AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Una ínfima gota de agua en el inmenso océano de los tiempos.
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Una ínfima gota de agua en el inmenso océano de los tiempos.
I
Búsquedas y hallazgos.
“Soy sólo un niño comparado con esos monstruos”, pensó. Esos monstruos eran las criaturas milenarias a las cuales debía rastrear a través de las referencias en los textos antiguos, en los ciclos legendarios y los remanentes de la tradición oral de os pueblos más primitivos. “¿Qué son quinientos años comparados con los milenios a los que se remontan las primeras menciones de la estirpe?”
En los últimos tiempos (un par de años, para ser exactos) había ido descubriendo que la raza a la cual ahora pertenecía se perdía en la oscuridad de los tiempos primigenios y que quizá jamás se llegara a descubrir su verdadero origen; pero esa no era su tarea fundamental. Borgia le había encomendado –quizá no sólo a él, pero eso carecía de relevancia- una búsqueda específica: necesitaba nombres de gente viva relacionada con cierta línea de sangre, cuyos integrantes resguardaban un gran secreto. Dicho secreto podía ayudarles con el exterminio de grandes cantidades de sobrenaturales, o al menos, eso era lo que creía Borgia. Adso todavía no lograba descubrir la naturaleza real de ese secreto, pues casi todo partía precisamente de los mitos. Sí, le resultaba odioso tener que dar crédito a esas culturas paganas plagadas de ritos oscuros, hechicería y tantas otras abominaciones, pero no le quedaba más opción cuando él mismo era una prueba viviente de que no todo se trataba de cuentos engendrados por la abyecta imaginación de los hombres. Algunas veces se horrorizaba con sus descubrimientos y temía lo que podría suceder si todos esos conocimientos salían alguna vez a la luz, los cambios que ello traería, quizá un gran número de gente que se volviera contra las enseñanzas de la cristiandad, rebeliones y , definitivamente, la destrucción del orden establecido. Por fortuna, se podían contar con los dedos de una mano las personas que habían puesto sus ojos sobre todo aquello (incluso entre los propios inquisidores) y él no era uno de esos que pensara siquiera en traicionar su fe y su lealtad, por lo que Alejandro II podía estar tranquilo.
A veces no entendía las motivaciones del Sumo Pontífice para ansiar tanto esos conocimientos, pero no le gustaba relacionarlas con esa avidez de poder que en algunos momentos dejaba traslucir en sus ojos. Sí, Borgia era el vicario de Cristo en turno, pero distaba mucho de ser el más santo. No obstante, Adso prefería encomendarse a Dios y confiar en que todo desembocaría en la eliminación de la plaga que eran los sobrenaturales. Deseaba con todas sus fuerzas que lo que hacía sirviera para acabar con esa influencia del Adversario en la Tierra y esperaba que esa secreta guerra que se libraba entre los siervos de Satanás y la Santa Iglesia fuera justa. ¿Pero cómo podría no serlo?
***
A lo largo de sus interminables pesquisas, pudo ver cómo las existencias de los sobrenaturales se entrelazaban en una complicada red a través del tiempo y el espacio con las vidas de los hombres. Aunque no era algo fácil de explicar, él se había embarcado en una empresa titánica de registro de ese fenómeno para poder encontrar las respuestas que le eran exigidas. Y quién mejor que él para comprender ese entramado, que en los primeros años de su existencia inmortal había logrado seguir la pista de sus parientes hasta que le resultó demasiado doloroso no poder involucrarse jamás con ellos y dejó de lado esa actividad, hasta que le fue designada la misión de hurgar en los registros de un sinfín de familias antiguas con el fin de encontrar cualquier rastro de la influencia de los sobrenaturales. Después de hallar ciertos patrones dentro de los registros genealógicos logró ver con claridad cuándo había algo anormal: desapariciones misteriosas, muertos de los que nunca se encontró el cuerpo y de quienes tiempo después (décadas o siglos) se encontraban extrañas referencias a “descendientes” cuyo extraordinario parecido con el ancestro (además de que su ascendencia solía ser irrastreable) en cuestión no solía encontrar explicación más que recurriendo a las hipótesis más descabelladas, pero a esas alturas ¿qué era en realidad descabellado? Su experiencia traduciendo manuscritos antiguos le servía de gran ayuda en esa labor y también el sentido de la suspicacia que había tenido oportunidad de desarrollar para su propia supervivencia. Los sobrenaturales estaban llenos de artimañas que solían usar para mantenerse vigilado a sus familias mortales durante generaciones, pero cuando dejaban alguna huella de su existencia por escrito (sin importar lo discretos que fueran) quedaba la posibilidad de atar cabos: rúbricas replicadas con siglos de diferencia, variantes de un mismo nombre en distintos títulos de propiedad o transacciones bancarias… detalles que un escrutador experimentado como Adso podía identificar. Así había logrado esbozar aquél descomunal árbol, todavía incompleto, cuyas ramificaciones contenían los nombres clave para continuar averiguando. No, definitivamente, no era cosa fácil… ignoraba cuánto más tardaría.
***
Normalmente sólo tenía que pedir que le consiguieran los documentos que necesitaba y cierto tiempo después los tenía a su disposición ahí mismo, en la sede de los bibliotecarios, por lo que no perdía demasiado tiempo trasladándose de un país a otro en busca de las fuentes; pero en ocasiones se veía obligado a realizar él los viajes a sitios lejanos, debiendo enmascarar su “condición” para presentarse en las casas de los nobles con las debidas credenciales otorgadas por el Vaticano y pedir la cooperación de la familia en cuestión en su tarea de recabar información para “mantener actuales y veraces los registros de su familia”. Casi siempre le abrían sus puertas y no tenía más que dedicarse a obtener lo que requería, pero a veces era más complicado y debía recurrir a sus otras habilidades como el control mental o la ilusión para colarse en las bibliotecas de algunos cuya intuición les decía que había algo más.
Y aunque viajar no estaba del todo mal, no podía cargar con todo lo que necesitaba y su avance se veía frenado. Por eso siempre había que volver y confiar en la eficiencia de otros enviados para tales menesteres.
Algo que sí detestaba de viajar era la posibilidad de algún enfrentamiento. De alguna manera, siempre había que estar alerta ante los posible enemigos, por más que él no fuera un soldado, debía usar sus capacidades sobrehumanas para mantenerse sano y salvo… las armas, simplemente no eran lo suyo.
***
Suspiró. Sentía los párpados pesados a causa de la cercanía del amanecer. Era hora de marcharse. Cerró con llave su despacho y salió del edificio como si se tratara de una sombra fugaz. Se dirigió a su refugio, en las afueras de Roma y pensaba en el trabajo que le quedaba por hacer a la noche siguiente y a la siguiente, hasta que pudiera ofrecer a Borgia algo más que conjeturas o datos de gente ya muerta: un nombre, sólo necesitaba un nombre.
Búsquedas y hallazgos.
“Soy sólo un niño comparado con esos monstruos”, pensó. Esos monstruos eran las criaturas milenarias a las cuales debía rastrear a través de las referencias en los textos antiguos, en los ciclos legendarios y los remanentes de la tradición oral de os pueblos más primitivos. “¿Qué son quinientos años comparados con los milenios a los que se remontan las primeras menciones de la estirpe?”
En los últimos tiempos (un par de años, para ser exactos) había ido descubriendo que la raza a la cual ahora pertenecía se perdía en la oscuridad de los tiempos primigenios y que quizá jamás se llegara a descubrir su verdadero origen; pero esa no era su tarea fundamental. Borgia le había encomendado –quizá no sólo a él, pero eso carecía de relevancia- una búsqueda específica: necesitaba nombres de gente viva relacionada con cierta línea de sangre, cuyos integrantes resguardaban un gran secreto. Dicho secreto podía ayudarles con el exterminio de grandes cantidades de sobrenaturales, o al menos, eso era lo que creía Borgia. Adso todavía no lograba descubrir la naturaleza real de ese secreto, pues casi todo partía precisamente de los mitos. Sí, le resultaba odioso tener que dar crédito a esas culturas paganas plagadas de ritos oscuros, hechicería y tantas otras abominaciones, pero no le quedaba más opción cuando él mismo era una prueba viviente de que no todo se trataba de cuentos engendrados por la abyecta imaginación de los hombres. Algunas veces se horrorizaba con sus descubrimientos y temía lo que podría suceder si todos esos conocimientos salían alguna vez a la luz, los cambios que ello traería, quizá un gran número de gente que se volviera contra las enseñanzas de la cristiandad, rebeliones y , definitivamente, la destrucción del orden establecido. Por fortuna, se podían contar con los dedos de una mano las personas que habían puesto sus ojos sobre todo aquello (incluso entre los propios inquisidores) y él no era uno de esos que pensara siquiera en traicionar su fe y su lealtad, por lo que Alejandro II podía estar tranquilo.
A veces no entendía las motivaciones del Sumo Pontífice para ansiar tanto esos conocimientos, pero no le gustaba relacionarlas con esa avidez de poder que en algunos momentos dejaba traslucir en sus ojos. Sí, Borgia era el vicario de Cristo en turno, pero distaba mucho de ser el más santo. No obstante, Adso prefería encomendarse a Dios y confiar en que todo desembocaría en la eliminación de la plaga que eran los sobrenaturales. Deseaba con todas sus fuerzas que lo que hacía sirviera para acabar con esa influencia del Adversario en la Tierra y esperaba que esa secreta guerra que se libraba entre los siervos de Satanás y la Santa Iglesia fuera justa. ¿Pero cómo podría no serlo?
***
A lo largo de sus interminables pesquisas, pudo ver cómo las existencias de los sobrenaturales se entrelazaban en una complicada red a través del tiempo y el espacio con las vidas de los hombres. Aunque no era algo fácil de explicar, él se había embarcado en una empresa titánica de registro de ese fenómeno para poder encontrar las respuestas que le eran exigidas. Y quién mejor que él para comprender ese entramado, que en los primeros años de su existencia inmortal había logrado seguir la pista de sus parientes hasta que le resultó demasiado doloroso no poder involucrarse jamás con ellos y dejó de lado esa actividad, hasta que le fue designada la misión de hurgar en los registros de un sinfín de familias antiguas con el fin de encontrar cualquier rastro de la influencia de los sobrenaturales. Después de hallar ciertos patrones dentro de los registros genealógicos logró ver con claridad cuándo había algo anormal: desapariciones misteriosas, muertos de los que nunca se encontró el cuerpo y de quienes tiempo después (décadas o siglos) se encontraban extrañas referencias a “descendientes” cuyo extraordinario parecido con el ancestro (además de que su ascendencia solía ser irrastreable) en cuestión no solía encontrar explicación más que recurriendo a las hipótesis más descabelladas, pero a esas alturas ¿qué era en realidad descabellado? Su experiencia traduciendo manuscritos antiguos le servía de gran ayuda en esa labor y también el sentido de la suspicacia que había tenido oportunidad de desarrollar para su propia supervivencia. Los sobrenaturales estaban llenos de artimañas que solían usar para mantenerse vigilado a sus familias mortales durante generaciones, pero cuando dejaban alguna huella de su existencia por escrito (sin importar lo discretos que fueran) quedaba la posibilidad de atar cabos: rúbricas replicadas con siglos de diferencia, variantes de un mismo nombre en distintos títulos de propiedad o transacciones bancarias… detalles que un escrutador experimentado como Adso podía identificar. Así había logrado esbozar aquél descomunal árbol, todavía incompleto, cuyas ramificaciones contenían los nombres clave para continuar averiguando. No, definitivamente, no era cosa fácil… ignoraba cuánto más tardaría.
***
Normalmente sólo tenía que pedir que le consiguieran los documentos que necesitaba y cierto tiempo después los tenía a su disposición ahí mismo, en la sede de los bibliotecarios, por lo que no perdía demasiado tiempo trasladándose de un país a otro en busca de las fuentes; pero en ocasiones se veía obligado a realizar él los viajes a sitios lejanos, debiendo enmascarar su “condición” para presentarse en las casas de los nobles con las debidas credenciales otorgadas por el Vaticano y pedir la cooperación de la familia en cuestión en su tarea de recabar información para “mantener actuales y veraces los registros de su familia”. Casi siempre le abrían sus puertas y no tenía más que dedicarse a obtener lo que requería, pero a veces era más complicado y debía recurrir a sus otras habilidades como el control mental o la ilusión para colarse en las bibliotecas de algunos cuya intuición les decía que había algo más.
Y aunque viajar no estaba del todo mal, no podía cargar con todo lo que necesitaba y su avance se veía frenado. Por eso siempre había que volver y confiar en la eficiencia de otros enviados para tales menesteres.
Algo que sí detestaba de viajar era la posibilidad de algún enfrentamiento. De alguna manera, siempre había que estar alerta ante los posible enemigos, por más que él no fuera un soldado, debía usar sus capacidades sobrehumanas para mantenerse sano y salvo… las armas, simplemente no eran lo suyo.
***
Suspiró. Sentía los párpados pesados a causa de la cercanía del amanecer. Era hora de marcharse. Cerró con llave su despacho y salió del edificio como si se tratara de una sombra fugaz. Se dirigió a su refugio, en las afueras de Roma y pensaba en el trabajo que le quedaba por hacer a la noche siguiente y a la siguiente, hasta que pudiera ofrecer a Borgia algo más que conjeturas o datos de gente ya muerta: un nombre, sólo necesitaba un nombre.
Adso de Melk- Condenado/Vampiro/Clase Alta
- Mensajes : 79
Fecha de inscripción : 29/12/2011
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