The Truth We Hide | Privado

por **Luis Felipe de Castilla** Mar Jun 26, 2018 3:48 pm

Recoger del suelo las piezas rotas que siempre habían significado una constante en el resultaba una tarea ardua, aun mucho más difícil que sobrellevar el día a día reconociendo lo que en realidad era. Estaba consciente que el monstruo que yacía dentro de su alma aún existía, no podía negar del todo su naturaleza, pero era también preciso hallar la forma de desvanecerlo de vencerlo de una vez por todas para que sanara por completo y pudiera empezar una vida diferente. Todas las mentiras, los asesinatos, la sangre derramada y el odio latente que sentía parecían diluirse únicamente cuando pasaba tiempo a su lado. Los días venideros después de su separación fueron los más difíciles, muchas veces estuvo a punto de recurrir a métodos menos ortodoxos para salir avante de esa lucha constante. François no necesitaba morir para conocer el infierno, pues a diario ese fuego le consumía, recordándole que por más que lo intentaba su pasado siempre estaba ahí para escupirle en la cara, recordándole la clase de persona que era y que estaba destinada a ser. No obstante esa mañana despertó sobresaltado, con el sudor recorriéndole el cuerpo, tenía que afrontarlo si quería detener por completo el avance que las sombras de la zozobra mermaban en él.

Se dio un baño y se vistió con un par de pantaloncillos marrón. La camisa de algodón aunque un poco maltrecha en algunas partes le daban cierto aire de nobleza, el cuerpo del rubio siempre había sido de admirar y ese don natural resaltaba con facilidad la belleza que atraía a más de uno. Pero en su mente a últimas fechas no existía más que un solo nombre rondando los pasillos de esa consciencia, incapaz de suprimir cada uno de los momentos que vivió un par de meses atrás. Pensó en escribirle un par de veces pero nunca tuvo el valor de tomar la iniciativa, en su interior seguía siendo un hombre cobarde y temeroso. Se calzó con las botas que en su momento pertenecieron a uno de sus amantes, eso era el inglés, una representación de cada memoria rota, bebió un trago para mitigar ese recelo y se encaminó, rumbo a lo desconocido. El aire fresco llenó sus pulmones pronto, una vez que sus pasos le dirigieron a una zona hasta entonces desconocida para él. Atrás estaban todos aquellos lugares repletos de inmundicia y muerte, se hallaba ahora pisando un lugar extraño, era un forastero aventurándose, impulsado únicamente por un sentimiento. Uno que seguía siendo un rompecabezas, buscaba respuestas y si no era en ese lugar no estaba seguro donde más las podría hallar.

Un par de carrozas se dirigían al campus de la Academia, las fuentes pertenecían a un conjunto de arquitectura de renombres y el verde del pasto dividía los contornos de cada una de las facultades. Los jóvenes en su mayoría de clase alta caminaban de forma serena a esas horas, con libros en la mano. En efecto François no pertenecía a ese mundo, sus pasos disminuían conforme se aproximaba a la enorme edificación de imponente envergadura, suspiró de mala gana pues se vio rodeado de esa misma sociedad que fuera le recriminaba, le tachaba de escoria por el simple hecho de haber nacido en el lugar y momento equivocado. Se detuvo en seco y cayó en la cuenta que estaba cometiendo una locura ¿Qué iba a decirle a Jacquin? ¿Cómo se iba a presentar ante el aún con la consciencia intranquila?

–Qué demonios hago aquí– susurró en lo bajo y dio media vuelta.

Tan solo un par de pasos le bastaron para que reconociera esa voz, esa que muchas veces logró calmar a la bestia interior, se quedó perplejo sin saber qué hacer mientras un par de miradas más caían sobre su cuerpo.

por **Jacquin Toussaint** Jue Jul 26, 2018 11:55 pm

El día había sido difícil, pero a decir verdad la semana entera lo estaba siendo. Al final tendría que admitir que en sus años de rector del área de ciencias de la Académie, los profesores le habían traído más problemas que los alumnos o sus familias, y esto último sí que era decir mucho. Qué necesidad de vacaciones tenía, poder alejarse un mes entero de toda esa gente para dedicarse a sus investigaciones... que maravilloso sería.

Hacía mucho que no sabía de François y lo lamentaba tanto… ¡cuántas eran las noches en las que despertaba asustado, recordando lo mal que lo había notado la última vez que estuvieron juntos! Oh, si ese hombre supiera lo amado que era… pero parecía no serle suficiente, el dolor con el que François cargaba era tan grande que no le permitía apreciar lo muy amado que era. Desearía tener más oportunidades para demostrárselo, pero él era tan reservado, tan especial... Fran, su Fran.

Ese día no lo había pensado, la pelea entre dos profesores –entre los que había tenido que mediar- ocupaba todo en su mente desde la mañana, quizás por eso –porque no lo esperaba- la alegría fue mayúscula al verlo a lo lejos, cruzando uno de los pasillos. No, no podía ser él. ¿Qué hacía allí Fran? ¡Lo buscaba a él, eso parecía claro! François lo estaba buscando… Jacquin dejó todo lo que estaba haciendo –ya iría más tarde a la biblioteca, no había prisas- para seguirlo. ¿A dónde se estaba dirigiendo?

-François –lo llamó, cuando logró acercarse lo suficiente a él. Siempre había sabido que se trataba de su amante querido, pero poder confirmarlo no tenía precio-. Fran, qué alegría verte –dijo, con tono serio y le tendió la mano para que se la estrechase, como si se tratase de cualquier alumno de allí, el pasillo estaba concurrido y no quería arriesgarse-. Tengo tus papeles, acompáñame a mi oficina, por favor.

Caminó junto a él sin decir nada, sin poder expresar la alegría que lo dominaba. Jacquin se cruzó con muchos alumnos que lo saludaron y él hizo lo propio, pero no se detuvo a hablar con ninguno, tenía cosas más importantes que hacer. La idea de volver a besar a Jacquin le provocaba un cosquilleo en el estómago y le despertaba ya una molesta erección.

En cuanto llegaron, Jacquin le dio paso al hombre y cerró la puerta pesada de madera con dos vueltas de llave. Sin decir nada más se lanzó a la boca de François y lo besó con deseo, con hambre, con añoranza.

-Te he necesitado tanto –le confesó, sin vergüenza de ningún tipo mientras lo abrazaba con fuerza-. Temí no volver a verte, pero aquí estás, has venido a buscarme…

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