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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lucien Greymark Vie Feb 17, 2012 4:36 am

“Los informes trimestrales son la muerte de la innovación.”

La monotonía parecía haberse adueñado del mundo, por alguna razón los clanes llevaban varias semanas sin apenas mover un dedo en nada que no fuese asegurarse alimento de entre sus filas de esclavos de sangre, un traspaso de vienes como si de simple ganado se tratase. En cuanto a los míos… bueno no es que pudiese hacer nada por ellos. Los Sangfroid siempre hacían lo que creían más oportuno y admiraba su forma de reaccionar ante las posibilidades de guerra, pero en algunas ocasiones era mucho mejor esperar, la idea de estar constantemente en movimiento hacia que la perspectiva de una vida normal para nosotros se tornase en imposible. En algunas ocasiones había que dejar los objetivos enormemente trascendentales y dejar paso a algo más personal pues no vivíamos exclusivamente para controlar lo que hacían los vampiros ni tampoco para impedírselo, especialmente porque ahora mismo no estábamos en condiciones de poder hacer tal cosa con respecto a ellos. En algunas ocasiones me daba la impresión de que por mucho que hiciésemos no conseguiríamos demasiado. ¿Qué podíamos esperar? Neófitos de su abominable especie nacían cada día sin que pudiésemos controlarlo, matábamos unos cuantos centenares al año y parecía que por cada uno que eliminábamos otro creaba a cinco mas, eran lo más parecido a una plaga que podíamos llegar a tener. Y e ahí otro problema, la única manera de eliminarlos parecía residir en adoptar la misma estrategia que ellos y empezar a convertir a mas gente a nuestra clase, cosa que no estaría dispuesta a hacer. Los humanos llevaban siglos sin enterarse de nuestra existencia, salvo a algunas excepciones como bien podían ser las brujas, y así debía seguir siendo, si no por el bien humano al menos por nuestra propia conciencia. Y precisamente por eso estaba aquí, era mucho mejor esperar a ver que movimiento hacia el enemigo antes que precipitarse y lanzarse de cabeza, nuestra estrategia no debía ser el sedentarismo que lleva a la ignorancia, pero tampoco la acción frenética que nos llevaría a la locura, siempre debemos encontrar el punto mas lógico que nos de posibilidades.

Como si las posibilidades fuesen una opción remota para mí ahora mismo… La apertura del Moonlight y los continuos destrozos producidos por las noches de luna resultaban devastadores, nunca mejor dicho. Las celdas que estaban habilitadas en el sótano para que los que se transformaban pudiesen estar seguros durante las noches difíciles debían reforzarse más, la otra noche un cachorro se despisto a la hora de cerrar las puertas correctamente y casi ocasiona un destrozo, hizo falta ponerle cadenas de plata para evitar que hiciese alguna tontería. Y ahí estaba, con el escritorio desbordado de papeles desde primera hora de la mañana, algo que sin dudas quitaba la inspiración por completo. La buena noticia era que, exceptuando los problemas de la taberna, el resto de negocios iban muy bien, después de aquella noche con Lorraine había podido encontrar ha varios mercantes que me permitían realizar transacciones entre Inglaterra y Francia, por lo que la fortuna de mi territorio estaba en aumento, aunque aun no llegaba al nivel del que gozaba en el Imperio se podía decir que estaba en una buena posición, y lo demás… solo era cuestión de tiempo que llegase. Me recosté en el asiento del enorme escritorio, ahora por fin vacío de todo papel y problema, casi parecía que me hubiesen dado una paliza, pero al menos el trabajo estaba hecho.

El despacho situado en la parte de atrás del Moonlight era amplio, con paredes de colores claros acentuados más por las cortinas de un color más oscuro tapando las ventanas de uno de los laterales. Las estanterías ocupaban casi en su totalidad la pared opuesta, todas ellas repletas de los libros que afortunadamente pude salvar de mi colección en mi casa del norte antes de que esta desapareciese por completo. A pesar de que la mayoría de esos libros estaban aquí aun me seguía apenando la cantidad de volúmenes que estaban en un estado tan deplorable que me daba la impresión de que con solo tocarlos se desharían en polvo. De resto el mobiliario era bastante sencillo, había una mesa nada mas entrar que serbia también como sala de reuniones, con esbeltas sillas de la época, y en la esquina izquierda, a un par de pasos de la mesa se situaba el gran piano de cola media, eso si que era una nueva adquisición obtenida en una de las subastas de Paris, en cierto modo su precio había sido excesivo pero la idea de no tener un instrumento como ese cerca me hacia infinitamente infeliz, especialmente porque llevaba casi un año sin poder tocarlo como antes. Y finalmente, situado en el extremo final de la sala estaba mi escritorio, construido sobre roble oscuro y con un enorme sillón para dos tapizado en negro justo delante. Todo había sido elegido por Erin, pensando que así estaría en un ambiente más cómodo y parecido al que tenia anteriormente en casa, hasta se había tomado la libertad de colgar el cuadro de Alyssa en una pequeña vitrina a mis espaldas, para que pudiese verlo cuando quisiera. Aquella imagen siempre constante y hermosa era uno de los pocos recuerdos buenos que me quedaban ya que, aunque su imagen seguía estando de forma constante en mi memoria, el cuadro demostraba que había sido real y no un simple sueño producido por una mente vieja y atormentada.

Spoiler:

La tranquilidad de la noche habría sido rotunda si no hubiese sido por ese olor… Esa esencia a muerte y algo completamente antinatural que acababa de entrar por la sala. Lo notaba, por alguna razón que aun no alcanzaba a comprender un no muerto acababa de entrar en el único lugar de Paris donde ningún ser de su especie se atrevía a entrar, pues todos habían aprendido a tenerle miedo a este lugar, y este entraba. El mayor problema de todo esto es que no era un chupasangre normal, aquel aroma delataba seguridad, una solo obtenida por cientos de siglos de saber que nadie podría hacerte daño, no era un simple chupóptero arrogante, era algo mas peligroso. No pasaron ni veinte segundos cuando una de las camareras, una joven loba llamada Shein entro en el despacho. - ¡¡Señor!! Hay uno aquí señor. – Con tranquilidad y dedicándole una tierna sonrisa me levante de la mesa del escritorio y fui hasta ella. Coloque una mano en su hombro esperando ser tranquilizador. – Ya lo se… No tienes que preocuparte Shein no viene por vosotros. En cuanto salgas por favor que alguien le diga que puede pasar. – No venia a causar problemas a los de ahí fuera eso lo tenia claro, solo había una razón por la que un vampiro tan viejo irrumpiría en un local de licántropos sin llevar nada mas con el que su propia persona, y es que venia con la idea de hablar, cosa que me resultaba muy interesante.

Sin mediar más palabra, y ahora bastante más tranquila, la camarera salió de la sala para dar el recado. En ese momento empezaron las preguntas: ¿Quién era? ¿Qué quería? Y lo que venia siendo mucho mas importante que todo lo demás, si realmente necesitaba o quería saber algo en concreto, ¿Por qué aquí? Desde luego eran preguntas que no podían responderse sin más, era algo que solo podría averiguar si hablaba con ese ser fuese quien fuese. Me abroche los botones de la larga chaqueta para estar mas presentable y me dirigí hacia el piano, sobre todo debía tener la mente despejada y no podía hacerlo teniendo tantas preguntas y cosas en la cabeza. En cuanto mis dedos acariciaron la suave madera de las teclas todo mi cuerpo entro en trance, como si todas las preocupaciones quedasen a un lado por un breve periodo de tiempo. “Todo a su tiempo, la paciencia es importante. Sea quien sea y sea lo que sea lo que quiera lo descubriré, aunque para ello tenga que hacer cosas imposibles.” Y sin mas las palabras desaparecieron en el lento fluir de las notas, todo lo que quisiese expresarse de forma oratoria tendría que esperar, incluso le haría esperar a él, llevaba siglos viviendo, no le importaría esperar un poco mas.


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Mensaje por Invitado Vie Feb 17, 2012 9:51 am

Lucien Greymark. Su nombre resonaba en mi cabeza como los últimos sonidos que se han escapado de las tensas cuerdas de un arpa tras el movimiento que los ha engendrado se mantienen en movimiento en el aire, planeando, esperando el momento adecuado para abandonar la esencia que rodeaba a los presentes en un concierto. Lucien Greymark, conde de Escocia y licántropo, al menos según mis informaciones; aliado de La Camarilla y un total y absoluto misterio para alguien que no había sabido de su existencia hasta hacía apenas un par de semanas, porque los últimos tiempos no habían dejado tiempo para el ocio al estar demasiado presente el negocio, al menos entendido éste como las ocupaciones a las que los inmortales nos ocupábamos para tener algo en lo que utilizar nuestras eternas vidas. En mi caso, la vuelta de Abaddon a París había bastado para alterar mi modus vivendi de tal manera que ni siquiera había sido capaz de dedicarme a mi labor de mecenas con autores tanto anclados en el anterior barroco como ya presentes en el nuevo neoclásico, uno que pugnaba por absorber las formas constructivas que, durante mi vida humana, habían imperado: las de Grecia primero, las de Roma después. Tampoco había sido capaz, por estar demasiado ocupada en la preparación psicológica de mi neófito para que fuera capaz de superar el juicio de Abaddon y por la preparación intelectual de su gemelo, Pierrot, que se hospedaba en mi hogar, de afrontar un problema de los mayores en mi vida cotidiana: Dragos. Por suerte no había vuelto a intentar nada desde nuestro último encuentro, que había acabado como el rosario de la aurora, y pude aquella noche dedicarme a investigar a alguien que, enseguida, había atraído mi curiosidad inexorablemente: el conde de Escocia y, al parecer, un potencial aliado.

La luna enseguida coronó el cielo con su luz blanca, que reverberaba en las brillantes superficies de piedra de los edificios parisinos; la noche sustituyó al día y fundió las luces cálidas de éste por los claroscuros de ésta, en un paisaje que me recibió y me abrazó cuando abandoné, a pie, el palacete. La claridad nocturna hacía refulgir mi tez pálida como si fuera mármol, y no auténtica piel; mi cabello, ardiente, caía en rizos elaborados sobre mis hombros, suelto y libre como un incendio forestal; mis ojos parecían dos zafiros que se enmarcaban con mis labios rojos, aunque de un tono desvaído que revelaba la falta de alimentación hasta aquel momento; el vestido, de suave seda, terciopelo y mil tejidos más, era de un tono azul a juego con mi mirada, y se ajustaba perfectamente a las formas de mi cuerpo como si hubiera sido diseñado al mismo tiempo que mi figura. Así, apenas tuve dificultad en atraer a mi presa, un hombre joven y atractivo bajo aquellas ropas de baja alcurnia que apenas lo cubrían, y el intercambio de sangre se produjo en apenas segundos, tras los cuales su cuerpo desapareció en las profundidades del Sena y mi aspecto rezumaba vida por todos los aspectos, por lo sonrojado de mis mejillas, por lo lleno y brillante de mis labios carmesíes, por la nueva vitalidad que parecía, como un manto, rodearme y envolverme, otorgándome el regalo de la discreción... regalo que aproveché en mi recorrido por los recovecos de París, por sus callejuelas y por sus edificios de aspecto imponente si no los habías visto mejores, como era mi caso.

Mi camino, aparentemente, poseía una falta de racionalidad y un sentido aleatorio que no se correspondía con mis intenciones, sino con las del ser al que estaba siguiendo: un licántropo. En condiciones normales, y por mucho que por naturaleza fuéramos enemigos y no pudiera evitar cierto asco al percibir su olor, más animal que humano, no tenía nada contra ellos: vivirían siempre que me dejaran vivir a mí. En condiciones algo más excepcionales se producían conflictos entre ellos y yo, y en condiciones únicas como las de aquella noche no estaba esperando una pelea, una disputa o una simple escaramuza, no; lo que esperaba, al seguirlo, era que me condujera al Moonlight, el local de encuentro de licántropos regentado precisamente por el mismísimo conde de Escocia y que ya, pese a lo reciente de su apertura, poseía una reputación que, si bien a cualquiera le habría echado para atrás, a mí no podía importarme menos... Era un riesgo que había que correr para saber más datos de él de los que ya había podido escuchar, y por satisfacer mi curiosidad estaba dispuesta a eso y muchísimo más, por lo que ni la duda ni el miedo ni ningún sentimiento semejante a aquellos dos y que pudiera anclar mi paso lo hizo, sino que con resolución y seguridad arrolladora en mí misma y en lo que hacía caminé, sigilosa, detrás de aquel lobo joven y tan apresurado que ni siquiera fue capaz de identificar la presencia de mi esencia, por lo que no supo en ningún momento que lo seguía... Y el camino nos llevó a ambos al local, mi destino de aquella noche.

Con las manos en las caderas lo examiné, sin poder evitar alzar una ceja y preguntarme hasta qué punto eran cobardes todos los que habían dicho de aquel lugar todos los rumores que lo habían convertido en algo casi diabólico, si se seguía el símil de la religión católica imperante. Una sonrisa divertida se me dibujó en los labios, creciente a medida que mis ojos terminaban de pasear la mirada por la fachada de aquel lugar, y con actitud carente de miedo o de temor en cualquiera de sus formas alisé una arruga en el corpiño de mi vestido, considerándome lista en aquel momento para deshacer, con los zapatos de tacón fino resonando en el silencio antinatural de la noche, la distancia que me separaba de la puerta, que en cuanto abrí dejó pasar una corriente de aire en mi dirección impregnado de aroma a lobo... Delicioso, aunque como mucho en un mundo al revés. Sin que eso ni las miradas entre hostiles y temerosas que me rodearon cuando entré deshicieran mi aire orgulloso; más bien al contrario, enardeciéndolo, levanté apenas unos centímetros el vuelo de la falda que llevaba para que no se produjera el roce con el suelo que la ensuciaría, y me dirigí hacia la barra donde una camarera había huido despavorida, probablemente para avisar a su jefe de mi presencia.

Enseguida pedí una copa de vino tinto de Burdeos, que me sirvieron con la misma mezcla ambivalente de sentimientos en la mirada que la que seguía clavada sobre mi pálida figura, aunque la batalla la iba ganando el rencor irracional por la juventud de los licántropos presentes, una que probablemente les impediría darse cuenta de que arrastraba el peso de más de un milenio de vida delante de mí y que les haría hacer alguna tontería que acabara en derramamiento de sangre, pero por suerte el joven camarero que me había atendido parecía más perspicaz o, al menos, poseedor de un mayor saber estar y sabía camuflar su mirada con educación, cierta curiosidad y cautela: una mezcla más apropiada para la situación en la que se encontraba. Deslicé una moneda en su mano, lo suficiente para pagar por la consumición, y su piel despertó con un escalofrío, provocado por el contraste entre su calidez y mi frialdad.
– ¿Seríais tan amable de indicarme dónde se encuentra monsieur Greymark? – pregunté, con tono de voz educado y dulce como la miel más pura que lo convenció, junto al beneplácito de la camarera que antes había salido despavorida en dirección contraria y, sin acercarse, me indicó la parte de atrás del local, desde donde se escuchaba, por encima del ruido ambiental, una suave melodía de piano.

Incliné la cabeza como agradecimiento hacia quien me había proporcionado la información y, con la copa en la mano, destacando mi tono marfileño con el Burdeos de la copa, me dirigí hacia la zona que se me había indicado, con pasos rápidos y ligeros que enseguida me apartaron de la vista de los comunes licántropos para encontrarme con quien parecía ser su rey, escondido a salvo tras la puerta de su despacho. Sólo cuando la música terminó y las notas se esfumaron por completo del aire abrí la puerta y me introduje con elegancia nata en la sala, y sólo entonces me fijé en él, en su piel morena, su pelo castaño, sus ojos claros, su presencia real y poderosa... digna de un conde, por mucho que la licantropía pudiera, en ocasiones, desvirtuar la impresión. Nuestro mutuo examen apenas duró unos segundos, tras los que dejé la copa aún llena en una mesa que parecía estar destinada a aquel fin e incliné mi cuerpo en una reverencia más profunda que la del camarero, más acorde a la posición de mi atractivo interlocutor, pese a que fuera un lobo.
– Buenas noches, monsieur Greymark. Mi nombre es Amanda Smith, y he escuchado muchas cosas de vos. – murmuré, con tono suficientemente alto para que él lo escuchara, una vez volví a adquirir posición vertical frente a él y mi mirada, curiosa, se clavó en la suya. Supuse que sabía quién era yo por mi vinculación a Abaddon, ya que era la líder del Clan Thanatos; supuse que bastaba con decir mi nombre para que me identificara con el vampiro más poderoso de los que existían vivos y me enlazara con alguien con quien cooperaba, por lo que no dije nada más... Al menos hasta que él comenzara a hacerme las preguntas que, a juzgar por su mirada, se moría por preguntarme.
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Mensaje por Lucien Greymark Lun Feb 20, 2012 5:14 am

“En la guerra un general solo busca el combate una vez que ha conseguido la victoria.”

¿Cómo era posible que se me hubiese pasado algo semejante? Por un momento, desde que aquel olor entro por la puerta lo había detectado, analizado y comprendido, como siempre. Entonces porque no me había dado cuenta de que se trataba de una vampiresa hasta el preciso momento en que entro por la puerta y fije la vista en ella, esa era realmente la incógnita que me pasaba por la mente en ese momento. Lo normal era que identificase muchas cosas de la gente, entre ellas sus sensaciones por como olían, y el perfume personal de aquella vampira denotaba feminismo por todos lados, algo tan evidente en estos momentos que no se podía entender como no lo había percibido inicialmente. Incógnitas… desgraciadamente la ignorancia era algo que nos perseguía a todos desde que nacíamos, un redundante e inherente defecto que nos esforzábamos por soslayar, aunque algunos más que otros por supuesto, pero de una forma o de otra siempre nos acababa alcanzando y sorprendiendo para darnos un mazazo de realidad y confirmarnos que, por muy listos que nos creyésemos, seguíamos siendo unos niños ignorantes. Puede que esa fuese la misma impresión que tenía ella, la ignorancia llevaba a tener otro gran defecto: la curiosidad. Por lo general para los inmortales como los vampiros ya no quedaba nada mas que intentar saber todo lo que había en el mundo a medida que aparecía, después de todo ¿que podía esperarse de una vida muerta y vacía? Tarde o temprano sentían que lo habían probado todo y que solo sentían esa ligera chispa de emoción humana cuando se encontraban con un rompecabezas que no entendían. A decir verdad les compadecía un poco, después de mas de mil años de soledad, como sabia que era el caso de mi actual visita, cualquiera se aferraría a un clavo ardiendo para no tener que sentirse mas muerto de lo que estaba.

Aquella mujer, sin embargo, me proporcionaba la misma sensación. Nunca nadie se me había escapado al olfato, ni me había resultado difícil de discernir cuales eran sus intenciones pero… esto se me escapaba. Resultaba casi tan interesante como aterrador. Eso por no mencionar que era una dama que haría que a cualquier hombre le temblasen las piernas. Su piel blanca parecía haber sido tallada detalle a detalle por el mas grande de los artistas, daba la impresión de que al mas mínimo roce haría que ya te sintieses como el hombre mas afortunado del mundo, eso además de aquel pelo rojo… Había conocido a pocas mujeres con un color de cabello semejante, es mas el de ella parecía muchísimo mas resaltado, como si las llamas del infierno hubiesen decidido rencarnarse en una hermosa mujer con el fin de tentar lo bastante a cualquiera y después quemarle hasta que no quedase nada de él. Su atractivo solo era comparable a aquel aroma que despedía, era una mezcolanza de cosas que me resultaban indescifrables, como objetos que nunca has visto pero si has olido y puedes relacionarlos, pero no ponerles nombre. ¿Esto es lo que pasaba cuando estabas ante un vampiro de más de mil años? Esperaba que no, ya había suficientes debilidades en mi vida como para añadir una mas al montón, y menos una como ella, pues si, conocía su nombre a la perfección, casi tanto como ahora conocía esas curvas tan sinuosamente marcadas por su vestido. No aparte la vista porque eso daría una impresión de inseguridad, ella se había tomado su tiempo para mirar y aunque ambos lo habíamos echo por solo dos segundos, se podía averiguar muchísimo mas en eso que en una hora de conversación.

Amanda Smith… por la gracia de alguien a quien no quiero mencionar, reina de los Países Bajos, vampiresa hija de Abaddon y líder del Clan Thanatos de La Cámara. Por supuesto que había oído hablar sobre ella, me había tomado la molestia de averiguar cosas de todos los lideres de La Camarilla, y ella era posiblemente uno de los que mas me intrigaba, no por su carácter o su antigüedad, sino por sus tendencias, no había oído ni visto ninguna referencia a carnicerías por su parte, solo algunas victimas posiblemente como resultado de su alimentación, así que por lo menos podía deducir que no se parecía a Patrick, aunque eso no me decía absolutamente nada si que ayudaba en líneas generales. Me levante de la banqueta del piano y camine hasta situarme a su altura mientras realizaba una inclinación de cabeza similar a la suya. – C'est un plaisir madmoiselle Smith. Yo también he escuchado muchas cosas sobre vos… la líder de los Thanatos no pasa desapercibida fácilmente. – Dios aquellos ojos podían ahogarte en cualquier momento si no tenias cuidado. ¿Cómo era posible que un vampiro pudiese ser tan repulsivo y atractivo a la vez? Aunque en realidad, de seguro aquella parte atractiva solo era lo que había sido humano de ella, pero aun así resultaba difícil no quedarte mirándola embobado. – Os llaman la “Reina de las Artes” además de ser la que convirtió de Nigel Quartermane en el asesino que es ahora… - Nigel tenia un niño, y una esposa a la que apreciaba muchísimo, ¿Qué clase de futuro se le podía dar a esa familia una vez que su padre se había convertido en alguien que sorbía sangre por una pajita? Me vire de espaldas a ella y camine con tranquilidad hacia el bar que había cerca de la mesa de escritorio para servirme una copa de vino, un Borgoña que había encontrado en los altos mercados de Paris.

La situación era… ¿Cómo describirla? En muchos aspectos era extraña, pues ella había venido aquí sin mas, quizás impulsada por una acción de autosatisfacción al entrar en el hogar licántropo y salir con vida, o tal vez por algún motivo oculto para mi, La Cámara podía ser todo lo pacifista que quisieran pero no me cabía duda de que antes o después empezarían a apuñalarse entre ellos sin la mas mínima compasión, si estaba aquí por eso, puede que me resultase mas útil de lo que había pensado. – Por favor tome asiento, no querrá estar de pie por toda la eternidad supongo. – Siguiendo mi propio consejo me senté en un lado de aquel sillón negro situado en la parte delantera de mi escritorio. La coma recorrió el aire como si fuese una acción monótona, llevando aquel delicioso líquido a mis labios, casi con la misma facilidad como ella había sorbido sangre esa misma noche, pues por mucho perfume que se hubiese puesto habían algunas cosas que eran imposibles de tapar, y su aliento y sus labios decían muerte a gritos. Me recosté con tranquilidad sobre el respaldo del sillón esperando a que se sentase, pues tenía la impresión de que esta visita no era simplemente para decir “Hola”. – Bueno lady Smith, ¿A que debo su placer suicida de venir aquí? – Aun seguía sin creer que hubiese pasado por toda una sala llena de los míos sin que todos se le echasen encima, o bien la dama tenia suerte, o es que los lobos de la sala de al lado empezaban a volverse mucho mas listos. Amanda era lo bastante poderosa como para matarme incluso a mi, puede que incluso me superase en fuerza además de en edad. De una forma o de otra, acababa de añadir un nuevo peligro inminente a mi lista, a menos que su intención radicase muchísimo mas en otros caminos… “Mejor que mantengas las cabeza despejada, apostaría a que es precisamente así como caza a sus victimas… poniéndose de carnada a ella misma… En todos los sentidos.” Aquella voz de mi cabeza pretendía ser racional, cuerda y sobre todo prudente, pero resultaba difícil cuando el resto del cuerpo estaba a caballo entre querer matarla aquí mismo o… en fin que mejor dejar esas ideas para otro momento, lo mejor que se podía hacer era centrarse en responder las cuestiones importantes.

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Mensaje por Invitado Vie Feb 24, 2012 7:14 am

Incluso sin conocerlo, ya me había causado una curiosidad que hacía imposible una finalización rápida de nuestro encuentro pese a que pudiera complicarse por lo opuesto de nuestras naturalezas, y por eso mismo sabía perfectamente que, al menos de momento, estaba atrapada allí con él, atada por las cadenas de mi propia psique anhelante de conocimiento, como tantas veces me había sucedido... Pero nunca con un licántropo. Normalmente no era de los vampiros sumamente cerrados que ven a las demás razas como enemigos, pese a que en numerosas ocasiones supiera que me dejaba arrastrar por ese odio irracional que parecíamos tenernos por representar a la civilización y a la naturaleza en estado puro, y en aquella ocasión mi tolerancia habitual parecía haberse fundido con uno de mis peores defectos (o virtudes, según se mirara), que era mi ansia de saber... justificada, no obstante, por una vez, pues aquel ejemplar de su especie no tenía nada que ver con los que había percibido en mi entrada al Moonlight... En absoluto. Lucien Greymark era alguien que, con un solo golpe de vista, rezumaba nobleza y un cierto aire de control del que muchos licántropos carecían, probablemente porque, a juzgar por su físico, no era un lobo joven o recién convertido, sino que tenía cierta experiencia de la que los demás carecían y que le daba un toque característico, algo que enseguida inspiraba una sensación de más confianza que un ejemplar joven... Confianza que podía ser en extremo peligrosa, porque pese a mi edad era consciente de que cuanto más maduro fuera un licántropo más poderoso era y más costoso sería eliminarlo si se convertía en un problema, aunque esperaba que no lo hiciera, la verdad fuera dicha, al menos antes de haber sabido algo más de él...

Y es que sería un auténtico desperdicio acabar con él por su aspecto, ya sin entrar en detalles que ignoraba como podía serlo su interior. Sus ojos claros eran penetrantes y profundos, tanto que daban la sensación de ser buceadores que se adentraban en lo más hondo de la mente de uno; su piel curtida y morena parecía tremendamente atrayente, tanto por el contraste con la mía, pálida hasta rozar el tono del mármol, como por la propia constitución; sus labios eran expresivos pese a que no hubieran, hasta el momento, dicho una sola palabra... Y cuando lo hizo, su voz grave, masculina, citando primero detalles que ya conocía porque estaban referidos a mi entidad y después ofreciéndome asiento y queriendo saber por qué había acudido allí, según él de manera suicida, completó el cuadro que a grandes y gruesas pinceladas, inexpertas porque aún quedaban miles de matizaciones, se estaba generando en mi mente, colorido y puro... Divertido en cuanto a su ejecución, porque significaba conocer más detalles de aquel elemento que tenía delante de mí, cercano y lejano a un tiempo, interesante de todas maneras... Cómo no iba a serlo, si había conseguido atraer mi caprichosa atención.

Con un rápido movimiento cogí la copa que descansaba en una mesa cercana y la sostuve entre mis manos, deslizándome a través del espacio de la sala en dirección a una silla, la misma que él me había ofrecido, frente a su mesa, lugar donde me dejé caer con la delicadeza de un soufflé hasta que quedamos con nuestras miradas de nuevo encontradas y sólo nuestras copas entre nosotros, a una cercanía que, probablemente, habría resultado intolerable en cualquier otro caso de encuentro entre nuestras razas pero que a nosotros, al menos en principio, no parecía afectarnos tanto.
– Me alegra que al menos conozcáis mi faceta de mecenas, monsieur, en vez de únicamente la de asesina despiadada que se alimenta de la sangre de supuestos inocentes y convierte a impolutos padres de familia en vampiros asesinos... aunque haya sido por petición propia de esos ilustres miembros de la sociedad. – comenté, con una media sonrisa divertida y al tiempo que mis dedos acariciaban la base de la copa, bailando una danza en el cristal que carecía en modo alguno de orden o de concierto en su recorrido por la transparente y pulida superficie, suave... pero no tanto como lo era la piel de quien estaba realizando aquel movimiento, yo.

Lo que todo el mundo parecía saber sobre Nigel Quartermane, al menos de los que eran conscientes de que había dejado de ser humano, era la lacra que suponía su nueva condición para su familia, su mujer Claire y su hijo León; lo que no demasiada gente sabía, a no ser que conociera personalmente o a Nigel o a mí, era que convertirlo no había sido un simple capricho mío tras una noche de pasión con él, sino que había sido precisamente al contrario... Compartir aquel conocimiento con alguien que apoyaba a La Camarilla no era un dato accesorio, sino que le proporcionaba cierta información sobre mi neófito y, a la vez, sobre mí, que podría llegar a ayudarlo en caso de que nos juzgara, como probablemente estaba haciendo. Como yo era la vampiresa antigua probablemente los rumores que podría llegar a escuchar de mí eran los de que era una criatura del mal, una hija del infierno y de las llamas eternas que se habían reflejado en mis cabellos, mientras que Nigel sólo había sido un capricho más en la interminable lista que me seguía allá donde fuera, pero no era así... Y de seguir pensándolo, probablemente la mente manipuladora de a quien yo conocía casi como a un hijo aprovechara esa información para su propio beneficio, por lo que podía incluso decirse que lo había salvado de un potencial engaño que, seguramente, no le gustaría nada... A nadie solía hacerlo que lo utilizaran de tal manera.

– La razón de que me encuentre aquí es tan sencilla que incluso me extraña que tengáis que preguntarla, monsieur Greymark. ¿Qué puede querer la líder del clan Thanatos de un licántropo aliado de La Camarilla a la que pertenece...? – pregunté, alzando una ceja antes de deslizar los dedos por la copa, en dirección ascendente, para levantarla a la altura de mis labios y dar un sorbo suave, que llenó mi boca de la textura del vino, de su sabor ligeramente afrutado y de la esencia de un alcohol que había quedado lejos en sus intenciones de afectarme... concretamente un milenio y medio lejos de poder hacerlo. Cuando hube bebido apenas nada, volví a depositar la copa sobre la madera que constituía la mesa y llevé una de mis manos a mis labios para atrapar una gota rebelde que se había querido escapar de ellos y lamerla, con la mirada aún clavada en sus ojos... una costumbre que había mantenido desde que tenía razón de ser y que me permitía saber muchas cosas de mi interlocutor mediante el lenguaje corporal que con palabras nunca llegaría a averiguar.
– Información, por supuesto. Soy consciente de quién sois, es inevitable conocer a la figura que representa el conde de Escocia en un ambiente como el parisino, con una acumulación de figuras de la realeza tan notable... Conozco rumores acerca de vos, de vuestro pasado y de vuestras circunstancias; conozco la razón de ser del anillo que lleváis engarzado en el dedo, y sé más cosas de vos de las que probablemente imagináis, pero son todo habladurías que no sé cuánto pueden tener de verdad y cuánto pueden haber moldeado al hombre que se encuentra ahora mismo delante de mí. Conozco a quien se supone que sois, pero no a quien de hecho sois, y eso es lo que me interesa lo suficiente para atravesar una taberna llena hasta los cimientos de licántropos que con sólo posar la vista sobre mí quieren matarme por ser lo que soy. – respondí, encogiéndome de hombros al final de la frase y con la expresión divertida de antes esfumada de mis labios y mis ojos para dar paso, en su lugar, a la misma cuya presencia me había conducido hasta allí, hasta el lugar que, de no andarme con cuidado, podría suponer un dolor de cabeza considerable... la curiosidad, la inevitable curiosidad que, tratándose de mí, significaba querer desnudar su mente... y no sólo ella, por el aspecto de Lucien Greymark, tan sumamente atractivo.
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