Escondrijo improvisado [Basile]

por **Talena Valjean** Mar Mayo 01, 2012 1:18 pm

Recuerdo del primer mensaje :

-Niña, ¿pero qué pasa?

Talena no atendía a preguntas ni a ruegos de explicaciones. La calma que aparentaba pendía de un hilo, mostrándose en su respiración acelerada y sus ojos abiertos de par en par. La calidez que desprendían aquellos iris negros, por otra parte, había sido reemplazada por la frialdad que emanaba del iceberg de la lógica. Estaba pálida, más que de costumbre, y la anciana gitana que compartía su carpa lo notó. Algo la había turbado, y aquello que fuera preocupante para "La Salamandra", bien podría serlo para los otros gitanos. Porque nada, nunca jamás, había puesto tan nerviosa a la mujer. Los interrogatorios de la anciana se sucedieron atropelladamente. Talena sentía que se ahogaba en aquel mar de preguntas al que no podía responder. ¿Qué iba a decirle a la anciana? ¿Que un muerto viviente casi la mata en su escapada furtiva al cementerio? ¡Por todos los dioses, si los muertos no salen de las tumbas! Ambas gritaron cuando la carpa se abrió de golpe. O mejor dicho, la anciana gritó del susto de oír a Talena gritar. Pero solo eran las nietas de la primera, que habían quedado casi tan asustadas como las dos adultas al no esperarse semejante reacción. Talena se dio cuenta, no sin un estremecimiento, que había sido una insensatez regresar al circo. Si Alexandrai la seguía, podría hacerle algo a las niñas, o a la abuela o a saber a quién sería capaz de coger por delante en medio de su locura.

"Tengo que salir de aquí", pensó. Salió aprovechando el revuelo e ignorando las súplicas de la anciana de que tuviese cuidado. Si Alexandrai no le había puesto una mano encima todavía, siendo lo que era, entonces aún tenía una oportunidad. Pero que ella corriese esa suerte no significaba que los que la rodeasen también disfrutaran de la misma baza. Corrió al exterior y enfiló hacia la ciudad, a pie. El caballo ya estaba bastante alarmado, el triple que su ama de hecho, con lo que habían vivido en el cementerio. El animal no había estado presente en el momento de la trifulca entre los dos vampiros, que se disputaron a Talena como si en vez de una persona fuera un trofeo que pulir. Pero habría olido, oído y sentido el peligro. Por otra parte, mientras menos llamase la atención, mejor. Se abrigó con la capa y escondió su rostro al mundo con la capucha. La gente que se cruzó con ella pasó de largo, tomándola como una indigente más. Su corazón latía con fuerza. Como tambores de guerra que anunciasen el peligro, puesto que mientras más callejeaba por París, más aumentaba la sensación de que se acercaba a Alexandrai, en lugar de despistarlo como pretendía. Tal vez fuera así. ¿Cómo demonios funcionaba el cuerpo de un vampiro? Ella nunca había conocido a ninguno antes.... ¡Por suerte! O al menos no de forma consciente. Ahora no estaba segura... ¿Y si la señora de la panadería también tenía colmillos de quita y pon y por las noches se dedicaba a llenarse la panza de sangre ajena igual que un chupacabras? Lo que le faltaba para conciliar el sueño aquella noche.

-Cariño, nunca he ido a esa botica. Mañana podríamos visitarla.

Talena se paró en seco. La pareja, que caminaba tranquilamente tras ella, la miró con una mezcla de asco y desconfianza antes de esquivarla a una distancia prudencial con la que pudieran evitar que les robase. Ella los ignoró, esperó a que se hubieran alejado y entonces levantó la cabeza. Sopesó la idea que pasaba por su cabeza. Salir del circo para evitar poner a aquella gente en peligro y arriesgarse a meter en problemas al boticario. Una idea brillante donde las hubiese, sí señor. Pero no tenía muchas más opciones. De pequeña, cuando entraba en las boticas, los olores de su interior la embriagaban. Desconocía si aquella era igual que las de su infancia, pero no perdía nada por probar. Porque, sinceramente, dudaba que un crucifijo a gran escala espantase a Alexandrai a menos que lo utilizara para clavárselo en el gaznate. Miró a ambos lados de la calle, esperó a que el ajetreo menguase y entonces avanzó a zancadas.

El sonido de la puerta al abrirse delató su presencia, por lo que todo intento de pasar desapercibida fue dado de lado. Por los bordes de la capucha pudo ver los pies de una señora mayor. No la miraba, estaba pendiente del boticario y esperando a que la atendiese. Cerraría en breves, así que no se demoraría mucho. Se deslizó a una esquina, junto a la entrada, y mantuvo la cabeza agachada mientras esperaba a que la mujer terminase con su compra y saliese del establecimiento.

por **Talena Valjean** Lun Mayo 14, 2012 5:53 pm

-Porque era lo que se escuchaba todos los días donde residía antes -respondió sin darle importancia al comentario.

Estaba más ocupada tratatando de contener el huracán de recuerdos que se desató en su cabeza. Los años en España, que se fueron sucediendo de forma caótica y surrealista. Era como vivir una vida que no le pertenecia.

-Dos veces -respondió. Su voz se había tornado repentinamente distante y carente de emoción-. Cuando aún era una cría loca e inexperta, conocí a un mestizo. Hijo de madre francesa y padre inglés. Se llamaba Armand Valerious.

Levantó la cabeza. Fuera había anochecido y la poca gente que veía transitar en la calle buscaba regresar a sus hogares o entrar en alguna taberna donde calentarse, beber y contar los chismes del día. Apoyó el hombro en la pared y llevó la mano hasta el colgante que quedaba en su cuello. El anillo osciló unos segundos antes de que la Salamandra lo atrapase entre sus dedos.

-Caí fácilmente en sus redes como lo habría hecho cualquier chiquilla sin experiencia ni el consejo de una madre -observó, pero su voz no mostraba odio ni desprecio, sino añoranza-. Me enamoré y al cumplir los dieciséis años me pidió que me casara con él. Naturalmente acepté, y puedo decir con total certeza que los meses siguientes al compromiso fueron los mejores que he vivido en muchos años. Estaba en una nube y nada ni nadie podía bajarme de ella. Al final me caí por mí misma; el mismo Inquisidor que me sentenció aquí, en Francia, me encontró en España. Me tendió una trampa, me raptó y volvió a acusarme de herejía. Quiso asustarme, pero ambos sabíamos que no podía hacerme nada mientras estuviéramos en España -Su semblante, poco a poco, fue palidenciendo hasta el punto de superar la demacración con la que cruzó la puerta de la botica pidiendo amparo-Eres listo, no hará falta decirte qué fue lo que pasó. A fin de cuentas es lo único que se le puede hacer a una mujer para amedrentarla y hacer desaparecer su confianza en sí misma.

El puño se cerró en torno al anillo. La Salamandra cerró los ojos y apoyó la cabeza en la pared con un suspiro.

-Me mantuvo prisionera durante mucho tiempo. Días,semanas... No podría asegurarlo. Para cuando los míos me encontraron y lograron sacarme de allí, Armand había rehecho sus planes por su cuenta. Creía que yo me había marchado sin decirle nada, se dejó conquistar por otra dama más respetable -rió sarcástica-... y se prometió con ella. Pocas semanas después se casaron y ahora son padres de un hermoso crío de siete u ocho años, no recuerdo bien.

Se separó de la pared y volvió a caminar por la botica. Tardó varios minutos en respirar hondo, levantar la cabeza y mirar a Basile con una sonrisa afable en los labios.

-Y bueno, a los veinte años me casé con un gitano llamado Jaime -volvió a reír, pero esa vez era una risa sincera y alegre-. Por conveniencia de ambas partes. Las cosas no estaban como para que andase sola y sin un marido. Él había perdido a su anterior compañera y necesitaba una madre que cuidase de su hijo. Supongo que fue lo más parecido a una familia que he tenido hasta ahora. Jaime murió en una revuelta cuatro años después y yo me quedé con su hijo hasta que decidí volver a Francia. Fin de la historia.

por **Basile Grushenko** Jue Mayo 17, 2012 11:52 am

Talena tenía una historia repleta de aventuras y peripecias y él, que le sacaba siete años, únicamente podía contar que se había mudado de su ciudad de origen a París. Fin. No pudo evitar sentirse muy soso en comparación aunque también afortunado, desde luego, porque no todas las idas y venidas de la gitana habían sido agradables. De hecho había bastantes hechos dolorosos y fúnebres en su trayectoria y Basile no pudo sino comprender un poco mejor por qué la pelirroja parecía mayor de lo que era. No por el físico, no es que tuviera arrugas ni la piel curtida por haber estado a la intemperie, sino por su forma de mirar. Quizá esa sensación que le daba al boticario de que sus pupilas lo traspasaban no era más que la consecuencia de toda la experiencia que se acumulaba detrás de esos iris inquietos y sabios.

- ¿Y estás segura de que no quieres un poco de esto?

Le señaló otra vez el vaso de licor. Se veía incapaz de decir nada serio y solemne, él no estaba hecho para grandes consejos ni tertulias poéticas, y además no veía que fuera necesario porque lo que menos necesitaba la muchacha era un sermón. Le había contado cosas que probablemente no le gustara recordar y eso era un honor para Basile, creía poder asegurar que le consideraba más cercano que a sus simples conocidos.

- ¿Por qué tengo la sensación que te conozco desde hace mucho? - Preguntó.

Sabía que si existía respuesta a aquella interrogación Talena la tendría, ella parecía conocerlo todo, hasta el porvenir de las personas. Y respecto a aquello de ver en las palmas de las manos había algo que hacía unos días que el boticario quería preguntarle, pero no sabía si ahora era el mejor momento.

- Sabes que si necesitas algo siempre puedes venir aquí. - Le dijo. - Mi puerta está abierta para ti.

Esbozó lo que consideró que era una sonrisa amistosa y tapó de una vez el frasco de aceite en el que ambos habían trabajado con su correspondiente tapa de vidrio. Al día siguiente podría usarlo para hacer cremas que olerían muy bien y que irían fantásticas para la piel seca o irritada. Decidió que le regalaría un tarro a la Salamandra, después de todo por muy gitana o sorprendente que le resultara no dejaba de ser una señorita.

por **Talena Valjean** Jue Mayo 17, 2012 2:08 pm

Hubo algo en la expresión de Basile que la calmó al tiempo que la asaltaba un recuerdo en concreto. Frunció el ceño y ladeó la cabeza observándole mejor. No llegó a decir qué fue lo que pasó por su cabeza mientras lo evaluaba porque, en cierta forma, no tenía ningún sentido. Recordó la noche que lo conoció en el bosque y la sensación de inquietud que la había llevado a recelar de su presencia y su honradez. Sin embargo, días más tarde se atrevió a acercarse al boticario como si no hubiera pasado nada. Sus ojos captaron el color de su pelo y la forma en que lo llevaba peinado, así como su rostro a grandes rasgos y los ojos claros del hombre. Comprendió, no sin sorpresa y cierto sentido del humor, que si mantuvo el muro alzado en el bosque no fue por otro motivo que el hecho de que le recordase a Armand físicamente en medio de aquellas sombras que apenas eran contrarrestadas por la luz lunar. Pero en personalidad eran totalmente opuestos, y quizá eso ayudó a que la desconfianza desapareciese. A esas alturas, Armand ya estaría escondido bajo la mesa por la soltura de Talena de lanzar bromas, ironías y piropear como si fuesen cosas que cualquier señorita hiciese todos los días. Basile, en cambio, le devolvía las bromas y la divertía con ello. Cabeceó y rodó los ojos.

-No me sienta bien el alcohol -respondió, aunque realmente apenas lo había probado-. Y tú tampoco lo necesitarías si hubieses probado alguna vez la sopa que hace la yaya

Se llevó las manos al estómago con una sonrisa que le llegaba hasta las orejas como quien dice. La anciana gitana a la que se refería como abuela no era tal cosa, pero ambas se trataban como si fuese cierto. Quizá porque la pobre mujer sólo había parido varones y veía en Talena la oportunidad de criar una nieta mujer como dios manda. Ambas compartían la misma carpa y lo sabían todo la una de la otra. Se preguntó si Basile experimentaría la misma confianza con su madre, pero no quiso volver a meterse en tema ajeno y tentar a la suerte entrometiéndose donde no debiera.

Todo recuerdo de la mujer se vio disipado por la pregunta que le hizo Basile. Volvió a mirarlo, aunque esa vez enredó los dedos en un mechón rojizo en ademán pensativo. Era una pregunta retórica, o al menos así la creyó, pero le pareció curiosa e interesante.

-Tal vez ya nos conocíamos -encogió los hombros y soltó el mechón- Podríamos entrar en un debate sobre otras vidas y reencarnaciones, pero el señor científico discreparía en todo porque nada tendría una explicación lógica a sus ojos.

Arrugó la nariz en un mohín gracioso. Si Basile se sentía así, no era por otra cosa que por la comodidad que sintiese estando con ella. Tal vez haberle contado su historia de cabo a rabo y omitiendo únicamente los detalles más escabrosos logró que lo que quedase de aquella muralla de hielo se desvaneciese, al menos para ella. Y no se arrepentía, ni lo haría después de oír el ofrecimiento que salió de la boca del boticario.

-Lo haría -aseguró sonriente-. Eres la persona más divertida, inteligente e interesante que he conocido en mucho tiempo. Te tomé por un principito y resultaste ser un sapo -compuso una mueca de asco fingida-. Pero perteneces a Paris y yo pertenezco a los gitanos. Es mejor que no te vean con ese tipo de amistades circulando por tus dominios de macho dominante si quieres evitarte los problemas.

por **Basile Grushenko** Sáb Mayo 19, 2012 5:36 am

Se apuntaba lo de la sopa para futuras incursiones al circo de los gitanos. Se imaginó entrando en una carpa cualquiera buscando a una mujer mayor que cocinara y amorrándose al caldo con toda su cara dura, seguro que como mínimo la anciana le azuzaba al mono. Se rió con la acertada descripción que Talena hacía de su mente racional.

- Yo no digo que lo podamos explicar todo. - Se excusó. - Pero me gusta preguntarme el por qué de las cosas y soñar con que algún día, en el futuro, los estudiosos resolverán las dudas. Claro que siempre surgirán más y más. Es lo bonito que tiene el mundo.

Quién sabe, a lo mejor la gitana y el boticario habían sido amigos en otra vida. Igual habían paseado juntos cuando la civilización como tal era solo un bosquejo y los humanos eran nómadas que viajaban por las junglas y los desiertos buscando emplazamientos donde asentarse.Tal vez habían dormido alguna noche bajo la misma pelliza, o sido hermanos, o incluso haberse odiado en vidas anteriores. Pero en el fondo Basile no podía creer nada de eso, era más de la opinión de que "del polvo venimos y en polvo nos convertiremos" y que por lo tanto había que aprovechar al máximo cada uno de los días que se pasaba sobre el planeta.

- ¡Vaya! ¿Gracias? - Eso del sapo no le gustaba mucho pero lo demás estaba bien. - Créeme, no eres la única amistad poco recomendable que tengo.

No había más que conocerlo un poco para comprender que se aburriría irremediablemente con la gente plana y normal. Thibaut era el mejor de todos, socialmente hablando, casi el único al que podía pasear por ahí sin tener que esconder nada. Si Vaël le oyera pensar eso se disgustaría, seguro, pero es que el pobre había ido a escoger un oficio que... en fin, de momento se estaba pensando su oferta. Si definitivamente lo convertía en su ayudante podrían ir juntos a donde les diera la gana sin parecer nada más que patrón y subordinado.

- ¿Qué crees que fuimos en otra vida? - Le preguntó a la Salamandra.

por **Talena Valjean** Sáb Mayo 19, 2012 9:39 am

Pues a Talena no le gustaba pensar en las dudas, ni tampoco planteárselas. Había tenido suficientes por una temporada de relajación digna y merecida, y como tal sólo quería divertirse y disfrutar como una zíngara más. Pero el boticario la dejó con la boca abierta, no supo si de sorpresa o reticencia, con aquel pequeño discurso sobre la coexistencia de la humanidad. La cerró de golpe chocando los dientes y estrechó los ojos con una mueca taciturna de descontento. Desde luego Basile parecía no tener alma en el cuerpo en algunas ocasiones. Empezó a temer que aquella fuera una de ellas, así que cuando dijo que no era la única amistad extraña que tenía le dio por sonreírle con picardía. Desconocía a qué o quién se refería, pero tomarle el pelo al boticario empezaba a ser tan rutinario como divertido.

-Conque amistades peligrosas, ¿eh? -dejó ir una risa coqueta y hasta sensual esperando que así captase el doble sentido de su comentario antes de completarlo-. ¿Por qué ventana te has colado esta vez?

Caminando había llegado de nuevo a la ventana, pero en ese justo momento una figura que paseaba por la calle giró la cabeza hacia ella. La gitana, por instinto, se apartó rápidamente para que no la viese. No pudo asegurar si logró o no su objetivo, pero desde luego aquella no sería una de las noches en la que se animaría a averguarlo.

-Y no vayas a soltar algo como... -carraspeó para aclararse la garganta-, esta no es una conversación apropiada para una señorita.

No solo había engravecido su voz para parodiar la de un hombre, sino que acompañó el comentario de una postura por lo demás cómica. Se había posicionado frente al boticario, al otro lado del mostrador, separado las piernas y llevado los puños cerrados a las caderas como si aparentara ser el soldado más fuerte y masculino de todo Paris. Se llevó así los minutos siguientes, hasta que terminó por desinflarse y volver a ser ella antes de que Basile insistiese con el tema de las reencarnaciones.

-Pues no lo sé... -admitió haciendo un mohín con la nariz-Podríamos haber sido perros callejeros, o señoritingas de esas que no se atragantan con el té porque no quieren, o mayordomos afeminados con peluconas blancas y taconazos dignos de unas señoras agujetas... O... O.... ¡Ah!

Se echó a reír y bordeó el mostrador mientras se desataba el cuchillo que llevaba en el cinturón. Lo dejó bien asegurado dentro de la funda, y con ella misma puesta para no hacer daño al boticario, lo esgrimió hábilmente hasta que logró asestarle una estocada imaginaria a Basile.

-¡Pudimos haber sido mosqueteros! -rió sin dejar de darle con el condenado cuchillo envainado en el costado.

por **Basile Grushenko** Lun Mayo 21, 2012 9:22 am

La gitana le conocía asombrosamente bien para haberse encontrado tan pocas veces, pero es que su primer acercamiento fue tan sorprendente que de una historia como aquella no podía sino surgir una amistad. O así lo veía Basile al menos, para que luego le dijeran que no tenía espíritu romántico.

- Oh por favor, me ofendes. - Respondió burlón. - ¡Pensar que yo escalo los muros de las casas como un vulgar ratero!

Alguno había escalado en alguna ocasión, sí, y de hecho tenía una cicatriz de recuerdo en la mano izquierda de una ocasión en que a su amante se le ocurrió colocar piedras puntiagudas en el alféizar sin pensar en que el boticario tenía que entrar por allí. Huelga decir que no volvió a visitar a aquella mujer, su deporte ya era bastante arriesgado como para añadir obstáculos de entrenamiento militar. Aunque le alegraba en parte saber que si quería ya no tendría que hacer eso nunca más, ahora solo había una casa aparte de la suya en la que le apeteciera dormir y su ocupante le permitía entrar por la puerta.

- Eso era exactamente lo que iba a decir. - Mintió sonriendo. - Tú deberías hablar de enaguas y cosas así. Es de lo que hablan mis clientas.

Cogió un matojo de hierbas de una de sus vitrinas y se lo puso sobre la cabeza simulando uno de esos ornamentados sobreros que portaban las damas. Luego puso voz de falsete e imitó a las mujeres que entraban allí.

- ¿No tenéis este jarabe de color púrpura para que combine con mi vestido?

No sabía en qué punto Talena y él habían intercambiado los papeles que correspondían a sus correspondientes sexos, pero estaban divertidos interpretando cada uno el rol que supuestamente debía ocupar el otro. No sería por mucho rato, ciertamente, porque Basile jamás accedería a llevar corsé. ¡Ni muerto! Ni aunque en su siguiente vida fuera doncella. Saltó hacia atrás cuando la gitana le lanzó una estocada, haciendo que las hierbas de su cabeza cayeran al suelo. Tomó un cilindro alargado de cartón vacío de los de llevar documentos y lo interpuso entre el cuchillo de la Salamandra y su pellejo.

- Eso me gusta más. ¡En gàrde!

por **Talena Valjean** Vie Mayo 25, 2012 2:17 am

Las carcajadas alegres de Talena pudieron oírse limpiamente incluso al otro lado de la puerta del establecimiento. Menos mal que habían cerrado y estaban solos, o de lo contrario pensarían que el fin del mundo había llegado a la botica del señor Grushenko. Para colmo la risa de la Salamandra no era escandalosa, pero sí de esas cantarinas y fácilmente contagiosas que en cuanto suenan prometen ser secundadas sin motivo aparente por los que estén riendo con ella. Era algo que había heredado de su padre y que le había granjeado muchas amistades entre los gitanos por su espontaneidad. A la señora Basile se le cayó el gorro y Talena aprovechó cuando éste se separó para agacharse ágilmente y levantarlo con la punta del cuchillo. La inercia hizo que el improvisado sombrero saliese despedido hacia arriba y fuese atrapado por la mano libre del ahora gitano que se abría de patas para mostrar su gallardía a la dama que quería conquistar.

-Tendréis que recuperar vuestro sombrero, madame -observó Talena con una mirada pícara y seductora.

Una vez la mano del sombrero quedó escondida estratégicamente tras la espalda, su pie derecho se deslizó con lentitud y elegancia hacia delante, su espalda se irguió y sus rodillas fueron flexionadas lo suficiente para asegurarle pasos rápidos y ágiles. La anatomía de Talena demostraba que tenía conocimientos de esgrima, si bien estos eran escasos y precisaban muchísimo más de su audacia que de la experiencia. No sabía si el caso de Basile sería el mismo, pero pronto lo descubriría. No había nada que atrayese más la atención de la Salamandra que una espada, aunque esta fuese imaginaria.

-¡En gàrde! -secundó con voz exageradamente grave mientras propiciaba otra estocada al pecho de su contrincante.

por **Basile Grushenko** Dom Mayo 27, 2012 4:43 pm

- ¡Devolvedme mi tocado, monsieur!

Eso de la voz aguda le iba a pasar factura después, ya le empezaba a doler la garganta. Carraspeó para afianzar un poco su malograda masculinidad y después tuvo que reconocer que no era un adversario digno en un duelo de esgrima. Él era un hombre de ciencia, con sus latinajos y sus hierbas, sus brebajes y curas y sus libros gordos y ajados de historia natural. El único deporte que había practicado alguna vez, además de la obligada equitación para desplazarse de un punto a otro de la ciudad, era el que hacía de pequeño cuando jugaba con otros muchachos a correr por las plazas y campos de verduras. Viendo que era mejor huir a tiempo se echó sobre el mostrador acostado de espaldas y pasó las piernas estiradas por encima en un movimiento que más parecía una figura de natación sincronizada. Aterrizó al otro lado y se agachó, asomando solo los ojillos por encima de la madera y mirando a Talena con aparente terror.

- ¡Un caballero como Dios manda no pelea con las damas! - Le increpó recurriendo de nuevo al falsete.

Por cierto, ¿dónde había aprendido la gitana a batirse? Porque se notaba por su postura que tenía nociones de lucha con espadas, mandaba narices, al final sí que iba a ser él la mujercita de la casa.

- Para ser un hombre tenéis una figura muy interesante. - No pudo evitar añadir, pícaro, al final.

por **Talena Valjean** Jue Mayo 31, 2012 3:17 am

No sabría decir cómo logró contener la risa y mantener el tono grave de su voz, pero lo hizo. La situación era digna de una comedia y ser exhibida en el teatro cuanto menos, pero Talena se contentó con disfrutar de aquella representación privada en la que ambos eran los protagonistas. Ignoró la petición de la supuesta dama y aferró con mayor fuerza su tocado esbozando una sonrisa picarona y haciendo alarde de gallardía.

-¿Lo queréis? -preguntó con fingida inocencia-. Entonces permitidme asomarmarme al balcón de vuestro escote, madame.

Alzó las cejas un par de veces con una risa socarrona. Aquello empezaba a carecer de sentido, pero no pensaba parar la pantomima ahora que había logrado que el boticario hiciera alarde de sentido del humor. Volvió a erguirse con un porte que pretendía ser majestuoso, aunque ya de por sí siguiera ridiculizando al sexo masculino tanto como Basile perjudicaba al femenino. Aquella frase, "el balcón de vuestro escote", era la misma que uno de sus mentores de esgrima solía decirle para ponerla nerviosa o hacerla enrrabietar y demostrarle así sus debilidades. Bueno, qué carajo, y también porque quería echarle el guante pese a estar por aquel entonces comprometida con Armand. Quiso atrapar a su dama, pero se le escurrió por sobre el mostrador dejándola traspuesta y con expresión de sorpresa.

-¿Una figura interesante? -repitió inclinándose sobre el mueble hasta que su rostro estuvo casi pegado al de la damisela en apuros-. ¿En qué sentido, madame? ¿No debería ser yo quien os aturullara a cumplidos?

por **Basile Grushenko** Vie Jun 01, 2012 4:44 am

Casi se murió de la risa allí mismo cuando Taleno le exigió unas vistas privilegiadas del balcón de su escote. Si de verdad Basile hubiera sido una dama ya estaría chillando y corriendo de un lado a otro de la botica, seguro, pero el escote de Grushenko era más bien escaso y digamos que no había nada que esconder bajo su camisa. Le daría lo mismo que la gitana le viera a pecho descubierto y si le apuraban hasta sin pantalones, él tenía un concepto muy liberal del cuerpo humano.

- Me temo que quedaréis decepcionado con el balcón de mi escote, monsieur. - Le contestó con retintín sin dejar la voz aguda ni un segundo. - Después de dar a luz tres veces y amamantar a tres niños ha perdido un poco de la lozanía de la juventud.

A ver si le devolvía ya su tocado de hierbas porque le daba un aire muy elegante, y sin él no podía ir a visitar a sus amigas para tomar el té, todas las demás damas de la reunión se reirían de ella por no llevar sombrero. En concreto esa envidiosa de Suzanne que tenía un marido que viajaba mucho y siempre le traía encajes muy finos para confeccionarse velos y redecillas. Toda esa historia se había montado el boticario en la mente en un segundo.

- Es que la cabra siempre tira al monte. - Se excusó.

Aunque jugara a ser una tímida doncella seguía sabiendo apreciar unas curvas bien puestas cuando las veía, y aunque las mozas en general habían perdido para él interés en las últimas semanas (decía las mozas porque los hombres nunca es que le hubieran suscitado calores relevantes) no se había vuelto ciego. Talena tenía una bonita figura y un cabello muy llamativo que la convertían en hermosa, y si alguien no veía eso tenía una enfermedad mental.

- No me miréis así que me ponéis nerviosa. - Le recriminó otra vez con su vocecilla de mujer.

por **Talena Valjean** Jue Jun 14, 2012 3:01 am

Ni siquiera se acordaba ya de Alexandrai, Nereza o el cementerio. De la intromisión del vampiro en el panteón de su familia o el posterior combate contra su igual inmortal cuyo premio era, ni más ni menos, la vida de la propia Talena. Las risas lo habían sepultado todo en lo más hondo de su mente, que ahora se habría expectante ante el surrealismo que se había adueñado de pronto de la botica de la ahora madame Grushenko. "Taleno" siguió en su papel de galán, examinó con cautela el mostrador para asegurarse de que no causaba daños y se subió de un salto con cuidado de no tirar nada al suelo. Afortunadamente pesaba poco y el mueble apenas notó su presencia invadiendo territorio. El tocado seguía a su espalda. Devolvérselo a su dama sin recibir nada a cambio resultaba impensable. No podía quedar en ridículo delante de sus colegas en la taberna del pueblo.

-¿No os interesa parir un cuarto? -inquirió tanteando el terreno verbal y físicamente, puesto que su espada, acá el cuchillo enfundado, se deslizó por Grushenko conforme se fue agachando para quedar a su altura-. He sabido que sois muy fogosa cuando un varón se os cuela por la ventana.

Como el capitán del ejército, por ejemplo. Menuda parodia habían armado en unos minutos. Cualquiera que les viese los mandaría derechitos al sanatorio con una camisa de fuerza cada uno. Le divirtió ver que Basile interpretaba su papel bajo cualquier circunstancia, y entonces se le ocurrió ponerle a prueba para ver hasta dónde podía llegar. Colocó el cuchillo tras él para que la dama que representaba no pudiese escapar y se inclinó hasta que sus alientos se cruzaron y sus labios casi se rozaron.

-Vuestros hijos ya están creciditos, madame -sonrió con malicia-. Tienen sus propias mozas a las que acosar. Dentro de nada entrarán vuestros nietos por esa puerta para lloraros y pedirle la paga a su abuela. Deberíais aprovechar mientras pudierais para divertiros.

por **Basile Grushenko** Vie Jun 22, 2012 5:03 pm

Temió por la integridad de Talena más que por la del mueble, pero parecía que ella tenía buen equilibrio y que su mostrador resistía lo que le echaran. Como si eso no hubiera quedado bastante claro ya la tarde que Vaël lo visitó... Sonrió de manera subrepticia al recordar el encuentro, como cada vez que le ocurría cuando el inglés se colaba en su mente sin avisar. Su gesto se convirtió en una carcajada hecha y derecha al oír a la gitana.

- ¡Monsieur!

Se quejó poniendo voz de falsete. En serio, se iba a fastidiar la garganta y luego tendría que irle llorando a su aprendiz para que lo cuidara. Hm, la perspectiva no estaba tan mal siempre que se inventara una buena excusa para darle, quedaba demasiado tonto confesarle la verdad. Fingió que se abanicaba para quitarse el disgusto que las palabras del falso caballero habían causado en su honra de mujer de bien. Era gracioso imaginar un montón de críos allí dentro de la botica que llamaran a Basile abuela.

Y entonces la muchacha se agachó y sus rostros quedaron a la misma altura, separados solo por unos centímetros de aire que parecían tan fáciles de salvar... Talena era hermosa y debía de saberlo, porque los ojos del boticario se lo habían mostrado desde la primera vez que la vio en el bosque. No era pues de extrañar que esperase que él sucumbiera a su provocación, cosa que en circunstancias normales habría hecho gustoso. Igual ella no lo quería, solo jugaba, pero Grushenko deslizó la vista de sus ojos a sus labios y se pasó la lengua por los propios antes de escurrirse hacia abajo, hasta sentarse por completo en el suelo.

- Al menos seré una abuela decente, monsieur. - Se quejó de nuevo.

Ahora se abanicó de verdad, lo necesitaba. Acababa de rechazar la oportunidad de besar a una doncella bonita, no se reconocía, aunque a decir verdad había entrado como en otro estado desde la noche que decidió comprar una patata y personarse en casa de cierto cortesano como un marinero que se embarca a la aventura. Ahora estaba enamorado hasta decir basta y cualquier intento de negarse que hiciera resultaría en vano, lo sabía, su orgullo se había rendido.

- ¿Qué opinas sobre el amor? - Le preguntó a la pelirroja, a la que había llegado a considerar ya una amiga.

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