El reencuentro [Privado]

Aquel día habían llegado a mi rumores de la posibilidad de que una bruja viviera en algún lugar cercano de la ciudad. Yo no pude mas que encogerme de hombros y contener una sonrisa. Las brujas no eran mas un intento de los ignorantes de explicar algo aparentemente inexplicable y que por aquella misma razón les atormentaba, pese a todo decidí acercarme por algunos boticarios y finalmente conseguí arrojar algo de luz sobre el asunto y me encaminé a la zona en la que se podría encontrar, pese a todo lleve mi equipo básico. Un florete, dos dagas escondidas en el cinturón tapadas por el abrigo y un juego de ganzúas.

Observé desde el exterior las habitaciones en las que había luz. Comprobé las inferiores desde unos arbustos y luego subí a un árbol con agilidad y sigilo propios de aquellos que merodean en las noches en busca de algo de provecho propio. Desde el árbol observé a una mujer enfrascada en sus labores, pero desde donde estaba no podía verla bien, pero era obvio que aquello no era brujería. Saqué las herramientes e intenté abrir la ventana, el pestillo cedió y una sonrisa de triunfo afloró en mis labios, mas fue demasiado fugaz como para que me pudiera percatar yo mismo de ella. El viento sopló con fuerza abriendo la ventana de par en par, y yo, desequilibrado me precipité al suelo.

Pude escuchar el alboroto de gente subir las escaleras hasta la habitación y a la mujer cerrar la puerta y calmarlos. Había algo en aquella voz que me inquietó, me resultaba tremendamente familiar. Aguardé unos instantes antes de volver a subir al árbol, pero ella ya no estaba, tenía que que encontrarla, ver su rostro, asegurarme. Fue mas tarde cuando la vi salir de la casa a los jardines, sola, con un florete y con ropa de entrenamiento. Después de que pasara por delante mía aguardé antes de bajar. Aquella mirada, aquellos ojos, sus facciones, su porte, sus curvas incluso...era como mirar al pasado a los ojos.

Bajé del árbol sin el error de la vez anterior de aterrizar con el trasero y me acerqué sigilosamente a ella. Pude ver como su puño se cerraba alrededor de la empuñadura y el dedo que le faltaba. Esperé un poco observándola hacer movimientos antes de descubrirme.

- ¿Que le parece señorita Saint-Bonnet dejar de practicar con sombras y practicar con alguien mas físico? -desenvainé mi florete y me coloqué delante suya en posición para repeler su acometida a la vez que le guiñaba un ojo- Me alegro de volver a verte hermanita, ha pasado mucho tiempo.

Aquel día a penas había sido un largo suspiro. Tras las puertas de aquella habitación, amplia como varias casas humildes, se encontraba una férrea seguridad, mientras que allí dentro, bajo la luz de varios candelabros y lámparas de aceite se mostraba la alquimia en todo su esplendor.
Líquidos vaporosos de olores almizclados adornaban la mesa de trabajo de Jessica. Obsesionada con su trabajo, con el modo de dar explicación a lo inexplicable le daba más de un quebradero de cabeza.
La marca, la puerta, las cinco llaves, el velo protector, la guardiana y el círculo marcado a fuego bajo su cama inexplicablemente apareció de la noche a la mañana, sin explicación alguna, nadie podía haber entrado ni salido de la habitación, pero aquello se volvió un delirio para ella, que desde hacía unos meses todo comenzaba a cobrar sentido, aunque no del todo.
Un fuerte azote de viento abrió la ventana de golpe, apagando velas, pero no las lámparas de aceite, sumida en la casi oscuridad, fue a cerrarla por sí misma, pero allí tan solo se encontraba una rama de árbol, como si hubiese sido la culpable señalaba hacia dentro. Jessica alzó la mano y tras ello cerró la ventana de nuevo, observó a través de la ventana, cómo la noche hacía acopio de su fiereza, peligrosa y mundana como era.
Los guardias ante el sonido de la ventana abrirse entraron alborotados, al ver que nada había ocurrido tan solo se cercioraron de que todo fuese acorde las especificaciones.

- Todo en orden, tan solo era la ventana, no quiero volver a ser molestada. Cómo ya sabréis sé ocuparme de mí misma…

Encendió una lámpara de aceite, que iluminaba la estancia y bien podría ser vista desde las cercanías. Ella, caminaba de un lado a otro de la habitación, pues entre sus manos un libro portaba toda su atención en aquellos instantes. Llevaba semanas en las que escasamente podía conciliar el sueño y eso la agotaba en ocasiones tanto física como mentalmente ya que sus pensamientos la llevaban a un lugar más desquiciado del que se encontraba.
Tras dejar el libro donde acostumbraba, se atavió con una camisa de hombros descubiertos, un pantalón bien ceñido que le dejaba total libertad de movimientos y una especie de fajín que le daba aquella férrea seguridad en los movimientos referentes a su abdomen.
Con un florete en mano se dirigió hacia los extensos jardines de la finca, con la tan sola compañía de la oscuridad. Debía de dejar a un lado todos los prejuicios que tenía, aunque eran inevitables pues era así lo que sentía desde que todo cambiase en el pasado, en aquella transición inolvidable.
Debía hacer uso de las armas de nuevo, pues aún no se acostumbraba a la falta de aquella falange.
Hacía tan solo unos días que ella misma acabó con aquella pesada promesa que cernía su alma en aquel mundo para nada justo. Aquella noche su dedo aún sangraba, pero reaccionaba lentamente a los preparados químicos para que aquella herida se cerrase, daba igual cuanto habría de esperar, mientras en su cuerpo ya no residiese aquel estigma que la atormentaba. En unos días una carta ensangrentada llegaría a manos de su esposo, con aquel dedo cortado y el anillo que les ataba en vid

Aquel día habían llegado a mi rumores de la posibilidad de que una bruja viviera en algún lugar cercano de la ciudad. Yo no pude mas que encogerme de hombros y contener una sonrisa. Las brujas no eran mas un intento de los ignorantes de explicar algo aparentemente inexplicable y que por aquella misma razón les atormentaba, pese a todo decidí acercarme por algunos boticarios y finalmente conseguí arrojar algo de luz sobre el asunto y me encaminé a la zona en la que se podría encontrar, pese a todo lleve mi equipo básico. Un florete, dos dagas escondidas en el cinturón tapadas por el abrigo y un juego de ganzúas.

Observé desde el exterior las habitaciones en las que había luz. Comprobé las inferiores desde unos arbustos y luego subí a un árbol con agilidad y sigilo propios de aquellos que merodean en las noches en busca de algo de provecho propio. Desde el árbol observé a una mujer enfrascada en sus labores, pero desde donde estaba no podía verla bien, pero era obvio que aquello no era brujería. Saqué las herramientes e intenté abrir la ventana, el pestillo cedió y una sonrisa de triunfo afloró en mis labios, mas fue demasiado fugaz como para que me pudiera percatar yo mismo de ella. El viento sopló con fuerza abriendo la ventana de par en par, y yo, desequilibrado me precipité al suelo.

Pude escuchar el alboroto de gente subir las escaleras hasta la habitación y a la mujer cerrar la puerta y calmarlos. Había algo en aquella voz que me inquietó, me resultaba tremendamente familiar. Aguardé unos instantes antes de volver a subir al árbol, pero ella ya no estaba, tenía que que encontrarla, ver su rostro, asegurarme. Fue mas tarde cuando la vi salir de la casa a los jardines, sola, con un florete y con ropa de entrenamiento. Después de que pasara por delante mía aguardé antes de bajar. Aquella mirada, aquellos ojos, sus facciones, su porte, sus curvas incluso...era como mirar al pasado a los ojos.

Bajé del árbol sin el error de la vez anterior de aterrizar con el trasero y me acerqué sigilosamente a ella. Pude ver como su puño se cerraba alrededor de la empuñadura y el dedo que le faltaba. Esperé un poco observándola hacer movimientos antes de descubrirme.

- ¿Que le parece señorita Saint-Bonnet dejar de practicar con sombras y practicar con alguien mas físico? -desenvainé mi florete y me coloqué delante suya en posición para repeler su acometida a la vez que le guiñaba un ojo- Me alegro de volver a verte hermanita, ha pasado mucho tiempo.