AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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It Was Fascination +18 [Oscar Llobregat]
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It Was Fascination +18 [Oscar Llobregat]
Quemé mis últimos billetes en un contenedor encendido. De regreso al mundo subterráneo, les dije adiós a las mentes recostadas sobre el alcantarillado y temblé. Pedirle prestado dinero a un familiar para pagar al músico con monedas de vino «No es para mí, es para él» dieron lugar a discusiones que me adormecían de aburrimiento, en lugar de facilitarme el trámite para despertar bajo el relámpago de la noche y la melodía hipnótica, sueños, nutriéndose de la respiración abandonada en los labios del otro y que a veces, es una vieja tonadilla olvidada, que alguien olvidó darme, y al sentirla de nuevo suscita más que un simple aliento venido del manantial polonés de la vida.
Cuando me preguntaron, qué razón me había llevado a quemar los ahorros del mes, intenté responderles desde la pureza de mi alma (y no sólo a ellos, también a mí); y la verdadera razón, si existía y a menudo creían que existía, algo así como quien espera «La respuesta» o «La gran revelación» fue mi profundo descontento con casi todo. Y aunque en cierta manera era verdad, si he de ser completamente sincera, porque yo no me freno, no escatimo en sinceridades; lo hice porque pensé que nadie lo había hecho nunca. Y al ir en contra del resto de los cuerpos que con frecuencia navegan por el caudal de la melancolía, pensé que vendrían a buscarme. Tenía la certeza de que existía un complot. Que los de arriba, los altos, como los llamaba yo, planeaban un declive en el arte. Que encarcelarían a todos los artistas, a los hombres y mujeres de profesiones heridas, descubrirían nuestros secretos más oscuros y sería el fin. Primero caería Francia, la meca del despiporre. Después Gran Bretaña, Italia, el Sacro Imperio Romano Germano... -Y todo empezará en París- Tracé un círculo sentenciador.
Les divertía oírme hablar en el café. El tono de voz de una desgastada murmurando sus visiones con el cigarro en la boca y bajo el sombrero del guapo muerto de hambre, matador asiduo del mundo del toreo, que la rodea con un brazo y en determinados momentos, se ve tentado a colocar la mano sobre su pierna.
Quería verle a él (y digo a él) no al hombre que me abraza, sino al que supo abrazarme y me hizo recordar todo lo que había olvidado. Oscar era un artista. La mayoría de los artistas no saben que los son. Pero para eso estaba yo, para quitarle la venda. «Porque yo me entrego» No hay cabida para contemplaciones.
Mientras intentaba sacarles los cuartos (sin ningún tipo de disimulo o promesa de devolverles el favor), surgió una nueva conversación que se intercaló entre mi murmullo y el de Jack. un escritor de clase media obsesionado con el culto a Buda del que aprendí casi todo lo que se; y por lo visto, Jack, había oído rumores sobre una posible batida en los burdeles de la zona de Oscar -Os lo dije- Estaba segura de que era cierto. «Y qué hacer...» Me abracé temerosa por él. No era la primera vez que escuchaba algo así. «De vértigo» Cuando recibí el dinero, mi corazón se encogió. Al levantarme, di una patada a la mesa por error y las copas se tambalearon -¡Cuándo nos volveremos a ver, Verona, Veronita!- y aquel muerto de hambre, en lugar de preocuparse por la situación del país, se limitó a gritar que le devolviese el sombrero -Manuel, hijo, vete al cuerno.
Afuera llovía a cántaros y llegué empapada al burdel. Seguí la línea de puntos sin salirme y al tocar la puerta de Oscar, nadie dio señales de vida, ni siquiera unos tímidos pasos, nada. Quizás se fue. Giré el pomo y asomé la cabeza, adentrándome en la habitación sin que me viesen y cerré lentamente la puerta. «Que silencio» y como me puse... «Como una sopa» Por si se perdía, colgué el gorro en el perchero. Después avancé hacia la ventana apartando el cabello a un lado del hombro y procurando quitarme la mayor cantidad de agua. A mis ojos, la ciudad dormía en absoluto silencio, y continuaría sumida en aquella calma extraña porque la lluvia no daba pie a otro sonido. Si continuaba lloviendo así, sufriríamos una inundación. Y no tenía yo el cuerpo para inundaciones.
Cuando me preguntaron, qué razón me había llevado a quemar los ahorros del mes, intenté responderles desde la pureza de mi alma (y no sólo a ellos, también a mí); y la verdadera razón, si existía y a menudo creían que existía, algo así como quien espera «La respuesta» o «La gran revelación» fue mi profundo descontento con casi todo. Y aunque en cierta manera era verdad, si he de ser completamente sincera, porque yo no me freno, no escatimo en sinceridades; lo hice porque pensé que nadie lo había hecho nunca. Y al ir en contra del resto de los cuerpos que con frecuencia navegan por el caudal de la melancolía, pensé que vendrían a buscarme. Tenía la certeza de que existía un complot. Que los de arriba, los altos, como los llamaba yo, planeaban un declive en el arte. Que encarcelarían a todos los artistas, a los hombres y mujeres de profesiones heridas, descubrirían nuestros secretos más oscuros y sería el fin. Primero caería Francia, la meca del despiporre. Después Gran Bretaña, Italia, el Sacro Imperio Romano Germano... -Y todo empezará en París- Tracé un círculo sentenciador.
Les divertía oírme hablar en el café. El tono de voz de una desgastada murmurando sus visiones con el cigarro en la boca y bajo el sombrero del guapo muerto de hambre, matador asiduo del mundo del toreo, que la rodea con un brazo y en determinados momentos, se ve tentado a colocar la mano sobre su pierna.
Quería verle a él (y digo a él) no al hombre que me abraza, sino al que supo abrazarme y me hizo recordar todo lo que había olvidado. Oscar era un artista. La mayoría de los artistas no saben que los son. Pero para eso estaba yo, para quitarle la venda. «Porque yo me entrego» No hay cabida para contemplaciones.
Mientras intentaba sacarles los cuartos (sin ningún tipo de disimulo o promesa de devolverles el favor), surgió una nueva conversación que se intercaló entre mi murmullo y el de Jack. un escritor de clase media obsesionado con el culto a Buda del que aprendí casi todo lo que se; y por lo visto, Jack, había oído rumores sobre una posible batida en los burdeles de la zona de Oscar -Os lo dije- Estaba segura de que era cierto. «Y qué hacer...» Me abracé temerosa por él. No era la primera vez que escuchaba algo así. «De vértigo» Cuando recibí el dinero, mi corazón se encogió. Al levantarme, di una patada a la mesa por error y las copas se tambalearon -¡Cuándo nos volveremos a ver, Verona, Veronita!- y aquel muerto de hambre, en lugar de preocuparse por la situación del país, se limitó a gritar que le devolviese el sombrero -Manuel, hijo, vete al cuerno.
Afuera llovía a cántaros y llegué empapada al burdel. Seguí la línea de puntos sin salirme y al tocar la puerta de Oscar, nadie dio señales de vida, ni siquiera unos tímidos pasos, nada. Quizás se fue. Giré el pomo y asomé la cabeza, adentrándome en la habitación sin que me viesen y cerré lentamente la puerta. «Que silencio» y como me puse... «Como una sopa» Por si se perdía, colgué el gorro en el perchero. Después avancé hacia la ventana apartando el cabello a un lado del hombro y procurando quitarme la mayor cantidad de agua. A mis ojos, la ciudad dormía en absoluto silencio, y continuaría sumida en aquella calma extraña porque la lluvia no daba pie a otro sonido. Si continuaba lloviendo así, sufriríamos una inundación. Y no tenía yo el cuerpo para inundaciones.
Verona*- Cambiante Clase Alta
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Re: It Was Fascination +18 [Oscar Llobregat]
Siendo ya la millonésima vez que se expandían rumores dudosamente beneficiosos para el burdel, la madame estaba bastante alterada. Sólo cuando sus cambios de humor se tambaleaban de manera tan amenazante y necesitaba ahogar sus nervios en absenta, hacía llamar a algunos de sus cortesanos para cobrarse en carnes los beneficios de la noche. Oscar fue el tercero que recibió el aviso para entrar en su alcoba personal (y cuán frustrante era pasearse por un habitáculo de semejante opulencia cuando te veías obligado a usar determinadas zonas de la cocina de tu casa como perchero). Su jefa apenas llegó a arañarle el cinturón y morderle los labios cuando su estado de ánimo se trastocó de nuevo y le rugió con desapego que diera media vuelta. Ah, sí, a última hora prefería hundirse más en la soledad de una delincuente malhumorada antes que aprovecharse de su posición y desquitarse con sexo gratis. A esas alturas, el polaco estaba acostumbrado a que le considerasen una vía para desenfrenar emociones, entre otras el estrés, pero que lo hiciera la misma persona que le daba de comer (no literalmente, sería gracioso, por recurrir a apelativos suaves) le dejaba una sensación más agria incluso.
No, las batidas no eran buenas para nadie. Ni siquiera a los faltos de conciencia les gustaría deshacerse de sus máquinas de follar y llevárselo todo.
Oscar permaneció un buen rato contra la puerta del despacho de la madame cuando la cerró tras el encantador cambio de opinión respecto a la entrepierna de su empleado. Había apoyado la nuca sobre la madera y la movía lentamente de un lado a otro, con los ojos perdidos entre el personal que se paseaba de tanto en tanto por la zona, y frente al que ni siquiera respondió en un par de ocasiones que unos cuantos merodeadores le dijeron algo directamente. Tenía la mirada distraída, incomprensiblemente ausente, como si hubiera decidido abandonarse al ensimismamiento en mitad de donde le pillara, igual que un narcoléptico. Claro que la inmensa nada en el mundo de los sueños debía de ser mucho más apacible que la que atravesaba su consciencia.
¿Llamar 'nada' al enorme cúmulo de reflexiones que le hacían frenar sus decididos pasos sin preocuparse por el funcionamiento de su entorno? Temerario, sí, más todavía si tenía en cuenta que su mente no estaba ni desordenada. Bastantes horas al día empleaba con el pensamiento como para tolerar que no se le presentara en condiciones.
Tampoco le pagaban lo bastante por soportar todo aquello, y aun así, ni siquiera empezaba a acercarse al motivo de que continuara sin cambiar de empleo en la actualidad. Pensar siempre le salvaría el día.
Finalmente, desistió hasta de tratar consigo mismo y empezó a caminar por los pasillos, no sabía muy bien hacia dónde. No se sentía como en un día laboral más en el que tuviera que atraer clientela, a esas horas el tema de una posible batida se debía de haber extendido por todo el emplazamiento, pero por ahora no había un plan de respuesta por parte de la mayor autoridad, así que oficialmente seguía en pleno trabajo. Lo lógico sería regresar a su propia habitación, allí correría menos riesgo de convertirse en el nuevo capricho de alguien y en esos momentos tenía más estómago para los clientes habituales que fueran expresamente a su encuentro. Dudaba que cualquiera se atreviese a aparecer en el burdel en mitad de la noche ante la seseante amenaza de aquellos rumores, pero al llegar a su recámara se acordó de que existía gente más allá del 'cualquiera' en las escasas visitas que buscaban su aroma y, sorprendentemente, su conversación. No pudo perdonarse durante un buen rato por haber olvidado el nombre de Verona en semejante situación, tan potencialmente escandalosa como solían ser desde la elección misma de sus palabras hasta la sola intención de frecuentar la compañía del hombre.
Debí imaginarme que esta clase de situaciones serían un incentivo para ti –dijo como saludo para darse a conocer en la estancia y esperó a que la mujer le devolviera la mirada para sonreír por primera vez en todo el día, aunque el oscuro color del cielo ya lo clasificara en el ayer. La primera sonrisa del mañana tampoco estaba mal. De hecho, era mucho más simbólica, más para una hembra como ella-. Otro –remarcó enseguida, entonces con cierta -inimitable- insinuación.
Se aproximó a Verona sin ninguna prisa, pero con un impulso claramente más determinado que su lacónica dejadez de instantes atrás, y cuando estuvo lo bastante cerca, le sujetó la barbilla durante unos segundos, casi como si la inspeccionara. Después hizo que la girara suavemente hacia un lado para tener su mejilla a disposición de sus labios, que la rozaron sin ningún miramiento antes de depositarle un beso de bienvenida capaz de erizarle hasta los pelos más diminutos de su coronilla.
Hoy en particular no deberías estar aquí –afirmó, tras recuperar distancias, mas sin arrebatárselas-. Y mucho menos si continúas empeñándote en traer dinero –repuso, con un tono de voz grave, íntimo, casi balsámico, pero firme, de pura regañina, que no utilizaba (no podía utilizar) con nadie más que pisara también aquellas alfombras, de las menos caras (más baratas) del lugar-. Nada te censura, Verona, y sin embargo te empeñas en que siempre haya algo que lo intente.
Y a pesar de todos esos conflictos internos, sabía que necesitaba que invirtiera en él como una clienta más, o la madame finalmente se percataría de que no había plata que entrecruzara sus vidas en aquella pequeña habitación, y Oscar se enfrentaría al riesgo de no volverla a ver nunca, si no era bajo aquella atmósfera tensa que fundía su amistad a niveles difíciles de volver a ver separados.
No, las batidas no eran buenas para nadie. Ni siquiera a los faltos de conciencia les gustaría deshacerse de sus máquinas de follar y llevárselo todo.
Oscar permaneció un buen rato contra la puerta del despacho de la madame cuando la cerró tras el encantador cambio de opinión respecto a la entrepierna de su empleado. Había apoyado la nuca sobre la madera y la movía lentamente de un lado a otro, con los ojos perdidos entre el personal que se paseaba de tanto en tanto por la zona, y frente al que ni siquiera respondió en un par de ocasiones que unos cuantos merodeadores le dijeron algo directamente. Tenía la mirada distraída, incomprensiblemente ausente, como si hubiera decidido abandonarse al ensimismamiento en mitad de donde le pillara, igual que un narcoléptico. Claro que la inmensa nada en el mundo de los sueños debía de ser mucho más apacible que la que atravesaba su consciencia.
¿Llamar 'nada' al enorme cúmulo de reflexiones que le hacían frenar sus decididos pasos sin preocuparse por el funcionamiento de su entorno? Temerario, sí, más todavía si tenía en cuenta que su mente no estaba ni desordenada. Bastantes horas al día empleaba con el pensamiento como para tolerar que no se le presentara en condiciones.
Tampoco le pagaban lo bastante por soportar todo aquello, y aun así, ni siquiera empezaba a acercarse al motivo de que continuara sin cambiar de empleo en la actualidad. Pensar siempre le salvaría el día.
Finalmente, desistió hasta de tratar consigo mismo y empezó a caminar por los pasillos, no sabía muy bien hacia dónde. No se sentía como en un día laboral más en el que tuviera que atraer clientela, a esas horas el tema de una posible batida se debía de haber extendido por todo el emplazamiento, pero por ahora no había un plan de respuesta por parte de la mayor autoridad, así que oficialmente seguía en pleno trabajo. Lo lógico sería regresar a su propia habitación, allí correría menos riesgo de convertirse en el nuevo capricho de alguien y en esos momentos tenía más estómago para los clientes habituales que fueran expresamente a su encuentro. Dudaba que cualquiera se atreviese a aparecer en el burdel en mitad de la noche ante la seseante amenaza de aquellos rumores, pero al llegar a su recámara se acordó de que existía gente más allá del 'cualquiera' en las escasas visitas que buscaban su aroma y, sorprendentemente, su conversación. No pudo perdonarse durante un buen rato por haber olvidado el nombre de Verona en semejante situación, tan potencialmente escandalosa como solían ser desde la elección misma de sus palabras hasta la sola intención de frecuentar la compañía del hombre.
Debí imaginarme que esta clase de situaciones serían un incentivo para ti –dijo como saludo para darse a conocer en la estancia y esperó a que la mujer le devolviera la mirada para sonreír por primera vez en todo el día, aunque el oscuro color del cielo ya lo clasificara en el ayer. La primera sonrisa del mañana tampoco estaba mal. De hecho, era mucho más simbólica, más para una hembra como ella-. Otro –remarcó enseguida, entonces con cierta -inimitable- insinuación.
Se aproximó a Verona sin ninguna prisa, pero con un impulso claramente más determinado que su lacónica dejadez de instantes atrás, y cuando estuvo lo bastante cerca, le sujetó la barbilla durante unos segundos, casi como si la inspeccionara. Después hizo que la girara suavemente hacia un lado para tener su mejilla a disposición de sus labios, que la rozaron sin ningún miramiento antes de depositarle un beso de bienvenida capaz de erizarle hasta los pelos más diminutos de su coronilla.
Hoy en particular no deberías estar aquí –afirmó, tras recuperar distancias, mas sin arrebatárselas-. Y mucho menos si continúas empeñándote en traer dinero –repuso, con un tono de voz grave, íntimo, casi balsámico, pero firme, de pura regañina, que no utilizaba (no podía utilizar) con nadie más que pisara también aquellas alfombras, de las menos caras (más baratas) del lugar-. Nada te censura, Verona, y sin embargo te empeñas en que siempre haya algo que lo intente.
Y a pesar de todos esos conflictos internos, sabía que necesitaba que invirtiera en él como una clienta más, o la madame finalmente se percataría de que no había plata que entrecruzara sus vidas en aquella pequeña habitación, y Oscar se enfrentaría al riesgo de no volverla a ver nunca, si no era bajo aquella atmósfera tensa que fundía su amistad a niveles difíciles de volver a ver separados.
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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Re: It Was Fascination +18 [Oscar Llobregat]
Mi revolución terminará el día que mis últimas palabras queden impresas en cada posavasos y como legado para generaciones posteriores, para toda aquella gente que nunca encontró su lugar en la tierra, bichos raros, talentos desaprovechados, mortales e inmortales naciendo del vientre materno asomando primero los pies en lugar de la cabeza. «Un salto de fe» El pestillo de la ventana se veía tentador. Para mí y para la prostituta que acababa de saltar al vació. Vi su cuerpo caer en el abismo a cámara lenta hasta que su cráneo se fracturó en un golpe sordo contra el suelo. Un mecanismo llamativo de poca complejidad. Colocas los dedos en torno al pestillo y lo giras hasta que hace clic. Pero cuando se abre una puerta, se cierra una ventana. «¿O era al revés?» No las tenía todas conmigo. Ni un mínimo de lucidez. Parecía mentira que estuviese allí, reflejado en el cristal de la ventana. «¿Tan lejos ha quedado un 'lo nuestro'?» Sí el supiera lo preocupada que estoy... No sólo se es un acogedor hombro donde descansar la cabeza. ¡Faltaría más! A través de la ciudad, entre el reflejo de los edificios y la lluvia, le observé como a un superviviente. «Cuando me di la vuelta fue muy distinto»
Sus dobles sentidos siempre lograban sacarme una sonrisa. ¡Y a quién no! Un hombre rebosante de insana energía. ¡Qué pico de oro tiene! Que más que pico, goza de pica. ¡Y yo desvariando! Con un sólo beso en la mejilla conseguía lo imposible. Un aluvión de emociones despertaron cada parte de mí, en espiral. Y que no me salga más con el tema del dinero, ¿Por qué tenía que estropearlo? Que siempre andamos con la misma historia. Darme la palmadita para luego clavarme el cuchillo por detrás. Pero olvidémoslo ahora. Sonreí con elocuencia, sí se puede, y mostrándome correcta en réplicas. Mi intención no era alarmarle y menos aún discutir por algo tan simple. A mí no me costaba nada y me lo agradecería. «Al menos está al tanto» Suerte para nosotros, supongo, porque sería mil veces peor no saber la montaña que se nos viene encima.
-Sí te sirve de algo, no es mío- le expliqué intentando que fuese comprensivo. «Yo... que nunca he roto un plato» -Y te suplico que no vuelvas a decirme lo que debo hacer, porque estoy más que arta de oírlo y a veces me siento como cuando trato de explicar el significado de la vida a otras personas y no me escuchan, no saben escuchar; y sin embargo yo debo escucharles a ellos, porque su verdad es lo único que entienden y yo no se nada, nada en absoluto, sobre dónde empieza la franqueza y dónde termina mi obscena porquería- abrí los ojos expresiva en mis alegatos y saqué el dinero del escote del vestido, decidía a entregárselo en mano y desinflándome por su aspecto al instante. «Qué lástima, oye...» Con lo que me había costado y... -Se ha mojado- Pero culpa suya, no es. No más caras largas -No te pienses que esto se acaba aquí- Le advertí señalándole con el fajo. La mejor idea era extenderlos y alisarlos a lo largo de la cómoda para que recuperasen su forma. Y eso hice, por supuesto que lo hice. Algunos se resistían, pero tomé un libro generoso en páginas de uno de los cajones y listo. Sonreí gratificada a mi polonés de ensueño para lanzarme de lleno contra él y a la carrera, rodeándole el cuello con los brazos ¡Qué alturas! Me habría colgado sin remordimientos -Te he escrito un poema- recorrí su rostro con tan sólo una mirada, agarrándome con cadena de acero. Cuando no pasaba el tiempo con él, de alguna forma debía entretenerme o al menos, plasmar en palabras, lo inexpresable, lo inexplicable como un intento más de mis imposibles. ¡Qué me contengan! -Menuda sorpresa, ¿No te parece? Qué locura, chico- y dichas palabras se silenciaron solas con mi propio beso, con escaqueos de volver a mirar por la ventana, segura, conforme, con la certeza de cerrar los ojos tranquila.
Sus dobles sentidos siempre lograban sacarme una sonrisa. ¡Y a quién no! Un hombre rebosante de insana energía. ¡Qué pico de oro tiene! Que más que pico, goza de pica. ¡Y yo desvariando! Con un sólo beso en la mejilla conseguía lo imposible. Un aluvión de emociones despertaron cada parte de mí, en espiral. Y que no me salga más con el tema del dinero, ¿Por qué tenía que estropearlo? Que siempre andamos con la misma historia. Darme la palmadita para luego clavarme el cuchillo por detrás. Pero olvidémoslo ahora. Sonreí con elocuencia, sí se puede, y mostrándome correcta en réplicas. Mi intención no era alarmarle y menos aún discutir por algo tan simple. A mí no me costaba nada y me lo agradecería. «Al menos está al tanto» Suerte para nosotros, supongo, porque sería mil veces peor no saber la montaña que se nos viene encima.
-Sí te sirve de algo, no es mío- le expliqué intentando que fuese comprensivo. «Yo... que nunca he roto un plato» -Y te suplico que no vuelvas a decirme lo que debo hacer, porque estoy más que arta de oírlo y a veces me siento como cuando trato de explicar el significado de la vida a otras personas y no me escuchan, no saben escuchar; y sin embargo yo debo escucharles a ellos, porque su verdad es lo único que entienden y yo no se nada, nada en absoluto, sobre dónde empieza la franqueza y dónde termina mi obscena porquería- abrí los ojos expresiva en mis alegatos y saqué el dinero del escote del vestido, decidía a entregárselo en mano y desinflándome por su aspecto al instante. «Qué lástima, oye...» Con lo que me había costado y... -Se ha mojado- Pero culpa suya, no es. No más caras largas -No te pienses que esto se acaba aquí- Le advertí señalándole con el fajo. La mejor idea era extenderlos y alisarlos a lo largo de la cómoda para que recuperasen su forma. Y eso hice, por supuesto que lo hice. Algunos se resistían, pero tomé un libro generoso en páginas de uno de los cajones y listo. Sonreí gratificada a mi polonés de ensueño para lanzarme de lleno contra él y a la carrera, rodeándole el cuello con los brazos ¡Qué alturas! Me habría colgado sin remordimientos -Te he escrito un poema- recorrí su rostro con tan sólo una mirada, agarrándome con cadena de acero. Cuando no pasaba el tiempo con él, de alguna forma debía entretenerme o al menos, plasmar en palabras, lo inexpresable, lo inexplicable como un intento más de mis imposibles. ¡Qué me contengan! -Menuda sorpresa, ¿No te parece? Qué locura, chico- y dichas palabras se silenciaron solas con mi propio beso, con escaqueos de volver a mirar por la ventana, segura, conforme, con la certeza de cerrar los ojos tranquila.
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Re: It Was Fascination +18 [Oscar Llobregat]
Con Verona de por medio, ninguna mundanidad perdía un ápice de potente alcance o querida presencia, pero muchas veces pensaba que al lado de esa curiosa fémina, todo se volvía más artístico de lo que, en realidad, era. Se lo había llegado a comentar en alguna que otra ocasión y le respondía siempre que no le sorprendía en absoluto que creyera que aquella destreza estaba fuera de él cuando precisamente de él, ni más ni menos, procedía el arte. Sus dedos eran arte, sus brazos eran arte, su boca, su pelo y, por descontado, los ojos con los que la observaba a ella. El arte se había vedado tanto con palabras en los libros o críticas en los museos, descrito, encerrado, definido, que a esas alturas poco le apetecía pensar que su vida portaba algo que se le asemejara. Experto era en entender lo que nadie más consideraba digno de incluir en una conversación que invitara a reflexionar, en ver las cosas como muy poca gente más las entendía, pero de ahí a ser la propia belleza incomprendida que inspiraba a intelectuales, bohemios y desamparados… Aún le costaba de creer el privilegio de que algunos clientes fueran tan interesantes como su interlocutora, así que no pretendía cuestionar el fascinante criterio que les llevaba a llamar a su puerta. Bueno, puede que el de Verona esa noche sí, pero la idea ya había quedado clara, y el peligro se sentía especialmente a gusto en aquellos encuentros.
Su ‘obscena porquería’… Si supiera que con ella le había enseñado muchísimas más cosas que unas cuantas verdades universales, le tildaría de loco romántico para su humeante profesión, y aquella vez sí tendría que darle la razón. En sus años de cortesanía, Oscar había aprendido que también quienes acudían a por sus servicios tenían el libertinaje como lema. Y añadía el ‘también’ por pura inercia, ya que en su caso no era ningún lema, ni siquiera pensaba que hubiera que reivindicarlo. Simple y llanamente era su forma de llevarse un mendrugo de pan a la boca, de fusionarse con la desesperación y la necesidad para afrontar la existencia con una mentalidad más preparada y abierta que las piernas de muchos. Si su voz hubiera llegado a escucharse en otras esferas sociales que, por desgracia, establecían esas ‘verdades universales’, nadie se preocuparía de prohibir el oficio más antiguo del mundo para que siempre fuera administrado en condiciones tan humanas como cualquier otro comercio legítimo.
Curioso, porque entonces no existiría ese momento, por parte de ninguno de los dos, un polaco criado en las calles y una catadora de vicios, o más concretamente, la amenaza de que había una batid acerca no habría atraído a la escritora hasta sus aposentos. Diría que no tenía sentido, pues, seguir dándole vueltas al verdadero y natural origen de comprar el sexo y a la absurda censura que se había implantado al respecto. No obstante, alguien como Oscar no pensaba para hacer del mundo un lugar mejor, pensaba para hacerse mejor a sí mismo, ya que nada habría más valioso que situarse lejos de los ignorantes. Pensar iba inherente a todo lo que había movido sus pasos hasta el presente y no dejaría de hacerlo porque fuera más o menos útil para los demás. Siempre sería útil para él, incluso si no conseguía nada.
Aunque si pensaba, difícilmente no conseguiría nada de Verona. Pensar era una valiosa obligación a la hora de aproximarse al interés de una hembra de tal calibre.
Tal vez, si esto acaba o no aquí, no lo decidamos nosotros esta noche –comentó mientras la observaba, dándole una descarada prioridad al efecto de la humedad en sus prendas de vestir antes que al fajo de dinero. Aprovechó los segundos que la chica tardaba en extender y alisar los billetes en la cómoda para echar un corto vistazo hacia la ventana, cuyo exterior le transmitía una problemática sensación de riesgo e inestabilidad, contraria al resto de noches o días en que le servía de ensimismamiento. No le dio tiempo a rumiar nada más porque enseguida tuvo a Verona colgada de él, ante lo cual rodeó su cintura con una mano y usó la otra para agarrarle entre la oreja y el cuello-. ¿Lo vas a recitar de memoria o hay algún otro papel que quieras sacar de ahí? –inquirió, sonriendo antes de que la visión de su escote fuera cegada por su beso, al que respondió con unas creces que, de nuevo, no se contentaron con permanecer en su boca.
Dio unos pasos en torno a los pies de Verona, casi propios de un vals, y fue marcando el tempo de sus labios a medida que sus dedos descendían más, primero colocando a la mujer contra la pared que había próxima a la susurrante ventana, luego aprisionándola sólo contra el propio cuerpo de Oscar y finalmente recostándola sobre el sonoro colchón de la cama. Sus manos se aventuraron más abajo de sus caderas y se recreó en el tacto jugoso que había dejado la lluvia, chistosa y precoz profeta, besándola en ese instante con una sonrisa que prometía superar altamente sus resultados.
Su ‘obscena porquería’… Si supiera que con ella le había enseñado muchísimas más cosas que unas cuantas verdades universales, le tildaría de loco romántico para su humeante profesión, y aquella vez sí tendría que darle la razón. En sus años de cortesanía, Oscar había aprendido que también quienes acudían a por sus servicios tenían el libertinaje como lema. Y añadía el ‘también’ por pura inercia, ya que en su caso no era ningún lema, ni siquiera pensaba que hubiera que reivindicarlo. Simple y llanamente era su forma de llevarse un mendrugo de pan a la boca, de fusionarse con la desesperación y la necesidad para afrontar la existencia con una mentalidad más preparada y abierta que las piernas de muchos. Si su voz hubiera llegado a escucharse en otras esferas sociales que, por desgracia, establecían esas ‘verdades universales’, nadie se preocuparía de prohibir el oficio más antiguo del mundo para que siempre fuera administrado en condiciones tan humanas como cualquier otro comercio legítimo.
Curioso, porque entonces no existiría ese momento, por parte de ninguno de los dos, un polaco criado en las calles y una catadora de vicios, o más concretamente, la amenaza de que había una batid acerca no habría atraído a la escritora hasta sus aposentos. Diría que no tenía sentido, pues, seguir dándole vueltas al verdadero y natural origen de comprar el sexo y a la absurda censura que se había implantado al respecto. No obstante, alguien como Oscar no pensaba para hacer del mundo un lugar mejor, pensaba para hacerse mejor a sí mismo, ya que nada habría más valioso que situarse lejos de los ignorantes. Pensar iba inherente a todo lo que había movido sus pasos hasta el presente y no dejaría de hacerlo porque fuera más o menos útil para los demás. Siempre sería útil para él, incluso si no conseguía nada.
Aunque si pensaba, difícilmente no conseguiría nada de Verona. Pensar era una valiosa obligación a la hora de aproximarse al interés de una hembra de tal calibre.
Tal vez, si esto acaba o no aquí, no lo decidamos nosotros esta noche –comentó mientras la observaba, dándole una descarada prioridad al efecto de la humedad en sus prendas de vestir antes que al fajo de dinero. Aprovechó los segundos que la chica tardaba en extender y alisar los billetes en la cómoda para echar un corto vistazo hacia la ventana, cuyo exterior le transmitía una problemática sensación de riesgo e inestabilidad, contraria al resto de noches o días en que le servía de ensimismamiento. No le dio tiempo a rumiar nada más porque enseguida tuvo a Verona colgada de él, ante lo cual rodeó su cintura con una mano y usó la otra para agarrarle entre la oreja y el cuello-. ¿Lo vas a recitar de memoria o hay algún otro papel que quieras sacar de ahí? –inquirió, sonriendo antes de que la visión de su escote fuera cegada por su beso, al que respondió con unas creces que, de nuevo, no se contentaron con permanecer en su boca.
Dio unos pasos en torno a los pies de Verona, casi propios de un vals, y fue marcando el tempo de sus labios a medida que sus dedos descendían más, primero colocando a la mujer contra la pared que había próxima a la susurrante ventana, luego aprisionándola sólo contra el propio cuerpo de Oscar y finalmente recostándola sobre el sonoro colchón de la cama. Sus manos se aventuraron más abajo de sus caderas y se recreó en el tacto jugoso que había dejado la lluvia, chistosa y precoz profeta, besándola en ese instante con una sonrisa que prometía superar altamente sus resultados.
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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