Wasted Faces In Secret Places [Viviane Balloch]

Había llegado a la laguna para observar la salida del sol, su reflejo sobre el espejo de agua y los matices que tomaban las nubes cuando daba los primeros vestigios de aparición. Engalanando el firmamento con naranjas brillantes, rojos opacos y amarillos escasos que pronto serian relevados por el sempiterno azul, color dominante no solo en los cielos pero también en los mares. Y si por un segundo se le antojo enaltecer su llegada con un canto del ruiseñor la idea quedo desechada al momento mismo en que arribo a sus pensamientos pretendiendo encontrar en ellos un hogar, una salida al exterior.

Se quito los zapatos para sentir como la tierra lamia sus pies y las hierbas acariciaban su piel enviándole una sensación escalofriante y relajante por igual, causándole una risa silenciosa que se expresaba únicamente por la manera en que sus labios se curveaban hacia arriba y sus ojos parecían resplandecer por cuenta propia, no como la luna sino como el sol. Aquel mismo al que había ido a ver nacer por repetida ocasión ¿Y cuántas veces le había visto ya desfallecer? Un ciclo sin fin y uno tan bello que creía no se cansaría jamás de seguirlo presenciando.

Un sonido lejano reclamo su atención y, desconfiada como era, retrocedió hasta encontrarse ante el refugio de un viejo árbol que, alimentado por la humedad de la tierra colindante al lago crecía con rectitud. Estiro el cuello para observar al recién llegado, no mucha gente solía asistir a aquellas horas al lugar y deseo poder gritarle que aquel era su sitio, que necesitaba de la soledad para reflexionar. Como si el día entero no fuese tiempo suficiente para escuchar las voces de su interior, hacia tanto que no escuchaba su propia voz que comenzaba a olvidar el sonido que poseía.


Salió de su escondite andando con lentitud más decisión “Monsieur, está usted en mi lugar” pensó, ansiando por un segundo con tanta fuerza ser capaz de proyectar sus pensamientos al aire y poder hablar, solo unas cuantas palabras no pedía mucho más. Estrujo la tela del vestido con sus manos ante la impotencia de no saber que hacer, cierto era que no podía correrle del lugar, y no se debía solo a su falta de habla sino porque comprendía a la perfección que todos eran igual de libres que ella para asistir a aquel lugar, a aquella hora, para ver el amanecer.

Apoyo su mano sobre el hombro ajeno para llamar su atención y cual fuese el resultado poder ver la salida del sol sin necesidad de esconderse tras un árbol.

¿Qué pasa?

“Lo único que pasa es que he venido a ver la salida del sol y por tu manera ruidosa de llegar he terminado escondiéndome. No es que tengas la culpa de tener piernas pesadas pero me gustaría poder ver el espectáculo desde aquí y no desde…” Sus pensamientos se vieron irrumpidos por el repentino tacto del joven hombre. Tiro de su propio brazo en un inútil intento de soltar su atadura aunque con sinceridad podía decir no le lastimaba ni le dolía. Soltó el trozo de tela de su vestido al que se había afianzado para hacerse de valor, y su pecho censurado en la escases de escote se hincho hasta que sus pulmones no lograron encerrar más aire y a punto pareció de soltarlo en un grito que se hizo ausente y silencioso.

Tiro nuevamente de su muñeca escuchándole con atención y busco en su mirada, hurgando e indagando por algún atisbo de maldad o falacia en su manera de hablar. Y no encontró nada que pudiera delatar alguna intensión guardada que no le planeara confesar. Opto por desistir y dejar de tirar de su propio brazo sin apartarle la mirada de enzima con cierto recelo en su actuar. No negaba que, aquella proximidad con las personas le hacía recordar cosas que intentaba hasta el cansancio olvidar. Forastero, venía de lejos y quizás a conquistar ¿No venían a eso los reyes y barones? Ha hacerse de riquezas y mujeres, títulos y parlamentos.

Los colores en el cielo captaron su atención, observo por encima del hombro ajeno con curiosidad y dilección, el único motivo por el cual se había atrevido a acercarse a un desconocido. Para poder apreciar su nacimiento en el cielo y en el mar pues su reflejo le hacía nacer dos veces y morir por igual “Canta ruiseñor” entreabrió los labios observando el horizonte, esperando que de un segundo a otro la voz le comenzara a nacer como de algún manantial o fontana ancestral. Más, como en todas las demás ocasiones se quedo aguardando por algo que jamás llego.

Sin importarle ya si la seguía o no sujetando dio un paso de costado para que la figura del hombre no nublase parcialmente su panorama, absorta en la belleza de los colores y el vuelco que le causaba en el corazón, las ansias de volar hasta que sus alas se volviesen de oro y fuego. Le volteo a ver con una amplia sonrisa de complicidad, su humor más alegre se detonaba siempre al amanecer “¿De dónde eres?” pregunto a sus adentros indagando en su aspecto juvenil.

Rusia, hasta donde sabía y por lo poco que sabía era una tierra bien lejana a la suya. Donde había…¿Zares? ¿Reyes? Ni siquiera podía asegurar o negar la existencia de una monarquía, jerarquía u orden liberal “¿Es grande cierto?” deseó preguntar conforme se imaginaba el largo camino que debió recorrer. Seguramente, como ella, había tomado un tren que le llevase a través del continente, entre montañas y a través de praderas, bosques y sobre lagos ¿Cuánto tiempo habría pasado en un vagón? Era la manera más rápida de viajar y sin embargo le parecía una pérdida de tiempo. Claro, ella podía volverse un halcón y doblar el tiempo con facilidad más aquel joven no, lo hubiese sabido de ser así, con aquel peculiar aroma que los suyos solían destilar.

“¡Y eso que estamos en invierno!” sonrió con gracia al pensar en aquello aunque quizás su sinónimo de calidez iba más arraigado al paisaje. Además de gustarle ver el amanecer ante el lago le gustaba observar el anochecer en una pradera o sembradío de trigo pues cuando el sol se comenzaba a ocultar era como ver todo arder, un instante de caos que daba paso a la tranquilidad y serenidad de la noche. De la luna ostentosa y sus allegadas estrellas que no menos radiantes se dispersaban en el cielo para iluminar, como si el fuego que antes había existido en la tierra, sobre los trigos, se hubiese elevado al aire y encapsulado como una hoguera que a la distancia era solo un punto luminoso en medio de la inmensidad. De un negro y basto mar.

Extendió su mano en su dirección temiendo por un segundo que, de volver a sujetarla no le permitiese irse a voluntad “Viviane” pensó con el ceño fruncido por la incapacidad de hablar, cuanto más fácil sería su vida si las notas escaparan de sus labios como antes lo hacían, como recordaba que había sido alguna no muy remota vez. Una idea alumbro sus pesares, se dejo caer sobre el suelo sin importarle si su vestido quedaba terroso, enlodado o inclusive impecable, los pies los llevaba ya cafés y con tierra entre los dedos. Hundió su dedo índice en la tierra húmeda y deslizándolo con algo de resistencia comenzó a escribir “Un placer. Mi nombres es Viviane” satisfecha con su labor le volteo a ver con una diminuta y casi imperceptible sonrisa truncando sus labios es un gesto más bien divertido.

Y más abajo, en letras mas diminutas prosiguió “Lamento si te asuste” una disculpa era lo mínimo que debía ofrecer pues tanto ella como él habían tenido que compartir un momento que seguramente no habían planeado seria así. Más no estaba en posición de asegurar o negar que prefiriera la soledad quizás a los demás les parecía que estar con ella era igual que no estar con nadie, al no hablar ¿quién podría asegurar lo contrario? Sacudió sus manos contra su vestido encantada de haber encontrado un medio para “hablar”.

Por instinto, por reflejo, sujeto su mano cuando volvió a retroceder “Pero no quiero que te marches” pues ahora que lo pensaba la salida del sol lucia mejor en compañía de alguien más, alguien que no había reaccionado como los demás al saber de su falta de voz, no la había observado con dolor, ni un ápice de lastima en su voz. Le soltó con rapidez al percatarse de su actuar. Y en la mano del joven un rastro suelto de terrosidad era la prueba tangible de lo que acababa de hacer, torció los labios desviando la mirada al suelo.

“¡Ya lo creo! Vengo casi todos los días” todos aquellos en que no asistía a jardines a despertar a todos a su alrededor, entonando canciones perfectas en alguna lengua de la naturaleza, vibrantes sonatas que aclamaban la alegría, místicos canticos que incitaban a una sonrisa. Le gustaba bañarse en las fuentes que la gente de la alta sociedad poseía en sus patios, con cupidos esculpidos en piedra o alabastro, prefería aquello a terminar sumergida en un rio de agua helada con centenares de peces alrededor. La verdad era que no sabía nadar muy bien.

Negó repetidas veces tomando lugar en el suelo para volver a escribir “Vivo con los gitanos, pero conozco lo suficiente para darte un paseo” Y por algún motivo que desconoció no tuvo temor de aceptar a las personas con las que compartía hogar. Comprendía, que los gitanos no eran bien vistos por todas las personas, se les catalogaba como sucios embusteros que solo sabían mentir. Y quizás no estaban tan equivocados, a ella, le habían enseñado a hurtar, estafar, engañar y mentir sin embargo, poseían corazones tan grandes como sus pechos les permitían resguardar. Sacudió su vestido y sus manos para ponerse en pie preparada para comenzar a andar.

Decía que venía de otro lugar, quizás su estadía en París era aun más corta que la propia pues si bien no se había criado en aquel lugar se le había instruido con rapidez. Ninguna callejuela se le había olvidado visitar. Le indico, con un gesto en el cuello que la siguiera. Y comenzó a caminar pensando en un lugar al cual llevarlo, darle la cálida bienvenida que ella misma había logrado recibir. Posiblemente, por haber llegado con uno de los hombres más viejos y sabios del lugar, uno al cual no había visto con frecuencia después de su llegada. Aun le parecía extraño, por no decir absurda la amabilidad con que el hombre había actuado, sin conocerla le había pagado el pasaje y ofrecido un hogar aunque, comenzaba a creer, que sería mejor buscar uno donde pudiese yacer en el anonimato. Como una criada, quizás.

Volteo sobre su hombro para asegurarse que siguiera con ella, quizás ahora que sabía de su hogar no confiase demasiado en ella.