Loveless [Priv.]

por **Sebastian Gwyddyon** Jue Feb 22, 2024 6:25 am

« LOVELESS »

SEBASTIAN & SOFÍA

Febrero, 1843
22:37 p.m.

La taberna es un hervidero de gente, motivados por el alcohol y la comida a seguir brindando sin preocuparse por el frío nocturno del exterior. Oculto bajo la magia de su túnica gris el rubio es invisible a los ojos comunes y lo agradece, porque ser reconocido en aquel evidente estado de ebriedad sería un duro golpe a la imagen pública que ahora debía forjar y cuidar. Sus ojos oscilan entre las coquetas parejas, aquellos que bailan y los solitarios que beben ensimismados en su rincón. De todos puede ver el espectro emocional y confirmar que no es el único que sufre.

«¿Esto te hace sentir mejor?»

No podía entender lo rápido que se le había vuelto a romper el corazón. Sin querer sus ilusiones y expectativas se dispararon demasiado lejos en muy poco tiempo con la llegada de Jean a su vida y ahora que el francés se había ido, no sabía qué hacer con aquellos sentimientos que habían quedado abandonados en su interior. La falta de cariño y el exceso de apego emocional pueden hacer mucho daño a la mente y el autoestima de una persona y es allí donde Sebastian se encuentra ahora, solitario, herido y desorientado respecto al rumbo que ha ido tomando su vida.

Sin buscarlo ni quererlo, pasó de ser un don nadie depresivo al hijo de una importante figura de la realeza austriaca. Sus responsabilidades habían cambiado y se habían multiplicado, ya casi no tenía tiempo para sí mismo y la única persona que llegó a sentir como un refugio, se había ido. Madame Gwyddyon no lo entendía. Sin conocerse siquiera, la mujer había asumido que por ser su madre sabía qué era lo mejor para él y seguramente así era, pero Sebastian se resistía a confiar en ella. Después de todo, madre es quien cría, y la única mujer que logró darle un poco de afecto fue la dulce tía Julia. Pero ahora que la verdad se conocía, Sebastian no sabía cómo recurrir a ella.

Joder, cómo hubiese querido un abrazo de Jean. Una palabra amable. Un último beso.

«Una calada de dulce Opio para apaciguar el dolor»

La Voz volvió a cobrar fuerza en su cabeza con ideas autodestructivas. Y aunque Sebastian se había prometido a sí mismo que ya no la escucharía, allí estaba seduciéndole otra vez. «Córtate». «Drógate». «Bébeme». Y eso fue lo que hizo, aunque el alcohol le quemara la garganta y le nublara la razón. Finos cortes sobre las cicatrices de sus muñecas, porque el rubio se odia a sí mismo y sólo así logra canalizar la rabia en su interior.

Su vista se detiene en una figura ligeramente familiar y la Empatía le adelanta lo que ya sabe al ver su rostro. Ella sufre igual. Sebastian la mira con el ceño fruncido sin recordar dónde es que la ha visto. ¡Oh, claro! Aquella misteriosa bruja que le prestó ayuda con ese poderoso hechizo para purificar el Hospital, dos años atrás. Sebastian apenas llevaba unas semanas en la capital francesa y ella había sido particularmente amable. Diablos, no podía recordar su nombre. La Empatía delataba su creciente sentido de autodestrucción y Sebastian no pudo evitar sentirse conmovido y preocupado. Con algo de torpeza se puso de pie y se aproximó hasta su mesa, evalentonado por el efecto del alcohol.

—Bonne soirée, Madame. ¿Podría hacerle compañía unos momentos? Creo que quizás ambos lo necesitamos —inevitablemente su voz fue perdiendo el brío mientras su vista bajaba avergonzada hasta sus pies. No podía dejar de sentirse pequeño ante los demás. Inútil. Innecesario.

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