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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Leigh Lezarc Dom Ene 12, 2014 4:40 pm

"Una cabeza sin memoria es como una fortaleza sin guarnición."
Napoleón

Despertar no tiene complicaciones mayores. Uno a veces abre los ojos pero ni siquiera recuerda qué es lo primero que ve ni como lo ve. Otras veces, antes de abrir los ojos se empieza a pensar en los sueños que se tuvo, como si se los recordara con claridad en imagenes pero como si se escaparan las palabras y uno quisiera reconstruir todo no se sabe con qué objetivo. Otras veces se habla con uno mismo, de lo que sea, pero también se olvida al salir de la cama. Pero ¿Cómo despierta alguien que no recuerda nada? No recuerda ni siquiera que no recuerda.

Inhala profundo por la nariz y se mueve estirándose un poco sobre esa cama dura. Aprieta los ojos porque ha sentido el frío e instintivamente lleva la mano a la delgada manta que la cubre y se tapa de nuevo hasta el cuello empuñando las manos. Alrededor se siente helado, como si en esa habitación no hubiera sino una cama y una única manta maltrecha y no muy buena para calentar. El frío que se siente allí no es otro que el de la soledad y la miseria.

Ella, que había conocido días mejores, lejos de la pobreza y la necesidad, estaba ahora ahí, tirada en una cama cualquiera sin tener idea de nada y sin querer abrir los ojos por un malestar en el que no ha reparado aún. Solía vivir una vida llena de comodidades aunque no le prestara mayor atención a aquello. Había quedado huérfana a los 16 y había heredado todo al ser la única hija de un cazador y una bruja bien acomodados. Se supondría que una jovensita con sus posesiones fuera feliz y se apoyara en la protección de los fieles empleados que quedaron a su servicio. Era educada, bonita, inteligente para administrar los negocios, pero eso no era lo que pesaba porque el odio que tenía dentro de sí era peor que cualquier bien que pudiera poseer y más grande que el cariño que le profesaran un mayordomo y una nana que la conocieron y cuidaron siempre.

Se dedicó joven a la cacería, se entrenó sola y se cargó a un par de vampiros e inquisidores en su haber. Respetó la vida de brujos y cambiaformas y fue imparcial con los licántropos. Protegió e incremento una fortuna que días antes de partir dejó en manos del único hombre que conoció y amó en la vida, un cortesano cuyo nombre ha olvidado.

Unos ruidos cercanos han hecho que abra los ojos y de un salto de la cama. No es consciente de nada hasta ahora pero en el momento de moverse tan fuerte el dolor de cabeza ha aparecido retirando cualquier otra idea de su mente al ser tan intenso. Se lleva las manos a la cabeza, frunce la nariz y apreta los dientes
-Ahh- dice apenas luego de un pequeño siseo. Como si no tuviera otra opción, abre los ojos y se mira las piernas, cubiertas aún por una sábana de color crema que tiene apariencia de no haberse lavado hace ya un buen tiempo. Mueve la mirada a los brazos y ve los cardenales y cicatrices de cortes que desconoce. Pasa sus delicados y finos dedos por cada una de ellas pero no tiene la menor idea de donde aparecieron. Entonces es consciente que algo anda mal. -Veamos... ¿Qué hice ayer?- susurra para sí misma con dificultad intentando evaluar lo que le pasa. Pero su mente está en blanco, no hay respuesta alguna y empieza a sentir angustia. Da una mirada alrededor, el lugar está tan falto de claridad que no se distinguen muchas cosas. Hay una mesa junto a la cama, una de pequeño tamaño y de color verde sobre el metal delgado que la conforma. A leguas se nota que el lugar es viejo, eso se deduce por el estado de las paredes. Al fondo, hay una puerta, pesada en apariencia y sin un pomo desde la parte de adentro. La única forma de salir es con llave.

La mujer se mira las manos, intenta reconocerse y toma con los dedos su cabello que no alcanza a ver bien por lo corto que es. Siente un nudo en la garganta y de repente un sonido de pasos se hace más fuerte. Alguien viene... ¿Quién?


Última edición por Leigh Lezarc el Lun Feb 10, 2014 2:43 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Bjørge Ødegård Mar Ene 21, 2014 3:00 pm

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Quizás el símil más cercano para describir el estado de consciencia de Bjørge Ødegård sea el sueño. Es en esta circunstancia en la que los cánones de la realidad se distorsionan para conformar una nueva visión de la misma, pero sin diferenciarse tanto como para llegar a constituir una totalmente ajena e independiente existencia. Y pese a lo extraño que pueda resultar las leyes que rijan este insólito mundo para la razón corriente, lo cierto es que el soñador suele ver esa extraña lógica como la única válida y genuina. Más desconcertante aún es intentar comprender el cómo dicho durmiente acepta carente de dificultad alguna la repentina mutación de estas normas, que rara vez permanecen en el desarrollo de la vivencia y que no suelen guardar coherencia con aquellas que las precedieran o las que, quizás, las sucedan. Pero, para el noruego, esta forma de proceder resultaba tan corriente como el propio respirar, habiéndose acostumbrado a ello hasta el punto de ni siquiera ser capaz de ser consciente de ello. Y, sin embargo, pese a toda esta inconstancia, había ciertas cuestiones inmutables en él, las cuales se habían convertido en prácticamente una obsesión. Podríamos achacar a su difunto hermano de la culpa de tal fijación, pero sería injusto no condenar a su vez a la inquietud inherente a él, la cual le había acompañado largos años y le había llevado a desarrollar ciertas teorías que aun rondaban repetidamente por su intelecto.

La principal idea de todas, y de la que surgía el resto de su pensamiento, era la que él denominaba como el Estado Superior del Ser. Éste era una condición en la que la persona alcanzaba la realización, un estado de virtud que lo elevaba y lo situaba por encima del resto de la humanidad. Y había un único camino para alcanzar dicha categoría, y aquí es donde entra a jugar su segundo grupo de conceptos: Lobos y Corderos. De ello se derivaba el odio que sentía Bjørge hacia la sociedad, a la cual él solía llamar como el Rebaño, el grupo que, tanto consciente como inconscientemente, influía en los cachorros -es decir, recién nacidos e infantes- para domesticarlos y hacerles llevar la piel de cordero haciéndoles creer que era su verdadero pellejo. Su cruzada era precisamente en contra de ese rebaño que debía destruir para liberar a tantos lobos como pudiese. Pero, ¿qué era exactamente el lobo? Quizás ni el mismo Bjørge fuera capaz de hacer una explicación detallada y precisa de lo mismo, pero en su razonamiento el concepto si quedaba bien definido de cierta manera abstracta, y podría ser, más o menos, el lograr encontrar la verdadera esencia de uno mismo y actuar acorde a ella, libre de cualquier imposición o influencia externa, alcanzando ese Estado Superior. Era por ello que aceptaba con tanta facilidad su locura, la cual, por otro lado, él no veía como demencia. Podría seguir reseñando las reflexiones de herr Ødegård, pero considero que el lector ha tenido suficiente por el momento y no quisiera arriesgarme a aburrirle más de lo debido. Por lo tanto, creo que es conveniente pasar a relatar la situación concreta y real que ahora nos incumbe.

Nuestro protagonista se hallaba tumbado sobre un sucio suelo de piedra, usando una chaqueta marrón para reposar la cabeza. Sus rasgos apenas eran perceptibles en aquella penumbra, tan sólo atenuada –y tan sólo levemente– por la luz que se filtraba por los minúsculos resquicios de los tablones que tapiaban las ventanas desde antes siquiera de que él hubiera pisado el lugar. Se trataba del scriptorium de Notre-Dame du Val, una de las tantas abadías que habían sido expropiadas y posteriormente vendidas como consecuencia de la no tan lejana Revolución. Bjørge, aunque se las hubiera arreglado para poner su nombre en las escrituras de la misma, no se había interesado en aprender demasiado del lugar; lo único que le había importado era que se trataba de un lugar apartado y, más aún, que era de su agrado. Fue esta compra un capricho que gustó poco al administrador de sus bienes, en Trondheim, el cual tan sólo mostró su disconformidad en una escueta misiva, pues no conocía manera alguna de convencer a su superior de la locura que suponía dicha mala inversión. El complejo, de hecho, se hallaba en un deplorable estado a causa de sus años de abandono y a duras penas lograba mantenerse en pie. Lo que no se había deteriorado a causa del saqueo, lo había maltratado el tiempo. Pero eso no parecía suponer ningún problema para el hombre, que mostraba un apacible rostro con unos ojos entrecerrados que querían sugerir que pronto finalizaría su vigilia, y tampoco se quejaba por ningún medio del frío o de la humedad que  dominaban el ambiente.

Pero, de repente, algo alertó al aletargado. De golpe, se giró por completo para lograr colocarse cara al suelo y, así poder, colocar su ojo sobre un disimulado agujero del que nadie, salvo él -que posiblemente hubiera sido el culpable de horadar el el pavimento-, podría haberse percatado. Su mirada escarbó en la distancia para llegar a una estancia inferior. Ésta también era lúgubre, pero, a diferencia de la anteriormente descrita, se hallaba iluminada por la luz de un único y gran cirio encendido cuya duración el había estimado de una semana. El tímido fulgor dejaba entrever el contenido de la habitación, así como unas paredes de mampostería irregular que se alzaban hasta configurar una no muy alta bóveda de claustro. Era de las dimensiones justas y la única salida era una sólida puerta de roble que sólo se podía abrir desde el exterior. Pero lo que había llamado la atención de Bjørge eran los ruidos que había provocado la mujer que se hallaba enterrada de cintura para abajo en las sábanas de la más que modesta cama en la que se encontraba. Parecía desorientada, sensación que lograba percibir proveniente desde ella, pero que ya podía haber previsto antes siquiera de que ella despertara. La razón era sencilla: carecía de cualquier resto de su memoria, o al menos era lo que le habían dicho, ya que él no había sido el artífice del proceso. No, él tan sólo había procurado encontrarse con el famélico chupasangre que había aceptado el acuerdo por el que él privaría de recuerdos a quién él escogiese a cambio de parte de su sangre. Cierto es que al noruego no le había agradado la idea, pero, ¿el saber no exigía sacrificios? Y es que tal era el meollo de la cuestión: la investigación.

Herr Ødegård no buscaba otra cosa que indagar acerca del papel de la memoria en la personalidad de un sujeto, si es que la ausencia de ésta dejaba siquiera algo de su antiguo yo o, en caso contrario, conocer qué permanecía. Y, más aún, le interesaba saber si esta desorientación le acercaba algo a su intención de romper las cadenas del lobo que él veía encerrado en el interior de los individuos. Por eso necesitaba personas cuyos comportamientos estudiar y con los que experimentar, con el fin de lograr ampliar sus teorías y elaborar unos procederes que sirviesen para sus últimos propósitos. Y aquella mujer había sido una de sus elegidas.

Por de pronto, Bjørge pudo intuir que ésta sí había conservado el concepto del tiempo y de su existencia previa a ese momento, lo cual supuso un grave varapalo para él, pues tenía la esperanza de que la amnesia la hubiese devuelto a un estado cercano al propio de un niño: puro y apenas influido por su derredor. Aquella primera anotación en su mente negaba la posibilidad de un verdadero renacimiento a través de aquella técnica. Pero no todo estaba perdido y aún quedaban amplias posibilidades de que sí fuese un método efectivo para algún otro objetivo.

Quiso su curiosidad saber si aquella tenía también la noción de que no era la única habitante de aquel mundo o si, por el contrario, le resultaba un dato desconocido. Por lo tanto, el hombre cerró sus párpados y, tras un par de instantes de concentración, volvió a dirigir la mirada a la mujer. Ella debiera de haber escuchado unos pasos acercándose a la entrada de la estancia, los cuales parecerían detenerse justo delante de ella. Bjørge esperó alguna reacción de la fémina, pero lo único que recibió fue una cierta sensación de angustia que bien podría deberse por, sencillamente, miedo a lo desconocido. No le servía, por lo que, repitiendo el mismo trámite, logró que un inexistente viento gélido soplase tras la nuca de la cautiva y, a continuación, que la luz de la vela pareciese titilar hasta el punto de amenazar con apagarse. Luego, las pisadas volvieron a sonar de igual manera en su mente y el investigador aguardó con la nariz aplastada contra el duro suelo y con su pupila clavada sobre la figura esperando una nueva reacción de su parte.
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Mensaje por Leigh Lezarc Dom Feb 02, 2014 2:33 pm

"La memoria es como una red: uno la encuentra llena de peces al sacarla del arroyo,
pero a través de ella pasaron cientos de kilómetros de agua sin dejar rastro."

Oliver Wendell Holmes

Leigh cerró los ojos e intento encontrar respuestas, ruidos, lo que fuera, pero aquello no duró mucho. Abrió con prontitud los ojos por mera curiosidad y se sintió apabullada por su propio desconcierto. No recordaba nada. Ni su nombre, ni su edad, ni sus señas. Se quitó la sábana de las piernas y vio que tenía un pantalón de montar color marron y que la blusa sin mangas era de color crema. No tenía cartera. Su reloj pulsera marcaba las tres y media. Sintió que su lengua estaba pastosa y las sienes le palpitaban producto del agudo dolor de cabeza que tenía. Miró de nuevo sus manos, con más detalle y vio que las uñas tenían un esmalte transparente. Estaba sentada en esa cama de apariencia vieja y sencilla. Al frente, la pared parecía desmoronarse y a la derecha un gran sirio iluminaba a medias la estancia a causa de la ausencia de ventanas. Le pareció horrible. Desde su lugar veía la puerta y en la parte superior un letrero. Pudo leer: "Nogaró, bois de charpente". Recordaba la lectura y probablemente también podía escribir. Junto a su pie izquierdo, vio un trozo de cemento y de algún modo creyó que el lugar podría a empezar a estarse derrumbando. Pero también había una pulsera de color plata que desvió su atención del primer elemento. La recogió. Fue consciente de una enfermiza curiosidad cuando la recorrió con los dedos como si fuera la primera vez. No le trajo ningún recuerdo. Trató de calcular su edad con lo que podía ver de ella. Pero tampoco tenía una idea al respecto. Curiosamente, recordaba los nombres de las cosas (Sabía que esto era una cama, aquello una mesa, eso un velador, una puerta, una pared, un letrero sobre la puerta...), pero no podía situarse a sí misma en un lugar y en un tiempo. Volvió a pensar, esta vez en voz alta: -Debo tener unos... diecinueve-, sólo para confirmar que era una frase en francés. Calculó esa edad de ese modo porque recordaba que su padre se había ido para siempre cuando ella tenía dieciseis y de algún modo se sentía muy lejano. Sin embargo erraba en varios años puesto que en realidad tenía veinticuatro. Luego se preguntó si hablaría algún otro idioma. Nada. No recordaba nada.

Sin embargo y de forma extraña, empezó a experimentar una sensación de alivio, de serenidad, casi de inocencia. Aquello era obvio teniendo en cuenta todo el odio que cargó Leigh en los años que tomó la determinación de ser cazadora. Todo eso sucedio luego de la muerte de su madre, pero aquello no lo recordaba y por ende tampoco sabía que ella había sido una bruja.

Los pasos parecían ir y venir. Primero el silencio, luego los pasos, de nuevo silencio. Una corriente de aire frío a su espalda le hizo girar de modo violento pero certero y adoptó una postura tan firme que relajó en cuanto observó que no había nadie. ¿Porqué había reaccionado tan a la defensiva? Lo cierto es que no le duró mucho porque no entendía el motivo y porque sintió un ardor en el tobillo que le molestó un poco. Observó el velón, se acercó a él a pies descalzos como estaba y le acercó la mano como para sentir el calor. Pese a todo, su mente seguía en blanco. Estaba asombrada, claro, pero el asombro sólo le producía curiosidad y un poco de temor que era mermado por la intensidad de lo primero. Miró hacia el suelo y notó que no era tan baja, había crecido más de lo que podía recordar cuando se despidió de su padre. Continuo creyendo que tenía diecinueve.

Los pasos resonaron de nuevo y ella volvió a girarse. Se sentía mareada, el estómago también emitió un ruido, era el hambre. ¿Cuanto tiempo había pasado allí? No le importó, sólo prestó atención al sonido proveniente del exterior esperando que apareciera alguien para ver si, ese alguien, poseía un rostro conocido. Ella estaba dispuesta a dialogar, incluso lo deseaba y, aquello era una prueba irrefutable que no recordaba quién era ni lo que solía hacer. ¿Y si llamaba? aguardó un momento más y se acercó a la puerta. ¿Qué iba a pasar si se abría? algo dentro de ella le hizo sentir una especie de angustia de nuevo. Allí adentro olía a encierro, a confinamiento. Se giró y se recostó en la pared junto a la puerta. Inhaló aquél aire y sólo logro sentir una sed que hacía que le doliera la garganta. No quiso decir más. Recorrió de nuevo con la mirada aquél lugar esperando reconocer algo. Decidió que aquello se veía terrible, pero ya no reconocía la disposición de su ánimo y no podía escandalizarse. Pasó saliva y sintió una sensación amarga. Se refregó los ojos y caminó de nuevo hacia la cama, se acomodó como si fuera a dormir y de nuevo cerró los ojos intentando eliminar ese dolor de cabeza tan fuerte, finalmente, era lo único que se mantenía mientras corrían los minutos.
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Mensaje por Ioel Lun Feb 10, 2014 4:02 pm

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Su llegada a este mundo fue con dolor. No era real, es decir, no lo sentía físicamente, sino que éste se hacía presente a través del único recuerdo que conservaba de su pasado. Era una sensación extraña, ya que no había nada más con lo que poder compararla, y ésta se iba extendiendo a lo largo de un espacio que aun no había definido, pero que, sin duda alguna, ya era real antes de que pudiera darse cuenta de él. En ese primer instante, no pensaba, pero sí iba cobrando poco a poco consciencia de la existencia de la propia existencia. En otras palabras, comenzaba a despertar. Aquel renacimiento –o nacimiento a secas– le resultaba turbio y extraño, e incluso utópico si se intenta razonar lógicamente pues, para él, de donde antes no había nada, de pronto, surgía algo: él mismo. Oh, sí, después del dolor comenzó a darse cuenta de sí. Quizás era un presentimiento prematuro y seguramente ni tan siquiera era realmente razonado, pero la realidad era que él ya era consciente de su falta de inexistencia. Y fue la conjución de dos de las tres primeras sensaciones lo que le produjo su primera reacción: un salto repentino del lecho en el que se encontraba, propiciado por el mágico resorte de alguno de sus instintos al deducir que la mezcla de ”dolor” y ”él mismo” no podía ser buena.

Y allí se encontró de golpe, de pie en una lúgubre estancia cuya escasa luz resultó cegadora comparada con la oscuridad de los ojos cerrados. Dolor otra vez. Y el dolor produjo miedo. Y, a su vez, el miedo le obligó a retornar a la negrura desplegando ese extraño mecanismo que luego recordaría, no sabía cómo, que se denominaba párpado. Pero se sentía débil –condición que, como no tenía nada con la que compararla, quedaría grabada en su memoria como su estado normal de ser– y tampoco se hallaba acostumbrado al equilibrio, por lo que, sin más, sus piernas flaquearon y cayó hacia atrás. Su nuca chocó fuertemente contra la pared que se hallaba a su espalda y quedó a medio sentar, a medio tumbar, en el mismo camastro del que se había levantado, tirado cual guiñapo carente de vida. No perdió el conocimiento, pero sí volvió a sentir dolor. Por tercera vez, dolor.

Se dio un momento para pensar, motivado por una nueva impresión que podríamos llamar iluminación. Sí, sentía dolor, pero cada vez había sido distinto, pudiendo diferenciar tres realidades diferentes que, a su vez, se resumían en un solo concepto. Frunció el ceño pensando lo complicado de esa ley que permitía que muchas cosas distintas pudieran ser reunidas bajo un solo nombre y que un solo nombre definiese muchas cosas distintas. Y, más aun, se preguntó qué fin habría para que existiese tal norma. Se cuestionó también, ya de paso, el por qué debía siquiera existir esa regla si él no la había creado y, volviendo a ser víctima de tal iluminación, otra vez abrió sus párpados y se encogió sobre sí mismo, abrazando sus rodillas presa del terror. Se había atemorizado de haber llegado a la conclusión de que, si él no había expresado dichas leyes, algún otro debía de haberlo hecho y, por lo tanto, tenía que existir ese algún otro. Por eso había intentado ver de nuevo, aun a riesgo de que le volviesen a molestar las retinas para buscar a su derredor a aquel ente con ese poder de moldear los principios de su mente a su antojo. Pero, al hacerlo, había aspirado fuertemente aire, produciendo un sonido que, otra vez, le asustó por no ser consciente de la capacidad del habla –o siquiera la de respirar–. Tras unos segundos expectante, en los cuales se acostumbró a la claridad de la estancia, y al percatarse de que nada más sucedía, imitó con inquietud la profunda inspiración que instantes antes había realizado obteniendo así un ruido similar al anterior. Y, por ello, se tranquilizó.

Todo lo que estaba viviendo constituía un proceso pausado y paulatino, pero, poco a poco, su entorno comenzaba a cobrar coherencia, quizás no siendo su visión totalmente acertada, pero guardando cierta lógica al menos. De esta calmada forma fue como observó la sala en la que estaba, o, mejor dicho, el pasillo en el que se encontraba. Midió el espacio con la mirada para comenzar a tomar consciencia de lo que era distancia y tamaño. Algo le decía que la piedra de las paredes mojaba –aunque tampoco tenía en claro qué era ”mojado”– y que, como había comprobado, era fría y dura. La luz provenía de una única antorcha anclada en la pared, cuya gran llama danzaba al tiempo que emitía un leve crepitar. Le llamó la atención y así conoció –o recordó– qué era la curiosidad. A consecuencia de ésta, quiso saber más de esa sustancia de tonos anaranjados y se  preguntó el cómo llevar a cabo tal empresa, a lo cual tardó un poco en contestarse mirándose a las manos.

D'accord – esa escueta melodía, su propia voz, hizo que se tapase la boca con sus diez dedos y, como hiciera antes, debió aún repetirlo no una, ni dos, sino tres o cuatro veces antes de haberse acostumbrado a hablar.

A continuación, se acercó con cuidado al borde de la más que modesta cama y, con recelo, llevó sus pies desnudos hacia el suelo. No estaba seguro de la fuerza que que sus extremidades poseyeran, ya le habían fallado una vez, así que era posible que no estuviesen destinadas a sostenerle. Y, sin embargo, algo le decía que esa era su función y, por lo tanto, le conminaba a arriesgarse. Poco a poco se puso en pie, primero apoyándose en los pies del catre y, al final, soltándose para comprobar que sí, podía erguirse por completo. Ahora faltaba echarse a andar. Frunció el ceño, pero volvió a dejar que sus instintos –o sus recuerdos inconscientes– le guiasen, poniendo un pie delante del otro, cambiando el peso de pierna y repitiendo el proceso. Una vez comprobado la efectividad del método, avanzar los metros que debía recorrer no fue una tarea compleja.

Así que allí se encontraba él, frente a aquel objeto reluciente y juguetón. Sonreía, sí, sonreía a medida que alargaba la mano, lentamente, casi pareciendo querer dilatar el momento para disfrutar más de él. Momento que nunca quiso haber vivido una vez llegara a su destino. Como para nosotros resulta lógico y como él no sabía, la carne se abrasó. Él soltó un alarido y, de pronto, comenzó a saltar dando vueltas sobre sí mismo. Por algún motivo irracional, sus dedos acabaron en su boca y ese dolor, que no era ninguno de los que había conocido con anterioridad –por mucho que siguiese siendo dolor– remitió un poco. Pero escocía y mucho, demasiado. Su otra mano se pegó con fuerza contra su cintura y comenzó a bajar en una acción sin sentido por su lateral hasta quedar atrapada por un ente extraño. Era el bolsillo de su pantalón, en cuyo interior se topó con una textura extraña, elemento que agarró en su puño. Sin embargo, no prestó reparó apenas en el elemento, pues no había forma de calmar la quemazón. Volvió a gritar y las lágrimas de sus ojos desbordaron los párpados para caer despedidas por sus mejillas. Comenzó a correr sin ser capaz de –o siquiera querer– razonar sus acciones. Comenzó a intentar abrir una por una las puertas que se alzaban a ambos lados del corredor, pero todas y cada una de ellas se hallaban cerradas. Todas menos una, la penúltima del lado izquierdo, cuyo pomo cedió ante sus tentativas. Empujó la puerta y, una vez dentro, la cerró tras de sí de un portazo.

Cuando sus gimoteos le permitieron, volvió a prestar atención a lo que le rodeaba. Alzó la visión y se encontró con una imagen tan horrible y espeluznante que dejaba cualquiera de lo antes vivido a la altura de los cuentos de hada –de los cuales ni siquiera sabía su existencia–. Se trataba de una figura esbelta, con un perfil conocido, dos brazos, dos piernas y una cabeza; es decir, era otro ser humano. Si el grito que había emitido antes ya fue intenso, el que expelió entonces fue con lo menos el doble de potencia, lastimando con ello su garganta. Se giró para, como había entrado, volver a salir. Sin embargo, donde debía de encontrarse el picaporte tan sólo halló ausencia. Su corazón, que ya latía con fuerza, dio un vuelco tan fuerte que casi creyó perder el conocimiento mientras comenzaba a aporrear la tabla de firme madera con la mano que tenía cerrada y a arañar la superficie de la misma con la que conservaba libre, con tal vehemencia que sus uñas comenzaron a querer salirse del sitio que les correspondía. Quería huir, pero, sencillamente, no podía.
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Mensaje por Leigh Lezarc Vie Feb 21, 2014 7:04 pm

"El auténtico arte de la memoria es el arte de la atención.
Así que más vale mirar todo con detalle."

Leigh se acomodó en posición fetal una vez estuvo sobre la cama. No se cubrió con la manta, más bien cerró los ojos y con las yemas de sus dedos se acarició la parte alta de la nariz como si eso pudiera apaciguar el dolor. No recordaba de donde lo había aprendido, ni siquiera cayó en la cuenta de aquello. Era un acto reflejo, como muchos que ya tenía y en los cuales no reparaba.

¿Cuándo fue la última vez que recordó haberse acostado? sin duda lo que tenía en mente era otro lugar muy distinto del presente. En su memoria, su habitación estaba bastante iluminada y de las ventanas pendían unas enormes y pesadas cortinas de un color verde azulado. La cama, de dosel, era absolutamente cómoda y con almohadones de plumas bien mullidos. Adentro no se sentía frío, no el que ahora sentía, todo era muy diferente. Comodidad, en eso se resumían sus recuerdos y nada más. La mujer buscó en sus pensamientos un lugar como en el que se encontraba ahora, trataba de pensar en donde había visto paredes, candelabros y objetos así. Incluso trató de recordar si el letrero que estaba sobre la puerta le daba indicios de algo, de otro lugar que tuviera relación con él. De nuevo nada. ¿Porqué llevaba pantalones de montar? ¿Acaso iba a caballo? ¿Dónde estaba él? Apretó los ojos sintiéndose frustrada.
-Despierta ya, estás soñando- susurró para sí misma intentando despertar de aquella pesadilla de esa manera. Sin embargo le entraron ganas de llorar, no comprendía como es que recordaba una habitación pero no era capaz de recordar su nombre. Sus memorías eran una línea de tiempo hecha a lápiz y con borrones intercalados cada tanto como para no permitirle coherencia alguna. Se arrebuyó de nuevo sobre aquél incómodo colchón y se cubrió los ojos con la mano que antes le acariciaba la nariz.

El sueño logró que dejara su mente en blanco por unos minutos, aunque no hizo mucha diferencia. Básicamente, entre tantas ideas, teorías y búsquedas, no lograba concentrarse en nada específicamente y los detalles se le escapan como agua entre los dedos. Se sentía muy cansada, incluso cuando estuvo de pie sintió que las piernas le dolían y hasta le flaqueaban. Los ojos le pesaban, la piel le ardía y el dolor de cabeza se iba haciendo más y más intenso. Quiso dormir, aún en medio de su estado no del todo consciente, sólo deseaba eso. Tal vez buscaba despertar y encontrar otra cosa, quizás creía que eso solucionaría todo después...

Apenas pasaron unos minutos cuando ella de nuevo abrio los ojos. Miró al frente y vio la misma pared, iluminada a medias igual que antes. ¿Cuánto había dormido? sentía que habían sido un par de hora cuando fueron apenas unos treinta minutos. Se sentía atontada y desorientada. Era vagamente consciente que los minutos transcurrían aunque no sabía cuantos y tampoco quería saberlo con detalle. Prestó de nuevo atención para ver si escuchaba algo y mientras tanto, extendió el brazo y acarició la pared inmediatamente cerca con los dedos, haciendo figuras sin sentido. Cerca, como si fuera al otro lado de la pared que estaba a su espalda, se escuchaban una especie de "clics" como si se intentara abrir algo sin obtener resultado alguno. ¿Eso era lo que la había despertado? Depronto se movió con una rapidez que no imaginaba y quedó parada junto a la cama, viéndo hacia la puerta con los ojos muy abiertos. Se había pegado el susto de la vida, el peor que pudiera recordar porque fue un estruendo seguido de la aparición de alguien que estaba de espaldas y que, a juzgar por como se escuchaba su respiración y se movía su cuerpo, parecía muy agitado. Tal como estaba ahora ella, que había reaccionado de un modo instintivo pero severo y había encarado el fuerte estruendo sin siquiera planearlo. Él gimoteaba, tenía en el rostro tal expresión que Leigh casi la imitó de la misma angustia que sentía. Sólo entonces fue consciente que no recordaba con exactitud como lucía. No sabía el color de sus ojos, la expresión de su rostro ni las señas características que alguien puede poseer. Lo miró a él, con su cabello corto y despeinado, de estatura alta y piel blanca y en apariencia perlada, lo examinó como pudo en aquella pequeña fracción de tiempo. No le recordó a nadie como ella creyó que sería. Su aparición había sido peor de lo que imaginó. Parecía perturbado pero más perturbada había quedado ella. Cuando sus miradas se encontraron, el muchacho pegó tal grito que Leigh dio un paso hacia atrás y la parte de atrás de sus rodillas chocaron con la cama. Quedó sentada, enmudecida por la impresión. Se echó hacia atrás sumamente rápido. Tenía miedo; tenía que luchar incluso para poder respirar. Se inclinó hacia adelante, apretó las manos contra sus rodillas, bajó el rostro, sacudió la cabeza e inspiró todo el aire que le fue posible. El grito le retumbaba en los oídos, era algo que no iba a poder olvidar porque parecía que en aquél intento el desconocido se había rasgado la garganta presa del pánico. Ella trató de suprimir el suyo propio. Pero no tenía control, no podía pensar con claridad.

Se forzó a sí misma por recuperar la consciencia y levantó la mirada hacia el hombre de nuevo, sin planearlo. Esta vez lo encontró de espaldas, aruñando la puerta como un pequeño gato asustado y molesto que intenta escapar y que pretende que la madera ceda ante la debilidad de sus uñas que cederán primero.
-No abre...- le susurró ella con temor, creyendo que eso lo podía hacer reaccionar peor aunque esperaba que por lo menos le comprendiera. ¿Quién era él? ¿De donde había salido? ahora sabía que lo que había detrás de esa puerta no era nada más esperanzador que lo primero. Estaban encerrados, ella lo entendía. ¿Pero, porqué?
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Mensaje por Ioel Miér Feb 26, 2014 10:58 am

Por primera vez en su corta existencia –porque la vida consciente de aquel se acababa de comenzar y la que hubiera habido con anterioridad, si es que había habido, no importaba -, por primera vez sentía dolor sin que pareciera importarle. No era relevante el escozor de su mano, ni las heridas de sus dedos, cuya sangre evidenciaba que las uñas estaban a punto de ceder, ni tampoco el ardor de su magullada garganta mientras gruñía sonidos sin sentido. No, todo lo que importaba era el miedo, emoción que dominaba todo su ser y que le descubría el hecho de que había algo que golpeaba su pecho, justo debajo de esa zona que se elevaba y volvía a recuperar su posición normal al frenético compás del aire que entraba y salía por la boca sin siquiera tener la delicadeza de pedir permiso. Pero tampoco pudo prestarle demasiada atención porque, como ya se ha dicho, todo lo que deseaba era huir de aquella estancia y, especialmente, de aquel otro ser que la ocupaba.

Entonces creyó escuchar algo, algo que le sonaba tan extraño como familiar. Eran palabras, palabras pronunciadas y cuyo origen no era su propia boca. Aquello le desconcertó; pero lo que le pareció más raro de todo fue ser capaz de comprender su significado. Por una parte, este entendimiento le tranquilizó, aunque, por otro lado, le acarreó tales dudas que el ritmo con el que arañaba la madera disminuyó hasta que sus manos cayeron sin fuerza junto a ambos costados. ¿Cómo era posible que aquel ”otro yo” –porque así se refería al otro ente por aquel entonces en su mente- pudiera hablar también? Comprendía que fuera capaz de hacerlo precisamente porque era ”otro yo”, pero, ¿cómo podía utilizar el mismo código, las mismas normas que él? ¿Por qué? ¿Acaso había leído su ”habla de mí a mí” –es decir, pensamiento-? ¿O acaso le había robado la lógica de sus palabras? Aspiró profundamente aire por la sorpresa y la posibilidad y sus dedos acabaron por tapar sus labios. Entonces, como si lo hubiese llegado a olvidar, recordó el dolor que sentía al final de sus falanges y las lágrimas, que habían cesado, volvieron a aparecer, aunque ahora a causa de aquella primera sensación.

- Duele – susurró, mirándose a la zona y luego girándose para dirigir sus pupilas al ”otro yo” - ¿También dueles? – le preguntó a su manera con voz titubeante y torpe.

Aun se hallaba pegado a la puerta, guardando toda la distancia que era capaz de mantener entre él y el ”otro yo”. Aprovechó para analizarle y creyó ver alguna diferencia de las que, hasta entonces, no se había percatado. No parecía de la misma altura y sus tonos de piel, aunque pálidos ambos, daba la impresión de diferir de alguna manera. También se tocó la cabeza intentando encontrar un cabello tan largo como el que veía y descubrió que el suyo tenía menos de la mitad de la extensión que pretendía encontrar.

- ¿Por qué tu pelo es más largo? – inquirió, aprendiendo el nombre de aquellas hebras por el hecho de nombrarles. Al parecer, no entendía por qué el ”otro yo” no era realmente como el ”yo”, él. Fue así como llegó a la conclusión de que el otro no tenía nada de ”yo”, sino que debía ser otra cosa - ¿Y qué eres? – le interrogó tan curioso como asustado, no preguntando quién porque aún en el caso de conservar el concepto de especie, aun no sabría determinar que el otro que el otro perteneciera a la misma que él. Y, lo que es más, no tenía firmemente desarrollada la idea de identidad.

Entonces y sólo entonces se permitió el capricho de observar esa escueta estancia de mobiliario reducido. Sin embargo, a él no le pareció pobre, ya que no conocía el significado del lujo. Tan sólo advirtió que cumplía con casi las mismas condiciones que el espacio que había abandonado momentos antes, salvo por las ya mencionadas dimensiones.

- ¿Por qué no se abre? - volvió la atención a la puerta, que no los ojos, tardando en recordar que para entrar había utilizado el mecanismo que ahora se hallaba ausente - ¿Dónde está el pomo? ¿Por qué no hay pomo? - comenzó a angustiarse de nuevo, ahora por un arranque de claustrofobia, leve de momento - ¡Quiero volver! ¡¿Por qué no hay pomo?! - alzó la voz, pero la última palabra la pronunció débil, ya que su garganta estaba tan seca como resentida y eso se denotó en lo rasposo que comenzaba a sonar. Le molestaba, pero no sabía qué remedio había para ello o, siquiera, si esa sensación no era la normal y correcta, lo cual le llevó a una nueva consideración interna y, para resolverla, dejó por un momento de lado la fuerte ansiedad que le había asaltado - ¿Qué significa normal? - no se dirigió a ella porque sólo había ”hablado de mí a mí” en voz alta.
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Mensaje por Leigh Lezarc Dom Mar 02, 2014 7:39 pm

"¿Llegamos a disipar o a disminuir nuestra angustia?
Lo cierto es que no podríamos suprimirla,
puesto que nosotros mismos somos angustia."

Jean Paul Sartre

Leigh tenía claro lo que era él. Veía las diferencias y lo sabía un hombre, lo distinguía y catalogaba como lo que era, tal como hacía con la gran mayoría de cosas, exceptuando todo lo referente a ella misma. Por un buen rato le mantuvo la mirada y se mordió los labios víctima de su propia frustración, no comprendía como es que aquél había pegado tal grito de espanto en el preciso momento que su mirada encontró la de ella. ¿La conocía de algún lugar? eso esperaba la mujer, independientemente del sentimiento que pudiera tener él hacia ella y que fuera el motivo de haber dado un alarido de tal magnitud como el de hace unos minutos.

Estiró sus piernas y apoyando los talones en el borde de la cama se impulsó hasta la orilla de la misma. Al bajar las piernas y apoyar de nuevo los pies en el suelo, notó las mejillas del hombre empaparse producto de sus lágrimas al tiempo que se miraba las manos.
-¿Qué?- se interrumpió al no entender a la segunda pregunta -¿Qué te duele?- buscó saber ignorando lo segundo que él había dicho al creer que le había comprendido mal. Sin embargo el ceño fruncido que se evidencio en su rostro notaba la confusión que le había acrecentado el muchacho. Sonaba tan inocente, se veía tan perdido en medio de aquél caos y con el rostro tan preso de la confusión que Leigh sintió ganas de acercarse y ver qué era lo que le dolía ¿Pero cómo podía ayudar a otro si no podía siquiera ayudarse a sí misma? El temor continuaba en ella y los oídos aún le zumbaban, no sabía qué hacer, no entendía nada de lo que sucedía y la presencia de aquél había empeorado todo.

-¿Mi pelo?- deslizó sus dedos por el mismo desde la raíz hasta las puntas con cierta dificultad. Estaba enredado, se sentía arenoso como si le hubiera caído polvo encima y como si llevara un par de días sin lavarlo. -Auch. No sé, no recuerdo habérmelo cortado ¿Tú sí?- la pregunta sonó peor, era probable que la compañía no planeada por ellos sólo terminara por volverlos locos en vez de ayudarlos a planear soluciones. -¿Qué soy?- repetía todo, cada pregunta que salía de sus labios era repetida por los de Leigh como si eso le ayudara a comprender mejor. -Pues... no lo sé ¿Una chica? Soy, yo, pero no sé. ¿Tú quién eres?- Una chica... la mujer de nuevo se esforzó por buscar en su mente recuerdos de rostros ajenos, figuras en algún lugar distinto al actual y al que recordaba como habitación sin ir más allá de la puerta. Distinguía cosas, sí, pero no entendía motivos y su desespero incrementaba. Se sintió mareada, cerró los ojos intentando evitarlo, respiró con dificultad y con ganas de romper a llorar y gritar que necesitaba ayuda. -Sí, también duele...- se llevó una mano a la frente y respondió con un dolor tardío a la pregunta hecha por ese joven ya hace un rato. Cada movimiento le costaba, cada intento de recordar lo potenciaba.

Aquello era un maldito infierno y la actitud calmada del principio se iba perdiendo cada vez más rápido, dando paso a una desesperada y furibunda Leigh que no tenía intenciones de calmarse al no encontrar respuestas de ningún tipo.
-No sé, no sé...- susurró con desespero y levantó de nuevo la mirada. -¿Cómo entraste? ¿Qué fue lo que hiciste? ¿Por qué gritaste?- las preguntas empezaron a salir con rapidez como era de esperarse. Entrara quien entrara iba a tener que responder tarde o temprano y sin consideración alguna ¿Por qué iba a tenerla? ella estaba confundida y necesitaba aclararse más que indagar acerca del desconocido que parecía más perdido que ella y, así estaba. -¡Cállate! ¿Porque gritas por todo? Yo también quiero que te vayas, era mejor cuando estaba sola...- apretó los dientes con fuerza y se cubrió los oídos. En realidad, él apenas había elevado la voz y se notaba la garganta lastimada en cada sílaba que profería, pero ella estaba tan desesperada por el dolor que cualquier sonido más alto de lo normal iba a ponerla de peor humor. Ya no quería verlo, inclinó entonces el rostro, apoyó los hombros sobre las rodillas y se meció apenas sin retirar las manos de sus oídos. Respiraba planeadamente una y otra vez, pero todo lo que venía a su mente al intentar calmarse era la figura del desconocido y luego el grito, era como si no supiera nada más por ahora.

Abrió los ojos luego de un buen rato, miró al suelo y se descubrió los oídos dejando caer sus brazos cansados sobre las piernas. Si él había dicho algo, ella de seguro lo habría pasado por alto por aquellos minutos. Sentía dolor en la espalda arqueada como si hubiera sido golpeada, pero no tenía sentido buscarle explicación a todo cuando no se sabía nada. Por un momento tuvo consideración por aquél de mirada ingenua, quizás el tampoco supiera donde estaba, quizás su situación era peor. Pero era de esperarse todo, era como encerrar a dos gatos desconocidos en una jaula. Podían odiarse, podían buscarse, pero ¿Podrían ayudarse?
-Tengo tanta hambre...- dijo de pronto en tono calmo de nuevo y se puso la mano sobre el estómago que sentía extraño comparado con el momento en que todo comenzó. -¿Cómo era donde estabas? ¿Qué había?- quizo saber levantando la mirada de nuevo buscando al desconocido.
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