AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un tropezón no es caída [Aemon]
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Un tropezón no es caída [Aemon]
Los días libres para Analeigh siempre tenían algo en común; la novedad. Pues lejana la cortesana de quedarse de brazos cruzados en la pensión donde residía cuando no se encontraba en el Burdel, la joven siempre optaba por sumergirse en aquel sentimiento de curiosidad característico de su persona, mismo que le llevaba en cada momento gozante de tiempo a su favor, a recónditos lugares en la ciudad. Y sí, pese a no ser oriunda de la capital, aquella damisela no se dejaba intimidar por los desconocimientos en cuanto a la forma optima de manejarse por las calles parisinas, todo lo contrario, el mismo espíritu explorador de Analeigh era el que la llevaba muchas veces a perder, solicitando siempre a la voz ajena el como arribar a su hogar nuevamente.
Dejando aquellos particulares escollos de lado, la fémina despertó casi al mismo tiempo que los primeros rayos solares se adentraban por la pequeña ventana de su habitación, posicionada exactamente frente a su maderada cama, aquella que con cientos de cobijas parecía más una fortaleza que un catre.
Tras una pereza despojada obligadamente por el despabilamiento propio de una ducha caliente, tranquilamente la cortesana comenzó su cotidiano y meticuloso alistamiento, el que se caracterizaba por asimilarse a una secuencia exacta de acciones, como quien prepara una receta plasmada en un libro.
Cepilló su largaba cabellera azabache frente al espejo hasta que la misma obtuviese el ondulado deseado. Luego maquilló pacientemente su rostro -optando como cada vez que su mente era consciente de que no debía presentarse en el Burdel- con tonos sobrios y frescos. Nada que llamara la atención, sino más bien que acentuara su belleza natural. Siempre prefería dejar lo exuberante para las noches de trabajo, envuelta en boas de plumas y humo de cigarrillos ajenos.
Se detuvo unos cuantos minutos de aquel ritual de aprontamiento para como de costumbre, desayunar una taza de té caliente con unas exquisitas tostadas de orégano que había conseguido en una nueva tienda, dedicada a la venta de productos naturales y hechos con hierbas frescas.
Dejando la taza de porcelana y las migas de su crujiente y vago alimento atrás, prosiguió con la vestimenta a escoger. Lucida de no poseer muchas mudas de ropa, opto en aquel momento por el atuendo más prolijo y que con menos arrugas contaba. Un delicado vestido de tonalidad índigo, que si bien no era de una tela costosa, lucia maravillosamente elegante en el delineado cuerpo de la muchacha, quien ya casi lista en su totalidad, roció su cuello por una envolvente fragancia a base de vainilla y lavanda que jugaba papel sobre la fémina como accesorio perfecto.
Los sedosos guantes recubriendo las blanquecinas manos, la opaca peineta incrustada en el cabello a la perfección y Analeigh, con un paso fuera de la puerta hacia una nueva aventura.
Vislumbrando tiendas a paso lento, la cortesana no dejaba escapar por sus esmeraldinos ojos cada detalle que se cruzase con su persona. Como si de una esponja se tratase, sus sentidos captaban cada vago estimulo presente a su alrededor, como la de un infante que por primera vez es llevado a una feria de juegos.
Cordiales sonrisas de por medio con aquellos que le saludaban amablemente –y que seguro no eran conocedores de la labor de la joven – embellecían el nublado paisaje invernal de las calles de la ciudad, donde los adoquines mantenían aun la humedad de la lluvia de las jornadas anteriores.
Desgastando el taco de sus acharolados zapatos por las largas distancias recorridas a pie, Analeigh arribo a lo que seria su espacio de elección aquel día; La plaza Tertre. Por lo menos eso entendió por parte de la voz de un altivo aristócrata que parecía darle una reseña histórica del lugar a un posible extranjero.
Maravillada por el lugar, que mezclaba naturaleza con ciudad, comenzó a poner detalle en las numerosas fuentes de la plaza, mas no por el espectáculo acuático que generaban las mismas con sus interminables y poderosos chorros que adornaban aquello que los orbes de la cortesana contemplaban con ahínco; la arquitectura de las fuentes.
Quien le viese por unos instantes, pensaría que la damisela había sido hipnotizada por aquellas obras de arte a los que los cotidianos transeúntes de la plaza parecían no prestarle atención. Pero para aquella mujer, todo era una novedad. Su concepción optimista de todo le hacia ser así con cada pequeño gran detalle frente a su persona.
Repentinamente, en una de aquellos silenciosos análisis visuales, la atención de la damisela fue captaba por un pequeño infante, que encerrado en un gran abrigo le señalaba a la par que reía. Extrañada por aquella acción, la mente de la joven trataba de entender que veía aquel niñito en ella que tanto gracia le daba ¿Acaso su maquillaje se habría corrido y ahora lucia frente a todo el mundo como un payaso? No, imposible, algo que nunca había pasado y menos sucedería con tan poca cantidad decorativa en el rostro.
- Bicho, bicho – soltó entrecortado entre risas el pequeño, acabando con la interrogante de su humor y a la vez despertando un sentimiento interior en Analeigh que no tardo en manifestarse en el afuera.
- Ahhhhh ¿Qué bicho? ¡Que me lo saquen! – exhorto aquella poco mas a los gritos, impregnada en una sensación de agobio total que se alimentaba de la ansiedad provocada por no visualizar al insecto de que el niño hablaba ¿Se habría escabullido entre sus cabellos? ¿O en su ropa? No, no podía estar pasando aquello. Sacudiéndose de un lado a otro, la faceta más infantil de la damisela ahora se proyectaba ante todo aquel que pasaba a su lado y la vislumbraba como otra loca más, de esas que abundaban en la ciudad.
- ¡Dios! - exclamo casi ahogada cuando sus ojos se posaron en su hombro derecho, donde serenamente reposaba la bestia. Una libélula gigante. Áspera, inmunda, de alas enormes y patas horrendas. Así la vislumbraba Analeigh, imposibilitada por su propia mente -aquella que resgurdaba una fobia singular hacia los insectos- a quitar con sus propias manos al insecto de su hombro.
Sus movimientos se tornaron más violentos, estrepitosos, bufonescos. Pero finalmente en uno de aquellos sacudones, el insecto se decidió a emprender nuevo vuelo, no sin antes dejar un regalo que sin dudas, haría reír mucho más al niño que aun permanecía allí, sumergido en carcajadas.
En aquel alocado reaccionar, uno de los pies de Analeigh se tropezó con el otro en el acto más ridículo y atrofiado del que jamás había sido creadora y participe y que ahora sin mas daban lugar lo esperado, a lo inevitable; la caída.
Deseando tener algo frente así de lo que aferrarse, la damisela pudo sentir como si se tratase de una secuencia en cámara lenta como su torso se inclinaba inevitablemente hacia atrás, mientras sus cabellos se alzaban en el aire, teniendo aquella humanidad como destino el mismo suelo. Impotente ante lo innegable, la cortesana cerró bruscamente sus ojos, arrugando con fuerza sus parpados, esperando ya lo que era un inevitable impacto.
Dejando aquellos particulares escollos de lado, la fémina despertó casi al mismo tiempo que los primeros rayos solares se adentraban por la pequeña ventana de su habitación, posicionada exactamente frente a su maderada cama, aquella que con cientos de cobijas parecía más una fortaleza que un catre.
Tras una pereza despojada obligadamente por el despabilamiento propio de una ducha caliente, tranquilamente la cortesana comenzó su cotidiano y meticuloso alistamiento, el que se caracterizaba por asimilarse a una secuencia exacta de acciones, como quien prepara una receta plasmada en un libro.
Cepilló su largaba cabellera azabache frente al espejo hasta que la misma obtuviese el ondulado deseado. Luego maquilló pacientemente su rostro -optando como cada vez que su mente era consciente de que no debía presentarse en el Burdel- con tonos sobrios y frescos. Nada que llamara la atención, sino más bien que acentuara su belleza natural. Siempre prefería dejar lo exuberante para las noches de trabajo, envuelta en boas de plumas y humo de cigarrillos ajenos.
Se detuvo unos cuantos minutos de aquel ritual de aprontamiento para como de costumbre, desayunar una taza de té caliente con unas exquisitas tostadas de orégano que había conseguido en una nueva tienda, dedicada a la venta de productos naturales y hechos con hierbas frescas.
Dejando la taza de porcelana y las migas de su crujiente y vago alimento atrás, prosiguió con la vestimenta a escoger. Lucida de no poseer muchas mudas de ropa, opto en aquel momento por el atuendo más prolijo y que con menos arrugas contaba. Un delicado vestido de tonalidad índigo, que si bien no era de una tela costosa, lucia maravillosamente elegante en el delineado cuerpo de la muchacha, quien ya casi lista en su totalidad, roció su cuello por una envolvente fragancia a base de vainilla y lavanda que jugaba papel sobre la fémina como accesorio perfecto.
Los sedosos guantes recubriendo las blanquecinas manos, la opaca peineta incrustada en el cabello a la perfección y Analeigh, con un paso fuera de la puerta hacia una nueva aventura.
Vislumbrando tiendas a paso lento, la cortesana no dejaba escapar por sus esmeraldinos ojos cada detalle que se cruzase con su persona. Como si de una esponja se tratase, sus sentidos captaban cada vago estimulo presente a su alrededor, como la de un infante que por primera vez es llevado a una feria de juegos.
Cordiales sonrisas de por medio con aquellos que le saludaban amablemente –y que seguro no eran conocedores de la labor de la joven – embellecían el nublado paisaje invernal de las calles de la ciudad, donde los adoquines mantenían aun la humedad de la lluvia de las jornadas anteriores.
Desgastando el taco de sus acharolados zapatos por las largas distancias recorridas a pie, Analeigh arribo a lo que seria su espacio de elección aquel día; La plaza Tertre. Por lo menos eso entendió por parte de la voz de un altivo aristócrata que parecía darle una reseña histórica del lugar a un posible extranjero.
Maravillada por el lugar, que mezclaba naturaleza con ciudad, comenzó a poner detalle en las numerosas fuentes de la plaza, mas no por el espectáculo acuático que generaban las mismas con sus interminables y poderosos chorros que adornaban aquello que los orbes de la cortesana contemplaban con ahínco; la arquitectura de las fuentes.
Quien le viese por unos instantes, pensaría que la damisela había sido hipnotizada por aquellas obras de arte a los que los cotidianos transeúntes de la plaza parecían no prestarle atención. Pero para aquella mujer, todo era una novedad. Su concepción optimista de todo le hacia ser así con cada pequeño gran detalle frente a su persona.
Repentinamente, en una de aquellos silenciosos análisis visuales, la atención de la damisela fue captaba por un pequeño infante, que encerrado en un gran abrigo le señalaba a la par que reía. Extrañada por aquella acción, la mente de la joven trataba de entender que veía aquel niñito en ella que tanto gracia le daba ¿Acaso su maquillaje se habría corrido y ahora lucia frente a todo el mundo como un payaso? No, imposible, algo que nunca había pasado y menos sucedería con tan poca cantidad decorativa en el rostro.
- Bicho, bicho – soltó entrecortado entre risas el pequeño, acabando con la interrogante de su humor y a la vez despertando un sentimiento interior en Analeigh que no tardo en manifestarse en el afuera.
- Ahhhhh ¿Qué bicho? ¡Que me lo saquen! – exhorto aquella poco mas a los gritos, impregnada en una sensación de agobio total que se alimentaba de la ansiedad provocada por no visualizar al insecto de que el niño hablaba ¿Se habría escabullido entre sus cabellos? ¿O en su ropa? No, no podía estar pasando aquello. Sacudiéndose de un lado a otro, la faceta más infantil de la damisela ahora se proyectaba ante todo aquel que pasaba a su lado y la vislumbraba como otra loca más, de esas que abundaban en la ciudad.
- ¡Dios! - exclamo casi ahogada cuando sus ojos se posaron en su hombro derecho, donde serenamente reposaba la bestia. Una libélula gigante. Áspera, inmunda, de alas enormes y patas horrendas. Así la vislumbraba Analeigh, imposibilitada por su propia mente -aquella que resgurdaba una fobia singular hacia los insectos- a quitar con sus propias manos al insecto de su hombro.
Sus movimientos se tornaron más violentos, estrepitosos, bufonescos. Pero finalmente en uno de aquellos sacudones, el insecto se decidió a emprender nuevo vuelo, no sin antes dejar un regalo que sin dudas, haría reír mucho más al niño que aun permanecía allí, sumergido en carcajadas.
En aquel alocado reaccionar, uno de los pies de Analeigh se tropezó con el otro en el acto más ridículo y atrofiado del que jamás había sido creadora y participe y que ahora sin mas daban lugar lo esperado, a lo inevitable; la caída.
Deseando tener algo frente así de lo que aferrarse, la damisela pudo sentir como si se tratase de una secuencia en cámara lenta como su torso se inclinaba inevitablemente hacia atrás, mientras sus cabellos se alzaban en el aire, teniendo aquella humanidad como destino el mismo suelo. Impotente ante lo innegable, la cortesana cerró bruscamente sus ojos, arrugando con fuerza sus parpados, esperando ya lo que era un inevitable impacto.
Analeigh Leisser- Mensajes : 180
Fecha de inscripción : 28/06/2011
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Re: Un tropezón no es caída [Aemon]
Perros, gatos, pajarillos, todo se arremolinaba en un fondo oscuro y violeta que cambiaba en una espiral lenta. Estaba rodeado de oscuros árboles sin hoja y un silencio incómodo. Cada paso era peor que el anterior y más angustioso. Los pájaros se convertían en cuervos, los gatos en panteras y los perros en lobos enormes. Al final se desfiguraban hasta formar el rostro de mi padre criticando cada nota, cada acto, cada objetivo cumplido, cada cosa mala y buena. Me desperté de un bote justo cuando el grito de una damisela en apuros atravesó mis tímpanos como si de una explosión se tratase. Sabía que las mujeres podían gritar mucho más fuerte que la mayoría de los hombres pero aquello era sobrenatural. Me levanté porque creía que era una loca que venía a atacarme aunque caía de espaldas a mí.
Por acto reflejo la cogí por la cintura para que no siguiese cayendo y se dejase la espalda o la nuca contra el banco y la ayudé a incorporarse. Desde su espalda le susurré:
- “¿Se encuentra bien? ¿Qué ha pasado?” –Entonces vi al niño riéndose y a gente mirando sin comprender cosas y luego, por poco, toco el regalo de su hombro, me separé un poco y con el único pañuelo que tenía lo limpie, quedándome sin pañuelos. Tendría que ir a por más. Por simple supervivencia me había acostumbrado a ver todo y hacerme un mapa mental así como olerlo todo y medir las distancias. Esta chica olía muy bien así que debería tener un cierto status e iba bien vestida pero con sencillez, así que sabía lo que era ser pobre pero le gustaba gastar el dinero que tenía sin una limitación excesiva. Decidió que le gustaba su forma de ser en menos de diez segundos.
Miró al niño que reía y se acercó a él con una sonrisa. Se agachó delante de él y solo con mirarlo a los ojos el niño empezó a dejar de reírse extrañado por ese comportamiento del hombre del banco. Seguramente le habían enseñado que los señores que duermen en los bancos o la calle se lo llevarán si les hace caso y se lo comerán. No lo sé a ciencia cierta pero no pude evitar la tentación y un “¡Bú!” salió de mis labios justo antes de que el niño diese un bote y saliese corriendo entre las piernas de los presentes en busca de su madre. Me reí aunque eso hizo que algunos mayores me mirasen mal. ¿Cómo me atrevía a asustar así a un niño? Lástima que omitiesen que a ese niño no le habían enseñado educación y que por mucho que yo viviese en un parque, o mejor dicho en un banco del mismo, era una persona mejor que muchos de los presentes. Volvió a mirar a la chica y sonrió.
Por acto reflejo la cogí por la cintura para que no siguiese cayendo y se dejase la espalda o la nuca contra el banco y la ayudé a incorporarse. Desde su espalda le susurré:
- “¿Se encuentra bien? ¿Qué ha pasado?” –Entonces vi al niño riéndose y a gente mirando sin comprender cosas y luego, por poco, toco el regalo de su hombro, me separé un poco y con el único pañuelo que tenía lo limpie, quedándome sin pañuelos. Tendría que ir a por más. Por simple supervivencia me había acostumbrado a ver todo y hacerme un mapa mental así como olerlo todo y medir las distancias. Esta chica olía muy bien así que debería tener un cierto status e iba bien vestida pero con sencillez, así que sabía lo que era ser pobre pero le gustaba gastar el dinero que tenía sin una limitación excesiva. Decidió que le gustaba su forma de ser en menos de diez segundos.
Miró al niño que reía y se acercó a él con una sonrisa. Se agachó delante de él y solo con mirarlo a los ojos el niño empezó a dejar de reírse extrañado por ese comportamiento del hombre del banco. Seguramente le habían enseñado que los señores que duermen en los bancos o la calle se lo llevarán si les hace caso y se lo comerán. No lo sé a ciencia cierta pero no pude evitar la tentación y un “¡Bú!” salió de mis labios justo antes de que el niño diese un bote y saliese corriendo entre las piernas de los presentes en busca de su madre. Me reí aunque eso hizo que algunos mayores me mirasen mal. ¿Cómo me atrevía a asustar así a un niño? Lástima que omitiesen que a ese niño no le habían enseñado educación y que por mucho que yo viviese en un parque, o mejor dicho en un banco del mismo, era una persona mejor que muchos de los presentes. Volvió a mirar a la chica y sonrió.
Aemon- Prostituto Clase Baja
- Mensajes : 244
Fecha de inscripción : 17/03/2012
Re: Un tropezón no es caída [Aemon]
O las leyes gravitacionales habían hecho una excepción conmigo o aquella inevitable y asumida caída tardaba una eternidad. Tal vez mi deseo de no romperme la nuca contra algo era lo que hacia sentir cada segundo, cada milimetrado movimiento como algo lento, eterno.
Retraje aquel par de asustados parpados, permitiéndome observar que era lo que realmente sucedía.
El estático cielo azul.
Tal había sido el susto dado por el horripilante insecto, que ni siquiera tuve la mera facultad en percatar los heroicos brazos que evitaron mi caída, como si aquella fóbica sensación hubiese adormecido momentáneamente cada sensación táctil de mi persona.
Me reincorpore fugazmente, gracias a la ayuda de aquel desconocido gesto. Unas susurrantes palabras en mi oído me indicaron que un joven caballero había sido el encargado de evitar lo que pudo ser un muy bochornoso acontecimiento ante los ojos ajenos.
Libere un suspiro de alivio y posé mis orbes sobre la figura de aquel individuo tan atento y servicial. Un hombre muy bien parecido, llamativo sin dudas. Y también peculiar, sobre todo después de haber asustado sin reparo alguno al pequeño y molesto infante que se había mofado de mí desgracia. Era simplemente un niño, pero sonreí por el susto que se había llevado ¿Lo tenía bien merecido? Ni siquiera pensé la respuesta, pues mi rostro ya la proyectaba de antemano.
Tratando de anular la avergonzante explicación del porqué de aquello sucedido, acomodé la peineta en mi cabello , simulando no haber escuchado aquel cuestionamiento ajeno.
- Muchas gracias. No pudo haber aparecido en un momento más conveniente - le conferí atenta y sincera al momento en que nuestras miradas y sonrisas amenamente se encontraron.
Aquel gesto en el rostro del hombre me obligó a sonreír con mayor ahínco, al sentir como si mi forma de agradecimiento hubiese sido opacada por aquella peculiar sensación que su sonrisa desplegaba con tanta naturalidad.
Me le acerque a la par que acomodaba mis ropajes, un acto reflejo por el mero acto de creerme desaliñada por todo el acontecer generado. Lentamente las miradas ajenas comenzaban a disiparse del lugar, algunas alegres de lo sucedido y otras con el dejo propio de no alcanzar la risa esperada ante un accidente ajeno.
- ¿Cómo puedo recompensar a mi ángel del día? - desglosé cordialmente y pese a que no había mucho que pudiese ofrecerle al muchacho, estaba dispuesta a saber si estaba al alcance de aquello que gratificara un acto tan caballeroso y gentil para conmigo. Me alegraba mucho la idea de saber que en el mundo aún existía gente humilde y generosa, con inamovibles valores internos para con el prójimo. Algo digno de admirar y sin duda, de agradecer también.
Retraje aquel par de asustados parpados, permitiéndome observar que era lo que realmente sucedía.
El estático cielo azul.
Tal había sido el susto dado por el horripilante insecto, que ni siquiera tuve la mera facultad en percatar los heroicos brazos que evitaron mi caída, como si aquella fóbica sensación hubiese adormecido momentáneamente cada sensación táctil de mi persona.
Me reincorpore fugazmente, gracias a la ayuda de aquel desconocido gesto. Unas susurrantes palabras en mi oído me indicaron que un joven caballero había sido el encargado de evitar lo que pudo ser un muy bochornoso acontecimiento ante los ojos ajenos.
Libere un suspiro de alivio y posé mis orbes sobre la figura de aquel individuo tan atento y servicial. Un hombre muy bien parecido, llamativo sin dudas. Y también peculiar, sobre todo después de haber asustado sin reparo alguno al pequeño y molesto infante que se había mofado de mí desgracia. Era simplemente un niño, pero sonreí por el susto que se había llevado ¿Lo tenía bien merecido? Ni siquiera pensé la respuesta, pues mi rostro ya la proyectaba de antemano.
Tratando de anular la avergonzante explicación del porqué de aquello sucedido, acomodé la peineta en mi cabello , simulando no haber escuchado aquel cuestionamiento ajeno.
- Muchas gracias. No pudo haber aparecido en un momento más conveniente - le conferí atenta y sincera al momento en que nuestras miradas y sonrisas amenamente se encontraron.
Aquel gesto en el rostro del hombre me obligó a sonreír con mayor ahínco, al sentir como si mi forma de agradecimiento hubiese sido opacada por aquella peculiar sensación que su sonrisa desplegaba con tanta naturalidad.
Me le acerque a la par que acomodaba mis ropajes, un acto reflejo por el mero acto de creerme desaliñada por todo el acontecer generado. Lentamente las miradas ajenas comenzaban a disiparse del lugar, algunas alegres de lo sucedido y otras con el dejo propio de no alcanzar la risa esperada ante un accidente ajeno.
- ¿Cómo puedo recompensar a mi ángel del día? - desglosé cordialmente y pese a que no había mucho que pudiese ofrecerle al muchacho, estaba dispuesta a saber si estaba al alcance de aquello que gratificara un acto tan caballeroso y gentil para conmigo. Me alegraba mucho la idea de saber que en el mundo aún existía gente humilde y generosa, con inamovibles valores internos para con el prójimo. Algo digno de admirar y sin duda, de agradecer también.
Analeigh Leisser- Mensajes : 180
Fecha de inscripción : 28/06/2011
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Re: Un tropezón no es caída [Aemon]
Me hacía gracia el color que había tomado la tez de la joven tras el susto, justo cuando la tenía sujeta y la levantaba para que recuperase el equilibrio. Era un rojo coqueto, un rojo tímido, un rojo avergonzado. El rojo que tenían las adolescentes en un cuerpo adulto. Me hizo gracia y a la vez me demostró que sería una joven sincera y, aunque algo encerrada en si misma, bastante liberal. Sonreí al verla sonreír con mayor amplitud, algo que me encantaba, la sonrisa en una persona era agradable, la de una joven celestial y la de alguien tímido no tenía explicación, te habría su corazón, algo casi inalcanzable.
Cuando la vi acercarse, no se porque, tal vez por como se acicaló, tal vez por su forma de moverse, por como hablaba, no lo sé muy bien, pero supe que podría ser una buena amiga. Escuché su pregunta y le ofrecí el brazo.- "Con tu compañía por un rato me conformo. Hace tiempo que no encuentro a nadie tan sincero con quien compartir un ratito." -Le sonreí y empecé a caminar por el parque con ella.- "Soy nuevo en la ciudad, conozco pocos lugares y tal vez puedas ayudarme con eso. Siempre he querido saber donde había un buen café, un local nocturno de fiesta que esté bien, un salón de actos, los monumentos de la ciudad... un poco de todo. Igual pido demasiado pero me gustaría que me ayudaras tú." -La miré a los ojos esperando conseguir aquello que le pedía.
Giré por un par de esquinas del parque para llevarla al puentecito por el que cruzaba un río artificial, una especie de afluente del que pasaba por la ciudad. La acerqué al punto más alto, junto a la barandilla y miré al frente. Ante nosotros se extendía una serpiente de agua rodeada por flores de mil colores y árboles de otros tantos. Algunos pájaros piaban y uno asomó por una rama y cantó. Miré a mi acompañante y sonreí un poco más de lo que ya lo hacía.- "Creo que quiere saber el nombre de la mujer más bella que ha pasado este mes por el puente. Es una costumbre de los pajarillos de ese árbol." -Miré al pajarillo y luego a ella de nuevo. Quería saber su nombre. Estaba apoyado en la barandilla con los antebrazos y con mis manos juntas sobre el riachuelo de una azul tan claro que se podían ver los peces debajo.- "Yo también quiero saber el nombre del ángel que me ha dejado hacer mi buena acción del día tan temprano para así tener el resto del día libre."
Cuando la vi acercarse, no se porque, tal vez por como se acicaló, tal vez por su forma de moverse, por como hablaba, no lo sé muy bien, pero supe que podría ser una buena amiga. Escuché su pregunta y le ofrecí el brazo.- "Con tu compañía por un rato me conformo. Hace tiempo que no encuentro a nadie tan sincero con quien compartir un ratito." -Le sonreí y empecé a caminar por el parque con ella.- "Soy nuevo en la ciudad, conozco pocos lugares y tal vez puedas ayudarme con eso. Siempre he querido saber donde había un buen café, un local nocturno de fiesta que esté bien, un salón de actos, los monumentos de la ciudad... un poco de todo. Igual pido demasiado pero me gustaría que me ayudaras tú." -La miré a los ojos esperando conseguir aquello que le pedía.
Giré por un par de esquinas del parque para llevarla al puentecito por el que cruzaba un río artificial, una especie de afluente del que pasaba por la ciudad. La acerqué al punto más alto, junto a la barandilla y miré al frente. Ante nosotros se extendía una serpiente de agua rodeada por flores de mil colores y árboles de otros tantos. Algunos pájaros piaban y uno asomó por una rama y cantó. Miré a mi acompañante y sonreí un poco más de lo que ya lo hacía.- "Creo que quiere saber el nombre de la mujer más bella que ha pasado este mes por el puente. Es una costumbre de los pajarillos de ese árbol." -Miré al pajarillo y luego a ella de nuevo. Quería saber su nombre. Estaba apoyado en la barandilla con los antebrazos y con mis manos juntas sobre el riachuelo de una azul tan claro que se podían ver los peces debajo.- "Yo también quiero saber el nombre del ángel que me ha dejado hacer mi buena acción del día tan temprano para así tener el resto del día libre."
Aemon- Prostituto Clase Baja
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