No debí haber comido eso... [Libre]

por **Miguel Cuevas** Dom Feb 05, 2012 4:20 am

El frío era más que notorio aquella mañana, hacía tanto que sentía como si me cortasen la mano o me clavasen alfileres, la nariz se me helaba y no conseguía entrar en calor...definitivamente me gustaba mas el verano que el invierno. Me levanté de mi camita y caminé hasta la alacena sin que nadie me viese en casa. Tenía tanta hambre que me comería un caballo. Después de apartar distintos tarros y paquetes sin hacer el menor ruido encontré algo que podría merecer la pena. Unas galletas con cacao. Con la misma voracidad de la que haría gala un monje con votos de ayuno tras quedar liberado de este me comí todas las galletas.

Mirando una migaja que se me había caído al suelo me di cuenta de que no era del mismo color que solían ser las galletas, tenía unos matices blancos y verdes. Al principio no me importó, había saciado mi hambre y ahora volvía a la cama con mi brasero entre mis sabanas. No fue hasta bien llegada el alba que empecé ha notar molestias, sudores fríos, temblor en las manos y mi tripita hacía ruiditos raros como cuando tenía la barriguita vacía. Salí camino del hospital con 2 abrigos encima del pijamita. Cuando apenas me quedaban unos metros para llegar una punzada en el estomago me hizo encogerme en el suelo.

por Invitado Mar Feb 14, 2012 11:10 pm

Al hospital solía llegar una hora, tres cuartos de hora pasado el alba, pero no más y mucho menos en aquellos días en los que sentía que su estadía en el hospital estaba apunto de llegar a su fin. Estaba pensando seriamente en dejar aquel ambiente tan hostil para una mujer y dedicarse a los pacientes que llegaran a su consultorio particular, aquellos que realmente le tenían confianza. Sabía que aquella situación repercutiría en su bolsillo pero tal vez era algo que valía la pena con tal de dejar aquel ambiente misógino y desgastante. Poco a poco había comenzado a distanciarse, como ejemplo de ello estaba el hecho de que ya no acostumbraba a quedarse en el turno nocturno, la ultima vez que lo había hecho había sido hace algunos meses, él día en el que había conocido a Gregor Dvořák. Sin poder evitar una sonrisa de lado se dibujo en su rostro.

Estaba a punto de ahondar en pensamientos sobre él, tal y como era su costumbre, una muy mala costumbre de la que era presa desde hace poco tiempo. A un par de metros un pequeño yacía en el suelo, sosteniendo su estomago, con una mueca de dolor en el rostro. Recorrió la distancia que los separa lo más rápido que pudo.

- Estarás bien- le dijo al pequeño antes de levantarlo en brazos. Si bien aquel movimiento no pudo realizarlo con suma facilidad, su cuerpo suponía un peso del cual era capaz de lidiar. Estaba segura que nadie iría a socorrerle, por que en aquel lugar era una especie de peste, por pretender ser doctora siendo mujer -Ya lo verás-

Buscó rápidamente a alguien que viniera acompañando al niño, intuyó que había ido solo. Entró al hospital, con el niño en brazos, recorrió el pasillo que llevara a una sala repleta de camastros, recostó al niño en uno vació y se dispuso a atenderle.

-¿Te duele el estomago?- preguntó amablemente, tratando de palpar la zona. –Mi nombre es Ayelet, y voy a atenderte.- se presentó.

por **Miguel Cuevas** Lun Mar 05, 2012 3:50 am

El dolor era casi inaguantable, sentía como si mi barriga tuviese voluntad propia y quisiese escurrirse poco a poco hacia abajo. Sentí como si estuviese levantándome en el aire y me moviese solo, cuando el dolor se disipó un poco y mis sentidos se aclararon vi que una mujer me había tomado y llevado al interior del hospital, seguramente para que algún medico me atendiera.

Miré a mi alrededor observando los camastros y fue entonces cuando dijo algo que me desconcertó. ¿Iba ha tratarme? Asentí lentamente cuando
me preguntó si me dolía el estómago y contuve una mueca cuando me presionó en una zona que casi me provoca arcadas.

- Me duele mucho ahí y ahí. -señale con el dedo mi tripita y una parte de la barriga por debajo del ombligo, luego miré a los ojos a aquella mujer.- Yo me llamo Miguel, Miguel Cuevas, encantado de conocerla señorita -otra punzada seguida de un retortijón me "golpeó" sin aviso.- ¿Es usted medico señorita Ayelet? Creí que las chicas no podían serlo.

por Invitado Lun Abr 09, 2012 11:59 pm

El muchacho lucía un poco confundido cuando por fin fue capaz de enfocar la vista, y de parte de ella sólo recibió una ligera sonrisa y un vistazo rápido porque de inmediato bajó la mirada y la dirigió sus ojos hacia sus manos que lentamente dejaron la zona donde habían hecho presión con anterioridad.

-Mucho Gusto, Miguel- supuso que al igual que ella se trataba de un forastero, o en el otro supuesto sus padres serian extranjeros. Aquel nombre extranjero en los labios del pequeño, le hicieron cuestionarse un imposible: De haber tenido hijos estando en Paris ¿les hubiera puesto nombres sefaradíes? Tal vez a su difunto marido le hubiera gustado algún nombre francés, en su eterna búsqueda de pertenecer en un lugar donde probablemente no seria bienvenido. ¿Ella? Nunca se lo había planteado, y ser madre era algo que estaba segura nunca experimentaría.

Se sentó junto al niño y lo sujetó con fuerza contra el camastro para evitar que aquella segunda arcada lo tumbara al suelo.

-Si y no- respondió con calma, aunque aquella pregunta a la que ya estaba acostumbrada en los labios de un infante le tomó por sorpresa –No fui a la escuela cómo los demás doctores. Lo que sé me lo enseñó otro doctor, él fue quien me recomendó en este hospital. Sé de medicina y ten por seguro que puedo tratarte. Confía en mí.- terminó sonriendo. Le había contado la verdad sin ahondar en detalles, no iba a aburrir a un niño contándole su vida.

Espero la respuesta del niño antes de continuar, tenía todo el derecho de pedir a otro medico, ella misma iría a buscarlo y a pesar de contemplar esa posibilidad, no estaba del todo preparada para una negativa.

- Ahora dime, Miguel ¿Qué fue lo que comiste?-preguntó.

por **Miguel Cuevas** Jue Mayo 03, 2012 3:22 am

Asentí mientras observaba como palpaba un poquito mi tripita y escuché atentamente, todo lo atento que podía con el dolor que me laceraba por dentro claro, lo que me comentaba aquella medico que no era medico pero que actuaba como uno. No era como los demás, me parecía que era mucho más cercana que los otros. Sonreí un poquito y recordé cuando haría ya un par de primaveras mi madre me preparó una infusión de hiervas para calmar el malestar, en seguida me recuperé, aunque pasé uno de los peores ratos de mi vida. Tras pensar un poco en lo que comí miré a la señorita y admití "mi parte de culpa".

- Pues...he comido unas galletas con cacao...pero creo que estaban un poquito pasadas.

Dije intentando sonreír inocentemente esperando que no me preguntara cuantas me había comido...no las había contado y el tarro estaba casi lleno.

- Es usted muy amable.

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