Viviane Aloïs Aucoin Du Barthe

¿Cómo es que nací? No recuerdo. La verdad, no puedo visualizar a mi madre o a mi padre porque nunca estuvieron a lo largo de mi crecimiento. No sé si tengo hermanos u otros familiares. No puedo acordarme de eso. Lo poco que tengo en mi memoria de mi infancia es que de alguna manera llegué al monasterio de St Germain. Los monjes de la orden que residía ahí me tomaron y me criaron para ser monja. El monje Giovanni era un hombre de mediana edad que apenas había llegado de Italia para hacer sus estudios en St Germain. Era un viejo bastante listo y muy sabio, le interesaba mucho todo lo que tuviese que ver con los libros e teología que tenía nuestra iglesia y se encontraba fascinado. Yo, como los monjes no me habían enseñado a leer, tuve que rogarle a Giovanni para que me enseñase y me tomase como pupila. El monje, al fin, se encargó de mi educación. Devoré libros. Amé saber más y más.
Giovanni pronto me tomó algo de cariño y me confió algunos libros mas de su estilo. Pero no me interesaba saber la historia del catolicismo y mucho menos de las órdenes monásticas. No, lo que a mi me interesaba era una sección prohibida que tenía el abad en el segundo piso de la biblioteca. Cuando tuve la edad suficiente, mas o menos a eso de los dieciseis, decidí darme a la tarea de ser ayudante del monasterio, cosa que al abad y a los demás les agradó bastante. Al Abad principalmente porque ya tendría quien, de forma voluntaria, se encargada de llevar recados o simplemente ayudar en aspectos que los demás no podían. Así pues, tenía mas privilegios dentro de la orden. Me fui ganando la confianza del abad y de los demás hermanos. Giovanni al principio se mostró gustoso de ver mi trabajo y el empeño que ponía. Pronto no le gustó tanto.
El abad, debido a mis esfuerzos por ayudar en lo que podía, me permitía salir del monasterio los fines de semana. Fue entonces que di con madame Angelique Aucoin Du Barthe. Una mujer de clase media que tenía una tienda de artículos medicinales. Una tienda normal para una mujer normal. Sin embargo, dentro de su establecimiento tenía una sección para “gente selecta”. Cuando pregunté si podía enseñarme qué había ahí se limitó a mirarme inquisitivamente y a preguntarme si en realidad deseaba saberlo. Sin saber qué contestarle, preferí salir de la tienda y correr hasta el monasterio.

La cara de Angelique me seguía a todas partes y muchas veces soñaba con esa puerta tan misteriosa a la que no podía tener acceso. Giovanni notó mi inquietud y muchas veces quiso saber qué me pasaba. Yo no le respondía o le decía que estaba bien.
Mi curiosidad, la necesidad de entrar ahí me llevaron a escaparme del monasterio en la noche, llegar a la tienda y pedirle a madame Du Barthe que me permitiera entrar o me volvería loca. Ella, como si fuese una madre que acaba de recuperar a la hija perdida, se alegró tanto de mi regreso que me llevó al interior de esa sección sin tapujos.
La estancia estaba repleta de cráneos humanos, soluciones, hierbas, calcinadores, morteros, vasijas con plantas y múltiples libros de forros de colores. Madame me explicó que esa sección había estado esperando que llegara la persona indicada para manejarla. Angelique era una bruja, una bastante culta a decir verdad.
Días después, le dije al Abad que me iba a casar y que no podría volver al monasterio.
Angelique me tomó como su hija y me enseñó todas las artes ocultas: desde la Alquimia, la Astrología, la Magia, la Brujería, la Herbolaria hasta muchas disciplinas de la Adivinación.
A mis veinte ya era capaz de hacer pócimas sin recurrir a libros, o hacer hechizos difíciles. Angelique estaba orgullosa de mi hasta que quedé embarazada de un hombre al que conocí.
Angelique me corrió de su casa y no quiso volver a verme. Pasé cinco meses que me restaban en hoteles o comunas. Como era de esperearse, el hombre que era el padre de mi hijo no respondió.
En una de mis salidas para buscar donde trabajar, comenzaron dolores muy fuertes en mi matriz. Lo que más cerca se econtraba de mi era el monasterio. Toqué a las puertas, pero tanto Giovanni como los demás monjes sabían de mis prácticas brujeriles y no me dieron refugio.
Aborté en medio de la plaza.
Nunca volví a tocar una iglesia por el dolor que me causaba su desprecio hacia la que, alguna vez, fué como su hija. Y Angelique murió y a pesar de haberme corrido, dejó todas sus pertenencias a mi nombre.