AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Escondrijo improvisado [Basile]
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Escondrijo improvisado [Basile]
-Niña, ¿pero qué pasa?
Talena no atendía a preguntas ni a ruegos de explicaciones. La calma que aparentaba pendía de un hilo, mostrándose en su respiración acelerada y sus ojos abiertos de par en par. La calidez que desprendían aquellos iris negros, por otra parte, había sido reemplazada por la frialdad que emanaba del iceberg de la lógica. Estaba pálida, más que de costumbre, y la anciana gitana que compartía su carpa lo notó. Algo la había turbado, y aquello que fuera preocupante para "La Salamandra", bien podría serlo para los otros gitanos. Porque nada, nunca jamás, había puesto tan nerviosa a la mujer. Los interrogatorios de la anciana se sucedieron atropelladamente. Talena sentía que se ahogaba en aquel mar de preguntas al que no podía responder. ¿Qué iba a decirle a la anciana? ¿Que un muerto viviente casi la mata en su escapada furtiva al cementerio? ¡Por todos los dioses, si los muertos no salen de las tumbas! Ambas gritaron cuando la carpa se abrió de golpe. O mejor dicho, la anciana gritó del susto de oír a Talena gritar. Pero solo eran las nietas de la primera, que habían quedado casi tan asustadas como las dos adultas al no esperarse semejante reacción. Talena se dio cuenta, no sin un estremecimiento, que había sido una insensatez regresar al circo. Si Alexandrai la seguía, podría hacerle algo a las niñas, o a la abuela o a saber a quién sería capaz de coger por delante en medio de su locura.
"Tengo que salir de aquí", pensó. Salió aprovechando el revuelo e ignorando las súplicas de la anciana de que tuviese cuidado. Si Alexandrai no le había puesto una mano encima todavía, siendo lo que era, entonces aún tenía una oportunidad. Pero que ella corriese esa suerte no significaba que los que la rodeasen también disfrutaran de la misma baza. Corrió al exterior y enfiló hacia la ciudad, a pie. El caballo ya estaba bastante alarmado, el triple que su ama de hecho, con lo que habían vivido en el cementerio. El animal no había estado presente en el momento de la trifulca entre los dos vampiros, que se disputaron a Talena como si en vez de una persona fuera un trofeo que pulir. Pero habría olido, oído y sentido el peligro. Por otra parte, mientras menos llamase la atención, mejor. Se abrigó con la capa y escondió su rostro al mundo con la capucha. La gente que se cruzó con ella pasó de largo, tomándola como una indigente más. Su corazón latía con fuerza. Como tambores de guerra que anunciasen el peligro, puesto que mientras más callejeaba por París, más aumentaba la sensación de que se acercaba a Alexandrai, en lugar de despistarlo como pretendía. Tal vez fuera así. ¿Cómo demonios funcionaba el cuerpo de un vampiro? Ella nunca había conocido a ninguno antes.... ¡Por suerte! O al menos no de forma consciente. Ahora no estaba segura... ¿Y si la señora de la panadería también tenía colmillos de quita y pon y por las noches se dedicaba a llenarse la panza de sangre ajena igual que un chupacabras? Lo que le faltaba para conciliar el sueño aquella noche.
-Cariño, nunca he ido a esa botica. Mañana podríamos visitarla.
Talena se paró en seco. La pareja, que caminaba tranquilamente tras ella, la miró con una mezcla de asco y desconfianza antes de esquivarla a una distancia prudencial con la que pudieran evitar que les robase. Ella los ignoró, esperó a que se hubieran alejado y entonces levantó la cabeza. Sopesó la idea que pasaba por su cabeza. Salir del circo para evitar poner a aquella gente en peligro y arriesgarse a meter en problemas al boticario. Una idea brillante donde las hubiese, sí señor. Pero no tenía muchas más opciones. De pequeña, cuando entraba en las boticas, los olores de su interior la embriagaban. Desconocía si aquella era igual que las de su infancia, pero no perdía nada por probar. Porque, sinceramente, dudaba que un crucifijo a gran escala espantase a Alexandrai a menos que lo utilizara para clavárselo en el gaznate. Miró a ambos lados de la calle, esperó a que el ajetreo menguase y entonces avanzó a zancadas.
El sonido de la puerta al abrirse delató su presencia, por lo que todo intento de pasar desapercibida fue dado de lado. Por los bordes de la capucha pudo ver los pies de una señora mayor. No la miraba, estaba pendiente del boticario y esperando a que la atendiese. Cerraría en breves, así que no se demoraría mucho. Se deslizó a una esquina, junto a la entrada, y mantuvo la cabeza agachada mientras esperaba a que la mujer terminase con su compra y saliese del establecimiento.
Talena no atendía a preguntas ni a ruegos de explicaciones. La calma que aparentaba pendía de un hilo, mostrándose en su respiración acelerada y sus ojos abiertos de par en par. La calidez que desprendían aquellos iris negros, por otra parte, había sido reemplazada por la frialdad que emanaba del iceberg de la lógica. Estaba pálida, más que de costumbre, y la anciana gitana que compartía su carpa lo notó. Algo la había turbado, y aquello que fuera preocupante para "La Salamandra", bien podría serlo para los otros gitanos. Porque nada, nunca jamás, había puesto tan nerviosa a la mujer. Los interrogatorios de la anciana se sucedieron atropelladamente. Talena sentía que se ahogaba en aquel mar de preguntas al que no podía responder. ¿Qué iba a decirle a la anciana? ¿Que un muerto viviente casi la mata en su escapada furtiva al cementerio? ¡Por todos los dioses, si los muertos no salen de las tumbas! Ambas gritaron cuando la carpa se abrió de golpe. O mejor dicho, la anciana gritó del susto de oír a Talena gritar. Pero solo eran las nietas de la primera, que habían quedado casi tan asustadas como las dos adultas al no esperarse semejante reacción. Talena se dio cuenta, no sin un estremecimiento, que había sido una insensatez regresar al circo. Si Alexandrai la seguía, podría hacerle algo a las niñas, o a la abuela o a saber a quién sería capaz de coger por delante en medio de su locura.
"Tengo que salir de aquí", pensó. Salió aprovechando el revuelo e ignorando las súplicas de la anciana de que tuviese cuidado. Si Alexandrai no le había puesto una mano encima todavía, siendo lo que era, entonces aún tenía una oportunidad. Pero que ella corriese esa suerte no significaba que los que la rodeasen también disfrutaran de la misma baza. Corrió al exterior y enfiló hacia la ciudad, a pie. El caballo ya estaba bastante alarmado, el triple que su ama de hecho, con lo que habían vivido en el cementerio. El animal no había estado presente en el momento de la trifulca entre los dos vampiros, que se disputaron a Talena como si en vez de una persona fuera un trofeo que pulir. Pero habría olido, oído y sentido el peligro. Por otra parte, mientras menos llamase la atención, mejor. Se abrigó con la capa y escondió su rostro al mundo con la capucha. La gente que se cruzó con ella pasó de largo, tomándola como una indigente más. Su corazón latía con fuerza. Como tambores de guerra que anunciasen el peligro, puesto que mientras más callejeaba por París, más aumentaba la sensación de que se acercaba a Alexandrai, en lugar de despistarlo como pretendía. Tal vez fuera así. ¿Cómo demonios funcionaba el cuerpo de un vampiro? Ella nunca había conocido a ninguno antes.... ¡Por suerte! O al menos no de forma consciente. Ahora no estaba segura... ¿Y si la señora de la panadería también tenía colmillos de quita y pon y por las noches se dedicaba a llenarse la panza de sangre ajena igual que un chupacabras? Lo que le faltaba para conciliar el sueño aquella noche.
-Cariño, nunca he ido a esa botica. Mañana podríamos visitarla.
Talena se paró en seco. La pareja, que caminaba tranquilamente tras ella, la miró con una mezcla de asco y desconfianza antes de esquivarla a una distancia prudencial con la que pudieran evitar que les robase. Ella los ignoró, esperó a que se hubieran alejado y entonces levantó la cabeza. Sopesó la idea que pasaba por su cabeza. Salir del circo para evitar poner a aquella gente en peligro y arriesgarse a meter en problemas al boticario. Una idea brillante donde las hubiese, sí señor. Pero no tenía muchas más opciones. De pequeña, cuando entraba en las boticas, los olores de su interior la embriagaban. Desconocía si aquella era igual que las de su infancia, pero no perdía nada por probar. Porque, sinceramente, dudaba que un crucifijo a gran escala espantase a Alexandrai a menos que lo utilizara para clavárselo en el gaznate. Miró a ambos lados de la calle, esperó a que el ajetreo menguase y entonces avanzó a zancadas.
El sonido de la puerta al abrirse delató su presencia, por lo que todo intento de pasar desapercibida fue dado de lado. Por los bordes de la capucha pudo ver los pies de una señora mayor. No la miraba, estaba pendiente del boticario y esperando a que la atendiese. Cerraría en breves, así que no se demoraría mucho. Se deslizó a una esquina, junto a la entrada, y mantuvo la cabeza agachada mientras esperaba a que la mujer terminase con su compra y saliese del establecimiento.
Talena Valjean- Cazador Clase Alta
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
Se acercaba la hora de cerrar pero Basile no tenía especiales ganas de marcharse a casa. Cuando no esperaba compañía ni iba a salir a ninguna parte tanto le daba estar en un lugar como en otro. Aquella botica era su segundo hogar, y durante algunos años había pasado allí más horas que en el primero. Apoyó las manos sobre el mostrador de manera y al reclinarse sobre él lo escuchó crujir, o más bien lo sintió en los huesos como si fuera una extensión de su cuerpo. Era un mueble sólido y el local no tenía tantos años, pero Grushenko sentía en cada astilla y en cada clavo todo el esfuerzo y el trabajo que le había costado levantar el negocio sin tener ninguna base, en un mundo donde las profesiones de aquel tipo se heredaban de padres a hijos con cartera de clientes incluida. Basile padre no había ejercido en París, así que su único descendiente se había visto obligado a labrarse una reputación independiente desde sus cimientos cuando llegó a la gran ciudad.
- Dígame, señora Fontaine.
Había puesto mucho mimo en aprender los nombres de los que solicitaban sus servicios porque sabía que detalles como aquél marcaban la diferencia. No podía quejarse de cómo le iban las cosas pero todavía era joven comparado con la mayoría de sus colegas, y por ello menos inexperto a ojos del grueso de la población que escogería a otro boticario más canoso para ir a gastarse los cuartos. Si Basile ni siquiera fuera amable tal vez tendría que pasarse los días mirando a la puerta inmóvil de su establecimiento y anhelando que alguien la abriera para hacer sonar las campanillas. Como un eco de su pensamiento alguien irrumpió en el local cuando quedaban apenas minutos para la hora del cierre. Mientras atendía a su anciana clienta Grushenko alzó la vista del paquete que envolvía y posó los ojos con curiosidad sobre la figura encapuchada, que por algún motivo le resultó más que familiar. Igual era que se le estaban pegando los poderes de videncia de la gitana, pero supo que era ella aun antes de verle el rostro.
- Que se mejore, señora Fontaine.
Despidió a la mujer acompañándola a la puerta y echando el cartel de cerrado antes de dar doble vuelta de llave. Le daba en la nariz que la salamandra no había ido hasta allí a adquirir nada, y aunque así fuera tenía la esperanza de que quisiera quedarse un rato charlando con él. Encontraba su compañía tan agradable como fascinante, una mujer con la que - para variar - podía hablarse de algo más que cosméticos y afeites.
- Talena. - La saludó. - ¿A qué debo el honor?
Confiaba en que ella le disculparía la falta de protocolo, pero se arremangó la camisa, se desabrochó el botón superior de la misma y fue a sentarse en un taburete después de ofrecerla a ella otro vacío y una copa de licor. Él iba a servirse la que se había ganado después de toda la jornada.
- Dígame, señora Fontaine.
Había puesto mucho mimo en aprender los nombres de los que solicitaban sus servicios porque sabía que detalles como aquél marcaban la diferencia. No podía quejarse de cómo le iban las cosas pero todavía era joven comparado con la mayoría de sus colegas, y por ello menos inexperto a ojos del grueso de la población que escogería a otro boticario más canoso para ir a gastarse los cuartos. Si Basile ni siquiera fuera amable tal vez tendría que pasarse los días mirando a la puerta inmóvil de su establecimiento y anhelando que alguien la abriera para hacer sonar las campanillas. Como un eco de su pensamiento alguien irrumpió en el local cuando quedaban apenas minutos para la hora del cierre. Mientras atendía a su anciana clienta Grushenko alzó la vista del paquete que envolvía y posó los ojos con curiosidad sobre la figura encapuchada, que por algún motivo le resultó más que familiar. Igual era que se le estaban pegando los poderes de videncia de la gitana, pero supo que era ella aun antes de verle el rostro.
- Que se mejore, señora Fontaine.
Despidió a la mujer acompañándola a la puerta y echando el cartel de cerrado antes de dar doble vuelta de llave. Le daba en la nariz que la salamandra no había ido hasta allí a adquirir nada, y aunque así fuera tenía la esperanza de que quisiera quedarse un rato charlando con él. Encontraba su compañía tan agradable como fascinante, una mujer con la que - para variar - podía hablarse de algo más que cosméticos y afeites.
- Talena. - La saludó. - ¿A qué debo el honor?
Confiaba en que ella le disculparía la falta de protocolo, pero se arremangó la camisa, se desabrochó el botón superior de la misma y fue a sentarse en un taburete después de ofrecerla a ella otro vacío y una copa de licor. Él iba a servirse la que se había ganado después de toda la jornada.
Basile Grushenko- Vampiro Clase Media
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
A saber lo que habría pensado esa señora cuando, al girarse, vio la figura encapuchada cobijada en la esquina igual que una gárgola. Sobretodo después de que el boticario, tras cerrar, échase la llave. Talena se estremeció involuntariamente. Tal vez estuviese esperando a alguien y la hubiese confundido con esa persona. Aunque no veía a Basile esperando a encapuchados desquiciados con aire de indigentes. Fue a hablar para revelar su identidad, cuando fue el propio boticario quien dijo su nombre. La gitana tardó en hilar sus palabras. Le dolía la cabeza, el corazón no paraba de tamborilear estruéndosamente desde que lograse salir con vida del cementerio -irónico juego de palabras, viéndolo así- y la sensación de que Alexandrai lograría forzar la cerradura y hacer caer la puerta no terminaba de mejorar la situación. Talena recordó cómo empujó a Nereza contra el árbol y éste se partió por la mitad con la facilidad con la que puede romperse una hoja de papel ante un simple tirón, o del cristal al ser golpeado bruscamente por algo sólido. Desde luego el sacerdote al cargo del cementerio se llevaría una buena sorpresa cuando, al amanecer, encontrase el tronco abandonado sobre las tumbas sin siquiera haber habido una tormenta que justificase su caída.
-Basile -lo llamó por su nombre sin darse cuenta realmente de que hubiera empezado a articular palabra-, necesito tu ayuda.
Talena echó abajo la capucha y la mata de pelo rojizo cayó indómita sobre su espalda. No estaba para formalidades. Ni siquiera podía pensar en lo que hacía o decía. Todo era mera inercia e instinto de supervivencia. Seguía mortalmente pálida y sus ojos negros habían perdido la calma y seguridad que solían mostrar siempre. Seguían desafiantes, sí. Pero bajo una sombra de pánico silenciado por la voz de la conciencia, que desde lo más hondo le decía que debía ser prudente con ese tema si no quería que Basile acabase metido en un lío por su culpa. Puede que la idea de acudir a la botica no fuese la mejor de todas, pero tampoco sabía de otro lugar donde esconderse.
No se sentó en el taburete. Tenía la sensación de que, si lo hacía, no sería capaz de levantarse después. Temblaba de pies a cabeza, aunque nada en comparación con el manojo de nervios en que se hubo convertido cuando llegó al circo. Ahora solo se estremecía de vez en cuando, generalmente cuando evocaba alguna imagen del episodio para el cual, por más que le diese vueltas, no le encontraba ninguna explicación lógica o científica que alejase la locura de creer que había seres sobrenaturales en el mundo y que la Inquicisión, a fin de cuentas, sí hacía algo más que destrozarle la vida a gente inocente. Porque si lo creía, la mitad de su propia vida se vería revuelta, patas arriba y destrozada. Miró hacia abajo y se dio cuenta de que su mano, bajo la capa, no paraba de aferrar con fuerza el crucifijo de plata que antaño perteneciese a su madre. Miró de nuevo al boticario. Se acercaba el momento de la tromba de mentiras y excusas que tan poco le apetecía enfrentar.
-He... Tenido un problema en la calle -le dijo forzando una sonrisa tensa y nerviosa. No dejaba de ser verdad, así que su voz sonó creíble-. La verdad es que vine a la tienda inconscientemente pensando que podría esconderme, pero ahora que lo pienso con frialdad creo que ha sido una tontería por mi parte venir aquí a molestar.
-Basile -lo llamó por su nombre sin darse cuenta realmente de que hubiera empezado a articular palabra-, necesito tu ayuda.
Talena echó abajo la capucha y la mata de pelo rojizo cayó indómita sobre su espalda. No estaba para formalidades. Ni siquiera podía pensar en lo que hacía o decía. Todo era mera inercia e instinto de supervivencia. Seguía mortalmente pálida y sus ojos negros habían perdido la calma y seguridad que solían mostrar siempre. Seguían desafiantes, sí. Pero bajo una sombra de pánico silenciado por la voz de la conciencia, que desde lo más hondo le decía que debía ser prudente con ese tema si no quería que Basile acabase metido en un lío por su culpa. Puede que la idea de acudir a la botica no fuese la mejor de todas, pero tampoco sabía de otro lugar donde esconderse.
No se sentó en el taburete. Tenía la sensación de que, si lo hacía, no sería capaz de levantarse después. Temblaba de pies a cabeza, aunque nada en comparación con el manojo de nervios en que se hubo convertido cuando llegó al circo. Ahora solo se estremecía de vez en cuando, generalmente cuando evocaba alguna imagen del episodio para el cual, por más que le diese vueltas, no le encontraba ninguna explicación lógica o científica que alejase la locura de creer que había seres sobrenaturales en el mundo y que la Inquicisión, a fin de cuentas, sí hacía algo más que destrozarle la vida a gente inocente. Porque si lo creía, la mitad de su propia vida se vería revuelta, patas arriba y destrozada. Miró hacia abajo y se dio cuenta de que su mano, bajo la capa, no paraba de aferrar con fuerza el crucifijo de plata que antaño perteneciese a su madre. Miró de nuevo al boticario. Se acercaba el momento de la tromba de mentiras y excusas que tan poco le apetecía enfrentar.
-He... Tenido un problema en la calle -le dijo forzando una sonrisa tensa y nerviosa. No dejaba de ser verdad, así que su voz sonó creíble-. La verdad es que vine a la tienda inconscientemente pensando que podría esconderme, pero ahora que lo pienso con frialdad creo que ha sido una tontería por mi parte venir aquí a molestar.
Talena Valjean- Cazador Clase Alta
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
El boticario estaba preparado para una conversación distendida y jocosa, o en todo caso para que Talena requiriera sus servicios profesionales para alguien de su campamento, pero el asunto parecía ser de mayor envergadura. Le acercó un vaso de licor e insistió en que tomara asiento. Sabía que cuando uno estaba nervioso no parecía una opción demasiado atractiva aposentar el trasero encima de una superficie fija, pero terminaba por ser lo mejor. Dedicó los minutos que ella se tomó para hablar a contemplar ese cabello que no dejaba de fascinarle. Era rojo como el fuego y parecía que cada mechón bailaba con la misma vida propia que se apoderaba de las llamas de un hogar encendido. ¿Qué misterioso y acertado cruce de etnias había llevado al destino a engendrar una mujer como aquella? Seguro que los gitanos no contaban con muchas salamadras más entre sus filas.
- No molestas. - Le aseguró palmeándole una mano con un cariño más propio de un padre que de un amante. - Y es una buena idea que hayas venido a la botica si has tenido un tropiezo non grato en la calle.
Pronto oscurecería lo bastante como para que tuviera que encender el quinqué, pero de momento se las arreglaban con la luz que entraba velada a través de las cortinas. Basile no le preguntó por la naturaleza de su problema pero dedujo que la chica había topado con algún indeseable. París, como casi todas partes, estaba lleno de gente que consideraba que por tener un apellido que sonara francés era más digna de adquirir derechos de ciudadano que otros. Talena vestía como la gitana que era y quizá algún listo le había hecho pasar un mal rato, aunque a juzgar por el aspecto que presentaba no lo había logrado. El boticario no veía golpes ni ropas rasgadas, pero sin duda le habría tocado correr.
- Algunas veces me quedo aquí a pasar la noche, tengo una pequeña despensa y una cama en la trastienda. - Le informó. - Puedo cobijarte aquí y mañana tal vez acompañarte al circo. ¿Es allí donde estás instalada todavía?
Se percató de que habían pasado inconscientemente al tuteo, pero sinceramente en aquel momento no era una prioridad a considerar.
- No molestas. - Le aseguró palmeándole una mano con un cariño más propio de un padre que de un amante. - Y es una buena idea que hayas venido a la botica si has tenido un tropiezo non grato en la calle.
Pronto oscurecería lo bastante como para que tuviera que encender el quinqué, pero de momento se las arreglaban con la luz que entraba velada a través de las cortinas. Basile no le preguntó por la naturaleza de su problema pero dedujo que la chica había topado con algún indeseable. París, como casi todas partes, estaba lleno de gente que consideraba que por tener un apellido que sonara francés era más digna de adquirir derechos de ciudadano que otros. Talena vestía como la gitana que era y quizá algún listo le había hecho pasar un mal rato, aunque a juzgar por el aspecto que presentaba no lo había logrado. El boticario no veía golpes ni ropas rasgadas, pero sin duda le habría tocado correr.
- Algunas veces me quedo aquí a pasar la noche, tengo una pequeña despensa y una cama en la trastienda. - Le informó. - Puedo cobijarte aquí y mañana tal vez acompañarte al circo. ¿Es allí donde estás instalada todavía?
Se percató de que habían pasado inconscientemente al tuteo, pero sinceramente en aquel momento no era una prioridad a considerar.
Basile Grushenko- Vampiro Clase Media
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
No se dio cuenta del alcance de las repercusiones hasta que un chasquido la hizo levantar la cabeza con brusquedad. Casi esperaba ver a Alexandrai arrasando con la botica y tirándose a su cuello. En lugar de eso, alcanzó a oír un maullido al otro lado de la puerta del establecimiento. Se había asustado de un simple gato. Resopló, se rió de sí misma -mejor tener sentido del ridículo y tomárselo con humor- y accedió a la insistencia de Basile. Se sentó, no muy convencida de ello, y tal y como esperaba su cuerpo pareció caer bajo la presión de un muro de contención imaginario. Se sintió lánguida pese a seguir tensa, su estómago dejó de revolverse y aflojó el agarre del crucifijo, que quedó a la vista junto con el anillo de plata, y esa misma mano se posó sobre la de Basile cuando palmeó la que tenía libre. Ambas estaban enguantadas.
-Gracias -sonrió tenuamente-. ¿Cómo supiste que era yo? No digas que por las pintas o la capa porque entonces me dedicaré a decir que el boticario de esta tienda es un confiado al que se le puede robar tan tranquilamente.
Recordó a la pareja que se había cruzado antes de entrar y gracias a la cual se había percatado de la botica. Volvió a oír el comentario de la mujer, y eso la llevó a mirar con más atención lo que la luz que aún se colaba por la tienda le permitiese apreciar. La explosión de recuerdos logró que su mente se despejase de preocupaciones. El recuerdo de Alexandrai fue sustituído por el de su padre, Maurice, y la sonrisa se ensanchó cuando, perdida en el pasado, rememoró los paseos a caballo con el difunto médico, así como las visitas fugaces a las boticas donde trabajaban sus colegas o sus amigos. Si no hubiera sido por la arrogancia de Christine, su esposa, quizá aún siguiese con vida. O quizá no, quién sabía realmente. Volvió a la realidad tontamente cuando la voz del boticario se coló en su mente y contrastó por completo con la de su padre. Lo miró casi como si reparase por primera vez en él. Como si el pasado de su cabeza fuera real y el presente la copia de un libreto de teatro.
-Oh... Ah... No -balbuceó hasta que dio con la negativa-. Bastante he hecho ya con irrumpir aquí justo a la hora del cierre como para encima causar esas molestias. Volveré al circo, sola.
Enarcó las cejas. Hacía años que se había vuelto condenadamente independiente y territorial consigo misma. Toleraba la compañía de la gente, sí, pero hasta cierto punto. Talena sospechaba que más de un gitano la consideraba una frígida y, para más inri, bipolar. Un día podía acudir hasta alguno y echar unas risas juntos. Al siguiente, si se había despertado con ganas de estar sola, podía ser de lo más huraña y cortante si le insistían demasiado en acompañarla. Por no hablar de los cortejos. Le decían Salamandra por cierto episodio con el fuego acaecido años atrás, pero se escurría igual que un reptil a la hora de huir de los cumplidos o las pretensiones que iban más allá de la amistad. Sencillamente las heridas no habían cicatrizado todavía.
-Mañana vendrán dos clientes de alta alcurnia- comentó en un intento de cambiar de tema y volver al rumbo de los pensamientos en los que se había perdido antes de que el boticario hablase-. Por si el aviso sirve de precedente para que haya tiempo de colocarles la alfombra roja y un par de monos que les tiren pétalos desde las puertas. O al menos creo que eso parecían esperar viniendo aquí.
-Gracias -sonrió tenuamente-. ¿Cómo supiste que era yo? No digas que por las pintas o la capa porque entonces me dedicaré a decir que el boticario de esta tienda es un confiado al que se le puede robar tan tranquilamente.
Recordó a la pareja que se había cruzado antes de entrar y gracias a la cual se había percatado de la botica. Volvió a oír el comentario de la mujer, y eso la llevó a mirar con más atención lo que la luz que aún se colaba por la tienda le permitiese apreciar. La explosión de recuerdos logró que su mente se despejase de preocupaciones. El recuerdo de Alexandrai fue sustituído por el de su padre, Maurice, y la sonrisa se ensanchó cuando, perdida en el pasado, rememoró los paseos a caballo con el difunto médico, así como las visitas fugaces a las boticas donde trabajaban sus colegas o sus amigos. Si no hubiera sido por la arrogancia de Christine, su esposa, quizá aún siguiese con vida. O quizá no, quién sabía realmente. Volvió a la realidad tontamente cuando la voz del boticario se coló en su mente y contrastó por completo con la de su padre. Lo miró casi como si reparase por primera vez en él. Como si el pasado de su cabeza fuera real y el presente la copia de un libreto de teatro.
-Oh... Ah... No -balbuceó hasta que dio con la negativa-. Bastante he hecho ya con irrumpir aquí justo a la hora del cierre como para encima causar esas molestias. Volveré al circo, sola.
Enarcó las cejas. Hacía años que se había vuelto condenadamente independiente y territorial consigo misma. Toleraba la compañía de la gente, sí, pero hasta cierto punto. Talena sospechaba que más de un gitano la consideraba una frígida y, para más inri, bipolar. Un día podía acudir hasta alguno y echar unas risas juntos. Al siguiente, si se había despertado con ganas de estar sola, podía ser de lo más huraña y cortante si le insistían demasiado en acompañarla. Por no hablar de los cortejos. Le decían Salamandra por cierto episodio con el fuego acaecido años atrás, pero se escurría igual que un reptil a la hora de huir de los cumplidos o las pretensiones que iban más allá de la amistad. Sencillamente las heridas no habían cicatrizado todavía.
-Mañana vendrán dos clientes de alta alcurnia- comentó en un intento de cambiar de tema y volver al rumbo de los pensamientos en los que se había perdido antes de que el boticario hablase-. Por si el aviso sirve de precedente para que haya tiempo de colocarles la alfombra roja y un par de monos que les tiren pétalos desde las puertas. O al menos creo que eso parecían esperar viniendo aquí.
Talena Valjean- Cazador Clase Alta
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
No le pasó por alto que Talena se aferraba a aquel crucifijo como si pudiera protegerla de algo. ¿De unos matones? No habría dicho que la gitana era una devota religiosa, precisamente, pero tampoco la conocía tanto como para asegurarlo. Quizá sí se encomendaba a un ente superior cada vez que se veía en apuros, pero aquella idea le chirriaba tanto a Basile como el hecho de que estuviera tan alerta. Allí dentro no iban a llegar sus perseguidores a no ser que pretendieran echar la puerta abajo, y nadie se tomaba tantas molestias solo para molestar a una chica.
- Intuición femenina. - Bromeó.
Es que no sabía explicarle cómo lo había sabido, si en ocasiones ni siquiera reconocía a Thibaut cuando estaba de espaldas. No había sido por nada que hubiera visto, sino más bien un presentimiento. Cuando estaba con la Salamandra una parte de sus poderes de videncia parecían transmitirse al boticario, que normalmente era tan atolondrado y tenía la cabeza tan en las nubes como el resto de congéneres de su sexo, si no más.
- Haz el favor de guardar esa cruz o me empezarán a salir ampollas.
Le dedicó una mueca de dolor como si de verdad fuera un ser maligno o poseído al que ese símbolo religioso pudiera infligir un daño físico. No le importaba que Talena supiera de su aversión hacia los hábitos. Como le había oído en una ocasión a uno de sus profesores del Colegio, un hombre muy sabio, "yo no tengo nada contra Dios pero no me gustan sus admiradores".
- No es molestia sentarme a beber con una guapa muchacha al terminar la jornada. - La tranquilizó.
Últimamente notaba que sus pensamientos se alejaban cada vez más de las mozas y eso lo ponía nervioso. Estaba demasiado tiempo centrado en Vaël aunque se vieran poco, solo era que de pronto se descubría recordándolo mientras atendía en la tienda o por las noches, intentando dormir. No le gustaba un pelo sentirse dependiente y sus propias emociones lo estaban empezando a agobiar. Arqueó las cejas en una muda pregunta cuando la gitana hizo referencia a dos clientes ricos.
- ¿Me prestas al mono? - Ahora sí sonrió abiertamente.
- Intuición femenina. - Bromeó.
Es que no sabía explicarle cómo lo había sabido, si en ocasiones ni siquiera reconocía a Thibaut cuando estaba de espaldas. No había sido por nada que hubiera visto, sino más bien un presentimiento. Cuando estaba con la Salamandra una parte de sus poderes de videncia parecían transmitirse al boticario, que normalmente era tan atolondrado y tenía la cabeza tan en las nubes como el resto de congéneres de su sexo, si no más.
- Haz el favor de guardar esa cruz o me empezarán a salir ampollas.
Le dedicó una mueca de dolor como si de verdad fuera un ser maligno o poseído al que ese símbolo religioso pudiera infligir un daño físico. No le importaba que Talena supiera de su aversión hacia los hábitos. Como le había oído en una ocasión a uno de sus profesores del Colegio, un hombre muy sabio, "yo no tengo nada contra Dios pero no me gustan sus admiradores".
- No es molestia sentarme a beber con una guapa muchacha al terminar la jornada. - La tranquilizó.
Últimamente notaba que sus pensamientos se alejaban cada vez más de las mozas y eso lo ponía nervioso. Estaba demasiado tiempo centrado en Vaël aunque se vieran poco, solo era que de pronto se descubría recordándolo mientras atendía en la tienda o por las noches, intentando dormir. No le gustaba un pelo sentirse dependiente y sus propias emociones lo estaban empezando a agobiar. Arqueó las cejas en una muda pregunta cuando la gitana hizo referencia a dos clientes ricos.
- ¿Me prestas al mono? - Ahora sí sonrió abiertamente.
Basile Grushenko- Vampiro Clase Media
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
La imagen de Basile disfrazado de mujer con uno de esos vestidos de época encorsetados logró que Talena se quedase mirándolo con una mueca que resultaba indescifrable. Agitó la cabeza, procuró expulsar aquella visión, pero volvió a acudir en cuanto recordó la respuesta. Al final arqueó las cejas y movió la cabeza. Mejor callar lo que estaba pensando o podría acabar en la calle de una patada en el trasero. Talena no gustaba de las bebidas alcohólicas. La rara vez que intentó probar alguna, lo acabó pasando realmente mal para volver a respirar sin que un ataque de tos amenazase con dejarla tiesa en el sitio. Miró lo que el boticario había servido, lo removió, pero no lo tocó. No tuvo que inventarse excusas al respecto. Basile atrajo de nuevo su atención, esa vez quejándose acerca de la cruz de plata que pendía de su cuello. Talena agachó la cabeza y la miró. Una cruz espigada, sencilla, sin adornos ni complicaciones. Desconocía quién la hubiera hecho o cómo la consiguiese su madre, pero allí estaba ahora, sobre el pecho palpitante de Talena. Se debatió sobre qué hacer, y eso se mostró en su vacilación. Una mirada burlona, una sonrisa y la gitana se sacó el colgante por la cabeza sin decir nada. Lo miró por última vez entre sus manos y abrió la capa. Esa vez no vestía como una mujer lo hacía normalmente, ni siquiera dentro de la cultura gitana. Llevaba unos pantalones ajustados sobre los que se cerraban un par de botas moqueteras que se ceñían sobre las rodillas y los tobillos respectivamente. Una camisa de lino blanca con bordados en los puños cubría su torso, sobre el que además había un corsé que dibujaba sensual y hábilmente su figura. Y encima de la camisa y el corsé, una chaquetilla torera de mangas acampanadas cuyo cuerpo apenas llegaba hasta por debajo del pecho de Talena. Era ropa cómoda hecha expresamente para moverse a sus anchas en situaciones difíciles. Talena guardó la cruz en el bolsillo del cinturón que llevaba en las caderas, en el que además se vislumbró un puñal enfundado, y miró al boticario expectante.
-¿Mejor? -inquirió encogiendo los hombros-. No soy creyente, si te sirve de consuelo. Así que está igual de bien tanto en mi cuello, como en el bolsillo.
Rió con la mueca que hizo y negó con la cabeza. En el fondo agradecía aquello, dado que la distraía y le hacía olvidar el motivo de su llegada. Mucho mejor que la seriedad de la anciana de su carpa, quien poco más y la obliga a recostarle hasta asegurarse de que no le hubiera subido la fiebre. Su mente ignoró el cumplido. Siempre lo hacía, pese a que la reacción se reflejó en sus mejillas. Su rostro, pálido por naturaleza y por el susto, adquirió un breve color sonrosado que tal vez, en circunstancias normales, habría buscado rivalizar con la cabellera rojiza. Pero se quedó en el intento afortunadamente.
-¿Melalo? -sonrió al imaginarse al monito del circo con Basile dentro de la botica-. Adelante. Te reorganizaría divinamente las estanterías por el módico precio de verte rabiar.
-¿Mejor? -inquirió encogiendo los hombros-. No soy creyente, si te sirve de consuelo. Así que está igual de bien tanto en mi cuello, como en el bolsillo.
Rió con la mueca que hizo y negó con la cabeza. En el fondo agradecía aquello, dado que la distraía y le hacía olvidar el motivo de su llegada. Mucho mejor que la seriedad de la anciana de su carpa, quien poco más y la obliga a recostarle hasta asegurarse de que no le hubiera subido la fiebre. Su mente ignoró el cumplido. Siempre lo hacía, pese a que la reacción se reflejó en sus mejillas. Su rostro, pálido por naturaleza y por el susto, adquirió un breve color sonrosado que tal vez, en circunstancias normales, habría buscado rivalizar con la cabellera rojiza. Pero se quedó en el intento afortunadamente.
-¿Melalo? -sonrió al imaginarse al monito del circo con Basile dentro de la botica-. Adelante. Te reorganizaría divinamente las estanterías por el módico precio de verte rabiar.
Talena Valjean- Cazador Clase Alta
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
Basile nunca había visto a una mujer con pantalones, por lo que se quedó mirando la indumentaria de Talena con una expresión poco discreta. Era como si de pronto abriera la puerta de su botica un hombre con faldas, le causaría la misma impresión. ¿Aunque qué le sorprendía? La gitana nunca le había parecido una muchacha corriente y cada vez lo asombraba más, tal vez la próxima ocasión que se vieran le hubieran crecido alas o algo por el estilo.
- ¿Y por qué la llevas? - Preguntó.
Él sí le dio un trago a su vaso, aunque no pensaba obligarle a ella a imitarle. Le había parecido que le vendría bien recomponerse un poco después del susto que parecía haberse llevado la pobre, pero era su decisión tomarlo o no. Al boticario le asentó el estómago después de tantas horas allí de pie vendiendo ungüentos de todas las clases a todo tipo de personas. Y Talena había dicho que al día siguiente entraría allí gente importante, se preguntaba para qué. Había muchos otros establecimientos de ese tipo y no creía poseer nada especial, ninguna receta secreta, que atrajera especialmente la atención de nadie.
- Bueno, o mejor dicho... ¿Por qué la estabas estrujando como si fuera una ubre de la que pretendías sacar leche?
Arqueó una ceja, divertido. En su fuero interno suponía que a la Salamandra en momentos de necesidad se le despertaba esa fe de la que tento renegaba, pero no iba a juzgarla. Quizá si Basile se viera un día en un apuro de los gordos rezaría también, no estaba seguro de lo contrario. De momento mantenía al todopoderoso lejos de sus asuntos personales y así le iba mejor.
- Bueno, igual va siendo hora de que reforme esto. - Se encogió de hombros al imaginar al mono revolviéndolo todo. - Creo que dentro de poco tendré un ayudante.
Mala idea. La gitana siempre veía más de lo que él quería mostrar, ¿por qué narices había tenido que hablar de Vaël? Intentó cambiar estratégicamente de tema dejando aquella afirmación como lo que era: información comercial sin mayor trascendencia. Dio otro trago, carraspeó y miró a Talena a la cara para valorar si ya había vuelto el color a esas mejillas tan pálidas que traía al principio.
- ¿No has querido volver al circo para no atraerlos hasta allí, verdad? - Él seguía obcecado con la hipótesis de los jóvenes racistas gamberros. - No te preocupes, podemos esperar aquí un rato. En realidad tengo que destilar un aceite... - Mientras hablaba se levantó y regresó con una cubeta y todos los ingredientes necesarios. - ¿Quieres ayudarme? - Se mantendría ocupada. - Puedes ir prensando la lavanda, así. Funciona como un molinillo de café.[b]
- ¿Y por qué la llevas? - Preguntó.
Él sí le dio un trago a su vaso, aunque no pensaba obligarle a ella a imitarle. Le había parecido que le vendría bien recomponerse un poco después del susto que parecía haberse llevado la pobre, pero era su decisión tomarlo o no. Al boticario le asentó el estómago después de tantas horas allí de pie vendiendo ungüentos de todas las clases a todo tipo de personas. Y Talena había dicho que al día siguiente entraría allí gente importante, se preguntaba para qué. Había muchos otros establecimientos de ese tipo y no creía poseer nada especial, ninguna receta secreta, que atrajera especialmente la atención de nadie.
- Bueno, o mejor dicho... ¿Por qué la estabas estrujando como si fuera una ubre de la que pretendías sacar leche?
Arqueó una ceja, divertido. En su fuero interno suponía que a la Salamandra en momentos de necesidad se le despertaba esa fe de la que tento renegaba, pero no iba a juzgarla. Quizá si Basile se viera un día en un apuro de los gordos rezaría también, no estaba seguro de lo contrario. De momento mantenía al todopoderoso lejos de sus asuntos personales y así le iba mejor.
- Bueno, igual va siendo hora de que reforme esto. - Se encogió de hombros al imaginar al mono revolviéndolo todo. - Creo que dentro de poco tendré un ayudante.
Mala idea. La gitana siempre veía más de lo que él quería mostrar, ¿por qué narices había tenido que hablar de Vaël? Intentó cambiar estratégicamente de tema dejando aquella afirmación como lo que era: información comercial sin mayor trascendencia. Dio otro trago, carraspeó y miró a Talena a la cara para valorar si ya había vuelto el color a esas mejillas tan pálidas que traía al principio.
- ¿No has querido volver al circo para no atraerlos hasta allí, verdad? - Él seguía obcecado con la hipótesis de los jóvenes racistas gamberros. - No te preocupes, podemos esperar aquí un rato. En realidad tengo que destilar un aceite... - Mientras hablaba se levantó y regresó con una cubeta y todos los ingredientes necesarios. - ¿Quieres ayudarme? - Se mantendría ocupada. - Puedes ir prensando la lavanda, así. Funciona como un molinillo de café.[b]
Basile Grushenko- Vampiro Clase Media
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
Las risas a costa del monito del circo quedaron ahogadas en cuanto Basile formuló la pregunta tabú. ¿Por qué llevaba aquel colgante? Talena llevó inconscientemente la mano al bolsillo del cinturón, donde descansaba. Su cuello aún seguía adornado por aquel anillo de plata que, ensartado en una cadena, oscilaba cada vez que se movía. Pero con todo, lo sentía desnudo, débil y a merced de cualquiera que quisiera estrangularla. Respiró hondo y esquivó los ojos del boticario a conciencia. ¿Podía confiar en él hasta el punto de hacer lo que nunca hacía con nadie, revelar detalles sobre su pasado, sobre su famlia? Bueno, la estaba ayudando, ¿no? ¿Pero a cambio de qué? Nadie hacía nada porque sí, gratis... ¿O sí?
Nunca la perdió. Más tarde, mucho más tarde de lo que hubiese querido, entendió por qué su padre quiso hacerle ese regalo aquel día, las miradas de madame Levou, los llantos de tía Sophie y el aire triste y apagado que mantuvo Maurice los días siguientes a su compleaños, sonriendo solamente cuando la pequeña estaba delante para no preocuparla. También entendería el aire triunfal de Christine y la sobreconfianza que la llevó a hacerle daño.
-Era de mi madre -respondió al boticario mientras se levantaba de la silla-. Me la regalaron el día que desapareció, cuando cumplí los siete años. Mi padre solía decirme que, llevándola, un ángel me protegería. Supongo que se refería a ella y que yo, en cierto modo, sí soy algo supersticiosa, ¿no?
Sonrió y encogió los hombros como si quisiera quitarle importancia. Agradeció en su fuero interno que Basile le propusiese ayudarle, pese a no haber hecho algo así en toda su vida. Solo podía rezar por no meter la pata, aunque tal y como lo explicaba pareciese sencillo. Talena era una mujer difícil de manejar y entender. Podría ser la espadachina más hábil de su grupo de gitanos gracias a las clases que recibió cuando estuvo en España, pero también era el tipo de persona que necesitaba coordinar mente y pies antes de caminar si no quería tropezar cien veces con la misma piedra, en la misma calle y de la misma forma. Como si su torpeza escogiese el momento más inoportuno para hacérselo pasar mal.
-¿No te preocupa que pueda echarla a perder? -aventuró con aire burlón mientras se acercaba, aunque sus ojos no podían mirarlo con mayor sinceridad.
- Dieciocho años atrás:
- Dianne Levou era la única hija de Maurice Levou, uno de los médicos más costeados de Paris que, sin embargo, fue siempre hombre de gustos sencillos. La pequeña, de melena rojiza pulcra y elegantemente recogida tras la nuca, acababa de cumplir los siete años y lo celebraba entre risas y juegos con sus amigos, todos hijos de las familias amistadas con sus padres. Maurice observaba a su hija sonriente e ignoraba las constantes quejas de su esposa, Christine, sobre que aquella bastarda no podría ser nunca merecedora de un apellido tan importante. ¿Pero por qué su madre se dirigía a ella de aquella forma? ¿Por qué la odiaba? Todas las madres protegían a sus hijas, ¿no? Pero Christine, sin embargo, era la excepción que confirmaba la regla. Los ojos azules de la señora Levou miraban a Dianne con odio y asco entremezclados, como si su mera presencia contaminase el aire que ambas respiraban y amenazase con echar a perder su mundo de perfección. Dianne lo sabía, y era esa la razón por la que siempre la evitaba el día de su cumpleaños.
-Dianne, ven aquí.
La niña paró en seco las carreras y miró a su padre al otro lado del jardín. El hombre sonreía y sujetaba entre sus manos un regalo más, el que sería el más especial de todos. La niña corrió hasta su padre, que la cogió en brazos y la sentó sobre sus rodillas mientras le tendía el paquete cuidadosamente envuelto. Cuando la pequeña y desconcertada Dianne lo abrió, descubrió que se trataba de una cruz espigada de plata, sencilla y sin adornos ni ornamentos, pero que a simple vista le pareció el regalo más bonito de todos los que sus amigos y familiares le habían hecho. Con los ojos de Christine taladrándola con desprecio, Maurice puso aquella cruz en torno al cuello de su hija con mimo y dedicación. Al mirar de reojo, Dianne pudo ver que la tía Sophie, hermana de su padre, se enjugaba las lágrimas y suspiraba pesasora. Por aquel entonces, en su inocencia, fue incapaz de entender por qué su tía parecía tan triste mientras miraba aquel regalo que su padre le hacía.
-Esto... -empezó a decirle el médico- es un amuleto, aunque no lo creas. Es algo así como... Hum... Como las llaves de tu ángel guardián. Sí, sí, no me mires así -rió y recolocó un mechón rojizo tras la oreja de la pequeña-. Mientras lleves esto, nada ni nadie podrá tocarte. Porque tu ángel estará contigo para defenderte, siempre. Nunca la pierdas.
Nunca la perdió. Más tarde, mucho más tarde de lo que hubiese querido, entendió por qué su padre quiso hacerle ese regalo aquel día, las miradas de madame Levou, los llantos de tía Sophie y el aire triste y apagado que mantuvo Maurice los días siguientes a su compleaños, sonriendo solamente cuando la pequeña estaba delante para no preocuparla. También entendería el aire triunfal de Christine y la sobreconfianza que la llevó a hacerle daño.
-Era de mi madre -respondió al boticario mientras se levantaba de la silla-. Me la regalaron el día que desapareció, cuando cumplí los siete años. Mi padre solía decirme que, llevándola, un ángel me protegería. Supongo que se refería a ella y que yo, en cierto modo, sí soy algo supersticiosa, ¿no?
Sonrió y encogió los hombros como si quisiera quitarle importancia. Agradeció en su fuero interno que Basile le propusiese ayudarle, pese a no haber hecho algo así en toda su vida. Solo podía rezar por no meter la pata, aunque tal y como lo explicaba pareciese sencillo. Talena era una mujer difícil de manejar y entender. Podría ser la espadachina más hábil de su grupo de gitanos gracias a las clases que recibió cuando estuvo en España, pero también era el tipo de persona que necesitaba coordinar mente y pies antes de caminar si no quería tropezar cien veces con la misma piedra, en la misma calle y de la misma forma. Como si su torpeza escogiese el momento más inoportuno para hacérselo pasar mal.
-¿No te preocupa que pueda echarla a perder? -aventuró con aire burlón mientras se acercaba, aunque sus ojos no podían mirarlo con mayor sinceridad.
Talena Valjean- Cazador Clase Alta
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
Bueno, si tenía valor sentimental Basile comprendía que la gitana llevara esa cruz. Además igual le servía de buena referencia delante de alguno de esos curas tocanarices, por no decir otra cosa. El boticario mismo actuaba como buen cristiano llevando a su madre a misa todos los domingos. Sabía que ambos lo hacían por aparentar y que dentro de la iglesia cada uno pensaba en lo que más le convenía, pero era una costumbre que le habían inculcado desde niño y que tampoco le venía tan mal. Mientras el sermón no fuera muy largo a veces hasta disfrutaba del paseo y de la contemplación de las vidrieras del templo. Eso sí, no sería capaz de repetir ni uno solo de todos los discursos que había ido escuchando desde que levantaba un palmo del suelo, hasta tal punto llegaba su nivel de distracción. Últimamente no llevaba unos pensamientos muy adecuados a la capilla, no señor, y sin embargo no moría entre horribles convulsiones cada vez que se unía a todos los otros fieles para recitar en voz alta el pasaje de rigor. No. Hacía mucho que Basile había dejado de temer por un Dios que esperara agazapado para castigarle como si el mundo no hubiera cosas peores que requerían Su intervención.
- Si hay algo de lo que cada vez estoy más convencido es de que las cosas que son posibles o no las marcamos nosotros. Si tú crees que tu madre te protege entonces tendrás buena suerte. No suena muy científico pero los humanos pueden ser asombrosos, créeme. Hace poco atendía a un anciano en las últimas que aguantó cuatro meses con una tuberculosis terminal solo para ver nacer a su nieto. Al día siguiente se murió.
A veces por querer tratar el cuerpo los médicos se olvidaban de la mente que residía entre las paredes de hueso del cráneo, o en el corazón, o donde quiera que estuviese. Basile procuraba no olvidarlo.
- Si la echas a perder tendré que ir al jardín de los Homais a robar un poco más. - Añadió con malicia.
No aclaró si estaba bromeando o no. Ciertamente era curiosa la imagen del boticario colándose de noche en la parte trasera de las casas del vecindario para recolectar hierbas.
- Si hay algo de lo que cada vez estoy más convencido es de que las cosas que son posibles o no las marcamos nosotros. Si tú crees que tu madre te protege entonces tendrás buena suerte. No suena muy científico pero los humanos pueden ser asombrosos, créeme. Hace poco atendía a un anciano en las últimas que aguantó cuatro meses con una tuberculosis terminal solo para ver nacer a su nieto. Al día siguiente se murió.
A veces por querer tratar el cuerpo los médicos se olvidaban de la mente que residía entre las paredes de hueso del cráneo, o en el corazón, o donde quiera que estuviese. Basile procuraba no olvidarlo.
- Si la echas a perder tendré que ir al jardín de los Homais a robar un poco más. - Añadió con malicia.
No aclaró si estaba bromeando o no. Ciertamente era curiosa la imagen del boticario colándose de noche en la parte trasera de las casas del vecindario para recolectar hierbas.
Basile Grushenko- Vampiro Clase Media
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
Le miró mientras contaba aquella anécdota y no supo si fue real o sin tan solo lo decía para aliviarla. Talena frunció el ceño pensando en ello. No era de ideas religiosas, pero tampoco excesivamente científicas. Entre otras cosas porque había carecido de medios para estudiar otra cosa que no fuera, simplemente, leer y escribir, e incluso eso le costó buena parte de la sangre, sudor y lágrimas que llevaba derramados durante los últimos años. Miró al boticario e internamente se miró a sí misma y todas las diferencias sociales que amurallaban a los dos. Basile era un hombre culto con una familia y un negocio que atender y por el que preocuparse. Además, según decía, dentro de poco tendría un aprendiz al que traspasar sus conocimientos. Talena no era más que una nómada que iba y venía con los gitanos donde pudiesen ofrecer su espectáculo a públicos más permisivos. No tenía nada y la única familia que pudo llamar como tal la perdió antes de regresar a París. Se dio cuenta de lo inestable de su vida y se preguntó si, en alguna parte, llegaría a tener la oportunidad de asentarse como otros muchos antes lo habían hecho. Pero cuando pensaba en un hogar, su mente se iba automáticamente a España. Precisamente al último lugar adonde podía regresar por el momento.
Agitó la cabeza. Tenía que controlar esa costumbre de pensar tanto en las musarañas. Ni siquiera recordaba a cuento de qué su cabeza había llegado hasta ese punto. Estaban hablando algo relacionado con un anciano. O eso creía recordar. Antes del anciano, hablaban de su madre. Sí, definitivamente tenía que ponerle un frente a su psique para que dejase de perderla por los cerros de Úbeda.
-¿Alguna vez lo has vivido por ti mismo? -se interesó mientras se quitaba los guantes y los dejaba, junto a la capa, en la silla donde momentos antes había estado sentada-. Sentir o vivir algo que no pudieras explicar científicamente. Como si de verdad hubiera algo más allá de lo que nos enseñan.
Se quitó también la chaqueta dándole inconscientemente la espalda al boticario. La camisa de lino blanca estaba ligeramente desgastada y, a decir verdad, Talena pensaba que si las prendas hablasen, aquella en concreto cantaría óperas acerca de las dos dueñas que había tenido, cada cual peor que la otra. Sonrió al recordar a Olaria, aquella ladrona desvergonzada que conociese años atrás, y comenzó a prensar la lavanda tal y como le había pedido Basile. Claro que, al oírle, sintió la tremenda tentación de echarla a perder aposta solo para verlo en la tesitura de tener que enmendar el estropicio. Su sentido común impidió que llevase a cabo el plan.
-No niego que sería algo interesante de ver -se mofó.
Agitó la cabeza. Tenía que controlar esa costumbre de pensar tanto en las musarañas. Ni siquiera recordaba a cuento de qué su cabeza había llegado hasta ese punto. Estaban hablando algo relacionado con un anciano. O eso creía recordar. Antes del anciano, hablaban de su madre. Sí, definitivamente tenía que ponerle un frente a su psique para que dejase de perderla por los cerros de Úbeda.
-¿Alguna vez lo has vivido por ti mismo? -se interesó mientras se quitaba los guantes y los dejaba, junto a la capa, en la silla donde momentos antes había estado sentada-. Sentir o vivir algo que no pudieras explicar científicamente. Como si de verdad hubiera algo más allá de lo que nos enseñan.
Se quitó también la chaqueta dándole inconscientemente la espalda al boticario. La camisa de lino blanca estaba ligeramente desgastada y, a decir verdad, Talena pensaba que si las prendas hablasen, aquella en concreto cantaría óperas acerca de las dos dueñas que había tenido, cada cual peor que la otra. Sonrió al recordar a Olaria, aquella ladrona desvergonzada que conociese años atrás, y comenzó a prensar la lavanda tal y como le había pedido Basile. Claro que, al oírle, sintió la tremenda tentación de echarla a perder aposta solo para verlo en la tesitura de tener que enmendar el estropicio. Su sentido común impidió que llevase a cabo el plan.
-No niego que sería algo interesante de ver -se mofó.
Talena Valjean- Cazador Clase Alta
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
Su anécdota era totalmente verídica, y no dudó ni por un segundo que Talena lo creería porque si había alguien capacitado para ver más allá de lo puramente físico era precisamente la gitana de cabello rojo. Basile no había tratado con muchos más de su raza, así que tampoco podía asegurar si era una capacidad intrínseca en la muchacha o en todos los de su grupo. Había colectivos con culturas menos técnicas y más espirituales, por decirlo de algún modo, aunque difícilmente los que tachaban a los gitanos de ladrones sin escrúpulos se detendrían a considerar se podían aprender algo de ellos o no. Así era la gente, primero disparar y después preguntar.
Le dio a la Salamandra la cubeta donde podría ir colocando la esencia perfumada que saldría por debajo del molinillo donde ya estaba prensando las flores de color violeta. Era un invento muy útil, la verdad, como para los granos de café pero con una mezcla líquida en el interior que sacaba lo mejor del aroma de las hierbas. Basile lo había comprado en uno de los poquísimos viajes que había tenido el placer de efectuar, todos sin salir jamás de Francia.
- Una vez, de pequeño. - Le confirmó. - Pero debí de soñarlo y me confundí.
A veces la imaginación jugaba malas pasadas y más si uno era un crío impresionable. Se arremangó, se puso el mandil de trabajar y comenzó con infinita paciencia a echar gotas de aceites distintos en un frasco bien grande donde luego añadiría la esencia de lavanda.
- El caso es que lo recuerdo como muy real, yo estaba en mi ciudad natal y volvía de la escuela. Se me había hecho oscuro porque el maestro tenía que batallar con todos los hijos de los vecinos y había algunos que ni sabían leer, así que al terminar las clases los que queríamos avanzar más nos quedábamos unas horas. La luna estaba llena y por eso veía bien el camino hacia mi casa, era invierno y no debían ser más de las cinco. - Hacía mucho tiempo que no pensaba en aquello, la verdad. - Cerca de la consulta de mi padre había unos árboles enormes y muy frondosos donde a veces decían que se escondían los gitanos. - Sonrió al darse cuenta de que se lo estaba contando a Talena. - Ya sabes que muchas veces se usan de coco para asustar a los niños. El caso era que yo tenía curiosidad porque según mi madre un gitano era algo así como un monstruo que echaba fuego por la boca, así que cuando oí un ruido me quedé a mirar. Y de los árboles salió... no sé explicar lo que era aquello. Parecía humano pero estaba cubierto de pelo y tenía unas fauces tan grandes que eché a correr sin mirar atrás ni una sola vez.
Rió sabiendo de antemano que lo que decía era ridículo. Igual había visto un oso y se había confundido, o eso le dijo su madre, pero aquella criatura no tenía nada de bestia además del pelo.
- El caso es que les conté a mis padres que por fin había visto un gitano y que no sabía que tenían esa pinta. - Negó con la cabeza. - Tardé unos cuantos años en darme cuenta de que no sois exactamente así.
Le dio a la Salamandra la cubeta donde podría ir colocando la esencia perfumada que saldría por debajo del molinillo donde ya estaba prensando las flores de color violeta. Era un invento muy útil, la verdad, como para los granos de café pero con una mezcla líquida en el interior que sacaba lo mejor del aroma de las hierbas. Basile lo había comprado en uno de los poquísimos viajes que había tenido el placer de efectuar, todos sin salir jamás de Francia.
- Una vez, de pequeño. - Le confirmó. - Pero debí de soñarlo y me confundí.
A veces la imaginación jugaba malas pasadas y más si uno era un crío impresionable. Se arremangó, se puso el mandil de trabajar y comenzó con infinita paciencia a echar gotas de aceites distintos en un frasco bien grande donde luego añadiría la esencia de lavanda.
- El caso es que lo recuerdo como muy real, yo estaba en mi ciudad natal y volvía de la escuela. Se me había hecho oscuro porque el maestro tenía que batallar con todos los hijos de los vecinos y había algunos que ni sabían leer, así que al terminar las clases los que queríamos avanzar más nos quedábamos unas horas. La luna estaba llena y por eso veía bien el camino hacia mi casa, era invierno y no debían ser más de las cinco. - Hacía mucho tiempo que no pensaba en aquello, la verdad. - Cerca de la consulta de mi padre había unos árboles enormes y muy frondosos donde a veces decían que se escondían los gitanos. - Sonrió al darse cuenta de que se lo estaba contando a Talena. - Ya sabes que muchas veces se usan de coco para asustar a los niños. El caso era que yo tenía curiosidad porque según mi madre un gitano era algo así como un monstruo que echaba fuego por la boca, así que cuando oí un ruido me quedé a mirar. Y de los árboles salió... no sé explicar lo que era aquello. Parecía humano pero estaba cubierto de pelo y tenía unas fauces tan grandes que eché a correr sin mirar atrás ni una sola vez.
Rió sabiendo de antemano que lo que decía era ridículo. Igual había visto un oso y se había confundido, o eso le dijo su madre, pero aquella criatura no tenía nada de bestia además del pelo.
- El caso es que les conté a mis padres que por fin había visto un gitano y que no sabía que tenían esa pinta. - Negó con la cabeza. - Tardé unos cuantos años en darme cuenta de que no sois exactamente así.
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
Talena tardó en procesar toda la información que Basile le había dado en un momento. Semanas atrás y se habría reído con él al imaginar la escena. Pero ya no era la misma. Había visto y vivido demasiadas cosas que poblaban las pesadillas de sensatos y supersticiosos a partes iguales. Había sido capaz de comprobar con sus propios ojos que había leyendas, que por desgracia, se tornaban en realidad. Su cuerpo se estremeció involuntariamente e incluso dejó de prensar la lavanda. Quizá, como dijo Basile, aquello solo fuese una ilusión provocada por su cansancio. Pero la mente de Talena retrocedió hasta poco después de su regreso a Paris. Estaba en el circo y bailaba al ritmo de unos tambores. A su lado había un domador gitano con una de sus bestias. De pronto, de entre todas las personas que formaban el público, los ojos negros de Talena se fueron a clavar en uno en concreto del que no fue capaz de apartarlos. Era un hombre mayor que ella, puede que de la misma edad que el propio Basile, de tez morena y ojos ambarinos. Unos ojos que brillaban salvajes y peligrosos. La miraba fijamente con una mezcla de curiosidad y consternación, como si también le hubiese sorprendido encontrarla, pese a que no se habían visto nunca antes. Talena tuvo miedo entonces y lo tenía cada vez que recordaba la descarga eléctrica que le erizó el bello en las dos ocasiones que tocó a ese hombre. Su nombre, como supo más tarde, era Ehmyr.
Un licántropo.
-Por curiosidad -comenzó a tantear cuando retomó su labor-. ¿Qué piensas de esos "cocos" de los que nos hablan de pequeños? -lo miró de soslayo, casi pudiendo esperar que se riese ante la absurdez de la pregunta-. Criaturas que teóricamente no existen, pero a las que todo el mundo tiene miedo. No sé... Hadas, espíritus, demonios, ángeles... Hombres lobo, vampiros...
Que Dios la pillase confesada después de soltar el cañonazo. Porque aunque trató de preguntarlo con indiferencia, como si solo fuese una conversación trivial, los ojos de Talena se estrecharon hasta volverse dos finas y cautelosas líneas negras. Sabía que no estaba loca y no lo había imaginado. Sabía que, para su desgracia, debió haber hecho caso del licántropo que la advirtió de la presencia de esos seres en la ciudad. Pero ella, recelosa y escéptica, se había reído de él tomándolo por una mente desquiciada. Ahora se enfrentaba a las consecuencias de su incredulidad.
-Aunque bueno, has dejado claro que no eres muy religioso -observó inmediatamente después-. Tal vez eres de los que solo creen en lo que pueden ver con sus propios ojos, ¿no?.
Un licántropo.
-Por curiosidad -comenzó a tantear cuando retomó su labor-. ¿Qué piensas de esos "cocos" de los que nos hablan de pequeños? -lo miró de soslayo, casi pudiendo esperar que se riese ante la absurdez de la pregunta-. Criaturas que teóricamente no existen, pero a las que todo el mundo tiene miedo. No sé... Hadas, espíritus, demonios, ángeles... Hombres lobo, vampiros...
Que Dios la pillase confesada después de soltar el cañonazo. Porque aunque trató de preguntarlo con indiferencia, como si solo fuese una conversación trivial, los ojos de Talena se estrecharon hasta volverse dos finas y cautelosas líneas negras. Sabía que no estaba loca y no lo había imaginado. Sabía que, para su desgracia, debió haber hecho caso del licántropo que la advirtió de la presencia de esos seres en la ciudad. Pero ella, recelosa y escéptica, se había reído de él tomándolo por una mente desquiciada. Ahora se enfrentaba a las consecuencias de su incredulidad.
-Aunque bueno, has dejado claro que no eres muy religioso -observó inmediatamente después-. Tal vez eres de los que solo creen en lo que pueden ver con sus propios ojos, ¿no?.
Talena Valjean- Cazador Clase Alta
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
Basile seguía afanoso en su tarea, concentrado como siempre que trabajaba y procurando crear un ambiente tranquilo y rutinario para que Talena se tranquilizara. Su vaso lleno de licor descansaba todavía sobre el mostrador de madera al lado del vaso vacío del boticario, y al verlos éste no pudo evitar recordar la visita de Vaël de hacía unos días y la forma tan salvaje en la que habían hecho crujir hasta los clavos más hondos de aquel mueble tan antiguo. Se sonrió intentando que no se le notara demasiado y siguió destilando poco a poco, porque la paciencia era la madre de la ciencia. Oyó la pregunta de la gitana y se dijo que tal vez ella estaba interesada en el folklore por algo relacionado con su función. Decían que los de su etnia eran fantasiosos y que les gustaban mucho los romances, así que quién sabe, tal vez la Salamandra iba por ahí recogiendo historias que escenificar.
- Lo más parecido a un ángel que he visto nunca fuiste tú haciendo aquellas peripecias y cantando. - Reconoció, intentando bajarla de nuevo a la tierra con una broma. - De todo lo demás... pues opino que son cuentos.
No dijo aquello con ningún desprecio, las fábulas estaban muy bien y a Basile le gustaba oírlas igual que cuando tenía cinco años. Opinaba que era una lástima que muchos adultos perdieran la imaginación, pero admitía que él era a veces uno de ellos. No podía creer simplemente que hubiera morando sobre la Tierra seres con una biología y longevidad diferentes a las de los humanos, camuflados entre ellos y suponiendo un peligro público tan enorme. Era imposible que algo así se mantuviera en secreto.
- Sí, soy básicamente un hombre de ciencia de los peores, de los que comen un postre delicioso o ven una muchacha bonita y solo se dan cuenta de la química que hay detrás.
Eso era una exageración, claro, como demostró su risa posterior, alegre y sin tensiones. Estaba de visible mejor humor desde que había conocido a cierta persona y no podía negarlo, ¿qué más daba si las responsables de esa felicidad solo eran unas moléculas diminutas que bailaban por su torrente circulatorio? También la compañía de Talena contribuía a aligerar su jornada, aunque lamentaba verla más taciturna que de costumbre.
- ¿Por qué, alguien te ha asustado con eso? ¿Crees que Melalo pueda ser un príncipe transformado por una bruja malvada en un mono peludo? Puedes besarle y probar suerte...
Alzó el frasco del aceite y valoró su contenido a contraluz. Como todavía no quedó satisfecho con la mezcla continuó añadiendo gotas de aquí y de allá, y en un momento determinado se dirigió a una de las estanterías que decoraban las paredes del establecimiento en busca de alguna especia en polvo.
- Deberías hablar con mi madre, tiene un bonito repertorio de historias sobrenaturales. Ella está convencida de que todo eso de los seres mágicos es real y de que hay duendes que se comen sus patatas.
- Lo más parecido a un ángel que he visto nunca fuiste tú haciendo aquellas peripecias y cantando. - Reconoció, intentando bajarla de nuevo a la tierra con una broma. - De todo lo demás... pues opino que son cuentos.
No dijo aquello con ningún desprecio, las fábulas estaban muy bien y a Basile le gustaba oírlas igual que cuando tenía cinco años. Opinaba que era una lástima que muchos adultos perdieran la imaginación, pero admitía que él era a veces uno de ellos. No podía creer simplemente que hubiera morando sobre la Tierra seres con una biología y longevidad diferentes a las de los humanos, camuflados entre ellos y suponiendo un peligro público tan enorme. Era imposible que algo así se mantuviera en secreto.
- Sí, soy básicamente un hombre de ciencia de los peores, de los que comen un postre delicioso o ven una muchacha bonita y solo se dan cuenta de la química que hay detrás.
Eso era una exageración, claro, como demostró su risa posterior, alegre y sin tensiones. Estaba de visible mejor humor desde que había conocido a cierta persona y no podía negarlo, ¿qué más daba si las responsables de esa felicidad solo eran unas moléculas diminutas que bailaban por su torrente circulatorio? También la compañía de Talena contribuía a aligerar su jornada, aunque lamentaba verla más taciturna que de costumbre.
- ¿Por qué, alguien te ha asustado con eso? ¿Crees que Melalo pueda ser un príncipe transformado por una bruja malvada en un mono peludo? Puedes besarle y probar suerte...
Alzó el frasco del aceite y valoró su contenido a contraluz. Como todavía no quedó satisfecho con la mezcla continuó añadiendo gotas de aquí y de allá, y en un momento determinado se dirigió a una de las estanterías que decoraban las paredes del establecimiento en busca de alguna especia en polvo.
- Deberías hablar con mi madre, tiene un bonito repertorio de historias sobrenaturales. Ella está convencida de que todo eso de los seres mágicos es real y de que hay duendes que se comen sus patatas.
Basile Grushenko- Vampiro Clase Media
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
Arqueó una ceja y lo miró de soslayo, entre divertida y exasperada por el cumplido. Pero no podía culparle. La seriedad de su pregunta estaba camuflada por el escepticismo y el temor de que Basile la considerase una loca. No había visto a dos vampiros peleando y destrozando el cementerio con la misma claridad con la que la gitana podía ver las manos del boticario trabajando la mezcla. Su frustración, aunque lógica, no era plausible en aquellos momentos. Se mantuvo callada por unos minutos en los que su cabeza siguió ordenando ideas y conjeturas. Nereza, la vampira, le había salvado la vida tras revelar que pertenecía a la Inquisición. Precisamente lo primeros que prejuzgaban y daban muerte a todos aquellos que, simplemente, no cumpliesen con el patrón que la sociedad se había encargado de preestablecer. ¿Estaría mintiendo para asustar a Alexandrai o, de verdad, gente así podría limar asperezas por un bien común? Era la misma pregunta que sacudía su mente cada dos por tres desde que deciese alejarse del circo. Aquello no tenía ni pies ni cabeza, y si bien sabía que lo sensato era olvidarlo, también tenía claro que su cabezonería la haría cometer una locura por meter las narices donde no debiese. Basile volvió a hablar. Talena parpadeó confusa y lo miró interrogante. Mencionó a Melalo como un príncipe al que había que salvar de su maleficio. Sonrió y rodó los ojos de solo imaginárselo.
-No me gustan los príncipes -comentó son sorna-. Ni tampoco los científicos que se hacen los listillos. Ya he probado ambas experiencias y ninguna salió bien.
Se inclinó un poco hacia él y, a una distancia prudencial para no molestarle, husmeó qué era lo que lo tenía tan concentrado. Aunque tuvo que incorporarse a toda prisa para no recibir un cabezazo cuando quiso ir a las estanterías. Torció el morro con una mueca bastante infantil por su parte, como si hubiera quedado anclada en la adolescencia desde que cruzase la puerta de la botica. Ahora que Basile no estaba delante, podía observar mejor el trabajo que estaba haciendo. Puso las manos en el mostrador y se agachó hasta que sus ojos quedaron a la altura del frasco. Vista así, parecía un gatito callejero esperando a que saliese un ratón del agujero de la pared para cazarlo.
-¿Cómo es tu madre? -quizá se excedía con aquella pregunta, pero la curiosidad pudo con ella en aquel momento-. ¿Vive contigo?
-No me gustan los príncipes -comentó son sorna-. Ni tampoco los científicos que se hacen los listillos. Ya he probado ambas experiencias y ninguna salió bien.
Se inclinó un poco hacia él y, a una distancia prudencial para no molestarle, husmeó qué era lo que lo tenía tan concentrado. Aunque tuvo que incorporarse a toda prisa para no recibir un cabezazo cuando quiso ir a las estanterías. Torció el morro con una mueca bastante infantil por su parte, como si hubiera quedado anclada en la adolescencia desde que cruzase la puerta de la botica. Ahora que Basile no estaba delante, podía observar mejor el trabajo que estaba haciendo. Puso las manos en el mostrador y se agachó hasta que sus ojos quedaron a la altura del frasco. Vista así, parecía un gatito callejero esperando a que saliese un ratón del agujero de la pared para cazarlo.
-¿Cómo es tu madre? -quizá se excedía con aquella pregunta, pero la curiosidad pudo con ella en aquel momento-. ¿Vive contigo?
Talena Valjean- Cazador Clase Alta
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
Le daban igual los seres fantásticos de los cuentos, pero si Talena hubiera nombrado en voz alta a la Inquisición el boticario estaría ya corriendo calle abajo como alma que lleva el diablo. Veía en todos los religiosos a un montón de borregos bien posicionados cuya única aspiración en la vida era aplastar todo reducto de esperanza y felicidad de los que eran diferentes. Diferentes por ser de otra raza, por no rezar a quien ellos rezaban o por no amar a quien ellos decían que debían hacerlo. Ahora además tenía una razón para temerlos, algo nuevo que se había encontrado sin buscarlo y que era a la vez su alegría y su secreto. Y si tenía que ocultarlo era precisamente por esa panda de mojigatos soplavelas. ¿Qué más les daba a todos como viviera cada uno su vida?
- ¿Con esa experiencia con científicos listillos no te estarás refiriendo a mí, eh?
Su tono de voz era jocoso, estaba con una amiga. No conocía a Talena desde hacía mucho pero ya la sentía próxima, quizá con esa emoción gregaria que daba el estatus de proscrito. Sonrió al regresar al mostrador y encontrarse a la muchacha agachada con la vista tan fija en el tarro. Estuvo tentado de darle con el trapo del polvo en el trasero, pero no lo consideró oportuno. La pelirroja había entrado en su botica buscando protección de unos maleducados y probablemente no estaría de humor para encontrarse con otro.
- Muy lista, quitando lo de las historias de duendes. - Respondió volviendo a su tarea con dedicación. - No, hasta en las historias es lista, no sé, las analiza, no se limita a ser supersticiosa. Sé que no vende mucho que admita esto delante de una chica, pero... la quiero mucho. Cuando cumplo otro año y creo que ya lo sé todo ella me hace darme cuenta de que nunca dejamos de ser niños que nos sorprendemos al mirar el mundo.
- ¿Con esa experiencia con científicos listillos no te estarás refiriendo a mí, eh?
Su tono de voz era jocoso, estaba con una amiga. No conocía a Talena desde hacía mucho pero ya la sentía próxima, quizá con esa emoción gregaria que daba el estatus de proscrito. Sonrió al regresar al mostrador y encontrarse a la muchacha agachada con la vista tan fija en el tarro. Estuvo tentado de darle con el trapo del polvo en el trasero, pero no lo consideró oportuno. La pelirroja había entrado en su botica buscando protección de unos maleducados y probablemente no estaría de humor para encontrarse con otro.
- Muy lista, quitando lo de las historias de duendes. - Respondió volviendo a su tarea con dedicación. - No, hasta en las historias es lista, no sé, las analiza, no se limita a ser supersticiosa. Sé que no vende mucho que admita esto delante de una chica, pero... la quiero mucho. Cuando cumplo otro año y creo que ya lo sé todo ella me hace darme cuenta de que nunca dejamos de ser niños que nos sorprendemos al mirar el mundo.
Basile Grushenko- Vampiro Clase Media
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
Le sacó la lengua antes de levantarse, aunque no supo si la vio. Se hizo a un lado dejándole espacio, pero siguió levemente inclinada para no perder detalle de lo que hiciese. Nunca había visto a un boticario trabajar y sentía curiosidad. De pequeña se los imaginaba como uno de esos duendes de los que, al parecer, hablaba la señora Grushenko. Hombrecillos pequeños y de orejas puntiagudas que a media noche fabricaban todos esos potingues que a la mañana siguiente vendían sus secuaces. Bendita fuera la imaginación de un niño. Miró a Basile y se lo imaginó tal cual ella recordaba aquella paradoja. Pero un Basile en miniatura y orejudo que no parase de dar botes cerca de los tarros. Se le escapó la risa sin pretenderlo y se cubrió la boca con el dorso de la mano. Pero por más que tratase de contenerse, sus hombros seguían convulsionándose. Se abanicó, lo volvió a mirar burlona y le explicó el motivo de su risa.
-La verdad es que te verías incluso mejor de ese tamaño -afirmó cuando acabó de narrar su ida de cabeza.
Toda risa se desvaneció cuando comenzó a hablar de su madre. Los labios de la gitana seguían curvados en una sonrisa amigable e incluso cómplice. Trataba de imaginarse cómo sería físicamente la señora Grushenko, así como su forma de tratar a los demás. La opinión de Basile de que Talena pudiera tomarse de forma extraña el hecho de que afirmase que quería a su madre no hizo más que arrancarle otra risa a la Salamandra. Solo que esa vez fue una risa dulce, tierna y comprensiva.
-Todo el mundo quiere a su madre, incluso los que no la conocemos -observó apoyándose en el mostrador-. Otra cosa es que queramos o no admitirlo. Aunque no hacerlo me parece una soberana gilip... -se contuvo a tiempo de decir el taco, que para colmo comenzó a dispararlo en español. Sus labios, al hacerlo, soltaron una ligera pedorreta bastante cómica-. Me he vuelto una malhablada -rió-. Olvida lo último y dejémoslo en que es una tontería hacerse el macho ibérico que no siente nada por nada ni por nadie cuando sería capaz de grabarse a fuego en el brazo "Amor de Madre".
Hizo una mueva al pensarlo y acto seguido se esforzó por borrar la imagen de su cabeza. La imaginación de Talena era, con frecuencia, un hervidero de sinsentidos peligrosos incluso para su propio equilibrio mental.
-Tu madre parece buena persona -murmuró después-. Tal vez incluso deberías creer sus historias un poco más... Pero solo un poquito.
-La verdad es que te verías incluso mejor de ese tamaño -afirmó cuando acabó de narrar su ida de cabeza.
Toda risa se desvaneció cuando comenzó a hablar de su madre. Los labios de la gitana seguían curvados en una sonrisa amigable e incluso cómplice. Trataba de imaginarse cómo sería físicamente la señora Grushenko, así como su forma de tratar a los demás. La opinión de Basile de que Talena pudiera tomarse de forma extraña el hecho de que afirmase que quería a su madre no hizo más que arrancarle otra risa a la Salamandra. Solo que esa vez fue una risa dulce, tierna y comprensiva.
-Todo el mundo quiere a su madre, incluso los que no la conocemos -observó apoyándose en el mostrador-. Otra cosa es que queramos o no admitirlo. Aunque no hacerlo me parece una soberana gilip... -se contuvo a tiempo de decir el taco, que para colmo comenzó a dispararlo en español. Sus labios, al hacerlo, soltaron una ligera pedorreta bastante cómica-. Me he vuelto una malhablada -rió-. Olvida lo último y dejémoslo en que es una tontería hacerse el macho ibérico que no siente nada por nada ni por nadie cuando sería capaz de grabarse a fuego en el brazo "Amor de Madre".
Hizo una mueva al pensarlo y acto seguido se esforzó por borrar la imagen de su cabeza. La imaginación de Talena era, con frecuencia, un hervidero de sinsentidos peligrosos incluso para su propio equilibrio mental.
-Tu madre parece buena persona -murmuró después-. Tal vez incluso deberías creer sus historias un poco más... Pero solo un poquito.
Talena Valjean- Cazador Clase Alta
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
Alzó la vista cuando oyó a Talena reírse y pronto se contagió cuando ella le contó la razón. Vaya imagnación gastaba la muchacha. Al menos ya la veía más contenta que cuando entró toda pálida por la puerta rígida como un muerto. Sería divertido probar por un tiempo lo que era ser tan pequeño y con esas orejas de punta, quién sabe, igual le gustaba la experiencia y después no quería volver a ocupar su cuerpo normal.
- No dice mucho a favor de mi belleza que tú creas que me sentaría bien ser un duende.
Enarcó una ceja como retándola a contradecirle. Tsk. Él siempre tenía cumplidos para la pelirroja y a cambio mira lo que recibía, comparaciones con enanos orejones. Bah, realmente se había reído a gusto y si quería oír piropos cursis no tenía más que llamar a una de las señoritas con las que alguna vez había tenido relación. Basile nunca guardaba las cartas comprometedoras de las mujeres con las que estaba, sobre todo si eran casadas, pero recordaba algunas muy melodramáticas de cinco cuartillas de hoja con todo lujo de detalles sobre la comparación de los ojos del boticario con la luna, y ésas no eran las peores. Algunas mujeres tenían un problema con su papel de frágiles princesas, lo llevaban al extremo. Tanto era así que Basile había acabado por salir corriendo a enredarse desesperado con un hombre. Le divirtió pensar que las exageraciones femeninas lo habían empujado como una suerte de fatalidad a los brazos de Vaël.
- No, no, ¿qué ibas a decir? - Preguntó sentándose en su taburete. - ¿Qué idioma era?
Él solo hablaba francés y latín. En su familia hacía mucho que se había perdido el ruso y el inglés no era necesario por entonces para entenderse con otros científicos, todos usaban la lengua culta. Era cierto que el acento del boticario dejaba mucho que desear pero le sobraba para hacer referencia a los nombres de las plantas que usaba y de todos los compuestos químicos.
- Es difícil creer en ellas cuando incluyen toda una gama de seres imposibles desde un punto de vista médico. Quiero decir... ¿cómo se supone que un cadáver pueda caminar y más aún ir a morderle a uno el cuello? - Era un argumento irrefutable. Parecía olvidar con facilidad su encuentro de cuando era pequeño con aquella bestia peluda porque simplemente no encajaba en sus esquemas. - Pero hablando de historias seguro que la tuya es mucho más interesante. ¿No me quieres contar algo? De dónde vienes, por qué se fue tu madre o dónde está tu padre. No tienes obligación, naturalmente, pero mi vida es tan aburrida...
No la consideraba exactamente así, y menos últimamente, pero se refería a que había seguido un curso vital estándar. Padres franceses, infancia en Francia, negocio en Francia. Fin.
- No dice mucho a favor de mi belleza que tú creas que me sentaría bien ser un duende.
Enarcó una ceja como retándola a contradecirle. Tsk. Él siempre tenía cumplidos para la pelirroja y a cambio mira lo que recibía, comparaciones con enanos orejones. Bah, realmente se había reído a gusto y si quería oír piropos cursis no tenía más que llamar a una de las señoritas con las que alguna vez había tenido relación. Basile nunca guardaba las cartas comprometedoras de las mujeres con las que estaba, sobre todo si eran casadas, pero recordaba algunas muy melodramáticas de cinco cuartillas de hoja con todo lujo de detalles sobre la comparación de los ojos del boticario con la luna, y ésas no eran las peores. Algunas mujeres tenían un problema con su papel de frágiles princesas, lo llevaban al extremo. Tanto era así que Basile había acabado por salir corriendo a enredarse desesperado con un hombre. Le divirtió pensar que las exageraciones femeninas lo habían empujado como una suerte de fatalidad a los brazos de Vaël.
- No, no, ¿qué ibas a decir? - Preguntó sentándose en su taburete. - ¿Qué idioma era?
Él solo hablaba francés y latín. En su familia hacía mucho que se había perdido el ruso y el inglés no era necesario por entonces para entenderse con otros científicos, todos usaban la lengua culta. Era cierto que el acento del boticario dejaba mucho que desear pero le sobraba para hacer referencia a los nombres de las plantas que usaba y de todos los compuestos químicos.
- Es difícil creer en ellas cuando incluyen toda una gama de seres imposibles desde un punto de vista médico. Quiero decir... ¿cómo se supone que un cadáver pueda caminar y más aún ir a morderle a uno el cuello? - Era un argumento irrefutable. Parecía olvidar con facilidad su encuentro de cuando era pequeño con aquella bestia peluda porque simplemente no encajaba en sus esquemas. - Pero hablando de historias seguro que la tuya es mucho más interesante. ¿No me quieres contar algo? De dónde vienes, por qué se fue tu madre o dónde está tu padre. No tienes obligación, naturalmente, pero mi vida es tan aburrida...
No la consideraba exactamente así, y menos últimamente, pero se refería a que había seguido un curso vital estándar. Padres franceses, infancia en Francia, negocio en Francia. Fin.
Basile Grushenko- Vampiro Clase Media
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
-Decir que eres guapo a secas sería decir la verdad, pero no tan divertido como imaginarte convertido en gnomo -dijo frunciendo el ceño y mirándolo con la burla asomando por los cuatro costados-. Además, seré una maleducada, pero creo recordar que no es correcto que sea la señorita la que piropee al caballero.
Volvió a sacarle la lengua infantilmente y se incorporó apartándose del mostrador. Mientras él se sentaba en su taburete, Talena decidió curiosear desde el respeto lo que veía en los estantes a los que el propio boticario había acudido en busca de más ingredientes con los que ahora trabajaba. Ladeó la cabeza y los recorrió con la mirada, manteniendo las manos entrecruzadas a la espalda y con la atención puesta en lo que le dijera Basile. Cuando quiso saber acerca de la palabrota, rió.
-Gilipollez -completó en español dándose cuenta de que le ardieron un poco las mejillas al hacerlo-. No te aconsejo que la uses, es muy barriobajera. Viene a ser un insulto en español... Hum... Algo así como "Idiotez", pero más vulgar. Por eso la usé para referirme a los machos que niegan a sus madres.
No lo estaba arreglando, desde luego que no. Mientras más hablaba, más burra se sentía y más rojo se tornaba su rostro, que comenzaba a ser como la grana. Empezó a agradecer tanto el cambio de tema, como el seguir de espaldas a Basile. Sus manos se descruzaron y los dedos de una de ellas agarraron distraídamente uno de los mechones rojizos que le caían por la espalda. La opinión de Basile sobre los vampiros era fundamentada y no podía contrarrestarla aunque quisiera, porque ambos tenían razón. Él por aplicar conocimientos científicos y ella por atenerse a lo que había visto y sentido por sí misma aquella noche. En cuanto a su vida... No se sorprendería si el boticario quisiera echarla a patadas si conociese algunos detalles escabrosos que hasta ella misma prefería olvidar.
-Puedes preguntar lo que quieras -encogió los hombros-. No voy a tirar por la borda tu teoría de los vampiros mordiéndote.
Por un momento se imaginó a sí misma convertida por Alexandrai, pero no tardó en descartar la idea con un estremecimiento imperceptible. No había sobrevivido a las trifulcas para morir en los brazos de un chupasangre y despertarse convertida en otra.
-Nací en Francia hace veinticinco años -comenzó a narrarle con la mirada perdida en la ventana. Ni siquiera veía realmente lo que tenía delante-. Mi padre era médico y mi madre una gitana. Fui concebida en el adulterio, así que no eran pocos los que me consideraban una bastarda sin voz ni voto. Mi padre me arrebató de los brazos de mi madre cuando lo supo y me llevó con él para criarme con su esposa, quien al parecer no podía tener hijos -se giró, miró a Basile rodando los ojos e hizo señas de cortarse a sí misma el cuello con la mano-. Naturalmente esa mujer no me trató como una hija, ni yo la traté como madre. Nos recelábamos mutuamente, hasta que a los siete años se enteró de que mi verdadera madre había desaparecido. Ese mismo año me acusó a los Inquisidores de bruja y hereje y me apresaron. Mi padre intercedió por mí y me ayudó a escapar. Pero a cambio la Inquisición lo apresó a él y a su esposa. Lo que hicieron con ellos creo que puedes imaginarlo por ti mismo.
Volvió a sacarle la lengua infantilmente y se incorporó apartándose del mostrador. Mientras él se sentaba en su taburete, Talena decidió curiosear desde el respeto lo que veía en los estantes a los que el propio boticario había acudido en busca de más ingredientes con los que ahora trabajaba. Ladeó la cabeza y los recorrió con la mirada, manteniendo las manos entrecruzadas a la espalda y con la atención puesta en lo que le dijera Basile. Cuando quiso saber acerca de la palabrota, rió.
-Gilipollez -completó en español dándose cuenta de que le ardieron un poco las mejillas al hacerlo-. No te aconsejo que la uses, es muy barriobajera. Viene a ser un insulto en español... Hum... Algo así como "Idiotez", pero más vulgar. Por eso la usé para referirme a los machos que niegan a sus madres.
No lo estaba arreglando, desde luego que no. Mientras más hablaba, más burra se sentía y más rojo se tornaba su rostro, que comenzaba a ser como la grana. Empezó a agradecer tanto el cambio de tema, como el seguir de espaldas a Basile. Sus manos se descruzaron y los dedos de una de ellas agarraron distraídamente uno de los mechones rojizos que le caían por la espalda. La opinión de Basile sobre los vampiros era fundamentada y no podía contrarrestarla aunque quisiera, porque ambos tenían razón. Él por aplicar conocimientos científicos y ella por atenerse a lo que había visto y sentido por sí misma aquella noche. En cuanto a su vida... No se sorprendería si el boticario quisiera echarla a patadas si conociese algunos detalles escabrosos que hasta ella misma prefería olvidar.
-Puedes preguntar lo que quieras -encogió los hombros-. No voy a tirar por la borda tu teoría de los vampiros mordiéndote.
Por un momento se imaginó a sí misma convertida por Alexandrai, pero no tardó en descartar la idea con un estremecimiento imperceptible. No había sobrevivido a las trifulcas para morir en los brazos de un chupasangre y despertarse convertida en otra.
-Nací en Francia hace veinticinco años -comenzó a narrarle con la mirada perdida en la ventana. Ni siquiera veía realmente lo que tenía delante-. Mi padre era médico y mi madre una gitana. Fui concebida en el adulterio, así que no eran pocos los que me consideraban una bastarda sin voz ni voto. Mi padre me arrebató de los brazos de mi madre cuando lo supo y me llevó con él para criarme con su esposa, quien al parecer no podía tener hijos -se giró, miró a Basile rodando los ojos e hizo señas de cortarse a sí misma el cuello con la mano-. Naturalmente esa mujer no me trató como una hija, ni yo la traté como madre. Nos recelábamos mutuamente, hasta que a los siete años se enteró de que mi verdadera madre había desaparecido. Ese mismo año me acusó a los Inquisidores de bruja y hereje y me apresaron. Mi padre intercedió por mí y me ayudó a escapar. Pero a cambio la Inquisición lo apresó a él y a su esposa. Lo que hicieron con ellos creo que puedes imaginarlo por ti mismo.
Talena Valjean- Cazador Clase Alta
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Re: Escondrijo improvisado [Basile]
A él no le importaba que las chicas le piropearan, aunque ya no ejercieran el mismo efecto hipnotizante sobre él que antes. Pero bueno, de eso no tenía la culpa Talena, en realidad ella era bastante más fascinante que las otras mujeres. Terminó de mezclar aceites y cogió el molinillo con el que había trabajado la gitana para sacar la esencia exprimida y añadirla al compuesto.
- Guilipoless. - Intentó imitarla sin darse mucha maña con su acento francés. - ¿Por qué una señorita como tú conoce ese vocabulario?
Chasqueó la lengua como si fuera intolerable su comportamiento pero no había más que mirarle para ver la sonrisa en su rostro. Era agradable dar con una compañía no demasiado maniatada por las normas sociales, con una persona auténtica. Tampoco le hizo falta preguntar a pesar de que ella le invitó directamente a hacerlo porque se puso a contar a grandes rasgos su historia. El gesto alegre de la cara de Basile se fue borrando paulatinamente hasta concluir con una mueca como de dolor.
- La Inquisición. - Repitió.
Sin darse cuenta había empleado un tono de temor reverencial, lo cual decía mucho respecto a sus sentimientos por la sagrada institución. Se reafirmó en su posición del disfraz, de esconderse para no ser notado como un insecto en la espalda de la gran hermandad eclesiástica. Tal vez si no hacía ruido podía seguir siendo feliz a su manera sin llegar a llamar la atención de nadie. No dejaría que tocaran a ninguno de sus amigos, ni a su madre ni a él. Si era necesario huiría como un conejo, no tenía mucho honor que defender, y en cualquier caso prefería ser un cobarde vivo.
- ¿Y nunca te casaste ni tuviste intención?
- Guilipoless. - Intentó imitarla sin darse mucha maña con su acento francés. - ¿Por qué una señorita como tú conoce ese vocabulario?
Chasqueó la lengua como si fuera intolerable su comportamiento pero no había más que mirarle para ver la sonrisa en su rostro. Era agradable dar con una compañía no demasiado maniatada por las normas sociales, con una persona auténtica. Tampoco le hizo falta preguntar a pesar de que ella le invitó directamente a hacerlo porque se puso a contar a grandes rasgos su historia. El gesto alegre de la cara de Basile se fue borrando paulatinamente hasta concluir con una mueca como de dolor.
- La Inquisición. - Repitió.
Sin darse cuenta había empleado un tono de temor reverencial, lo cual decía mucho respecto a sus sentimientos por la sagrada institución. Se reafirmó en su posición del disfraz, de esconderse para no ser notado como un insecto en la espalda de la gran hermandad eclesiástica. Tal vez si no hacía ruido podía seguir siendo feliz a su manera sin llegar a llamar la atención de nadie. No dejaría que tocaran a ninguno de sus amigos, ni a su madre ni a él. Si era necesario huiría como un conejo, no tenía mucho honor que defender, y en cualquier caso prefería ser un cobarde vivo.
- ¿Y nunca te casaste ni tuviste intención?
Basile Grushenko- Vampiro Clase Media
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