AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Uno, dos, tres... Cinco, por ahora [Privado]
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Uno, dos, tres... Cinco, por ahora [Privado]
Sus dedos se cerraban en un círculo alrededor del vaso de cristal. Lo observaba con diligencia. Llamaba su atención, o al menos con un par de tragos encima, la forma geométrica que describía su borde, y en contraste con ello las líneas irregulares que daban forma a sus manos. ¿Circunferencia? ¿Círculo? ¡Vaya a saber una mierda! Poco más que lo básico recordaba de los escasos años en los que acudió a una institución de educación. Todo por iniciativa de su madre, claro está.
Vieja desquiciada, no tenía puta idea de nada.
Y no la tenía. No tenía idea de que había contraído matrimonio con un reverendo maricón que no haría más que causarle más daño. Y tampoco había advertido, como poseedora de algún tipo de intuición, que había ofrecido vida a quien se lo compensaría con muerte.
"A pesar de todo, Auguste, he encontrado la felicidad, ¿lo sabes? Tú eres mi regalo de dios. Lo más preciado."
Cerró sus dedos con mayor fuerza alrededor del vaso. Los ojos los mantenía fijos, perdidos en una señal clara de su estado meditabundo.
Lo más preciado. ¡Lo más preciado y una mierda! Sentía un ardor familiar volver a inflamarse en su pecho, pero una sacudida de su cabeza le alejó de aquella sensación, y su mirada volvió a hacerse con la realidad, con la taberna ya vacía en la que se encontraba.
Cuando llegó, podía recordar, el local estaba abarrotado de gente. Sintió la necesidad de darse media vuelta y partir. Pero no, ¡carajo! Necesitaba un trago. Uno sólo, vamos, que a duras penas podía reunir alguna cantidad entre sus bolsillos para costeárselo. Pero lo cierto era que se había hecho con un tercero, y ahora deslizaba los restos de un cuarto garganta abajo, exhalando con violencia al sentir otro ardor en su interior. Este ardor, reconoció, sí que era placentero. Placenteramente vacío y efímero. No por cierto el anterior, el familiar, que perduraba como tallado sobre la carne.
Con el lugar vacío, eran pocas las cosas que le distraían. Y una de ellas era el encargado de la barra, que se entregaba en la meticulosa tarea de limpiar cada vaso, copa y botella con un pañuelo de por sí impecable. Lo hacía con tanto esfuerzo que Auguste se irritaba al verlo. Podía encajarle aquel paño en la boca y ahogarlo. Obligarlo a probar su propio vómito, pensaba. Cosas como estas, como pequeñas fantasías a menudo se formaban en su mente, pero nunca llegaba a realizarlas. Al menos no sin un mínimo de provocación.
- Otro - ordenó, su voz abriéndose paso desde su garganta con profundidad. El encargado respondió con una mirada de gesto incrédulo, pero finalmente deslizó un nuevo vaso, el quinto.
Tomó entonces con una de sus manos el nuevo trago y lo apresuró hasta sus labios, inclinándolo para beber con avidez su contenido. De nuevo una exhalación violenta y un golpe sórdido de su mano y vaso cayendo sobre la mesa.
Maldita sea. Ya deseaba un sexto.
Vieja desquiciada, no tenía puta idea de nada.
Y no la tenía. No tenía idea de que había contraído matrimonio con un reverendo maricón que no haría más que causarle más daño. Y tampoco había advertido, como poseedora de algún tipo de intuición, que había ofrecido vida a quien se lo compensaría con muerte.
"A pesar de todo, Auguste, he encontrado la felicidad, ¿lo sabes? Tú eres mi regalo de dios. Lo más preciado."
Cerró sus dedos con mayor fuerza alrededor del vaso. Los ojos los mantenía fijos, perdidos en una señal clara de su estado meditabundo.
Lo más preciado. ¡Lo más preciado y una mierda! Sentía un ardor familiar volver a inflamarse en su pecho, pero una sacudida de su cabeza le alejó de aquella sensación, y su mirada volvió a hacerse con la realidad, con la taberna ya vacía en la que se encontraba.
Cuando llegó, podía recordar, el local estaba abarrotado de gente. Sintió la necesidad de darse media vuelta y partir. Pero no, ¡carajo! Necesitaba un trago. Uno sólo, vamos, que a duras penas podía reunir alguna cantidad entre sus bolsillos para costeárselo. Pero lo cierto era que se había hecho con un tercero, y ahora deslizaba los restos de un cuarto garganta abajo, exhalando con violencia al sentir otro ardor en su interior. Este ardor, reconoció, sí que era placentero. Placenteramente vacío y efímero. No por cierto el anterior, el familiar, que perduraba como tallado sobre la carne.
Con el lugar vacío, eran pocas las cosas que le distraían. Y una de ellas era el encargado de la barra, que se entregaba en la meticulosa tarea de limpiar cada vaso, copa y botella con un pañuelo de por sí impecable. Lo hacía con tanto esfuerzo que Auguste se irritaba al verlo. Podía encajarle aquel paño en la boca y ahogarlo. Obligarlo a probar su propio vómito, pensaba. Cosas como estas, como pequeñas fantasías a menudo se formaban en su mente, pero nunca llegaba a realizarlas. Al menos no sin un mínimo de provocación.
- Otro - ordenó, su voz abriéndose paso desde su garganta con profundidad. El encargado respondió con una mirada de gesto incrédulo, pero finalmente deslizó un nuevo vaso, el quinto.
Tomó entonces con una de sus manos el nuevo trago y lo apresuró hasta sus labios, inclinándolo para beber con avidez su contenido. De nuevo una exhalación violenta y un golpe sórdido de su mano y vaso cayendo sobre la mesa.
Maldita sea. Ya deseaba un sexto.
Auguste Moreau- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 02/03/2012
Re: Uno, dos, tres... Cinco, por ahora [Privado]
Toc Toc Toc...
¿Cuánto tiempo llevaba en la cama? Ni siquiera podía recordarlo, pero la cabeza le dolía como un demonio. Y ese sonido martilleante. "Toc Toc Toc". Alguien estaba llamando a su puerta repetidas veces. "¿Alejandro? Alejandro, abre la puerta" Le parecía escuchar una voz femenina tras esa puerta que, obviamente, no sonaba por si sola. Fuese quien fuese él estaba tirado, literalmente, sobre la cama. Solo. Y le pesaba tanto el cuerpo que no tenía fuerzas ni para gritar que quien fuera se callara. O un irónico "No, déjame en paz". Simplemente esperó, esperó y esperó hasta que con unas últimas palabras lo dejó tranquilo. "Está bien, no volveré nunca más". Claramente era alguna clienta de esas que lo buscaban y lo querían solo para ellas y solo cuando a ellas les apeteciera. No sintió demasiado la perdida pues realmente no le gustaban ese tipo de personas, ni siquiera podía recordarla solo con haber escuchado su voz. Y a sus más importantes clientas las recordaba por cualquier detalle; por mínimo que fuese. Suspiró calmado y se volteó decidido a poder dormir en paz ahora que ya nadie le perturbaría el sueño. De momento.
- Alejandro, hay trabajo que hacer - Esta vez la voz no sonaba distante, ni era un sonido martilleante de 'Toc'. No. Era una voz profunda y directa, bastante conocida a decir verdad. Abrió uno de sus ojos, perezoso, y en cuanto vio quien era soltó un "Oh" desesperante y se dio la vuelta sin reparo alguno. - Vamos, no te presto la habitación ¿Recuerdas? Me debes un alquiler - Pronunció en español la palabra 'alquiler' que ambos utilizaban refiriéndose al tanto por ciento que le daba del dinero ganado con los clientes dentro de aquel burdel. En cierto modo, era un alquiler por esa habitación que podía utilizar siempre que necesitase y que, de echo, le era bastante útil para cuando volvía de alguna fiesta en la ciudad. Una pega de vivir en un barrio residencial era que le quedaba a tomar por saco del centro, dónde él solía moverse habitualmente. Y había días que le apetecía caminar hasta su casa y días que no, otros conseguía transporte gratis o bien lo pagaba el mismo. Todo dependía mucho de los factores que condicionasen el contexto.
En cuanto sintió que todo su cuerpo se quedaba sin sábana protectora emitió una especie de gruñido débil que pareció más bien un quejido. Como de un animal herido. Claro que, viniendo de un hombre de cuarenta años, sonaba de lo más extraño. - Algún día me las pagarás - Bostezó mientras la mujer tiraba la sábana lejos de la cama y salía de la estancia riéndose maliciosamente. Dio un portazo y todo quedó en silencio. Alejandro no tardó en salir de la cama, congelado de frío. ¡Estaba completamente desnudo! Necesitaba esa sábana o una buena ducha de agua caliente y dado que ya lo habían desvelado, lo mejor sería esa ducha.
Y que bien le sentó para poder despejarse un mínimo, ahora de camino al bar, buscaba despejar el interior de su cabeza. Había bebido demasiado durante el día, la tarde y la noche. Saliendo del burdel observó que marcaban las cinco de la mañana en el reloj. ¿Para qué demonios me ha levantado esa loca?. Se preguntó, a penas quedaba clientela con la que darse un revolcón. Por no hablar de que la pequeña orgía en la que había participado horas atrás ya le había dado sus buenas ganancias y seguro que ella ya lo sabía. Ella siempre lo sabía todo, era la jefa en funciones. La única por encima de ella era el jefazo total, con el que nunca se relacionaba ni por el que tenía ningún interés. Un superior era suficiente para él, demasiado.
Entrando en la taberna más cercana, otro bostezo salió de sus labios y con otro lugar medio desértico se encontró. Todavía quedaba algún borracho pero, por lo general, a esas horas de ya bien entrada la mañana estaba la cosa tranquila. Y aunque todavía era de noche faltaban pocas horas para que amaneciese, por lo menos podría ver amanecer. Un suceso que le agradaba bastante y en el que quería aferrarse para no cabrearse más de lo debido o le dolería más la cabeza. - Café solo y cargado, por favor - En cuanto se acercó a la barra ordenó al camarero lo primero que se le ocurrió para la resaca e inmediatamente recordó el absurdo motivo del porque le habían levantado a una hora tan extraña. Le tocaba vigilar que las chicas regresaran sanas y salvas.
¿Cuánto tiempo llevaba en la cama? Ni siquiera podía recordarlo, pero la cabeza le dolía como un demonio. Y ese sonido martilleante. "Toc Toc Toc". Alguien estaba llamando a su puerta repetidas veces. "¿Alejandro? Alejandro, abre la puerta" Le parecía escuchar una voz femenina tras esa puerta que, obviamente, no sonaba por si sola. Fuese quien fuese él estaba tirado, literalmente, sobre la cama. Solo. Y le pesaba tanto el cuerpo que no tenía fuerzas ni para gritar que quien fuera se callara. O un irónico "No, déjame en paz". Simplemente esperó, esperó y esperó hasta que con unas últimas palabras lo dejó tranquilo. "Está bien, no volveré nunca más". Claramente era alguna clienta de esas que lo buscaban y lo querían solo para ellas y solo cuando a ellas les apeteciera. No sintió demasiado la perdida pues realmente no le gustaban ese tipo de personas, ni siquiera podía recordarla solo con haber escuchado su voz. Y a sus más importantes clientas las recordaba por cualquier detalle; por mínimo que fuese. Suspiró calmado y se volteó decidido a poder dormir en paz ahora que ya nadie le perturbaría el sueño. De momento.
- Alejandro, hay trabajo que hacer - Esta vez la voz no sonaba distante, ni era un sonido martilleante de 'Toc'. No. Era una voz profunda y directa, bastante conocida a decir verdad. Abrió uno de sus ojos, perezoso, y en cuanto vio quien era soltó un "Oh" desesperante y se dio la vuelta sin reparo alguno. - Vamos, no te presto la habitación ¿Recuerdas? Me debes un alquiler - Pronunció en español la palabra 'alquiler' que ambos utilizaban refiriéndose al tanto por ciento que le daba del dinero ganado con los clientes dentro de aquel burdel. En cierto modo, era un alquiler por esa habitación que podía utilizar siempre que necesitase y que, de echo, le era bastante útil para cuando volvía de alguna fiesta en la ciudad. Una pega de vivir en un barrio residencial era que le quedaba a tomar por saco del centro, dónde él solía moverse habitualmente. Y había días que le apetecía caminar hasta su casa y días que no, otros conseguía transporte gratis o bien lo pagaba el mismo. Todo dependía mucho de los factores que condicionasen el contexto.
En cuanto sintió que todo su cuerpo se quedaba sin sábana protectora emitió una especie de gruñido débil que pareció más bien un quejido. Como de un animal herido. Claro que, viniendo de un hombre de cuarenta años, sonaba de lo más extraño. - Algún día me las pagarás - Bostezó mientras la mujer tiraba la sábana lejos de la cama y salía de la estancia riéndose maliciosamente. Dio un portazo y todo quedó en silencio. Alejandro no tardó en salir de la cama, congelado de frío. ¡Estaba completamente desnudo! Necesitaba esa sábana o una buena ducha de agua caliente y dado que ya lo habían desvelado, lo mejor sería esa ducha.
Y que bien le sentó para poder despejarse un mínimo, ahora de camino al bar, buscaba despejar el interior de su cabeza. Había bebido demasiado durante el día, la tarde y la noche. Saliendo del burdel observó que marcaban las cinco de la mañana en el reloj. ¿Para qué demonios me ha levantado esa loca?. Se preguntó, a penas quedaba clientela con la que darse un revolcón. Por no hablar de que la pequeña orgía en la que había participado horas atrás ya le había dado sus buenas ganancias y seguro que ella ya lo sabía. Ella siempre lo sabía todo, era la jefa en funciones. La única por encima de ella era el jefazo total, con el que nunca se relacionaba ni por el que tenía ningún interés. Un superior era suficiente para él, demasiado.
Entrando en la taberna más cercana, otro bostezo salió de sus labios y con otro lugar medio desértico se encontró. Todavía quedaba algún borracho pero, por lo general, a esas horas de ya bien entrada la mañana estaba la cosa tranquila. Y aunque todavía era de noche faltaban pocas horas para que amaneciese, por lo menos podría ver amanecer. Un suceso que le agradaba bastante y en el que quería aferrarse para no cabrearse más de lo debido o le dolería más la cabeza. - Café solo y cargado, por favor - En cuanto se acercó a la barra ordenó al camarero lo primero que se le ocurrió para la resaca e inmediatamente recordó el absurdo motivo del porque le habían levantado a una hora tan extraña. Le tocaba vigilar que las chicas regresaran sanas y salvas.
Alejandro Garay- Prostituta Clase Baja
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Fecha de inscripción : 21/02/2012
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Re: Uno, dos, tres... Cinco, por ahora [Privado]
Tras la barra, una estantería repleta de botellas tenía como pared un espejo. Auguste se reflejaba en él. Por un momento, apreció su aspecto con la frivolidad que tendría un desconocido al verlo.
Joder...
Dos bolsas oscuras nacían bajo sus ojos. Dos ojeras de fatiga y mal sueño, de pesadillas que permanecían aún en vigilia.
Indiferente, regresó su mirada al vaso entre sus manos. De nuevo estaba vacío. Y es que para entonces había perdido toda mesura sobre el ritmo con el que bebía. ¡Qué carajos! Para eso acudió a aquel lugar, ¿no? Eso era lo que buscaba: ahogarse en algún estado de ebriedad que le alejara de tanta realidad, de tanta aplastante realidad.
Parecía una marica quejica, se dijo. Vida era vida, y a cada uno lo que le toca. Sin quererlo, comenzaba a ensimismarse nuevamente, girando el vaso vacío con sus dedos. Esperaba descubrir súbitamente un nuevo contenido que naciera espontáneamente. El sexto trago. ¡El glorioso sexto!
En cualquier caso, una oración rotunda le regresó a la realidad, acompañada de una presencia que sintió cercana. De soslayo, miró por encima de su hombro, sin moverse, y encontró a su lado la figura corpulenta de otro cliente, al parecer también somnoliento y exhausto.
Se preguntó la hora. Tuvo la súbita inquietud de conocer cuánto tiempo había permanecido allí, sentado en aquella barra. Sólo sabía una cosa: cuando llegó, el local estaba abarrotado de gente. Ahora parecía bastante vacío, y aunque no se giró para comprobarlo, lo hizo a través del espejo que tenía como pared la estantería de la barra.
Suspiró. Era inútil intentar deducir la hora. O no estaba de ánimos para hacerlo, joder. Lo que le inquietaba o llamaba su atención era la razón del nuevo cliente, del que había tomado asiento a su lado. ¿Qué circunstancias le habrían llevado a aquella taberna, no precisamente de las más lujosas? ¿Viviría lo mismo que él? Sintió una punzada de angustia egocéntrica ante la idea de que alguien más compartiera sus dilemas. O quizás temía compadecerlo en caso de que fuera así realmente.
¿Qué le importaba, en todo caso? De pronto se descubría de mente inquieta, dando vueltas a estupideces que no le atañían.
Su mirada traspasaba el cristal del vaso que giraba, y a través de él advirtió al encargado de la barra acercarse. Traía la orden del exhausto, somnoliento y nuevo cliente. Un café solo y cargado, recordaba.
La orden no llegó a su destino. Un resbalón fue suficiente para desestabilizar al encargado, quien no pudo sino señalar con impotencia cómo el café, caliente como estaba, se derramaba sobre el pecho y los brazos de Auguste.
¡De él, por una mierda! Del estúpido espectador que pretendía preocuparse por la suerte de su prójimo cuando lo que se decía a sí mismo era que podía escupir sobre sus tumbas, llegado el momento.
Auguste se levantó por un impulso, sus ojos cerrados con fuerza. Luchaba contra las ganas que tenía de tomar al incauto, que no hacía otra cosa que intentar remediar la situación con atenciones antes no concedidas, y estrellarlo contra la barra hasta encontrar calma. Sus ojos relampaguearon con furia y su mandíbula se contrajo, rígida.
- ¿No era yo el borracho, joder? - masculló. Sacudía su camisa con fuerza, rechazando al mismo tiempo la insistente ayuda que ofrecía el encargado.
La cuenta ya no era progresiva, de tragos consumidos. Ahora, en cambio, decrecían los segundos que tardaría antes de estallar y abandonar aquel lugar, hecho un torbellino caótico y súbito.
Cerró su puño sobre la camisa del encargado y lo atrajo con violencia, clavando sus ojos verdes y aceitunados sobre los ajenos atónitos. Pero no hizo nada, no de momento. Sólo lo observaba. Quería encontrar, por algún dios que sí, alguna razón para no partirlo en pedazos.
Cinco, cuatro, tres... Dos... Uno...
Joder...
Dos bolsas oscuras nacían bajo sus ojos. Dos ojeras de fatiga y mal sueño, de pesadillas que permanecían aún en vigilia.
Indiferente, regresó su mirada al vaso entre sus manos. De nuevo estaba vacío. Y es que para entonces había perdido toda mesura sobre el ritmo con el que bebía. ¡Qué carajos! Para eso acudió a aquel lugar, ¿no? Eso era lo que buscaba: ahogarse en algún estado de ebriedad que le alejara de tanta realidad, de tanta aplastante realidad.
Parecía una marica quejica, se dijo. Vida era vida, y a cada uno lo que le toca. Sin quererlo, comenzaba a ensimismarse nuevamente, girando el vaso vacío con sus dedos. Esperaba descubrir súbitamente un nuevo contenido que naciera espontáneamente. El sexto trago. ¡El glorioso sexto!
En cualquier caso, una oración rotunda le regresó a la realidad, acompañada de una presencia que sintió cercana. De soslayo, miró por encima de su hombro, sin moverse, y encontró a su lado la figura corpulenta de otro cliente, al parecer también somnoliento y exhausto.
Se preguntó la hora. Tuvo la súbita inquietud de conocer cuánto tiempo había permanecido allí, sentado en aquella barra. Sólo sabía una cosa: cuando llegó, el local estaba abarrotado de gente. Ahora parecía bastante vacío, y aunque no se giró para comprobarlo, lo hizo a través del espejo que tenía como pared la estantería de la barra.
Suspiró. Era inútil intentar deducir la hora. O no estaba de ánimos para hacerlo, joder. Lo que le inquietaba o llamaba su atención era la razón del nuevo cliente, del que había tomado asiento a su lado. ¿Qué circunstancias le habrían llevado a aquella taberna, no precisamente de las más lujosas? ¿Viviría lo mismo que él? Sintió una punzada de angustia egocéntrica ante la idea de que alguien más compartiera sus dilemas. O quizás temía compadecerlo en caso de que fuera así realmente.
¿Qué le importaba, en todo caso? De pronto se descubría de mente inquieta, dando vueltas a estupideces que no le atañían.
Su mirada traspasaba el cristal del vaso que giraba, y a través de él advirtió al encargado de la barra acercarse. Traía la orden del exhausto, somnoliento y nuevo cliente. Un café solo y cargado, recordaba.
La orden no llegó a su destino. Un resbalón fue suficiente para desestabilizar al encargado, quien no pudo sino señalar con impotencia cómo el café, caliente como estaba, se derramaba sobre el pecho y los brazos de Auguste.
¡De él, por una mierda! Del estúpido espectador que pretendía preocuparse por la suerte de su prójimo cuando lo que se decía a sí mismo era que podía escupir sobre sus tumbas, llegado el momento.
Auguste se levantó por un impulso, sus ojos cerrados con fuerza. Luchaba contra las ganas que tenía de tomar al incauto, que no hacía otra cosa que intentar remediar la situación con atenciones antes no concedidas, y estrellarlo contra la barra hasta encontrar calma. Sus ojos relampaguearon con furia y su mandíbula se contrajo, rígida.
- ¿No era yo el borracho, joder? - masculló. Sacudía su camisa con fuerza, rechazando al mismo tiempo la insistente ayuda que ofrecía el encargado.
La cuenta ya no era progresiva, de tragos consumidos. Ahora, en cambio, decrecían los segundos que tardaría antes de estallar y abandonar aquel lugar, hecho un torbellino caótico y súbito.
Cerró su puño sobre la camisa del encargado y lo atrajo con violencia, clavando sus ojos verdes y aceitunados sobre los ajenos atónitos. Pero no hizo nada, no de momento. Sólo lo observaba. Quería encontrar, por algún dios que sí, alguna razón para no partirlo en pedazos.
Cinco, cuatro, tres... Dos... Uno...
Auguste Moreau- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 02/03/2012
Re: Uno, dos, tres... Cinco, por ahora [Privado]
- Ya es suficiente - La voz profunda y al mismo tiempo adormilada de Alejandro pudo escucharse retumbar por el lugar.
¿Cómo se había liado tal follón en a penas unos segundos? Posiblemente, el muchacho que atendía estaría tan o más dormido que él mismo. Teniendo en cuenta que llevaría toda una noche sirviendo copas y aguantando a borrachos creando problemas o mujeres haciendo cosas indebidas. En parte, eso fue lo que le impulsó a calmar la furia del muchacho que en esos momentos estaba a punto de pegarle una hostia de las que no están escritas. Colocó la mano libre con la que posiblemente le pegaría y se procuró de sujetarla con fuerza mientras sus ojos se clavaban en los ajenos - Es muy temprano y todos cometemos errores, déjale tranquilo - Siendo ya un experto en la noche, reconoció el hedor a alcohol del contrario y adivinó que llevaría ya unas cuantas copas de más. Razón por la que, tal vez, su temperamento se había vuelto más agresivo. O, aun siendo agresivo de por si, controlar ataques de furia bajo efectos del alcohol era más bien imposible. No había nada que controlar. Tal vez por eso emborracharse no era uno de sus mejores pasatiempos, aunque si le gustaba tomar la bebida justa para achisparse y 'emocionarse'.
Suspiró ligeramente cansado y giró la cabeza hacia la derecha hasta que escuchó el ligero 'crack' de sus huesos. Uno más en toda la 'mañana' que le ayudaba a relajarse y que al mismo tiempo le recordaba ya sus años. Pero luego se miraba al espejo y todo volvía a la normalidad. - ¿Qué tal si te invito a otro de esos para compensar el mal momento? Después de todo, yo hice el pedido de café - Y mientras hablaba recordó que le había parecido ver el típico humo de cuando algo quema de verdad. Miró hacia la camisa del muchacho y mentalmente se imaginó lo que tendría que haberle dolido. Soltó entonces su puño, confiando en que la invitación le habría calmado ligeramente y notando que con tanto follón ya no necesitaba ese café. Aun así, se sentó de nuevo en el taburete dónde casi se había mantenido dos segundos antes y bostezó. - Vivo aquí al lado, así que también puedes cambiarte; imagino que no querrás ir así ¿No? - Volteó la cabeza para mirarlo, señalando el manchón con su adormilada y al mismo tiempo desinteresada mirada.
¿Cómo se había liado tal follón en a penas unos segundos? Posiblemente, el muchacho que atendía estaría tan o más dormido que él mismo. Teniendo en cuenta que llevaría toda una noche sirviendo copas y aguantando a borrachos creando problemas o mujeres haciendo cosas indebidas. En parte, eso fue lo que le impulsó a calmar la furia del muchacho que en esos momentos estaba a punto de pegarle una hostia de las que no están escritas. Colocó la mano libre con la que posiblemente le pegaría y se procuró de sujetarla con fuerza mientras sus ojos se clavaban en los ajenos - Es muy temprano y todos cometemos errores, déjale tranquilo - Siendo ya un experto en la noche, reconoció el hedor a alcohol del contrario y adivinó que llevaría ya unas cuantas copas de más. Razón por la que, tal vez, su temperamento se había vuelto más agresivo. O, aun siendo agresivo de por si, controlar ataques de furia bajo efectos del alcohol era más bien imposible. No había nada que controlar. Tal vez por eso emborracharse no era uno de sus mejores pasatiempos, aunque si le gustaba tomar la bebida justa para achisparse y 'emocionarse'.
Suspiró ligeramente cansado y giró la cabeza hacia la derecha hasta que escuchó el ligero 'crack' de sus huesos. Uno más en toda la 'mañana' que le ayudaba a relajarse y que al mismo tiempo le recordaba ya sus años. Pero luego se miraba al espejo y todo volvía a la normalidad. - ¿Qué tal si te invito a otro de esos para compensar el mal momento? Después de todo, yo hice el pedido de café - Y mientras hablaba recordó que le había parecido ver el típico humo de cuando algo quema de verdad. Miró hacia la camisa del muchacho y mentalmente se imaginó lo que tendría que haberle dolido. Soltó entonces su puño, confiando en que la invitación le habría calmado ligeramente y notando que con tanto follón ya no necesitaba ese café. Aun así, se sentó de nuevo en el taburete dónde casi se había mantenido dos segundos antes y bostezó. - Vivo aquí al lado, así que también puedes cambiarte; imagino que no querrás ir así ¿No? - Volteó la cabeza para mirarlo, señalando el manchón con su adormilada y al mismo tiempo desinteresada mirada.
Alejandro Garay- Prostituta Clase Baja
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Re: Uno, dos, tres... Cinco, por ahora [Privado]
Auguste tardó en reaccionar. Mantenía sus ojos fijos sobre el estupefacto encargado como depredador sobre presa. Sin saberlo, sin pensarlo, luchaba contra sí mismo, contra sus impulsos de violencia, ahora más desinhibidos a causa del alcohol.
La bestia indomable. La bestia fuera de sí. El asesino.
Uno a uno, sus dedos dejaron de aprisionar la camisa arrugada hasta liberarla con un movimiento brusco. Volvió a sentarse, más bien dejándose caer sobre la silla alta, y por un momento pareció sumergirse en sus propios pensamientos. Los recuerdos que se agolpaban de forma violenta y dolorosa sobre su mente.
Imágenes vívidas, de rostros contraídos en dolor y en muerte. Olores inolvidables, gritos desgarradores.
¡Detente, Auguste! ¡Detente, hijo de puta!
Entonces no había sido capaz. Ahora, por alguna razón, permanecía allí sentado en lugar de descargar todo aquello sobre el encargado de la taberna. Por segundos, imaginó la posibilidad de un intercambio. ¡No habría sido su madre la víctima! Lo sería, en su lugar, un encargado desconocido de un bar. Desconocido para él, al menos.
¡Estupideces!
No tenía sentido: imaginar lo que pudo ser y no fue. ¡La realidad estaba allí, mierda! Todos los días recordaba, al levantarse, las circunstancias en las que se encontraba, siempre aquejado por fantasmas demasiado reales, demasiado vivos. No tenía intenciones de distraerse con ridiculeces tales como probabilidades de algún cambio, como la inexistente posibilidad de que todo hubiera sido distinto. Nada era distinto y él había aprendido a vivir así, joder. O eso le gustaba creer.
Sólo entonces reparó en lo que había desencadenado su estado actual, su regreso al ánimo meditabundo de momentos atrás: la voz profunda y gruesa.
Ya es suficiente
¿Suficiente? ¿¡Qué mierda sabía aquél!? ¿Qué podía saber aquel hombre robusto, de rostro como tallado en piedra, talante despreocupada y mirada somnolienta, sobre lo que era suficiente? Su primer impulso, a pesar de los segundos que habían transcurrido, fue el de asestar un rígido puño en el rostro abandonado del hombre desconocido. Pero no, ya es suficiente.
Se mantuvo inmóvil, silencioso aún. Había que controlarse, sí, que ya es suficiente.
No podía evitar la concesión de alguna especie de mérito propio. A saber las razones de aquella excepción, eran pocas las veces en las que Auguste lograba contenerse. De modo que podía sentirse satisfecho consigo mismo, pensaba, y sin embargo no conseguía hacerlo. Después de otro par de segundos, concluyó en que había perdido la facultad de reconocer sus pequeños logros. Aquellos que, aunque cotidianos, constituían los más grandes, los de largo plazo.
Aceptó la oferta sin más. Su instinto o patología de desmedida suspicacia falló entonces, y una mirada de Auguste indicó al encargado, aún temeroso, que tomaría la invitación. ¿Qué se proponía aquel hombre? ¿Lo trataba acaso como una chica, como una puta barata que obtendría bajo algún precio? ¡Que le den! Él no tenía ninguna otra intención que no fuera la de tomar un trago, uno más, el sexto. Cualquier voz en su mente que sugiriera cosa distinta, la ignoraría definitivamente.
Ni bien el pedido alcanzó un lugar en la barra frente a Auguste, éste lo apresuró garganta abajo sin ningún tipo de precaución. La misma mano volvió a caer con la misma violencia, y de sus labios escapó la misma exhalación violenta. El mareo, la sensación de desequilibrio en su cabeza, sin embargo, no era la misma. Comenzaba a sentir los efectos del abuso del alcohol.
Quizás esa era la causa de sus reacciones lentas, víctima de un retraso inevitable en sus respuestas. Recordó la proposición de su acompañante - no estaba seguro del momento en el que había decidido que aquel hombre había dejado de ser un desconocido para convertirse en su acompañante - y advirtió el estado de su camisa, tan empapada que lucía como una segunda piel sobre su abdomen aún ardiente por la reciente quemadura.
- No sé quién mierda eres, pero... - tartamudeó. En su intento de acercarse a la silla contigua, donde se encontraba su acompañante, había perdido el equilibrio -. Gracias - atinó a responder con su voz áspera e irritada.
Calló un momento, levantándose con torpeza y brusquedad de su silla. De pie, notaba cómo su equilibrio se veía afectado en gran parte. No iba a caerse, maldición. Era lo suficientemente capaz de mantenerse en pie y salir de allí. Claro que sí.
Dejó caer su mano pesada sobre el hombro de su acompañante y acercó su rostro a su oído, susurrándole, como rehuyendo en vano de las miradas y oídos curiosos. No era capaz de darse cuenta que no hacía sino llamar más la atención, dado su estado de ligera embriaguez.
- ¿Dónde vives? - sus ojos volvieron a fijarse sobre los ajenos. Le miraba con su habitual severidad, aunque inevitablemente endulzado por los tragos que llevaba a cuestas.
Sácame de aquí, por una mierda.
La bestia indomable. La bestia fuera de sí. El asesino.
Uno a uno, sus dedos dejaron de aprisionar la camisa arrugada hasta liberarla con un movimiento brusco. Volvió a sentarse, más bien dejándose caer sobre la silla alta, y por un momento pareció sumergirse en sus propios pensamientos. Los recuerdos que se agolpaban de forma violenta y dolorosa sobre su mente.
Imágenes vívidas, de rostros contraídos en dolor y en muerte. Olores inolvidables, gritos desgarradores.
¡Detente, Auguste! ¡Detente, hijo de puta!
Entonces no había sido capaz. Ahora, por alguna razón, permanecía allí sentado en lugar de descargar todo aquello sobre el encargado de la taberna. Por segundos, imaginó la posibilidad de un intercambio. ¡No habría sido su madre la víctima! Lo sería, en su lugar, un encargado desconocido de un bar. Desconocido para él, al menos.
¡Estupideces!
No tenía sentido: imaginar lo que pudo ser y no fue. ¡La realidad estaba allí, mierda! Todos los días recordaba, al levantarse, las circunstancias en las que se encontraba, siempre aquejado por fantasmas demasiado reales, demasiado vivos. No tenía intenciones de distraerse con ridiculeces tales como probabilidades de algún cambio, como la inexistente posibilidad de que todo hubiera sido distinto. Nada era distinto y él había aprendido a vivir así, joder. O eso le gustaba creer.
Sólo entonces reparó en lo que había desencadenado su estado actual, su regreso al ánimo meditabundo de momentos atrás: la voz profunda y gruesa.
Ya es suficiente
¿Suficiente? ¿¡Qué mierda sabía aquél!? ¿Qué podía saber aquel hombre robusto, de rostro como tallado en piedra, talante despreocupada y mirada somnolienta, sobre lo que era suficiente? Su primer impulso, a pesar de los segundos que habían transcurrido, fue el de asestar un rígido puño en el rostro abandonado del hombre desconocido. Pero no, ya es suficiente.
Se mantuvo inmóvil, silencioso aún. Había que controlarse, sí, que ya es suficiente.
No podía evitar la concesión de alguna especie de mérito propio. A saber las razones de aquella excepción, eran pocas las veces en las que Auguste lograba contenerse. De modo que podía sentirse satisfecho consigo mismo, pensaba, y sin embargo no conseguía hacerlo. Después de otro par de segundos, concluyó en que había perdido la facultad de reconocer sus pequeños logros. Aquellos que, aunque cotidianos, constituían los más grandes, los de largo plazo.
Aceptó la oferta sin más. Su instinto o patología de desmedida suspicacia falló entonces, y una mirada de Auguste indicó al encargado, aún temeroso, que tomaría la invitación. ¿Qué se proponía aquel hombre? ¿Lo trataba acaso como una chica, como una puta barata que obtendría bajo algún precio? ¡Que le den! Él no tenía ninguna otra intención que no fuera la de tomar un trago, uno más, el sexto. Cualquier voz en su mente que sugiriera cosa distinta, la ignoraría definitivamente.
Ni bien el pedido alcanzó un lugar en la barra frente a Auguste, éste lo apresuró garganta abajo sin ningún tipo de precaución. La misma mano volvió a caer con la misma violencia, y de sus labios escapó la misma exhalación violenta. El mareo, la sensación de desequilibrio en su cabeza, sin embargo, no era la misma. Comenzaba a sentir los efectos del abuso del alcohol.
Quizás esa era la causa de sus reacciones lentas, víctima de un retraso inevitable en sus respuestas. Recordó la proposición de su acompañante - no estaba seguro del momento en el que había decidido que aquel hombre había dejado de ser un desconocido para convertirse en su acompañante - y advirtió el estado de su camisa, tan empapada que lucía como una segunda piel sobre su abdomen aún ardiente por la reciente quemadura.
- No sé quién mierda eres, pero... - tartamudeó. En su intento de acercarse a la silla contigua, donde se encontraba su acompañante, había perdido el equilibrio -. Gracias - atinó a responder con su voz áspera e irritada.
Calló un momento, levantándose con torpeza y brusquedad de su silla. De pie, notaba cómo su equilibrio se veía afectado en gran parte. No iba a caerse, maldición. Era lo suficientemente capaz de mantenerse en pie y salir de allí. Claro que sí.
Dejó caer su mano pesada sobre el hombro de su acompañante y acercó su rostro a su oído, susurrándole, como rehuyendo en vano de las miradas y oídos curiosos. No era capaz de darse cuenta que no hacía sino llamar más la atención, dado su estado de ligera embriaguez.
- ¿Dónde vives? - sus ojos volvieron a fijarse sobre los ajenos. Le miraba con su habitual severidad, aunque inevitablemente endulzado por los tragos que llevaba a cuestas.
Sácame de aquí, por una mierda.
Auguste Moreau- Licántropo Clase Baja
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Re: Uno, dos, tres... Cinco, por ahora [Privado]
¡Qué genio!
Fue lo único que alcanzó a pasar por la mente de Alejandro a tales horas de la madrugada mientras notaba como el hombre desconocido clavaba sus ojos en todo él. Le hubiese dado un repelús, de no ser porque estaba acostumbrado a ignorar ese tipo de emociones; incluso en él mismo. Todo aquello que no supusiera placer, hacía tiempo que había decidido desecharlo de su vida. Y estaba claro que enfadarse no era un placer. De más joven, por el contrario, sí que disfrutaba de alguna que otra buena pelea en tabernas como aquella misma. Observó al joven por el rabillo del ojo y sonrió pensando que él en algún momento había sido así, con ese mismo temperamento. Esa capacidad para saltar con toda la furia que podía soportar tu cuerpo a la más mínima de cambio; mucho más habiéndosele derramado algo tan delicado como resultaba ser una bebida caliente. La sonrisa desapareció al instante. Se sintió viejo. ¡Él! Que de todos los cuarentones que había conocido era el que mejor se conservaba y, sin duda, el que mantenía más alta su 'virilidad'. Odiaba esos momentos en los que, aún por intervalos de segundos, sentía a la perfección todo su cuerpo. Y todos sus años vividos.
Decidido a sacar aquellos pensamientos de su mente, se centró de nuevo en el joven que algo más calmado gracias al ofrecimiento que acababa de hacerle soltó al tabernero. Aunque de mala gana. - A mi otro de lo mismo - Pidió, ya con una voz más despierta después de semejante follón. ¿Qué mejor para despertarse que una buena pelea? Se dijo para si mismo y se sonrió. Sin pensar en ningún momento que nadie le pudiera estar observando, hasta que curiosamente escuchó como su reciente acompañante tragaba el vaso de alcohol. Lo engullía, mejor dicho. ¡Estaba desesperado! Y, a juzgar por la manera en que su cuerpo empezó a tambalearse, también ebrio. De echo, Alejandro ya había notado las copas de más que llevaba encima por la fiera actitud que había demostrado tener segundos atrás. Tampoco es tan extraño teniendo en cuenta la hora. Dijo para si mismo, mirando con satisfacción el vaso que acababa de ponerle el tabernero. Por fin tenía algo decente para llevarse a la garganta. No era ese café que había querido para despertarse pero, sin duda, le sentó de maravilla el ardor del alcohol bajando por su cuerpo hasta lo más hondo. Suspiró, complacido y casi olvidando que tenía una compañía. Compañía ebria que en esos momentos, para su sorpresa, casi se le cayó encima.
"Gracias" Le pareció escuchar, de repente. ¡Quién lo hubiese imaginado! Ese musculoso y fiero hombre, agradeciéndole. Por un momento, se quedó pensativo. ¿Qué le estaba agradeciendo? - Cuidado - Murmuró casi sin darse cuenta viéndolo mentalmente ya en el suelo. Tampoco se esperaba que se le agarrara al hombro, pero como un movimiento automático le pasó una mano por la cintura con la intención de sujetarlo. Y entonces, cuando le preguntó dónde vivía, supo que cada vez estaba peor. - Cerca. Vamos - Le devolvió la seria mirada con un ligero toque de suavidad, ya que él no solía ser severo prácticamente nunca. Sin embargo, tener a alguien que aun a cuestas de él le hablaba de aquella manera ejercía una mala influencia. Ya completamente de pie, habiendo dejado a un lado el taburete dónde segundos atrás se había mantenido apoyado, dio el último sorbo a lo que le quedaba de bebida. Dispuesto a volver por dónde había venido hacía su 'casa'. La habitación del burdel, por supuesto, ni loco lo llevaría a rastras hasta su casa ¡Ni siquiera tenía ganas de ir caminando él mismo! Como para ir con otro a cuestas. Se carcajeó muy suavemente, ante una fugaz imagen de él llevando a ese aparentemente orgulloso y fiero chico en brazos. Como una princesa. No lo conocía pero solo por haberse dado el gusto de molestarlo lo habría echo, de no ser porque no estaba loco y sabía perfectamente que él podía cargar con peso hasta una cierta medida. El muchacho era fornido y, aunque no era tan alto como él ni ancho, si que tenía un desarrollado cuerpo.
- Vamos - Le instó a moverse, mientras dejaba sus locos pensamientos a un lado y le ayudaba dejando que recargase su peso en él lo que pudiera. Para suerte de ambos, el burdel estaba, por así decirlo, pegado a la taberna. Razón por la que a ese tipo de horas y después de haber pasado una larga noche él solía acudir allí a pasar los dolores de cabeza matutinos. Y, como buen trabajador de aquel local de alterne, no pensó ni por un segundo en entrar de 'frente'. Pasando por el callejón trasero de la taberna, se encontró con la puerta de servicio que daba acceso al jardín del burdel. Solían utilizar aquel pasadizo sus compañeros o los propios trabajadores, cuando la noche había comenzado. O en situaciones comprometidas, como aquella. - Prepárate para subir - No sabía si el cuerpo del muchacho estaba en condiciones de subir escaleras, pero tampoco iba a arriesgarse a dejarlo en cualquiera de las habitaciones de la planta baja. La mayoría dormían y podían considerarle como un cliente borracho más, si lo veían solo. Como mínimo necesitaba la privacidad de su habitación.
Unos cuantos minutos después, por fin dentro, soltó la carga sobre la deshecha cama en la que él mismo se había despertado tiempo atrás. Lo habían despertado, mejor dicho. Y estiró su espalda hasta que la escuchó crujir, provocando en él un suspiro de alivio. Después de cerrar bien cerrado el pestillo de la puerta, observó el panorama y sonrió ¿Qué pensaría su 'amigo' al saber dónde lo acababa de meter? Por su actitud minutos atrás, le atraía comprobarlo.
¡Por fin pude responder! Disculpa la demora.
Fue lo único que alcanzó a pasar por la mente de Alejandro a tales horas de la madrugada mientras notaba como el hombre desconocido clavaba sus ojos en todo él. Le hubiese dado un repelús, de no ser porque estaba acostumbrado a ignorar ese tipo de emociones; incluso en él mismo. Todo aquello que no supusiera placer, hacía tiempo que había decidido desecharlo de su vida. Y estaba claro que enfadarse no era un placer. De más joven, por el contrario, sí que disfrutaba de alguna que otra buena pelea en tabernas como aquella misma. Observó al joven por el rabillo del ojo y sonrió pensando que él en algún momento había sido así, con ese mismo temperamento. Esa capacidad para saltar con toda la furia que podía soportar tu cuerpo a la más mínima de cambio; mucho más habiéndosele derramado algo tan delicado como resultaba ser una bebida caliente. La sonrisa desapareció al instante. Se sintió viejo. ¡Él! Que de todos los cuarentones que había conocido era el que mejor se conservaba y, sin duda, el que mantenía más alta su 'virilidad'. Odiaba esos momentos en los que, aún por intervalos de segundos, sentía a la perfección todo su cuerpo. Y todos sus años vividos.
Decidido a sacar aquellos pensamientos de su mente, se centró de nuevo en el joven que algo más calmado gracias al ofrecimiento que acababa de hacerle soltó al tabernero. Aunque de mala gana. - A mi otro de lo mismo - Pidió, ya con una voz más despierta después de semejante follón. ¿Qué mejor para despertarse que una buena pelea? Se dijo para si mismo y se sonrió. Sin pensar en ningún momento que nadie le pudiera estar observando, hasta que curiosamente escuchó como su reciente acompañante tragaba el vaso de alcohol. Lo engullía, mejor dicho. ¡Estaba desesperado! Y, a juzgar por la manera en que su cuerpo empezó a tambalearse, también ebrio. De echo, Alejandro ya había notado las copas de más que llevaba encima por la fiera actitud que había demostrado tener segundos atrás. Tampoco es tan extraño teniendo en cuenta la hora. Dijo para si mismo, mirando con satisfacción el vaso que acababa de ponerle el tabernero. Por fin tenía algo decente para llevarse a la garganta. No era ese café que había querido para despertarse pero, sin duda, le sentó de maravilla el ardor del alcohol bajando por su cuerpo hasta lo más hondo. Suspiró, complacido y casi olvidando que tenía una compañía. Compañía ebria que en esos momentos, para su sorpresa, casi se le cayó encima.
"Gracias" Le pareció escuchar, de repente. ¡Quién lo hubiese imaginado! Ese musculoso y fiero hombre, agradeciéndole. Por un momento, se quedó pensativo. ¿Qué le estaba agradeciendo? - Cuidado - Murmuró casi sin darse cuenta viéndolo mentalmente ya en el suelo. Tampoco se esperaba que se le agarrara al hombro, pero como un movimiento automático le pasó una mano por la cintura con la intención de sujetarlo. Y entonces, cuando le preguntó dónde vivía, supo que cada vez estaba peor. - Cerca. Vamos - Le devolvió la seria mirada con un ligero toque de suavidad, ya que él no solía ser severo prácticamente nunca. Sin embargo, tener a alguien que aun a cuestas de él le hablaba de aquella manera ejercía una mala influencia. Ya completamente de pie, habiendo dejado a un lado el taburete dónde segundos atrás se había mantenido apoyado, dio el último sorbo a lo que le quedaba de bebida. Dispuesto a volver por dónde había venido hacía su 'casa'. La habitación del burdel, por supuesto, ni loco lo llevaría a rastras hasta su casa ¡Ni siquiera tenía ganas de ir caminando él mismo! Como para ir con otro a cuestas. Se carcajeó muy suavemente, ante una fugaz imagen de él llevando a ese aparentemente orgulloso y fiero chico en brazos. Como una princesa. No lo conocía pero solo por haberse dado el gusto de molestarlo lo habría echo, de no ser porque no estaba loco y sabía perfectamente que él podía cargar con peso hasta una cierta medida. El muchacho era fornido y, aunque no era tan alto como él ni ancho, si que tenía un desarrollado cuerpo.
- Vamos - Le instó a moverse, mientras dejaba sus locos pensamientos a un lado y le ayudaba dejando que recargase su peso en él lo que pudiera. Para suerte de ambos, el burdel estaba, por así decirlo, pegado a la taberna. Razón por la que a ese tipo de horas y después de haber pasado una larga noche él solía acudir allí a pasar los dolores de cabeza matutinos. Y, como buen trabajador de aquel local de alterne, no pensó ni por un segundo en entrar de 'frente'. Pasando por el callejón trasero de la taberna, se encontró con la puerta de servicio que daba acceso al jardín del burdel. Solían utilizar aquel pasadizo sus compañeros o los propios trabajadores, cuando la noche había comenzado. O en situaciones comprometidas, como aquella. - Prepárate para subir - No sabía si el cuerpo del muchacho estaba en condiciones de subir escaleras, pero tampoco iba a arriesgarse a dejarlo en cualquiera de las habitaciones de la planta baja. La mayoría dormían y podían considerarle como un cliente borracho más, si lo veían solo. Como mínimo necesitaba la privacidad de su habitación.
Unos cuantos minutos después, por fin dentro, soltó la carga sobre la deshecha cama en la que él mismo se había despertado tiempo atrás. Lo habían despertado, mejor dicho. Y estiró su espalda hasta que la escuchó crujir, provocando en él un suspiro de alivio. Después de cerrar bien cerrado el pestillo de la puerta, observó el panorama y sonrió ¿Qué pensaría su 'amigo' al saber dónde lo acababa de meter? Por su actitud minutos atrás, le atraía comprobarlo.
¡Por fin pude responder! Disculpa la demora.
Alejandro Garay- Prostituta Clase Baja
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Re: Uno, dos, tres... Cinco, por ahora [Privado]
El apoyo. La mano sobre su cintura, enroscada como serpiente. Las miradas curiosas, él repeliéndolas con otra inquisidora.
Para el momento en el que Auguste había conseguido sostenerse en pie, aunque apoyándose con su brazo sobre los hombros de su acompañante, todo estuvo muy claro. Los seis tragos que había ingerido parecían haber estallado en su flujo sanguíneo con una violencia tan súbita que todo era muy difuso. Sus cinco sentidos, de por sí agudizados por los dotes de su raza maldita, habían mermado y su rango de percepción resultaba incierto. Auguste no podría precisar la forma y condición en la que abandonó aquella taberna, prácticamente en brazos de un desconocido que había dejado de serlo para convertirse en su acompañante.
Mi acompañante.
La voz gruesa, más bien aterciopelada. El cuerpo fornido, asegurando el suyo en su contra. La mirada pícara, por último, de pupilas que brillaban inquietas y juguetonas.
Quería apartarse. Sintió crecer una ola de rechazo en su interior mientras aquel sujeto le guiaba hacia un edificio contiguo al que llamaba casa. ¡Cómo querría molerlo a golpes al hijo de puta! Que llevarlo así, como damisela socorrida, era más de lo que podía soportar. Incluso allí, tambaleándose entre los escalones que ascendían hacia la habitación, consideró la posibilidad de darle su merecido. Y merecido se lo tenía, claro que sí, por ponerlo en aquella situación.
Situación en la que te metiste tú, reverendo gilipollas.
Debatiéndose entre el agradecimiento silencioso y el rechazo escandaloso, pronto se vio a sí mismo en una habitación en cuya cama fue a caer como lo haría una estatua de mármol, de las orgullosas renacentistas, al derrumbarse. Su rostro se sumergió entre un par de almohadas y una mezcla de aromas alcanzó su agudo olfato casi con violencia. Una mezcla de sudor, alcohol, saliva y semen. Olor a sexo, en definitiva. Y no cualquiera, clasificó Auguste. En esa cama el sexo era frecuente.
No dijo nada, sin embargo. ¿Y qué podía decir? ¡Todos follaban, maldita sea! Sólo apoyó sus manos sobre el colchón, a cada lado de su torso, y consiguió girarse con esfuerzo, con vista hacia el techo. Su mirada de severidad ahora adormecida repasó los elementos sencillos que componían la habitación y no tardó en reconocer en dónde se encontraba.
- ¿Un burdel? - inquirió hierático, con su mandíbula tensa, en cuanto sus ojos dejaron de prestar atención a su alrededor, centrándose entonces en su acompañante -. ¿Qué eres? ¿Algún tipo de puta? - a pesar de la severidad de su voz, la intención de sus palabras no era otra más que sencilla curiosidad. Fue sólo después cuando Auguste evaluó la posibilidad de alguna intención distinta u oculta en quien le había ofrecido ayuda en un principio.
Se arrastró como pudo, ayudándose con sus manos sobre el colchón, hacia la cabecera de la cama. Apiló con torpeza ambas almohadas detrás de su espalda y volvió a dejarse caer, entrelazando sus brazos por detrás de su cabeza.
- ¿Para eso me trajiste aquí, maricón? ¿Quieres que te folle?
¡Menuda compañía se había buscado! Auguste deseaba el momento en el que su acompañante se acercara hacia él. Entonces podría darle su merecido y lo dejaría allí, como la puta que era, inútil entre sus sábanas manchadas. No sería sólo sudor, alcohol saliva y semen. Se mezclaría también la sangre.
Lo cierto era que buscaba castigarle por la humillación que había sufrido momentos antes. Buscaba, aunque lo desconociera, redimir su hombría e independencia. Él era un varón, joder, y no necesitaba que nadie lo llevara a cuestas, mucho menos a una cama destinada al desenfreno de la lujuria.
"¡Ay, Auguste! Dime el porqué, entonces, de esa tendencia tuya de alejar a todo quien se te acerca con intenciones sinceras. ¿Por qué te supone tanta humillación tu propia vulnerabilidad?"
Auguste desvió la mirada hacia el suelo, rompiendo por mínimos segundos el contacto visual con el moreno. Cuando volvió a mirarle, su mirada se había suavizado, no por cierto la ola de desprecio ardiente que crecía en su pecho.
Que te den, vieja de mierda.
Para el momento en el que Auguste había conseguido sostenerse en pie, aunque apoyándose con su brazo sobre los hombros de su acompañante, todo estuvo muy claro. Los seis tragos que había ingerido parecían haber estallado en su flujo sanguíneo con una violencia tan súbita que todo era muy difuso. Sus cinco sentidos, de por sí agudizados por los dotes de su raza maldita, habían mermado y su rango de percepción resultaba incierto. Auguste no podría precisar la forma y condición en la que abandonó aquella taberna, prácticamente en brazos de un desconocido que había dejado de serlo para convertirse en su acompañante.
Mi acompañante.
La voz gruesa, más bien aterciopelada. El cuerpo fornido, asegurando el suyo en su contra. La mirada pícara, por último, de pupilas que brillaban inquietas y juguetonas.
Quería apartarse. Sintió crecer una ola de rechazo en su interior mientras aquel sujeto le guiaba hacia un edificio contiguo al que llamaba casa. ¡Cómo querría molerlo a golpes al hijo de puta! Que llevarlo así, como damisela socorrida, era más de lo que podía soportar. Incluso allí, tambaleándose entre los escalones que ascendían hacia la habitación, consideró la posibilidad de darle su merecido. Y merecido se lo tenía, claro que sí, por ponerlo en aquella situación.
Situación en la que te metiste tú, reverendo gilipollas.
Debatiéndose entre el agradecimiento silencioso y el rechazo escandaloso, pronto se vio a sí mismo en una habitación en cuya cama fue a caer como lo haría una estatua de mármol, de las orgullosas renacentistas, al derrumbarse. Su rostro se sumergió entre un par de almohadas y una mezcla de aromas alcanzó su agudo olfato casi con violencia. Una mezcla de sudor, alcohol, saliva y semen. Olor a sexo, en definitiva. Y no cualquiera, clasificó Auguste. En esa cama el sexo era frecuente.
No dijo nada, sin embargo. ¿Y qué podía decir? ¡Todos follaban, maldita sea! Sólo apoyó sus manos sobre el colchón, a cada lado de su torso, y consiguió girarse con esfuerzo, con vista hacia el techo. Su mirada de severidad ahora adormecida repasó los elementos sencillos que componían la habitación y no tardó en reconocer en dónde se encontraba.
- ¿Un burdel? - inquirió hierático, con su mandíbula tensa, en cuanto sus ojos dejaron de prestar atención a su alrededor, centrándose entonces en su acompañante -. ¿Qué eres? ¿Algún tipo de puta? - a pesar de la severidad de su voz, la intención de sus palabras no era otra más que sencilla curiosidad. Fue sólo después cuando Auguste evaluó la posibilidad de alguna intención distinta u oculta en quien le había ofrecido ayuda en un principio.
Se arrastró como pudo, ayudándose con sus manos sobre el colchón, hacia la cabecera de la cama. Apiló con torpeza ambas almohadas detrás de su espalda y volvió a dejarse caer, entrelazando sus brazos por detrás de su cabeza.
- ¿Para eso me trajiste aquí, maricón? ¿Quieres que te folle?
¡Menuda compañía se había buscado! Auguste deseaba el momento en el que su acompañante se acercara hacia él. Entonces podría darle su merecido y lo dejaría allí, como la puta que era, inútil entre sus sábanas manchadas. No sería sólo sudor, alcohol saliva y semen. Se mezclaría también la sangre.
Lo cierto era que buscaba castigarle por la humillación que había sufrido momentos antes. Buscaba, aunque lo desconociera, redimir su hombría e independencia. Él era un varón, joder, y no necesitaba que nadie lo llevara a cuestas, mucho menos a una cama destinada al desenfreno de la lujuria.
"¡Ay, Auguste! Dime el porqué, entonces, de esa tendencia tuya de alejar a todo quien se te acerca con intenciones sinceras. ¿Por qué te supone tanta humillación tu propia vulnerabilidad?"
Auguste desvió la mirada hacia el suelo, rompiendo por mínimos segundos el contacto visual con el moreno. Cuando volvió a mirarle, su mirada se había suavizado, no por cierto la ola de desprecio ardiente que crecía en su pecho.
Que te den, vieja de mierda.
Auguste Moreau- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 02/03/2012
Re: Uno, dos, tres... Cinco, por ahora [Privado]
Petición concedida.
Fue pensar en la reacción del chico y allí estaba ¡Tan divertida cómo había pensado! Vale, lo había llamado maricón y punta en a penas un intervalo de dos segundos pero a Alejandro le importaba tan poco que solo se fijó en su actuación. Tal y como esperaba. Llevarle hasta allí, posiblemente, habría echo mella en ese orgullo de macho que momentos atrás había podido vislumbrar en el bar. Y al parecer, no era de las personas que se suavizaban con el alcohol. Se potenciaba el mal carácter. ¿O sería así siempre? No podía llegar a saberlo, teniendo en cuenta que no se conocían de absolutamente nada. Por otra parte, no se le había pasado por la cabeza la idea de follar con él, mucho menos de que él le follara -Un 'lugar' exclusivo y privilegiado cabe mencionar.- Sin embargo, cuanto más lo pensaba más le agradaba la idea. Resultaría tan divertido intentar someterle como había estado su momento de orgullo masculino. Rió, sabiendo que le sentaría como una patada. Lo normal sería que se enfadara, le diera una buena tunda por insultarle de aquella manera, lo echara por el balcón y continuara con su vida. Eso lo haría normal. Pero nada en Alejandro era normal.
- Pues la verdad es que sí, soy una especie de puta - Aclaró, con la normalidad con la que alguien aseguraba que le gustaban los dulces. Por ejemplo. Aquello no podía distar más de un comentario normal. Lejos de estar ofendido, Alejandro le mostró una sonrisa a su acompañante. Bastante sincera, teniendo en cuenta que pocas veces sonreía falsamente, pero con un toque pícaro y divertido. Una indirecta de que le importaba una reverenda mierda lo herido que estuviera su orgullo por estar allí. Y lo poco que le afectaban sus aparentemente denigrantes comentarios ¡Él estaba muy por encima de todo eso! Si ese tipo de palabras le afectaran, viviría sumido en la depresión. Sin duda. - ¿Follarme? - Chasqueó la lengua y entrecerró los ojos, simulando que pensaba una buena respuesta. - No sé, no sé... Creo que no podrías pagarlo - Le devolvió la fiera mirada, con un toque suavizante que al parecer él también tenía. Poco a poco parecía suavizarse. Como siguiera con esos comentarios burlones, acabaría con un ojo morado y en el suelo o eso es lo que él intentaría hacerle. Todavía no estaba muy seguro de cual era el efecto que le había provocado el alcohol así que prefirió no acercarse demasiado a la cama. Podía ser burlón y atrevido pero no era gilipollas ni suicida. - Ahora bien, si te me ofreces podré hacer una excepción y lo dejaré gratis - Le guiñó un ojo, culminando la estupidez de sus palabras. Porque contestarle así no era de gilipollas pero sí de estúpidos que buscaban follones.
Suspiró, conteniendo una risa. - En cualquier caso, ni se me había pasado por la cabeza - Empezó diciendo, algo más sincero y menos burlón. - Así que tranquilo, tu culo está a salvo. - De nuevo, un tono picarón anunció sus malos pensamientos -Que el otro había provocado.- mientras sus ojos no se apartaban de la trayectoria de los contrarios. - Esta es mi habitación así que nadie te molestará, yo voy a darme una ducha. Duerme lo que quieras - Decidió, por fin, que lo más sensato sería dejarlo solo. Y él necesitaba una buena ducha. Se hubiera acercado solo para darle un beso divertido y pícaro, si se tratara de otro caso, pero teniendo en cuenta su furia consideró más oportuno caminar directo hacia el baño cerrando la puerta tras de si. No solía utilizar pestillo en los baños, porque casi siempre estaba solo o con compañía sin importancia, pero en ese momento deseó que aquel cuarto de baño tuviera uno. Lo cierto es que, a pesar de todo, no se fiaba ni un pelo del muchacho.
Fue pensar en la reacción del chico y allí estaba ¡Tan divertida cómo había pensado! Vale, lo había llamado maricón y punta en a penas un intervalo de dos segundos pero a Alejandro le importaba tan poco que solo se fijó en su actuación. Tal y como esperaba. Llevarle hasta allí, posiblemente, habría echo mella en ese orgullo de macho que momentos atrás había podido vislumbrar en el bar. Y al parecer, no era de las personas que se suavizaban con el alcohol. Se potenciaba el mal carácter. ¿O sería así siempre? No podía llegar a saberlo, teniendo en cuenta que no se conocían de absolutamente nada. Por otra parte, no se le había pasado por la cabeza la idea de follar con él, mucho menos de que él le follara -Un 'lugar' exclusivo y privilegiado cabe mencionar.- Sin embargo, cuanto más lo pensaba más le agradaba la idea. Resultaría tan divertido intentar someterle como había estado su momento de orgullo masculino. Rió, sabiendo que le sentaría como una patada. Lo normal sería que se enfadara, le diera una buena tunda por insultarle de aquella manera, lo echara por el balcón y continuara con su vida. Eso lo haría normal. Pero nada en Alejandro era normal.
- Pues la verdad es que sí, soy una especie de puta - Aclaró, con la normalidad con la que alguien aseguraba que le gustaban los dulces. Por ejemplo. Aquello no podía distar más de un comentario normal. Lejos de estar ofendido, Alejandro le mostró una sonrisa a su acompañante. Bastante sincera, teniendo en cuenta que pocas veces sonreía falsamente, pero con un toque pícaro y divertido. Una indirecta de que le importaba una reverenda mierda lo herido que estuviera su orgullo por estar allí. Y lo poco que le afectaban sus aparentemente denigrantes comentarios ¡Él estaba muy por encima de todo eso! Si ese tipo de palabras le afectaran, viviría sumido en la depresión. Sin duda. - ¿Follarme? - Chasqueó la lengua y entrecerró los ojos, simulando que pensaba una buena respuesta. - No sé, no sé... Creo que no podrías pagarlo - Le devolvió la fiera mirada, con un toque suavizante que al parecer él también tenía. Poco a poco parecía suavizarse. Como siguiera con esos comentarios burlones, acabaría con un ojo morado y en el suelo o eso es lo que él intentaría hacerle. Todavía no estaba muy seguro de cual era el efecto que le había provocado el alcohol así que prefirió no acercarse demasiado a la cama. Podía ser burlón y atrevido pero no era gilipollas ni suicida. - Ahora bien, si te me ofreces podré hacer una excepción y lo dejaré gratis - Le guiñó un ojo, culminando la estupidez de sus palabras. Porque contestarle así no era de gilipollas pero sí de estúpidos que buscaban follones.
Suspiró, conteniendo una risa. - En cualquier caso, ni se me había pasado por la cabeza - Empezó diciendo, algo más sincero y menos burlón. - Así que tranquilo, tu culo está a salvo. - De nuevo, un tono picarón anunció sus malos pensamientos -Que el otro había provocado.- mientras sus ojos no se apartaban de la trayectoria de los contrarios. - Esta es mi habitación así que nadie te molestará, yo voy a darme una ducha. Duerme lo que quieras - Decidió, por fin, que lo más sensato sería dejarlo solo. Y él necesitaba una buena ducha. Se hubiera acercado solo para darle un beso divertido y pícaro, si se tratara de otro caso, pero teniendo en cuenta su furia consideró más oportuno caminar directo hacia el baño cerrando la puerta tras de si. No solía utilizar pestillo en los baños, porque casi siempre estaba solo o con compañía sin importancia, pero en ese momento deseó que aquel cuarto de baño tuviera uno. Lo cierto es que, a pesar de todo, no se fiaba ni un pelo del muchacho.
Alejandro Garay- Prostituta Clase Baja
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