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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Yann Tiersen Lun Mar 26, 2012 10:11 pm



Había llegado la noche esperada; luego de seguir sigilosamente por meses a algunos licántropos había conseguido dar con el lugar exacto donde solían encontrarse un grupo de estos para burlarse de sus víctimas como quien se ríe de una broma inocente. El olor a sangre impregnaba cada rincón del bosque y se esparcía por el suelo a medida que las gotas caían desde los colmillos de los presentes, quienes sonriendo de par en par saboreaban su triunfo como animales tras conseguir destrozar su presa. La codicia y la crueldad eran fieles acompañantes a un lado de ellos y la muerte era la dama de honor que exhibía su mejor vestuario en la fría fiesta; la única víctima, extremadamente ingenua, era la vida. Aquella que se ofrece a todos sin distinción o discriminación alguna y que es arrebatada en un parpadeo siendo partícipe obligada de un macabro juego de egos, ambición y poder.

¿Acaso hay algo más importante que la vida? Era la pregunta que una y otra vez se producía en mi mente con aquella inhumana imagen, una pregunta que no solo no encontraba su respuesta sino que seguía, a medida que avanzaba el tiempo, demostrándome que el valor de la misma iba desapareciendo cada vez más y muchos observaban hacia el costado con tal de no complicar su existencia. Pero yo no podía hacer caso omiso a estos acontecimientos, tenía que defender el valor más preciado que como animales con inteligencia superior poseíamos, tenía, no, mejor dicho: debíamos defenderla a sol y sombra, dado que es a partir de ella que todo lo demás se desprende, todo lo que somos, todos lo que conocemos, todo en absoluto. No podía ser tomado como algo simplemente banal, debía dársele la importancia que se merecía y por eso fue que decidí, en gran parte, convertirme en cazador y proteger lo más preciado que una persona tiene por sobre su arrebato arbitrario.

El momento se acercaba, el constante pero silencioso movimiento de las agujas de mi reloj de bolsillo ejercían un ágil cosquilleo contra mi cuerpo y me anunciaba que el tiempo se agotaba y que pronto se separarían en busca de más alimento. Mi experiencia pasada me había enseñado que nunca es beneficioso librarse a la lucha con diversos enemigos a la vez, por lo cual debía encararlos por separado intentando que el tiempo juegue de mi lado y me adjudique la facultad de acabar con cada uno de ellos en la medida en que los demás llegaban hasta el lugar del suceso; fue entonces que actué con cautela pero con rapidez y en el momento en que comenzaron a separarse me posicioné de tal forma que, cuando el primero se acercó a mi posición solo llegó a girar su rostro hasta que el filo de mi espada atravesó su garganta y su cuerpo cayó inerte delante de mi, como cae un objeto pesado a causa de la gravedad. No fue mucho después que el golpe seco de la caída anunció el hecho y atrajo a los demás licántropos, a los cuales yo ya estaba esperando desde diferentes posiciones, haciéndoles seguir el mismo destino que el primero, manchando consecutivamente el filo de mi arma. Sin embargo, uno misteriosamente no se había hecho presente y fue entonces que un fuerte golpe en mi espalda hizo que fuese arrojado hacia delante, cayendo hacia una extraña hierba que abrió una herida en mi brazo izquierdo a causa del roce con una de sus raras hojas cargadas de grandes espinas, perdiendo además por la sorpresa mi leal espada. Nunca olvidaré la mirada de aquel animal: sus ojos me observaban fijo mientras a nuestro alrededor aquellos que antes reían y que eran de su misma especie, yacían brutalmente degollados. Fue un momento único, en el que pude visualizar una gota de incertidumbre en su irracional mirada, luego de eso, se abalanzó hacia mí con una velocidad increíble. Habiendo siendo despojado de mi ataque y a su vez defensa, accedí a mi segundo recurso como todo buen cazador: esperé el momento adecuado en cuanto a distancia y cuando su peludo cuerpo estaba a unos metros del mío, me agaché con soltura y saqué una pequeña y refinada pistola de acero con la cual disparé dos veces hacia su corazón esperando que las balas de plata tengan el efecto deseado. Efectivamente y a favor de mi entrenamiento, mi puntería acertó y el animal terminó en medio de sus compañeros… definitivamente no habría más fiesta a costa de la vida ajena para ellos. Guardé mi arma y levanté mi espada, desgarré mi camisa y la enrosqué por sobre mi lesión con el objetivo claro de evitar perder más sangre a través de la misma.

Mi esfuerzo aquella noche no había sido en vano, me sentí feliz por recompensar al menos un poco la muerte de los ya caídos por esas garras y defender la vida de los que pudieron compartir el mismo camino.

Entonces abrí los ojos, la cubierta de mi recamara daba vueltas sobre mi. Los cerré rápidamente intentando abrirlos nuevamente y que todo sea una confusión pero al parecer seguía absolutamente mareado. Fuertes palpitaciones y un dolor intenso hacían de mi brazo una bomba atómica a punto de explotar y no solo eso, sino que una insoportable sensación de malestar se extendía por todo mi cuerpo y me afectaba de tal forma que se me hacía difícil pensar con claridad. Francamente no sabía como había llegado hasta mi casa pero era algo que en ese momento carecía de importancia. Era vital encontrar una solución precisa y rápida para aquella situación y debí esforzarme al máximo para concentrarme y lograr recordar el nombre de Pía, una bruja que había conocido hace algunos años y que justamente hoy, podría saber de mi verdadero estado y el como ayudar en su mejoría ya que los daños internos que aquel corte había ocasionado en mi cuerpo no eran comunes, seguramente era causa de una especie desconocida de veneno que solo podía ser revertido por medio de magia. O al menos eso esperaba.

Escondí mi herida bajo una manta y llamé a mi mayordomo, el cual hizo acto de presencia de inmediato y obedeció sin ninguna objeción a mi mandato de que mi mensajero fuera en busca de la Señorita Varessi, a pesar de que no era una hora apropiada, era un asunto urgente. Era un alivio contar con personal de confianza que no hiciera preguntas, dada mi condición de doble vida; la confidencialidad y fidelidad eran valores importantísimos en mi residencia y ellos sabían que eran pilares fundamentales para el buen trato que recibían de mi parte.

Lo último que llegué a oír antes de caer nuevamente en un dormitar molesto y cansino, fue el sonido del trote de los caballos de unos de mis carruajes partiendo en busca de mi encomienda, lo cual sirvió como atenuante momentáneo al dolor que sentía y permitió que un breve alivio recorriera mis pensamientos. Era sin dudas un momento delicado, la esperanza no era una cualidad de mi persona desde la masacre de mi familia pero esto último me daba las fuerzas suficientes y necesarias para aguantar las adversidades y salir airoso de cualquier situación; ojala aquella no fuese la excepción.

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Mensaje por Pia Varessi Mar Mar 27, 2012 7:41 pm

Medianoche ya es pasada, vagaba sin orientación por los jardines de mi abuela. La flora de la rosaleda me invadía de gratas memorias de antaño. Mí querida Italia “¿Cuándo podré volver a sentir tu cálida brisa soplar sobre mi rostro? Escaparme para contemplar tus montañas, tu gente... Tengo que encontrarte.”

“Pía…” Oí en mi cabeza y una insólita sensación viajó por mi cuerpo, estremeciéndose, pues encontraba en aquella voz un dejo familiar. Mí niñez pasó por delante de mis ojos unos instantes antes de percatarme de que quién evocaba mi nombre era mi difunta madre… Su acento, su galanura y esa manera de llamarme la hacían característica de ella. Continué escuchando sus palabras en mi cabeza, era como si me estuviera aclamando, buscando, “¿Qué me quieres decir?” No podía concebir que quisiera hablarme, sacudí mi cabeza queriendo dejar de escucharla cuando la culpa se hizo presente en mi mente, deseaba acallarla, no sabía como explicarle que no pude salvarla. Hui, corrí lo más rápido que pude, pero por más que quisiera con toda mi alma escapar de esa situación, mis piernas no respondían, el pánico me estaba conquistando, y entonces vi como los rosales parecían cobrar vida, elevándose y cubriendo la luna y el cielo, eran garrafales y formidables, y sus colosales espinas, temibles y amenazadoras. Sus cálices en lo alto se despojaban de los pétalos, en un santiamén, una lluvia carmesí cayó del cielo y el suelo se tiñó de rojo, mas mis pies prisioneros e inmóviles no me dejaban marchar. “Pía… Pía”, la voz se hacía más penetrante… “¡Basta! Déjame en paz” Pensé, tenía miedo, no entendía lo que estaba ocurriendo. En ese momento me pareció sentir humedad en mis tobillos, mire hacia abajo y lo que antes era un tapizado de rosas despedazadas ahora era un lago rojizo y espeso… “¿Qué es esto?” Aterrorizada alcé la mirada, los enormes tallos estaban impregnados por la misma materia, como si de sangre se tratase. Se propagaban cuesta abajo, rápidamente aquel pantano sangriento comenzó a inundar el lugar, llegaba hasta mi cuello y seguía avanzando, cuando cubrió por completo mi humanidad grité con todas mis fuerzas por ayuda, estaba desesperada.

-¡No!-

De un salto me descubrí sentada en mi litera entre las paredes de mi alcoba, estaba agitada y fatigada, “Era una pesadilla…” una ligera luz penetraba por el mirador de la habitación, era una noche de luna llena. Aquel bizarro sueño había acabado con mi descanso, no era la primera vez que sucedía, desde que había dejado mi residencia en Italia me acosaba la misma inquietud una y otra vez, noche tras noche, hacía meses que no podía conciliar el sueño plácidamente en París.

En el silencio nocturno me pareció auscultar el crujir de la madera que revestía la escalinata de la mansión, se hacían cada vez mas intensos, como si vinieran en mi dirección. Los pasos cesaron, y justo debajo del portal de mi cuarto pude divisar la sombra de unos pies. Escuché unos golpeteos de los nudillos de su mano contra la maciza puerta.
-Señorita Varessi, ha sucedido algo.- Dijo cortésmente una grave voz varonil del otro lado, era mi mayordomo. Cogí un tapado de fina seda para acobijarme y me dirigí a abrir la puerta. -¿Qué sucede?- Le pregunté algo desconcertada. Me contó de un joven muchacho mensajero que había aparecido en nuestra residencia en busca de mi presencia, al parecer tenia un importante comunicado.
Me arropé debidamente para recibir al susodicho y bajé las escaleras, me encaminé al recibidor, el personal ya se había encargado de escoltar al muchacho hacia mi morada. El recado del joven era claro, en su cara se podía distinguir cierta preocupación.
Venía de parte de los Tiersen, unos viejos amigos de mi familia, naturalmente, como todo hombre de negocios mi padre se encargaba de tener buenas relaciones con la alta sociedad europea, sin embargo esta vez no se trataba de un asunto de negocios, sino del hijo menor, Yann, quien se hallaba en aparente peligro y necesitaba mi ayuda inmediatamente.

Sin demasiados detalles sobre lo acontecido, me apresuré tomar de mi herbolario lo que creí necesario antes de embarcarme hacia mi destino.
“Espero que no sea demasiado tarde…” reflexionaba de camino a la residencia Tiersen, el incesante galope de los caballos del carruaje despertaban en mi memoria recuerdos de nuestros encuentros.
Eran altas horas de la madrugada, el recorrido parecía no acabar, arribamos al pórtico de la mansión pasada la media hora. El atento sirviente que me escoltó me auxilió a descender del carruaje al llegar a la entrada.

Abrió la puerta un hombre alto y de facciones angulosas, quien reconocí al instante, era el mayordomo de la mansión, rápidamente me llevó donde su amo.
Mientras me aproximaba a la alcoba, pude intuir una misteriosa presencia en el ambiente “Que extraño”. La puerta se encontraba entreabierta, apresuré mi andar y distinguí del otro lado, el contorno de un hombre en posición horizontal.

El servil hombre abrió de par en par la puerta y lo que observé allí me llenó de espanto, Yann reposaba echado en su lecho envuelto en sabanas y agonizante, su vida se escapaba de su cuerpo y su cara estaba abarrotada de sufrimiento. -¿Qué es lo que ha pasado?- Le pregunté exaltada al mayordomo sintiendo una gran congoja en mi ser, él era muy allegado a mi, ser una bruja se consideraba una herejía para la iglesia, la cual enviaba sus lacayos para darnos caza y muerte. Yann había ocultado mi identidad proporcionándome protección, aun siendo un Cazador, debía hacer todo lo que estuviera a mi alcance para salvarlo, después de todo seguía siendo un hombre, frágil y vulnerable en ese momento.


Última edición por Pia Varessi el Lun Abr 30, 2012 1:36 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Yann Tiersen Vie Abr 20, 2012 3:15 am


No había pasado mucho tiempo desde que me había vuelto Cazador, incluso todavía estaba adaptándome a la nueva idea de lo que sería mi vida a partir de aquella difícil pero certera decisión. Tenía muy claras mis convicciones para serlo y, aunque éstas atentaran directamente y pusieran en peligro mi posición social: alta y respetada, mi personalidad me obligaba a superponerlas ante los riesgos. Y justamente esta antitesis tuvo su momento de definición la noche en que conocí a Pía Varessi:

Recuerdo que me hallaba cómodamente recostado en el sillón de la sala, frente a la chimenea. El sonido de las chispas ardiendo era uno de los pocos placeres que me hacía olvidar de todo para concentrarme en mis quehaceres profesionales. Una ropa liviana me daba la soltura adecuada para acentuar aún más la tranquilidad que necesitaba. Era el momento en el que fijaba mi mente únicamente en crear; aquel don que pocos tienen pero que aún menos saben explotar. Fue entonces que observé la mesa que yacía delante de mi, de un roble firme y sólido como la requería, no podía darme el lujo de caer en un error, por más milimétrico que fuese, en un plano arquitectónico eso sería demoledor. La gruesa hoja era sostenida con fuerza por dos tirantes y varios instrumentos geométricos descansaban a sus costados, fuera del espacio de trabajo. Éste último, manifestaba líneas por doquier conformando un complejo esquema que resultaría ser, cuando se lo llevase del lápiz a la construcción, una magnífica casa de campo para el cual se lo había contratado con anticipación y por cierto, con una muy buena retribución económica.

La noche avanzaba rápido conforme iba terminando el plano, sin embargo antes de darlo por finalizado escuché como el frío que azotaba la región aquellos días de invierno poco a poco se convertía en gruesas gotas de agua que en forma de lluvia impactaban por doquier mi residencia. Podía escuchar pequeñas explosiones desde fuera producto del insistente choque contra el mármol y cada vez se hacía más constante y sonoro. Aquel suceso no solo aumentó lo gratificante del fuego encendido sino que introdujo más mi mente en un estado creativo, dotándola de paz y armonía. ¡Que acierto había sido permitirle a la servidumbre dejar sus responsabilidades pudiéndose ir a recostarse más temprano que de costumbre! Podría decirse que estaba completamente solo y la tormenta que se avecinaba sería mi fiel compañera, en la cual reposaría mi cansancio y mi sueño. Los ojos comenzaron a pesarme y antes de que pudiera darme cuenta estaba dormitando.

No sabría decir si me anticipé al momento por mi facilidad de reacción o por mi desarrollada intuición, la cual había sido perfeccionada en mis primeros meses de Cazador, el hecho puntual fue que antes de que una serie de rápidos y sistemáticos pasos llegara a mis oídos, yo ya me encontraba tan lúcido y despierto, que al momento de que aquellos cesaron y pasaron a convertirse en desesperados golpes a mi puerta, el sillón que me sostenía quedo totalmente vacío, viéndome erguido y preparado al otro lado de mi entrada.

- “¡Regresa, bruja maldita!, ya no tienes a donde escapar” - fue el grito que le siguió en tiempo, no de uno, sino de varios hombres que al parecer, perseguían a quien estaba golpeando mi hogar.

No era una sorpresa para mí que distintos cazadores se encargaran de exterminar a los brujos y brujas y junto a ellos, a la brujería. Era común aquella persecución y esas situaciones se habían vuelto algo típico y común en toda Francia, incluso fuera. La buena educación a la cual me había sometido me permitía conocer más acerca del tema y sabía perfectamente que aquellos sucesos fueron mucho más críticos entre los siglos XV y XVIII. En aquel entonces, la Iglesia había iniciado una frenética búsqueda sin descanso a toda persona que fuese partícipe o tuviera contacto con cualquier tema relacionado a prácticas extrañas donde se adorara al demonio o se idolatrara al Diablo, llamándosele tiempo después como demonolatría. Sin embargo, no solo era la Iglesia la que perseguía estos actos, sino que las mismas monarquías también habían contribuido a través de sus juzgados a su encierro, el cual no era más que un tiempo muerto en el cual por medio de castigos inhumanos como por ejemplo torturas, intentaban conseguir testimonio y aceptación por parte de los involucrados. Por supuesto, posteriormente eran las ardientes llamas de la hoguera las que limpiaban y purificaban tanto sus cuerpos como sus vidas, al no obtener la confesión deseada.

- “¡No te atrevas a dar un paso más!” - adjuntaron aquellas voces enardecidas aunque lejanas. Ya habían llegado demasiado lejos, pero el involucrarme sería para ellos, sobrepasarse; querían evitarlo a toda costa.

El jardín que separaba mi morada del portón de ingreso tenía un extenso trecho, elegantemente decorado por una variada flora que se extendía perfectamente podada a ambos lados del camino y dentro de llamativas masetas de cemento. En medio, reposaba una magnífica fuente construida a partir de diseños propios, dándole un toque absolutamente distintivo a la medieval edificación. El camino de piedra delineaba el recorrido hacia el pórtico, sin embargo tenía en varios lugares ondulaciones o curvas que imposibilitaban ver directamente desde la calle. Gracias a este esquema, supuse que los perseguidores estaban cerca pero no tanto y me propuse actuar de forma rápida y eficaz. Desatranque el cerrojo hábilmente y abrí la puerta bruscamente: una delgada figura aguardaba afuera con una expresión indescriptible y mojada de pies a cabeza, su fino y sedoso cabello rubio se pegaba a su bello rostro y no supe en ese momento si una, dos o gran parte de las gotas que caían de sus mejillas eran resultado de llanto o simplemente a causa de la lluvia. Quedó inactiva, supuse que el susto y la sorpresa la inmovilizaron por unos segundos; la sujeté del brazo y la atraje hacia mí, luego cerré la puerta y tranqué. Ejecuté una señal de silencio llevando mi dedo delante de mis labios, el cual fue comprendido inmediatamente dado que permanecimos en un nervioso pero profundo silencio. Le indiqué que fuese a la sala principal, donde podría calentarse con la fogata y me propuse a abrir la puerta, justo cuando tres sujetos elevaban sus manos para golpearla:

- ¿Qué significan esos gritos? - exclamé exaltado. - ¿Quiénes son ustedes? - adjunté con molestia observando brevemente que no se trataban de simples cazadores, sino más bien eran mensajeros de Dios.

- “Sabrá disculpar, Monsieur Tiersen, pero estamos buscando a una joven, rubia, que ha cometido un delito contra la Iglesia y debe ser apresada” - respondió uno de ellos, mientras los otros dos asentían con la cabeza, manteniendo en sus rostros una sonrisa que se contrastaba grotescamente con la tormenta existente. Tras ellos, pude presentir que se escondían “colegas” profesionales.

- Francamente no he visto a nadie, señores - contesté, ésta vez de forma más educada; no debía tener un conflicto con miembros del clero, aunque fuesen del escalafón más bajo. Y, era innegable, que las mansiones de las familias de clase alta eran fácilmente identificables por medio de cualquier habitante de la región.

- Y no creo que sea una hora adecuada, caballeros - adjunté, anteponiéndome a sus nuevas palabras, las cuales fueron calladas por esto - Sabrán disculparme, trabajo en un nuevo plano y no puedo desconcentrarme ni perder tiempo, con su permiso - finalicé, esbozando una sonrisa de amabilidad antes de dar paso a cerrar el umbral. Sabido era que mi reputación era intachable y no obtendría reproche alguno; no les quedaba más que confiar en mis vocablos.

Al darme vuelta, escuchando como se retiraban poco a poco, pude observarla a ella, escondida, presenciando desde una distancia considerable la peculiar conversación. Su mirada bastaba en ese momento para entender su agradecimiento y fue hasta mucho más adelante que nuestras historias estuvieron ligadas, ya que a partir de aquel suceso me volví su protector personal, incluso, su amigo.

Definitivamente, estaba destinado a defender la vida de las personas de todo arrebato arbitrario. Y el pensar distinto o recurrir a prácticas que desconocíamos pero que no les quitaban la vida a los demás, no entraba en violencia alguna como para tener que someterse a aquel desenlace que tanto cazadores como el Clero buscaban. Lo sobrenatural, sin herir a los demás, no era juicio o debate en mi mente.

Todo aquel recuerdo desapareció de la escena instantáneamente que mi mente captó la pregunta que Pía le hacia a mi mayordomo, el cual aún no daba respuesta alguna. Moví lentamente mi mano, anunciándole a esté que nos dejara solos. Intenté levantarme un poco y mantenerme, lo cual fue en vano y volví a caer sin fuerzas. Realmente mostrarme en esa condición era humillante, pero había conseguido la confianza necesaria con aquella mujer como para no caer en estos sentimientos sin sentidos, aunque claro, mi orgullo estaba herido. Mostrarme débil ante una mujer era para mi algo falto de hombría. Esperé que se acercara lo suficiente como para susurrar:

- Señorita Pía, gracias por venir; sabrá disculpar la hora - sin perder nunca la educación que me caracterizaba, adjunté - Sufrí un rasguño en mi brazo en el bosque más cercano y sin darme cuenta caí en este estado ¿podría usted hacer algo? - remate, sintiendo como poco a poco volvía a dormitar.

Paulatinamente la habitación comenzó a hacerse más grande, gigante por momentos, me sentía como si fuese algo diminuto en algo enorme. La fiebre estaba avanzando y sino evitaba que siguiera introduciéndome más en un estado somnífero, quizás más nunca pudiese volver.

Dejé mis últimas esperanzas en sus manos, así como mi último pensamiento. Era el momento en el cual Pía podía demostrarme ese agradecimiento que nunca le exigí, debido a que no era mi intención provocar que me debiera nada, pero siempre quiso hacerme llegar, de una u otra forma.

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