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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Lun Mayo 14, 2012 9:22 am

Mere Your Pathetique Light by Mono on Grooveshark
-Mono, "Mere Your Pathetique Light"


Le costaba trabajo comprender que llevaba a alguien tan brillante ser tan ingenuo, aunque tenía la esperanza (una palabra que rara vez usaba) de que el tiempo y la difícil carrera que Donatien había elegido, le ayudaran a moldear un carácter, uno que necesitaría a la hora de atender gente con problemas mentales. De todos modos la Psicología tenía un acercamiento más social, que iba más con su joven alumno, mientras la Psiquiatría era ciencia, era fría, más acorde a él. Como fuese, desde que Donatien Tautou participó por primera vez en clase supo que era inteligente y por ello comenzó a hacerlo su estudiante preferido y su pupilo de confianza, al que acudía cuando necesitaba ayuda con alguna investigación o con el que hablaba en su oficina.

Ese día, después de clases, le dijo que no necesitaría una vez más, y lo citó en la intersección de dos calles a pocas cuadras del sanatorio mental. Había mentido, no era la primera vez, y seguramente no la última. No lo necesitaba para nada en realidad, sólo quería que viera lo que le deparaba, que de una vez arrancara de raíz esa ingenuidad e inocencia que no iban, que le estorbarían. Lodewijk estaba seguro que el joven Tautou sería un gran psicólogo, si no fuese por esos rasgos que muchos clasificarían de virtudes, pero él tachaba de defectos.

No le importaba lo que estaba haciendo, una atrocidad nuevamente, la de querer moldear al joven a su imagen y semejanza, y si para ello tenía que someterlo a la tortura de ver las terribles, terribles condiciones en las que los enfermos mentales eran recluidos, lo haría. El fin justificaba los medios, era un dicho que solía repetir a menudo, y él en especial, no tenía miedo de hacer todo lo que fuese necesario para conseguir su cometido. De todos modos, tarde o temprano su joven alumno se iba a enfrentar a esa realidad, necesitaba a alguien que lo guiara, aunque fuese al camino retorcido que un descorazonado como él lo conduciría. No había otro, no para Lodewijk al menos.

Aguardó paciente, era temprano de todos modos, había llegado unos minutos antes de la cita acordada porque simplemente tenía que huir de la cárcel que representaba para él la oficina en la Universidad, y no sería hasta el día siguiente que iría a insistir nuevamente con la señorita Offenbach de que necesitaba ser atendida. No se iba a dar por vencido con ese asunto, ni con el del joven Tautou. Simplemente perder no cabía en su vocabulario.

Una parte de él estaba emocionado, una emoción contenida y aplacada, porque siendo él no podía ser de otro modo. Emocionado de pisar los pestilentes pasillos del hospital mental una vez más. Cuando había estudiado, ahí hizo sus prácticas y una vez egresado, se dedicó a atender a muchos pobres diablos en ese sitio, en su consultorio atendía a la gente menos grave, y hacía excepciones con visitas domiciliadas como en el caso del joven Debussy, incapaz de salir de su casa. El recuerdo rompió con su excitación por visitar ese sitio y sacudió la cabeza, observó a un lado de la calle y vio acercándose a Donatien Tautou, que seguramente no imaginaba qué le deparaba con esa pequeña visita que su profesor había planeado.
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Mensaje por Donatien Tautou Miér Mayo 30, 2012 4:09 pm

Donatien era de aquellas personas que se honraban internamente al recibir apreciaciones ajenas con respecto a todo lo referido a sus accionares como estudiante. El joven también gustaba de tomar las críticas de sus superiores mucho más que como meros dichos desacreditadores de su desempeño, todo lo contrario, él veía aquellos comentarios como punto de partida hacia su próximo avance. Hacia su constante progreso como estudiante y persona de bien.

Aunque no agradaba de verse enlazado a conceptos tales como que "todo debía ser ejercido a la perfección”, mentiría si dijera que no prestaba atención a los detalles. Aquellas minuciosidades a veces lo eran todo y su mente no podía darse el privilegio de dejarlas pasar por alto. Simplemente no podía.
Sonreía siempre ante la gracia que le causaba el denotar aquellas inofensivas manías en su perspicaz mente. Y la puntualidad era uno de esos pequeños distintivos que Donatien tenía presente, hacía diferencia en las personas. Arribar en hora precisa o incluso antes a una citación proyectaba respeto, interés y algún que otro positivismo más hacia la otra parte. Y sin dudas todas esas atenciones eran las que el mancebo deseaba proyectar hacia su mentor, a quien admiraba por sobre todas las cosas.

Luego de un día clases como tantos otros, llegó a su casa para hacer lo de siempre; continuar estudiando. Una costumbre y una necesidad para el joven.
Solo abandonó los libros abiertos sobre el escritorio de su hogar para alistarse. Se higienizó tranquilamente, dándose el gusto de hasta poder disfrutar la calidez del agua enjabonada que a través de una gruesa esponja recaía por el largo de su espalda.
Se arropó prolijamente, peinó su castaña y clara cabellera y antes de partir se hizo con una roja y apetitosa manzana para entretener su boca en el camino.

Sin dudas el señor Lodewijk había dejado en claro que su forma de ser, así como de impartir cátedra eran completamente singulares comparadas al del resto de los docentes especializados en el Collage de France, por lo que Donatien jamás sabia realmente con que se iría a encontrar cada vez que el neerlandés solicitaba verle fuera del horario de clases. Pero lo cierto es que el mancebo se veía especialmente cautivado por aquellas curiosas distinciones que su consejero tenía para con él, por ende no podía fallarle en absoluto y eso incluía hasta el no hacerle esperar nunca por su llegada.

En sus reflexiones, el joven denotó que jamás había hecho un trayecto tan largo dentro de la ciudad. Tal vez sería porque alejada de los ociosos paseos, últimamente su vida cotidiana solamente se centraba en los estudios. Eso y también en que una vez por semana, debía presentarse a controlar como el negocio de su fallecida abuela seguía adelante, en manos aquellos que estaban encargados del funcionamiento de la tienda que generaba el sustento a los gastos del muchacho.

“Fue como cruzar París de una punta a la otra” sentenció para sí, cuando finalmente sus ojos denotaban encontrase a pocos metros del sitio señalado para el encuentro ¿Qué podría haber en tan alejada zona que le interesase al señor van Otterloo como para trasladarse hasta allí? Sinceramente el joven no tenía la más mínima idea.
Y mientras su cabeza se sumergía en el terreno de las posibilidades, sus ojos le vieron. Allí estaba, serenamente aguardando en la intersección de aquellas dos calles que Donatien llevaba anotadas por su nombre en un cuaderno, en caso que su memoria fallase. Un rápido vistazo a su reloj de bolsillo le confirmó que había llegado antes del tiempo pactado. Suspiró con alivio y sonrió alegremente al acercarse a su profesor.

- Buenas tardes señor van Otterloo - confirió de manera risueña, reafirmando su ya divisada llegada. Sus ocelos azulinos se posaron en el rostro de su mentor, esperando alguna indicación, alguna explicación del porqué estaban allí o solamente de en que podía serle útil el estudiante en dicha ocasión.
- Ni siquiera conocía esta zona de la ciudad. Para mi suerte no fue difícil llegar - adhirió a la par que movía lentamente su cabeza, observando panorámicamente aquel desconocido entorno, caracterizado por un extraño silencio y cierto descuido de las estructuras existentes. Un rincón antiguo y olvidado de París supuso Donatien, aún sumergido en la duda de que podría llevar a la presencia de su profesor hasta aquel misterioso escenario.
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Mensaje por Invitado Lun Jul 16, 2012 8:50 pm

Sonrió satisfecho al verlo acercarse. Quizá eran diferentes en muchos aspectos, en casi todos aunque eso claro, Lodewijk no lo dejaba ver a menudo o nunca mejor dicho, casi siempre era amable como el chico, pero a diferencia de su pupilo, lo de él se trataba de una muy bien ejecutada actuación pulida con los años, el psiquiatra jamás se había sentido cómodo en sociedad a pesar de lo que su apariencia y modales pudieran dar a entender. A Lodewijk le cautivaban las personas no porque quisiera ayudarlas, sino porque le interesaba destruirlas, esa era la llana verdad. Y aun así, ahí estaban, dos seres completamente diferentes teniendo un punto en común, una nimiedad significativa: la puntualidad.

Sus ojos azules siguieron el trayecto del joven, de esa figura que se iba haciendo más grande conforme se acercaba y el orgullo inundó su pecho carente de un corazón. Claro que tenía el músculo cardiaco bombeando sangre caliente a todo su cuerpo, pero el concepto romántico de «corazón» no sólo era ausente en él, sino hasta desconocido. Supuso que si él hubiese sido de otra forma, se hubiese forjado diferente, quizá a esas alturas estaría casado y con hijos, tal vez, alguno de la edad de Donatien y entonces pensaba que quizá, de haber sido esa otra realidad paralela su propia realidad, así se sentiría cuando su hijo pudiera presumir de un logro. Pero no era así, y Lodewijk no se lamentaba nada, siendo como era sabía que ese era su destino, solo y prefería disfrutarlo que afligirse por cosas que nunca buscó y nunca sucedieron.

-Buenas tardes –correspondió el saludo con un pequeño pero remarcado asentimiento de la cabeza, no necesitaba más, esa misma mañana ya se habían visto. Miró a su alrededor ante las palabras del joven Tautou y rio divertido –ya lo creo, no es un lado de París que a muchos les interese ver –sus orbes claras aterrizaron de nuevo en el chico –pero por hoy, vaya que nos atañe a nosotros –dijo con una afabilidad que se escuchaba y lucía franca, y quizá lo era esta vez, porque Lodewijk tampoco era tan obtuso como para meter a todos en un mismo saco de estúpidos e ignorantes, había pocos que caían en otra categoría, personas que le interesaban no por sus males mentales, sino por la brillantez que destilaban, el holandés no tenía demasiado tiempo dando clases, pero desde el primer día añoró un estudiante como el que tenía al frente. Y quién sabe, esa cara y esas maneras de chico bueno que tenía Donatien podían servirle en el futuro, ¿no era esa razón, después de todo, el motivo por el cual Lodewijk mismo se empeñaba en ese amable y correcto todo el tiempo? Sabía llegarles a las personas, había pasado su vida entera estudiándolas.

Lo tomó firmemente de un hombro y lo sacudió ligeramente en un acto casi paternal y luego nada, lo soltó, giró y comenzó a caminar.

-No estamos lejos –dijo por decir algo señalando un viejo y desvencijado edificio, desde afuera ya se percibían los horrores que adentro se cometían, la demencia de esas personas olvidadas de Dios, si es que existía alguno. Ahí donde debía haber un guardia de seguridad sólo existía un motón de hojas secas y un charco de agua estancada, verdosa y pestilente, la reja estaba abierta y el mayor tomó sus barrotes oxidados para moverla y que los dejara pasar, ésta desde luego chirrió ante el movimiento.

Antes de continuar, se detuvo y miró por sobre su hombro al joven y sonrió de lado, su gesto seguía siendo cordial y eso lo hacía más terrible aún, porque detrás de esa sonrisa, de esa precisamente, la maldad –a falta de una mejor palabra- contenida y encarcelada dentro de aquel hombre, destellaba siniestra.

-Bien, te explicaré –creyó que era momento de advertir lo que dentro les esperaba, cosas que él conocía muy bien y a las que Donatien se enfrentaría por primera vez. Se giró para tenerlo de frente, ambos ahí parados en el patio delantero de una edificación de gruesos muros y rodeada de árboles secos como si los cadáveres de los locos que nadie nunca reclamó, enterrados ahí en su periferia fuesen incapaces de alimentar una vegetación exuberante como la de otros sitios-. Este, como ya te habrás dado cuenta –Lodewijk solía subestimar a las personas, ninguna estaba a su altura, pero hacía excepciones, como en este caso, en donde sabía que su alumno era brillante –este es el Hospital Psiquiátrico, yo lo conozco bien… -suspiró, casi dejando entrever su melancolía, pero pudo controlarse y salir airoso –daremos un recorrido, verás de primera mano, sin que nadie te lo platique, las consecuencias de algunos padecimientos que aún no podemos curar, ni siquiera controlar –se detuvo, todo aquello había sido dicho con la tranquilidad de quien dice que el día está muy soleado –Donatien –su semblante cambió a uno más serio y llamó al muchacho por su nombre de pila, algo raro, casi siempre era «joven Tautou» –lo que verás volvería loco a alguien no preparado, pero sé que estarás a la altura –alzó ambas cejas –no me decepciones – y con aquellas palabras se dio la vuelta y continuó su camino hasta la puerta, una vieja puerta de madera carcomida por los años y los insectos.
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Mensaje por Donatien Tautou Dom Ago 19, 2012 10:38 am

Tras varios libros de estudio, la intuición había pasado a ser para Donatien un concepto más, encerrado éste en la rama de la epistemología, la cual explicaba que aquella sensación residente en el interior de casi todas las personas -bajo determinadas circunstancias- no era más que el razonar evidente, la deducción en su estado más puro. Pero lo cierto también es que el muchacho no podía olvidar tan fácilmente cuantas veces antes de vislumbrar tal sentimiento dentro de los límites del ámbito erudito se había valido de aquella nombrada intuición, adjudicándole a la misma un valor especial, extrasensorial. Para Donatien esa perspicacia era como una habilidad que no todos los seres humanos tenían desarrollada de la misma forma. Algunos también solían prestarle más atención que otros. Muchos factores para diferenciar el mismo concepto entre un hombre y otro. Pero a nivel personal, el mancebo tenía presente las numerosas ocasiones en las que sin titubeo alguno se dejó llevar por lo que su intuición le dictaba. Existió el acierto, por supuesto pero también la completa equivocación. Parecía ser que la herramienta no era tan infalible después de todo.

Cuando sintió la mano cálida y firme del neerlandés sobre su hombro dos peculiares sensaciones se hicieron presentes en su mente. La primera recaía en sobre el deseo, el callado anhelo que Donatien guardaba en su interior porque su padre tuviese un gesto tan amable para con él, algo que realmente jamás pasaría, lo tangible en su relación destinaba a todo lo contrario. El odio, la ira, el repudio por una naturaleza incomprendida. Estaba seguro el doctor Van Otterloo sería un padre ejemplar si contase con una familia constituida, pues Donatien captaba un extraño dejo paternal en su casi siempre presente amabilidad.
El segundo sentir se abocaba enteramente a la instancia presente. Mientras avanzaba tras la figura del psiquiatra el estudiante comprendió –o dedujo más bien- que lo que le esperaba no era algo más que una prueba necesaria de cierta firmeza, resistencia. Por aquello el aliento reconfortante y casi paternal del contacto. Su intuición, ahora vista desde otro ángulo pero no extirpada de su ser le advertía que una situación compleja se acercaba para él, mucho antes de lo que éste podría haberse imaginado.

Tensó las mandíbulas, justo antes de atravesar el descuidado portón precedente a la inmensa y depresiva edificación frente a sus ojos. Los vocablos de su profesor confirmaron la sospecha generada. Se encontraba en la antesala a uno de sus mayores desafíos. Uno que tal vez esperaba afrontar meses o quizás un año mas adelante, con otras herramientas de su lado. Pero si allí estaban aquel día, era porque el señor Van Otterloo creía que Donatien estaba listo para afrontar dicho reto. El muchacho no pudo evitar llenarse del orgullo propio que cualquier alma sacrificada y completamente dedicada a sus estudios sentiría ante tal situación, incluso cuando la misma fuese más aterradora que amena. Pero allí estaba, frente al estropeado pórtico del Psiquiátrico parisino donde más que personas con complejidades a nivel de la psiquis, parecían residir todos los humanos olvidados de la capital francesa. Movió su cabeza, negando por la resignación de ver el estado en que se encontraba un hospital que necesitaba tantos cuidados como cualquier otro ¿A dónde estaban yendo las riquezas de su país? Sus habitantes la estaban necesitando, sobre todo aquellos que no podían valerse por si mismos.

- Todo estará bien señor Van Otterloo, tenga seguridad de ello - confirió el chico, con su mirada pura y su semblante simpático. Más que la entrada a un nosocomio mental el mancebo parecía estar a punto de sumergirse en los confines de una feria de entretenimientos. La necesidad de mostrarse seguro ante su mentor lo era todo para Donatien. A él no podía fallarle, el caballero había abocado confianza en su persona, solo podía corresponder aquel gesto con firmeza, erradicando cualquier clase de decepción que pudiese llegar a darse. Sería el mejor estudiante de su catedra, lo había jurado y no rompería aquel dictamen tan sencillamente. Los obstáculos serian superados y el día de demostrarlo finalmente había llegado. La prueba de rigor estaba tras aquel pórtico que sin más fue abierto por el muchacho, invitando a pasar a su profesor y guía en tal ocasión.

Un paneo general bastó para golpear con brusquedad el pecho del francés. El sitio contenía un abandono notable, reflejante de lo que significa para la sociedad la gente enferma a nivel mental; absolutamente nada. Seres que merecían el olvido de su familia y de todo humano existente residían allí bajo condiciones deplorables que seguramente generaban todo menos ayuda alguna para su recuperación ¿Habría presentado en alguna instancia el neerlandés alguna queja a las autoridades de la ciudad por tal falta? Sin dudarlo, un hombre con valores intachables como él no dejaría pasar por alto tal desfachatez.
- Este lugar no recibe mantenimiento hace mucho tiempo…Mucho - sus palabras reflejaban la impotencia de no poder hacer algo inmediatamente para revertir tal situación. Liberó un profundo suspiro que resonó en la recepción del hospital, donde un no muy simpático caballero arropado en una túnica blanca sobre sus vestimentas habituales hizo un gesto con ambas cejas en símbolo de lo que supuestamente sería un saludo, dándoles paso libre al psiquiatra –a quien seguramente ya conocía- y a él.

Un pasillo desolado los dirigiría al centro del hospital, de donde se desprendían todas y cada una de las diferentes alas con las que el nosocomio contaba. El avance no despertó ningún intercambio de palabras. La concentración estaba a flor de piel en ambos, todo se centraba más en ver y comprender, nutrirse de la experiencia por mas traumática que pudiese resultar para cualquier otro.

Se detuvieron y precisamente en ese momento los oídos atentos de Donatien comenzaron a hacerse con aquellas voces suplicantes de diferentes libertades. Insultos, delirios y risas fuera de lugar comenzaban a generar un paisaje sonoro que advertía de lo inusual de la situación. Aquello sería todo menos un paseo alegre. Nada podía ser tomado en terrenos banales. Personas con trastornos, deficiencias y patologías psíquicas vivían entre aquellas desoladas paredes y ellos como meros humanos poseedores de conocimientos en tales planos debían cooperar o auxiliar de alguna manera a las almas olvidadas que aquel rincón de la ciudad encerraba. Su deber era alistarse para lo que sería su futuro y lo haría sin titubeos, o por lo menos eso esperaba.
- ¿A que ala nos dirigiremos, doctor? - la terminología se había tornado mas severa como el escenario lo solicitaba. La espera de una indicación estaba servida, ahora solo faltaba hacerse con la nueva sorpresa que el psiquiatra tendría bajo la manga.
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Mensaje por Invitado Mar Sep 04, 2012 12:14 am

Era solo un niño, un niño que no entendía absolutamente nada, un niño que quería escuchar historias de su abuela como el resto de los chicos de su edad. Y de los labios resecos de la vieja postrada en una silla sólo salían imágenes del final de los tiempos, serpientes que escupen veneno y la tierra abriéndose, al principio, claro el pequeño rubio sentía temor, pero éste en lugar de repelerlo, lo hacía sentirse más traído a los delirios de su abuela. Pedía más, preguntaba, instigaba por seguir escuchando eso que nadie en su sano juicio desearía escuchar, pero quizá desde el principio, Lodewijk no estuvo en su sano juicio. Escuchó hasta el cansancio que su abuela era afortunada, que la gente en su condición vivía en asilos sucios y abandonados por sus familias a su suerte y aunque sabía que Ilse van Rijn tenía suerte, sentía que todo aquello era injusto de algún modo, nunca supo explicarse en dónde radicaba ese atropello, aún ahora no encontraba en qué lugar yacía la iniquidad de aquel hecho. Tal vez era simplemente que desde siempre, se identificó más con la locura que con la llamada cordura y no le parecía que la primera fuese condenada y la segunda premiada.

Sumido en pensamientos viejos, añejos y rancios, Lodewijk avanzó con esa seguridad pasmosa que se veía acentuada en el derruido lugar, porque daba mucho miedo y sin embargo, él se sentía como en su casa. Ese era su lugar, lo supo (o lo recordó) tan sólo puso un pie dentro. Tenía fe en Donatien, si bien había demostrado ser algo débil de carácter, también parecía muy seguro de su vocación; «fe» era una palabra que parecía no calzar con el psiquiatra, pero de vez en cuando se permitía esas flaquezas en aras de seguir avanzando, cualquiera que fuese el sendero que caminaba.

Saludó al hombre de la puerta con la cabeza sin mediar palabras, cortesía siempre presente en su persona, ya había hablado con él, le había avisado de su visita acompañado y ya eran esperados. A pesar de ir con paso firme, no llevaba prisa, no quería que Donatien se quedara atrás, es más, quería que atravesar el lugar fuese una tortura –arrancar la inocencia del chico era una de sus metas- y avanzarían con tormentosa lentitud. Se detuvo al escuchar la voz del chico y asintió, miró a su alrededor, si bien aún no estaban en ningún ala y apenas recorrían el pasillo principal, el comentario venía al caso, aquello parecía abandonado. Cuando trabajó ahí no hizo nada por mejorar las condiciones, le parecía que algo tan terrible y patético iba bien con el “giro” del lugar, pero a pesar de todo, de su personalidad cruel enmascarada en amabilidad, sentía que esa gente merecía algo mejor. El recuerdo de su abuela y de su madre le pesaba demasiado en el pecho carente de músculo cardiaco.

-Vayamos primero donde están los enfermos funcionales, gente aún capaz de comer, mantenerse aseada e ir al baño por sí mismos, creo que será mejor ir gradualmente –y al decir aquello una sonrisa de lado se dibujó en su rostro, una satisfacción enferma lo invadía al sólo imaginarse lo que les deparaba, al sólo imaginarse el sopor de su estudiante favorito al ir descendiendo en ese infierno dantesco. Era su Virgilio maldito.

Reanudó el paso hasta toparse con una puerta doble, arriba tenía un rótulo caído cuyas letras ya se habían borrado. Lodewijk recordaba a la perfección el lugar, aferrado a regresar algún día a laborar ahí, había decidido repasar de tanto en tanto los pasillos y las salas, los muros, las ventanas y a cada enfermo que alguna vez atendió. Abrió la puerta con ambas manos y frente a ellos hubo esta especie de circo de fenómenos deambulando por un salón enorme con sillas, mesas y un piano inservible en la esquina. Gente sin un solo cabello en a cabeza, o con cabelleras tan largas y enmarañadas que parecían nidos de aves, vestidos en harapos que alguna vez fueron blancos. El piso de loza alguna vez había tenido un tramado amarillo tenue y verde claro, pero ahora todo era gris con manchas marrones aquí y allá, las paredes eran grises, de un gris opaco y uniforme y las ventanas estaban tan sucias que era imposible ver al exterior, todas ellas con rejas de gruesos barrotes.

Cuando el hombre abrió la puerta, se hicieron acreedores a más de una mirada, ya fuera de los enfermeros (que eran pocos para tantos enfermos) o de los inquilinos del lugar, quienes pronto continuaron con lo que hacían: jugar cartas, reírse solos, bailar en medio del lugar sin una pareja, tocar el piano que no sonaba.

-No te preocupes –le dijo –son enfermos no peligrosos, suicidas, gente que no come, alucinaciones menores, hiperactividad, déficit de atención grave… ninguna enfermedad de consideración o interesante –fue curiosa la elección de palabras del hombre, pues claro, para él los males más interesantes eran los más destructivos, los que deterioraban más al que lo padeciera. A ellos se acercó un sujeto insanamente delgado, ojeroso y pálido, de dentadura amarillenta y mechones de cabello dispares, cicatrices por todo el cuerpo y ataviado con un camisón blanco que le llegaba a las rodillas.

-Tranquilo –susurró para Donatien nada más-, yo lo conozco-. Y dio un paso al frente, un enfermero se apresuró a quitárselos pero Lodewijk con un ademán indicó que todo estaba en orden –Henry, veo que has caído aquí de nuevo –apuntó, el llamado Henry asintió nada más y rio dejando ver esos dientes torcidos y manchados para luego irse. Parecía que sólo quería ser reconocido por el hombre que alguna vez lo atendió, poco más de un año atrás.

-Como ves, hay pacientes que tienen rachas malas, y las familias incapaces de lidiar con eso, vienen aquí y dejan a sus parientes como si no importaran un carajo –aquello lo dijo con cierta ira, un enojo contenido, y no por lo que era, sino por lo que significaba, porque Henry era un reflejo de Ilse-. Creo que algunos de ellos no estaban tan graves hasta que llegaron aquí, cualquiera que pase más de 24 horas en este lugar perdería la cabeza –continuó con tranquilidad y siguió caminando hasta atravesar el salón.
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Mensaje por Donatien Tautou Vie Oct 12, 2012 5:23 am

Observando sus alrededores con una brillo particular en sus ojos, el que jugaba entre la curiosidad y el temor que ésta misma puede generar en el interior de una persona, Donatien acompaño silenciosamente los pasos de su mentor, anulando con él cualquier distancia que superará algo así como los dos metros. El muchacho no estaba en su ambiente, eso era claro y por más que su intención, su mayor anhelo era el de un día estar capacitado para colaborar con la recuperación de personas como las que se encontraban en el nosocomio, consciente estaba de que por su mente jamás había pasado un paisaje como el que se presentaba ante sus ojos. Lentamente las utopías de consultorios con bibliotecas pulcras y divanes de cuero y madera lustrada quedaban atrás, pues la realidad ahora tamborileaba más fuerte en los pensamientos del cándido muchacho, ahogando por completo esos sueños perfectos típicos de la inexperiencia.

Por lo que notaba su profesor ya era bastante conocido por alguno de los internos del hospital, quienes le miraban reflejando sentimientos dispares a su persona. Algunos con dejos de haberle visto antes, como si su rostro les fuese familiar, otros sonreían atontadamente al verle pasar, mientras que Donatien pudo denotar un pequeño grupo que reflejaba molestia o miedo ante la presencia del psiquiatra ¿Por qué se daría aquello hacia él? La idea de una respuesta certera se vio opacada bajo la suposición de que aquellos sentimientos impartidos por los enfermos debían tomarse cuidadosamente con pinzas, pues ¿Hasta que punto ellos mismos eran consciente de lo que reflejaban o dejaban de reflejar con sus acciones?

- No hace mucho acabé un libro de un autor escoces, Reid, donde él dice que las sensaciones y el ambiente que percibimos a nuestro alrededor influyen en nuestro estado psíquico… - comentaba el muchacho mientras su andar se tornaba más pausado por la contemplación al suelo, las paredes que le encerraban tal y cual a todos aquellos pacientes allí enjaulados - … Tal vez con algún tipo de reforma, no una muy grande, alguna mano de pintura y limpieza profunda aquí podría darles un cambio de motivación y claridad a los pacientes ¿No lo cree, doctor? - sin notarlo Donatien se había centrado en las condiciones en las que aquellas personas se encontraban viviendo, como si esperase que su mentor hiciese algo al respecto. Sabía que el neerlandés no era una autoridad ni mucho menos en aquella casa de locos, pero con un poco de esfuerzo e insistencia tal vez podría conseguir algo de la directiva del hospital.

En ese momento, mientras la inocente mente del muchacho comenzaba a imaginarse como luciría aquel inmenso salón con un tono vivo en sus paredes a su vez realzado por la entrada del Sol a través de los limpios ventanales de cristal, cuando una mano fría como la misma muerte le tomo bruscamente por la muñeca - ¿Qué crees que somos? ¿Por qué nos observan así? ¡Maldito! - Aquellas cinco uñas amarillentas y grotescamente crecidas se incrustaron en la rosácea y vivaz piel del joven así como el terror que recorrió toda su espina ante tal suceso. Los ojos del francés se abrieron de par en par proyectando ese miedo, ese titubeo de no saber que contestarle al agresivo viejo de ojos oscuros y largos cabellos blancos que lo apuñalaba con su mirar, exigente de respuestas inmediatas.
¿De donde había salido? Donatien jamás le sintió tras él, pero allí estaba, sujetándole, sumergiéndole en un temor no antes vivido por el muchacho. Su mandíbula se tensó notoriamente, mucho más que en otras ocasiones de nerviosismo y si no fuese porque su profesor estaba allí hubiese soltado un grito, sacudiendo fugazmente su brazo para liberarse de aquella incomoda prisión que el enfermo ejercía sobre su persona. Pero no podía, simplemente no podía hacer aquello. El señor Van Otterloo no lo dejaría pasar por alto y Donatien jamás le decepcionaría ¡Sí hasta el hombre se lo había solicitado antes de adentrarse al hospital! “No me decepciones”. Tres palabras que resonaban una y otra vez en el torbellino de pensamientos que revoloteaba de un lado a otro en la psiquis del apresado inocente.

-No venimos a observarle… Estamos aquí para saber como se encuentran - vocablos entrecortados, camuflados de su inmenso temor bajo una gran y luminosa sonrisa, fue lo único que se le ocurrió al chico en aquella instancia. El viejo le miró por unos instantes y como si se dejase convencer por tales comentarios, le soltó sin más pese a que su oscura e incisiva mirada continuaba fija en él.
Tragó saliva, sintiendo como el nudo que mantenía allí obstruyendo su paz se desintegraba lentamente por el momento. Un suspiro profundo solicitó urgentemente un poco de relajación, el susto ya había pasado.
Finalmente cuando pudo retomar su atención más allá de aquel hombre, notó como su profesor le vislumbraba como si fuese un curioso internado más en aquel salón. Pero sus orbes, su mirada despojaba una sensación ciertamente indescifrable para Donatien en aquel entonces - ¿Está todo bien? - se atrevió a preguntar, notando el chasquido de su lengua casi seca, más ahora no sabía si eso había sido generado por su anterior pesadilla o por la que éste temía se acercase pronto. Si la superstición estuviese de su lado en ese instante, el chico cruzaría sin duda los dedos de sus manos para que la suerte le acompañase. Para su infortunio, tales acciones habían quedado en el pasado, cuando los libros de psicología no se encontraban tatuados cuan tinta en su cabeza.
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Mensaje por Invitado Jue Oct 18, 2012 11:44 pm

Aunque le parecía en extremo naïve, lo que Donatien tuviera que decir siempre era tomado en cuenta por Lodewijk, siempre era escuchado con especial atención e incluso considerado esas opiniones con un valor real, cosa rara en un hombre como el psiquiatra que solía denostar a todo aquel que, según su visión, “no estuviera a su altura”, porque aunque al joven alumno le faltaba mucho camino por recorrer, era potencialmente merecedor de la atención del más viejo; un halagado silencioso que muy pocos comprenderían. Detuvo su andar sin girarse para escuchar lo que el otro tenía que decir y, aunque no era visto, sonrió con una ironía asesina, su sentimiento hacia el deplorable estado del lugar era más bien ambiguo, si bien recordar a su abuela y pensarla en condiciones similares le oprimía el pecho, consideraba que hasta cierto punto, todo aquello era necesario. Él era un experto en quebrar voluntades como quien quiebra los frágiles huesos de un infante, sin tentarse el corazón, sin medir consecuencias, así nada más, destruir para progresar; y era mejor mermar de aquel modo el alma y las ganas de continuar de la gente, así era más fácil llevar a cabo tan terrible tarea. No dijo nada, porque no había nada que decir y estuvo a punto de continuar caminando cuando una voz de ultratumba irrumpió en la escena como un trueno que viene de la nada.

Lodewijk entonces sí se giró y observó la escena, aunque aguardó, no intervino esperando ver la reacción de su pupilo, no había planeado aquello, pero era la oportunidad perfecta para medir las aptitudes ajenas, esas de las que, desde un principio, expresó no querer decepcionarse. Si depositaba tanta confianza en él, tanta fe –vaya palabra- en Donatien, era porque a pesar de su suave carácter, lo sabía sagaz, agudo y con mucho por ofrecer al campo que ambos apreciaban tanto. Reconoció al hombre que lo abordó, aunque no pudo asociarle un nombre de inmediato, en cambio, lo primero que vino a su mente fue la terapia a la que lo sometió, una terapia de choque (como la que había provocado el suicidio de Debussy) y aunque pareciera completamente desquiciado, gracias a él y sus métodos, ese hombre ahora podía andar por ahí sin representar un peligro para otros o para sí mismo. Cuando el paciente soltó al joven, avanzó para jalar a Donatien del brazo mirando al viejo como si de pronto se tratara del peor de sus enemigos.

-Tuviste suerte –dijo mientras lo halaba fuera de ahí –para lidiar con estas cosas hay que enseñarles quien es el que tiene el poder, tú estás cuerdo y ellos no –explicaba como si fuese una lección en el aula de clases, aunque más bien, le estaba transmitiendo un secreto aprendido a base de experiencia –eso te hace el que tiene el mando dentro de este lugar –guardó silencio y se detuvo una vez que salieron de la sala y se encontraron de nuevo en un pasillo, mismo que debido a la luz y la suciedad de las ventanas, se veía verdoso –tú eres el amo, ellos los perros, y los perros aprenden a golpes –era increíble en todo sentido lo que estaba diciendo, cada cosa era terrible y el joven muchacho no sabía en verdad la magnitud de la crueldad de su profesor y de esas palabras en particular. Lodewijk habló no sólo de superioridad, de soberbia y de sometimiento, sino que incluso pareció que él mismo no podía transformarse en un perro, que eso que estaba diciendo podía ser aplicado, de forma literal, al pie de la letra, a su persona cuando estuviera en su forma de husky. Lodewijk creía con fervor aquello, los locos eran animales y era su deber regresarlos a ser personas y no importaba el cómo, sino sólo los resultados. Influía el hecho de que, más allá de querer curar personas, Lodewijk disfrutaba torturando almas de por sí en zozobra, moldeando la carne y la sangre y el espíritu de los más vulnerables, torcer la realidad, arrancar y aniquilar el amor propio ajeno, y eso, eso no era causa de su infancia rodeado de locura, ni de su educación, ni de su soledad, eso era un aspecto que carecía de origen y por ello era ejecutado con más saña.

-Entiendo que este lugar sea deprimente –siguió hablando en medio del pasillo glauco, se puso de frente a Donatien e ignoró el hecho de que su alumno posiblemente siguiera sobresaltado, qué mejor, pensó, llevarlo al límite, ver qué tanto aguantaba –pero antes de pensar en que tal vez una pared naranja y amarilla sería mejor, hay que pensar en cómo los internos te ven –estuvo a punto de decir «los locos», pero solía evitar esa palabra –no somos sus amigos, no venimos aquí para comprenderlos, somos sus médicos, estamos para curarlos sin importar el precio –era total, era irrefutable, no estaba preguntado, estaba afirmando como la más grande de las verdades en el universo. Inclinó el rostro sin dejar de verlo, perfilado por esa mustia luz cetrina, con el ceño ligeramente fruncido y la boca de delgadísimos labios como una línea recta sobre su pálido rostro.
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