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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Bjørge Ødegård Mar Abr 09, 2013 4:45 pm






- Pero, ¿no lo ves, Morten? Mira a tu alrededor, mi querido hermano, nadie de aquí ha renegado del cordero alguna vez. Es imposible un estado formado por lobos; son ideas irremediablemente contrarias.

Bjørge miraba a la rata fijamente mientras hablaba de manera firme y apasionada en su lengua natal. Se encontraba sentado en el quicio de una puerta, en una calle a no demasiada distancia del río, encorvado y con el pobre animal entre sus manos, el cual se entretenía mordisqueando los trozos de queso que, de tanto en tanto, su dueño le daba. Llevaba más de una hora en el mismo lugar, ignorando a cualquier transeúnte que pasase a su lado que, en aquel momento de temprana tarde, no eran precisamente pocos. La razón de esto era que la conversación con su pariente - o el roedor a través del cual él creía que éste le hablaba - le resultaba extremadamente interesante, siendo un punto a mayores que añadir en la crónica de su investigación.

- ¡Qué fe tenía en los franceses! ¡Un pueblo que se revela contra sus normas sociales! ¡Un pueblo que se revela contra su propio rey! Y qué tontos fuimos, hermano, al considerar que por fin El Lobo había sido engendrado en el corazón de Europa, ¡qué tontos! – aquello era sobre lo que había estado dialogando todo el tiempo, la propia sociedad francesa y la desilusión que les había causado la nueva república - ¿Pero fueron capaces de renegar de la historia y su cultura para lograr ser libres? ¡No! – casi gritó dando un pisotón y asustando a un gato que, de pronto, salió en carrera – Cambian unas normas por otras, pero, ¡las normas siguen siendo normas! Aplastan, exprimen y matan lentamente a los lobos en todos esos pobres cachorros. O lo intentan, o lo intentan. Tienes razón, nadie puede matar al lobo que llevamos dentro; es lo que somos.

El noruego ya estaba más que acostumbrado a que cualquiera que le viese en su estado natural lo mirase asombrado, compasivo o con ánimo de burla, por lo que no prestaba atención a la amplia amalgama de expresiones que desfilaban delante de él. Nadie, o nadie que no entendiese noruego, comprendía lo que decía y muchos bien podrían pensar que, sencillamente, sus palabras carecían de sentido. Eso o que había sido poseído por un demonio; no sería la primera vez que intentaban exorcizarle.

- Liberté, égalité, fraternité. Liberté, égalité, fraternité! – repitió alzando la voz hasta casi desgañitarse - ¡Una revolución basada en mentiras! La República es la viva imagen del Nuevo Rebaño, que sigue siendo rebaño pese a todo, y si existe El Rebaño no puede haber libertad ¡La libertad es El Lobo y nada más que El Lobo! ¿Y qué me dices de esa igualdad? – preguntó a su hermano con ánimo despectivo hacia el concepto - ¡Exacto! ¿Es que acaso ven que una piedra sea igual a otra? Sí, son piedras, ¡pero ninguna igual a otra! Y ni hablemos ya de la fraternidad. ¡Ilusos y mentirosos! ¿Fraternidad? Sólo para que tus hermanos mueran por ti. No hay más que mirar las calles de París: criminales, borrachos y prostitutas. ¿Es que acaso el burgués se alía con el malhechor? No; al menos, abiertamente no. Hypocrites! Agneaus! – acusó, ahora sí en francés, a toda la ciudad antes de escupir a un lado, transmitiendo desprecio en cada uno de sus gestos – A veces pierdo la fe, mi querido Morten. ¿De verdad es nuestra misión convertir a todos estos paganos? A veces dudo que seamos capaces de salvar a uno solo de esos pobres lobeznos que yacen dormidos y rechazados en el fondo de sus corazones. ¿Cuántos parisinos podrían quedar marcados con la bendición de la madurez mental? A veces dudo, mi querido Morten, a veces…

- Bonita rata – le interrumpió una voz que llegaba a él desde demasiado cerca como para ser ignorada -. ¿Por cuánto la vende?

Bjørge separó la mirada de las pupilas del animal, que, tras mirar al extraño por un segundo, siguió concentrado en su comida, ya que parecía ser lo único que le importaba. Se encontró frente a sí a un hombre, o más bien un muchacho, que apenas rozaría la veintena de edad, rubio y con unos dientes un tanto descolocados que tampoco deberían hacerle tan desagraciado a juzgar por la compañía femenina que le aguardaba un par de pasos por detrás. Ella era menuda, morena y con una penetrante mirada azul, aunque lo que llamó la atención del nórdico fue que se estaba riendo, aparentemente de la situación y, en concreto, de él. Ya había tratado muchas veces con esa clase de desvergonzados y, aunque no le importasen esas risas que él sabía causadas por la ignorancia, decidió que era mejor deshacerse de ellos para poder seguir con menesteres que sí tenían relevancia. Por lo tanto, se puso en pie.

- Pues… digamos que… - el escandinavo inclinó la cabeza observando el cuerpo del muchacho, fingiendo interés en él – creo que tienes unos riñones espléndidos, ¿qué te parece mi rata por el derecho? Así esta noche no pasaré hambre – aquello era una completa falacia, pues la constitución del joven sólo se podría definir como escuálida o empleando alguno de sus sinónimos. La mera idea de aquel absurdo le resultó tan divertida que le fue incapaz contener la risa y, tanto fue así, que la risa se tornó en una violenta carcajada.

- Fils de pute... - el chico agarró al moreno de la camisa y le empotró contra la pared, haciendo que éste no encontrase la situación entretenida por un instante, pero recuperando la sonrisa un momento después – ¿Te resulto gracioso? A ver si ahora sigues pensando igual. Me vas a dar esa bonita rata ahora mismo y no la vas a volver a ver, ¿entendido? – Bjørge iba a protestar, pero fue entonces cuando notó una presión en su abdomen; por muy loco que estuviese, pudo adivinar que era una navaja. Fue el instinto de supervivencia el que templó sus nervios, al menos por el tiempo que éste lograse perpetuar su dominio en él, lo cual no daba demasiado margen de actuación.
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Mensaje por Donatien Tautou Sáb Abr 13, 2013 5:25 pm

"El mayor espectáculo es ver a un hombre esforzado luchando contra la adversidad;
pero hay otro aún más grande: ver a otro hombre lanzarse en su ayuda."



Cuando Donatien llevo la taza de té que le acompañaba a sus labios con intención de hacerse con un sorbo de la infusión, notó que la misma ya se encontraba fría como un refrigerio veraniego ¿Cuánto tiempo había pasado con exactitud? Sumergido entre su nuevo libro de investigaciones sobre psicosomática y la vista directa hacia el río que se vislumbraba desde uno de los inmensos ventanales del café en el que yacía serenamente, encontrar la respuesta a tal pregunta era algo bastante complicado. Muy cierto es eso de que cuando uno se encuentra entretenido el tiempo vuela, las agujas del reloj se tornan estrellas fugaces cruzando el firmamento a toda velocidad y la percepción horaria se pierde por completo.

Dejó unos francos sobre la mesa junto al té intacto, tomó el libro para luego colocar el morral de cuero oscuro que siempre le acompañaba sobre su hombro derecho y partió, regalando una sincera sonrisa a los empleados del local.
La tarde apenas comenzaba y el ajetreo en las calles a esas horas ya era algo habitual. La gente gustaba de dar paseos cerca del río, observando el brillo de los rayos solares de otoño sobre el agua. Algo entretenido que luego podría ser acompañado por una bonita merienda o algo por el estilo. El muchacho seguía su camino con la misma sonrisa de siempre al imaginarse mientras avanzaba de todas aquellas cosas que él mismo podría hacer esa misma tarde si no fuese porque debía ocuparse del negocio de telas en aquella horas. En la mente de Donatien las responsabilidades diarias se anteponían a los paseos vespertinos.

Esquivando uno que otro transeúnte despistado, en sus pensamientos el mancebo avanzaba maravillado por los avances gigantescos que la psicología había tenido en los últimos años. Las publicaciones se habían triplicado, lo que demarcaba un interés muchísimo más importante que en otros tiempo hacia la mente humana y su bienestar. Ya llegaría el día que el mismo Donatien publicase sus investigaciones. Vería con sus propios ojos como sus anotaciones serían de ayuda para otros colegas a lo largo y ancho del globo. Habría muchísimas más personas en vías de regenerar su bienestar psíquico. Un pequeño grano de arena conformando una montaña en búsqueda de una mejor salud mental para todos.
Un suspiro se coló entre los labios del joven, liberando de sus pulmones un poco de ese aire lleno de sueños.

Camino a la tienda de telas, Donatien pasó por una relojería que a su entrada contaba con un meticuloso cronógrafo, mismo que le advirtió al joven que no contaba con mucho tiempo de su parte para llegar a punto a la dependencia donde Anabelle, su empleada de confianza le estaría esperando quisquillosa por querer marcharse de una vez. Las distracciones y apuros de Donatien a veces le hacían salir de su casa sin elementos básicos como por ejemplo su reloj de bolsillo. Suerte la suya que París estaba impregnada de locales que salvaban su pellejo.

El muchacho no tardó en optar por tomar un atajo, un paseo rápido entre pequeñas callecillas que le llevarían más rápido al centro, donde debía arribar. Avanzando con apuro más sin perder detalle de su alrededor el joven se deleitaba observando a la gente se cruzaba de frente. Tantos rostros, expresiones diferentes ¿En que irían pensando cada uno de ellos? La idea de poder leer las mentes ajenas era tan interesante como aterradora, pero no más que lo que los ojos de Donatien vislumbrarían a la par que avanzaba.
El brillo de aquella navaja pareció atraer automáticamente los verdosos ojos del mancebo, quien no tardó en retraer sus parpados bruscamente ante la desagradable sorpresa con la que se había cruzado.
-¡Eh, eh! ¿Pero que estáis haciendo? Soltad al hombre ahora antes de que comience a gritar y la policía les persiga ¡Soltadle ahora mismo! - las palabras salían de la boca del muchacho una tras otras, cada vez con un tono más firme y alto, que se entremezclaba con sentimientos de enojo y susto. Donatien no podía creer que hubiese gente capaz de asaltar o amenazar a otra persona con un arma, arriesgando la vida de otro ser humano ¿Cómo la sociedad –de la que él formaba parte- había caído tan bajo?¿Tanta era la necesidad de algunos para acabar con la vida de otro sin pensarlo siquiera?

Los gritos y jaleos del joven parecieron dar resultado, finalmente el armado al observar que el francés no se daba por vencido soltó a su víctima, tomó el brazo de una mujer que parecía estar con él y comenzó a alejarse a paso ligero y maldiciendo. La furia estaba plasmada en sus ojos.
- ¿Cómo os encontráis? - el auxilio fue instantáneo. Ni el mismo Donatien recuerda cuando se acercó al desconocido caballero de cabellos oscuros y le tomó del codo a la par que sus esmeraldinos se mantenían fijos en los oscuros del hombre. La experiencia podía tener alguna secuela traumática en el individuo. Donatien no estaba dispuesto a dejarle solo en ese instante, su forma de ser no se lo permitiría. Ya se imaginaba echándose la culpa durante todo el camino si se atrevía a hacerlo.
- ¿Tenéis consigo todas vuestras pertenencias? Puedo ir en busca de un oficial si lo desea - los vocablos continuaban saliendo con dejos nerviosos, reflejando que Donatien no sabía exactamente qué hacer en aquella situación. Jamás había vivido una similar, algo extraño ya que París estaba cada vez más peligrosa.

Sin más, allí seguía, esperando una indicación o algo mientras la gente continuaba con su andar habitual, sin importancia de lo que había sucedido. La incredulidad ante tal reacción apenó el interior del muchacho en ese momento.



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Mensaje por Bjørge Ødegård Dom Abr 14, 2013 5:25 pm

¿Acaso no sabía aquel hombre, o más bien muchacho imberbe, quién era él? Por supuesto que no lo sabía y, aunque lo supiera, ¿a qué diferencia llevaría? El de cabello claro, aunque más propenso a dejarse a sus instintos, seguía siendo un cordero como todos los demás y, por lo tanto, ante la verdad de la misión de los hermanos Ødegård no mostraría respeto, sino desprecio e incluso terror. Por lo tanto, era imposible que él jamás llegase a entender la importancia de que el hombre y la rata permaneciesen juntos y, por lo tanto, era consciente de que las palabras no valdrían para apaciguarle y hacerle cambiar de parecer.

La rata se asustó ante la cercanía de aquel extraño y no tardó en desaparecer entre la camisa suelta que llevaba el noruego, para contrariedad del asaltante y para júbilo del propietario. La sonrisa que le abandonó estuvo a punto de regresar, regocijándose en el hecho de que, para darle al animal, antes tendría que buscarla, posiblemente desnudarse – y hay que aclarar que a Bjørge le gustaba permanecer con poca ropa encima, bien por sentirse más natural o bien por el escándalo que resultaba para la gran mayoría -, ocasión que le garantizaría una buena excusa para evitar el filo del arma y escapar. Y, sin embargo, no fue necesario planear ninguna estratagema, pues un nuevo participante quiso reclamar su lugar en la escena teatral que se estaba montando e intercedió por el orden y el respeto a la seguridad impuesta por la Ley del Rebaño. En ocasiones, los hermanos reconocían que las normas sociales podían resultar ciertamente provechosas, pero ellos sólo veían en esa práctica el utilizar las armas del enemigo en su propio beneficio, sin dejar de rechazar su existencia en ningún momento, como quien libra una cruzada para establecer la paz o, más bien, quien utiliza la paz como escudo en sus intenciones de fomentar una guerra.

La desilusión se hizo evidente en sus rasgos, pues ya no tendría excusa para atentar, aún más, contra los preceptos morales de aquel malnacido, para incitarlo y, a la vez, blasfemar contra el sentido del decoro. Siguió con su mirar la retirada del asaltante hasta que su presencia se tornó en una ausencia que apresuró a suplir con una imagen que le desbordó por un momento. Azul, azul y más azul. Bjørge se perdió en sus propios pensamientos sin lograr siquiera entender qué era aquel tono, ¿quizás era el cielo? ¿Quizás era Dios que iba a llevarle a su seno? Podría ser que el cuchillo hubiera penetrado en su abdomen y que él, sin sentirlo siquiera, hubiera muerto. ¿O quizás era el mar, tenebroso e incontenible, cuya totalidad era siquiera impensable? No, no; ni lo uno, ni lo otro era. Eran dos iris, rodeando un profundo abismo que le llevaba al pensamiento de un desconocido. Sólo dos ojos, enmarcados en un rostro que pertenecían a su salvador; o a su aguafiestas; o ambas; todo dependiendo del punto de vista.

- No, todo está bien. Mi hermano está bien, no han logrado secuestrarlo – en realidad, ya poco le importaba su integridad física, pues, en ese preciso instante, estaba fuera de sus prioridades; antes que él, iba su mascota, su único familias y su preciada rata -. ¿Quién eres tú? – inclinó la cabeza observando su impecable ropa, su zurrón y su apariencia en general, intentando analizarlo – Creo que tan sólo eres otro cordero más – murmuró decepcionado dejando que sus hombros, así como su porte en general, decayesen. Sólo fue por un instante, pues la sonrisa regresó a sus labios y la jovialidad a su voz -. Soy el señor Bjørge, pero tú puedes llamarme Bjørge a secas – le concedió, equivocándose, sin siquiera percatarse del error, al pronunciar dos veces su nombre en lugar de emplear su apellido -. ¿Y tú? – repitió la pregunta mientras extendía la mano y, sin pedir permiso siquiera, alcanzó la del muchacho para darle un apretón. Luego la soltó y no esperó a que le respondiese, sino que cogió su camisa por el pecho, ahuecándola para mirar a través del cuello abierto en busca de la rata – Morten, ¿dónde estás? Ven y sal a saludar al señor que te ha salvado – y, a continuación, se acercó a su nuevo compañero, llevando sus labios a su oreja hasta el punto de rozarla, dando por hecho una confianza que nunca se había establecido, pero que él no necesitaba -. A veces es demasiado tímido, sobretodo con desconocidos, pero no te preocupes, ya saldrá – concluyó con ese susurro de confidencialidad.


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Mensaje por Donatien Tautou Dom Abr 14, 2013 7:44 pm

Todos somos únicos, modelos originales que pese a tener determinados parámetros en común por necesidad -u mejor dicho por obligación- poseíamos la capacidad de distinguirnos ya sea por la forma de expresarnos, de vestir, de sociabilizar con otros o simplemente por vislumbrar el mundo desde una perspectiva semi egoísta donde no se negociaba mucho el compartimiento. Bajo ese ideal, Donatien encontraba en cada persona que se cruzase algo particular, algo que él muchacho pensaba jamás vería plasmado en otro persona. De allí nacía su tolerancia, su apego especial a la diversidad que le rodeaba. O quizás esa forma de ver su entorno era un simple pretexto para congeniar mejor con su homosexualidad aceptada, esperando que al proyectar tal conducta hacia otros, éstos hiciesen lo mismo y no le condenasen como ciertas religiones imponían.

Su rostro pasó automáticamente del nerviosismo al de la confusión, entremezclándose con una vergüenza interna que poco tenía que ver con el desparpajo que el desconocido frente a sus ojos proyectaba tras aquel penoso incidente. Era como si en el caballero la escena vivida hacía pocos minutos no hubiese sucedido, por lo menos eso reflejaba su temple, que para esos instantes despojaba una amabilidad y simpatía llamativas.

Donatien le escuchaba a la par que ordenaba las ideas en su cabeza; sus ojos no vislumbraban al citado hermano del individuo, no entendía porque éste lo llamaba “cordero” ni tampoco porque aquel acento en sus vocablos generaba que los mismos fuesen algo complejos de descifrar.
- Mi nombre es Donatien… Donatien Tautou - llegó a responder el mancebo después de ser saludado sin permiso por el apresurado hombre que irradiaba una energía especial, como si viviese de un modo más veloz que todo el resto.

Donatien no pudo recordar en que momento sus mejillas empezaron a arder, pero para aquellas alturas el muchacho ya se imaginaba que las mismas se encontrarían de un tono rojizo. Sentía el rostro caliente, lleno de vergüenza ¿Cómo era posible que un simple susurro generase eso en su persona? Aquello no era más que una evidencia en su persona de la transición aun no acabada entre la adolescencia aun latente en su interior y la hombría que apenas comenzaba a asomarse. Sí, las hormonas podrían jugar una mala pasada en aquel instante también. Donatien no se lo negaría a sí mismo, el caballero le parecía atractivo, pero de una forma no convencional. Era llamativo sí, de rasgos masculinos y complexión admirable, pero no era eso exactamente donde el mancebo encontraba potencial. Había sido su actitud… O quizás aquel susurro de aire cálido y acento extranjero.

El silencio y los gestos explicaron el resto con un poco de deducción. El hermano de Bjørge –así se llamaba el caballero- parecía ser un ente algo diferente a lo esperado ¿Un ser invisible, un muñeco tal vez? Lo que fuese se encontraba dentro de la camisa del hombre y no tenía intención de salir de allí por lo visto.
La curiosidad invadió extrañamente a Donatien, quien aún permanecía allí, junto a su nuevo conocido en espera de que el misterio le fuese revelado ¿Qué era el bendito Morten?

- Puede decirle a su hermano que no debe ser tímido, seguramente me caiga simpático - una sonrisa enmarcaba aquellas palabras sinceras que buscaban dar confianza, similar a la que él mismo había recibido por parte del extranjero. Una muestra de igualdad de condiciones, solamente para proyectar que en ese instante la situación podía tornarse amena, distante a la encarnada momentos atrás.

Repentinamente, mientras el joven aún observaba paciente al moreno frente a sí con sus expresivos orbes zafirinos lo que supuso se trataba del hermano de Bjørge apareció. La mandíbula de Donatien se tensó automáticamente al ver ni más ni menos que a una rata asomarse por el cuello de la floja camisa del hombre ¿Acaso tenía algo de malo que éste hablase con un roedeor al que trataba como su hermano? En otro escenario posiblemente el sujeto luciría como un demente, totalmente alejado de la cordura que solamente existía para ser blanco de la burla ajena por su falta de racionalidad. Para Donatien aquello era la firma del hombre, su toque original y que sin duda lo diferenciaba del resto, aunque no negaría que la rata le había aterrado un poco. Tantas enfermedades atacaban a la sociedad en aquellos días por culpa de esa dañina especie. Un suspiro fue liberado por el joven, buscando el equilibrio, aquello que le alejase del miedo hacia Morten.

- Es un gusto para mi finalmente conocerle, Monsieur Morten - las palabras salieron disparadas de la boca del rubio como si se dirigiese a otro ser humano, a un par. Los ojos azulados no perdieron tiempo y tras aquel saludo, se clavaron en el rostro de Bjørge, como esperando una reacción de parte de éste ¿Acaso la idea era seguir un juego? No, Donatien solamente comenzaba a adaptarse a la realidad del prójimo. Sus ojos comenzaban a ver lo que Bjørge veía, aunque sea por unos instantes.

La idea de llegar a la tienda de forma puntual se había esfumado. Anabelle no iba a estar muy contenta.


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Mensaje por Bjørge Ødegård Dom Abr 14, 2013 9:41 pm

El noruego volvió a abrir la camisa y, justo cuando iba a comenzar a desabrocharla – con claras intenciones de aprovechar la excusa que le permitía realizar lo que antes no había podido hacer – la rata dio señales de vida. Escaló su pecho hasta llegar al cuello y, de ahí, miró fijamente al desconocido, como si, de alguna manera, pudiera resultarle de algún interés. Luego, tironeó del lóbulo de su dueño insistentemente.

- Ahora no, Morten, primero devuélvele el saludo a Donatien – pronunció con la nariz arrugada a causa del dolor que provocaban sus uñas en la piel -. ¡Oh! ¡Está bien! – terminó cediendo mientras rebuscaba en su bolsillo y sacaba otro trozo de queso, que dio a la rata de pelo grisáceo, la cual no tardó en desaparecer con su botín a refugiarse en la protección que le garantizaba la ropa - ¡Eres un maleducado! Discúlpale, últimamente no hace más que pensar en comer, comer y, sí, otra vez comer; y, si acaso, molestarme para que deje de moverme y pueda dormir tranquilo. Si no fuera mi hermano, a veces… - frunció el ceño durante dos segundos, pero luego recuperó la jovialidad, recordando el aprecio que le tenía en el fondo -. Entonces, Donatien, ¿qué hacías en esta calle a estas horas en este soleado día de verano? – se calló un momento, pero no para escuchar al muchacho, sino para atender a la voz del que acababa de esconderse - ¿En serio es otoño, Morten? Sigo sin poder creerme que con este calor ya crean que es otoño. Si esto es otoño, seguro que en invierno ni siquiera nieva, ¡y seguro que el río no se hiela! ¿O sí se congela, mi querido Do…? – no terminó la pregunta, pues algo llamó su atención y le obligó a olvidarse del tema que le ocupaba hasta entonces. Volviendo a alzar la mano, llevó su dedo índice al rostro del chico para tocar su mejilla, con una expresión que evidenciaba extrañeza - ¿Qué es ese.. ese… - el moreno no lograba encontrar la palabra en francés, por muy sencilla que esta fuese. Y, al encontrarla, tan sencilla le resultó que prefirió cambiarla por otra que transmitiese lo mismo – ese bermellón, ese que tienes en la cara? ¿Estás enfermo? – de pronto, se asustó a razón de que aquel que le hubiera ayudado pudiera contraer alguna dolencia que le llevase a la cama o, peor, directo a las puertas de la muerte.

Bjørge, que se había inclinado un palmo más hacia Tautou, se echó de golpe para atrás, sin motivo aparente, pero por una causa muy evidente para él. Su hermano le había reprendido que estuviera sintiendo compasión y apego por aquel al que ni siquiera conocía y el cual, con casi total seguridad, sería otro de aquellos borregos del Rebaño.

- No, no te preocupes, Morten. Donatien es nuestro amigo y no nos va a hacer daño, ¿verdad que no? – le preguntó a éste sonriendo – Su halo no es oscuro o violento, tan sólo un poco… – notó la vergüenza del otro gracias a sus poderes, pero, al no encontrar razón alguna para ello, no tardó en olvidarse del tema –. Además, no tiene piedras cerca que lanzarnos a la cabeza; no te van a matar otra vez – se refirió a la muerte de su hermano con total naturalidad, pues ya era algo que tenía asimilado y, dado que éste, aparentemente, había regresado, no resultaba un gran inconveniente para él -. ¿A dónde ibas? ¿Quizás ibas a entregar a alguien un paquete que guardas en tu bolsa? ¿O quizás sólo paseabas en este caluroso día? – insistió en lo sofocante que le resultaba el clima de allí, acostumbrado al propio de su Escandinavia natal - ¿Podemos acompañarte? Pero no, seguro tienes muchas cosas que hacer y nosotros tenemos demasiado tiempo libre, o quizás también demasiado que nos ocupe – anotó tan sólo para sí -, y seríamos un estorbo. Quizás debieras seguir tu camino y dejarnos a nosotros con nuestra conversación – su tono de voz fue disminuyendo a medida que hablaba, denotando la tristeza que, con tanta facilidad, se había adueñado de él. Pero tampoco le costó olvidarse de su propuesta –. Hablábamos de la nueva república, que a nosotros nos parece una verdadera estupidez. Quitan a un rey para poner a uno, dos, tres, o quizás ciento veintitrés. Nosotros creemos que, aunque un rey sea diferente a otro, sigue siendo rey y que, como rey, es un pastor. ¡Y si hay pastor es que hay Rebaño! Apunta eso, Morten, también debemos de escribirlo después – el varón hablaba como si el otro pudiera comprender todo lo que estaba diciendo, como si pudiera entender el razonamiento que le había llevado a aquella conclusión, que apoyaba férreamente su tesis, y como si le hubiese explicado todo el sistema que sustentaba sus teorías -. ¿Y qué opinas al respecto usted, monsieur Tautou? – pidió que participara, ahora usando la fórmula de cortesía, como si de lo que ahora estaba hablando fuese algo serio y lo anterior no – El aire fresco siempre sienta bien.


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Mensaje por Donatien Tautou Miér Abr 24, 2013 8:44 pm

"La realidad es aquello que,
cuando uno deja de creer en ello,
no desaparece".


Digerir mentalmente avalanchas de ideas era algo que Donatien había aprendido a sobrellevar amenamente desde sus comienzos como empleado en la tienda de telas de la cual ahora era dueño. No sabía bien el porqué de ello, pero generalmente cada vez que un cliente arribaba a la dependencia con interés de ser guiado -en lo que sería la búsqueda del material óptimo para la confección del atuendo que se tenía en mente- una lluvia de explicaciones salía despojada de sus bocas sin pausa alguna; imágenes impartidas a través de lo oral que plasmaban un paisaje que solamente podía ser visualizado por una mente atenta, capaz de absorber toda aquella información sin filtro de un solo bocado. Así pues, el dialogo que el extranjero mantenía con él y su hermano simultáneamente no le parecía algo fuera de lo común, aunque si solicitante de una basta atención para no perder ese fino hilillo que podía terminar fácilmente en una enredada bola de estambre si quisiese.

- Para ser sincero, me dirigía hacia mi trabajo - alcanzó a responder el muchacho antes de ser interrumpido por lo que suponía eran las inaudibles palabras de Mortem para con su hermano. Aquella situación seguramente podría ser bizarra para cualquier otro, pero curiosamente Donatien ya se imaginaba como podría ser el escuchar todo aquello que el roedor pronunciase. Al parecer, era una mente bastante inteligente.

- No recuerdo días de nieve en Paris, Monsieur, pero… - y justo cuando el mancebo se disponía a dar la esperanza de que todo podía suceder -incluso hasta en temas relacionados al clima- sus vocablos fueron interrumpidos, salvo que en esta ocasión la rata acompañante del moreno nada tenía que ver. Donatien no estaba para nada acostumbrado a tener lo que el denominaría como ”contacto directo” con otras personas. Es más, cree que la última vez que sintió la calidez de una piel ajena a la suya fue en un protocolar estrechar de manos con el Director del College de France tras la aceptación de su solicitud como estudiante en el Instituto. Pero aquel roce simple había sido distinto. La yema áspera del índice ajeno generó un desconocido cosquilleo en el rostro del muchacho, para esas alturas estático ante la inesperada escena.
-¡Estoy muy bien! ¡Muy, muy bien! - respondió automáticamente para luego liberar una risa nerviosa, que más que apagar el rubor de sus mejillas lo encendió aún más - ¡Estos días cálidos me hacen lucir mejillas de payaso! – un chiste improvisado que seguramente no le sacaría risas ni a un niño aburrido, pero en ese instante no se le había ocurrido ninguna otra cosa que le sacase de tal incomodidad. Gracias a Dios el caballero no tardó en retraerse, brindándole a Donatien ese aire de liberación que estaba justamente precisando.

Lo bueno del palabrerío de Bjørge es que las puertas de escapes se tornaban varias y pasar de un tema a otro era tan fácil como cerrar y retraer los parpados – Lamento lo de su anterior muerte Monsieur Morten – confirió a la par que se hacia la idea de si el alma del hermano del extranjero había reencarnado o algo por el estilo en la anatomía de aquella rata de pelaje gris. Tantas eran las hipótesis que el estudiante podía generar en su cabecilla que optó por ir enterándose de las cosas a medida que los hermanos le fuesen aclarando paulatinamente sus respectivas y originales realidades – Si gustan podéis acompañarme. El negocio es una casa de venta de telas, quizás encuentren algo de su agrado – Donatien creyó que la invitación era prometedora, por lo menos para él, quien seguramente disfrutaría de la compañía de aquel dúo particular. Aunque sinceramente, no se veía escogiendo un tono de gabardina para la confección de un traje para Morten. En aquellas instancias, imaginarse a una rata vestida no parecía algo tan descabellado.

El francés sonrió mientras continuaba atento a los dichos del moreno. Después de todo, esa idea popular de que “todos los locos tienen algo de inteligentes” parecía aplicarse al individuo que sus orbes azulados visualizaban sin pausa alguna. Sus gestos, su forma de expresarse evidenciaban a alguien -que más allá de su extraña realidad- poseía una visión centrada, fundamentada y bastante realista del entorno que le rodeaba.
- No sé si debería compartiros mi opinión al respecto, después de todo hace unos instantes me tacharon de "cordero", no sé si os lo recordáis – una mueca de pena se dibujó en el jovial rostro del rubio, quien aprovechaba aquel comentario ajeno para no tener que sumergirse en un debate sobre ideologías políticas con el caballero y el roedor. Quizás era su juventud, o su forma optimista de creer que todo mejoraría en su país, las razones por las que Donatien no gustaba mucho de tratar esos temas. Recordaba varias ocasiones en que las personas terminaban irritadas y rompiendo relaciones unas con otras simplemente por compartir diferentes puntos de vista sobre la realidad actual en Europa.

- ¿Gustáis de acompañarme o no? Quizás a Morten le apetezca un trozo del queso azul que venden en la tienda junto a la que me dirijo -
un nuevo cambio brusco de tema y Donatien ya comenzaba a creer que podía manejarse en aquel mundo del hombre y el roedor, o por lo menos intentarlo. Sin más, acomodo su morral y con un gesto de su mano repitió en silencio la invitación ya expuesta. Caminar era una buena idea en esos momentos, el aire fresco serviría para disipar la vergüenza acumulada por el muchacho, quien secretamente deseaba tocar su mejilla, precisamente en aquel sector donde el índice del extranjero se había posado.


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Mensaje por Bjørge Ødegård Jue Mayo 16, 2013 8:22 am

Bjørge tardó unos segundos en comprender lo que le estaba diciendo, clavando su mirada en él como si intentase discernir si aquellas palabras eran verdad o mentira o, si, acaso, eran incluso posibles. A decir verdad, el hombre no estaba familiarizado con el trabajo más que de forma indirecta, pues nunca había desempeñado una labor tan ardua que pudiera denominarse como tal. Desde pequeño se había librado de las labores del hogar, no sólo por pertenecer a una rica familia burguesa, sino, además, por la afección que todos decían que padecían tanto él como su hermano. Las únicas obligaciones que tenían eran sus clases y Morten siempre se había encargado de transformarlas en un divertido juego que hacía todo asemejarse más a un circo en el que las tizas bailaban y los libros se enzarzaban en peleas a muerte que a una aburrida lección de matemáticas, francés o piano. Al crecer, tras la muerte de su hermano y el ”accidental” fallecimiento de su padre, había heredado la importante empresa mercante que otros administraban y que le permitía no necesitar deslomarse para llevarse un trozo de pan a la boca. Por lo tanto, no podía decirse que él fuese alguien que se dedicase a trabajar, no, al menos, en el sentido tradicional de la palabra. Su oficio era otro, mucho más elevado y que, incluso, se rebelaba contra esa forma de esfuerzo arcaico que venía dirigido a encasillar a los lobos hacia el matadero para gloria de los corderos y, sobre todo, del Rebaño.

¡Payasos! – exclamó de pronto, riéndose, quizás por la diversión que transmitía la mera mención de la palabra o, quizás, por creer que el joven de mejillas bermejas había seguido el desarrollo de sus pensamientos o que, de alguna manera, había logrado influir en la lógica de los suyos – Me gustan los payasos, pero a Morten le asustan. Igual por eso no le caes bien – se encogió de hombros sin darle mayor importancia, pues, aunque a veces le hiciera caso a su hermano, otras actuaba según sus propios deseos, aunque debía admitir que le aterrorizaba la idea de que la rata mordisquease sus orejas mientras él dormía –. Y, dígame, señor payaso – le llamó olvidando de pronto su verdadero nombre -, ¿cree usted en que las personas están conectadas de alguna manera a través de sus mentes? – le inquirió, como si fuese una duda cotidiana y como si la pregunta no fuera capaz de insultar las creencias de ninguna persona. Quizás esto último fuese porque, para él, el insulto hubiera sido no preguntárselo siquiera.

A continuación, Bjørge se alejó de él, aunque solamente hasta esa línea imaginaria que servía de frontera para aquella conversación y que, una vez atravesada, rompería el contacto entre ambos; y una vez cortado era posible que no volviera a encontrarse al joven Tautou nunca más, algo que de alguna manera le horrorizaba. Por lo tanto, solamente jugó con la tentación de romper esa regla que se acababa de imponer, dando tumbos alrededor del muchacho, alejándose y separándose de ese linde mientras murmuraba una y otra vez una sola palabra: ”telas”.

¿Tú necesitas, Morten? – le preguntó él a su hermano – No, las telas no se comen, bobo; ¿o sí se comen, señor telero? – se dirigió al de ojos claros, otorgándole un nuevo apodo y, ya de paso, un nuevo significado a aquel vocablo – Pero el queso sí te gusta; y yo quiero ver las telas – en realidad aquello no fue más que una excusa que él mismo se creyó para permanecer junto al jovencito con el que ya creía haber entablado alguna especie de amistad -. Así que sí, le acompañaremos a donde haga falta, tan sólo indíquenos el camino – se acercó de nuevo a él, colocándose a su vera y acercándose tanto que hasta sus hombros se rozaban. Entonces, giró la cabeza hacia la suya, como si tan ni siquiera le importarse la alarmante proximidad – ¿A qué esperas? Morten tiene hambre.

Los hermanos no conocían apenas París, a pesar de que habían pasado la mayor parte del tiempo desde que habían llegado fuera de cualquier establecimiento. Como acostumbraban, se dejaban llevar por los caprichos que sus piernas les marcaban aunque, a diferencia de en su tierra natal, cuando querían regresar a su habitación no tenían más remedio que solicitar la ayuda de algún viandante para orientarse, algo que no siempre resultaba ser lo más beneficioso.

Vuestra ciudad es un caos, no hay quien encuentre nada – le mencionó como si eso fuera un mal mayor y él el culpable de no remediarlo –. Deberíais demoler todas las casas y volverlas a construir para que todo resultase más comprensible – murmuró él, cejijunto, como si todo aquello le ofendiese. Sin embargo, de pronto, pareció cambiar de idea y, su expresión de hastío se transformó en una jovial e infantil sonrisa -. Pero eso es lo que le da su encanto; mejor dicho, nunca cambiéis nada si no es para volverlo más enrevesado y desorganizado. El orden es de corderos, la confusión y la naturalidad de lobos – volvió a hacer resurgir el asunto, casi como si fuese incapaz de hablar de un tema que no tuviese relación con ello por un largo periodo de tiempo; de hecho, lo más probable era que esa posibilidad resultase cierta –. Aún no me lo ha dejado claro, señor Tautou – se frenó en seco, encarándosele y cruzándose de brazos –¿es usted un cordero o un lobo? – por de pronto, se negaba a moverse hasta que él le respondiese, actuando cual niño enrabietado y volviendo a dar por sentado que sus palabras eran totalmente comprensibles.


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