea, mejor. Apoyó una mano sobre las baldosas de la pared que tenía en frente y sin ni siquiera encorvar la espalda, volvió a hacerse con otro barreño, esa vez para derramárselo sobre la cabeza y ser paulatinamente envuelto por las gotas perladas que embellecían la desnudez de su figura.
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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Re: Some Kind of Magick [+18] [Oscar Llobregat]
El cigarrillo volvió a ocupar aquel pequeño espacio entre sus labios de forma fugaz, aunque no por ello lo suficientemente breve como para evitar que un segundo hálito de humo llenara su boca, eso al tiempo que la del cortesano dejaba escapar más palabras irrespetuosas, pero no lo suficiente como conseguir la más mínima reacción de él. Por lo que continuó con aquel rictus de indiferencia, que en estos momentos no era del todo mera apariencia. No le importaba en absoluto aquel comentario que cargaba una desdeñosa opinión, sobretodo porque a causa del desconocimiento de quien era, de su raza, no tenía derecho a alguno de formular hipótesis como aquella. Él estaba aquí, al menos por lo que durara, para complacerlo y nada más, si hubiese buscado compañía del tipo intelectual no hubiese encaminado sus pasos a un burdel de mala muerte como en el que ahora planeaba pasar la madrugada.
Observó sin ninguna emoción como cada uno de sus movimientos hacía y deshacía pliegues en aquella camisa que acabó por ir a encontrar su lugar en el suelo de la habitación ¿Esperaba seducirlo con algo tan vago? Simplemente negó de forma casi imperceptible con la cabeza a pesar de que el sujeto estaba bastante bien formado y de que Eiji no tenía ningún gusto en particular por ningún tipo de contextura que no fuera la suya propia.
Prefirió dedicarle toda su atención a las cenizas de que a poco iban consumiendo el cigarrillo, tanto así que ignoró por completo el caminar del cortesano hasta el baño. Le dio otra calada. Esta vez más profunda y más intensa que las dos anteriores, generando aun más de aquellos vestigios que amenazaban con caer sobre su pantalón, por lo que optó por dejarlos caer sin ninguna delicadeza sobre el piso del lugar. Pensando por instantes en todas las características que aquel pedazo de tabaco y papel inanimado compartía con el hombre que acababa de dejar la habitación. Ambos iban consumiéndose con el paso del tiempo para volverse no más que cenizas irreconocibles, olvidables, y probablemente sin pena ni gloria. Carne y alma perecederas, no como las suyas, inmortales y atemporales, aunque no por designio propio.
No sabía precisamente por qué ahora se ponía a pensar en tamañas tonterías, tal vez era signo de que comenzaba a aburrirse, y no era buena señal, porque aunque el sujeto que respondía al nombre de Oscar no lo supiera, defraudar las expectativas de Kuro-Eiji podía ser tan peligroso como hacerlo enfadar.
Apagó el cigarrillo sobre la caja de cerillos, y luego juntos, los pulverizó en una de sus manos, haciéndolos crujir hasta lograr una pequeña bola que hábilmente lanzó sobre la mesita que se ubicaba al lado del sofá. Entonces ya con nada con que jugar entre manos, volvió sus pensamientos a la búsqueda de algo que hacer mientras esperaba que el cortesano acabase de darse un baño. ¿Cuánto podría tardar? Pensó al tiempo que gruñía y se decidía por explorar la habitación en busca de algo interesante con que entretenerse.
Fue entonces que vio la puerta del cuarto de baño entreabierta, y no pudo más que sonreír internamente. Por poco y suelta una carcajada ante aquello. Lo suficientemente abierta como para verlo a él, pero no lo suficiente como para ser visto. ¿Qué creía? ¿Qué clase de imagen tenía de él en los pocos minutos que lo conocía? Si quería verlo no tenía la necesidad de espiarlo, y así lo hizo. Se acercó firmemente hacia la puerta y la abrió completamente, apoyándose en la pared con los brazos cruzados, para observarlo descaradamente y sin inmutarse ante el hecho de que fuera a verlo.
En sí ya era gracioso aquel detalle de la puerta entreabierta, pero Eiji no iba a rebajarse a espiar de forma tan poco elegante, si quería observarlo lo iba a hacer de forma abierta, pero aun así acabó por reprimir todo retazo de risa para seguir mirándolo con seriedad.
- ¿No tenías agua caliente? – dijo quebrando aquel silencio – No me hubiese importado esperar un poco más, no me gustan los cuerpos fríos – agregó tratando de no sonar caprichoso ni en doble sentido. Se había acostado con otros como él, pero seguía prefiriendo los cálidos brazos de las criaturas humanas, era la sensualidad de aquel contraste y del placer inferior al de la sangre, como si no fuera más que una víbora rastrera, ávida del calor que no podía generar por si misma – Y por cierto, no es una manía respecto a los olores, porque hasta gente como tú debe saber que hay muchos que son desagradables, como sudor del obeso que llevabas encima – agregó finalmente antes de salir del cuarto de baño, sin siquiera darle tiempo a contestar, de la misma forma en que lo había hecho él momentos atrás.
Suspiró silenciosamente y desabotonó las mangas de su camisa para arremangarlas hasta la mitad de su antebrazo antes de dirigirse a la ventana, sentándose en el borde de la misma. Era cierto que no tenía prisa, y que tenía todo el tiempo del mundo, pero su paciencia era una entidad diferente que no soportaba el aburrimiento tan bien como él, más cuando había pasado las últimas semanas agobiado por las cuatro paredes de su hogar.
Por primera vez en toda la noche, y tal vez en mucho tiempo, se estaba cuestionando la idoneidad de la decisión que había tomado. ¿No habría sido mejor quedarse en casa? ¿Solo? ¿O tal vez ir a buscar algo de alimento? Sentía un pequeño dejo de nostalgia de los tiempos en que era un muchacho sano y correcto. Aunque fuese una lástima que el sentimiento no fuese lo suficiente como para detenerlo esta vez. Tal vez el beber del cortesano y tirar su cuerpo por algún callejón podría contentarlo… solo tal vez.
Observó sin ninguna emoción como cada uno de sus movimientos hacía y deshacía pliegues en aquella camisa que acabó por ir a encontrar su lugar en el suelo de la habitación ¿Esperaba seducirlo con algo tan vago? Simplemente negó de forma casi imperceptible con la cabeza a pesar de que el sujeto estaba bastante bien formado y de que Eiji no tenía ningún gusto en particular por ningún tipo de contextura que no fuera la suya propia.
Prefirió dedicarle toda su atención a las cenizas de que a poco iban consumiendo el cigarrillo, tanto así que ignoró por completo el caminar del cortesano hasta el baño. Le dio otra calada. Esta vez más profunda y más intensa que las dos anteriores, generando aun más de aquellos vestigios que amenazaban con caer sobre su pantalón, por lo que optó por dejarlos caer sin ninguna delicadeza sobre el piso del lugar. Pensando por instantes en todas las características que aquel pedazo de tabaco y papel inanimado compartía con el hombre que acababa de dejar la habitación. Ambos iban consumiéndose con el paso del tiempo para volverse no más que cenizas irreconocibles, olvidables, y probablemente sin pena ni gloria. Carne y alma perecederas, no como las suyas, inmortales y atemporales, aunque no por designio propio.
No sabía precisamente por qué ahora se ponía a pensar en tamañas tonterías, tal vez era signo de que comenzaba a aburrirse, y no era buena señal, porque aunque el sujeto que respondía al nombre de Oscar no lo supiera, defraudar las expectativas de Kuro-Eiji podía ser tan peligroso como hacerlo enfadar.
Apagó el cigarrillo sobre la caja de cerillos, y luego juntos, los pulverizó en una de sus manos, haciéndolos crujir hasta lograr una pequeña bola que hábilmente lanzó sobre la mesita que se ubicaba al lado del sofá. Entonces ya con nada con que jugar entre manos, volvió sus pensamientos a la búsqueda de algo que hacer mientras esperaba que el cortesano acabase de darse un baño. ¿Cuánto podría tardar? Pensó al tiempo que gruñía y se decidía por explorar la habitación en busca de algo interesante con que entretenerse.
Fue entonces que vio la puerta del cuarto de baño entreabierta, y no pudo más que sonreír internamente. Por poco y suelta una carcajada ante aquello. Lo suficientemente abierta como para verlo a él, pero no lo suficiente como para ser visto. ¿Qué creía? ¿Qué clase de imagen tenía de él en los pocos minutos que lo conocía? Si quería verlo no tenía la necesidad de espiarlo, y así lo hizo. Se acercó firmemente hacia la puerta y la abrió completamente, apoyándose en la pared con los brazos cruzados, para observarlo descaradamente y sin inmutarse ante el hecho de que fuera a verlo.
En sí ya era gracioso aquel detalle de la puerta entreabierta, pero Eiji no iba a rebajarse a espiar de forma tan poco elegante, si quería observarlo lo iba a hacer de forma abierta, pero aun así acabó por reprimir todo retazo de risa para seguir mirándolo con seriedad.
- ¿No tenías agua caliente? – dijo quebrando aquel silencio – No me hubiese importado esperar un poco más, no me gustan los cuerpos fríos – agregó tratando de no sonar caprichoso ni en doble sentido. Se había acostado con otros como él, pero seguía prefiriendo los cálidos brazos de las criaturas humanas, era la sensualidad de aquel contraste y del placer inferior al de la sangre, como si no fuera más que una víbora rastrera, ávida del calor que no podía generar por si misma – Y por cierto, no es una manía respecto a los olores, porque hasta gente como tú debe saber que hay muchos que son desagradables, como sudor del obeso que llevabas encima – agregó finalmente antes de salir del cuarto de baño, sin siquiera darle tiempo a contestar, de la misma forma en que lo había hecho él momentos atrás.
Suspiró silenciosamente y desabotonó las mangas de su camisa para arremangarlas hasta la mitad de su antebrazo antes de dirigirse a la ventana, sentándose en el borde de la misma. Era cierto que no tenía prisa, y que tenía todo el tiempo del mundo, pero su paciencia era una entidad diferente que no soportaba el aburrimiento tan bien como él, más cuando había pasado las últimas semanas agobiado por las cuatro paredes de su hogar.
Por primera vez en toda la noche, y tal vez en mucho tiempo, se estaba cuestionando la idoneidad de la decisión que había tomado. ¿No habría sido mejor quedarse en casa? ¿Solo? ¿O tal vez ir a buscar algo de alimento? Sentía un pequeño dejo de nostalgia de los tiempos en que era un muchacho sano y correcto. Aunque fuese una lástima que el sentimiento no fuese lo suficiente como para detenerlo esta vez. Tal vez el beber del cortesano y tirar su cuerpo por algún callejón podría contentarlo… solo tal vez.
Eiji Asakura- Vampiro Clase Alta
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Re: Some Kind of Magick [+18] [Oscar Llobregat]
Le hacía mucha gracia… a Oscar desde luego que le hacía mucha gracia la manera de pensar de aquel extraño sujeto. Y le haría todavía más gracia, si pudiera acceder plenamente a sus pensamientos de manera literal y ver que su interior decía las mismas barbaridades que su exterior, al menos de momento. Por descontado que nada borraría lo que el otro pudiera albergar respecto al mundo en general y respecto al cortesano en particular, tampoco era ésa la intención de Oscar, lo que el otro creyera o dejara de creer le valía bien poco, si a cambio sólo recibía esa indiferencia (para él, algo mucho peor que el desprecio). Pero también significaba que por culpa de ese ego descomunal, aquel hombre oriental se estaba perdiendo el diamante en bruto que tenía delante de sus morros.
Pues así era, Oscar no se trataba de una persona corriente ni tampoco el modo de ostentar su cargo en el burdel. Y eso, para bien o para mal, le daba una perspectiva diferente y muuuucho más perceptiva a la hora de tratar a los seres que acudían a por sus servicios, ya fueran clientes de naturaleza humana o sobrenatural, ya estuvieran allí por motivos puramente físicos o más cercanos al consuelo. Para Oscar no resultaba la primera vez que alguien pretendía tratarlo como a un pellejo sin alma, achacándole el mismo mecanismo que el de una máquina estropeada que se sigue usando de todas maneras. Bien, el polaco no era nada de eso, ni de lejos, ni siquiera para empezar a hacer un mísero boceto de su persona. No tenía nada que ver con que su compañía fuera intelectual o carnal. El dicho ‘el cliente siempre tiene la razón’ no funcionaba con él, era un cortesano, no un saco de carne y huesos sobre el que cualquiera se pudiera desahogar a cambio de unas monedas. Incluso por chupar miembros y fornicar contra sábanas de raso, se merecía un respeto. Allí nadie era más digno por su posición, porque Oscar vendía su cuerpo, sí, pero aquel japonés lo compraba.
También era muy irónico que pareciera estar tan a la defensiva, midiendo cada pequeño gesto que Oscar desprendía e interpretándolo como artimaña para seducirlo. Ja. El polaco no se regía por vías tan superfluas, si había algo de su lenguaje corporal que resultara arrebatador, sólo podía culparse a la propia naturalidad que lo había convertido en hombre cuando todavía no medía ni dos palmos del suelo. Oscar no era tan buen cortesano únicamente por sus atributos externos y aquello no daba la impresión de entrar en los parámetros de aquel otro chico, pobre de su limitada percepción. Para iniciar ese nuevo trabajo, Oscar no albergaba demasiadas pretensiones más allá de estudiar a su cliente y no dejarse pisotear al mismo tiempo. O mejor dicho: aumentar el número de razones a la vista para que el asiático se diera cuenta de que no podía pisotearlo, como si le ayudara a resolver un crucigrama cuya solución estaba delante de sus narices, claro que no la vería, si se negaba a resolverlo (en el caso del japonés, si continuaba comportándose como un cretino integral).
Tras la brusca irrupción de dicho cliente en el baño, éste no se inmutó a la hora de contemplarlo en su descaro, bien, pero tampoco consiguió algo distinto en Oscar. Ni tan sólo le miró directamente a la cara al oír que la puerta se abría del todo, si no que estuvo unos segundos enjuagándose la piel como si nada antes de decidirse a girar el cuello y prestarle atención también con la mirada.
Descuida, si tuviera un cuerpo al que le costara entrar en calor, no me dedicaría a esto –respondió tranquilamente y se lamió los labios con la punta de la lengua distraídamente y así de paso engulló también la frescura de las gotas. Obviamente no se dedicaba a eso por aquella característica tan… sugerente, ya le gustaría a aquel tipo que fuera así de simple, pero no iba a ponerse a explicarle sus principios, no necesitaba justificarse. Primero, porque Oscar no dejaba ver parte de sí mismo tan fácilmente y segundo, porque no tenía ganas de escuchar más quejas de aquel con el que iba a gastar la noche. Al final, más que un amante venido de Japón, parecería una vieja menopáusica-. Y a eso me refiero, precisamente –replicó nada más volvió a escuchar el inciso al sudor del hombre de antes-. El olor del tabaco tampoco es inicialmente agradable, podría entrar sin ningún problema en esa misma categoría que tanto te asquea, pues sólo unos pocos saben apreciarlo y no tienen por qué recaer en la objetividad.
Y sí, por supuesto que Oscar era uno de esos pocos. Esperaba que eso quedara claro, por lo menos.
No pasaron muchos más minutos hasta que salió finalmente del agua, se secó y volvió a vestirse en el baño para, acto seguido, regresar a la estancia. Aquella vez había elegido unos ropajes de material algo más costoso y, por tanto, elegante (en lo que a filosofía estúpida de moda se refería), aunque no dejaban de ser bastante formales, pues su clase social continuaba alcanzando únicamente los ingresos medios. No estaba en sus intenciones ni intereses aparentar un estatus que no le correspondía, pero sí daba a entender que le preocupaba cómo desenvolverse a partir de entonces con ese cliente que, sin duda alguna, se presentaba como un reto. Pues Oscar no tenía problema en reconocer que el asiático era interesante, eso lo haría menos interesante a él y su criterio y no; Oscar sería el ente más interesante que se propondría encontrar en muchos prostíbulos. Si el otro hombre no sabía valorarlo, tampoco sabía valorarse a sí mismo ni a lo que decidía entregar momentáneamente su pene. Por mucho que lo que deseara no fuera una charla sobre física cuántica. Lo cortés nunca quitaba lo valiente.
Caminó sin ninguna prisa cerca de él, para que en aquel nuevo y casual roce de pieles pudiera notar que no había mentido, la suya estaba igual de cálida que si no hubiera tocado el agua. Prosiguió su camino y se sentó suavemente sobre la cama, sin dejar de mirar a su objetivo a los ojos y tastar con la mirada ese resquicio casi eléctrico que mantenía la atracción unida entre ellos, por mucho que saltaran sapos y culebras cuando ambos abrían la boca. No se removía una mezcla igual de asquerosa al otro lado de la libido.
¿Qué va a ser entonces, señor… –comentó con sorna y esperó a cerrar el interrogante para que el otro rellenara el vacío con el nombre que deseaba recibir.
Pues así era, Oscar no se trataba de una persona corriente ni tampoco el modo de ostentar su cargo en el burdel. Y eso, para bien o para mal, le daba una perspectiva diferente y muuuucho más perceptiva a la hora de tratar a los seres que acudían a por sus servicios, ya fueran clientes de naturaleza humana o sobrenatural, ya estuvieran allí por motivos puramente físicos o más cercanos al consuelo. Para Oscar no resultaba la primera vez que alguien pretendía tratarlo como a un pellejo sin alma, achacándole el mismo mecanismo que el de una máquina estropeada que se sigue usando de todas maneras. Bien, el polaco no era nada de eso, ni de lejos, ni siquiera para empezar a hacer un mísero boceto de su persona. No tenía nada que ver con que su compañía fuera intelectual o carnal. El dicho ‘el cliente siempre tiene la razón’ no funcionaba con él, era un cortesano, no un saco de carne y huesos sobre el que cualquiera se pudiera desahogar a cambio de unas monedas. Incluso por chupar miembros y fornicar contra sábanas de raso, se merecía un respeto. Allí nadie era más digno por su posición, porque Oscar vendía su cuerpo, sí, pero aquel japonés lo compraba.
También era muy irónico que pareciera estar tan a la defensiva, midiendo cada pequeño gesto que Oscar desprendía e interpretándolo como artimaña para seducirlo. Ja. El polaco no se regía por vías tan superfluas, si había algo de su lenguaje corporal que resultara arrebatador, sólo podía culparse a la propia naturalidad que lo había convertido en hombre cuando todavía no medía ni dos palmos del suelo. Oscar no era tan buen cortesano únicamente por sus atributos externos y aquello no daba la impresión de entrar en los parámetros de aquel otro chico, pobre de su limitada percepción. Para iniciar ese nuevo trabajo, Oscar no albergaba demasiadas pretensiones más allá de estudiar a su cliente y no dejarse pisotear al mismo tiempo. O mejor dicho: aumentar el número de razones a la vista para que el asiático se diera cuenta de que no podía pisotearlo, como si le ayudara a resolver un crucigrama cuya solución estaba delante de sus narices, claro que no la vería, si se negaba a resolverlo (en el caso del japonés, si continuaba comportándose como un cretino integral).
Tras la brusca irrupción de dicho cliente en el baño, éste no se inmutó a la hora de contemplarlo en su descaro, bien, pero tampoco consiguió algo distinto en Oscar. Ni tan sólo le miró directamente a la cara al oír que la puerta se abría del todo, si no que estuvo unos segundos enjuagándose la piel como si nada antes de decidirse a girar el cuello y prestarle atención también con la mirada.
Descuida, si tuviera un cuerpo al que le costara entrar en calor, no me dedicaría a esto –respondió tranquilamente y se lamió los labios con la punta de la lengua distraídamente y así de paso engulló también la frescura de las gotas. Obviamente no se dedicaba a eso por aquella característica tan… sugerente, ya le gustaría a aquel tipo que fuera así de simple, pero no iba a ponerse a explicarle sus principios, no necesitaba justificarse. Primero, porque Oscar no dejaba ver parte de sí mismo tan fácilmente y segundo, porque no tenía ganas de escuchar más quejas de aquel con el que iba a gastar la noche. Al final, más que un amante venido de Japón, parecería una vieja menopáusica-. Y a eso me refiero, precisamente –replicó nada más volvió a escuchar el inciso al sudor del hombre de antes-. El olor del tabaco tampoco es inicialmente agradable, podría entrar sin ningún problema en esa misma categoría que tanto te asquea, pues sólo unos pocos saben apreciarlo y no tienen por qué recaer en la objetividad.
Y sí, por supuesto que Oscar era uno de esos pocos. Esperaba que eso quedara claro, por lo menos.
No pasaron muchos más minutos hasta que salió finalmente del agua, se secó y volvió a vestirse en el baño para, acto seguido, regresar a la estancia. Aquella vez había elegido unos ropajes de material algo más costoso y, por tanto, elegante (en lo que a filosofía estúpida de moda se refería), aunque no dejaban de ser bastante formales, pues su clase social continuaba alcanzando únicamente los ingresos medios. No estaba en sus intenciones ni intereses aparentar un estatus que no le correspondía, pero sí daba a entender que le preocupaba cómo desenvolverse a partir de entonces con ese cliente que, sin duda alguna, se presentaba como un reto. Pues Oscar no tenía problema en reconocer que el asiático era interesante, eso lo haría menos interesante a él y su criterio y no; Oscar sería el ente más interesante que se propondría encontrar en muchos prostíbulos. Si el otro hombre no sabía valorarlo, tampoco sabía valorarse a sí mismo ni a lo que decidía entregar momentáneamente su pene. Por mucho que lo que deseara no fuera una charla sobre física cuántica. Lo cortés nunca quitaba lo valiente.
Caminó sin ninguna prisa cerca de él, para que en aquel nuevo y casual roce de pieles pudiera notar que no había mentido, la suya estaba igual de cálida que si no hubiera tocado el agua. Prosiguió su camino y se sentó suavemente sobre la cama, sin dejar de mirar a su objetivo a los ojos y tastar con la mirada ese resquicio casi eléctrico que mantenía la atracción unida entre ellos, por mucho que saltaran sapos y culebras cuando ambos abrían la boca. No se removía una mezcla igual de asquerosa al otro lado de la libido.
¿Qué va a ser entonces, señor… –comentó con sorna y esperó a cerrar el interrogante para que el otro rellenara el vacío con el nombre que deseaba recibir.
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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Re: Some Kind of Magick [+18] [Oscar Llobregat]
No sabía por qué había abierto la boca para justificarse con aquella masa de sangre caliente, si le gustaba o no el aroma a tabaco era asunto suyo y toda esa objetividad que mencionaba bien podría irse al carajo, porque lo único que le importaba era la subjetividad del veneno que saliera de su propia lengua. Pero el hecho de haber entrado a decírselo le molestaba. ¿Acaso había algo que no le molestara? No es que fuese por todos lados supurando odio y amargura, porque ambas prefería tragárselas solo, quizás ante la incapacidad que tenía de poder conectar con los sentimientos de otro, tampoco tenía un puente por el que hacer pasar los suyos. Y ya no era necesario, creía, porque bien podría estar embistiendo y mordiendo, pero lo único en lo que habría contacto sería en la carne, ya que su mente era una cosa aparte.
En la ventana, siendo acariciado por la suave brisa, soltó un suspiro que se parecía más a un bufido de un animal aburrido pero paciente, que ingenuamente esperaba algo que lo sacara de ese estado, solo que no a punta de otro par de encubiertas peleas, que era lo único que parecía suceder cada vez que alguno de los dos abría la boca. Y ese no era obviamente el mejor ambiente para la faena. Quizás porque era también un animal que me movía por los extremos, aunque uno de ellos, el de su oculta dulzura estuviese cerrado al público. Probablemente lo que el animal esperaba era que el cortesano lo hiciera enfadar, sí, eso sería divertido, porque aun en ese odio que podría llevarle a desgarrar esa cálida piel y a violentar cada fibra de su ser, estaría envuelto en el éxtasis que cada vez le era más difícil conseguir.
Mientras esperaba al sujeto, y como si de una seguidilla de reacciones físicas que involucraban aire saliendo se sus labios, no pudo resistir un enorme bostezo que hizo que por inercia llevara una mano para cubrir su boca, incluyendo los afilados colmillos. No sabía si se debía a algo parecido al cansancio, pero decidió quedarse así un momento, con los ojos cerrados y el dedo índice entre los labios cerrados.
Ese instante de tranquilidad duró lo mismo que un suspiro, tal vez un poco más, porque de nada tomó consciencia de los pasos ajenos que inundaban la habitación, cuando ya era demasiado tarde, porque cuando abrió los ojos el sujeto ya caminaba hacia la cama, y solo entonces, cuando se preguntó si el sujeto lo habría visto bostezar, se dio cuenta de que aún no quitaba la mano de su rostro.
Se sintió ligeramente estúpido, pero tampoco se inmutó demasiado, y solo le limitó a recorrer su labio inferior con la uña de su dedo índice, prácticamente arañándose con ello, y disfrutando aquel suave ardor mientras le sostenía la mirada al cortesano, como si de una competencia se tratara, dónde el que desviara primero habría sido el seducido. Pero esta vez la cosa terminó en un empate hasta que el hombre le habló.
Alzó una ceja y ahora sí no pudo contener la risa, una fresca y simple risa algo impropia de él. Pero de solo caer en el fondo de la pregunta, bien podría haberle hecho estallar en carcajadas hasta tener que sostenerse el abdomen, eso de haber estado solo o quizás con su hermano menor.
¿Qué cosa podrían hacer un cortesano y él en un cuarto de burdel? ¿Hablar de teología? ¿De alguna novela? No, quizás filosofía. Solo armar aquel dialogo en su cabeza le hizo reír un poco más fuerte, eso hasta que recordó que no estaba solo. Entonces se despegó de la ventana y se quedó mirándolo con unos ojos entrecerrados que a la vez le azotaban la cara con un “¿En serio preguntas algo así?”.
- Ya no estoy seguro – dijo rompiendo su mutismo, y sin dejar de mirar al cortesano – Pareces excelente comediante también, así que bien podría llamar a alguien más a quien tirarme mientras haces alguna especie de monólogo, para ver qué tan bien te las arreglas cuando nadie dice algo que puedas rebatir tan insolentemente – terminó, como si hablase todo lo que no había dicho antes, como desahogarse, y de la nada tomó el mentón del cortesano y lo presionó con fuerza, inmovilizándolo y obligándolo a que le sostuviera la mirada.
No estaba enfadado, no, en absoluto, de hecho estos últimos instantes se había estado divirtiendo bastante, quizás todo lo que no había hecho desde que cruzó las primeras palabras con Oscar de golpe, pero sabía que aquello no sería el clímax del encuentro, así que debía irse con calma para no acabar con el juguete antes de descubrir todas sus gracias.
- No estas mal – dijo mientras caía en cuenta de los escasos destellos verdes de sus ojos – Pero tu lengua… deberías controlarla un poco más, aunque claro, también podría ser ese el encanto que te tiene bien posicionado en este lugar – agregó con una leve y quizás perturbadora sonrisa – Solo ten en cuenta que la belleza y las personas son frágiles, así que sé rebelde pero ten cuidado – dijo no como amenaza, sino más bien como un encubierto consejo para cuando tratara con él, al menos por lo que durara el tiempo que podría comprar esta noche.
¿Cuáles eran las probabilidades de que volviese a verlo? O más bien ¿Cómo se ganaría el cortesano el derecho de salir vivo de esta habitación? Por qué sí, Eiji se había alimentado antes de venir, pero jamás se saciaba, y aún más, alimentarse no era el único motivo para acabar con alguien. Por lo que al final, todo se reducía a la satisfacción que obtuviese.
Aprovechó el agarre que sostenía el mentón ajeno para acercarlo, porque claro, él no iba a rebajarse a acercar su rostro esta vez, y le propinó una certeza pero no fuerte mordida en el labio inferior antes de separarse y soltar el agarre, deslizando aquella mano por su cuello hasta depositarla en su pecho, ejerciendo una suave presión.
- Yo ya he hablado demasiado – “más que con otros como tú”, omitió – Así que… ¿Qué sugieres para empezar? – dijo secamente, tratando de sentir la reacción que emanase de sus latidos luego darle aquella atención a su labio inferior.
En la ventana, siendo acariciado por la suave brisa, soltó un suspiro que se parecía más a un bufido de un animal aburrido pero paciente, que ingenuamente esperaba algo que lo sacara de ese estado, solo que no a punta de otro par de encubiertas peleas, que era lo único que parecía suceder cada vez que alguno de los dos abría la boca. Y ese no era obviamente el mejor ambiente para la faena. Quizás porque era también un animal que me movía por los extremos, aunque uno de ellos, el de su oculta dulzura estuviese cerrado al público. Probablemente lo que el animal esperaba era que el cortesano lo hiciera enfadar, sí, eso sería divertido, porque aun en ese odio que podría llevarle a desgarrar esa cálida piel y a violentar cada fibra de su ser, estaría envuelto en el éxtasis que cada vez le era más difícil conseguir.
Mientras esperaba al sujeto, y como si de una seguidilla de reacciones físicas que involucraban aire saliendo se sus labios, no pudo resistir un enorme bostezo que hizo que por inercia llevara una mano para cubrir su boca, incluyendo los afilados colmillos. No sabía si se debía a algo parecido al cansancio, pero decidió quedarse así un momento, con los ojos cerrados y el dedo índice entre los labios cerrados.
Ese instante de tranquilidad duró lo mismo que un suspiro, tal vez un poco más, porque de nada tomó consciencia de los pasos ajenos que inundaban la habitación, cuando ya era demasiado tarde, porque cuando abrió los ojos el sujeto ya caminaba hacia la cama, y solo entonces, cuando se preguntó si el sujeto lo habría visto bostezar, se dio cuenta de que aún no quitaba la mano de su rostro.
Se sintió ligeramente estúpido, pero tampoco se inmutó demasiado, y solo le limitó a recorrer su labio inferior con la uña de su dedo índice, prácticamente arañándose con ello, y disfrutando aquel suave ardor mientras le sostenía la mirada al cortesano, como si de una competencia se tratara, dónde el que desviara primero habría sido el seducido. Pero esta vez la cosa terminó en un empate hasta que el hombre le habló.
Alzó una ceja y ahora sí no pudo contener la risa, una fresca y simple risa algo impropia de él. Pero de solo caer en el fondo de la pregunta, bien podría haberle hecho estallar en carcajadas hasta tener que sostenerse el abdomen, eso de haber estado solo o quizás con su hermano menor.
¿Qué cosa podrían hacer un cortesano y él en un cuarto de burdel? ¿Hablar de teología? ¿De alguna novela? No, quizás filosofía. Solo armar aquel dialogo en su cabeza le hizo reír un poco más fuerte, eso hasta que recordó que no estaba solo. Entonces se despegó de la ventana y se quedó mirándolo con unos ojos entrecerrados que a la vez le azotaban la cara con un “¿En serio preguntas algo así?”.
- Ya no estoy seguro – dijo rompiendo su mutismo, y sin dejar de mirar al cortesano – Pareces excelente comediante también, así que bien podría llamar a alguien más a quien tirarme mientras haces alguna especie de monólogo, para ver qué tan bien te las arreglas cuando nadie dice algo que puedas rebatir tan insolentemente – terminó, como si hablase todo lo que no había dicho antes, como desahogarse, y de la nada tomó el mentón del cortesano y lo presionó con fuerza, inmovilizándolo y obligándolo a que le sostuviera la mirada.
No estaba enfadado, no, en absoluto, de hecho estos últimos instantes se había estado divirtiendo bastante, quizás todo lo que no había hecho desde que cruzó las primeras palabras con Oscar de golpe, pero sabía que aquello no sería el clímax del encuentro, así que debía irse con calma para no acabar con el juguete antes de descubrir todas sus gracias.
- No estas mal – dijo mientras caía en cuenta de los escasos destellos verdes de sus ojos – Pero tu lengua… deberías controlarla un poco más, aunque claro, también podría ser ese el encanto que te tiene bien posicionado en este lugar – agregó con una leve y quizás perturbadora sonrisa – Solo ten en cuenta que la belleza y las personas son frágiles, así que sé rebelde pero ten cuidado – dijo no como amenaza, sino más bien como un encubierto consejo para cuando tratara con él, al menos por lo que durara el tiempo que podría comprar esta noche.
¿Cuáles eran las probabilidades de que volviese a verlo? O más bien ¿Cómo se ganaría el cortesano el derecho de salir vivo de esta habitación? Por qué sí, Eiji se había alimentado antes de venir, pero jamás se saciaba, y aún más, alimentarse no era el único motivo para acabar con alguien. Por lo que al final, todo se reducía a la satisfacción que obtuviese.
Aprovechó el agarre que sostenía el mentón ajeno para acercarlo, porque claro, él no iba a rebajarse a acercar su rostro esta vez, y le propinó una certeza pero no fuerte mordida en el labio inferior antes de separarse y soltar el agarre, deslizando aquella mano por su cuello hasta depositarla en su pecho, ejerciendo una suave presión.
- Yo ya he hablado demasiado – “más que con otros como tú”, omitió – Así que… ¿Qué sugieres para empezar? – dijo secamente, tratando de sentir la reacción que emanase de sus latidos luego darle aquella atención a su labio inferior.
Eiji Asakura- Vampiro Clase Alta
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Re: Some Kind of Magick [+18] [Oscar Llobregat]
El recorrido que marcaba la sangre dentro de Oscar pareció dar un vuelco inesperado en aquel momento, seguro que porque la presencia del cliente se hacía cada vez más insoportable en varios sentidos. Por ejemplo, en su inesperada intromisión aquella noche, cómo sin quererlo ni beberlo el cortesano había terminado devanándose los sesos y aguantando las formas más de la cuenta por una persona de visión atípica respecto al sexo. Y la educación, en general.
Mientras se refrescaba en la ducha había recordado que algunas de sus compañeras llegaron a comentar algo sobre aquel asiático y su habitual presencia en el burdel, pero no conseguía ubicar el nombre y podía ser, incluso, que ni siquiera se lo hubieran mencionado, pues la filosofía de muchos de los cortesanos no hacía distinciones entre los consumidores que atendían. Todos eran iguales a sus ojos. El hombre no le había respondido a la pregunta, al menos no a la parte que implicaba una presentación mínimamente formal, aquello que más le interesaba al polaco y el motivo principal de haber abierto la boca entonces. Desde luego que aquel majadero le cebaba de razones para, o callarse directamente por desidia y falta de esperanzas en una velada decente, o hablarle como si de un mocoso que no entendía nada se tratara. Porque alguna especie de desprecio gratuito y ciego parecía ir pendido de sus miradas y sus gestos, completamente empeñado en tachar de insuficiente y soporífero todo su entorno.
Aquello a Oscar le cargaba, sí, porque como tan sabiamente se decía, no había más ciego que el que no quería ver, y por descontado que su cliente no quería ver. Así, pocas cosas estaban en manos de él o de cualquiera para solucionarlo… Sus manos podrían provocarle caricias en diversas zonas del cuerpo, por el contrario, y centrar su máximo control en arrancarle orgasmos desde la entrepierna hasta la garganta, claro, pero en el poco tiempo que llevaba con aquel cretino, Oscar se había propuesto llegar a mucho más que una mera satisfacción carnal. Porque, a pesar de todo, el otro no se presentaba como alguien corriente y alguien que no era corriente debía tener unas metas más ambiciosas que mojar su pene y luego marcharse. Al menos, eso le gustaba pensar a Oscar, ergo, por eso mismo había estado comportándose así, retándole a que se diera cuenta de que con ese cortesano que había elegido por los motivos que fuesen, podía dejar de fingir y aspirar a más. No obstante, se estaba agotando de no conseguir más que un complejo de sacacorchos y si el oriental se trataba de una persona interesante, pero obsesionada con no demostrarlo, el más joven lo dejaría tranquilo en su voluntaria mediocridad. A fin de cuentas, ahí no importaba lo que Oscar opinara, su trabajo consistía en contentar sexualmente a quien pagase por ello y si veía que no podía volver el trabajo un placer lejos de la mundanidad, debía ceñirse al caso. Sin más.
De nuevo, no pudo evitar enarcar una ceja cuando al hombre le hizo tanta gracia su 'pregunta' y tuvo que hacer grandes esfuerzos por no poner los ojos en blanco y bufar. El cliente seguía sin querer entender nada, estaba visto, porque en lugar de dejarse embargar por una evidente retórica que solía acompañar la sugerencia de ese tipo de situaciones (a las que estaba acostumbrado después de tanta consumición allí, ¿de verdad no conocía el lenguaje verbal de la seducción a esas alturas?) volvía a optar por menospreciarle, además de por seguir criticándole que hablara tanto. A Oscar, alguien que, de no merecerle la pena, apenas abría la boca.
Ciego. Ciego a más no poder (a mas no querer).
Cuando se habla, se corre el riesgo de que alguien responda –replicó, ya sin ninguna apetencia en el tono de voz que, a pesar de todo, continuaba firme, imbatible-. Gajes de las relaciones interpersonales.
Enmudeció durante unos minutos al notar los dedos del otro apresándole la barbilla y 'obligándolo' a un intenso cruce de miradas. No habría necesitado aquella marca de autoridad para asegurarse de eso, pero tampoco se resistió ni movió un solo músculo tras verse sometido a sus primeros designios, físicamente hablando. A partir de entonces, se resignó a utilizar las palabras justas, por lo menos hasta nuevo aviso de su orgullo. Por muy aburridos que considerase sus deseos, le daría lo que quería. Tampoco poseía otra opción.
Si estuviera tan bien posicionado, sería rico y ya no tendría que volver a trabajar. No aquí –le espetó, porque ya era el colmo, que le inventaran una fama de debajo de las piedras cuando, a veces, para no pasar frío por las noches necesitaba echar sus propios muebles a la chimenea. ¿De dónde sacaba eso? Habría ido a hablar justo con la más graciosa de sus compañeras, o tal vez fuera conocido sin saberlo como un cortesano entregado, al tener una política a la hora de escoger a sus clientes fuera de lo común para el resto. Pero ya. Era absurdo considerarle como una entidad en todo aquello-. Tomaré nota –concluyó, tras escuchar su 'amigable' recomendación y aguzó un poco los ojos con algo de desconfianza, mas sin perder esa embestida de magnetismo con la que podría someter hasta a un dictador.
Le sorprendió notar su lengua tan pronto, eso se lo concedía. De repente, el calor que habían estado reteniendo al otro lado de esas bocas que tanto hablaban y que tan ruidosas le parecían al nipón se vertieron jugosamente en los cortos segundos que sintió sus dientes abrirse paso. Luego, cedió a la presión de su mano en su pecho para terminar recostando la espalda en el colchón y desde ahí miró fijamente al cabrón que se resistía a dar su nombre, cediendo poco a poco a que aquel encuentro se pareciera más a lo que era.
Sugiero que empieces por ponerte cómodo –dijo, antes de agarrarle del cuello de la camisa, no con una fuerza que pudiera apreciarse agresiva, y le invitó a colocarse justo encima de él, como suponía que debía de ser su preferencia en la cama (no había que sacarse tres carreras para adivinar eso)-. Aunque fuera una muy innovadora, a las representaciones cómicas se suele acudir vestido, ¿verdad? –continuó, hablando a escasos milímetros de sus labios y vertió los dedos sobre sus hombros para retirarle la primera prenda lentamente- Podemos ir rompiendo con la norma.
Mientras se refrescaba en la ducha había recordado que algunas de sus compañeras llegaron a comentar algo sobre aquel asiático y su habitual presencia en el burdel, pero no conseguía ubicar el nombre y podía ser, incluso, que ni siquiera se lo hubieran mencionado, pues la filosofía de muchos de los cortesanos no hacía distinciones entre los consumidores que atendían. Todos eran iguales a sus ojos. El hombre no le había respondido a la pregunta, al menos no a la parte que implicaba una presentación mínimamente formal, aquello que más le interesaba al polaco y el motivo principal de haber abierto la boca entonces. Desde luego que aquel majadero le cebaba de razones para, o callarse directamente por desidia y falta de esperanzas en una velada decente, o hablarle como si de un mocoso que no entendía nada se tratara. Porque alguna especie de desprecio gratuito y ciego parecía ir pendido de sus miradas y sus gestos, completamente empeñado en tachar de insuficiente y soporífero todo su entorno.
Aquello a Oscar le cargaba, sí, porque como tan sabiamente se decía, no había más ciego que el que no quería ver, y por descontado que su cliente no quería ver. Así, pocas cosas estaban en manos de él o de cualquiera para solucionarlo… Sus manos podrían provocarle caricias en diversas zonas del cuerpo, por el contrario, y centrar su máximo control en arrancarle orgasmos desde la entrepierna hasta la garganta, claro, pero en el poco tiempo que llevaba con aquel cretino, Oscar se había propuesto llegar a mucho más que una mera satisfacción carnal. Porque, a pesar de todo, el otro no se presentaba como alguien corriente y alguien que no era corriente debía tener unas metas más ambiciosas que mojar su pene y luego marcharse. Al menos, eso le gustaba pensar a Oscar, ergo, por eso mismo había estado comportándose así, retándole a que se diera cuenta de que con ese cortesano que había elegido por los motivos que fuesen, podía dejar de fingir y aspirar a más. No obstante, se estaba agotando de no conseguir más que un complejo de sacacorchos y si el oriental se trataba de una persona interesante, pero obsesionada con no demostrarlo, el más joven lo dejaría tranquilo en su voluntaria mediocridad. A fin de cuentas, ahí no importaba lo que Oscar opinara, su trabajo consistía en contentar sexualmente a quien pagase por ello y si veía que no podía volver el trabajo un placer lejos de la mundanidad, debía ceñirse al caso. Sin más.
De nuevo, no pudo evitar enarcar una ceja cuando al hombre le hizo tanta gracia su 'pregunta' y tuvo que hacer grandes esfuerzos por no poner los ojos en blanco y bufar. El cliente seguía sin querer entender nada, estaba visto, porque en lugar de dejarse embargar por una evidente retórica que solía acompañar la sugerencia de ese tipo de situaciones (a las que estaba acostumbrado después de tanta consumición allí, ¿de verdad no conocía el lenguaje verbal de la seducción a esas alturas?) volvía a optar por menospreciarle, además de por seguir criticándole que hablara tanto. A Oscar, alguien que, de no merecerle la pena, apenas abría la boca.
Ciego. Ciego a más no poder (a mas no querer).
Cuando se habla, se corre el riesgo de que alguien responda –replicó, ya sin ninguna apetencia en el tono de voz que, a pesar de todo, continuaba firme, imbatible-. Gajes de las relaciones interpersonales.
Enmudeció durante unos minutos al notar los dedos del otro apresándole la barbilla y 'obligándolo' a un intenso cruce de miradas. No habría necesitado aquella marca de autoridad para asegurarse de eso, pero tampoco se resistió ni movió un solo músculo tras verse sometido a sus primeros designios, físicamente hablando. A partir de entonces, se resignó a utilizar las palabras justas, por lo menos hasta nuevo aviso de su orgullo. Por muy aburridos que considerase sus deseos, le daría lo que quería. Tampoco poseía otra opción.
Si estuviera tan bien posicionado, sería rico y ya no tendría que volver a trabajar. No aquí –le espetó, porque ya era el colmo, que le inventaran una fama de debajo de las piedras cuando, a veces, para no pasar frío por las noches necesitaba echar sus propios muebles a la chimenea. ¿De dónde sacaba eso? Habría ido a hablar justo con la más graciosa de sus compañeras, o tal vez fuera conocido sin saberlo como un cortesano entregado, al tener una política a la hora de escoger a sus clientes fuera de lo común para el resto. Pero ya. Era absurdo considerarle como una entidad en todo aquello-. Tomaré nota –concluyó, tras escuchar su 'amigable' recomendación y aguzó un poco los ojos con algo de desconfianza, mas sin perder esa embestida de magnetismo con la que podría someter hasta a un dictador.
Le sorprendió notar su lengua tan pronto, eso se lo concedía. De repente, el calor que habían estado reteniendo al otro lado de esas bocas que tanto hablaban y que tan ruidosas le parecían al nipón se vertieron jugosamente en los cortos segundos que sintió sus dientes abrirse paso. Luego, cedió a la presión de su mano en su pecho para terminar recostando la espalda en el colchón y desde ahí miró fijamente al cabrón que se resistía a dar su nombre, cediendo poco a poco a que aquel encuentro se pareciera más a lo que era.
Sugiero que empieces por ponerte cómodo –dijo, antes de agarrarle del cuello de la camisa, no con una fuerza que pudiera apreciarse agresiva, y le invitó a colocarse justo encima de él, como suponía que debía de ser su preferencia en la cama (no había que sacarse tres carreras para adivinar eso)-. Aunque fuera una muy innovadora, a las representaciones cómicas se suele acudir vestido, ¿verdad? –continuó, hablando a escasos milímetros de sus labios y vertió los dedos sobre sus hombros para retirarle la primera prenda lentamente- Podemos ir rompiendo con la norma.
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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Re: Some Kind of Magick [+18] [Oscar Llobregat]
Un poco más de paciencia, solo un poco más. Quizás si dejaba de hablar, él dejaría de verse en la necesidad de responder ¿Podría controlar su boca entonces? ¿O usarla en algo más constructivo tal vez? Algo que no agotara tan rápido su tolerancia. La que en todo caso se reponía cuando recordaba quien era y la posición de superioridad en la que se encontraba, esa tan difícil de arrebatarle a menos que se tratara de su hermano mayor. Recordar eso ahora era inútil y molesto. Pero de cierto modo el cortesano se lo recordaba un poco, el hecho de querer siempre tener la última palabra con algún comentario cargado de arrogancia. ¿Eran todos así? Debía ser un asco de mundo si así fuera.
No sabía el por qué de su desengaño con la vida misma, o no vida, pero por lo mismo no debía olvidar el motivo que había encaminado sus pasos hasta este miserable lugar en busca de la compañía que pudiese comprar. Sí. El aburrimiento. Ver a las personas pasar a lo largo del tiempo no era más interesante que ver las caer hojas doradas que traía el otoño, podía entusiasmar un rato, pero cuando veías caer una hoja, ya las habías visto caer todas, porque a pesar de que podían tener una trayectoria distinta su destino era el mismo en todos los casos. ¿Qué caso tenía seguir mirando? ¿Por qué no solo cerrar los ojos y dormir?
Quizás hubiese sido una mejor idea. Aunque de ser así, tal vez nunca podría averiguar qué era divertido y qué podía sacarlo de ese constante estado de apatía. Seguramente no duraría demasiado, pero era mejor que nada.
Nada le sorprendió aquella reacción de parte del cortesano. ¿Cuánto iba a durar esa calma que había en sus ojos? Hasta que comenzara a tomarse en serio su trabajo. Así como ahora, que cedía ante la fuerza de su brazo y hacía aquella sugerencia tan ridículamente obvia e innecesaria. Pero… en realidad no sabía si estaba cómodo o no. Por suerte no tuvo tiempo para ahondar más en esa interrogante, cortesía de aquella buena jugada que hizo su acompañante que incluso le sacó una ladina sonrisa. También por suerte alcanzó a apoyar una rodilla en el borde de la cama para poder frenar lo que pudo haber sido una caída sobre él, aun así estaban demasiado cerca, lo suficiente como para sentir el calor humano que emanaba de su piel.
Sí. Era eso lo que buscaba, algo que no podía tener pero que nadie, ni el cortesano, podría conservar para siempre. Pensar en cuánto tiempo faltaba para que su cuerpo se volviese frío y comenzara a deshacerse de la misma en que se formó era un poco triste, todo ello sería un evento triste algún día. Pero de momento, iba a abusar de aquella calidez, retorciéndose a su lado como la víbora que era, por lo menos lo que durara la noche.
Él continuó hablando, pero sus palabras no llegaban a sus oídos, o tal vez sí, pero su cerebro decidió ignorarlas dado que estaba demasiado concentrado en el aire tibio que salía de sus labios. Solo salió de esa ensoñación cuando sintió sus dedos rozar levemente sus hombros para arrebatarle la impecable camisa blanca, dejando su torso desnudo. Ese tacto tan insignificante fue lo suficientemente potente como para hacerle decidirse a ir por más.
Se reacomodo apoyando ambas rodillas sobre la cama, casi a horcadas, y completando el cuadro apoyó también sus manos al costado de sus hombros. Se preguntó si podía sentir su piel anormalmente, pero al instante se respondió que no interesaba. No interesaba lo que fuera porque le había pagado lo suficiente como para que lo soportara. De hecho, ni siquiera al mismo Eiji le interesaba ahora la abismal diferencia que había entre ambos.
Se quedó mirándole unos instantes, antes de decantar por la opción de medio acariciar con la nariz el lado izquierdo de su cuello. Entonces la tentación fue demasiada, acarició ahora con su labio inferior aquel lugar donde sentía el bullir de su sangre, pero no duró demasiado porque ese roce pasó a convertirse en varias suaves pero seductoras mordidas que le recorrieron hasta la clavícula antes de detenerse. Era odioso tener que admitirlo, pero el sujeto tenía razón, ya que a pesar del agua fría… Malditos humanos… Eran frágiles y perecederos, pero aun así eran dueños de dones que no se merecían y que parecían no apreciar.
- No es justo – susurró de forma casi inaudible, como si no fuese más que un mocoso malcriado que había visto a otro mocoso con un juguete que él mismo había tirado, o que le habían obligado a tirar – Eres cansino cuando hablas, y cuando no lo haces también – se apresuró a decir para que olvidara aquellas tres palabras que se habían escapado de sus pensamientos, aunque tampoco fueran éstas palabras al azar. No le importaba en absoluto la evidente contradicción que salió de su garganta, con que él se entendiera a sí mismo era suficiente.
¿Parecía resignado? Quizás un poco, pero que se hizo aún más cuando los brazos que hacían las veces de apoyo decidieron flaquear sin consultarle, ocasionando que su torso completo cayese sobre el de Óscar. Porque ese era su nombre ¿No? El que le había mencionado aquella insistente mujer. Ahora reparaba en que ni siquiera se lo había preguntado a él directamente, y tampoco interesaba demasiado, pero el tener ese pequeño dato le divertía, sobretodo porque no era algo recíproco ¿Había intentado el cortesano obtener el nombre de quien por unas horas sería su dueño? De ser así, tampoco importaba, porque no se lo diría hasta que le diera la real gana, y eso podría no suceder nunca.
No sabía el por qué de su desengaño con la vida misma, o no vida, pero por lo mismo no debía olvidar el motivo que había encaminado sus pasos hasta este miserable lugar en busca de la compañía que pudiese comprar. Sí. El aburrimiento. Ver a las personas pasar a lo largo del tiempo no era más interesante que ver las caer hojas doradas que traía el otoño, podía entusiasmar un rato, pero cuando veías caer una hoja, ya las habías visto caer todas, porque a pesar de que podían tener una trayectoria distinta su destino era el mismo en todos los casos. ¿Qué caso tenía seguir mirando? ¿Por qué no solo cerrar los ojos y dormir?
Quizás hubiese sido una mejor idea. Aunque de ser así, tal vez nunca podría averiguar qué era divertido y qué podía sacarlo de ese constante estado de apatía. Seguramente no duraría demasiado, pero era mejor que nada.
Nada le sorprendió aquella reacción de parte del cortesano. ¿Cuánto iba a durar esa calma que había en sus ojos? Hasta que comenzara a tomarse en serio su trabajo. Así como ahora, que cedía ante la fuerza de su brazo y hacía aquella sugerencia tan ridículamente obvia e innecesaria. Pero… en realidad no sabía si estaba cómodo o no. Por suerte no tuvo tiempo para ahondar más en esa interrogante, cortesía de aquella buena jugada que hizo su acompañante que incluso le sacó una ladina sonrisa. También por suerte alcanzó a apoyar una rodilla en el borde de la cama para poder frenar lo que pudo haber sido una caída sobre él, aun así estaban demasiado cerca, lo suficiente como para sentir el calor humano que emanaba de su piel.
Sí. Era eso lo que buscaba, algo que no podía tener pero que nadie, ni el cortesano, podría conservar para siempre. Pensar en cuánto tiempo faltaba para que su cuerpo se volviese frío y comenzara a deshacerse de la misma en que se formó era un poco triste, todo ello sería un evento triste algún día. Pero de momento, iba a abusar de aquella calidez, retorciéndose a su lado como la víbora que era, por lo menos lo que durara la noche.
Él continuó hablando, pero sus palabras no llegaban a sus oídos, o tal vez sí, pero su cerebro decidió ignorarlas dado que estaba demasiado concentrado en el aire tibio que salía de sus labios. Solo salió de esa ensoñación cuando sintió sus dedos rozar levemente sus hombros para arrebatarle la impecable camisa blanca, dejando su torso desnudo. Ese tacto tan insignificante fue lo suficientemente potente como para hacerle decidirse a ir por más.
Se reacomodo apoyando ambas rodillas sobre la cama, casi a horcadas, y completando el cuadro apoyó también sus manos al costado de sus hombros. Se preguntó si podía sentir su piel anormalmente, pero al instante se respondió que no interesaba. No interesaba lo que fuera porque le había pagado lo suficiente como para que lo soportara. De hecho, ni siquiera al mismo Eiji le interesaba ahora la abismal diferencia que había entre ambos.
Se quedó mirándole unos instantes, antes de decantar por la opción de medio acariciar con la nariz el lado izquierdo de su cuello. Entonces la tentación fue demasiada, acarició ahora con su labio inferior aquel lugar donde sentía el bullir de su sangre, pero no duró demasiado porque ese roce pasó a convertirse en varias suaves pero seductoras mordidas que le recorrieron hasta la clavícula antes de detenerse. Era odioso tener que admitirlo, pero el sujeto tenía razón, ya que a pesar del agua fría… Malditos humanos… Eran frágiles y perecederos, pero aun así eran dueños de dones que no se merecían y que parecían no apreciar.
- No es justo – susurró de forma casi inaudible, como si no fuese más que un mocoso malcriado que había visto a otro mocoso con un juguete que él mismo había tirado, o que le habían obligado a tirar – Eres cansino cuando hablas, y cuando no lo haces también – se apresuró a decir para que olvidara aquellas tres palabras que se habían escapado de sus pensamientos, aunque tampoco fueran éstas palabras al azar. No le importaba en absoluto la evidente contradicción que salió de su garganta, con que él se entendiera a sí mismo era suficiente.
¿Parecía resignado? Quizás un poco, pero que se hizo aún más cuando los brazos que hacían las veces de apoyo decidieron flaquear sin consultarle, ocasionando que su torso completo cayese sobre el de Óscar. Porque ese era su nombre ¿No? El que le había mencionado aquella insistente mujer. Ahora reparaba en que ni siquiera se lo había preguntado a él directamente, y tampoco interesaba demasiado, pero el tener ese pequeño dato le divertía, sobretodo porque no era algo recíproco ¿Había intentado el cortesano obtener el nombre de quien por unas horas sería su dueño? De ser así, tampoco importaba, porque no se lo diría hasta que le diera la real gana, y eso podría no suceder nunca.
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Re: Some Kind of Magick [+18] [Oscar Llobregat]
La injusticia poblaba el mundo, de frases así estaban hechas las reflexiones que tenían de certeras lo mismo que de simples: mucho. Tanto, que incluso alguien como Oscar tan pronto podía quedar satisfecho de saberlo, como lamentarse de lo mismo. Más que lamentarse, molestarse, porque tenía cojones que una vida tan fácil de sintetizar diera cobijo a gente tan complicada justamente por culpa de cómo era. También existía la posibilidad de que le pusiera tan de mal humor porque podría ser que todo, las personas, los acontecimientos, las consecuencias, también fueran simples… Aunque se empeñaran en sentir exactamente lo contrario.
'No es justo.'
El cortesano se fijó en su cliente por primera vez de una manera atenta, no por su físico, ni por su actitud, ni por sus insultos; se fijó en la expresión que le surcó el rostro durante los breves instantes en los que había dejado escapar esa reflexión, y aunque no tardaron en seguirle más reproches, él ya se había quedado con aquella confusa sensación. Confusa por no tener ni idea de a qué se refería, claro, pero sobre todo porque había sido el asiático y no ningún otro el que acababa de verse así, dueño de una, aunque momentánea, reflexiva vulnerabilidad. Oscar supo que debía olvidarla y no actuar en consecuencia, y no, claro que no lo hizo, pero tampoco logró olvidarla, no era algo tan simple… Simple.
No estaban en un terreno donde los sentidos carecerían de importancia, precisamente, y antes o después de ellos, tampoco esa adrenalina de emociones teñidas de un sucedáneo cercano al sentimiento. Al 'sentimiento' como derivado de 'sentir', porque allí se sentía y mucho. Oscar era capaz de que se sintiera y mucho, demasiado. Nunca se lo había impuesto como reto, bastante tenía ya con haber perfeccionado aquella habilidad con los años hasta el punto de que a la mínima curvatura de sus uñas contra la carne expectante ésta se tiñera de un millar de escalofríos. Lo consiguió también ahí sólo con el hecho de sostenerse por inercia a sendos rincones de sus caderas cuando, sin previo aviso, el otro cayó encima de él… y si además carecía de camisa, la gélida temperatura de la piel de su acompañante nocturno sucumbió doblemente al infalible efecto de las yemas del polaco. Y todo eso fue suficiente para que se empezara a olvidar del resquicio de humanidad que le había comprobado sin necesidad de palabras… Especialmente sin ellas, en realidad, porque cada vez que las usaba era para escupir veneno. Bien mirado, así no estaba olvidando nada.
Clavó las uñas y de su milimétrico recorrido por sus costados o su espalda surgía un hilillo rosado de pura electricidad, cobrándose las zonas de sus costillas o su columna vertebral, libre, despejada; asequible. Arqueó el cuello hacia atrás por instinto del placer que salía de sus movimientos, aunque no fueran directos a sí mismo, y desde ahí, suspiró lentamente, con la mirada perdida, esperando que en esa posición no pudiera vérsele la cara, a pesar de que a esas alturas le diera igual. Bajo el torso desnudo del otro hombre tampoco era una reacción desacertada y el calor de su propio cuerpo empezaba a incordiar de verdad, por lo menos a él. Claro que según las leyes de la cortesanía, él no era lo más importante ahí en esos momentos. Seguro que las leyes de su consumidor tampoco estarían en desacuerdo.
Optó porque antes de querer ver a su puta sin ropa, al nipón le apetecería recrearse en la propia satisfacción de su piel, y para que diera contacto con el ardor cada vez más implacable del de Oscar debía deshacerse también de sus pantalones. Sin variar un ápice su posición, demostrando unas aptitudes envidiables de agilidad, acostumbrado como estaba a lidiar con tantas y tan flexibles, sus dedos se encargaron ahora de esa prenda casi definitiva y conforme más la bajaba, más fricción hacía con todo, firme, estimulante y hasta con cierta elegancia natural que a pesar de llamar a las cosas por su nombre, conseguía que uno se sintiera orgulloso de excitarse con eso. Todavía no tocó su ropa interior por el momento, decidido únicamente a tentar las mecánicas trastadas de la biología. Fue en ese preciso instante, con la evidencia de la extraña circulación del asiático contra su figura, que se acordó de Aryel… y fue también un milagro que a pesar de la epifanía, no se detuviera ni cambiara su expresión facial. El brillo de sus ojos y la sacudida que experimentó en el estómago, por el contrario, sí que fueron lo bastante reveladores. Daba las gracias de que el otro no pudiera percatarse de ello (¿o acaso podía?).
No quiso dejar un margen de tiempo lo suficientemente amplio como para tener que acabar quieto de todas maneras, así que abrió la boca y le ensartó un lánguido mordisco en el cuelo, cerca de la yugular y descendiendo poco a poco por su nuez, al tiempo que soltaba sus pantalones cuando la postura ya no le permitía alcanzar nada más, y quedaba únicamente la colaboración de aquel hombre a la hora de apartarse los pantalones del todo.
Aunque, la verdad, Oscar de repente estaba queriendo hacer memoria sobre la última vez que se acostó con un vampiro. No… En realidad, no lo estaba queriendo.
'No es justo.'
El cortesano se fijó en su cliente por primera vez de una manera atenta, no por su físico, ni por su actitud, ni por sus insultos; se fijó en la expresión que le surcó el rostro durante los breves instantes en los que había dejado escapar esa reflexión, y aunque no tardaron en seguirle más reproches, él ya se había quedado con aquella confusa sensación. Confusa por no tener ni idea de a qué se refería, claro, pero sobre todo porque había sido el asiático y no ningún otro el que acababa de verse así, dueño de una, aunque momentánea, reflexiva vulnerabilidad. Oscar supo que debía olvidarla y no actuar en consecuencia, y no, claro que no lo hizo, pero tampoco logró olvidarla, no era algo tan simple… Simple.
No estaban en un terreno donde los sentidos carecerían de importancia, precisamente, y antes o después de ellos, tampoco esa adrenalina de emociones teñidas de un sucedáneo cercano al sentimiento. Al 'sentimiento' como derivado de 'sentir', porque allí se sentía y mucho. Oscar era capaz de que se sintiera y mucho, demasiado. Nunca se lo había impuesto como reto, bastante tenía ya con haber perfeccionado aquella habilidad con los años hasta el punto de que a la mínima curvatura de sus uñas contra la carne expectante ésta se tiñera de un millar de escalofríos. Lo consiguió también ahí sólo con el hecho de sostenerse por inercia a sendos rincones de sus caderas cuando, sin previo aviso, el otro cayó encima de él… y si además carecía de camisa, la gélida temperatura de la piel de su acompañante nocturno sucumbió doblemente al infalible efecto de las yemas del polaco. Y todo eso fue suficiente para que se empezara a olvidar del resquicio de humanidad que le había comprobado sin necesidad de palabras… Especialmente sin ellas, en realidad, porque cada vez que las usaba era para escupir veneno. Bien mirado, así no estaba olvidando nada.
Clavó las uñas y de su milimétrico recorrido por sus costados o su espalda surgía un hilillo rosado de pura electricidad, cobrándose las zonas de sus costillas o su columna vertebral, libre, despejada; asequible. Arqueó el cuello hacia atrás por instinto del placer que salía de sus movimientos, aunque no fueran directos a sí mismo, y desde ahí, suspiró lentamente, con la mirada perdida, esperando que en esa posición no pudiera vérsele la cara, a pesar de que a esas alturas le diera igual. Bajo el torso desnudo del otro hombre tampoco era una reacción desacertada y el calor de su propio cuerpo empezaba a incordiar de verdad, por lo menos a él. Claro que según las leyes de la cortesanía, él no era lo más importante ahí en esos momentos. Seguro que las leyes de su consumidor tampoco estarían en desacuerdo.
Optó porque antes de querer ver a su puta sin ropa, al nipón le apetecería recrearse en la propia satisfacción de su piel, y para que diera contacto con el ardor cada vez más implacable del de Oscar debía deshacerse también de sus pantalones. Sin variar un ápice su posición, demostrando unas aptitudes envidiables de agilidad, acostumbrado como estaba a lidiar con tantas y tan flexibles, sus dedos se encargaron ahora de esa prenda casi definitiva y conforme más la bajaba, más fricción hacía con todo, firme, estimulante y hasta con cierta elegancia natural que a pesar de llamar a las cosas por su nombre, conseguía que uno se sintiera orgulloso de excitarse con eso. Todavía no tocó su ropa interior por el momento, decidido únicamente a tentar las mecánicas trastadas de la biología. Fue en ese preciso instante, con la evidencia de la extraña circulación del asiático contra su figura, que se acordó de Aryel… y fue también un milagro que a pesar de la epifanía, no se detuviera ni cambiara su expresión facial. El brillo de sus ojos y la sacudida que experimentó en el estómago, por el contrario, sí que fueron lo bastante reveladores. Daba las gracias de que el otro no pudiera percatarse de ello (¿o acaso podía?).
No quiso dejar un margen de tiempo lo suficientemente amplio como para tener que acabar quieto de todas maneras, así que abrió la boca y le ensartó un lánguido mordisco en el cuelo, cerca de la yugular y descendiendo poco a poco por su nuez, al tiempo que soltaba sus pantalones cuando la postura ya no le permitía alcanzar nada más, y quedaba únicamente la colaboración de aquel hombre a la hora de apartarse los pantalones del todo.
Aunque, la verdad, Oscar de repente estaba queriendo hacer memoria sobre la última vez que se acostó con un vampiro. No… En realidad, no lo estaba queriendo.
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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Fecha de inscripción : 06/10/2011
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Re: Some Kind of Magick [+18] [Oscar Llobregat]
¿Podría llamársele a esto como decadencia? Los valores, no solo de Eiji, habían sido retorcidos al punto de considerar el sexo como un servicio básico a ser satisfecho sin mayores discriminaciones de clase, nacionalidad o género, un juego que llegaba a reunir a las personas más inesperadas, aunque fuera por unas horas, para saciar el instinto que el resto del tiempo trataba de reprimirse ¿Desde cuándo Eiji había comenzado? Obviamente mucho antes de ser lo que ahora era, pero en una sociedad tan estricta como la suya, su modo de vida quizás tenía un poco más de mérito.
La guerra que se libraba entre las sábanas era la que no conocía de discriminación, y sí, pueden llamarle decadencia, pero el saber que un contrincante estaba a tu nivel y el sentir como podía dar una pelea mayor era lo que había llevado a Eiji a no hacer la misma discriminación. Si bien las mujeres seguían teniendo el mismo encanto, aquella peligrosa fragilidad bajo sus manos, los hombres eran caso aparte, eran un oponente con quien no surgía la necesidad de tener contemplación alguna.
Como ahora. Que casi deseaba que las uñas del cortesano se transformaran en garras que rasgaran la piel de su espalda, solo por el placer de sentir aquel delicioso ardor que iban dejando después de su paso, si esa sensación pudiese extenderse a todo él ¿Se sentiría menos frío? Quizás del mismo modo que recién alimentado, pero al igual que esos momentos, el calor, caprichoso como él solo, se le escapaba de las manos. Por eso es que a pesar del entorpecimiento que significaba para labor, no le apeteció incorporarse en la posición anterior. El contraste entre sus temperaturas era triste, pero daba como resultado un roce aún más intenso que solo se podía apreciar teniendo plena consciencia de que ya no se era humano, pero ¿Lo sentiría también el cortesano?
Siguiendo el curso tradicional de este tipo de hechos, el cortesano se valió de su experticia para ayudarle a despojarse de los pantalones pese a la pereza del vampiro, que no dudó que borrachos como el de antes hubiesen sido quizás uno de los mejores entrenamientos para él, tanto en lo físico como en la paciencia que en su oficio estaban obligados ser desarrollados.
De la nada sintió un estremecimiento, pero no era propio, y todo el trabajo que Oscar realizaba en su cuello había sido opacado por ello. Por supuesto, a Eiji no le importaba en absoluto que el cortesano pensara en alguien más por lo que durara la faena, aunque aquello le restaba profesionalismo al actuar, o eso era lo que en su egoísmo prefería pensar. Por ello fue que hundiendo las palmas de las manos en la cama se levantó, por fin, del cuerpo ajeno. Tampoco le importaba que se enteraba de lo que era, es más, esa sensación ajena que había llegado hasta él, quizás había sido evocada por el recuerdo de otro como él ¿Cómo en tantos años podría no haberse topado con uno de los suyos?
Decidió apartarse por completo, como quien se quita de encima de alguien fastidioso, y aun a horcadas, se irguió orgulloso frente a él, sin agradecer ni alabar la habilidad del cortesano, solo se relamió los labios y en un movimiento prácticamente imperceptible para el ojo humano, acabó por hacer que sus pantalones cayeran al suelo.
Le dedicó una última sonrisa, una en que si se ponía la atención suficiente, se podría vislumbrar aquel brillo de unos colmillos que evidenciarían su condición. No es que intentara amedrentarlo en absoluto, era solo que había una especie de justificado orgullo por lo que la naturaleza y el entrenamiento le habían dado. Y era que distaba bastante de lo que generalmente las personas esperarían de alguien de oriente, un cuerpo menudo y de una estatura más bien mediana. Pero él había sido entrenado desde que tuvo la edad para ello, y el efecto de la sangre contaminada que corría por sus venas no hizo más que acentuar algunos de los atributos que ya poseía. Sí, en definitiva era un egocéntrico y vanidoso, pero era difícil discutir frente a los argumentos que tenía para serlo.
Bueno, ya le había dado demasiado tiempo para que sacara sus conclusiones, por lo que sin aviso ni demora puso sus manos en la cintura del cortesano para voltearlo de forma algo ruda sobre la cama, y no bastándole con ello, pegó su torso a la espalda ajena y recargó en él su peso hasta asegurarse de que su mejilla acariciara bruscamente la cobija que cubría el lecho.
Apoyó una de sus manos en la cama para no llegar al punto de aplastarlo, sobretodo porque no confiaba en que pudiera cargar con su peso, mientras que con la otra comenzaba a acariciar su abdomen hasta llegar al borde de su pantalón.
- Por cierto – le susurró, dado que el hecho de que sus labios casi rozaban el lóbulo de su oreja no hacía necesario que usara un volumen mayor – Creo que te lo has preguntado antes – dijo mientras desabrochaba la prenda inferior que ahora le estorbaba, y sin recordar mayormente si lo había preguntado en voz alta o si simplemente había sido un pensamiento que había leído al azar, pero no pudo detenerse ahí, por lo que llegó a irrumpir en la intimidad ajena para tantear hasta qué punto la indiferencia que momentos atrás hacía cesado – Mi nombre es Eiji – finalizó, poniendo un énfasis especial en su nombre, para que de una vez por todas se lo aprendiera con la pronunciación correcta, porque desde ahora su nombre no importaría, solo era necesario que el cortesano diera una batalla lo suficientemente digna.
La guerra que se libraba entre las sábanas era la que no conocía de discriminación, y sí, pueden llamarle decadencia, pero el saber que un contrincante estaba a tu nivel y el sentir como podía dar una pelea mayor era lo que había llevado a Eiji a no hacer la misma discriminación. Si bien las mujeres seguían teniendo el mismo encanto, aquella peligrosa fragilidad bajo sus manos, los hombres eran caso aparte, eran un oponente con quien no surgía la necesidad de tener contemplación alguna.
Como ahora. Que casi deseaba que las uñas del cortesano se transformaran en garras que rasgaran la piel de su espalda, solo por el placer de sentir aquel delicioso ardor que iban dejando después de su paso, si esa sensación pudiese extenderse a todo él ¿Se sentiría menos frío? Quizás del mismo modo que recién alimentado, pero al igual que esos momentos, el calor, caprichoso como él solo, se le escapaba de las manos. Por eso es que a pesar del entorpecimiento que significaba para labor, no le apeteció incorporarse en la posición anterior. El contraste entre sus temperaturas era triste, pero daba como resultado un roce aún más intenso que solo se podía apreciar teniendo plena consciencia de que ya no se era humano, pero ¿Lo sentiría también el cortesano?
Siguiendo el curso tradicional de este tipo de hechos, el cortesano se valió de su experticia para ayudarle a despojarse de los pantalones pese a la pereza del vampiro, que no dudó que borrachos como el de antes hubiesen sido quizás uno de los mejores entrenamientos para él, tanto en lo físico como en la paciencia que en su oficio estaban obligados ser desarrollados.
De la nada sintió un estremecimiento, pero no era propio, y todo el trabajo que Oscar realizaba en su cuello había sido opacado por ello. Por supuesto, a Eiji no le importaba en absoluto que el cortesano pensara en alguien más por lo que durara la faena, aunque aquello le restaba profesionalismo al actuar, o eso era lo que en su egoísmo prefería pensar. Por ello fue que hundiendo las palmas de las manos en la cama se levantó, por fin, del cuerpo ajeno. Tampoco le importaba que se enteraba de lo que era, es más, esa sensación ajena que había llegado hasta él, quizás había sido evocada por el recuerdo de otro como él ¿Cómo en tantos años podría no haberse topado con uno de los suyos?
Decidió apartarse por completo, como quien se quita de encima de alguien fastidioso, y aun a horcadas, se irguió orgulloso frente a él, sin agradecer ni alabar la habilidad del cortesano, solo se relamió los labios y en un movimiento prácticamente imperceptible para el ojo humano, acabó por hacer que sus pantalones cayeran al suelo.
Le dedicó una última sonrisa, una en que si se ponía la atención suficiente, se podría vislumbrar aquel brillo de unos colmillos que evidenciarían su condición. No es que intentara amedrentarlo en absoluto, era solo que había una especie de justificado orgullo por lo que la naturaleza y el entrenamiento le habían dado. Y era que distaba bastante de lo que generalmente las personas esperarían de alguien de oriente, un cuerpo menudo y de una estatura más bien mediana. Pero él había sido entrenado desde que tuvo la edad para ello, y el efecto de la sangre contaminada que corría por sus venas no hizo más que acentuar algunos de los atributos que ya poseía. Sí, en definitiva era un egocéntrico y vanidoso, pero era difícil discutir frente a los argumentos que tenía para serlo.
Bueno, ya le había dado demasiado tiempo para que sacara sus conclusiones, por lo que sin aviso ni demora puso sus manos en la cintura del cortesano para voltearlo de forma algo ruda sobre la cama, y no bastándole con ello, pegó su torso a la espalda ajena y recargó en él su peso hasta asegurarse de que su mejilla acariciara bruscamente la cobija que cubría el lecho.
Apoyó una de sus manos en la cama para no llegar al punto de aplastarlo, sobretodo porque no confiaba en que pudiera cargar con su peso, mientras que con la otra comenzaba a acariciar su abdomen hasta llegar al borde de su pantalón.
- Por cierto – le susurró, dado que el hecho de que sus labios casi rozaban el lóbulo de su oreja no hacía necesario que usara un volumen mayor – Creo que te lo has preguntado antes – dijo mientras desabrochaba la prenda inferior que ahora le estorbaba, y sin recordar mayormente si lo había preguntado en voz alta o si simplemente había sido un pensamiento que había leído al azar, pero no pudo detenerse ahí, por lo que llegó a irrumpir en la intimidad ajena para tantear hasta qué punto la indiferencia que momentos atrás hacía cesado – Mi nombre es Eiji – finalizó, poniendo un énfasis especial en su nombre, para que de una vez por todas se lo aprendiera con la pronunciación correcta, porque desde ahora su nombre no importaría, solo era necesario que el cortesano diera una batalla lo suficientemente digna.
Eiji Asakura- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/12/2011
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