AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Cuatro sinfonías de un piano oscuro
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Cuatro sinfonías de un piano oscuro
Las calles del centro de París aún murmuraban, se oía un incesante tránsito de carrosas de esa clase pudiente que volvería de algún paseo o de su lugar de trabajo a su palacio para terminar el día frente a una gran mesa y mas tarde en una amplia cama cubierta de la más delicada seda. El viento arremolinaba las hojas entre los piés de gente un poco más trabajadora y no tan ostentadora, que marchaba hacia sus hogares. Al pasar los días trabajando en el College, iba atreviéndome a cruzar alguna mirada amable con caras que me resultaban levemente conocidas.
Atravesaba la calle principal cuando inevitablemente me detuve tras oir una pequeña orquesta ensayar. Me paré en ese preciso momento, con la mirada hacia abajo pero sonriendo. No podía evitar mover uno de mis pies marcando el ritmo y chasquear los dedos a la vez.
Uno de mis grandes sueños para llevar acabo allí en el centro de París era poder entender como funcionaban las clases sociales. En el College de France tenía mi primer trabajo y abría mi primer circulo social. Siempre tuve tendencia a apartarme de todo. Por lo que no entendía de religiones ni ideologías. Hasta días antes a llegar a París hubiera sostenido que se podía vivir sin ello perfectamente, sin embargo cambié de idea cuando encontré tanta diversidad de culturas, trabas entre ellas y exclusiones constantes.
Me planteé si creer en el destino mucho menos que en deidades estaría mal visto por la iglesia. Esa misma brisa que acariciaba las calles y doblaba en las esquinas, puso debajo de la punta de mi pié una carta bien perfumada, dentro de un sobre blanco cerrado con un precioso broche en color rojo y plateado. En el reverso contenía el destinatario, y su calle con el número. Tuve el reflejo de leer el nombre de la calle y levantar la mirada, intentando orientarme sobre la dirección a la que correspondía. El nombre de la calle no me era familiar, supuse que saldría del centro, y por la paquetería del sobre me convencí de que pertenecía a la zona residencial.
Nunca me habían enviado una carta, nunca había leído una, ni siquiera ajena. La intriga por leerla, por saber cuales eran sus palabras dentro me daba vueltas una y otra vez por la frente. La miré una última vez intentando decidir que hacer y largué un suspiro como rindiendome quién sabe a que.
Atravesaba la calle principal cuando inevitablemente me detuve tras oir una pequeña orquesta ensayar. Me paré en ese preciso momento, con la mirada hacia abajo pero sonriendo. No podía evitar mover uno de mis pies marcando el ritmo y chasquear los dedos a la vez.
Uno de mis grandes sueños para llevar acabo allí en el centro de París era poder entender como funcionaban las clases sociales. En el College de France tenía mi primer trabajo y abría mi primer circulo social. Siempre tuve tendencia a apartarme de todo. Por lo que no entendía de religiones ni ideologías. Hasta días antes a llegar a París hubiera sostenido que se podía vivir sin ello perfectamente, sin embargo cambié de idea cuando encontré tanta diversidad de culturas, trabas entre ellas y exclusiones constantes.
Me planteé si creer en el destino mucho menos que en deidades estaría mal visto por la iglesia. Esa misma brisa que acariciaba las calles y doblaba en las esquinas, puso debajo de la punta de mi pié una carta bien perfumada, dentro de un sobre blanco cerrado con un precioso broche en color rojo y plateado. En el reverso contenía el destinatario, y su calle con el número. Tuve el reflejo de leer el nombre de la calle y levantar la mirada, intentando orientarme sobre la dirección a la que correspondía. El nombre de la calle no me era familiar, supuse que saldría del centro, y por la paquetería del sobre me convencí de que pertenecía a la zona residencial.
Nunca me habían enviado una carta, nunca había leído una, ni siquiera ajena. La intriga por leerla, por saber cuales eran sus palabras dentro me daba vueltas una y otra vez por la frente. La miré una última vez intentando decidir que hacer y largué un suspiro como rindiendome quién sabe a que.
Re: Cuatro sinfonías de un piano oscuro
La risa de los niños era contagiosa y no me resistí a corretear detrás de ellos mientras avanzábamos en grupo por una de las calles comerciales de Paris, al menos hasta que recibí una riña por parte de mi esposo.
-Basta Danitza- dijo mirándome con severidad- Ya no eres una niña, deja de comportarte como una.
De inmediato me coloqué a su lado tratando de reprimir la sonrisa que escapaba a mis labios. El me miró y negó con la cabeza, aunque por el temblor de sus comisuras adiviné que al igual que yo, reprimía una sonrisa.
Nuestro grupo cruzó por el centro de Paris, camino a la Catedral de Notre Dame. A ella íbamos a rogar, al igual que muchos otro vagabundos, comida y asilo. Conforme nos fuimos adentrando en aquella ciudad, bella pero desconocida, fui percatándome más y más de las miradas que nos lanzaban aquellos con los que nos cruzábamos. De día no habríamos levantado tanta alarma, pero la noche traía muchos miedos consigo. Pronto llamarían a la guardia y si no nos dábamos prisa...
Las risas de un par de niños sonaban lejanas. Me paré y miré alrededor, inquieta por haber bajado la guardia y haberlos perdido de vista.
-Clopin y Pierre se han alejado. Voy por ellos.
-Apresúrate.
Cuando casi los había alcanzado supe lo que estaban tramando. Su objetivo era un hombre de piel oscura y aspecto peligroso. Mala idea a pesar de lo despistado que parecía, pero ellos eran demasiado jóvenes para darse cuenta y elegir bien a su "víctima".
Sus correteos los llevaron a "chocar accidentalmente" contra aquel hombre. Los tres cayeron al suelo y los niños, entre quejidos y quejas, deslizaron sus pequeñas y ágiles manos en los bolsillos del hombre.
Inmediatamente intervine, antes de que él se diera cuenta de lo que estaba pasando. Tomé a ambos niños, que ya se habían guardado algunas de las pertenencias de aquel hombre, de las manos y los hice levantarse.
-Lo lamento.- dije con una sonrisa, tratando de pronunciar correctamente el francés- No hay quien controle a los niños cuando les da por escaparse.
Tras un leve guiño me apresuré a regresar con el grupo llevando a los dos gruñones niños conmigo. Teníamos que perdernos de vista antes de que el hombre reaccionara y se diera cuenta de que acababa de sufrir un robo.
-Basta Danitza- dijo mirándome con severidad- Ya no eres una niña, deja de comportarte como una.
De inmediato me coloqué a su lado tratando de reprimir la sonrisa que escapaba a mis labios. El me miró y negó con la cabeza, aunque por el temblor de sus comisuras adiviné que al igual que yo, reprimía una sonrisa.
Nuestro grupo cruzó por el centro de Paris, camino a la Catedral de Notre Dame. A ella íbamos a rogar, al igual que muchos otro vagabundos, comida y asilo. Conforme nos fuimos adentrando en aquella ciudad, bella pero desconocida, fui percatándome más y más de las miradas que nos lanzaban aquellos con los que nos cruzábamos. De día no habríamos levantado tanta alarma, pero la noche traía muchos miedos consigo. Pronto llamarían a la guardia y si no nos dábamos prisa...
Las risas de un par de niños sonaban lejanas. Me paré y miré alrededor, inquieta por haber bajado la guardia y haberlos perdido de vista.
-Clopin y Pierre se han alejado. Voy por ellos.
-Apresúrate.
Cuando casi los había alcanzado supe lo que estaban tramando. Su objetivo era un hombre de piel oscura y aspecto peligroso. Mala idea a pesar de lo despistado que parecía, pero ellos eran demasiado jóvenes para darse cuenta y elegir bien a su "víctima".
Sus correteos los llevaron a "chocar accidentalmente" contra aquel hombre. Los tres cayeron al suelo y los niños, entre quejidos y quejas, deslizaron sus pequeñas y ágiles manos en los bolsillos del hombre.
Inmediatamente intervine, antes de que él se diera cuenta de lo que estaba pasando. Tomé a ambos niños, que ya se habían guardado algunas de las pertenencias de aquel hombre, de las manos y los hice levantarse.
-Lo lamento.- dije con una sonrisa, tratando de pronunciar correctamente el francés- No hay quien controle a los niños cuando les da por escaparse.
Tras un leve guiño me apresuré a regresar con el grupo llevando a los dos gruñones niños conmigo. Teníamos que perdernos de vista antes de que el hombre reaccionara y se diera cuenta de que acababa de sufrir un robo.
Re: Cuatro sinfonías de un piano oscuro
Miré el sobre decidiendo, sin más, guardarlo en uno de los bolsillos de mi chaleco. Mi cara podía leerse como "mejor no liarme" aunque al instante me dije:-Ojala fuera esto un sobre abierto con una carta que alguien ya no quisiera leer, lleno de palabras delatoras con alguna invitación inquietante a desatar sentimientos reprimidos, o aceptando humillante y sombríamente ser responsable de un crimen amoroso, de esos que aterrorizan la intimidad de un cuarto silencioso donde nadie alcanza a oir llantos ni gritos de dolor, donde nadie puede intervenir frente a un ataque de pasión.
Pero no, nada de eso. No intentaría abrir el sobre.
Pasaron unos segundos más hasta que la música cesó, alcé la vista y un joven llevaba los últimos diarios del día en su bicicleta. De seguro que por unas monedas me entregaría uno, pues aquellos periódicos no le servirían para otra cosa que topar una puerta o hacer fuego.
El joven accedió, y como no tenía prisa me tomé unos segundos para leer los principales encabezados. El enorme periódico me tapaba la visión, justo cuando oí a un par de niños corretear. De pronto las páginas se desparramaron al igual que aquellos pequeños sátiros que no dejaban de reirse y yo. Me tomé la frente un momento y suspiré antes de levantarme.
Una joven de ropas poco comunes para la vestimenta Parisina argumentó, a lo cual en poco estaba de acuerdo:
-Lo lamento. No hay quién controle a los niños cuando les da por escaparse.
-No se preocupe, también he sido niño -respondí disparando mis ojos.
Sacudí mis pantalones, recogí el periódico y lo rearmé.
Finalmente me dispuse a leerlo con tranquilidad, el titular decía: "Crímen amoroso en la zona residencial" y seguido justo debajo "No hay más evidencias que cartas llenas de dolor y amor no correspondido, tampoco hay testigos." Debajo del título y su subtítulo correspondiente había una ilustración. En ella, un pilon de cartas exactamente iguales a la que había encontrado.
No podía creerlo, debía apresurarme a entregarla, podía ser una evidencia clave en el asunto. O aun mejor, ¿Si especulaba con entregarla de modo anónimo a cambio de dinero?.
Pero claro, todo aquello que pasó por mi cabeza sería posible a no ser debido a que cuando quise tomar la carta ya no estaba, al igual que mi armónica, mi pañuelo, y algunos billetes.
Corrí con mucha prisa a buscar a la mujer con los niños que me habían robado. No podían estar muy lejos, me dirigí a algunas calles donde posiblemente se podían haber ido, hasta que me crucé con un grupo de gente que caminaba en caravana, en dirección a la catedral de Notre Dame.
-Disculpe, oiga! Madame! -dije en tono fuerte, intentando no gritar, ni armar mucho alboroto.
Aunque yo como padre de esos niños mas que gritarles, les daría un buen castigo.
-Por favor! Deténgase! -le ordené cuando pude acercarme tras notar que hacia oidos sordos a mis palabras.
Pero no, nada de eso. No intentaría abrir el sobre.
Pasaron unos segundos más hasta que la música cesó, alcé la vista y un joven llevaba los últimos diarios del día en su bicicleta. De seguro que por unas monedas me entregaría uno, pues aquellos periódicos no le servirían para otra cosa que topar una puerta o hacer fuego.
El joven accedió, y como no tenía prisa me tomé unos segundos para leer los principales encabezados. El enorme periódico me tapaba la visión, justo cuando oí a un par de niños corretear. De pronto las páginas se desparramaron al igual que aquellos pequeños sátiros que no dejaban de reirse y yo. Me tomé la frente un momento y suspiré antes de levantarme.
Una joven de ropas poco comunes para la vestimenta Parisina argumentó, a lo cual en poco estaba de acuerdo:
-Lo lamento. No hay quién controle a los niños cuando les da por escaparse.
-No se preocupe, también he sido niño -respondí disparando mis ojos.
Sacudí mis pantalones, recogí el periódico y lo rearmé.
Finalmente me dispuse a leerlo con tranquilidad, el titular decía: "Crímen amoroso en la zona residencial" y seguido justo debajo "No hay más evidencias que cartas llenas de dolor y amor no correspondido, tampoco hay testigos." Debajo del título y su subtítulo correspondiente había una ilustración. En ella, un pilon de cartas exactamente iguales a la que había encontrado.
No podía creerlo, debía apresurarme a entregarla, podía ser una evidencia clave en el asunto. O aun mejor, ¿Si especulaba con entregarla de modo anónimo a cambio de dinero?.
Pero claro, todo aquello que pasó por mi cabeza sería posible a no ser debido a que cuando quise tomar la carta ya no estaba, al igual que mi armónica, mi pañuelo, y algunos billetes.
Corrí con mucha prisa a buscar a la mujer con los niños que me habían robado. No podían estar muy lejos, me dirigí a algunas calles donde posiblemente se podían haber ido, hasta que me crucé con un grupo de gente que caminaba en caravana, en dirección a la catedral de Notre Dame.
-Disculpe, oiga! Madame! -dije en tono fuerte, intentando no gritar, ni armar mucho alboroto.
Aunque yo como padre de esos niños mas que gritarles, les daría un buen castigo.
-Por favor! Deténgase! -le ordené cuando pude acercarme tras notar que hacia oidos sordos a mis palabras.
Re: Cuatro sinfonías de un piano oscuro
Tragué saliva cuando escuché la voz de aquel hombre. Se había dado cuenta de lo ocurrido y nos estaba alcanzando. De inmediato los hombres del grupo se movieron, formando un cerco protector a nuestro alrededor, algunos incluso se encararon al desconocido tratando de intimidarlo con miradas hostiles y superioridad numérica, tratando de hacerlo desistir y alejarse.
Mi marido me rodeó con un brazo de forma protectora, pegándome a él.
-¿Qué quiere ese gachó?- me preguntó en voz baja, claramente molesto.
-Nada.-dije de forma tensa, algo avergonzada- y no es mi gachó, es solo un necio al que Clopin ha desplumado.
-Por favor! Deténgase!- insistió el hombre sin darse por vencido. Se había acercado mucho y mi marido me soltó para girarse y encararse ante él, interponiéndose entre él y yo. Eché un vistazo alrededor ¿donde estaban Clopin y Pierre?
-¿Qué es lo que precisas tu de mi esposa, gadje?- le espetó mi marido, alzándose cuan alto era y mirándole como un águila miraría a un ratón.
El círculo de gitanos se cerró en torno al desconocido, que quizá en ese momento se diera cuenta del peligro que corría.
-Será mejor que te marches ahora que aun puedes andar y dejes de molestar a mi esposa.- continuó de forma intimidante mi marido.
Miré con nerviosismo al hombre asomándome desde detrás de mi enorme protector. El grito de Jezza, la madre de Pierre, interrumpió la tensa situación.
-Shanglo!!!Shanglo!!!
En cuestión de segundos cundió el caos. La guardia parisina había aparecido de la nada y cargó contra nuestro grupo, golpeando hombres, niños y mujeres por igual.
Con un grito asustado me abracé a mi marido. El me sacudió y empujó.
-Corre Danitza!!! -luego alzó la voz- A las Puertas! A Notre Dame!!!
Huimos en desbandada hacia las puertas de la catedral. Cuando lográramos alcanzarla, pediríamos asilo y los guardias no podrían tocarnos.
Tropecé dolorosamente con mis pies descalzos contra una irregularidad del pavimento y caí al suelo.
-Janosh!!!-llamé asustada, tratando de encontrar a mi marido entre la multitud que corría- Janosh!!!
Una sombra se alzó sobre mi y vi como aquel guardia parisino alzaba su porra para golpearme. Cerré los ojos y me cubrí el rostro con los brazos.
Mi marido me rodeó con un brazo de forma protectora, pegándome a él.
-¿Qué quiere ese gachó?- me preguntó en voz baja, claramente molesto.
-Nada.-dije de forma tensa, algo avergonzada- y no es mi gachó, es solo un necio al que Clopin ha desplumado.
-Por favor! Deténgase!- insistió el hombre sin darse por vencido. Se había acercado mucho y mi marido me soltó para girarse y encararse ante él, interponiéndose entre él y yo. Eché un vistazo alrededor ¿donde estaban Clopin y Pierre?
-¿Qué es lo que precisas tu de mi esposa, gadje?- le espetó mi marido, alzándose cuan alto era y mirándole como un águila miraría a un ratón.
El círculo de gitanos se cerró en torno al desconocido, que quizá en ese momento se diera cuenta del peligro que corría.
-Será mejor que te marches ahora que aun puedes andar y dejes de molestar a mi esposa.- continuó de forma intimidante mi marido.
Miré con nerviosismo al hombre asomándome desde detrás de mi enorme protector. El grito de Jezza, la madre de Pierre, interrumpió la tensa situación.
-Shanglo!!!Shanglo!!!
En cuestión de segundos cundió el caos. La guardia parisina había aparecido de la nada y cargó contra nuestro grupo, golpeando hombres, niños y mujeres por igual.
Con un grito asustado me abracé a mi marido. El me sacudió y empujó.
-Corre Danitza!!! -luego alzó la voz- A las Puertas! A Notre Dame!!!
Huimos en desbandada hacia las puertas de la catedral. Cuando lográramos alcanzarla, pediríamos asilo y los guardias no podrían tocarnos.
Tropecé dolorosamente con mis pies descalzos contra una irregularidad del pavimento y caí al suelo.
-Janosh!!!-llamé asustada, tratando de encontrar a mi marido entre la multitud que corría- Janosh!!!
Una sombra se alzó sobre mi y vi como aquel guardia parisino alzaba su porra para golpearme. Cerré los ojos y me cubrí el rostro con los brazos.
Re: Cuatro sinfonías de un piano oscuro
Intenté acercarme de forma educada pero estaba claro que no era momento de andar con modales. En seguida, el grupo se rearmó y sus hombres dieron cara a la situación intentando intimidarme. Todos tenían un aspecto bastante bribón, lo cual no me gustaba nada, pero quería recuperar la carta a cualquier costo. No era mia, pero menos de ellos. Considerando que estabamos en el centro de París, en un momento del día donde todo es visible, me veía obligado a descartar como opción transformarme. Tampoco podía sacrificar tanto de mi vida por un simple instante.
-¿Qué es lo que precisas tu de mi esposa, gadje?-dijo amenazante y con íra en sus ojos enfrentandome cara a cara. Estaba sólo, una tonelada de adrenalina me corría por las venas, esa mirada tan fija sobre mis ojos desataba mi instinto de defensa más primitivo y unas garras comenzaban a asomar en lugar de mis uñas. Mis pupilas se dilataban por momentos y un sudor frío corría por mi frente. Con la cabeza sombríamente hacia abajo respondí:
-Usted... debería... quitarse... -limitado a unas pocas palabras que se entrecortaban por la arritmia.
-Será mejor que te marches ahora que aun puedes andar y dejes de molestar a mi esposa-sonó intimidante, pero no me movía más instintos de los que ya había liberado. Un instante de lucidez me hizo reprimir todo aquello, logrando relajarme muy de a poco. Tenía que evitar transformarme y enfrentarlo de igual a igual.
Observé por lo bajo a la esposa del enorme hombre, mirando muy preocupada. Hubiera querido saber que hice para que su esposo fuera tan ofensivo a mi llamado. Tipos celosos si los hay, pero este tenía ganas de pelear.
De pronto, cuatro guardias uniformados acudieron ante el tumulto. Uno se encargó de tomarme por la espalda y hecharme a un costado, otro quiso aporrear a los que estuvieron a punto de meterse en un brollo importante. Mientras los dos restantes se ocuparon de intentar detener a las mujeres y los niños.
La mujer gritó al ver que su esposo iba a ser golpeado y detenido, pero este la impulsó a escaparse. Ella corrió pero sus piés tropezaron y cayó al suelo sin poder recomponerse antes de que un guardia la alcanzara.
Si no los ayudaba ahora, la guardia iba a hacerse con todos ellos y la carta quedaría en manos correctas. Pero no era eso lo que yo quería. ¿Sería capaz de prestar mi hombro a quienes estuvieron a punto de atacarme sin piedad? No.
Pero si a los niños tanto como a aquella mujer que consideré que podía hablar en buenos terminos y convencer para recobrar la carta.
Tan pronto como vi caer a la mujer corrí a detener al guardia. El tipo alzó un brazo y la porra iba en camino, justo cuando aparecí por detras y alcancé a bloquear el golpe, haciendo un gancho con mi brazo contra el suyo. Tras varios golpes recibidos bajo las costillas el guardia quedó desplomado en el suelo casi sin poder respirar.
Imaginé que la joven huiría pero estaba tan atemorizada que quedó en el suelo cubriendose el rostro con los brazos.
No había más tiempo que perder, otro guardia perseguía a las demás, por lo que tomé uno de sus brazos con fuerza y dije con ánimos y seguridad:
- Apresúrese! Vamos!
-¿Qué es lo que precisas tu de mi esposa, gadje?-dijo amenazante y con íra en sus ojos enfrentandome cara a cara. Estaba sólo, una tonelada de adrenalina me corría por las venas, esa mirada tan fija sobre mis ojos desataba mi instinto de defensa más primitivo y unas garras comenzaban a asomar en lugar de mis uñas. Mis pupilas se dilataban por momentos y un sudor frío corría por mi frente. Con la cabeza sombríamente hacia abajo respondí:
-Usted... debería... quitarse... -limitado a unas pocas palabras que se entrecortaban por la arritmia.
-Será mejor que te marches ahora que aun puedes andar y dejes de molestar a mi esposa-sonó intimidante, pero no me movía más instintos de los que ya había liberado. Un instante de lucidez me hizo reprimir todo aquello, logrando relajarme muy de a poco. Tenía que evitar transformarme y enfrentarlo de igual a igual.
Observé por lo bajo a la esposa del enorme hombre, mirando muy preocupada. Hubiera querido saber que hice para que su esposo fuera tan ofensivo a mi llamado. Tipos celosos si los hay, pero este tenía ganas de pelear.
De pronto, cuatro guardias uniformados acudieron ante el tumulto. Uno se encargó de tomarme por la espalda y hecharme a un costado, otro quiso aporrear a los que estuvieron a punto de meterse en un brollo importante. Mientras los dos restantes se ocuparon de intentar detener a las mujeres y los niños.
La mujer gritó al ver que su esposo iba a ser golpeado y detenido, pero este la impulsó a escaparse. Ella corrió pero sus piés tropezaron y cayó al suelo sin poder recomponerse antes de que un guardia la alcanzara.
Si no los ayudaba ahora, la guardia iba a hacerse con todos ellos y la carta quedaría en manos correctas. Pero no era eso lo que yo quería. ¿Sería capaz de prestar mi hombro a quienes estuvieron a punto de atacarme sin piedad? No.
Pero si a los niños tanto como a aquella mujer que consideré que podía hablar en buenos terminos y convencer para recobrar la carta.
Tan pronto como vi caer a la mujer corrí a detener al guardia. El tipo alzó un brazo y la porra iba en camino, justo cuando aparecí por detras y alcancé a bloquear el golpe, haciendo un gancho con mi brazo contra el suyo. Tras varios golpes recibidos bajo las costillas el guardia quedó desplomado en el suelo casi sin poder respirar.
Imaginé que la joven huiría pero estaba tan atemorizada que quedó en el suelo cubriendose el rostro con los brazos.
No había más tiempo que perder, otro guardia perseguía a las demás, por lo que tomé uno de sus brazos con fuerza y dije con ánimos y seguridad:
- Apresúrese! Vamos!
Re: Cuatro sinfonías de un piano oscuro
El golpe nunca llegó, justo cuando el guardia alzaba su porra un brazo oscuro se interpuso. Todo ocurrió tan rápido que no pude reaccionar, el hombre de piel oscura al que los niños habían desplumado tumbó al guardia en tres o cuatro golpes... y luego se giró hacia mí.
Tal como pensé... era un hombre peligroso. Volví a cubrirme, temiendo lo que pudiera hacerme y repitiendo el nombre de mi marido, pero para mi sorpresa el me tomó de los brazos y me levantó del suelo.
- Apresúrese! Vamos!
Echó a correr y me arrastró con él. Los guardias habían bloqueado la calle hacia la catedral y golpeaban a mi gente, ninguno había podido llegar a Notre Dame. El desconocido me llevó lejos del tumulto, por un pequeño callejón, y por mucho que me resistí no pude frenar nuestra carrera, no hasta que me revolví como un perro y le mordí con fuerza la mano con la que me sujetaba. Solo entonces me soltó.
Me aparté de él, jadeando por la carrera, y pegué mi espalda a la pared del callejón. Miré alrededor, nos habíamos alejado bastante y no conocía ninguna de las calles de la ciudad, no tenía ni idea de donde estaba.
El tobillo me dolía a horrores después del tropiezo y estaba realmente asustada... ¡estaba en sus manos! Le miré, tomé aire y alcé el mentón, tratando de no parecer tan asustada como me sentía... aunque nunca se me ha dado demasiado bien disimular.
-¿Qué quieres de mi?- pregunté. La voz no me había temblado, di gracias a Dios por ello.
Eché un rápido vistazo a mi alrededor, tratando de buscar una salida, una forma de escapar de el... o algo con lo que golpearle si intentaba deshonrarme.
Tal como pensé... era un hombre peligroso. Volví a cubrirme, temiendo lo que pudiera hacerme y repitiendo el nombre de mi marido, pero para mi sorpresa el me tomó de los brazos y me levantó del suelo.
- Apresúrese! Vamos!
Echó a correr y me arrastró con él. Los guardias habían bloqueado la calle hacia la catedral y golpeaban a mi gente, ninguno había podido llegar a Notre Dame. El desconocido me llevó lejos del tumulto, por un pequeño callejón, y por mucho que me resistí no pude frenar nuestra carrera, no hasta que me revolví como un perro y le mordí con fuerza la mano con la que me sujetaba. Solo entonces me soltó.
Me aparté de él, jadeando por la carrera, y pegué mi espalda a la pared del callejón. Miré alrededor, nos habíamos alejado bastante y no conocía ninguna de las calles de la ciudad, no tenía ni idea de donde estaba.
El tobillo me dolía a horrores después del tropiezo y estaba realmente asustada... ¡estaba en sus manos! Le miré, tomé aire y alcé el mentón, tratando de no parecer tan asustada como me sentía... aunque nunca se me ha dado demasiado bien disimular.
-¿Qué quieres de mi?- pregunté. La voz no me había temblado, di gracias a Dios por ello.
Eché un rápido vistazo a mi alrededor, tratando de buscar una salida, una forma de escapar de el... o algo con lo que golpearle si intentaba deshonrarme.
Re: Cuatro sinfonías de un piano oscuro
La corrida con la joven a cuestas no duró mucho. Ella se resistió, mordiendome una de las manos e intentando fugarse una vez más. Esta vez arrinconandose contra un callejón. Atemorizada pretendía cubrirse las espaldas con aquella pared. ¿Por qué se empeñaba en hacerme enfadar? Esa mujer empezaba de cierto modo a causarme molestias, pero no la podía desechar todavía. Me robaba e ignoraba, pero le hice el favor de no atentar contra su esposo. Me trago la arrogancia de su esposo, pero la salvo de que un guardia le desfigure la cara a costas de golpearlo y dejarlo mal herido. ¿Que iba a hacer ahora? ¿Darle un mazo para que me tumbe luego de haberme mordido la mano?
Si no lo entendía por las buenas, lo iba a entender a mi modo. Me acerqué a unos pasos ella observándola fijamente a los ojos.
-¿Qué quieres de mi? -insinuó como si no supiera lo que sus críos me quitaron. Incluso apostaría que ella tendría alguna de mis pertenencias.
-¿Que qué quiero de ti?-me sonreí tomandome la cabeza- ¿Es que no entiendes que he pretendido ayudarte? ¡Te he salvado de ese tipo y me lo devuelves con un mordisco! -le reproché-. Les he tenido paciencia a tu esposo y a ti, y no pretendo hacerles nada. Solo quiero lo que es mio, ¿Entiende? -la observé con el mismo desconcierto que desde el primer momento-. Bien, usted quiere a su esposo y sus hijos, como yo lo que me pertenece ¿Me ayudará si la ayudo? ¿O se quedará aquí pensando como desplomarme nuevamente? -me crucé de brazos a esperar su respuesta. Cuando no había mucha escapatoria para aquella mujer que ya estaría atormentada por mis reclamos, noté que a sus piés una pesada alcantarilla estaba abierta, quién sabe a donde se abriría paso.
Si no lo entendía por las buenas, lo iba a entender a mi modo. Me acerqué a unos pasos ella observándola fijamente a los ojos.
-¿Qué quieres de mi? -insinuó como si no supiera lo que sus críos me quitaron. Incluso apostaría que ella tendría alguna de mis pertenencias.
-¿Que qué quiero de ti?-me sonreí tomandome la cabeza- ¿Es que no entiendes que he pretendido ayudarte? ¡Te he salvado de ese tipo y me lo devuelves con un mordisco! -le reproché-. Les he tenido paciencia a tu esposo y a ti, y no pretendo hacerles nada. Solo quiero lo que es mio, ¿Entiende? -la observé con el mismo desconcierto que desde el primer momento-. Bien, usted quiere a su esposo y sus hijos, como yo lo que me pertenece ¿Me ayudará si la ayudo? ¿O se quedará aquí pensando como desplomarme nuevamente? -me crucé de brazos a esperar su respuesta. Cuando no había mucha escapatoria para aquella mujer que ya estaría atormentada por mis reclamos, noté que a sus piés una pesada alcantarilla estaba abierta, quién sabe a donde se abriría paso.
Re: Cuatro sinfonías de un piano oscuro
Su mirada intimidama más aun que sus palabras de reproche... pero aun más su envergadura. El se me había acercado aun más y yo aplastaba todo lo que podía mi espalda a la pared. El miedo se me podía ver en la cara, estaba segura. ¡Maldita sea, ya sabía yoo que no era ningun palomo! Cuando saliera de ésta esos niños iban a pagarmela.
Si salía, claro.
Para mi sorpresa sus palabras no fueron amenazantes, solo estaban cargadas de reproche. Tal vez, despues de todo, lo había juzgado mal. Quizá fuera alguien razonable a pesar de su aspecto peligroso. Cuando se cruzó de brazos me fijé en ellos. Estaba segura de que podía estrangularme con una sola de sus enormes manos.
Asentí a sus palabras y traté de seguir sonando tranquila, a pesar de que mis mejillas estaban coloradas y mi rostro sofocado.
-Lo lamento mucho si... mis hijos han extraviado- dije en frances, esforzandome en pronunciarlo bien- alguna de sus pertenencias. Yo misma les azotaré y le devolveré lo que le pertenece. Ahora... ¿se hará a un lado y me permitirá regresar con mi gente?... Acuda mañana al medio día a la plaza frente a Notre Dame, estaré allí y le devolveré todas sus pertenencias. Se lo prometo.
Seguí su mirada y descubrí no muy lejos de mi una boca de alcantarilla abierta. Lo anoté como posible ruta de fuga si el hombre resultaba no ser tan razonable como yo esperaba que fuera.
Si salía, claro.
Para mi sorpresa sus palabras no fueron amenazantes, solo estaban cargadas de reproche. Tal vez, despues de todo, lo había juzgado mal. Quizá fuera alguien razonable a pesar de su aspecto peligroso. Cuando se cruzó de brazos me fijé en ellos. Estaba segura de que podía estrangularme con una sola de sus enormes manos.
Asentí a sus palabras y traté de seguir sonando tranquila, a pesar de que mis mejillas estaban coloradas y mi rostro sofocado.
-Lo lamento mucho si... mis hijos han extraviado- dije en frances, esforzandome en pronunciarlo bien- alguna de sus pertenencias. Yo misma les azotaré y le devolveré lo que le pertenece. Ahora... ¿se hará a un lado y me permitirá regresar con mi gente?... Acuda mañana al medio día a la plaza frente a Notre Dame, estaré allí y le devolveré todas sus pertenencias. Se lo prometo.
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