Magia y Destino [Vincent Cromwell]

por **Pia Varessi** Lun Abr 30, 2012 3:14 am

Vestí los sendos lutos por mi madre ese día; la impotencia de habérmela arrebatado de mis manos agravaba mi situación. Aquello no fue un simple suicidio, fue una espantosa matanza: el suelo quedo sembrado de sangre esa noche. No intervino la autoridad y mejor así, quería tomar la justicia por mis manos, y por último mi padre había sido declarado desaparecido. Maldita ocasión de desgracia.

Consecuente con el afán de obtener lo que es mío, me hice a las calles de París; mí verdad, mis respuestas, mí cariño derruido, mí vida, y mí destino… estaban ahora sepultados por el martirio de eventos pasados “¿Cuándo será el día que me reconcilie con la paz?” idea que nublaba mi memoria, no podía pensar en otra cosa y por eso resolví salir a mi búsqueda, queriendo creerme que fuera garante de algo y casi por inercia caminé… El sol trasponía la ciudad y se asentaba con su característico rojo tras las edificaciones que ya tocaban el cielo del ocaso, mientras un horizonte de perros se oía a lo lejos.

Reconozco que mi mirada se encontraba algo incierta y torpe, mi tez sumamente blanca se hallaba enrojecida con el aplacable sol de la tarde, y mi cabello, que caía en guedejas ásperas sobre mi cara, obstruían el sollozar de mí mirar. En ese momento fue cuando una congregación de personas chocó de repente conmigo y me sacó de mi letargo, claro, no noté que me encontraba deambulando absorta en mis pensamientos por las calles más transitadas de la capital; así que me abrí camino por entre la turba, sus carcajadas y parloteos eran ensordecedores. Sentí que debía estar sola por lo cual inferí que lo mejor sería desaparecer por los escondrijos y esquinas más próximas. Vagué y vagué por algunas horas así, taciturna y sombría, y la penumbra cómplice de la por venir noche escoltaba mi silueta al andar, como deseando acobijarme en su regazo.

Unos instantes después se encendieron los faroles y los grillos, me encontré a mi misma caminando por un sendero lóbrego y tétrico, una callejuela impregnada por la repugnante humedad de las alcantarillas que segregaba su putrefacta fragancia en conjunto con los basurales próximos en donde se podía distinguir ya como la actividad nocturna cobraba vida lentamente. La noche estaba serena, la luna brillaba en lo más alto del cielo mientras que ojos de plata relumbraban como fuegos fatuos en la oscuridad acechando curiosos por los rincones.

Yo, sola y perdida en aquel callejón, anduve no sé cuantas horas sin hallar la salida o alguien dispuesto a ayudarme, las luces de la ciudad se hacían cada vez mas lejanas y hasta que por último tropecé con el nacimiento de una zanja a un lado del camino, por donde fluía agua cuyo murmullo había oído una vez a lo lejos. Ésta brotaba del suelo como un arrollo coronado de espuma produciendo un susurro sonoro. Fue aquí que me detuve un momento y entonces capté algo a pocos metros que llamo toda mi atención. Era una imagen casi diáfana que pude distinguir entre la umbría reinante, parecía esbozar una sonrisa de burla, sin lugar a dudas se trataba de una figura masculina, así que guardé entonces un profundo silencio, esperando a que continuase, con los ojos espantados, los labios ligeramente entreabiertos y la curiosidad y el interés pintados en el rostro. Rompí al fin el silencio y exclamé sin poderme contener -¿Quién está ahí?-

por **Vincent Cromwell** Lun Abr 30, 2012 3:37 pm

Caminaba por la ciudad de Paris, como de costumbre, los jardines y las calles parecían concurridos por multitudes, murmullos risueños, mujeres con hermosos vestidos que dejaban a la imaginación de los caballeros los dotes de los cuales eran acreedoras, pero que para mí no eran más que simples cuerpos femeninos, sin chiste, ni gloria alguna, aunque eran mujeres de otro lugar que no fuera Londres, me parecían comunes y corrientes, nada por el cual yo me atreviera a acercarme para halagarlas, nadie que me eclipsara con la mirada.

No obstante, prolongue mi paseo por las calles, cuando un pequeño tumulto de gente acaparó la atención, se trataba de un viejo de aproximadamente 45 años, por sus ropas parecía ser de clase media-baja o baja, desliñado, sucio, despedía un olor que ante la cercanía que yo tenía, me provocó cubrirme la boca con uno de mis pañuelos “Este hombre apesta, no comprendo cómo puede estar en este lugar” con mi repulsión di unos pasos a mi costado hasta alejarme del grupo, pero no saliendo del todo de la masa de personas, tal fue mi sorpresa cuando de su regazo salió un pequeño mono divertidamente vestido, un animal exótico a ojos incrédulos de niños, mujeres y hombres con mofa curiosidad, que sólo acudían por diversión, entretenimiento vago que les ofrecían las calles de Paris, para mí, significaba una manera tan absurda de adquirir dinero, ganancias a expensas del sufrimiento de seres vivos que no tenían ni la más remota idea de su destino.

Pese a mi desagrado no intervine, me abrí paso entre la multitud empujándoles con mi bastón, muchos de ellos con miradas acusadoras y molestia en sus rostros terminaron por empujar mi cuerpo, el cual brotó con naturalidad y mi característica elegancia, pues contuve mis impulsos de arremeter contra ellos y lanzarles dos o tres maldiciones, lentamente el ocaso comenzó a teñirse de un rojo y matices naranjas - ¡qué gran espectáculo me brindaba el día! – pensé, sonriendo por lo bajo. Paris me hacía no extrañar mi hogar, era una metrópolis ciertamente divertida, me movía a mis anchas, palpaba, respiraba y vivía mi libertad, la gozaba discretamente aunque muchas de esos momentos buscaba la compañía de mujeres, rodeado de ellas, persuadía sus miradas, bajo mis encantos con los que todas ellas cedían, no me importaba la clase social, si fueran casadas, viudas, solteras o comprometidas, me brindaba y cumplía mis antojos ¿Qué podía perder?- eso sí, debían de ser acreedoras de mi atención, tenían que lograr en la medida de lo posible complacerme, lo cual resultaba difícil para las jóvenes damiselas, especialmente las inexpertas, a quienes yo me divertía enseñando.

Tras mi caminata finalmente la noche llegó, los callejones lucían amenazadores, inciertos y oscuros, pese a ello no me importaba mezclarme en la oscuridad, al contrario, me brindaba un sosiego inexplicable, me detuve en seco para acomodar discretamente mi camisa debajo de mi traje, de pronto el sonido de unos pasos me intrigó, a lo lejos el cuerpo esbelto de una mujer de largos cabellos dorados resplandecían bajo las luces y sombras de los faroles, parecía escudriñar la oscuridad con ojos atormentados, cuando su voz interrumpió en un grito que claramente reflejaba lo turbada que podría estar por mi incógnita presencia:

-¿Quién está ahí?- exclamó.
- ¿Estás perdida?...¿Se encuentra bien?-

fue lo primero que vino a mi mente, no acostumbraba encontrarme con ese tipo de extrañas compañías en callejones oscuros, pero ella lucia diferente, sus ojos por uno momento me parecieron familiares:

- ¿Puedo ayudarla en algo? – interrumpí de nuevo acercándome a ella y dejando que la luz me envolviera, revelándome finalmente frente a la dama.

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