Soy tu maldición [+18] [privado]

Dicen que cuando las palabras no funcionan, hay que usar la fuerza. No me gusta esa frase, pero tuve que aplicarla muy a mi pesar. La sangre empezó a manchar el rostro y la mordaza de la jovencita, y sentí una pena enorme por ello. - Lo siento...-le dije aunque su casi inconsciencia fuera mi única acompañante en esa habitación - pero eres tú, o todos nosotros. - le sonreí apenado por su suerte y la cargué en mis brazos en medio de la gran actividad en la hacienda. Mis compañeros estaban preparando todo para una nueva cena de nuestra Ama (lo cual implicaba todo un espectáculo al que todos estábamos acostumbrados) y si no cumplíamos con todos y cada uno de sus caprichos teníamos como "premio" una horrorosa dosis de tortura. Era mejor cumplirle...y así podríamos seguir caminando por unos días con todo nuestro cuerpo completo. Pero el cumplirle tampoco nos lo aseguraba...

Llegué al comedor con mi pobre invitada moviendo casi sin fuerza las manos y las piernas para soltarse de las amarras y sin poder expresarse con otra cosa que no fuesen balbuceos inentendibles. Ahí estaba todo listo: el candelabro daba un aire tétrico (más tétrico aún, debo decir...) a la habitación apenas iluminada, pero que era suficiente para que se viesen los grilletes y el set de "cubiertos" que uno de los demás esclavos limpiaba con dedicación y esmero. Me entristecí al pensar que tan leal sirviente podría morir si nuestra Ama se veía disgustada con la preparación de la habitación, y me estremecí de sólo pensar que planease matarme por no traer una chica de su gusto...pero recuerdo perfectamente que me había pedido una morena, y una morena era la persona a quien ahora estaba desatando con ayuda de mi compañero para apresarla entre pataleos y gritos débiles con los grilletes. El otro chico ahora estaba intentando lo que yo hice por la última media hora: tratar de calmarla. Sí, a los dos nos estresaba escuchar gritos ajenos...y eso era porque recordábamos los propios en cada sesión que nuestra Ama tenía con cada uno. Eché una revisión general y me cercioré de que estuviere todo listo y dije - Bien, yo iré a avisarle...tú reúne a los demás rápido...- Y en cuanto se fue, el ruido se reinició.

A medida que avanzaba mis piernas temblaban y mi corazón se descontrolaba. El estar a solas con ella, aunque fuere unos segundos, siempre me aterraba...y tengo demasiados traumas como para gastar estas líneas contándoselos. Toqué la puerta dos veces y apenas abrí la puerta, evitando el mirar al interior y tragando saliva para que la garganta no se me secase del miedo .- D-Doña Catalina...s-su cena...e-está servida...

En aquella hacienda la única regla que teníamos que cumplir era obedecer lo que nuestra Ama nos dijera. ¡Pobre del que se negase! La muerte era un regalo después de la lenta y macabra...no, simplemente no habían palabras que pudieran describir lo que ella hacía con el ciego que tenía el suficiente valor para enfrentarse a un ser como ella. Yo no sería capaz de hacer eso nunca, tengo suficiente con mis castigos diarios por mis ineptitudes. - ¡S-sí! - dije sobresaltado e ingresé a su habitación que, por desgracia, conocía de memoria, quedándome en la puerta. Al menos eso me daba una especie de ventaja, ya que mi capacidad de satisfacerle era mucho mayor que los demás (aparentemente) y con eso mi vida no estaba tanto en riesgo...(¡Sí, claro! ¡El temor a la muerte se me había hecho tan común en mi vida como la ausencia de comida y sueño!) En cuanto se volteó sentí el primero de muchos escalofríos, el sólo ser su atención ya era un motivo para temerle. Nunca se sabía qué podía pasar con ella.

Asentí con una ligereza de plumas tratando de no temblar demasiado, pero es que verla a los ojos era un sinónimo de tantas emociones juntas que ni yo podría explicarlo bien. - S-sí...e-está en el comedor..t-t-tal y c-como pidió...- Agregué rápidamente con un tartamudeo inentendible y cerré los ojos fuerte, juntando mis labios al sentir su tacto. Mi cuerpo empezó a temblar de inmediato igual que mi respiración, haciendo lo imposible por quedarme quieto. Hablaba suavemente, y eso me agradaba de manera inconsciente, mi oído no sufría tanto tiempo con sus gritos. Alcé instintivamente el mentón con sus caricias y mi corazón aceleró su bombeo con su voz y sus roces, y cuando la besé entreabrí la boca por esa costumbre que había conseguido entrenado como un perro...pero sin premios. Su voz volvió a la normalidad con la facilidad con que dominaba a sus presas y apreté mis ya cerrados ojos con el sonido de la segunda cosa que conocía más de ella después de su cuerpo. ¿Me había golpeado? ¿No? ¡Qué alivio! Abrí los ojos y asentí en silencio con su nueva orden. Un baño de rosas rojas. No lo olvidaría. Y tampoco olvidaría ese grito que me sacó y me metió el alma de nuevo al cuerpo. Sí, sin duda quería alimentarse...y el estar hambrienta la hacía aún más peligrosa.

Le seguí con la distancia prudente que había aprendido a punta de golpes amarrado a un palo de madera en un día de nieve y me quedé quieto cuando conversó con su ama de llaves, alguien tan horrible de espíritu como ella...y con un horror físico incomparable a la belleza malévola de mi Ama. No tenía mucha relación con ella, así que me centré en observar a los que de blanco mezclaban sus semblantes de miedo y admiración en un rostro lo más neutro posible, si es que eran capaces de mirar a la mismísima Quintrala a los ojos. Tratando de no atemorizarme por los gritos de la chica y de mi Ama abrí la puerta empujándola con esfuerzo y luego seguí con la atracción de un imán ese cabello rojizo, observando a la morena con un rostro indiferente, expresando perfectamente lo que nuestra Dueña quería que sintieramos yo y todos sus esclavos. - ... - Recuerdo no haber dicho nada, sólo proceder cogiendo un cuchillo y una copa. El grito ahogado podría haber excitado a cualquier sádico, y la cantidad de sangre en la copa haber hecho delirar a cualquier vampiro. Caminé con la base de la copa sobre una de mis palmas, cubriendo con la otra por encima para que no se escapara ninguna gota y se la coloqué al frente de sus ojos, sobre la mesa. Yo me quedé a su costado en plan mayordomo, esperando mi cuerpo sus órdenes, pero sufriendo mi alma por dentro.

El banquete había dado inicio.

No podía temblar de miedo, esa posibilidad estaba clausurada gracias a la fuerza que tenía mi Ama sobre mi cuerpo y mi mente, dejándola consciente para que yo y todos pudiéramos ser partícipes directos e indirectos de lo que sucedía cada vez que tocaba hacer un banquete-espectáculo de ese tipo. Le vi beber con deleite, con una sonrisa curvada que podía significar la peor de las perdiciones si tenía las ganas suficientes de hacerlas cumplir. Ni siquiera podía tener un escalofrío como hubiera querido cuando los ojos de ella variaron, era temible y fascinante al mismo tiempo…¿Cómo podía existir alguien así? ¿Qué había tenido que pasar para que se convirtiese en eso?

La copa quebrándose, los gritos enfurecidos por el deseo no cumplido, el choque de mi cuerpo contra el suelo que me dejó aturdido. Todo en una secuencia. Yo era su favorito tanto para el sexo como para los castigos, pero no tenía idea del por qué…y dudaba de saberlo alguna vez. Habían desvirginado a la chica, pero yo me había asegurado de traerla virgen…¿Quién había sido? ¿Quién nos iba a hacer pagar a todos por su falla como dijo ella? ¡La mujer estaba embarazada! ¡¡Todos íbamos a ser descuartizados como mínimo!! Mi respiración se aceleró de sólo pensarlo, y miré a los demás esclavos que trataban de buscar al culpable sin hablar, porque no podían hacerlo. Menos mal que se había delatado solo…no hablábamos mucho, pero de todas formas me daría pena en caso de que lo matasen, peor aún frente a nosotros…pero mi Ama tenía otros planes, no sé si tan macabros como lo que yo pensaba, pero ella era impredecible, e increíble por ello.

Me habló, y me levanté con lo mejor que pude para entregarle la daga y no caer mareado en el intento sobre ella, aunque eso le gustase en el fondo. ¿Por qué tenía que estar aturdido en ese preciso momento? ¡Todo eso era de vida o muerte! Su pregunta me sobresaltó y negué enérgico con la cabeza mientras corría hacia la actuación principal retomando el cuchillo que había usado antes, quitándole primero un poco de sangre a la chica aprovechando la gotera que seguía desde su muñeca, rellenándola hasta la mitad. El cuerpo de ella se movía un poco producto de los movimientos de caderas del esclavo que hacía su mayor esfuerzo para no perder la erección en medio del acto, lo que le valdría la castración inmediata. Lo miré, y él me miró. “Perdóname, pero tengo que hacerlo”, parecí decirle sin palabras y le tomé una muñeca, haciéndole un corte suficiente para que no perdiera demasiada sangre y sirviera al mismo tiempo para complacer a mi ama. La copa se terminó llenando y fui con ella, entregándosela y quedándome nuevamente a su lado en caso de que quisiera otra cosa. La sangre goteaba del cuchillo lentamente, como el tic tac del reloj que había en lo alto.

Cada paso que dio mi Ama cuando rodeó la mesa retumbó en mi corazón y en el de mis hermanos esclavos como si efectivamente pisoteara nuestro órgano y lo apretujara hasta quitarnos el aire y los sentidos; y es que esa sensación de ser su centro de atención y no saber qué está pensando es terrible, quizás más que las cosas que llega a hacer cuando está molesta. Esa incertidumbre nos comía a todos por dentro siempre, y por ello estamos a la defensiva en todo momento. El relajo no existe, porque incluso el dar un suspiro era motivo de que esa mirada se clavase en el cerebro para no salir hasta que la consciencia se perdiera y se recuperara en cualquier parte de París durante una madrugada congelada.

Por mi posición pude ver a mi Ama con aquella sonrisa tan tierna y que muchos creíamos y seguimos creyendo como tal a ratos, pero verlo desde el frente no se compara en nada al estar allí. Mis hermanos esclavos temblaban por completo, mantenían los ojos cerrados y los puños apretados, castañeando algunos sus dientes por el pánico que causaba simplemente el tenerla tan cerca. Yo era su favorito, y eso no me gustaba a pesar de tener el “privilegio” de no ser asesinado aún habiendo pasado tantos años. Prefería mil veces tomar el lugar de uno de ellos antes de verlos desmayarse uno a uno como mosquitos por esas mordidas que me recordaban a las que dábamos cuando encontrábamos una pata de pollo completa o un trozo de pan que no estuviera duro.

El “click” del cuello de la mujer me hizo dar un saltito por el susto y cuando vi que la daga se iba al torso de mi amigo cerré los ojos y ni quise imaginar lo que había hecho al escuchar el grito y algo húmedo y raro tocar el piso. El olor a sangre y fluidos ya era predominante, y me provocó un par de arcadas que disimulé bien, y que tuve que disimular bien cuando ese par de labios tocó mi hombro. Tragué saliva con mi cuerpo entero temblando escuchándole y sintiendo su lamida, la cual siempre me estremecía sin importar en qué circunstancia lo hiciera. Luego sentí su cuerpo contra el mío, del cual perdí control cuando su voz omnipotente retumbó en cada rincón de mi cerebro. Entreabrí la boca al sentirle tan cerca con unas ganas de besarle que se hicieron insostenibles, además de desear hacerle tantas otras cosas que nadie esperaría de mi “yo” normal y “libre”. Se alejó de mí y me apresuré cuanto pude hacia el baño, sabiendo que eso era lo que deseaba, además de a mí.

No tardamos mucho en llenar la bañera con agua tibia junto con otro esclavo que a ratos me miraba a los ojos con lástima y temor a la vez. Mis ojos negros y mirada fría no dejaban lugar a dudas de que no tenía el control de mis movimientos y mis deseos, aunque mi mente estuviera allí reprimida mirando todo lo que hacía. Tuve una idea y envié a un par de esclavos a traerme toda la sangre que pudieran salvar de los cuerpos muertos y semi muertos que yacían como prueba del sádico espectáculo vivido hace poco. Cogimos los baldes y mezclamos el agua y la sangre agregando unos pétalos de rosa para darle un toque al asunto. Miré al esclavo que me acompañaba y le ordené que se quedase en la puerta mientras iba a por mi Ama a su habitación, tocando la puerta y colocándome de inmediato de lado con una rodilla apoyada en el piso y la cabeza gacha, esperando que saliera para seguir tras ella como siempre debía ser, deseándola a más no poder entre mis brazos.

Afortunadamente para mi imperiosa necesidad sexual forzada, no tardó mucho en salir tras el aviso de mi presencia, manteniéndome con expresión neutral por mucho que quisiera sonreír, o hacer una mueca de pavor que no podía hacer por estar sometido completamente. El ver su cuerpo blanquecino perfecto regado con aquellas llamas que se hacían llamar cabello incrementaban más mi deseo por ella, todo por efectos de las tretas mentales que ella realizaba y que me tenían al borde del límite de lanzarme a ella y poseerla hasta la inconsciencia de una de las dos partes. Me dediqué a mirar entre su rostro y su cuerpo preparados para mí durante aquel empujoncito con su pie y luego únicamente fueron sus ojos cuando su barbilla suave y fría abrazó mi mentón. Estaba totalmente hipnotizado, enganchado a todo lo que ella significaba, manejable entre sus brazos como un títere del cual no quería deshacerse, aunque para mí fuese el mejor regalo el que mi vida se acabase.

Me besó con morbo y me clavó sus colmillos con lujuria, para luego invadir mi mente otra vez y estimularme sin ningún reparo, haciendo que mi hombría cogiese un tamaño ideal para los deseos de mi Ama. Gemí y eché la cabeza hacia atrás, sintiéndome envuelto por un torbellino creciente de los deseos carnales más salvajes, haciéndome jadear de impaciencia – Quiero…poseerle…-susurré con esfuerzo y gemí de nuevo cuando me soltó, dirigiéndose mi vista a aquella panorámica de su espalda y su trasero, pasando por esas curvas divinas que hacían caer a cualquiera que estuviera relativamente cuerdo, y si no lo estaban ella les obligaba, como a mí.

El otro esclavo se sorprendió, y yo sonreí ladino con perversión, relamiéndome al ver cómo cedía y se masturbaba sin reparos, enseñando un miembro más grande que el mío por su color de piel. Le miré con una sonrisa cómplice que me devolvió ya preso del control de nuestra dueña y ambos nos acercamos hasta la bañera e ingresamos a ella, acomodándome yo detrás de nuestra Ama y él delante – Espero…que no le moleste tener que satisfacer a otro…-Sonreí malévolo masajeando sus pechos y me acomodé para luego insertarme en ella en una estocada, moviéndome y moviéndola hasta dejarla en una posición semicuadrúpeda lo suficientemente cómoda para que nuestro “invitado” pudiera poseer aquellos labios tan malditos que parecían benditos.

Y desde allí, comenzaba el placer culpable.