AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
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El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
-¡Devuelve eso maldito saco de piojos con mala leche!
Bonita forma de empezar el día, ¿verdad? Caer rendido la noche anterior tras una dura jornada de trabajo y despertarte porque el mono de tu compañero de carpa se haya subido encima y te haya robado algo de valor sentimental. Perfecto, sublime, magnífico. No podría haber deseado nada mejor, y lo peor es que ya llevaba rato en esa situación. Entre refunfuños y gruñidos, Talena se dio la vuelta y alargó el brazo tratando de atrapar sin éxito la cola del primate. El muy condenado se percató de eso y se giró expresamente para dirigirle una insufrible sonrisa de saboreada y jugosa victoria a la gitana. Habría sido difícil tratar de recordar y enumerar la tromba de insultos y demases palabras malsonantes que llenaron la tienda momento previo a que la mujer saltase y echase a correr en camisón tras el animal. Solo un muerto habría podido seguir dormido ante semejante escándalo, pero todos estaban vivos para su desgracia. Al otro lado de la carpa, las hijas pequeñas del domador, que apenas contaban los cuatro años, rompieron a reír al ver cómo el mono trepaba y saltaba por todo lo que encontraba a su paso con tal de seguir sacando de quicio a su perseguidora.
-¡Pero niña! -exclamó la abuela de las gemelas mientras se acercaba- ¿Qué pasa? ¿Por qué tanto escándalo?
La frustración impidió que Talena entendiese bien lo que le decía. Aquella anciana apenas sabía francés y solía hablarles a todos en su lengua materna, el español. Cuando su cerebro logró traducir medianamente lo que decía, Talena se giró y señaló acusadoramente al mono que zarandeaba su premio; el anillo que años atrás fuera de compromiso reflejaba la luz del sol, que se colaba por las grietas de la carpa. La anciana montó en cólera casi tan pronto como lo había hecho Talena porque sabía perfectamente hasta qué punto ese anillo era importante para ella, aunque no aprovase que lo siguiera conservando. Fue visto y no visto. Tan pronto como la mujer alzó la voz, el mono entendió que se había excedido con la broma y bajó del poste en actitud sumisa. Siendo como era tan pequeño y con esa cara de no haber roto nunca un plato, el remordimiento amenazó con abrirse paso en el subconsciente de Talena. Pero sabía que eso solo era un intento por quedar bien y tener vía libre de repetir la hazaña, así que le arrancó el colgante que ensartaba el anillo de las manos y le dirigió una mirada de advertencia. La próxima vez no iba a ser tan permisiva, desde luego que no.
Un carraspeo a sus espaldas la hizo volver a ser consciente del tiempo que había perdido persiguiendo al mono. Ese día trabajaba de mañana y no podía entretenerse con semejantes trivialidades. Aguardó a que los muchachos saliesen fuera a buscar a su padre -aunque el mayor de ellos apenas tenía nueve años- y volvió al alboroto de arreglarse con premura. Lanzó el camisón sin miramientos sobre las mantas y comenzó a vestirse ignorando tanto el frío como las cicatrices que llenaban su cuerpo y se reflejaban en la imagen del espejo. Iba a pasarlo mal hasta que entrase en calor, pero no le quedaba otra. Su ropa apenas era un vestido liviano de color blanco que imitaba las vestimentas de la época griega. El pelo rojo caía por sus hombros y espalda en forma de ondas por aquí y bucles por allá, sin guardar un orden o lógica aparente y como si gozaran de vida propia. Mirándose a grandes rasgos, Talena pensó que tenía un aire demasado inocente y angelical como para tratarse de ella misma. Pero así era el personaje que le había tocado representar.
Las risas en el exterior de la carpa delataron que la comedia había empezado y pronto sería su turno de participar. Descalza, se acercó a la salida de la carpa a tiempo de cruzarse con la misma anciana que la había ayudado.
-Tu turno -sonrió.
Talena se recolocó el pelo sobre el hombro izquierdo y salió metida en su papel. Una ciudadana que, escandalizada, debía acudir al hombre que la esperaba en la tarima mientras el ladrón al que previamente había apresado repasaba obscenamente el cuerpo de la ciudadana de arriba a bajo sin que esta se percatara. Bajo la tarima, el público aguardaba sonriente al siguiente disparate que aquellos gitanos disfrazados de griegos pudiesen regalarles.
Bonita forma de empezar el día, ¿verdad? Caer rendido la noche anterior tras una dura jornada de trabajo y despertarte porque el mono de tu compañero de carpa se haya subido encima y te haya robado algo de valor sentimental. Perfecto, sublime, magnífico. No podría haber deseado nada mejor, y lo peor es que ya llevaba rato en esa situación. Entre refunfuños y gruñidos, Talena se dio la vuelta y alargó el brazo tratando de atrapar sin éxito la cola del primate. El muy condenado se percató de eso y se giró expresamente para dirigirle una insufrible sonrisa de saboreada y jugosa victoria a la gitana. Habría sido difícil tratar de recordar y enumerar la tromba de insultos y demases palabras malsonantes que llenaron la tienda momento previo a que la mujer saltase y echase a correr en camisón tras el animal. Solo un muerto habría podido seguir dormido ante semejante escándalo, pero todos estaban vivos para su desgracia. Al otro lado de la carpa, las hijas pequeñas del domador, que apenas contaban los cuatro años, rompieron a reír al ver cómo el mono trepaba y saltaba por todo lo que encontraba a su paso con tal de seguir sacando de quicio a su perseguidora.
-¡Pero niña! -exclamó la abuela de las gemelas mientras se acercaba- ¿Qué pasa? ¿Por qué tanto escándalo?
La frustración impidió que Talena entendiese bien lo que le decía. Aquella anciana apenas sabía francés y solía hablarles a todos en su lengua materna, el español. Cuando su cerebro logró traducir medianamente lo que decía, Talena se giró y señaló acusadoramente al mono que zarandeaba su premio; el anillo que años atrás fuera de compromiso reflejaba la luz del sol, que se colaba por las grietas de la carpa. La anciana montó en cólera casi tan pronto como lo había hecho Talena porque sabía perfectamente hasta qué punto ese anillo era importante para ella, aunque no aprovase que lo siguiera conservando. Fue visto y no visto. Tan pronto como la mujer alzó la voz, el mono entendió que se había excedido con la broma y bajó del poste en actitud sumisa. Siendo como era tan pequeño y con esa cara de no haber roto nunca un plato, el remordimiento amenazó con abrirse paso en el subconsciente de Talena. Pero sabía que eso solo era un intento por quedar bien y tener vía libre de repetir la hazaña, así que le arrancó el colgante que ensartaba el anillo de las manos y le dirigió una mirada de advertencia. La próxima vez no iba a ser tan permisiva, desde luego que no.
Un carraspeo a sus espaldas la hizo volver a ser consciente del tiempo que había perdido persiguiendo al mono. Ese día trabajaba de mañana y no podía entretenerse con semejantes trivialidades. Aguardó a que los muchachos saliesen fuera a buscar a su padre -aunque el mayor de ellos apenas tenía nueve años- y volvió al alboroto de arreglarse con premura. Lanzó el camisón sin miramientos sobre las mantas y comenzó a vestirse ignorando tanto el frío como las cicatrices que llenaban su cuerpo y se reflejaban en la imagen del espejo. Iba a pasarlo mal hasta que entrase en calor, pero no le quedaba otra. Su ropa apenas era un vestido liviano de color blanco que imitaba las vestimentas de la época griega. El pelo rojo caía por sus hombros y espalda en forma de ondas por aquí y bucles por allá, sin guardar un orden o lógica aparente y como si gozaran de vida propia. Mirándose a grandes rasgos, Talena pensó que tenía un aire demasado inocente y angelical como para tratarse de ella misma. Pero así era el personaje que le había tocado representar.
Las risas en el exterior de la carpa delataron que la comedia había empezado y pronto sería su turno de participar. Descalza, se acercó a la salida de la carpa a tiempo de cruzarse con la misma anciana que la había ayudado.
-Tu turno -sonrió.
Talena se recolocó el pelo sobre el hombro izquierdo y salió metida en su papel. Una ciudadana que, escandalizada, debía acudir al hombre que la esperaba en la tarima mientras el ladrón al que previamente había apresado repasaba obscenamente el cuerpo de la ciudadana de arriba a bajo sin que esta se percatara. Bajo la tarima, el público aguardaba sonriente al siguiente disparate que aquellos gitanos disfrazados de griegos pudiesen regalarles.
Talena Valjean- Cazador Clase Alta
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
Tal y como Thibaut había prometido habían tenido que quedar el sábado para ir al circo. Basile había intentado disuadirle mil y una veces contándole la misma historia: que como no había estado muy educado con Talena cuando se conocieron la gitana podía guardarle rencor y armar un escándalo cuando les viera llegar. Eso no era cierto, por supuesto, pero de algún modo tenía que intentar el boticario disuadir a su amigo. ¿Cómo iba a querer aparecerse delante de una mujer que tenía el don de ver a través y dentro de él como si fuera de cristal transparente? Y además esa semana le habían ocurrido otras cosas que contribuían todavía más a hacer que Basile quisiera guardar sus secretos bajo siete llaves. Aquella excursión lo inquietaba y tuvo que poner mucho de su parte para no llevar el ceño fruncido toda la mañana. Thibaut no tenía la culpa, naturalmente. ¿Él qué iba a saber? A pesar de que siempre se habían considerado poco más que hermanos había algo que Beaudelaire no sabía de él y que Talena, si no estaba segura, al menos intuía. Esos dos hacían mala combinación.
- Nos hechizará y luego se nos caerá el pelo. - Amenazó a su joven colega mientras se dirigían en sus caballos hacia el emplazamiento de las carpas de colores. - ¿Y cómo vas a engatusar a las muchachas sin pelo, Thibaut? Piénsalo.
Pero el estudiante de leyes no parecía querer pensar mucho en eso, y en el fondo Basile lo comprendía porque él era el primero que echaba pestes de supersticiones como aquella. Total, que al final llegaron, dejaron a buen recaudo sus monturas y se encaminaron hacia lo que parecía ser el pabellón central. Apenas tuvieron que pagar unas monedas por sus entradas, parecía que la troupe no aspiraba a recaudar mucho más que lo justo y necesario para vivir decentemente. En cuanto atravesaron la lona que hacía las veces de puerta el boticario decidió que dejaría de dar vueltas a todo, que ya no parecía él de tanto comerse la cabeza. Por un rato se olvidaría de que Talena leía manos, de que Thibaut le gustaba y de Vaël. Se sentaron en un banco justo para ver salir a la gitana, bien bonita con aquel vestido y ese pelo rojo que hizo que Basile esbozara sin proponérselo una sonrisa algo boba.
- Es ella.
- Nos hechizará y luego se nos caerá el pelo. - Amenazó a su joven colega mientras se dirigían en sus caballos hacia el emplazamiento de las carpas de colores. - ¿Y cómo vas a engatusar a las muchachas sin pelo, Thibaut? Piénsalo.
Pero el estudiante de leyes no parecía querer pensar mucho en eso, y en el fondo Basile lo comprendía porque él era el primero que echaba pestes de supersticiones como aquella. Total, que al final llegaron, dejaron a buen recaudo sus monturas y se encaminaron hacia lo que parecía ser el pabellón central. Apenas tuvieron que pagar unas monedas por sus entradas, parecía que la troupe no aspiraba a recaudar mucho más que lo justo y necesario para vivir decentemente. En cuanto atravesaron la lona que hacía las veces de puerta el boticario decidió que dejaría de dar vueltas a todo, que ya no parecía él de tanto comerse la cabeza. Por un rato se olvidaría de que Talena leía manos, de que Thibaut le gustaba y de Vaël. Se sentaron en un banco justo para ver salir a la gitana, bien bonita con aquel vestido y ese pelo rojo que hizo que Basile esbozara sin proponérselo una sonrisa algo boba.
- Es ella.
Basile Grushenko- Vampiro Clase Media
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
Aquel día se había prometido a si mismo que iría al circo gitano en busca de la pelirroja de Basile, quisiera su amigo o no. Todavía no podía explicarse porque la insistencia de este de que en realidad no deberían haber ido, millones de posibles explicaciones pasaron por su mente, pero ninguna parecía tener demasiado peso. Porque verdaderamente dudaba de que Basile hubiera sido tan antipático con la chica para que no quisiera verlo más. Aun así, logró que el boticario se uniera a su pequeña expedición, lo que sería muy bueno si no quería demorarse el día entero en encontrar a aquella mujer que tan grande impresión había causado en Basile. Por mucho que su brillante pelo rojo fuera un indicador, había tanta gente en aquel lugar que aun así le hubiera resultado muy difícil.
La cabalgata hasta el circo fue muy agradable, el ambiente estaba algo helado, pero sentir el viento fresco en el rostro siempre era un gran placer para Thibaut. Además, la chaqueta que llevaba puesta lo protegía de los incordios mayores del invierno. -Si ese es el caso, querido Basile, impondremos una nueva moda- le respondió el francés, sin ninguna intención de que el agrio humor de su amigo aguara el propio, -nos llamarán los calvos jóvenes de París y todos imitaran la tendencia-. Soltó una carcajada, mientras dejaban sus caballos a buen resguardo. Le pasó discretamente unas pocas monedas a un chico gitano con un guiño cómplice para que cuidara con mucho esmero a sus monturas. Y tan solo la sonrisa y el entusiasmo del muchacho le convencieron de que era el más adecuado para la tarea.
Después de cancelar su entrada, se sumergieron en aquel mundo que para Thibaut era en igual parte fascinante como desconocido. Jamás había estado ahí, y ahora se arrepentía. La música alegre, los gritos de la gente, las risas y el sonido de cascabeles por todos lados hacía que no pudiera fijar su vista solo en una cosa. Parecía un niño pequeño, y sin dudar de sus conocimientos, se dejó guiar por Basile hacia su destino. Mirando aun a su alrededor, casi ni se dio cuenta cuando el boticario se sentó en una banca y llegó a chocar con él. -¡Lo siento!- exclamó alarmado, volviendo a poner atención por donde iba, mientras recuperaba el equilibrio apoyando su mano en el hombro de Basile. Algo avergonzado, se sentó a su lado, notando la tarima al frente de ellos y al hombre arriba de ella. Y un segundo después la vio. No podía ser otra más que ella y la confirmación de su compañero no dejaba lugar a dudas.
-C'est magnifique, Basile, c'est magnifique- comentó, sin poder sacar sus ojos del indomable pelo rojo y la nívea piel de aquella gitana. Por fin comprendía porque ella entre todas había resaltado. Era imposible quitarle los ojos de encima. Y el primer pensamiento que cruzó su mente después de la primera impresión fue que, con ese vestido, debía estar medio muerta de frío.
La cabalgata hasta el circo fue muy agradable, el ambiente estaba algo helado, pero sentir el viento fresco en el rostro siempre era un gran placer para Thibaut. Además, la chaqueta que llevaba puesta lo protegía de los incordios mayores del invierno. -Si ese es el caso, querido Basile, impondremos una nueva moda- le respondió el francés, sin ninguna intención de que el agrio humor de su amigo aguara el propio, -nos llamarán los calvos jóvenes de París y todos imitaran la tendencia-. Soltó una carcajada, mientras dejaban sus caballos a buen resguardo. Le pasó discretamente unas pocas monedas a un chico gitano con un guiño cómplice para que cuidara con mucho esmero a sus monturas. Y tan solo la sonrisa y el entusiasmo del muchacho le convencieron de que era el más adecuado para la tarea.
Después de cancelar su entrada, se sumergieron en aquel mundo que para Thibaut era en igual parte fascinante como desconocido. Jamás había estado ahí, y ahora se arrepentía. La música alegre, los gritos de la gente, las risas y el sonido de cascabeles por todos lados hacía que no pudiera fijar su vista solo en una cosa. Parecía un niño pequeño, y sin dudar de sus conocimientos, se dejó guiar por Basile hacia su destino. Mirando aun a su alrededor, casi ni se dio cuenta cuando el boticario se sentó en una banca y llegó a chocar con él. -¡Lo siento!- exclamó alarmado, volviendo a poner atención por donde iba, mientras recuperaba el equilibrio apoyando su mano en el hombro de Basile. Algo avergonzado, se sentó a su lado, notando la tarima al frente de ellos y al hombre arriba de ella. Y un segundo después la vio. No podía ser otra más que ella y la confirmación de su compañero no dejaba lugar a dudas.
-C'est magnifique, Basile, c'est magnifique- comentó, sin poder sacar sus ojos del indomable pelo rojo y la nívea piel de aquella gitana. Por fin comprendía porque ella entre todas había resaltado. Era imposible quitarle los ojos de encima. Y el primer pensamiento que cruzó su mente después de la primera impresión fue que, con ese vestido, debía estar medio muerta de frío.
Thibaut Beaudelaire- Humano Clase Alta
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
El número no tenía ni pies ni cabeza, pero a la gente le gustaba. Era una comedia a fin de cuentas y la mayor parte de los actores eran payasos. La excepción eran Talena y otro gitano más, que más adelante ejecutarían sus respectivos números de acrobacia musical. La gitana esquivó la porra cuando el soldado intento golpear con ella al preso sin importarle apartar antes a la mujer griega. Se oyó un golpe seco y el hombre cayo panza arriba cual cucaracha de forma exageradamente dramática. La propia Talena exageró la mueca de sorpresa mientras oía las risas de los espectadores y terminó por salir corriendo tarima abajo mientras el guardia, enloquecido, los perseguía a todos con la porra. Lo que nadie del público entendió hasta poco después era que aquella comedia, lejos de ser un sin sentido, era una crítica. Podrían meterse en líos por ello, pero Talena sabía que nadie les haría nada grave si conseguía el voto de favor del público. También sabía que lo lograrían. Talena, cerca del centro de la pista, fingió que se torcía el tobillo y caía de bruces al suelo. La música se cortó de golpe y durante unos segundos solo se pudo ver a la gitana sollozando. Luego, una melodía rápida, ajetreada y estresante, muy propia de la época, anunció el salto temporal. Ya no había griegos alocados en el escenario, sino gente común y corriente que frecuentaba París. Gente como tú y como yo, y todos parecían ignorar a la mujer vestida de blanco que permanecía derrumbada en el suelo. Todos, alguien.
Un gitano.
El joven de tez morena y ropa gastada quiso acercarse para ayudar a Talena, pero no se atrevió. Tenía miedo porque nadie más se le acercaba. ¿Sería peligrosa o es que nadie más que él podía verla? Se dio cuenta de que se trataba de lo segundo y eso lo asustó aún más; ¿se estaría volviendo loco? Como si quisiera responderle, Talena se enjugó el rostro y se puso en pie. Nuevamente la melodía fue sustituída, pero esa vez por otra lenta y melancólica. Cuando la gitana echó a correr él la siguió con la mirada hasta verla regresar a una de las tarimas. Dos sedas cayeron desde los soportes de la carpa, pero ambos las ignoraron. La brisa mecía la ropa de Talena dándole la apariencia que el coreógrafo hacía querido darle: un ángel. Guardó el equilibrio y caminó por la cuerda con expresión ausente, pese a que todos sus sentidos estaban puestos en el número de equilibrio. Cuando alcanzó la otra tarima, sus manos aferraron la seda blanca que allí había y se dejó caer hasta el suelo solo para volver a subir. Sus movimientos y la música incitaban a creer que realmente pudiese volar y esas sedas fuesen extensiones de sus alas, invisibles a los ojos. Talena prefería mil veces aquello antes que las comedias. Le costaba centrarse cuando un número era tan alocado. Sin embargo, aquella música lograba que tanto niños como mayores evocasen lugares lejanos, criaturas fantásticas y sueños imposibles. Se creía lo que representaba y lo transmitía con cada gesto. Cuando por fin la gitana cayó al suelo en picado, los más inexpertos entre el público gimieron temiendo el golpe del accidente. Pero el cuerpo de Talena fue cogido a tiempo por el mismo gitano con el que habían iniciado ese número y al que la mayoría parecía haber olvidado. El gitano se agachó lentamente hasta que los pies de Talena tocaron el suelo y pudo levantarse al compás de la música. Al principio, el ángel cruzó los brazos en torno a su cuerpo para cubrirse pudorosamente ante los ojos de aquel hombre de distinta etnia. Pero cuando vio que no había diferencias entre los gitanos y los ciudadanos de la ciudad, descruzó los brazos, sonrió y le tendió la mano para que se levantase del suelo. La bomba de la crítica a una sociedad regida por la Iglesia y que predicaba igualdad cuando discriminaba a las otras razas. Talena vio que unos pocos entre el público murmuraban escandalizados ante lo que ellos consideraban una "sátira". Otros, sin embargo, asintieron conmovidos y plenamente de acuerdo con lo que querían transmitir. Y el resto simplemente asistía al número como si fuera uno más al que no había que darle importancia.
-Canta, mi ángel -proclamó el gitano.
Y el ángel cantó, en otro idioma y sin barreras, acallando los aplausos que habían iniciado cuando el público creyó finalidado el número.
Un gitano.
El joven de tez morena y ropa gastada quiso acercarse para ayudar a Talena, pero no se atrevió. Tenía miedo porque nadie más se le acercaba. ¿Sería peligrosa o es que nadie más que él podía verla? Se dio cuenta de que se trataba de lo segundo y eso lo asustó aún más; ¿se estaría volviendo loco? Como si quisiera responderle, Talena se enjugó el rostro y se puso en pie. Nuevamente la melodía fue sustituída, pero esa vez por otra lenta y melancólica. Cuando la gitana echó a correr él la siguió con la mirada hasta verla regresar a una de las tarimas. Dos sedas cayeron desde los soportes de la carpa, pero ambos las ignoraron. La brisa mecía la ropa de Talena dándole la apariencia que el coreógrafo hacía querido darle: un ángel. Guardó el equilibrio y caminó por la cuerda con expresión ausente, pese a que todos sus sentidos estaban puestos en el número de equilibrio. Cuando alcanzó la otra tarima, sus manos aferraron la seda blanca que allí había y se dejó caer hasta el suelo solo para volver a subir. Sus movimientos y la música incitaban a creer que realmente pudiese volar y esas sedas fuesen extensiones de sus alas, invisibles a los ojos. Talena prefería mil veces aquello antes que las comedias. Le costaba centrarse cuando un número era tan alocado. Sin embargo, aquella música lograba que tanto niños como mayores evocasen lugares lejanos, criaturas fantásticas y sueños imposibles. Se creía lo que representaba y lo transmitía con cada gesto. Cuando por fin la gitana cayó al suelo en picado, los más inexpertos entre el público gimieron temiendo el golpe del accidente. Pero el cuerpo de Talena fue cogido a tiempo por el mismo gitano con el que habían iniciado ese número y al que la mayoría parecía haber olvidado. El gitano se agachó lentamente hasta que los pies de Talena tocaron el suelo y pudo levantarse al compás de la música. Al principio, el ángel cruzó los brazos en torno a su cuerpo para cubrirse pudorosamente ante los ojos de aquel hombre de distinta etnia. Pero cuando vio que no había diferencias entre los gitanos y los ciudadanos de la ciudad, descruzó los brazos, sonrió y le tendió la mano para que se levantase del suelo. La bomba de la crítica a una sociedad regida por la Iglesia y que predicaba igualdad cuando discriminaba a las otras razas. Talena vio que unos pocos entre el público murmuraban escandalizados ante lo que ellos consideraban una "sátira". Otros, sin embargo, asintieron conmovidos y plenamente de acuerdo con lo que querían transmitir. Y el resto simplemente asistía al número como si fuera uno más al que no había que darle importancia.
-Canta, mi ángel -proclamó el gitano.
Y el ángel cantó, en otro idioma y sin barreras, acallando los aplausos que habían iniciado cuando el público creyó finalidado el número.
Talena Valjean- Cazador Clase Alta
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
Thibaut era como un crío más entre el público pero eso, lejos de molestar a Basile, le divirtió. Le quitó importancia a su tropiezo con un gesto y después contuvo inconscientemente la respiración cuando le puso una mano en el hombro. Siempre lo hacía cuando su amigo le tocaba, como si de esa forma pudiera ordenar a su cuerpo que por un instante se olvidara de sentir cosas. "Ahora no pienses en nada, ese contacto no vale, tiempo muerto". Confiaba en que algún día pudiera volver al mismo punto de indiferencia cutánea con Beaudelaire como cuando empezaban a conocerse, cuando el boticario todavía no tenía forma de saber que su amigo terminaría despertando algunos de sus instintos de esa manera. Era un completo fastidio, pero obviamente Thibaut no tenía la culpa, asi que nunca se había irritado con el chico por ello. Era solo él quien merecía reprimenda por ser el anormal de los dos, ¿o no?
En cambio a Talena sí podía mirarla fascinado sin tener que ocultar nada, ése sería un afecto permitido en caso de que llegara a producirse algo... y ciertamente a Grushenko no le importaría. Al verla con aquel vestido y el cabello rojo echado sobre un hombro uno tenía la impresión de que venía de otro lugar que no fuera el mundo terrenal que pisaban todos los mortales a diario. No sabía por qué los gitanos tenían fama de sucios, aquella mujer era mucho más pura que todas las francesas de entre la concurrencia, con sus vestidos artificiosos y perfumes cargantes. Había un niño a su derecha que comía caramelos de azúcar y que parecía mirar a la Salamandra con igual complacencia que él, Basile le guiñó un ojo divertido.
Rió con la comedia y soñó con el siguiente número como casi todos los demás. Por un momento se olvidó de que Thibaut estaba sentado a su lado y simplemente se preguntó si llegaría un día en el que la gente comprendiera que no había colectivos, que no había estereotipos donde clasificar a nadie y que cada uno era diferente a los demás. No por ello peor, solo distinto, con sus cosas buenas y menos buenas, con sus intereses, sus deseos y su color de piel. Quería creer que sí, pero como era lógico suponer en un hombre en parte reprimido de aquel siglo de opresiones no se atrevió a tanto. Lo dejó en un incierto "quizá" y cerró la boca, porque se acababa de dar cuenta de que llevaba un buen rato con la mandíbula de abajo colgando como un imbécil.
- También sabe cantar. - Dijo mirando a su amigo, como si él pudiera explicarle aquello que le causaba tanta sorpresa. - Si ahora se pone a cocer albóndigas de carne me la llevo a mi casa esta misma tarde para que sea la señora de Grushenko.
Sonrió con su picardía habitual encargándose de bajar la voz lo suficiente para que nadie más que Thibaut pudiera oírle, no quería que el niño de su derecha se escandalizara o buscarse problemas con algún gitano territorial. No sabía si las costumbres de esa gente eran casarse jóvenes y proteger a sus hembras con el mismo celo que los franceses intentaban defender a las suyas. Aunque la eficacia de eso último estaba discutida y quedaba rebatida cada vez que Basile lograba colarse en algún dormitorio que teóricamente le estaba vetado.
En cambio a Talena sí podía mirarla fascinado sin tener que ocultar nada, ése sería un afecto permitido en caso de que llegara a producirse algo... y ciertamente a Grushenko no le importaría. Al verla con aquel vestido y el cabello rojo echado sobre un hombro uno tenía la impresión de que venía de otro lugar que no fuera el mundo terrenal que pisaban todos los mortales a diario. No sabía por qué los gitanos tenían fama de sucios, aquella mujer era mucho más pura que todas las francesas de entre la concurrencia, con sus vestidos artificiosos y perfumes cargantes. Había un niño a su derecha que comía caramelos de azúcar y que parecía mirar a la Salamandra con igual complacencia que él, Basile le guiñó un ojo divertido.
Rió con la comedia y soñó con el siguiente número como casi todos los demás. Por un momento se olvidó de que Thibaut estaba sentado a su lado y simplemente se preguntó si llegaría un día en el que la gente comprendiera que no había colectivos, que no había estereotipos donde clasificar a nadie y que cada uno era diferente a los demás. No por ello peor, solo distinto, con sus cosas buenas y menos buenas, con sus intereses, sus deseos y su color de piel. Quería creer que sí, pero como era lógico suponer en un hombre en parte reprimido de aquel siglo de opresiones no se atrevió a tanto. Lo dejó en un incierto "quizá" y cerró la boca, porque se acababa de dar cuenta de que llevaba un buen rato con la mandíbula de abajo colgando como un imbécil.
- También sabe cantar. - Dijo mirando a su amigo, como si él pudiera explicarle aquello que le causaba tanta sorpresa. - Si ahora se pone a cocer albóndigas de carne me la llevo a mi casa esta misma tarde para que sea la señora de Grushenko.
Sonrió con su picardía habitual encargándose de bajar la voz lo suficiente para que nadie más que Thibaut pudiera oírle, no quería que el niño de su derecha se escandalizara o buscarse problemas con algún gitano territorial. No sabía si las costumbres de esa gente eran casarse jóvenes y proteger a sus hembras con el mismo celo que los franceses intentaban defender a las suyas. Aunque la eficacia de eso último estaba discutida y quedaba rebatida cada vez que Basile lograba colarse en algún dormitorio que teóricamente le estaba vetado.
Basile Grushenko- Vampiro Clase Media
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
Todo aquello era como un sueño. Jamás se hubiera imaginado que el teatro gitano pudiera llegar a ser tan diferente al parisino. No había duda que las obras que se estrenaban todos los meses en el gran teatro de París eran sublimes, pero había algo en sentarse tan cerca de la tarima, en poder reír junto a todas las otras personas que estaban ahí, en poder fijarse en todas las expresiones de la gente que estaba ahí para entretenerlos... Pareciera como si todo aquello estuviera hecho solo para el disfrute particular de la audiencia de ese día, aunque presentaran aquella obra todos los fines de semana. Y Thibaut no podía despegar sus ojos de los actores, y de como se movían, lo que decían, como interactuaban los unos con los otros. Si, estaba segurísimo de que se estaba portando igual que el chiquillo sentado cerca de Basile, pero no le importaba. Los ojos de la gente definitivamente no estaban fijados en él, ¿así que qué importaba como se estuviera comportando?
Toda esa historia. Para ser francos, tenía la impresión de que lo que decían no era todo lo que querían decir, que había un mundo de significados detrás de las palabras que salían de la boca de los actores. Y la pelirroja gitana era... impresionante, por decir lo menos. Era fascinante como, a pesar de que otro actor fuera el centro de interés en alguna escena, sus ojos parecieran siempre estar buscándola. Ahora entendía como el interés de Basile se había extendido por más de una semana, aunque aumentaba de gran manera el misterio de porque no quería que Thibaut la viese. Era muy extraño.
Estaba tan inmerso en todo lo que pasaba encima de la tarima que cuando la función parecía terminar, no atinó a hacer nada más que quedarse mirando a los gitanos encima de la tarima. Escuchó los aplausos del resto del público, que cesaron rápidamente cuando aquella gitana tan especial empezó a cantar. Las palabras de Basile lo sacaron de su ensimismamiento, aunque tuvo que acercarse un poco más a él para poder escucharlo bien. Una risa se escapó de sus labios, a pesar de que a su alrededor todos estaban en silencio. Se calló rápidamente, volviendo a centrar su atención en Talena. A pesar de que no entendía las palabras de la canción, esta lo transportaba a otros lugares. Sitios exóticos en donde historias de leyenda sucedían. Y cuando la canción terminó, sus manos fueron una de las primeras en juntarse para formar un gran aplauso.
Se alegraba de haber arrastrado a su amigo hasta el circo gitano. ¿Quién se hubiera imaginado que cosas como esas podrían pasar en París? Thibaut no era ningún extraño a campamentos gitanos, a veces se instalaban en Saint-Étienne. Pero eran campamentos pequeños, unas cuantas carpas, y generalmente no se quedaban más de un par de semanas. Pero acá en la capital había tantos gitanos que algo como un circo era casi una consecuencia obvia. El francés no estaba tan seguro de que pudieran acercarse a hablar con la muchacha, pero aun así, no se arrepentía de haber llegado hasta ese lugar. Para nada.
Toda esa historia. Para ser francos, tenía la impresión de que lo que decían no era todo lo que querían decir, que había un mundo de significados detrás de las palabras que salían de la boca de los actores. Y la pelirroja gitana era... impresionante, por decir lo menos. Era fascinante como, a pesar de que otro actor fuera el centro de interés en alguna escena, sus ojos parecieran siempre estar buscándola. Ahora entendía como el interés de Basile se había extendido por más de una semana, aunque aumentaba de gran manera el misterio de porque no quería que Thibaut la viese. Era muy extraño.
Estaba tan inmerso en todo lo que pasaba encima de la tarima que cuando la función parecía terminar, no atinó a hacer nada más que quedarse mirando a los gitanos encima de la tarima. Escuchó los aplausos del resto del público, que cesaron rápidamente cuando aquella gitana tan especial empezó a cantar. Las palabras de Basile lo sacaron de su ensimismamiento, aunque tuvo que acercarse un poco más a él para poder escucharlo bien. Una risa se escapó de sus labios, a pesar de que a su alrededor todos estaban en silencio. Se calló rápidamente, volviendo a centrar su atención en Talena. A pesar de que no entendía las palabras de la canción, esta lo transportaba a otros lugares. Sitios exóticos en donde historias de leyenda sucedían. Y cuando la canción terminó, sus manos fueron una de las primeras en juntarse para formar un gran aplauso.
Se alegraba de haber arrastrado a su amigo hasta el circo gitano. ¿Quién se hubiera imaginado que cosas como esas podrían pasar en París? Thibaut no era ningún extraño a campamentos gitanos, a veces se instalaban en Saint-Étienne. Pero eran campamentos pequeños, unas cuantas carpas, y generalmente no se quedaban más de un par de semanas. Pero acá en la capital había tantos gitanos que algo como un circo era casi una consecuencia obvia. El francés no estaba tan seguro de que pudieran acercarse a hablar con la muchacha, pero aun así, no se arrepentía de haber llegado hasta ese lugar. Para nada.
Thibaut Beaudelaire- Humano Clase Alta
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
Talena y el gitano se movieron a través del escenario con la canción. Algunas veces bailaron entre ellos, otras, con el público con el que en dos ocasiones se mezclaron. Se involucraron mejor de lo que habrían esperado y Talena, en una ocasión, tuvo que contener la risa cuando el pequeño con el que bailaba se puso casi tan rojo como el pelo de la gitana. Lo liberó de su tortura emocional dejándolo de vuelta con sus padres, y ella misma regresó al escenario a culminar la canción con la misma dulzura que la había empezado. Al terminar, todos sus compañeros salieron y se inclinaron para recibir los aplausos. Pero la función no había terminado, aunque sí lo hubiese hecho su participación. Una vez se incorporaron y saludaron sonrientes a niños y mayores, giraron sobre sus tobillos y corrieron a la parte trasera de la carpa. Talena salió al exterior y se abrazó a sí msima, cobijándose del frío parisino.
-¡Salamandra! -la llamó una gitana que preparaba los canastos de comida-Jayah ha tenido que ir a cubrir a su madre en su puesto, ¿puedes ayudarme cuando te cambies?
-Claro, dame cinco minutos.
Talena se recogió los bajos del vestido y echó a correr hacia su tienda. No se encontró con muchos gitanos por el camino, puesto que todos estaban ocupados ofreciendo sus servicios a los visitantes. El circo no solo era aquella carpa oscura donde hoy habían actuado. En realidad, esa carpa solo la usaban cuando planificaban números de acrobacia complejos. Era cara, no podían permitirse derrochar el dinero y preferían cuidarla todo lo que pudieran. Por lo general, las actuaciones solían ser al aire libre, junto a las carretas y los destartalados puestos de joyería y videncia. Talena entró en su tienda y miró cautelosa alrededor. No había ni rastro del condenado mono, tanto mejor. Se desnudó a toda prisa para no retrasarse demasiado y se vistió con lo primero que encontró. Una falda que llegaba hasta las pantorrillas, una camisa de mangas acampanadas, un corsé y un pañuelo en la cabeza complementaban el vestuario. Todas las prendas, menos la camisa blanca y el corsé, eran de color violeta. Se calzó unas botas pensando que así se movería mejor entre las gradas y salió corriendo de la tienda, aunque la carrera se interrumpió a los dos pasos cuando algo pequeño y peludo se descolgó de uno de los postes y cayó entre sus brazos.
-¡Mela! -exclamó dejando que el monito se subiese a sus hombros-. Conseguirás matarme de un susto un día de estos, y entonces tu amo te pateará el rabo hasta que te falte París para correr y brincar.
El mono enseñó los dientes con algo parecido a una risa. Talena lo ignoró y regreso corriendo junto a la gitana que le había pedido ayuda. Cogió uno de los cestos, que en realidad no tenían gran cosa. Frutos secos por si alguien entre el público quería comprarlos como chuchería mientras durase la función. Cuando entraron en la carpa, el espectáculo seguía. Talena vio a los domadores haciendo su espectacular pulso con las bestias que entrenaban. Había dos leonas en el centro de la pista y los dos gitanos trataban de obligarlas a que se sentasen sobre los taburetes que habían dispuesto. De vez en cuando alguna de las dos rugía desconforme, pero no tardaba en obedecer sin rechistar. En el fondo sabían que de eso dependía que comiesen. Talena y otras tres gitanas se deslizaron sigilosamente entre las gradas y ofrecieron en voz baja lo que llevaban para no distraer a la gente e interrumpirles la función. Por lo general nadie compraba nada porque preferían traerse la comida desde casa y ahorrarse así el dinero. Pero también había quien se solidarizaba o por simple capricho accedía a dar aunque solo fuese una moneda por probar lo que llevaban en los cestos. Cuando Talena bajó un par de escalones entre las gradas, se detuvo vacilante al ver el perfil de alguien conocido. ¿No era ese el mismo hombre que se había encontrado en el bosque? Al final, después de todo, cumplió con su palabra de venir al circo, aunque no esperase encontrárselo en una función para niños. Le pidió entre susurros a su compañera que le cambiase el lugar. La gitana, de apenas catorce años, comenzó a repartir los frutos secos en la zona donde estaba Talena. La Salamandra, entre tanto, se deslizó sin hacer ruido hasta la fila trasera de donde estaba Basile. Al parecer no venía solo. Ofreció lo que vendía a la familia que tenía delante, por educación, y después se acuclilló hasta que su cabeza quedó a la altura de la de los dos jóvenes que venía buscando.
-¿Va a querer que le sirva algo, señor boticario? -sonrió con sus ojos negros clavados inquisitivamente tanto en él, como en su amigo.
Sobre sus hombros, el mono empezó a tocar las palmas cuando por fin las dos leonas se subieron a sus taburetes. La familia que tenían detrás se echó a reír y Mela, que le encantaba ser el centro de atención, se giró hacia ellos y extendió la manilla al los críos. Cuando la madre quiso secundarles, Mela apartó la mano y se cubrió la cabeza fingiendo vergüenza ante la mujer. Pero vergüenza era una palabra que el mono desconocía, o eso pensó Talena vuando vio lo que estaba haciendo.
-¡Salamandra! -la llamó una gitana que preparaba los canastos de comida-Jayah ha tenido que ir a cubrir a su madre en su puesto, ¿puedes ayudarme cuando te cambies?
-Claro, dame cinco minutos.
Talena se recogió los bajos del vestido y echó a correr hacia su tienda. No se encontró con muchos gitanos por el camino, puesto que todos estaban ocupados ofreciendo sus servicios a los visitantes. El circo no solo era aquella carpa oscura donde hoy habían actuado. En realidad, esa carpa solo la usaban cuando planificaban números de acrobacia complejos. Era cara, no podían permitirse derrochar el dinero y preferían cuidarla todo lo que pudieran. Por lo general, las actuaciones solían ser al aire libre, junto a las carretas y los destartalados puestos de joyería y videncia. Talena entró en su tienda y miró cautelosa alrededor. No había ni rastro del condenado mono, tanto mejor. Se desnudó a toda prisa para no retrasarse demasiado y se vistió con lo primero que encontró. Una falda que llegaba hasta las pantorrillas, una camisa de mangas acampanadas, un corsé y un pañuelo en la cabeza complementaban el vestuario. Todas las prendas, menos la camisa blanca y el corsé, eran de color violeta. Se calzó unas botas pensando que así se movería mejor entre las gradas y salió corriendo de la tienda, aunque la carrera se interrumpió a los dos pasos cuando algo pequeño y peludo se descolgó de uno de los postes y cayó entre sus brazos.
-¡Mela! -exclamó dejando que el monito se subiese a sus hombros-. Conseguirás matarme de un susto un día de estos, y entonces tu amo te pateará el rabo hasta que te falte París para correr y brincar.
El mono enseñó los dientes con algo parecido a una risa. Talena lo ignoró y regreso corriendo junto a la gitana que le había pedido ayuda. Cogió uno de los cestos, que en realidad no tenían gran cosa. Frutos secos por si alguien entre el público quería comprarlos como chuchería mientras durase la función. Cuando entraron en la carpa, el espectáculo seguía. Talena vio a los domadores haciendo su espectacular pulso con las bestias que entrenaban. Había dos leonas en el centro de la pista y los dos gitanos trataban de obligarlas a que se sentasen sobre los taburetes que habían dispuesto. De vez en cuando alguna de las dos rugía desconforme, pero no tardaba en obedecer sin rechistar. En el fondo sabían que de eso dependía que comiesen. Talena y otras tres gitanas se deslizaron sigilosamente entre las gradas y ofrecieron en voz baja lo que llevaban para no distraer a la gente e interrumpirles la función. Por lo general nadie compraba nada porque preferían traerse la comida desde casa y ahorrarse así el dinero. Pero también había quien se solidarizaba o por simple capricho accedía a dar aunque solo fuese una moneda por probar lo que llevaban en los cestos. Cuando Talena bajó un par de escalones entre las gradas, se detuvo vacilante al ver el perfil de alguien conocido. ¿No era ese el mismo hombre que se había encontrado en el bosque? Al final, después de todo, cumplió con su palabra de venir al circo, aunque no esperase encontrárselo en una función para niños. Le pidió entre susurros a su compañera que le cambiase el lugar. La gitana, de apenas catorce años, comenzó a repartir los frutos secos en la zona donde estaba Talena. La Salamandra, entre tanto, se deslizó sin hacer ruido hasta la fila trasera de donde estaba Basile. Al parecer no venía solo. Ofreció lo que vendía a la familia que tenía delante, por educación, y después se acuclilló hasta que su cabeza quedó a la altura de la de los dos jóvenes que venía buscando.
-¿Va a querer que le sirva algo, señor boticario? -sonrió con sus ojos negros clavados inquisitivamente tanto en él, como en su amigo.
Sobre sus hombros, el mono empezó a tocar las palmas cuando por fin las dos leonas se subieron a sus taburetes. La familia que tenían detrás se echó a reír y Mela, que le encantaba ser el centro de atención, se giró hacia ellos y extendió la manilla al los críos. Cuando la madre quiso secundarles, Mela apartó la mano y se cubrió la cabeza fingiendo vergüenza ante la mujer. Pero vergüenza era una palabra que el mono desconocía, o eso pensó Talena vuando vio lo que estaba haciendo.
Talena Valjean- Cazador Clase Alta
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
Talena cantaba muy bien aunque Basile no pudiera entender ni una sola palabra de la melodía que entonaba. De alguna forma se descubrió a sí mismo inventando el significado que quería para su música, soñando con un mundo mejor. ¿Era eso demasiado ingenuo? Tal vez, pero el boticario nunca había dejado morir al niño de su interior y los críos todavía pensaban que las cosas podían arreglarse. Sabía que era una idea absurda y que no serviría para nada, pero por un momento le gustaría invitar al espectáculo a los clientes más desdichados de su botica. El señor Camus con sus articulaciones hinchadas, el niño de los Gasteau que estaba con varicela, la mujer del zapatero con sus crisis de gota... Aquel ambiente de gitanos libres y didácticos a su manera, de ciudadanos sin prejuicios y tan salvajes como la naturaleza misma, era sin duda beneficioso para la salud. Al menos la salud mental, un terreno que muchos médicos dejaban olvidado y para el que Basile carecía de remedios.
Como si quisiera corroborar su idea Thibaut rió a su lado. Si Grushenko todavía tenía cosas de niño Beaudelaire estaba anclado en la adolescencia aún, no cabía duda. Miró a su amigo y sonrió viendo lo entusiasmado que estaba. Después de todo se alegraba de haber ido a ver a Talena y al resto de su troupe con él, era una experiencia que no se veía compartiendo con nadie más. Aplaudió con ganas cuando el número terminó y se preparó para ver salir a los domadores y sus animales. Los números con bestias no le gustaban tanto porque pensaba que seguramente esos leones estarían más felices en la selva de donde nadie debería haberlos obligado a salir, pero había que reconocer que los gitanos tenían gran mérito.
El objetivo principal cuando planearon aquella excursión - o debería decir más bien cuando Thibaut la planeó y le obligó a acompañarle - había sido que su amigo viera con sus propios ojos a aquella muchacha que después de un encuentro brevísimo se había ganado un lugar preferente en los pensamientos de Basile, pero ahora ella se había perdido de vista. Probablemente habría ido a su carromato y ya no volvería a hablar con ella, cosa que le apenaba y aliviaba a partes iguales. Por un lado se había divertido mucho cuando conversaron, pero por otro si no se encontraban de nuevo se ahorraría la incómoda sensación de que la chica conocía todos y cada uno de sus pensamientos. ¿Cómo podría explicarle eso a Thibaut? Que Talena tenía unos ojos que perforaban sin pedir permiso, que leían el interior de las personas y dejaban una huella difícil de borrar. Se sobresaltó al oír su voz como haciendo eco de sus pensamientos en aquel preciso instante. Le sonrió y rebuscó los francos sueltos de su bolsillo.
- Unos cacahuetes, por favor. - Pidió haciendo el intercambio de los frutos secos por las monedas. - Al final cumplí mi promesa de venir a veros, señorita. Y os traigo un público entregado de verdad.
Señaló con el mentón a Thibaut que seguro que estaba impaciente por hablar con la pelirroja, conociéndolo si no intercedía pronto hasta se presentaría a sí mismo. Basile aún lo hizo sufrir un poco más mientras pelaba uno de los cacahuetes y se lo metía en la boca. Solo después de haber tragado se dignó a formalizar su relación.
- Talena, este es Thibaut Beaudelaire. Mi mejor amigo.
Y entonces le llegó el turno de dirigir la vista algo nervioso a los domadores para que la gitana no pudiera deducir nada demasiado rápido. Bien mirado seguro que ella no era telépata, solo una gran observadora, y si Basile se concentraba en ocultar todas sus emociones como si fuera un trozo de piedra estaría a salvo de indiscreciones.
Como si quisiera corroborar su idea Thibaut rió a su lado. Si Grushenko todavía tenía cosas de niño Beaudelaire estaba anclado en la adolescencia aún, no cabía duda. Miró a su amigo y sonrió viendo lo entusiasmado que estaba. Después de todo se alegraba de haber ido a ver a Talena y al resto de su troupe con él, era una experiencia que no se veía compartiendo con nadie más. Aplaudió con ganas cuando el número terminó y se preparó para ver salir a los domadores y sus animales. Los números con bestias no le gustaban tanto porque pensaba que seguramente esos leones estarían más felices en la selva de donde nadie debería haberlos obligado a salir, pero había que reconocer que los gitanos tenían gran mérito.
El objetivo principal cuando planearon aquella excursión - o debería decir más bien cuando Thibaut la planeó y le obligó a acompañarle - había sido que su amigo viera con sus propios ojos a aquella muchacha que después de un encuentro brevísimo se había ganado un lugar preferente en los pensamientos de Basile, pero ahora ella se había perdido de vista. Probablemente habría ido a su carromato y ya no volvería a hablar con ella, cosa que le apenaba y aliviaba a partes iguales. Por un lado se había divertido mucho cuando conversaron, pero por otro si no se encontraban de nuevo se ahorraría la incómoda sensación de que la chica conocía todos y cada uno de sus pensamientos. ¿Cómo podría explicarle eso a Thibaut? Que Talena tenía unos ojos que perforaban sin pedir permiso, que leían el interior de las personas y dejaban una huella difícil de borrar. Se sobresaltó al oír su voz como haciendo eco de sus pensamientos en aquel preciso instante. Le sonrió y rebuscó los francos sueltos de su bolsillo.
- Unos cacahuetes, por favor. - Pidió haciendo el intercambio de los frutos secos por las monedas. - Al final cumplí mi promesa de venir a veros, señorita. Y os traigo un público entregado de verdad.
Señaló con el mentón a Thibaut que seguro que estaba impaciente por hablar con la pelirroja, conociéndolo si no intercedía pronto hasta se presentaría a sí mismo. Basile aún lo hizo sufrir un poco más mientras pelaba uno de los cacahuetes y se lo metía en la boca. Solo después de haber tragado se dignó a formalizar su relación.
- Talena, este es Thibaut Beaudelaire. Mi mejor amigo.
Y entonces le llegó el turno de dirigir la vista algo nervioso a los domadores para que la gitana no pudiera deducir nada demasiado rápido. Bien mirado seguro que ella no era telépata, solo una gran observadora, y si Basile se concentraba en ocultar todas sus emociones como si fuera un trozo de piedra estaría a salvo de indiscreciones.
Basile Grushenko- Vampiro Clase Media
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
Aquello era definitivamente una gran nueva experiencia. Que obviamente se dividía en millones de nuevas experiencias más pequeñas y algunas ya no tanto. Si, los gitanos y algunas de sus costumbres no eran elementos desconocidos para el francés, pero siempre los había observado desde afuera y en grupos muchísimo más pequeños. Encontrarse absorto en su propio territorio, rodeado de personas que parecían totalmente despreocupados y muy diferentes a lo que el estaba acostumbrado, esa si que era una nueva experiencia. Pero nada se comparaba ante la impresión que esos dos leones le provocaron cuando salieron y tomaron posesión de la tarima en donde antes había estado Talena.
Jamás había visto leones en vivo y aquello superaba todas las expectativas que tenía sobre ellos. ¡Eran enormes! Solo había visto ilustraciones en libros y estatuas al frente de diversos edificios, pero verlos al frente suyo le produjo una impresión gigantesca. Casi dio un salto cuando los vio por primera vez y sus ojos no se apartaron del espectáculo hasta que escuchó una voz detrás de ellos. Estaba con los nervios tan de punta, que no pudo evitar darse vuelta muy rápido, muy a su pesar. Y ese pesar se vio de gran manera acrecentado al encontrarse de frente a la razón por la cual habían acudido al circo en el primer lugar.
Y Basile parecía estar empeñado en aumentar los niveles de ansiedad que sentía en ese momento. Parecía tan tranquilo hablando con aquella mujer que el veía por primera vez, pero que tenía tantas ganas de conocer un poco mejor. Porque cualquier persona que hubiera llamado tanto la atención de su amigo era digna de un poco de atención. De seguro que tenían temas de conversación interesantes y diferentes puntos de vista sobre los temas importantes de la vida. Y ahí estaba el boticario, tomándose todo el tiempo del mundo en pelar un mísero cacahuete mientras Thibaut se quedaba callado, esperando que Basile se dignara en realizar una presentación adecuada entre dos desconocidos. Incluso pensó en presentarse el mismo, por mucho que las normas sociales consideraran algo así como una descortesía muy grande, pero no llegó a tener la oportunidad de hacerlo, ya que Basile por fin los introdujo.
Pasaron un par de segundos antes de que hablara, ya que la manera en que Basile lo había presentado lo tomó por completo de sorpresa. No tenía idea que lo consideraba su mejor amigo, por mucho que el lo hiciera con él. Le dirigió una gran sonrisa a su amigo, como agradeciéndole sin palabras, para después mirar a la pelirroja mujer. -Encantado de por fin conocerla, madame- le dijo al fin, con una gran sonrisa en su rostro. Hizo una pequeña reverencia con su cabeza, mientras alzaba dos dedos hacia el ala de su sombrero, como solía hacer cuando saludaba a alguien. -He escuchado muchísimo de usted- agregó Thibaut. ¿Basile quería hacerlo sufrir un poco? Bueno, pues podría devolverle la mano de la misma manera.
Jamás había visto leones en vivo y aquello superaba todas las expectativas que tenía sobre ellos. ¡Eran enormes! Solo había visto ilustraciones en libros y estatuas al frente de diversos edificios, pero verlos al frente suyo le produjo una impresión gigantesca. Casi dio un salto cuando los vio por primera vez y sus ojos no se apartaron del espectáculo hasta que escuchó una voz detrás de ellos. Estaba con los nervios tan de punta, que no pudo evitar darse vuelta muy rápido, muy a su pesar. Y ese pesar se vio de gran manera acrecentado al encontrarse de frente a la razón por la cual habían acudido al circo en el primer lugar.
Y Basile parecía estar empeñado en aumentar los niveles de ansiedad que sentía en ese momento. Parecía tan tranquilo hablando con aquella mujer que el veía por primera vez, pero que tenía tantas ganas de conocer un poco mejor. Porque cualquier persona que hubiera llamado tanto la atención de su amigo era digna de un poco de atención. De seguro que tenían temas de conversación interesantes y diferentes puntos de vista sobre los temas importantes de la vida. Y ahí estaba el boticario, tomándose todo el tiempo del mundo en pelar un mísero cacahuete mientras Thibaut se quedaba callado, esperando que Basile se dignara en realizar una presentación adecuada entre dos desconocidos. Incluso pensó en presentarse el mismo, por mucho que las normas sociales consideraran algo así como una descortesía muy grande, pero no llegó a tener la oportunidad de hacerlo, ya que Basile por fin los introdujo.
Pasaron un par de segundos antes de que hablara, ya que la manera en que Basile lo había presentado lo tomó por completo de sorpresa. No tenía idea que lo consideraba su mejor amigo, por mucho que el lo hiciera con él. Le dirigió una gran sonrisa a su amigo, como agradeciéndole sin palabras, para después mirar a la pelirroja mujer. -Encantado de por fin conocerla, madame- le dijo al fin, con una gran sonrisa en su rostro. Hizo una pequeña reverencia con su cabeza, mientras alzaba dos dedos hacia el ala de su sombrero, como solía hacer cuando saludaba a alguien. -He escuchado muchísimo de usted- agregó Thibaut. ¿Basile quería hacerlo sufrir un poco? Bueno, pues podría devolverle la mano de la misma manera.
Thibaut Beaudelaire- Humano Clase Alta
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
Cuando ambos se sobresaltaron, la propia Talena dio un brinco que casi la desequilibró y tiró al suelo sentada. Quizá el contrapeso del mono sobre su hombro, que no paraba de moverse y hacer tonterías, ayudó a impedir semejante resultado. La gitana miró a ambos hombres con una ceja alzada y una sonrisa burlona curvando de medio lado sus labios. Cualquiera que los hubiera visto, pensaría que Talena era un fantasma en lugar de un ser humano de carne y hueso capaz de sangrar como cualquiera de los dos. Aquello no le sentó mal, sino que más bien le causó diversión. Contuvo la risa, aunque se notaba en la tensión de sus labios que podría soltar una carcajada en cualquier momento, y alargó la mano para tenderle a Basile los cacahuetes que había pedido. Los francos tintinearon en su mano los minutos previos a que los guardarse. El mono, por su parte, había girado la cabeza atraído por el sonido. Echó mano intentando robarle el dinero a Talena, que apoyó la cesta de frutos en sus piernas y alargó la mano libre para darle un manotazo al primate.
-No se toca -lo reprendió.
Igual que un niño pequeño, el monito se toqueteó la manilla golpeada, hizo un puchero con la cara y agachó la cabeza tratando de dar lástima. Igual que si no hubiera roto un plato en toda su vida, cuando aquella misma mañana hubo logrado sacar de quicio a quien lo llevaba sobre el hombro. Talena cabeceó y se giró para volver a mirar a los dos amigos. Basile estaba la mar de entretenido pelando el dichoso cacahuete, y el otro parecía que iba a salir volando de la silla de pura impaciencia.
-Tranquilos, no muerdo -siguió murmurando para no molestar a nadie-. Aunque con la lentitud que muestra el señor Grushenko para pelar un simple cacahuete, no podría decir lo mismo si una de esas leonas lo quisiera tomar de tentenpié.
Empezaban a dormírsele las piernas en esa postura, pero Basile seguía sin responder. Talena se incorporó un poco y se dejó caer disimuladamente hasta que pudo sentarse en el suelo con las piernas recogidas. Ahora su cabeza quedaba cubierta por los hombros de los dos amigos, pero prefería conservar la sensibilidad de sus piernas antes que las vistas de un espectáculo que ya se sabía de memoria. La propia Talena había sido llamada a actuar en una ocasión con uno de aquellos leones. El peor día de su vida desde que empezase a trabajar en el circo, a decir verdad. No solo fue el miedo a pensar que la bestia se descontrolase y le diese un zarpazo, sino la repentina aparición de Emhyr, cuya escenita de celos paternales causó que el león perdiera los nervios y atacase a uno de sus cuidadores. Talena arrugó la frente al recordar aquello y agitó la cabeza. El solo recuerdo de aquel sinvergüenza hacía que le hirviese la sangre, y no quería frustrarse. Afortunadamente Basile se dignó a responder. Presentó a Thibaut Beaudelaire como su mejor amigo. Talena sonrió e inclinó la cabeza cortésmente a la presentación. Recordó lo que había visto fugazmente en el bosque, cuando Basile puso a prueba sus habilidades, pero enterró la mayor parte de sus sospechas por respeto.
-El hombre encerrado en los libros -asintió. Cuando Beaudelaire mencionó que le habían hablado de ella, Talena giró la cabeza hacia Basile con la diversión asomando en el negro de sus ojos-¿De verdad? Qué cosas...
-No se toca -lo reprendió.
Igual que un niño pequeño, el monito se toqueteó la manilla golpeada, hizo un puchero con la cara y agachó la cabeza tratando de dar lástima. Igual que si no hubiera roto un plato en toda su vida, cuando aquella misma mañana hubo logrado sacar de quicio a quien lo llevaba sobre el hombro. Talena cabeceó y se giró para volver a mirar a los dos amigos. Basile estaba la mar de entretenido pelando el dichoso cacahuete, y el otro parecía que iba a salir volando de la silla de pura impaciencia.
-Tranquilos, no muerdo -siguió murmurando para no molestar a nadie-. Aunque con la lentitud que muestra el señor Grushenko para pelar un simple cacahuete, no podría decir lo mismo si una de esas leonas lo quisiera tomar de tentenpié.
Empezaban a dormírsele las piernas en esa postura, pero Basile seguía sin responder. Talena se incorporó un poco y se dejó caer disimuladamente hasta que pudo sentarse en el suelo con las piernas recogidas. Ahora su cabeza quedaba cubierta por los hombros de los dos amigos, pero prefería conservar la sensibilidad de sus piernas antes que las vistas de un espectáculo que ya se sabía de memoria. La propia Talena había sido llamada a actuar en una ocasión con uno de aquellos leones. El peor día de su vida desde que empezase a trabajar en el circo, a decir verdad. No solo fue el miedo a pensar que la bestia se descontrolase y le diese un zarpazo, sino la repentina aparición de Emhyr, cuya escenita de celos paternales causó que el león perdiera los nervios y atacase a uno de sus cuidadores. Talena arrugó la frente al recordar aquello y agitó la cabeza. El solo recuerdo de aquel sinvergüenza hacía que le hirviese la sangre, y no quería frustrarse. Afortunadamente Basile se dignó a responder. Presentó a Thibaut Beaudelaire como su mejor amigo. Talena sonrió e inclinó la cabeza cortésmente a la presentación. Recordó lo que había visto fugazmente en el bosque, cuando Basile puso a prueba sus habilidades, pero enterró la mayor parte de sus sospechas por respeto.
-El hombre encerrado en los libros -asintió. Cuando Beaudelaire mencionó que le habían hablado de ella, Talena giró la cabeza hacia Basile con la diversión asomando en el negro de sus ojos-¿De verdad? Qué cosas...
Talena Valjean- Cazador Clase Alta
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
Si algún día tenía un hijo lo imaginaba como Thibaut, inquieto en su asiento y mirando los leones como si no hubiera cosa en el mundo más fascinante que una de aquellas bestias con melena. Basile admitía que eran fascinantes, pero por desgracia él ya hacía mucho tiempo que había perdido la alegre y despreocupada chispa ingenua de la infancia. La diferencia de edad que le sacaba a su amigo se notaba más que nunca en momentos como ese, y lejor de hacerle sentir por ello superior o más maduro el boticario contemplaba de reojo las expresiones del leguleyo y se deleitaba con ellas. Alguien que era capaz de sonreír de esa manera no podía guardar nada malo en su interior. Se preguntó cómo verían los demás desde fuera sus propias sonrisas. No tenía mucha fama entre sus colegas de hombre atormentado, así que dedujo que si atravesaba momentos en su vida de cierta zozobra sentimental se las arreglaba muy bien para disimularlos.
Le causó más interés el mono que acompañaba a Talena, tanto que mientras la pelirroja y Beaudelaire comenzaban a parlotear acerca de si Basile hablaba o no de la muchacha él se entretuvo en hacerle carantoñas al simio.
- ¿Por qué iba a querer comerme la leona? - Inquirió. - Soy el más correoso de los tres.
Hacía referencia a su edad, claro, no es que hubiera tenido el gusto de poder pellizcar personalmente las carnes de ninguno de los otros dos, aunque no sería por falta de ganas. Cuando oyó a la gitana referirse a Thibaut como el hombre encerrado en los libros volvió a Basile el temor apagado de que pudiera ver demasiado. ¿No se lo había buscado acaso yendo allí, a su guarida, a enfrentarla? Y acompañado nada menos que de aquello que más celo ponía en ocultar. Era como ponerse delante de un toro con un trapo rojo y luego pedirle amablemente que no embistiera contra él.
- Bueno. - Quiso excusarse. - No todos los días encuentra uno a una joven en el claro de un bosque y paseando de noche. Admitid que es un relato digno de mención.
Y más si se trataba de una jovencita como aquella. Oh venga, si hasta Thibaut estaba a su modo fascinado, no había más que ver la cara que había puesto cuando la salamandra había salido a escena. Claro que también era la misma cara que le estaba poniendo a las bestias, así que el boticario tampoco estaba seguro de hasta qué punto eso quería decir algo concreto.
Le causó más interés el mono que acompañaba a Talena, tanto que mientras la pelirroja y Beaudelaire comenzaban a parlotear acerca de si Basile hablaba o no de la muchacha él se entretuvo en hacerle carantoñas al simio.
- ¿Por qué iba a querer comerme la leona? - Inquirió. - Soy el más correoso de los tres.
Hacía referencia a su edad, claro, no es que hubiera tenido el gusto de poder pellizcar personalmente las carnes de ninguno de los otros dos, aunque no sería por falta de ganas. Cuando oyó a la gitana referirse a Thibaut como el hombre encerrado en los libros volvió a Basile el temor apagado de que pudiera ver demasiado. ¿No se lo había buscado acaso yendo allí, a su guarida, a enfrentarla? Y acompañado nada menos que de aquello que más celo ponía en ocultar. Era como ponerse delante de un toro con un trapo rojo y luego pedirle amablemente que no embistiera contra él.
- Bueno. - Quiso excusarse. - No todos los días encuentra uno a una joven en el claro de un bosque y paseando de noche. Admitid que es un relato digno de mención.
Y más si se trataba de una jovencita como aquella. Oh venga, si hasta Thibaut estaba a su modo fascinado, no había más que ver la cara que había puesto cuando la salamandra había salido a escena. Claro que también era la misma cara que le estaba poniendo a las bestias, así que el boticario tampoco estaba seguro de hasta qué punto eso quería decir algo concreto.
Basile Grushenko- Vampiro Clase Media
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
Quizás ahora podría llegar a entender el porque de que Basile hubiera preferido que no llegara a conocer a su gitana. Había algo en ella que le daba la impresión de que era una de esas personas a las que no se les escapaba ni un solo detalle, casi como si pudiera ver en tu interior al mirarte a los ojos y saber cosas íntimas en menos de un segundo. Thibaut se lo atribuía a su mirada, que era bastante penetrante y a esa manera de hablar de forma tan directa que definitivamente no era lo más común dentro de la sociedad por la que se movía. Y aun así, le era difícil sacarle los ojos de encima. Si hasta su forma de hablar le parecía diferente, a pesar de que de la misma manera denotaba educación y cortesía. Quizás el boticario no quería que la hubiera conocido para evitarle el escrutinio que significaría estar al frente de ella, aunque le parecía una razón algo rebuscada.
Y cuando escuchó aquella frase de parte de la gitana, no pudo más que sonreír. -Me gustaría poder jactarme de que el estudio de leyes no consume tanto de mi tiempo, pero me temería a faltar a la verdad- le respondió, bajando un poco la mirada, pero aun riendo. Así que Basile entregaba información no tan solo de Talena hacia él, si no que también le había contado a la mujer sobre el mismo. Aquello había sido algo inesperado, ya que no podía llegar a imaginarse algún escenario o tema de conversación que llevara a su amigo a mencionarlo a una joven hermosa que recién está conociendo. Pero no esperaba llegar a alguna conclusión satisfactoria muy pronto, así que dejó que el tema descansara en el fondo de su cabeza para poder enfocarse mejor en la situación presente.
Escuchando a Grushenko, Thibaut no pudo estar más de acuerdo con él, a pesar de que la conversación también había incluido otras apreciaciones sobre la gitana que era mejor no mencionar en ese momento. -Basile tiene toda la razón, fueron circunstancias dignas de relatar, además que pareciera que hubiera hecho algo que llamó profundamente la atención de mi amigo- dijo dirigiéndose a Talena, mientras con una mano le daba un par de palmadas a Basile en el hombro. -Aunque antes de seguir la conversación, déjeme felicitarla por una presentación soberbia, madame- agregó, inclinando levemente su cabeza como para confirmar lo que sus palabras decían, -merece todos los aplausos que se escucharon y más-.
Y cuando escuchó aquella frase de parte de la gitana, no pudo más que sonreír. -Me gustaría poder jactarme de que el estudio de leyes no consume tanto de mi tiempo, pero me temería a faltar a la verdad- le respondió, bajando un poco la mirada, pero aun riendo. Así que Basile entregaba información no tan solo de Talena hacia él, si no que también le había contado a la mujer sobre el mismo. Aquello había sido algo inesperado, ya que no podía llegar a imaginarse algún escenario o tema de conversación que llevara a su amigo a mencionarlo a una joven hermosa que recién está conociendo. Pero no esperaba llegar a alguna conclusión satisfactoria muy pronto, así que dejó que el tema descansara en el fondo de su cabeza para poder enfocarse mejor en la situación presente.
Escuchando a Grushenko, Thibaut no pudo estar más de acuerdo con él, a pesar de que la conversación también había incluido otras apreciaciones sobre la gitana que era mejor no mencionar en ese momento. -Basile tiene toda la razón, fueron circunstancias dignas de relatar, además que pareciera que hubiera hecho algo que llamó profundamente la atención de mi amigo- dijo dirigiéndose a Talena, mientras con una mano le daba un par de palmadas a Basile en el hombro. -Aunque antes de seguir la conversación, déjeme felicitarla por una presentación soberbia, madame- agregó, inclinando levemente su cabeza como para confirmar lo que sus palabras decían, -merece todos los aplausos que se escucharon y más-.
Thibaut Beaudelaire- Humano Clase Alta
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
Conque estudiaba leyes. Talena no recordaba que Basile hubiese dicho nada al respecto. Tal vez lo mencionase y su cabeza, empecinada en recelar del boticario, omitiese la información. La visión que tuvo tampoco fue muy esclarecedora. La figura que supuso era del joven Beaudelaire, no era más que una silueta negra y borrosa que sujetaba entre sus manos algo que parecía leer o estudiar con ahínco. De ahí que la Salamandra se dirigiese a él de esa forma. Ahora que sabía de sus estudios, la gitana no pudo evitar que se le ensombreciera momentáneamente el rostro. Más de una vez había tenido problemas con la justicia, a menos la referida a la Inquisición. Tener delante a alguien que pretendía ganarse la vida con ello no era algo que pudiese llamar precisamente agradable. Pero la sombra se desvaneció y Talena entendió que, sin conocerle, no era sensato dejarse llevar por los prejuicios. Igual que los ideales de Basile o los suyos propios no parecían ajustarse cien por cien a los de la época, era posible que los métodos de Beaudelaire también distaran notoriamente de los que la espalda de Talena, cuyas cicatrices permanecían escondidas de ojos indiscretos, pudiese recordar.
-El esfuerzo siempre se ve recompensado -comentó volviendo a curvar una sonrisa, aunque prefiriese dejar el tema de lado para evitar dejarse llevar por ideas equivocadas.
Sobre su hombro, Melalo percibió las intenciones de Grushenko. El mono giró la cabeza y le enseñó los dientes con aquella sonrisa estruendosa e inquietante tan típica de él. Aprovechó la cercanía de Talena con los dos hombres para inclinarse y el muy condenado fingió ser la cosa más inofensiva y adorable del mundo abrazándose al cuello del boticario como un niño pequeño. Talena abrió la boca para replicar, pero se quedó muda ante el descaro del animal.
-Vendría bien una ley contra los caraduras -apuntó atacando al mono a base de cosquillas.
Melalo, retorciéndose por el ataque, dio un manotazo insignificante a la Salamandra para que se estuviera quieta. Talena tuvo que apretar dientes y labios para no reír, y creyó oportuno alejarse antes de que cualquiera de los presentes en el público o sus propios compañeros le llamasen la atención. Hizo señas al monito para que volviese con ella, el pequeño se subió a su hombro y Talena inclinó la cabeza en señal de agradecimiento a las palabras de Thibaut.
-No tenemos el glamour de un teatro -encogió los hombros-, pero me alegra que os haya gustado. Merci beaucoup -echó la cabeza hacia atrás y miró a ambos lados del pasillo antes de levantarse del suelo, si bien siguió agachada para no molestar-. Que disfruten del espectáculo, señores. Si quieren pueden reunirse conmigo al acabar. Estaré al otro lado de la carpa.
Les guiñó un ojo, se incorporó y siguió deambulando entre las filas en busca de quien quisiera comprar algo que llevarse a la boca durante la función. No obtuvo mucho más, como siempre, y cuando acabó salió al exterior deslumbrada por el sol. Melalo saltó de su hombro al suelo y echó a correr entre los puestos. Talena, sonriendo, lo siguió hasta la parte trasera de la carpa, tal y como había dicho a los dos amigos. No esperaba que acudiesen y entendería que no lo hicieran por mucho que le hubiesen llamado la atención.
-El esfuerzo siempre se ve recompensado -comentó volviendo a curvar una sonrisa, aunque prefiriese dejar el tema de lado para evitar dejarse llevar por ideas equivocadas.
Sobre su hombro, Melalo percibió las intenciones de Grushenko. El mono giró la cabeza y le enseñó los dientes con aquella sonrisa estruendosa e inquietante tan típica de él. Aprovechó la cercanía de Talena con los dos hombres para inclinarse y el muy condenado fingió ser la cosa más inofensiva y adorable del mundo abrazándose al cuello del boticario como un niño pequeño. Talena abrió la boca para replicar, pero se quedó muda ante el descaro del animal.
-Vendría bien una ley contra los caraduras -apuntó atacando al mono a base de cosquillas.
Melalo, retorciéndose por el ataque, dio un manotazo insignificante a la Salamandra para que se estuviera quieta. Talena tuvo que apretar dientes y labios para no reír, y creyó oportuno alejarse antes de que cualquiera de los presentes en el público o sus propios compañeros le llamasen la atención. Hizo señas al monito para que volviese con ella, el pequeño se subió a su hombro y Talena inclinó la cabeza en señal de agradecimiento a las palabras de Thibaut.
-No tenemos el glamour de un teatro -encogió los hombros-, pero me alegra que os haya gustado. Merci beaucoup -echó la cabeza hacia atrás y miró a ambos lados del pasillo antes de levantarse del suelo, si bien siguió agachada para no molestar-. Que disfruten del espectáculo, señores. Si quieren pueden reunirse conmigo al acabar. Estaré al otro lado de la carpa.
Les guiñó un ojo, se incorporó y siguió deambulando entre las filas en busca de quien quisiera comprar algo que llevarse a la boca durante la función. No obtuvo mucho más, como siempre, y cuando acabó salió al exterior deslumbrada por el sol. Melalo saltó de su hombro al suelo y echó a correr entre los puestos. Talena, sonriendo, lo siguió hasta la parte trasera de la carpa, tal y como había dicho a los dos amigos. No esperaba que acudiesen y entendería que no lo hicieran por mucho que le hubiesen llamado la atención.
Talena Valjean- Cazador Clase Alta
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
La cosa no estaba yendo tan mal. Basile siguió comiendo cacahuetes mientras dejaba de Thibaut y Talena se dieran cuenta solos de que podían llevarse bien. El boticario estaba convencido de ello, y no precisamente porque tuvieran personalidades parecidas sino porque se complementaban bien. Beaudelaire tenía de comedido y encantador todo lo que la gitana de espontánea y divertida. Al menos a primera vista, claro, porque una vez se conocía bien al leguleyo se daba uno cuenta de que también tenía su parte ácida. En el momento que el boticario se percató de eso empezó a estrechar su sentimiento de amistad hacia el muchacho. Bueno, y lo que no era amistad también.
Se atragantó cuando Thibaut le dijo directamente a la Salamandra que debía de haber hecho algo que le impactó. Lo último que quería era que saliera ahora a colación el tema de la quiromancia, pero seguramente los otros dos estarían tan preocupados por lo que parecía su asfixia inminente que dejarían eso apartado por el momento. Una piel de cacahuete se le había ido a la tráquea y tardó un buen rato en poder volver a respirar con normalidad. Hasta el mono se puso a darle palmadas, pero Basile no sabía si pretendía ayudarle o aprovechar la confusión general para desquitarse con un par de collejas.
Talena se marchó y el boticario volvió a fijar la vista en el espectáculo, dándole a su amigo la bolsa de cacaos para que se la terminara o se deshiciera de ella, como gustara. Él no quería volver a tener trato con aquellos frutos secos homicidas.
- Bueno, ya la has conocido, ¿satisfecho? - Intentó convencerle. - Supongo que lo mejor será que al terminar volvamos a París. Tengo que hacer unas cosas y seguro que tú quieres estudiar.
Preferiría que no se alargara la conversación entre el chico y la gitana pero sabía en el fondo que no tenía elección, su colega era tozudo como una mula. No le quedaba otra que resignarse.
Se atragantó cuando Thibaut le dijo directamente a la Salamandra que debía de haber hecho algo que le impactó. Lo último que quería era que saliera ahora a colación el tema de la quiromancia, pero seguramente los otros dos estarían tan preocupados por lo que parecía su asfixia inminente que dejarían eso apartado por el momento. Una piel de cacahuete se le había ido a la tráquea y tardó un buen rato en poder volver a respirar con normalidad. Hasta el mono se puso a darle palmadas, pero Basile no sabía si pretendía ayudarle o aprovechar la confusión general para desquitarse con un par de collejas.
Talena se marchó y el boticario volvió a fijar la vista en el espectáculo, dándole a su amigo la bolsa de cacaos para que se la terminara o se deshiciera de ella, como gustara. Él no quería volver a tener trato con aquellos frutos secos homicidas.
- Bueno, ya la has conocido, ¿satisfecho? - Intentó convencerle. - Supongo que lo mejor será que al terminar volvamos a París. Tengo que hacer unas cosas y seguro que tú quieres estudiar.
Preferiría que no se alargara la conversación entre el chico y la gitana pero sabía en el fondo que no tenía elección, su colega era tozudo como una mula. No le quedaba otra que resignarse.
Basile Grushenko- Vampiro Clase Media
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
Y tan rápido como había llegado, Talena se marchó. El color rojo del cabello de la gitana se quedó grabado en la retina del francés hasta mucho después de que desapareció de su vista. Sin decir una palabra, se volvió hasta enfrentar el espectáculo nuevamente, recibiendo de las manos de Basile la bolsa con cacahuetes que había comprado hacía menos de cinco minutos. No, aquello no había sido suficiente. Y planeaba aceptar el ofrecimiento de la mujer, fuera el boticario con él o no.
Sin prestar demasiada atención a nada, Thibaut se comió un par de cacahuetes para después guardar la bolsa de papel en uno de los bolsillos de su abrigo. El show seguía y podía escuchar las risas que se debían a el show de cierre, algún acto cómico al que el chico no le había prestado nada de atención. Tenía un presentimiento acerca de aquella chica, aunque todavía no sabía si era uno bueno o uno malo. Pero no podía aceptar que su contacto con ella se terminara ahora. Y lo único que lo volvió a la realidad fue la voz de su amigo. Volteó el rostro para poder verlo e instaló aquella sonrisa suave tan característica de Thibaut una vez más en su rostro, mientras escuchaba lo que tenía que decir. -Queridísimo Basile, ¿por qué pareciera que le tienes tanto terror a tu gitana? Yo la encontré una chica encantadora y tan hermosa como me habías dicho- quizás algo en su primer encuentro, algo que el boticario no le había dicho, hacía que estuviera tan reticente a volver a verla. Pero hasta que no le explicara cual había sido ese hecho, no podría entenderlo. -Si quieres puedes volver a París ahora...- empezó a decirle, mientras se levantaba de su asiento, al ver que todo el resto del público lo hacía. Al parecer el espectáculo había acabado y el ni siquiera se había dado cuenta. -Pero yo quiero volver a hablar con Talena, me produce curiosidad- continuó, mientras empezaba a seguir a la multitud que se retiraba del lugar, solo que en vez de dirigirse a la salida del circo, fue hacia el lado de la carpa que Talena les había indicado.
-He escuchado que algunos gitanos pueden ver el futuro y leer las palmas de las manos y estoy seguro de que si alguien de verdad puede, esa será Talena- confesó, finalmente. Se volteó por un segundo, guiñándole un ojo a su amigo. Si es que lo seguía tanto como si no, pretendía encontrar ese cabello rojo nuevamente. Quizás pudiera decirle algo entretenido o interesante. E incluso, si sus suposiciones eran verdaderas, hasta podría aprender algo de su futuro o de si mismo de lo que no hubiera estado consciente.
Sin prestar demasiada atención a nada, Thibaut se comió un par de cacahuetes para después guardar la bolsa de papel en uno de los bolsillos de su abrigo. El show seguía y podía escuchar las risas que se debían a el show de cierre, algún acto cómico al que el chico no le había prestado nada de atención. Tenía un presentimiento acerca de aquella chica, aunque todavía no sabía si era uno bueno o uno malo. Pero no podía aceptar que su contacto con ella se terminara ahora. Y lo único que lo volvió a la realidad fue la voz de su amigo. Volteó el rostro para poder verlo e instaló aquella sonrisa suave tan característica de Thibaut una vez más en su rostro, mientras escuchaba lo que tenía que decir. -Queridísimo Basile, ¿por qué pareciera que le tienes tanto terror a tu gitana? Yo la encontré una chica encantadora y tan hermosa como me habías dicho- quizás algo en su primer encuentro, algo que el boticario no le había dicho, hacía que estuviera tan reticente a volver a verla. Pero hasta que no le explicara cual había sido ese hecho, no podría entenderlo. -Si quieres puedes volver a París ahora...- empezó a decirle, mientras se levantaba de su asiento, al ver que todo el resto del público lo hacía. Al parecer el espectáculo había acabado y el ni siquiera se había dado cuenta. -Pero yo quiero volver a hablar con Talena, me produce curiosidad- continuó, mientras empezaba a seguir a la multitud que se retiraba del lugar, solo que en vez de dirigirse a la salida del circo, fue hacia el lado de la carpa que Talena les había indicado.
-He escuchado que algunos gitanos pueden ver el futuro y leer las palmas de las manos y estoy seguro de que si alguien de verdad puede, esa será Talena- confesó, finalmente. Se volteó por un segundo, guiñándole un ojo a su amigo. Si es que lo seguía tanto como si no, pretendía encontrar ese cabello rojo nuevamente. Quizás pudiera decirle algo entretenido o interesante. E incluso, si sus suposiciones eran verdaderas, hasta podría aprender algo de su futuro o de si mismo de lo que no hubiera estado consciente.
Thibaut Beaudelaire- Humano Clase Alta
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
En aquella zona apenas había gente trabajando, por eso la escogió para que los dos amigos la encontrasen si querían seguir con la visita. De vez en cuando la adelantaba algún niño que corría para entregar un mensaje o huyendo de sus perseguidores, que con frecuencia eran otros niños riendo y dándose tirones. Incluso el jaleo del circo quedaba amortiguado y apenas era un murmullo lejano que facilitaba notoriamente la comunicación. Melalo, el monito, se detuvo brincando para buscar a Talena. La gitana cabeceó y aceleró el paso. Cada vez tenía más seguro que cuidar del animal era igual que cargar con un crío a la espalda. Los aplausos que se dejaron oir le anunciaron el final de la función. Talena se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, sin preocuparse por ensuciarse la ropa -no estaba para tales tonterías- y acarició distraidamente la cabeza peluda del primate. De reojo, de vez en cuando, veía a alguna familia asomarse con curiosidad para ver si allí había más puestos, pero no tardaban en girarse desilusionados y continuar con la expedición gitana. Sintió el impulso y la necesidad de abrazar a alguien, pero solo estaba en condenado mono presente. Enterró el hacha de guerra y lo hizo. Para su sorpresa, Melalo frotó la cabeza en su hombro y le devolvió un señor achuchón con una fuerza que no creía posible en él. Talena sonrió y suspiró. Recordó unos ojos verdes en una tez morena. Una figura alta, de pasos torpes y sonrisa bonachona. Recordó una voz suave, amable y con acento francés. Recordó muchas cosas en el proceso, y se preguntó si esa persona, a pesar de la distancia y los años, estaría recordándola también a ella. Probablemente no. Seguramente estaría en su despacho firmando papeles, paseando a caballo con su hijo o disfrutando del calor de su esposa. Pensar en ello hizo que su rostro enrojeciese de rabia y una punzada de celos se instalase en sus entrañas revolviéndoselas.
-Ay, pequeño -suspiró cogiéndole la manita a Melalo-. Debí hacer caso de Olaria y Louis, ¿no? Ese hombre no era para mí, ni para nadie como yo. Demasiado dinero en sus arcas y demasiados problemas en las mías.
Pasos cercanos. Talena se levantó del suelo a tiempo de esquivar el correteo de otro par de críos, aunque después se dio cuenta de que eran los mismos de antes. Frunció el ceño. Tendría que hablar con ellos para que buscasen otro sitio donde hacer las suyas, aunque supuso que era preferible ese callejón perdido entre carpas que el principal, donde podrían tirar a alguien al suelo sin pretenderlo. Melalo les chilló y Talena pensó que les habría soltado una buena sarta de insultos que ella, naturalmente, no podría entender, pero que con todo le provocó una carcajada. Miró a su alrededor y no vio ni rastro de Thibaut o Basile. ¿Qué podría esperar, que los dos se presentasen para ver a una gitana que no tenía ni dónde caerse muerta? Se rió de su propia ingenuidad y se reprochó a sí misma la desilusión por ver que aquellos niños no eran ninguno de ellos. Quizá tenía demasiados pájaros en la cabeza. Desde que regresó a Paris, además, como si de verdad pudiese recuperar parte de su vida. Se sacudió la falda. Era hora de irse, o lo habría hecho si Melalo, a traición, no le hubiese arrebatado los dos colgantes que pendían de su cuello y echado a correr por segunda vez aquel día. ¡Maldito oportunista!
-¡Eh, tú! ¡Vuelve aquí!
-Ay, pequeño -suspiró cogiéndole la manita a Melalo-. Debí hacer caso de Olaria y Louis, ¿no? Ese hombre no era para mí, ni para nadie como yo. Demasiado dinero en sus arcas y demasiados problemas en las mías.
Pasos cercanos. Talena se levantó del suelo a tiempo de esquivar el correteo de otro par de críos, aunque después se dio cuenta de que eran los mismos de antes. Frunció el ceño. Tendría que hablar con ellos para que buscasen otro sitio donde hacer las suyas, aunque supuso que era preferible ese callejón perdido entre carpas que el principal, donde podrían tirar a alguien al suelo sin pretenderlo. Melalo les chilló y Talena pensó que les habría soltado una buena sarta de insultos que ella, naturalmente, no podría entender, pero que con todo le provocó una carcajada. Miró a su alrededor y no vio ni rastro de Thibaut o Basile. ¿Qué podría esperar, que los dos se presentasen para ver a una gitana que no tenía ni dónde caerse muerta? Se rió de su propia ingenuidad y se reprochó a sí misma la desilusión por ver que aquellos niños no eran ninguno de ellos. Quizá tenía demasiados pájaros en la cabeza. Desde que regresó a Paris, además, como si de verdad pudiese recuperar parte de su vida. Se sacudió la falda. Era hora de irse, o lo habría hecho si Melalo, a traición, no le hubiese arrebatado los dos colgantes que pendían de su cuello y echado a correr por segunda vez aquel día. ¡Maldito oportunista!
-¡Eh, tú! ¡Vuelve aquí!
Talena Valjean- Cazador Clase Alta
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
Si algo no se le podía reprochar a Thibaut es que se fijara en todo. Era tan sagaz y tan espabilado que Basile estaba deseando que terminara sus estudios para que hubiera por fin un empleado sensato en la justicia estatal. Ahora que lo conocía y que sabía eso de él se preguntaba cómo había podido vivir en la ignorancia tanto tiempo, porque cuando lo conoció y en varias reuniones posteriores donde coincidieron el boticario tenía a Beaudelaire por poco más que un bendito ingenuo acomodado en su clase social. Se alegraba de haber tenido la cabeza suficiente como para darse cuenta de su error a tiempo. Ahora no podía mentirle, ¿qué le iba a decir? Tenía toda la razón del mundo, el motivo de su aparente terror a Talena no se lo había dicho y por tanto no podía pedirle que se marcharan.
- Está bien, vamos a buscarla. - Aceptó a regañadientes.
Aplaudió cuando todos los demás y se levantó, recogiendo su sombrero y siguiendo a Thibaut como si se dirigiera hacia el tribunal de su propia ejecución. Trataba de autoconvencerse de que todo saldría a pedir de boca cuando su amigo comentó que quería saber su porvenir.
- ¡Ja! ¿Crees en esas cosas? - Preguntó con sorna.
Ya, él no, pero bien que había acertado la gitana con todo lo que había visto en su mano. Como aquello ya no podía empeorar el boticario se resignó a que fuera lo que Dios quisiera. Quién sabe, a lo mejor la Salamandra encontraba algo curioso en la palma de Thibaut, algo como... no. No iba a ver nada parecido a lo que vio en la suya, y cuanto antes se quitara esos sueños de la cabeza mucho mejor para él. Además ahora tenía otro entretenimiento nuevo y más que agradable en el que recrear su imaginación. Andaba con una sonrisa pintada en la cara al acordarse de su tenaz pretendiente cuando el mono de Talena prácticamente le saltó encima.
- ¡Eh! ¿Pero a quién tenemos aquí?
El simio no tuvo más remedio que rendirse porque Basile lo tenía bien agarrado. ¿Y qué era eso que sotenía?
- ¿A quién le has robado esto, bribón?
- Está bien, vamos a buscarla. - Aceptó a regañadientes.
Aplaudió cuando todos los demás y se levantó, recogiendo su sombrero y siguiendo a Thibaut como si se dirigiera hacia el tribunal de su propia ejecución. Trataba de autoconvencerse de que todo saldría a pedir de boca cuando su amigo comentó que quería saber su porvenir.
- ¡Ja! ¿Crees en esas cosas? - Preguntó con sorna.
Ya, él no, pero bien que había acertado la gitana con todo lo que había visto en su mano. Como aquello ya no podía empeorar el boticario se resignó a que fuera lo que Dios quisiera. Quién sabe, a lo mejor la Salamandra encontraba algo curioso en la palma de Thibaut, algo como... no. No iba a ver nada parecido a lo que vio en la suya, y cuanto antes se quitara esos sueños de la cabeza mucho mejor para él. Además ahora tenía otro entretenimiento nuevo y más que agradable en el que recrear su imaginación. Andaba con una sonrisa pintada en la cara al acordarse de su tenaz pretendiente cuando el mono de Talena prácticamente le saltó encima.
- ¡Eh! ¿Pero a quién tenemos aquí?
El simio no tuvo más remedio que rendirse porque Basile lo tenía bien agarrado. ¿Y qué era eso que sotenía?
- ¿A quién le has robado esto, bribón?
Basile Grushenko- Vampiro Clase Media
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
Mientras se adentraba en aquel mundo al que nunca se le había autorizado la entrada, ya fuera por orden de sus propios padres o por un respeto que casi rayaba el miedo, Thibaut no podía más que abrir mucho los ojos y tratar de abarcar todo lo que pudiera con cada paso que daba. Sin duda, la vida de los gitanos tenía que ser dura. Por mucho que estuvieran acostumbrados, el vivir de forma nómada jamás iba a ser un gusto que el francés entendería. Él mismo amaba instalarse en algún lugar, recorrerlo, conocer a su gente. No podría estar moviéndose de un lugar a otro, empacar su vida en su carromato y encontrar un lugar nuevo donde instalarse después de haber pasado semanas en la ruta. Además, al mirar esas carpas, tampoco podía imaginarse como desarrollaban sus vidas, el día a día, dentro de ellas. Y la pregunta que más se hacía era probablemente la más siempre que pudiera hacerse. ¿Es qué acaso no pasaban frío ahí? Solo lonas los separaban de los elementos, que llegaban a ser especialmente implacables durante los meses de invierno. Simplemente, aquel estilo de vida era increíblemente difícil de comprender para alguien como Thibaut.
-No se porque, pero tengo la impresión de que creeré todo lo que tu gitana quiera decirme- respondió a la pregunta de Basile, volteándose para mirarlo, sin sentirse ni siquiera un poco intimidado por el tono de sorna que traían sus palabras. Pero en el momento en que se dio vuelta para ver a donde iba, lo primero que vio fue al mono que Talena tenía en el hombro cuando se había encontrado con ellos, saltando directamente a su cara. Pero ese no era su objetivo, si no que utilizó su hombro para impulsarse. Sin embargo, y para la mala suerte del primate, aterrizó justo en las manos del boticario. La impresión había impedido que se moviera, pero al escuchar las palabras que su amigo le dirigió al mono no pudo más que soltar una carcajada.
Se iba a acercar para ver que era lo que tenía agarrado en sus manitas, cuando vio a Talena más adelante, con cara de contrariedad. -Al parecer, este monito tiene algo que le pertenece, madame- comentó, con una gran sonrisa en sus labios. Definitivamente, aquellas cosas jamás le hubieran sucedido si siguiera viviendo en el Château d'Beaudelaire. Y eso lo ponía de un humor increíble. -No creyó que nos iríamos antes de venir a verla, ¿cierto, madame?- agregó, soltando una risita. Era como si toda la energía que los gitanos exudaban por cada poro de su piel lo estuviera afectando. Estaba entusiasmado, y se sentía capaz de mucho más de lo que probablemente hubiera hecho en condiciones normales.
-No se porque, pero tengo la impresión de que creeré todo lo que tu gitana quiera decirme- respondió a la pregunta de Basile, volteándose para mirarlo, sin sentirse ni siquiera un poco intimidado por el tono de sorna que traían sus palabras. Pero en el momento en que se dio vuelta para ver a donde iba, lo primero que vio fue al mono que Talena tenía en el hombro cuando se había encontrado con ellos, saltando directamente a su cara. Pero ese no era su objetivo, si no que utilizó su hombro para impulsarse. Sin embargo, y para la mala suerte del primate, aterrizó justo en las manos del boticario. La impresión había impedido que se moviera, pero al escuchar las palabras que su amigo le dirigió al mono no pudo más que soltar una carcajada.
Se iba a acercar para ver que era lo que tenía agarrado en sus manitas, cuando vio a Talena más adelante, con cara de contrariedad. -Al parecer, este monito tiene algo que le pertenece, madame- comentó, con una gran sonrisa en sus labios. Definitivamente, aquellas cosas jamás le hubieran sucedido si siguiera viviendo en el Château d'Beaudelaire. Y eso lo ponía de un humor increíble. -No creyó que nos iríamos antes de venir a verla, ¿cierto, madame?- agregó, soltando una risita. Era como si toda la energía que los gitanos exudaban por cada poro de su piel lo estuviera afectando. Estaba entusiasmado, y se sentía capaz de mucho más de lo que probablemente hubiera hecho en condiciones normales.
Thibaut Beaudelaire- Humano Clase Alta
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
Talena, que no perdió de vista el anillo y la cruz, siguió al mono lo más rápido que sus piernas le permitieron. O mejor dicho, lo más que se lo permitiese aquella falda violeta. Se había malacostumbrado a otro tipo de prendas menos femeninas, por llamarlas de alguna forma, y cada vez le resultaba más incómodo tener que variar constantemente su atuendo cuando trabajaba. Dos figuras emergieron de la nada cuando el mono y la gitana doblaron la esquina. La Salamandra lanzó un grito de advertencia, sin ver realmente quiénes eran, y Melalo se lanzó sobre uno de ellos. La propia Talena trastabilló cuando quiso agarrarlo y se le escapó de los dedos. Cuando quiso darse cuenta, en lugar de agarrar al condenado mono agarraba los hombros de Thibaut y el bicharraco se retorcía inúltimente en brazos de Basile. Gruñó algo ininteligible por lo bajo, soltó al pobre hombre y dio un tirón a la cola de Melalo a traición.
-Ya hablaremos tú y yo cuando lleguemos a la carpa -advirtió jadeante.
El mono, como un niño pequeño, agachó la cabeza y tendió los dos colgantes a su dueña como si así esperase que lo perdonara y reduciese los estragos de la bronca que estaba por venir. Talena estrechó los ojos, los cogió y se los colocó apresurada y descuidadamente. Apenas tanteaba con los cierres por estar más pendiente de que a Melalo no se le ocurriese la gran idea de meter mano a los bolsillos de los dos hombres.
-Lo siento mucho, de verdad -mantuvo la cabeza agachada. Después de la escenita no se atrevía a mirarles- ¿Están los dos bien?
Sin embargo, una sonrisa afloró en los labios rojizos de la gitana cuando oyó los comentarios de ambos. Alargó los brazos a Basile y lo liberó de la carga del mono, que con el susto del encontronazo había quedado oportunamente mansito y manejable.
-Ya hablaremos tú y yo cuando lleguemos a la carpa -advirtió jadeante.
El mono, como un niño pequeño, agachó la cabeza y tendió los dos colgantes a su dueña como si así esperase que lo perdonara y reduciese los estragos de la bronca que estaba por venir. Talena estrechó los ojos, los cogió y se los colocó apresurada y descuidadamente. Apenas tanteaba con los cierres por estar más pendiente de que a Melalo no se le ocurriese la gran idea de meter mano a los bolsillos de los dos hombres.
-Lo siento mucho, de verdad -mantuvo la cabeza agachada. Después de la escenita no se atrevía a mirarles- ¿Están los dos bien?
Sin embargo, una sonrisa afloró en los labios rojizos de la gitana cuando oyó los comentarios de ambos. Alargó los brazos a Basile y lo liberó de la carga del mono, que con el susto del encontronazo había quedado oportunamente mansito y manejable.
Talena Valjean- Cazador Clase Alta
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Re: El mono y la salamandra [Thibaut y Basile]
Pues vale, Thibaut le pediría a Talena que le leyera la mano y la gitana vería lo que fuera, eso no iba a perjudicar a Basile porque sus pensamientos estaban a salvo dentro de su cabeza y no pensaba dejar entrar allí a nadie. Cuando se encontraron otra vez a la pelirroja su amigo estuvo tan galante como siempre, intachable, como el digno hijo de los Beaudelaire que era. El boticario solo se llevó dos dedos al ala del sombrero como saludo mientras le devolvía a la muchacha el mono. Había sido curioso tenerlo en brazos, por un momento casi se había sentido el padre de un niño bien chico.
- Claro que estamos bien, no os apuréis. - La tranquilizó. - Este chiquitín es rápido con las manos pero no tiene el peso suficiente para embestir a nadie.
Por si acaso se aseguró de que su cartera siguiera en el bolsillo de la chaqueta donde la había puesto antes. Viendo la soltura que se gastaba Melalo para hurtar cualquier objeto que llamara su atención no le sorprendería que lo hubiera limpiado mientras lo sostenía, pero no, se había portado bien en aquella ocasión.
- ¿Os gusta actuar? - Inquirió. - Creo que yo me pondría nervioso delante de la gente, y si tuviera que cantar ya ni me imagino. - Sonrió. - Cancelarían mi función por la lluvia.
Basile cantaba horriblemente mal y no era por falsa modestia, seguro que Thibaut podía corroborar su afirmación.
- Claro que estamos bien, no os apuréis. - La tranquilizó. - Este chiquitín es rápido con las manos pero no tiene el peso suficiente para embestir a nadie.
Por si acaso se aseguró de que su cartera siguiera en el bolsillo de la chaqueta donde la había puesto antes. Viendo la soltura que se gastaba Melalo para hurtar cualquier objeto que llamara su atención no le sorprendería que lo hubiera limpiado mientras lo sostenía, pero no, se había portado bien en aquella ocasión.
- ¿Os gusta actuar? - Inquirió. - Creo que yo me pondría nervioso delante de la gente, y si tuviera que cantar ya ni me imagino. - Sonrió. - Cancelarían mi función por la lluvia.
Basile cantaba horriblemente mal y no era por falsa modestia, seguro que Thibaut podía corroborar su afirmación.
Basile Grushenko- Vampiro Clase Media
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