AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Hide-and-seek! {Privado}
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Hide-and-seek! {Privado}
-¡Ya te lo dije, no sé nada! Oh, no.. no, no, no, no… ¡Por favor otra vez… NOOOOO!-
La chimenea en una de las casonas abandonadas, se despertó cual coloso en medio de la tierra. La humareda era de un color obscuro, gris pero no más penetrante que la mismísima noche que los guardaba en sus entrañas. El cielo nocturno parecía una temible vestía habiéndose tragado al hombre y permitido que jugasen en sus jugos gástricos. Dentro de los monolitos débilmente sostenidos en pie de esa casa, el cazador tenía una presa bastante interesante colgada sobre la pared de lo que alguna vez fue el vestíbulo. El hombre pendía por un gancho clavado en su columna vertebral, cualquier movimiento, por suave que fuese, le generaba un fuerte dolor agónico. No podía sentir sus piernas, ni siquiera estaba seguro de poder moverlas, lo peor de todo es que la herida en el gancho comenzaba a cicatrizarse con el pedazo de metal dentro. El óxido contaminaba su piel y la sangre había dejado un charco al lado de un enorme reloj de campanas. El papel tapiz del muro absorbió el tono escarlata y, en lugar de presumir un verdoso enmohecido, ahora resultaba tener un húmedo color púrpura. Junto a la ventana, la mesa sostenía una pequeña caja con una colección vistosamente repugnante de uñas. Había unas más amarillas que las otras, unas incluso llegaron al color de la putrefacción. Al lado de la caja de cartón, una veladora tiritaba a causa del viento escabullido por los vidrios rotos. Una cortina delgada y desgarrada a la mitad, presumía haber sido blanca al momento en que se ondeaba como bandera. Y, en medio de todo eso, los guantes de Crowley reposaban con el color escarlata en la punta de los dedos.
El cazador sentado, se mecía de un lado a otro observando el trofeo colgado en la pared. Pero no era una visión de satisfacción, orgullo y presunción; el enmascarado estaba colérico, ¡La víctima no quería cooperar con él! Llevaba dos días jugando con la psiquis del hombre y aún no había sido capaz de arrancarle un nombre de sus labios, pero no duraría, nadie lo hace… todos terminan por ser egoístas, traicionan a sus ‘amigos’ con tal de sobrevivir al huracán llamado Crowley. Eso es justamente lo que motivaba al cazador a continuar con sus retorcidos juegos de sadismo. Tomó las pinzas una vez y poniéndose de pie idealizó el siguiente tortuoso movimiento. Se posicionó frente a él. –Cambiaformas- Susurró para ambos. La mirada de la víctima se clavó sobre los ojos negros del enmascarado. Sintió el odio, el repudio y la amenaza, tembló de escalofrío fingido y se mofó en su cara. –Sólo lo preguntaré una vez más- La voz tosca de Crowley resonaba por la habitación dejando un eco casi infernal. Incluso los cuervos habían abandonado sus nidos con tal de largarse y dejarlos solos, pero en las afueras, sobre las copas de los árboles podían observarse las aves con sus ojos rojos, rojos… esperando el momento indicado para atacar los restos que él les dejaría -¿Quién te envió?- Dejó pasar un par de segundos y, en vista del resultado obtenido, torció los labios en una mueca desagradablemente perfecta y maquiavélica. Arrimó el taburete en donde se había sentado minutos atrás y se trepó a el. Quería alcanzar los ojos del hombre y sólo así lo conseguiría. Puso la mano izquierda sobre el ojo derecho de su víctima. El miedo, respiró el miedo que emanaba de él en cada una de esas gotas de sudor. Estaba aterrorizado y Crowley disfrutaba -a manera de orgasmo- el pavor con el cual ese cuerpecillo sucumbía a sus pesadillas. Saboreó el dolor antes de atacar la canica de sus ojos.
Metió las pinzas en la cavidad importándole muy poco si él tenía el parpado arriba o abajo, ni siquiera prestó atención a ese diminuto detalle porque él iba a lo grande. El sonido del hierro chocar contra la pupila fue idéntico a como se escucha un tomate siendo aplastado por un zapato gigante, incluso, el desbordante fluido con trozos de esfera era lo más parecido a un platillo de puré. Los gritos desgarradores del mártir, ensordecieron al monstruo detrás de la máscara. Tuvo que soltar las pinzas y bajar del taburete para poder concentrarse en lo que estaba haciendo. Sacudió un par de veces la cabeza masajeando su cien por encima de la máscara y para cuando recuperó el control, notó que su herramienta se había quedado clavada en el hueco de su rostro. Pero la cirugía ocular no era su fuerte y aún quedaban pedazos de ojo dentro del hueco para lo cual hizo girar las pinzas en sentido a las manecillas del reloj y, como si se tratase de una bola nieve, de esas que te ofrecen en cualquier heladería, retiró el órgano por completo. Sólo quedó piel colgando donde debería estar su ojo y una cascada de sangre en el rostro. –Hagamos algo- Dijo sacudiendo la mano para tirar al suelo lo que quedó en ella –Te bajaré y jugaremos a las escondidas. Si te encuentro te mato. Si logras escapar, le adviertes a tu amo que no soy fácil de cazar- Bufó en una carcajada. Lo levantó con ambas manos y lo sacó del gancho del cual sostenía su cuerpo. Lo cargó sobre su hombro y estando afuera de la choza lo dejó caer sin el menor de los cuidados. –Contaré a diez- Cerró la puerta de un azote, pegó la frente a la madera de esta y comenzó una cuenta regresiva desde el número diez...
Crowley Missös- Cazador Clase Media
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Re: Hide-and-seek! {Privado}
Flower of Flesh and Blood
La leyenda del Ocaso de los Dioses decía que todo daría comienzo cuando de la unión de Loki y Angrboda nacieran las tres bestias infernales, Fenrir el lobo cuyas fauces se elevan hasta el cielo y raspan el suelo del Manheim, Hela la guardiana del Helheim, de mirada fría, jueza inescrutable, y Jörmundgander la Serpiende de Midgard, el jordens band, tan grande que podía rodear la tierra, atrapada hasta el Ragnarök en la profundidad de los océanos, capaz de envenenar los cielos con el veneno de sus fauces.
Y ahí estaba Varg, la monstruosa figura de la noche, de la misión cumplida de Hati y Sköll, los lobos que han devorar al sol, la luna y las estrellas; en el norte nevado del que venía, apodado “el Jörmundgander vuelto hombre”, porque de ese tamaño era su poder, y de esa magnitud su destrucción, porque con su hacha Tomhet era capaz de partir en dos el puente sagrado Bifrost, y abrir la tierra para dejar que los Jotuns se apoderen de todo, él ha de iniciar el final de los tiempo, él ha de mediar el Ragnarök. Pero por ahora, sólo le quedaba vagar por la tierra mortal, dejando claves de lo que se avecinaba, divirtiéndose porque, no iba a mentirse, los humanos eran divertidos, tratando siembre, por eones, de interponerse en su camino sin entender que con un solo soplido, el fuerte viento de Polaris, él era capaz de derribar ejércitos enteros.
Esa noche, como todas las noches desde que estaba en París, había salido a azorar las calles, ese Galeotti seguía misterioso en sus movimientos, así que por ahora sólo le quedaba tratar de distraerse, porque la matanza y la crueldad eran un juego para él. Con su hacha en mano, su andar era como el de la muerte y su guadaña, pero lo de él era sagrado y más atroz. La muerte que él propinaba era Hvis Lyset Tar Oss, un concepto acuñado por él mismo, adoptado por los creyentes de su mito. Los hijos de Ask y Embla qué iban a ser dignos de aquella forma divina de dejar el plano terrenal y comenzar su camino al Náströnd, el único sitio que esa escoria humana merecía.
Allá a la distancia vio un grupo de ebrios que amedrentaban a una jovencita de no más de 16 años, observó la escena y sonrió, la putrefacción humana le amenizaba las noches, era enternecedor para un ser como él, curtido en odio y rabia, en sangre y corazones arrancados. Dejó que los ebrios se entretuvieran un rato, la chiquilla no podía importarle menos. Observó por largos minutos, deleitándose con los gritos de la joven mujer y riendo para sus adentros de esos pobres borrachos, dejó que hicieran lo suyo, que los tres violaran a la niña indefensa, pero al último… al último le concedería un honor que pocas veces concedía, mientras ejecutaba el repugnante acto carnal (lo era para Varg, quien estaba asexuado pues era un Dios y no podía distraerse con esas tonterías humanas) por fin hizo acto de presencia, los otros dos que observaban lo miraron como la bestia que era, sucia de sangre y lodo, miró su reflejo en las pupilas de la niña y sin decir palabra alguna, de un movimiento certero de su hacha cortó la cabeza del hombre que aprisionaba el cuerpo frágil contra el suelo, el cadáver cayó sobre ella, la cabeza rodó hasta los pies de sus compinches. Entonces los miró con esos ojos azules como los hielos del Niflheim, sonrió deleitándose del grito agudo a sus espaldas de la joven al darse cuenta de lo que sucedía, al notarse bañada de sangre de su tercer violador de la noche.
Los dos restantes hicieron un atisbo de querer atacar, Varg aventó a Tomhet contra uno, al que abrió el tórax en dos, primero cayeron las vísceras y luego él, al otro le dedicó una muerte más sagrada aún, lo mataría con sus propias manos. Lo tomó del cuello y lo alzó con facilidad, rio desparpajado ante los intentos del otro de zafarse, apretó el cuello y el sujeto pataleó, poco a poco, lentamente el vampiro aumentó la fuerza, quería ver cada segundo de su agonía, y cuando estuvo a punto de expirar debilitó el agarre. No, no le había perdonado la vida, llevó el cuerpo lánguido contra una pared, estrelló el cráneo contra la superficie maciza y con la palma lo apretó hasta ver los ojos salirse de sus cuencas, las mandíbulas separarse, los dientes caer de a uno en uno y dejar la silueta carmesí sobre el viejo muro, luego lo soltó, la cabeza no tenía forma ya y se deslizó como un trozo de carne cruda hasta el suelo. Lamió su mano llena de sangre y otros fluidos corporales y miró a la niña, le sonrió.
Ella no tenía idea del terrible destino que le deparaba.
Para entonces ella ya estaba de pie, se había quitado el cuerpo inerte de encima de ella y miró a Varg con adoración, ¡era su salvador! Abrió la boca para decir gracias pero la enorme y sucia mano de la bestia se lo impidió, era una palma tan grande como las alas del halcón Veðrfölnir y con la otra mano indicó silencio. Ella comprendió que no, que no estaba a salvo. La aventó contra el suelo y caminó con calma por su hacha que aún estaba debajo de uno de los hombres que había matado hace un par de minutos. La empuñó y observó a su nueva víctima por sobre su hombro. Volvió a acercarse y colocó una bota sobre el pecho ajeno impidiéndole moverse y se acercó a su rostro.
-Contigo será más divertido –dijo como preludio. Acto seguido pateó el rostro infantil de la muchacha quien comenzó a sangrar de inmediato, el aroma a sangre le encantó y trazó una finísima línea desde el esternón hasta el bajo vientre con su hacha, tan afilada que dejó una marca roja a lo largo, incluso traspasando el maltrecho vestido. Ella gritó sin entender que eso le gustaba más al vampiro, que entre más gritara, más prolongaría la tortura. Volvió a hacer lo mismo, pero ahora el corte fue más profundo y a él unió dos trazos más, uno de hombro a hombro y otro de cadera a cadera. Ella se retorcía de dolor, pero Varg la contenía con su fuerza superior.
Dejó el hacha a un lado, la clavó el suelo y se agachó, se puso de cuclillas sobre ella y tomó una punta de la piel que comenzaba a desprenderse, jaló con cuidado para lograr sacar una sola pieza. Ante los insistentes gritos de la chiquilla la abofeteó y continuó su labor hasta que dejó el torso luciendo los músculos, el cuerpo en un baño de sangre. Acercó el rostro al de ella y cerró los ojos ante la melodía de la respiración que de a poco se extinguía. Se irguió como el viejo roble que era, dio un paso hacia atrás, tomó su hacha y asestó un contundente golpe al estómago de la mujer, luego otro, y otro hasta que aquello no tuvo forma más que de un picadillo maloliente y el autoproclamado Dios contempló su obra, una flor en el sucio suelo, una flor roja, una flor de carne y sangre.
Dejó entonces el lugar, se marchó con parsimoniosa calma, no se dignó a limpiarse la sangre salpicada desde luego y no, no se había alimentado de ninguno de ellos; él mataba por el simple placer de hacerlo, porque esa era su gran misión sobre la tierra. Caminó sin rumbo, sabía que la noche aún no se marcharía y tenía tiempo de sobra vagó un arto hasta que escuchó voces, o una voz mejor dicho y se dirigió a ese lugar, observó lo que sucedía y se relamió y peinó la barba. Entrecerró los ojos y cuando la cuenta regresiva dio comienzo, hizo acto de presencia.
-¿Pero es que no lo ves? –Dijo con voz de trueno, el gruñido de Garm el perro infernal –ese pobre hombre no llegará muy lejos –evidentemente estaba hablando con burla -¿qué pretendes? Así no es divertido –dio un paso al frente dejando que la luz de Máni, la luna, lo bañara y delineara la soberbia de su cuerpo. Ahí el que corría la peor de las suertes era el sujeto maltratado, si se quedaba sin hacer nada, seguro el verdugo de la máscara se encargaría de darle muerte de una forma no rápida y sí muy dolorosa, y si avanzaba en dirección a Varg, éste sería el encargado de su deceso.
Y ahí estaba Varg, la monstruosa figura de la noche, de la misión cumplida de Hati y Sköll, los lobos que han devorar al sol, la luna y las estrellas; en el norte nevado del que venía, apodado “el Jörmundgander vuelto hombre”, porque de ese tamaño era su poder, y de esa magnitud su destrucción, porque con su hacha Tomhet era capaz de partir en dos el puente sagrado Bifrost, y abrir la tierra para dejar que los Jotuns se apoderen de todo, él ha de iniciar el final de los tiempo, él ha de mediar el Ragnarök. Pero por ahora, sólo le quedaba vagar por la tierra mortal, dejando claves de lo que se avecinaba, divirtiéndose porque, no iba a mentirse, los humanos eran divertidos, tratando siembre, por eones, de interponerse en su camino sin entender que con un solo soplido, el fuerte viento de Polaris, él era capaz de derribar ejércitos enteros.
Esa noche, como todas las noches desde que estaba en París, había salido a azorar las calles, ese Galeotti seguía misterioso en sus movimientos, así que por ahora sólo le quedaba tratar de distraerse, porque la matanza y la crueldad eran un juego para él. Con su hacha en mano, su andar era como el de la muerte y su guadaña, pero lo de él era sagrado y más atroz. La muerte que él propinaba era Hvis Lyset Tar Oss, un concepto acuñado por él mismo, adoptado por los creyentes de su mito. Los hijos de Ask y Embla qué iban a ser dignos de aquella forma divina de dejar el plano terrenal y comenzar su camino al Náströnd, el único sitio que esa escoria humana merecía.
Allá a la distancia vio un grupo de ebrios que amedrentaban a una jovencita de no más de 16 años, observó la escena y sonrió, la putrefacción humana le amenizaba las noches, era enternecedor para un ser como él, curtido en odio y rabia, en sangre y corazones arrancados. Dejó que los ebrios se entretuvieran un rato, la chiquilla no podía importarle menos. Observó por largos minutos, deleitándose con los gritos de la joven mujer y riendo para sus adentros de esos pobres borrachos, dejó que hicieran lo suyo, que los tres violaran a la niña indefensa, pero al último… al último le concedería un honor que pocas veces concedía, mientras ejecutaba el repugnante acto carnal (lo era para Varg, quien estaba asexuado pues era un Dios y no podía distraerse con esas tonterías humanas) por fin hizo acto de presencia, los otros dos que observaban lo miraron como la bestia que era, sucia de sangre y lodo, miró su reflejo en las pupilas de la niña y sin decir palabra alguna, de un movimiento certero de su hacha cortó la cabeza del hombre que aprisionaba el cuerpo frágil contra el suelo, el cadáver cayó sobre ella, la cabeza rodó hasta los pies de sus compinches. Entonces los miró con esos ojos azules como los hielos del Niflheim, sonrió deleitándose del grito agudo a sus espaldas de la joven al darse cuenta de lo que sucedía, al notarse bañada de sangre de su tercer violador de la noche.
Los dos restantes hicieron un atisbo de querer atacar, Varg aventó a Tomhet contra uno, al que abrió el tórax en dos, primero cayeron las vísceras y luego él, al otro le dedicó una muerte más sagrada aún, lo mataría con sus propias manos. Lo tomó del cuello y lo alzó con facilidad, rio desparpajado ante los intentos del otro de zafarse, apretó el cuello y el sujeto pataleó, poco a poco, lentamente el vampiro aumentó la fuerza, quería ver cada segundo de su agonía, y cuando estuvo a punto de expirar debilitó el agarre. No, no le había perdonado la vida, llevó el cuerpo lánguido contra una pared, estrelló el cráneo contra la superficie maciza y con la palma lo apretó hasta ver los ojos salirse de sus cuencas, las mandíbulas separarse, los dientes caer de a uno en uno y dejar la silueta carmesí sobre el viejo muro, luego lo soltó, la cabeza no tenía forma ya y se deslizó como un trozo de carne cruda hasta el suelo. Lamió su mano llena de sangre y otros fluidos corporales y miró a la niña, le sonrió.
Ella no tenía idea del terrible destino que le deparaba.
Para entonces ella ya estaba de pie, se había quitado el cuerpo inerte de encima de ella y miró a Varg con adoración, ¡era su salvador! Abrió la boca para decir gracias pero la enorme y sucia mano de la bestia se lo impidió, era una palma tan grande como las alas del halcón Veðrfölnir y con la otra mano indicó silencio. Ella comprendió que no, que no estaba a salvo. La aventó contra el suelo y caminó con calma por su hacha que aún estaba debajo de uno de los hombres que había matado hace un par de minutos. La empuñó y observó a su nueva víctima por sobre su hombro. Volvió a acercarse y colocó una bota sobre el pecho ajeno impidiéndole moverse y se acercó a su rostro.
-Contigo será más divertido –dijo como preludio. Acto seguido pateó el rostro infantil de la muchacha quien comenzó a sangrar de inmediato, el aroma a sangre le encantó y trazó una finísima línea desde el esternón hasta el bajo vientre con su hacha, tan afilada que dejó una marca roja a lo largo, incluso traspasando el maltrecho vestido. Ella gritó sin entender que eso le gustaba más al vampiro, que entre más gritara, más prolongaría la tortura. Volvió a hacer lo mismo, pero ahora el corte fue más profundo y a él unió dos trazos más, uno de hombro a hombro y otro de cadera a cadera. Ella se retorcía de dolor, pero Varg la contenía con su fuerza superior.
Dejó el hacha a un lado, la clavó el suelo y se agachó, se puso de cuclillas sobre ella y tomó una punta de la piel que comenzaba a desprenderse, jaló con cuidado para lograr sacar una sola pieza. Ante los insistentes gritos de la chiquilla la abofeteó y continuó su labor hasta que dejó el torso luciendo los músculos, el cuerpo en un baño de sangre. Acercó el rostro al de ella y cerró los ojos ante la melodía de la respiración que de a poco se extinguía. Se irguió como el viejo roble que era, dio un paso hacia atrás, tomó su hacha y asestó un contundente golpe al estómago de la mujer, luego otro, y otro hasta que aquello no tuvo forma más que de un picadillo maloliente y el autoproclamado Dios contempló su obra, una flor en el sucio suelo, una flor roja, una flor de carne y sangre.
Dejó entonces el lugar, se marchó con parsimoniosa calma, no se dignó a limpiarse la sangre salpicada desde luego y no, no se había alimentado de ninguno de ellos; él mataba por el simple placer de hacerlo, porque esa era su gran misión sobre la tierra. Caminó sin rumbo, sabía que la noche aún no se marcharía y tenía tiempo de sobra vagó un arto hasta que escuchó voces, o una voz mejor dicho y se dirigió a ese lugar, observó lo que sucedía y se relamió y peinó la barba. Entrecerró los ojos y cuando la cuenta regresiva dio comienzo, hizo acto de presencia.
-¿Pero es que no lo ves? –Dijo con voz de trueno, el gruñido de Garm el perro infernal –ese pobre hombre no llegará muy lejos –evidentemente estaba hablando con burla -¿qué pretendes? Así no es divertido –dio un paso al frente dejando que la luz de Máni, la luna, lo bañara y delineara la soberbia de su cuerpo. Ahí el que corría la peor de las suertes era el sujeto maltratado, si se quedaba sin hacer nada, seguro el verdugo de la máscara se encargaría de darle muerte de una forma no rápida y sí muy dolorosa, y si avanzaba en dirección a Varg, éste sería el encargado de su deceso.
Invitado- Invitado
Re: Hide-and-seek! {Privado}
La cuenta regresiva estaba a punto de dar inicio. Crowley podía saborear los acelerados latidos de un corazón moribundo en medio del bosque. Descifraría las pistas de su sangre, rodaría por el fango y saltaría por encima de las rocas. En las lejanías, el pequeño arrollo le serviría como escape al cambiaformas si es que se le ocurría utilizar su cauce para desaparecer sus huellas e ir hasta la cuenca del río. Hojas pisoteadas, ramas desquebrajadas, alimañas aplastadas. La noche era exquisita y cada locura que se albergaba en sus pensamientos sólo lo hacía más y más excitante. La respiración, esa que se le dificultaba debido a la máscara, se intensificó al percibir como el rocío nocturno humedecía la desolación del bosque. Ni en un millón de años alguien podría encontrarlos, pero eso era lo más divertido de todo, el hecho de pasar una única noche en compañía de Crowley. Saber como trabaja su mente, entender el por qué de sus acciones y quizá sentir un poco de pena por su alma si esque aún conservaba alguna. Relamió sus labios a sabiendas que encontraría el sabor de la sangre en ellos. Uhmm, le hacía falta una máscara nueva la última vez que se encontró con uno de su especie, escapó… o ¿la había dejado escapar él? Sí, sí… ¡Ese fue el plan! Convencer al enemigo que no estas a su altura y permitirle que se crea el jodido cuento de estar a salvo para que al regreso del cazador, el terror en sus ojos sea lo único que recuerdes tras cortarle la lengua para que ya no grite. Oh, sí. Crowley generó toda una novela en su cabeza y estaba seguro que cumpliría cada oración pensada. Alguien no tenía los mismos planes que él.
¿Existe algo más odioso que alguien se atreva a arruinar tu velada? El cazador levantó la mirada colérica hasta el sujeto de voz ardentosa que le habló. Sus cabellos eran un desastre y su mentón se encontraba tintado de sangre. Aunque la espesa obscuridad los rodeaba, los rayos de la luna parecían filtrarse en ocasiones por aquellas ramas de los gigantescos árboles para que el único mortal ahí pudiese ver con mejor claridad. Crowley sabía que no lo necesitaba. Hizo rechinar sus dientes, le molestó, le jodió reverendamente que ese maldito extraño apareciera sin más nada en su territorio. Ladeó la cabeza y se cruzó de brazos ¿acaso estaba dándole clases de cómo jugar con sus víctimas? ¡No, no, no, no señor! Nadie le decía a él lo que tenía o no que hacer. Suficiente tenía con la problemática de su cordura como para que un payaso le diese su ‘consejo’. Respiró profundamente intentando tranquilizarse para enfriar su mente y no actuar con imprudencia. No se es cazador por las habilidades que tengas y lo bueno que seas matando al enemigo, se es cazador por ese deseo irrefutable de llenar el vacío en la vida y sentir como el vértigo se apodera de los sentidos uno por uno. Desde esa perspectiva, el arribo del extraño no pintaba tan mal. Se sobó la cien. -No pretendía divertirme “atrapándolo”- Confesó con una voz fría. Crowley es un hombre de pocas palabras. Él no habla al menos que sea necesario y esa frase podría ser quizá la única que le dedicara al vampiro. El viento despejó las nubes que, perezosas, flotaban en el firmamento sin ninguna dirección fija. La luna le reveló a Crowley la naturaleza condenada del anciano. Había dos factores a tomar en cuenta cuando se encontraba cara a cara con un vampiro, la edad que tenía y las habilidades especiales que escondía. Hizo un gesto.
Mientras ellos se ocupaban de sus pensamientos, tratando de entenderse de extremo a extremo. El pobre hombre en medio de ambos aprovechó la confusión para transformarse en un ave y desaparecer. Crowley se mofó de sus intentos, no podía ni volar y aún así lo intentaría con tal de salvar su vida. Negó con su cabeza y corrió hacia uno de los árboles. Puso su pie sobre una roca y saltó sobre una de las ramas más cercanas al piso. Se sujetó con ambas manos, se columpió para alcanzar la siguiente, se flexionó y se sujetó a la otra por el doblez de las rodillas. En esa posición, colgado de cabeza cual murciélago, sacó el cuchillo de plata que tenía escondido en la bota y lo arrojó con fuerza contra el ave que atravesaba el bosque. Fue un tiro certero, pues el maldito artefacto atravesó el pecho del animal y este cayó al suelo. Una vez en tierra, se convirtió nuevamente en hombre y murió. Crowley bajó del árbol de un salto. Se encaminó hasta él, se acuclilló y, con el mismo cuchillo que lo había herido, comenzó a abrir su garganta en una línea vertical. Después con sumo cuidado delineo el rostro dejando las orejas detrás del corte. La sangre apareció y Crowley fue cortando la piel con la punta del cuchillo. Eran cortes pequeños a manera de filete, no quería estropear la piel y mucho menos arrancarla por pedazos, así que se esmeraba en no cometer errores. Cuando iba justo a la mitad del rostro, recordó que tenía compañía. Se giró para verlo –No es la mejor piel- Encogiéndose de hombros, fue lo único que le pudo decir antes de continuar arrancando la piel del rostro de ese desdichado hombre.
¿Existe algo más odioso que alguien se atreva a arruinar tu velada? El cazador levantó la mirada colérica hasta el sujeto de voz ardentosa que le habló. Sus cabellos eran un desastre y su mentón se encontraba tintado de sangre. Aunque la espesa obscuridad los rodeaba, los rayos de la luna parecían filtrarse en ocasiones por aquellas ramas de los gigantescos árboles para que el único mortal ahí pudiese ver con mejor claridad. Crowley sabía que no lo necesitaba. Hizo rechinar sus dientes, le molestó, le jodió reverendamente que ese maldito extraño apareciera sin más nada en su territorio. Ladeó la cabeza y se cruzó de brazos ¿acaso estaba dándole clases de cómo jugar con sus víctimas? ¡No, no, no, no señor! Nadie le decía a él lo que tenía o no que hacer. Suficiente tenía con la problemática de su cordura como para que un payaso le diese su ‘consejo’. Respiró profundamente intentando tranquilizarse para enfriar su mente y no actuar con imprudencia. No se es cazador por las habilidades que tengas y lo bueno que seas matando al enemigo, se es cazador por ese deseo irrefutable de llenar el vacío en la vida y sentir como el vértigo se apodera de los sentidos uno por uno. Desde esa perspectiva, el arribo del extraño no pintaba tan mal. Se sobó la cien. -No pretendía divertirme “atrapándolo”- Confesó con una voz fría. Crowley es un hombre de pocas palabras. Él no habla al menos que sea necesario y esa frase podría ser quizá la única que le dedicara al vampiro. El viento despejó las nubes que, perezosas, flotaban en el firmamento sin ninguna dirección fija. La luna le reveló a Crowley la naturaleza condenada del anciano. Había dos factores a tomar en cuenta cuando se encontraba cara a cara con un vampiro, la edad que tenía y las habilidades especiales que escondía. Hizo un gesto.
Mientras ellos se ocupaban de sus pensamientos, tratando de entenderse de extremo a extremo. El pobre hombre en medio de ambos aprovechó la confusión para transformarse en un ave y desaparecer. Crowley se mofó de sus intentos, no podía ni volar y aún así lo intentaría con tal de salvar su vida. Negó con su cabeza y corrió hacia uno de los árboles. Puso su pie sobre una roca y saltó sobre una de las ramas más cercanas al piso. Se sujetó con ambas manos, se columpió para alcanzar la siguiente, se flexionó y se sujetó a la otra por el doblez de las rodillas. En esa posición, colgado de cabeza cual murciélago, sacó el cuchillo de plata que tenía escondido en la bota y lo arrojó con fuerza contra el ave que atravesaba el bosque. Fue un tiro certero, pues el maldito artefacto atravesó el pecho del animal y este cayó al suelo. Una vez en tierra, se convirtió nuevamente en hombre y murió. Crowley bajó del árbol de un salto. Se encaminó hasta él, se acuclilló y, con el mismo cuchillo que lo había herido, comenzó a abrir su garganta en una línea vertical. Después con sumo cuidado delineo el rostro dejando las orejas detrás del corte. La sangre apareció y Crowley fue cortando la piel con la punta del cuchillo. Eran cortes pequeños a manera de filete, no quería estropear la piel y mucho menos arrancarla por pedazos, así que se esmeraba en no cometer errores. Cuando iba justo a la mitad del rostro, recordó que tenía compañía. Se giró para verlo –No es la mejor piel- Encogiéndose de hombros, fue lo único que le pudo decir antes de continuar arrancando la piel del rostro de ese desdichado hombre.
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Re: Hide-and-seek! {Privado}
Tenebrae
Odín era creador, padre de los dioses, gobernante supremo en su palacio techado en plata Valaskjálf y sentado en su trono Hliðskjálf, flanqueado por los lobos Geri y Freki y empuñando la eterna lanza Gungnir listo para la batalla. Odín era hijo de Bor y Bestla, hermano de Vili y Vé, esposo de Frigg y orgulloso padre de los guerreros Thor y Balder. Pero Varg era destructor, ocaso de los dioses, aniquilador máximo, ejecutor maldito, nómada eterno como los hielos de Svalbard, guardián de las puertas del inframundo, solitario, era la noche y era la muerte, empuñando su devastadora hacha Tomhet no listo para la batalla, la batalla era la que debía estar lista para él, el aullido de Fenrir, la zozobra de Hela, el veneno de Jörmundgander. Antítesis del dador de vida, propagador de la muerte y la miseria.
Los motivos que movían al milenario vampiro no eran un secreto, se encargaba de vociferarlos como grito de batalla, como trovador demoniaco orgulloso de sus atrocidades, de sus hitos escritos en sangre sobre carne viva, lo que era un verdadero misterio era conocer la raíz de una maldad tan grande y tan avasalladora, pero a estas alturas ¿realmente importaba? Sus enemigos más arraigados –Galeotti encabezando la lista- no se preocupaban por preguntarle qué cosa en su pasado provocaba un presente tan violento, la preocupación real era detenerlo antes de que, de hecho, arrasara con todo como era su gran meta. Su gran poder radicaba precisamente en eso, en no tener un motivo real, palpable, terrenal; no lo movía oprimir a otros, eso lo lograba con pasmosa naturalidad, ni el dinero, cosas terrenales que habían inventado los hombres y claro, él no era hombre, es su cosmología personal él era un dios, uno que departía en el Valhalla pero también, que se coronaría al final como el único y verdadero dios. Era evidente que algo no trabajaba bien en esa cabeza, y que el pobre tonto que le concedió la inmortalidad había cometido el error más grande de su vida, y de la vida de todos, pues le dejó al mundo un legado de atrocidad, le había regalado al mundo a Varg, el guerrero vikingo, el asesino desalmado, el vampiro autoproclamado Dios.
Alzó ambas cejas canas al escuchar la voz ajena, se cruzó de brazos y a abrió el compás de las piernas para pararse como un guerrero Einherjer digno. Entornó la mirada luego, no dijo nada, aguardó. Si había aguardado ya tanto tiempo por el canto de los gallos Fjalar y Gullinkambi, podía aguardar a que este sujeto hiciera algo interesante. Se peinó la barba y sonrió, imperceptible por el bigote y miró cuidadosamente. Observó al hombre, ahora convertido en ave, con alas maltrechas intentar huir, no se movió, no hizo falta, el otro de inmediato fue a por él y su captura fue más que sencilla, en esas condiciones no esperaba otra cosa, aunque tuvo que reconocer las habilidades ajenas y el buen tino. Se giró para observar la escena y tuvo que inclinar la cabeza ligeramente hacia atrás ante el golpe del olor a sangre que lo deleitó, llenó sus pulmones con aquel perfume sagrado, todo sin dejar de ver lo que sucedía. Le resultó extraño que un mortal hiciera algo como lo que estaba viendo, y eso era decir bastante, Varg había visto muchas cosas a lo largo de los siglos, pocos acontecimientos lograban sorprenderlo ya
Y ahí estaba, un mortal enmascarado lo dejaba asombrado por la minucia de su deseo sanguinario, casi equiparable al de él. Arqueó una ceja cuando el encapuchado se dirigió a él y dio un paso al frente.
-Lo entiendo –dijo con ese tono de trueno que abre el cielo en dos, como Surt forjando las centellas –ahora lo entiendo –era el mito hablando de su propio mito, así sonaba siempre, como si contara siempre su poema épico, su Edda herética, porque de algún modo así lo era, cada vez que caminaba, hablaba, bebía sangre o mataba sin razón alguna, continuaba escribiendo su leyenda –ese olor, sabía que no era normal en un mortal, vistes la piel de otros como tú –y al decir aquello algo parecido al gozo –siendo Varg incapaz de experimentar sensaciones positivas- invadió su cuerpo, como si por fin hubiese encontrado un humano que se saliera de la media y lo fascinara. En el pasado ya había enfrentado a muchos cazadores, Sønner Av Natten (vampiros), Sverddans (hombres lobo), brujos y demás, muchos que mostraron estar a la altura aunque el vampiro se encargaba de desdeñarlos cuanto podía, y ahí estaba, uno que parecía más interesante por su propia deshumanización, por su deseo de algo tan valioso para los suyos –su piel- y la crueldad que exudaba.
Los motivos que movían al milenario vampiro no eran un secreto, se encargaba de vociferarlos como grito de batalla, como trovador demoniaco orgulloso de sus atrocidades, de sus hitos escritos en sangre sobre carne viva, lo que era un verdadero misterio era conocer la raíz de una maldad tan grande y tan avasalladora, pero a estas alturas ¿realmente importaba? Sus enemigos más arraigados –Galeotti encabezando la lista- no se preocupaban por preguntarle qué cosa en su pasado provocaba un presente tan violento, la preocupación real era detenerlo antes de que, de hecho, arrasara con todo como era su gran meta. Su gran poder radicaba precisamente en eso, en no tener un motivo real, palpable, terrenal; no lo movía oprimir a otros, eso lo lograba con pasmosa naturalidad, ni el dinero, cosas terrenales que habían inventado los hombres y claro, él no era hombre, es su cosmología personal él era un dios, uno que departía en el Valhalla pero también, que se coronaría al final como el único y verdadero dios. Era evidente que algo no trabajaba bien en esa cabeza, y que el pobre tonto que le concedió la inmortalidad había cometido el error más grande de su vida, y de la vida de todos, pues le dejó al mundo un legado de atrocidad, le había regalado al mundo a Varg, el guerrero vikingo, el asesino desalmado, el vampiro autoproclamado Dios.
Alzó ambas cejas canas al escuchar la voz ajena, se cruzó de brazos y a abrió el compás de las piernas para pararse como un guerrero Einherjer digno. Entornó la mirada luego, no dijo nada, aguardó. Si había aguardado ya tanto tiempo por el canto de los gallos Fjalar y Gullinkambi, podía aguardar a que este sujeto hiciera algo interesante. Se peinó la barba y sonrió, imperceptible por el bigote y miró cuidadosamente. Observó al hombre, ahora convertido en ave, con alas maltrechas intentar huir, no se movió, no hizo falta, el otro de inmediato fue a por él y su captura fue más que sencilla, en esas condiciones no esperaba otra cosa, aunque tuvo que reconocer las habilidades ajenas y el buen tino. Se giró para observar la escena y tuvo que inclinar la cabeza ligeramente hacia atrás ante el golpe del olor a sangre que lo deleitó, llenó sus pulmones con aquel perfume sagrado, todo sin dejar de ver lo que sucedía. Le resultó extraño que un mortal hiciera algo como lo que estaba viendo, y eso era decir bastante, Varg había visto muchas cosas a lo largo de los siglos, pocos acontecimientos lograban sorprenderlo ya
Y ahí estaba, un mortal enmascarado lo dejaba asombrado por la minucia de su deseo sanguinario, casi equiparable al de él. Arqueó una ceja cuando el encapuchado se dirigió a él y dio un paso al frente.
-Lo entiendo –dijo con ese tono de trueno que abre el cielo en dos, como Surt forjando las centellas –ahora lo entiendo –era el mito hablando de su propio mito, así sonaba siempre, como si contara siempre su poema épico, su Edda herética, porque de algún modo así lo era, cada vez que caminaba, hablaba, bebía sangre o mataba sin razón alguna, continuaba escribiendo su leyenda –ese olor, sabía que no era normal en un mortal, vistes la piel de otros como tú –y al decir aquello algo parecido al gozo –siendo Varg incapaz de experimentar sensaciones positivas- invadió su cuerpo, como si por fin hubiese encontrado un humano que se saliera de la media y lo fascinara. En el pasado ya había enfrentado a muchos cazadores, Sønner Av Natten (vampiros), Sverddans (hombres lobo), brujos y demás, muchos que mostraron estar a la altura aunque el vampiro se encargaba de desdeñarlos cuanto podía, y ahí estaba, uno que parecía más interesante por su propia deshumanización, por su deseo de algo tan valioso para los suyos –su piel- y la crueldad que exudaba.
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Re: Hide-and-seek! {Privado}
El cuchillo fileteaba la piel del hombre con sumo cuidado. Podía verse el color blanquecino de las arterias y el resplandor escarlata de la sangre. El filo destelló al sentir el llamado de la luna en lo alto del cielo, infame pedazo de roca siendo testigo de los crímenes más atroces jamás vistos y ahí, siempre en silencio, dándole la espalda a la humanidad. Hasta parece que se carcajea al escuchar los agonizantes gritos de sus hijos. Aquellos que la adoran presumen de su protección sin saber que ha sido ella quien pactó desde tiempos mitológicos con el mal para provocar en sus descendientes la maldición de toda una estirpe. Crowley no es amante de leyendas porque las cree carentes de sentido común –como si el desgraciado estuviese cuerdo- y poco fiables. A lo lejos, el clima amenazaba con la tormenta, pero no era un fúnebre réquiem, por el contrario, se asemejaba más a una ópera antigua que a los cánticos infernales de los esbirros diabólicos. Se quedó en silencio sin pronunciar palabra alguna. El cazador tenía una teoría y la pondría en práctica a la brevedad posible «Irónico, ¿No lo cree?» Pensó fuerte y claro para que, si él podía leer la mente, lo escuchara. No obtuvo respuesta.
El silencio del extraño dejaba a Crowley con dos alternativas o no poseía el poder o lo hacía pero trataba de engañarlo. Si bien, se trataba de la segunda opción. Se metería en un problema mayor, pues no tenía ni la más remota idea de cómo carajo bloquear sus pensamientos para que este no pudiese identificar los reales de las alucinaciones. Negó con su cabeza erradicando esas teorías. Se dio cuenta también, que muy probablemente ese esperpento de vampiro –porque sabía que lo era- haya descubierto las intenciones del maloliente humano. Esto le enfureció. Con la punta de su cuchillo rascó el casco de su cabeza. Pensar le causaba cierta picazón de vez en cuando, más cuando había frustración de por medio. Torció los labios y dejó que el aire húmedo de la noche rosara sus fosas nasales. Intentó tranquilizarse con pensamientos alegres (cadáveres). Con parsimonia, se puso de pie girando sobre los talones para verle a la cara. La mano derecha sostenía el trozo de piel estirado sobre la palma y la izquierda el cuchillo. Pasó la punta de su lengua por el filo. –Eso es estúpido- Dijo indiferente encogiéndose de hombros. Caminó hasta la entrada de la vieja casona abandonada. Se movía cual títere sin alma propia. –Un hombre que apesta a muerte, no puede identificar el hedor en los demás. Es estúpido- La voz ardentosa del mortal resonó nuevamente en medio de la obscuridad y se adentró hasta el interior de la casa. Con una seña invitó a pasar al raro sujeto de afuera.
Las paredes se encontraban completamente teñidas de sangre. Había trozos de carne en el suelo y las moscas buscaban apoderarse de un buen pedazo para colocar ahí sus huevecillos. Las ratas se escondían en los agujeros pero acostumbradas a la presencia de Crowley, podían pasearse por ahí sin el temor de que este les fuese a hacer algún daño. El olor era vomitivo. Al final de un pasillo, los pies de un cuerpo comenzaban a engusanarse y eso provocaba el fétido hedor del lugar. Mientras caminaba, los zapatos del cazador aplastaron un cráneo humano. El crujir de los huesos fue idéntico al apachurrar una nuez con todo y cáscara. Rodeó sus ojos y fue a parar hasta una pequeña mesa con lienzos de piel clavados a su estructura. Tenía que dejar que su materia prima se secara y sólo extendida de esa forma se aprovecharía al máximo. Se giró entrecerrando los ojos. Calculando las reacciones del vampiro. Había algo en él que no e gustaba. No se debía a su grotesco aspecto. Después de todo, él mismo era la representación de lo repulsivo ¿No? Así que la sensación agobiante no se debía a eso. Tenía que ser otra cosa pero ¿qué? Sus orbes lo observaron de los pies a la cabeza. La curiosidad emanó en él de la misma forma en la que su lado obscuro deseaba con impaciencia abalanzarse sobre él y arrancarle la cabeza de un tajo. Lo esperó. –Perdone el desorden, no esperaba visitas- Comunicó con una voz que viajaba más allá de la perturbación total. Los iris Crowley destellaron maléficamente al desviarse hasta la portezuela que abría el sótano de la casa. Una voz aterciopelada comenzaba a suplicar auxilio y la trampa de la puerta, estaba siendo obligada a ceder.
El silencio del extraño dejaba a Crowley con dos alternativas o no poseía el poder o lo hacía pero trataba de engañarlo. Si bien, se trataba de la segunda opción. Se metería en un problema mayor, pues no tenía ni la más remota idea de cómo carajo bloquear sus pensamientos para que este no pudiese identificar los reales de las alucinaciones. Negó con su cabeza erradicando esas teorías. Se dio cuenta también, que muy probablemente ese esperpento de vampiro –porque sabía que lo era- haya descubierto las intenciones del maloliente humano. Esto le enfureció. Con la punta de su cuchillo rascó el casco de su cabeza. Pensar le causaba cierta picazón de vez en cuando, más cuando había frustración de por medio. Torció los labios y dejó que el aire húmedo de la noche rosara sus fosas nasales. Intentó tranquilizarse con pensamientos alegres (cadáveres). Con parsimonia, se puso de pie girando sobre los talones para verle a la cara. La mano derecha sostenía el trozo de piel estirado sobre la palma y la izquierda el cuchillo. Pasó la punta de su lengua por el filo. –Eso es estúpido- Dijo indiferente encogiéndose de hombros. Caminó hasta la entrada de la vieja casona abandonada. Se movía cual títere sin alma propia. –Un hombre que apesta a muerte, no puede identificar el hedor en los demás. Es estúpido- La voz ardentosa del mortal resonó nuevamente en medio de la obscuridad y se adentró hasta el interior de la casa. Con una seña invitó a pasar al raro sujeto de afuera.
Las paredes se encontraban completamente teñidas de sangre. Había trozos de carne en el suelo y las moscas buscaban apoderarse de un buen pedazo para colocar ahí sus huevecillos. Las ratas se escondían en los agujeros pero acostumbradas a la presencia de Crowley, podían pasearse por ahí sin el temor de que este les fuese a hacer algún daño. El olor era vomitivo. Al final de un pasillo, los pies de un cuerpo comenzaban a engusanarse y eso provocaba el fétido hedor del lugar. Mientras caminaba, los zapatos del cazador aplastaron un cráneo humano. El crujir de los huesos fue idéntico al apachurrar una nuez con todo y cáscara. Rodeó sus ojos y fue a parar hasta una pequeña mesa con lienzos de piel clavados a su estructura. Tenía que dejar que su materia prima se secara y sólo extendida de esa forma se aprovecharía al máximo. Se giró entrecerrando los ojos. Calculando las reacciones del vampiro. Había algo en él que no e gustaba. No se debía a su grotesco aspecto. Después de todo, él mismo era la representación de lo repulsivo ¿No? Así que la sensación agobiante no se debía a eso. Tenía que ser otra cosa pero ¿qué? Sus orbes lo observaron de los pies a la cabeza. La curiosidad emanó en él de la misma forma en la que su lado obscuro deseaba con impaciencia abalanzarse sobre él y arrancarle la cabeza de un tajo. Lo esperó. –Perdone el desorden, no esperaba visitas- Comunicó con una voz que viajaba más allá de la perturbación total. Los iris Crowley destellaron maléficamente al desviarse hasta la portezuela que abría el sótano de la casa. Una voz aterciopelada comenzaba a suplicar auxilio y la trampa de la puerta, estaba siendo obligada a ceder.
Crowley Missös- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 09/04/2012
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Re: Hide-and-seek! {Privado}
Color Me Blood Red
Todo le pareció condenadamente extraño y atrayente a partes iguales, Varg rara vez se sentía tan fascinado como aquella noche; no debía haber confusiones, eso no significaba que al final no se deshiciera de aquel humano –era un mortal, y como tal, no valía la pena-, sólo le concedía el honor de vivir un poco más. Negó con la cabeza a penas perceptible descartando las palabras que su acompañante le dedicaba carecía de importancia en ese momento, y en cualquier otro, al menos para el inmortal así era, así era todo el tiempo.
Algunos hombres, cualquiera que fuese su naturaleza u origen, lograban ese extraño fenómeno con Varg, si sucedía una vez cada década era una exageración; en parte porque el autoproclamado Dios en su soberbia, creía que los otros eran tan insignificantes que carecían por completo de armas como para conseguir tal hito, y por otra parte, porque de verdad, alguien tan sediento de sangre, tan ansioso de arrancar la mano de Týr como Fenrir, había visto ya demasiadas cosas, demasiada muerte sobre todo, y no óbito tranquilo, pacífico, de un golpe y ya, sino aniquilamiento real, de aplastar con su bota cabezas de hombres aún vivos, de arrancar la piel completa de cuerpo que aún se retorcían y luego guardarla como una toga ceremonial. Entonces se encontraba ahí, en la noche más abúlica de entre todas las desidiosas noches, frente a este sujeto que a ratos incluso lo hacía olvidar su peste humana. Movió la cabeza, la inclinó a un lado y sus ojos azul Prusia no se despegaron del enmascarado, lo observó acercarse a la casucha y luego invitarlo, rio un poco, era evidente que ambos estaban esperando un mínimo descuido ajeno para abalanzarse y desprender la cabeza del otro. Avanzó, sus pisadas pesadas sobre el piso desigual, truenos y centellas con la capacidad de abrir el suelo del Midgard para dejar escapar las bestias hijas de Loki y Angrboda. Guardó su distancia, entró poco después que el otro lo hiciera y aunque ya esperaba algo “espectacular” al ingresar al refugio, sus expectativas se quedaron cortas ante la escena que se dibujó en carne, sangre y huesos frente a él.
Cualquiera hubiese vomitado al instante, si no por la visión, sí por el aroma, pero Varg no era cualquiera, Varg se sintió como en casa, aunque en realidad el concepto de un hogar fuese algo realmente abstracto y lejano para él. Dedicó un paneo general, no se detuvo en los detalles porque era entonces tarea de nunca acabar, era simplemente todo demasiado hermoso. Detuvo sus ojos en su anfitrión y dejó caer el hacha para recargar su peso en ella.
-Debo decir que ha hecho un excelente trabajo con la decoración –era todo simplemente demasiado bizarro; Varg por su lado estaba haciendo uso de esa personalidad suya que se había creado para momentos más… diplomáticos –a falta de una mejor palabra- como ese, el Conde Grishnack era una buena contención para no parecer tan desbordado todo el tiempo, cuando le convenía, claro-. Demasiado bien para tratarse de un mortal –terminó con desdén, fuera como fuera, aquel sujeto no dejaba de ser lo que era, la peor de las maldiciones para Varg sin ver que era él quien estaba maldito.
Avanzó un poco, miró a un lado y luego a otro, la carne pudriéndose, las moscas gordas sobrevolando los lugares donde las manchas más púrpuras teñían muros y suelo. Tomó con una mano una mano sin dueño, cercenada con cierta pulcritud que debía admirar, estudió el miembro como si de la cosa más inusual en el mundo, sonrió de lado y se giró hacia el hombre.
-Puedo preguntar ¿qué conduce a un ser como tú matar a los suyos? –No dudaba que mucho del desperdicio en el lugar fuese de seres sobrenaturales, pero sabía –conocía el aroma, la textura, el gusto- que mucha de esa también era de gente sin ningún don sobrenatural-, es decir –se irguió, sacó el pecho, ahí iba de nuevo, a demostrar su superioridad –yo lo hago porque por eso estoy en el Mannheim, esa es mi labor, la gran limpieza universal, ¿pero tú? –y Varg estaba verdaderamente intrigado, no estaba jugando una especie de broma, en realidad quería saber, porque no lo comprendía.
Algunos hombres, cualquiera que fuese su naturaleza u origen, lograban ese extraño fenómeno con Varg, si sucedía una vez cada década era una exageración; en parte porque el autoproclamado Dios en su soberbia, creía que los otros eran tan insignificantes que carecían por completo de armas como para conseguir tal hito, y por otra parte, porque de verdad, alguien tan sediento de sangre, tan ansioso de arrancar la mano de Týr como Fenrir, había visto ya demasiadas cosas, demasiada muerte sobre todo, y no óbito tranquilo, pacífico, de un golpe y ya, sino aniquilamiento real, de aplastar con su bota cabezas de hombres aún vivos, de arrancar la piel completa de cuerpo que aún se retorcían y luego guardarla como una toga ceremonial. Entonces se encontraba ahí, en la noche más abúlica de entre todas las desidiosas noches, frente a este sujeto que a ratos incluso lo hacía olvidar su peste humana. Movió la cabeza, la inclinó a un lado y sus ojos azul Prusia no se despegaron del enmascarado, lo observó acercarse a la casucha y luego invitarlo, rio un poco, era evidente que ambos estaban esperando un mínimo descuido ajeno para abalanzarse y desprender la cabeza del otro. Avanzó, sus pisadas pesadas sobre el piso desigual, truenos y centellas con la capacidad de abrir el suelo del Midgard para dejar escapar las bestias hijas de Loki y Angrboda. Guardó su distancia, entró poco después que el otro lo hiciera y aunque ya esperaba algo “espectacular” al ingresar al refugio, sus expectativas se quedaron cortas ante la escena que se dibujó en carne, sangre y huesos frente a él.
Cualquiera hubiese vomitado al instante, si no por la visión, sí por el aroma, pero Varg no era cualquiera, Varg se sintió como en casa, aunque en realidad el concepto de un hogar fuese algo realmente abstracto y lejano para él. Dedicó un paneo general, no se detuvo en los detalles porque era entonces tarea de nunca acabar, era simplemente todo demasiado hermoso. Detuvo sus ojos en su anfitrión y dejó caer el hacha para recargar su peso en ella.
-Debo decir que ha hecho un excelente trabajo con la decoración –era todo simplemente demasiado bizarro; Varg por su lado estaba haciendo uso de esa personalidad suya que se había creado para momentos más… diplomáticos –a falta de una mejor palabra- como ese, el Conde Grishnack era una buena contención para no parecer tan desbordado todo el tiempo, cuando le convenía, claro-. Demasiado bien para tratarse de un mortal –terminó con desdén, fuera como fuera, aquel sujeto no dejaba de ser lo que era, la peor de las maldiciones para Varg sin ver que era él quien estaba maldito.
Avanzó un poco, miró a un lado y luego a otro, la carne pudriéndose, las moscas gordas sobrevolando los lugares donde las manchas más púrpuras teñían muros y suelo. Tomó con una mano una mano sin dueño, cercenada con cierta pulcritud que debía admirar, estudió el miembro como si de la cosa más inusual en el mundo, sonrió de lado y se giró hacia el hombre.
-Puedo preguntar ¿qué conduce a un ser como tú matar a los suyos? –No dudaba que mucho del desperdicio en el lugar fuese de seres sobrenaturales, pero sabía –conocía el aroma, la textura, el gusto- que mucha de esa también era de gente sin ningún don sobrenatural-, es decir –se irguió, sacó el pecho, ahí iba de nuevo, a demostrar su superioridad –yo lo hago porque por eso estoy en el Mannheim, esa es mi labor, la gran limpieza universal, ¿pero tú? –y Varg estaba verdaderamente intrigado, no estaba jugando una especie de broma, en realidad quería saber, porque no lo comprendía.
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Re: Hide-and-seek! {Privado}
Todo, absolutamente todo resultaba ser un espectáculo vomitivo para cualquiera. Ninguno de los dos era cualquiera, por su parte, ese espectro nocturno tenía el alma más negra de lo que a simple vista se puede observar y con Crowley las cosas no eran tan diferentes. El cazador sacudió la cabeza. Lo último que necesitaba era a alguien que cuestionase sus acciones, que despertara la curiosidad y los obligara a torturarlo para que confesase el motivo de sus fechorías. Dejó salir un suspiro lamentoso. No deseaba responder y la verdad es que no lo haría. Hubo en los comentarios de ese sujeto algo que llamó la atención del enmascarado. Una única palabra que develaba más sobre la identidad de aquel vampiro, por supuesto no cualquiera sería capaz de relacionar el significado con una identidad, sin embargo, Crowley no era estúpido y conocía sobre la literatura ¿Qué creen que hace cuando se aburre de cazar? ¡Sí, le gusta leer!
«Mannheim» Mitología: Nórdica; Una palabra que hace referencia a la tierra en ese tipo de creencia religiosa. Sin saberlo, Varg le dio a Crowley un arma para tratarlo, para sacar más información de la requerida. El cazador dedujo por su fría apariencia que seguramente se trataba de aquellos valerosos guerreros que fundaron el terror durante toda una época en el norte de Europa, vikingos. Relacionar todos esos datos, llevaba más tiempo del que se aparenta y, durante un largo periodo de tiempo, el incómodo silencio se apodero del lujar generando una estrecha brecha entre el pacifismo y el arte de la guerra. Afortunadamente para Crowley, la bestia que intentaba escaparse de su encierro, logró abrir la puerta bajo la escalera e intentó correr lo más rápido que podría. Sus pies estaban encadenados el uno con el otro, esto dificultaba su andar y lo hacía ver como una pintoresca representación de un conejo/libre a un humano que se abre camino entre la podredumbre. El enmascarado levantó un dedo -¿Me permite?- Preguntó retórico. Con la pesadez en sus zancadas, se acercó hasta el prisionero. Le tiró un zarpazo a la cara, sujetándolo fuertemente por la cabeza, lo arrastró con el cachete pegado al muro de regreso al sótano. Parte de su piel se quedó impregnada en la madera de la pared. La sangre tiñó esa parte como si se tratase de pintura y la cabeza una brocha cualesquiera. Los alaridos del sujeto hicieron estallar las carcajadas de Crowley como un maniaco demente, pero la verdad es que, mientras se retorcía en fuertes risas, continuaba relacionando esa palabra con más información almacenada dentro de su memoria.
Si aquel demonio era un Vikingo, entonces tendría la edad de… Crowley frunció el ceño lo suficiente como para generar una arruga incluso por encima de la máscara. Poco después lo notó “Limpieza universal”. Deseo burlarse un rato más pero aquello comenzaba a tornarse en un encuentro más interesante de lo esperado. Arrojó el cuerpo hacia adentros del sótano con una fuerte patada en el abdomen. Ajustándose la máscara regresó hasta él llegando a una conclusión. ¡Ese hombre se creía, Dios! ¡El único capaz de conseguir deshacerse de todos los esperpentos llamados humanidad en Mannheim. –Para hacerle una ofrenda al vencedor del Ragnarök- Pronunció la palabra sin temor, sin titubeo alguno. Más sin embargo, calculó el efecto que tendría sobre aquella bestia. No importaba que tan dios se creyese, continuaba siendo un monstruo para todos los demás, una aberración de la creación y por tanto merecía la muerte, aunque el mismo Crowley no estaba completamente seguro de aquello ya que de ser así, entonces él también debía morir, ahí estaba la ironía y la razón detrás de esa mueca torcida en sus labios. –Sé que a él le gusta la destrucción y al muerte- Se encogió de hombros y habló como aquel estúpido y fiel devoto obsesionado por su religión, pero a decir verdad, para Crowley todas las religiones podrían irse al demonio.
«Mannheim» Mitología: Nórdica; Una palabra que hace referencia a la tierra en ese tipo de creencia religiosa. Sin saberlo, Varg le dio a Crowley un arma para tratarlo, para sacar más información de la requerida. El cazador dedujo por su fría apariencia que seguramente se trataba de aquellos valerosos guerreros que fundaron el terror durante toda una época en el norte de Europa, vikingos. Relacionar todos esos datos, llevaba más tiempo del que se aparenta y, durante un largo periodo de tiempo, el incómodo silencio se apodero del lujar generando una estrecha brecha entre el pacifismo y el arte de la guerra. Afortunadamente para Crowley, la bestia que intentaba escaparse de su encierro, logró abrir la puerta bajo la escalera e intentó correr lo más rápido que podría. Sus pies estaban encadenados el uno con el otro, esto dificultaba su andar y lo hacía ver como una pintoresca representación de un conejo/libre a un humano que se abre camino entre la podredumbre. El enmascarado levantó un dedo -¿Me permite?- Preguntó retórico. Con la pesadez en sus zancadas, se acercó hasta el prisionero. Le tiró un zarpazo a la cara, sujetándolo fuertemente por la cabeza, lo arrastró con el cachete pegado al muro de regreso al sótano. Parte de su piel se quedó impregnada en la madera de la pared. La sangre tiñó esa parte como si se tratase de pintura y la cabeza una brocha cualesquiera. Los alaridos del sujeto hicieron estallar las carcajadas de Crowley como un maniaco demente, pero la verdad es que, mientras se retorcía en fuertes risas, continuaba relacionando esa palabra con más información almacenada dentro de su memoria.
Si aquel demonio era un Vikingo, entonces tendría la edad de… Crowley frunció el ceño lo suficiente como para generar una arruga incluso por encima de la máscara. Poco después lo notó “Limpieza universal”. Deseo burlarse un rato más pero aquello comenzaba a tornarse en un encuentro más interesante de lo esperado. Arrojó el cuerpo hacia adentros del sótano con una fuerte patada en el abdomen. Ajustándose la máscara regresó hasta él llegando a una conclusión. ¡Ese hombre se creía, Dios! ¡El único capaz de conseguir deshacerse de todos los esperpentos llamados humanidad en Mannheim. –Para hacerle una ofrenda al vencedor del Ragnarök- Pronunció la palabra sin temor, sin titubeo alguno. Más sin embargo, calculó el efecto que tendría sobre aquella bestia. No importaba que tan dios se creyese, continuaba siendo un monstruo para todos los demás, una aberración de la creación y por tanto merecía la muerte, aunque el mismo Crowley no estaba completamente seguro de aquello ya que de ser así, entonces él también debía morir, ahí estaba la ironía y la razón detrás de esa mueca torcida en sus labios. –Sé que a él le gusta la destrucción y al muerte- Se encogió de hombros y habló como aquel estúpido y fiel devoto obsesionado por su religión, pero a decir verdad, para Crowley todas las religiones podrían irse al demonio.
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Re: Hide-and-seek! {Privado}
Blood Feast
Por un momento sólo se escuchó el zumbido de las moscas, Varg podía jurar que él llegaba el cantar de las valquirias y el sonido de los deshielos en el norte, eso claro, si su palabra valiera un carajo, era traicionero como Loki, fuerte como Thor y vencedor con Balder, así que sólo se trataban de más alucinaciones productos de esa mente completamente desapegada de la realidad. Deslizó la yema de los calludos dedos por la superficie de una mesa, su mano se tiñó marrón por la sangre seca, se acercó los dedos a la nariz y le gustó el aroma, como un mortal disfruta el aroma de las flores, él lo hacía con el de la sangre podrida, porque eso daba un toque diferente, el hecho de que esa sangre fuese más polvo que líquido y estuviera ahí, en ese sitio, días, semanas, meses enteros. Sus ojos, azules como los del más terrible de los habitantes del Svartálfaheim se movieron al escuchar el sonido y luego miró a su “anfitrión”, no dijo ni hizo nada, sólo observó.
Un amago de sonrisa se dibujó en su rostro al observar lo que acontecía, definitivamente ese mortal era para considerarse, en el pasado ya en París uno o dos cazadores habían intentado cortarle la cabeza, habían demostrado ser hábiles, tenía que admitirlo, pero este sujeto se salía de toda norma, su crueldad era placentera, pero rara también. Casi siempre era él el ejecutor de los tormentos, la lanza Gungnir, el aullido de Fenrir, el veneno de Jörmungandr, así que le resultaba inquietante quedarse ahí como observador, por fortuna para él, el espectáculo ofrecido valía la pena. Se cruzó de brazos cuando ese pobre idiota que había intentado escapar era descartado como el más vil de los despojos. Se quedó mirando lacónicamente el sitio en el que el cuerpo había desaparecido pero alzó el rostro en cuando su acompañante habló, lo observó entornando la mirada y luego nada, soltó una carcajada que era como su el martillo sagrado Mjölnir golpeara los cielos.
-Qué vas a saber tú del Ragnarök –dijo con desprecio evidente, bajó los brazos y avanzó por el lugar, moviéndose con lentitud, un paso que iba con su corpulencia, pesado e incómodo y decidió cambiar un poco de actitud, aunque no de forma de pensar -¿una ofrenda al vencedor? –Preguntó con retórica y abrió ambos brazos -pues bien, aquí lo tienes, al único sobreviviente al Ocaso de los Dioses –chasqueó la lengua y bajó los brazos una vez más –no hace falta que suceda, no querrás presenciarlo –aquí sólo estaba siendo pedante sin motivación –Hati y Sköll devorarán la luz del cielo y las tres bestias hijas de Loki y Angrboda despertarán de su letargo, antes habrá un invierno tan largo que será llamado el Invierno de Inviernos, el Fimbulvetr, y será tan crudo que un pobre mortal como tú no podría resistirlo –se quedó pensativo un momento –pero una vez que la batalla entre Æsir y Jotuns suceda, sólo yo he de quedar en pie –ahí estaba de nuevo, con esa convicción arrogante y absurda, pero hablaba de tal modo soberbio y seguro que incluso podía hacer dudar al más escéptico. Era el propagador de su mito, de su Edda maldita, de su cantar épico, y siempre que se refería a él era para demostrar el alcance de su obscuridad.
-Sabes demasiado –una ceja se levantó –que me gusta la destrucción y la muerte, quiero decir –su voz sonó incluso divertida, como si le estuviese haciendo un favor al otro al seguirle el juego, en parte así era, pero otra parte de él estaba deseosa de saber qué tanto el otro dominaba la mitología de la que Varg se alimentaba-, así que no busques más, aquí está el motivo de tu ofrenda –retó esta vez y aguardó de nuevo, parado en medio de la casa maltrecha, algo en el ambiente parecía ir muy bien con la figura espeluznante del vampiro. Sin duda ese sujeto era diferente, y de un diferente que podía incluso agradar a Varg si éste tuviera dicha capacidad.
Visto desde afuera, el cazador era lo más cercano que Varg había encontrado a un congénere, y era bastante humillante, pues se trataba de un humano, un humano de entre todos los seres que deambulaban el Midgard, por fortuna hasta el momento no se había percatado de ello, porque entonces quizá perdería los estribos. Por ahora sólo se estaba divirtiendo, que le resultara interesante, digno de destacar no lo exentaba de ser inferior por antonomasia.
Todos los seres lo eran para Varg.
Un amago de sonrisa se dibujó en su rostro al observar lo que acontecía, definitivamente ese mortal era para considerarse, en el pasado ya en París uno o dos cazadores habían intentado cortarle la cabeza, habían demostrado ser hábiles, tenía que admitirlo, pero este sujeto se salía de toda norma, su crueldad era placentera, pero rara también. Casi siempre era él el ejecutor de los tormentos, la lanza Gungnir, el aullido de Fenrir, el veneno de Jörmungandr, así que le resultaba inquietante quedarse ahí como observador, por fortuna para él, el espectáculo ofrecido valía la pena. Se cruzó de brazos cuando ese pobre idiota que había intentado escapar era descartado como el más vil de los despojos. Se quedó mirando lacónicamente el sitio en el que el cuerpo había desaparecido pero alzó el rostro en cuando su acompañante habló, lo observó entornando la mirada y luego nada, soltó una carcajada que era como su el martillo sagrado Mjölnir golpeara los cielos.
-Qué vas a saber tú del Ragnarök –dijo con desprecio evidente, bajó los brazos y avanzó por el lugar, moviéndose con lentitud, un paso que iba con su corpulencia, pesado e incómodo y decidió cambiar un poco de actitud, aunque no de forma de pensar -¿una ofrenda al vencedor? –Preguntó con retórica y abrió ambos brazos -pues bien, aquí lo tienes, al único sobreviviente al Ocaso de los Dioses –chasqueó la lengua y bajó los brazos una vez más –no hace falta que suceda, no querrás presenciarlo –aquí sólo estaba siendo pedante sin motivación –Hati y Sköll devorarán la luz del cielo y las tres bestias hijas de Loki y Angrboda despertarán de su letargo, antes habrá un invierno tan largo que será llamado el Invierno de Inviernos, el Fimbulvetr, y será tan crudo que un pobre mortal como tú no podría resistirlo –se quedó pensativo un momento –pero una vez que la batalla entre Æsir y Jotuns suceda, sólo yo he de quedar en pie –ahí estaba de nuevo, con esa convicción arrogante y absurda, pero hablaba de tal modo soberbio y seguro que incluso podía hacer dudar al más escéptico. Era el propagador de su mito, de su Edda maldita, de su cantar épico, y siempre que se refería a él era para demostrar el alcance de su obscuridad.
-Sabes demasiado –una ceja se levantó –que me gusta la destrucción y la muerte, quiero decir –su voz sonó incluso divertida, como si le estuviese haciendo un favor al otro al seguirle el juego, en parte así era, pero otra parte de él estaba deseosa de saber qué tanto el otro dominaba la mitología de la que Varg se alimentaba-, así que no busques más, aquí está el motivo de tu ofrenda –retó esta vez y aguardó de nuevo, parado en medio de la casa maltrecha, algo en el ambiente parecía ir muy bien con la figura espeluznante del vampiro. Sin duda ese sujeto era diferente, y de un diferente que podía incluso agradar a Varg si éste tuviera dicha capacidad.
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