AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Our Truth {Privado}
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Our Truth {Privado}
La reina Catalina de Médicis había sido controvertida en la historia del reino de Francia, una figura compleja en un período de tiempo muy convulso y a la que se había admirado tanto como se la había criticado. Yo no había tenido la oportunidad de conocerla personalmente porque en aquella época preferí encontrarme en las pequeñas repúblicas de la Península Italiana, bebiendo del arte que aquella suerte de cornucopia ofrecía en abundancia para todos aquellos que disfrutábamos de él, pero sí conocía su legado, y parte de ello se debía a que ahora parte de él me pertenecía. El Palais des Tuilleries pasaba casi desapercibido ante la grandeza del Louvre pese a que durante la Revolución había sido la residencia de los reyes, una vez abandonado Versalles. Se encontraba en su mismo recinto, separado de este por los frondosos jardines por los que pasear era un auténtico placer, y yo lo mantenía en todo su esplendor más por respeto al arte que escondían sus salones que por el hecho de haberse tratado de un palacio real desde su construcción, hacía ya algunos siglos, aunque hubiera sido el Rey Sol a quien le debía su aspecto actual. Los muebles aparecían bien cuidados y lustrosos, me había encargado de mandar limpiar las pinturas y los frescos a conciencia, y periódicamente enviaba a obreros de los que estaban a mi cargo a revisar la construcción del edificio para detectar cualquier falla que pudiera sumirlo en la ruina. El abandono de un monumento es su peor enemigo, especialmente si lo que se desea es mantenerlo en pie, y dado que aquel era un símbolo del París de una antigua era me había tomado como misión personal mantenerlo de la manera más íntegra posible, de ahí que me encontrara allí aquella noche, revisando los detalles que más me preocupaban de toda la construcción.
Todas las estancias del Palais pasearon bajo mi ojo experto, cada detalle erróneo lo anotaba en una libreta de piel que había traído conmigo y que después sería entregada a los maestros artesanos de más pericia para que los solucionaran en el período más corto de tiempo. Aquella actividad, que probablemente a alguien con menos pericia le hubiera llevado toda la noche, a mí apenas me costó un par de horas, lo suficiente para que fuera el momento de volver a dirigirme al otro Palais del conjunto, al hermoso Louvre. Debía agradecer precisamente a mi posición como directora y administradora del recientemente creado museo haber desarrollado la capacidad de analizar los problemas de una obra de arte con actitud crítica y ser capaz de solucionarlos por mí misma; a mi posición, claro, pero también a mi edad. Había vivido lo suficiente para saber los detalles de cada estilo constructivo y qué problemas solían aquejar los edificios de todo tipo, ya fueran iglesias góticas de muros tan delgados que las vidrieras parecen querer sustituir a la piedra o robustas construcciones de antes del año mil, donde lo que más importaba era la solidez, no la exhibición del talento constructivo. Aunque me cuidaba muy mucho de proclamar tal conocimiento a capa y espada, sí que me enorgullecía ser capaz de convertirme en la principal conservadora de mis colecciones sin depender de nadie que pudiera querer abusar de una ignorancia que no poseía, en absoluto. La confianza extrema en las personas, especialmente en los seres humanos, nunca había sido mi fuerte, ni siquiera como mortal, pues recordaba a la perfección que no habían sido monstruos quienes me habían arrancado de mi hogar, sino personas como lo había sido yo, como ya jamás seguiría siéndolo yo. El vampirismo y la relación con seres tan complejos como lo había sido (¿o era? Lo ignoraba) Ciro se habían encargado de convertirme en una criatura pétrea en apariencia, a la que le hacía falta un gran impulso para demostrar sentimientos.
Con aquellos pensamientos rondándome atravesé el enorme Jardin des Tuilleries en dirección a mi museo, el lugar donde si los cálculos no me fallaban tenía una cita en apenas unos minutos con un hombre llamado Dennis Vallespir, que no era un hombre cualquiera, sino un hijo de la luna. Mi relación con los licántropos nunca había sido particularmente cordial, pues había algo en ellos que hacía arder mi sangre y despertaba mis instintos más asesinos sin que pudiera (o quisiera) hacer nada por evitarlo, mas cuando se trataba de negocios no importaba. En esas circunstancias bien podía tratarse mi interlocutor del demonio mismo, en caso de existir, que no me temblaría el pulso a la hora de reunirme con él para conseguir lo que deseaba para mi propio beneficio. Aquella noche mis deseos se habían materializado de una manera absolutamente ajena a la hipotética de mis pensamientos, y habían adoptado la forma de un violín excepcional: uno de los legendarios Schsyagu, lo que podría convertirse en la pieza clave de la exposición sobre música e instrumentos musicales que estaba preparando. Su poseedor era precisamente Monsieur Vallespir, y tal era el motivo por el que ambos sabíamos que lo había citado, una potencial negociación a la que yo acudía dispuesta a hacer lo que hiciera falta por triunfar, incluso dialogar con alguien cuya especie me volvía mucho más violenta de lo que era habitualmente. Por ese motivo, con la certeza de alguien que sabe con certeza qué es lo que ansía, llegué a la estancia coronada por la Gioconda e iluminada por la suave luz de las velas dispuestas lejos de los cuadros, y me senté en uno de los sofás, a la espera de que el guardia nocturno condujera a Dennis Vallespir finalmente frente a mí.
Todas las estancias del Palais pasearon bajo mi ojo experto, cada detalle erróneo lo anotaba en una libreta de piel que había traído conmigo y que después sería entregada a los maestros artesanos de más pericia para que los solucionaran en el período más corto de tiempo. Aquella actividad, que probablemente a alguien con menos pericia le hubiera llevado toda la noche, a mí apenas me costó un par de horas, lo suficiente para que fuera el momento de volver a dirigirme al otro Palais del conjunto, al hermoso Louvre. Debía agradecer precisamente a mi posición como directora y administradora del recientemente creado museo haber desarrollado la capacidad de analizar los problemas de una obra de arte con actitud crítica y ser capaz de solucionarlos por mí misma; a mi posición, claro, pero también a mi edad. Había vivido lo suficiente para saber los detalles de cada estilo constructivo y qué problemas solían aquejar los edificios de todo tipo, ya fueran iglesias góticas de muros tan delgados que las vidrieras parecen querer sustituir a la piedra o robustas construcciones de antes del año mil, donde lo que más importaba era la solidez, no la exhibición del talento constructivo. Aunque me cuidaba muy mucho de proclamar tal conocimiento a capa y espada, sí que me enorgullecía ser capaz de convertirme en la principal conservadora de mis colecciones sin depender de nadie que pudiera querer abusar de una ignorancia que no poseía, en absoluto. La confianza extrema en las personas, especialmente en los seres humanos, nunca había sido mi fuerte, ni siquiera como mortal, pues recordaba a la perfección que no habían sido monstruos quienes me habían arrancado de mi hogar, sino personas como lo había sido yo, como ya jamás seguiría siéndolo yo. El vampirismo y la relación con seres tan complejos como lo había sido (¿o era? Lo ignoraba) Ciro se habían encargado de convertirme en una criatura pétrea en apariencia, a la que le hacía falta un gran impulso para demostrar sentimientos.
Con aquellos pensamientos rondándome atravesé el enorme Jardin des Tuilleries en dirección a mi museo, el lugar donde si los cálculos no me fallaban tenía una cita en apenas unos minutos con un hombre llamado Dennis Vallespir, que no era un hombre cualquiera, sino un hijo de la luna. Mi relación con los licántropos nunca había sido particularmente cordial, pues había algo en ellos que hacía arder mi sangre y despertaba mis instintos más asesinos sin que pudiera (o quisiera) hacer nada por evitarlo, mas cuando se trataba de negocios no importaba. En esas circunstancias bien podía tratarse mi interlocutor del demonio mismo, en caso de existir, que no me temblaría el pulso a la hora de reunirme con él para conseguir lo que deseaba para mi propio beneficio. Aquella noche mis deseos se habían materializado de una manera absolutamente ajena a la hipotética de mis pensamientos, y habían adoptado la forma de un violín excepcional: uno de los legendarios Schsyagu, lo que podría convertirse en la pieza clave de la exposición sobre música e instrumentos musicales que estaba preparando. Su poseedor era precisamente Monsieur Vallespir, y tal era el motivo por el que ambos sabíamos que lo había citado, una potencial negociación a la que yo acudía dispuesta a hacer lo que hiciera falta por triunfar, incluso dialogar con alguien cuya especie me volvía mucho más violenta de lo que era habitualmente. Por ese motivo, con la certeza de alguien que sabe con certeza qué es lo que ansía, llegué a la estancia coronada por la Gioconda e iluminada por la suave luz de las velas dispuestas lejos de los cuadros, y me senté en uno de los sofás, a la espera de que el guardia nocturno condujera a Dennis Vallespir finalmente frente a mí.
Invitado- Invitado
Re: Our Truth {Privado}
¿Cuánto tiempo faltaba para la representación de la incesante Die Zauberflöte en su vida? Lo bastante como para que tuviera que preguntárselo de forma tan abrupta como llegó aquella citación real (y en la actualidad, la prefería antes que los recuerdos de la chiquilla desaparecida). Probablemente hasta dudaría de que semejantes aires de grandeza, nacional e internacional, quisieran permitirle el paso a alguien cuya mente se hallaba tan descontrolada como la de Dennis, de no tratarse de la mismísima Amanda Smith. Por descontado, ésta no sólo se habría acostumbrado a mil y una patologías durante su vasta existencia (¿quizá porque su propia cabeza también las albergaba?), sino que seguramente sabría a lo que atenerse. A fin de cuentas, iba a ser ella, y no él, la anfitriona del encuentro.
La música unía a las naciones, reconciliaba a los amantes y amansaba a las fieras. Muy oportuno que estuviera siendo la encargada de que un par de elementos tan recelosos del otro tuviera una excusa para, aunque sólo fuera, mirarse directamente a los ojos. Normalmente los instrumentos que podían ofrecerse en sociedad, incluso la más elevada, carecían absolutamente del interés de ambos, eran copias de otra copia que había sido copiada antes de que les hubiera dado tiempo a copiar la auténtica. Algo, como decía, carente absoluto de interés, siempre y cuando no se tratara de la marca Schsyagu. Estos violines eran completamente imposibles de imitar, los había concebido por vez primera una familia de carpinteros de siglos y siglos de antigüedad (tal vez, su majestad hubiera tenido la oportunidad de conocerlos), cuyo origen natal todavía no se había resuelto y cuya técnica continuaba impresionando a fabricantes venideros, sin más solución para tener algo parecido que hacerse con el enteramente original. Dennis ya poseía uno, el primero que tocó desde pequeño y que conservaría hasta que su corazón se transformara en madera, por lo que, de repente, que éste fuera a ser el protagonista de la velada no podía sino picarle la curiosidad a niveles que pocas cosas alcanzaban en él. Buen tanto para la administradora del Louvre, tenía que reconocerlo.
La inescrutable mirada de Judith Vallespir debía de estar juzgando aquel encuentro sin ninguna clase de favoritismo, así que ir vestido con algo que no fueran sus mejores galas para acudir al territorio de una reina, estaba completamente descartado. Ya que vivía años bajo la maldición de estar incumpliendo uno de sus difuntos deseos (aunque sería más acertado llamarlo 'órdenes'), qué menos que respetar las enseñanzas protocolarias de su tía cuando el ostentoso gobierno de los Países Bajos reclamaba su presencia en París. Frac oscuro de corte militar y botas de un cuero de notable calidad, y sin más preámbulos, partió en carruaje hacia el museo junto a su mayordomo jefe, el cual dejó allí a cargo del violín una vez llegaron a su destino, cuyas indicaciones fueron custodiarlo cerca del edificio hasta nuevo aviso mientras él atendía a la señorita Smith (bonita forma de referirse a la monarquía). Ella le contaba en su misiva que quería hablar de dicho instrumento, pero no había especificado el qué ni para qué, y como cabía suponerse, él no iba a llevar encima algo de tanto valor (sobre todo sentimental) así como así, ni siquiera ante una reina de sus magnitudes. Primero, las condiciones. Después, quién sabía... (aunque muchos estirados lisonjeros le habrían soltado ya una retahíla de lecciones sobre cómo complacer siempre a la realeza)
No era su primera vez en el Louvre, conocía prácticamente cada recoveco accesible al público de toda clase, pero fue guiado por la suntuosa autoridad del lugar por una senda que debía de haber pisado muy poca gente. Bendita arquitectura, bendito arte, a rasgos generales, que ya podía estar a punto de sufrir la peor reunión de su vida, que aquellas paredes siempre le harían creer que se encontraba entre los pezones de Afrodita. Era incapaz de dejar de contemplar cada detalle a su alrededor, incluso si su memoria fotográfica le había restado importancia a los análisis desde que le mordieran en el hombro, y agradeció que sus guías anunciaran que habían llegado a su destino segundos antes de tener delante a la propietaria de cuanto se habían ido merendado sus ojos, ya que eso le dio tiempo a cambiar su expresión a una más recia. Rodeado de tanta magnificencia, había llegado a olvidar incluso la razón por la que había acabado allí embobado, y no quería que algo como la fascinación de un niño se reflejase en su cara.
Majestad –saludó, después de que su nombre fuera anunciado y después el suyo, aun cuando ninguno necesitaba presentación, y menos ella. Luego de hacer la debida reverencia con la cabeza, Dennis se inclinó ligeramente a la espera de que la dama levantara su mano de forma firme, pero delicada, y una vez realizado el besamanos, la miró desde la frialdad cromática de sus ojos (frialdad que era compartida en esa mezcla de azul y verde que descubrieron muy parecida) a la distancia tan próxima que habían quedado, y que fue tan efímera como intensa tras retirarse él por fin hacia atrás y esperar a que les dejaran a solas. Según se veía, los rumores acerca de la belleza de esa mujer no habían exagerado un ápice; su rostro felino y su marfileña presencia hacían honor a sus vampíricas descripciones, y de no ser así, el hombre tan sólo habría tenido que guiarse por la hipnosis que seguía comprobando de sus pupilas. Peligro, sin duda alguna-. A ojos de los buenos modales, no soy quién para realizar este juicio, pero jugáis con la salud de vuestros admiradores al prestarme así vuestra atención. Es decir, a mí después de a mi instrumento.
Y con eso último, Judith Vallespir se debía de estar revolviendo en su tumba, porque su sobrino podía hacer caso de su vocecita para asuntos ceremoniosos, pero lo que hiciera como individuo una vez delante de la reina, era ya asunto suyo.
La música unía a las naciones, reconciliaba a los amantes y amansaba a las fieras. Muy oportuno que estuviera siendo la encargada de que un par de elementos tan recelosos del otro tuviera una excusa para, aunque sólo fuera, mirarse directamente a los ojos. Normalmente los instrumentos que podían ofrecerse en sociedad, incluso la más elevada, carecían absolutamente del interés de ambos, eran copias de otra copia que había sido copiada antes de que les hubiera dado tiempo a copiar la auténtica. Algo, como decía, carente absoluto de interés, siempre y cuando no se tratara de la marca Schsyagu. Estos violines eran completamente imposibles de imitar, los había concebido por vez primera una familia de carpinteros de siglos y siglos de antigüedad (tal vez, su majestad hubiera tenido la oportunidad de conocerlos), cuyo origen natal todavía no se había resuelto y cuya técnica continuaba impresionando a fabricantes venideros, sin más solución para tener algo parecido que hacerse con el enteramente original. Dennis ya poseía uno, el primero que tocó desde pequeño y que conservaría hasta que su corazón se transformara en madera, por lo que, de repente, que éste fuera a ser el protagonista de la velada no podía sino picarle la curiosidad a niveles que pocas cosas alcanzaban en él. Buen tanto para la administradora del Louvre, tenía que reconocerlo.
La inescrutable mirada de Judith Vallespir debía de estar juzgando aquel encuentro sin ninguna clase de favoritismo, así que ir vestido con algo que no fueran sus mejores galas para acudir al territorio de una reina, estaba completamente descartado. Ya que vivía años bajo la maldición de estar incumpliendo uno de sus difuntos deseos (aunque sería más acertado llamarlo 'órdenes'), qué menos que respetar las enseñanzas protocolarias de su tía cuando el ostentoso gobierno de los Países Bajos reclamaba su presencia en París. Frac oscuro de corte militar y botas de un cuero de notable calidad, y sin más preámbulos, partió en carruaje hacia el museo junto a su mayordomo jefe, el cual dejó allí a cargo del violín una vez llegaron a su destino, cuyas indicaciones fueron custodiarlo cerca del edificio hasta nuevo aviso mientras él atendía a la señorita Smith (bonita forma de referirse a la monarquía). Ella le contaba en su misiva que quería hablar de dicho instrumento, pero no había especificado el qué ni para qué, y como cabía suponerse, él no iba a llevar encima algo de tanto valor (sobre todo sentimental) así como así, ni siquiera ante una reina de sus magnitudes. Primero, las condiciones. Después, quién sabía... (aunque muchos estirados lisonjeros le habrían soltado ya una retahíla de lecciones sobre cómo complacer siempre a la realeza)
No era su primera vez en el Louvre, conocía prácticamente cada recoveco accesible al público de toda clase, pero fue guiado por la suntuosa autoridad del lugar por una senda que debía de haber pisado muy poca gente. Bendita arquitectura, bendito arte, a rasgos generales, que ya podía estar a punto de sufrir la peor reunión de su vida, que aquellas paredes siempre le harían creer que se encontraba entre los pezones de Afrodita. Era incapaz de dejar de contemplar cada detalle a su alrededor, incluso si su memoria fotográfica le había restado importancia a los análisis desde que le mordieran en el hombro, y agradeció que sus guías anunciaran que habían llegado a su destino segundos antes de tener delante a la propietaria de cuanto se habían ido merendado sus ojos, ya que eso le dio tiempo a cambiar su expresión a una más recia. Rodeado de tanta magnificencia, había llegado a olvidar incluso la razón por la que había acabado allí embobado, y no quería que algo como la fascinación de un niño se reflejase en su cara.
Majestad –saludó, después de que su nombre fuera anunciado y después el suyo, aun cuando ninguno necesitaba presentación, y menos ella. Luego de hacer la debida reverencia con la cabeza, Dennis se inclinó ligeramente a la espera de que la dama levantara su mano de forma firme, pero delicada, y una vez realizado el besamanos, la miró desde la frialdad cromática de sus ojos (frialdad que era compartida en esa mezcla de azul y verde que descubrieron muy parecida) a la distancia tan próxima que habían quedado, y que fue tan efímera como intensa tras retirarse él por fin hacia atrás y esperar a que les dejaran a solas. Según se veía, los rumores acerca de la belleza de esa mujer no habían exagerado un ápice; su rostro felino y su marfileña presencia hacían honor a sus vampíricas descripciones, y de no ser así, el hombre tan sólo habría tenido que guiarse por la hipnosis que seguía comprobando de sus pupilas. Peligro, sin duda alguna-. A ojos de los buenos modales, no soy quién para realizar este juicio, pero jugáis con la salud de vuestros admiradores al prestarme así vuestra atención. Es decir, a mí después de a mi instrumento.
Y con eso último, Judith Vallespir se debía de estar revolviendo en su tumba, porque su sobrino podía hacer caso de su vocecita para asuntos ceremoniosos, pero lo que hiciera como individuo una vez delante de la reina, era ya asunto suyo.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 242
Fecha de inscripción : 14/02/2012
Localización : Bajo el dedo de Judith
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Our Truth {Privado}
Antes que verlo con mis propios ojos escuché sus pasos, resonando con firmeza contra las paredes del museo; antes que oírlo, incluso, pude percibir su aroma, conducido por la tranquila brisa que producían sus miembros en movimiento, y que era una curiosa mezcla entre licantropía y humanidad, sin decidirse por una o por la otra por completo. Había elegido la fecha de aquella cita en base al calendario lunar, en una época que no se encontrara demasiado cercana a la luna llena, pues mis experiencias anteriores con hombres lobo me habían enseñado que eran enemigos dignos de tener en cuenta si, por las circunstancias que fueran, se terminaba combatiendo contra ellos. Pese a que mi intención fuera pacífica en aquella velada y a que mis armas fueran únicamente dialécticas para tratar de convencerlo de que me prestara su violín, prefería asegurarme todas las posibilidades que estaban a mi alcance, como el escenario del encuentro o, incluso, su temporalización. Él y yo seríamos los protagonistas, evidentemente, mas el atrezzo a nuestro alrededor estaba absolutamente pensado hasta el último de los encalados de las paredes que nos rodeaban, y eso era algo de lo que yo jamás podría deshacerme nunca, aquella necesidad de jugar en mi terreno, con mis reglas, con alguien que, por naturaleza, era mi enemigo. ¿Lo sería también a raíz de nuestro encuentro? Deseaba con ansia saber la respuesta, probablemente a raíz de la entrada en escena de mi instinto de autoconservación desde el instante en que él se había adueñado de la atmósfera circundante con su esencia, pero mi paciencia milenaria me impelía a aguardar y ver qué nos deparaba un encuentro que, a priori, era de todo menos esperado. Al igual que él, como descubrí en cuanto tuve la oportunidad de verlo frente a mí, con una altura superior a la mía, pero con una presencia igual de poderosa y abrumadora.
– Sin embargo, señor Vallespir, los buenos modales han decidido apretar los párpados con fuerza esta noche y permanecer ajenos a nuestro encuentro. Podéis decir lo que se os antoje, os lo aseguro, pues creo que mi salud no sufrirá como la vuestra por muestras tales de atención... – aseguré, con absoluta certeza de que así era, pues al menos por mi parte estaba dispuesta a escuchar sin que el protocolo tuviera nada que decir en nuestro encuentro. Además, como para asegurarme de que todos los presentes en aquella estancia tan llena de arte que casi lo respiraba, despaché con una mano a los sirvientes que aún permanecían allí, vigilantes y atentos por si cualquiera de nuestros deseos podía ser cumplido en un instante. Era una decisión un tanto arriesgada, si tenía en cuenta que él seguía siendo un hijo de la luna llena, mas no creía que fuera a ponerme en peligro voluntariamente, al menos no en el encuentro de aquella noche. Tal vez fuera impresión mía, pero sospechaba que él había acudido a verme con la misma curiosidad que él me había provocado a mí desde antes incluso de posar mi mirada sobre si figura, alta y espigada, y de buena tinta sabía que el interés podía ser un bálsamo pacificador de casi cualquier cosa, especialmente de relaciones que solamente eran tensas por naturaleza, pero que bien podían dulcificarse si fuera necesario.
– Por favor, acompañadme. Tenemos mucho de lo que hablar, y no me gustaría que lo hiciéramos de pie aunque ambos podamos aguantar sin despeinarnos y sin que nos afecte lo más mínimo. Es, más bien, una cuestión de comodidad a la que no me gustaría renunciar, ni ahora ni en nuestra conversación, así que si sois tan amable... – con voz comprensiva, sonreí cordialmente tras mi proposición y le hice una señal para que me siguiera, mucho menos autoritaria que la que había hecho a mis sirvientes, pues era más una invitación que una orden.
Como sospechaba desde el instante en que había decidido poner en práctica mi propuesta, él aceptó y me acompañó a través de las estancias que nos separaban de una rodeada de arte de la península itálica, con varios cómodos divanes dispuestos para una mejor contemplación de la pintura que aparecía, mágicamente iluminada por la luna, en cada una de las paredes. Además, en una mesa auxiliar cercana a un diván de terciopelo rojo había dos copas con vino tinto, oscuro, de la zona de Burdeos, que prestamente me habían servido los criados antes de que se marcharan, siguiendo una orden mía anterior. Así, había conseguido que la bebida se oxigenara y que estuviera en su punto cuando le pasé una copa con cuidado, pues el cristal tan fino del que estaban hechas era, en muchas ocasiones, extremadamente delicado.
– Espero que perdonéis que me haya tomado tantas libertades, había pensado que lo más apropiado para que esta sea una conversación cordial era que ambos estuviéramos cómodos, pero por supuesto, vos no tenéis por qué beber o echaros si no lo deseáis. Como os he dicho, este espacio es libre, y mi opinión acerca de mi interlocutor no cambiará sencillamente porque no decidáis seguir el protocolo. – aseguré, y siguiendo mi propio consejo respecto a las libertades me recosté en el diván cómodamente, como hacía tantos siglos había visto a mis amos hacer en Roma cuando se trataba de una cena o una simple visita formal. A veces las formas aún me traicionaban respecto a mi pasado como humana, ya fuera como bárbara o como esclava, y en aquel instante el Monsieur Vallespir había sido testigo, aunque lo ignorara, de hasta qué punto había permanecido cerca de mi época como humana.
– Mi interés no radica únicamente en vuestro instrumento, mas supongo que eso ya os lo habréis imaginado. Contadme, si sois tan amable, algo de vos; mis fuentes no ahondaron mucho en vuestro pasado por respeto a vuestra intimidad, pero no puedo evitar sentir curiosidad. – propuse, sólo para, después, mojarme los labios en el exquisito vino que había seleccionado para nosotros.
– Sin embargo, señor Vallespir, los buenos modales han decidido apretar los párpados con fuerza esta noche y permanecer ajenos a nuestro encuentro. Podéis decir lo que se os antoje, os lo aseguro, pues creo que mi salud no sufrirá como la vuestra por muestras tales de atención... – aseguré, con absoluta certeza de que así era, pues al menos por mi parte estaba dispuesta a escuchar sin que el protocolo tuviera nada que decir en nuestro encuentro. Además, como para asegurarme de que todos los presentes en aquella estancia tan llena de arte que casi lo respiraba, despaché con una mano a los sirvientes que aún permanecían allí, vigilantes y atentos por si cualquiera de nuestros deseos podía ser cumplido en un instante. Era una decisión un tanto arriesgada, si tenía en cuenta que él seguía siendo un hijo de la luna llena, mas no creía que fuera a ponerme en peligro voluntariamente, al menos no en el encuentro de aquella noche. Tal vez fuera impresión mía, pero sospechaba que él había acudido a verme con la misma curiosidad que él me había provocado a mí desde antes incluso de posar mi mirada sobre si figura, alta y espigada, y de buena tinta sabía que el interés podía ser un bálsamo pacificador de casi cualquier cosa, especialmente de relaciones que solamente eran tensas por naturaleza, pero que bien podían dulcificarse si fuera necesario.
– Por favor, acompañadme. Tenemos mucho de lo que hablar, y no me gustaría que lo hiciéramos de pie aunque ambos podamos aguantar sin despeinarnos y sin que nos afecte lo más mínimo. Es, más bien, una cuestión de comodidad a la que no me gustaría renunciar, ni ahora ni en nuestra conversación, así que si sois tan amable... – con voz comprensiva, sonreí cordialmente tras mi proposición y le hice una señal para que me siguiera, mucho menos autoritaria que la que había hecho a mis sirvientes, pues era más una invitación que una orden.
Como sospechaba desde el instante en que había decidido poner en práctica mi propuesta, él aceptó y me acompañó a través de las estancias que nos separaban de una rodeada de arte de la península itálica, con varios cómodos divanes dispuestos para una mejor contemplación de la pintura que aparecía, mágicamente iluminada por la luna, en cada una de las paredes. Además, en una mesa auxiliar cercana a un diván de terciopelo rojo había dos copas con vino tinto, oscuro, de la zona de Burdeos, que prestamente me habían servido los criados antes de que se marcharan, siguiendo una orden mía anterior. Así, había conseguido que la bebida se oxigenara y que estuviera en su punto cuando le pasé una copa con cuidado, pues el cristal tan fino del que estaban hechas era, en muchas ocasiones, extremadamente delicado.
– Espero que perdonéis que me haya tomado tantas libertades, había pensado que lo más apropiado para que esta sea una conversación cordial era que ambos estuviéramos cómodos, pero por supuesto, vos no tenéis por qué beber o echaros si no lo deseáis. Como os he dicho, este espacio es libre, y mi opinión acerca de mi interlocutor no cambiará sencillamente porque no decidáis seguir el protocolo. – aseguré, y siguiendo mi propio consejo respecto a las libertades me recosté en el diván cómodamente, como hacía tantos siglos había visto a mis amos hacer en Roma cuando se trataba de una cena o una simple visita formal. A veces las formas aún me traicionaban respecto a mi pasado como humana, ya fuera como bárbara o como esclava, y en aquel instante el Monsieur Vallespir había sido testigo, aunque lo ignorara, de hasta qué punto había permanecido cerca de mi época como humana.
– Mi interés no radica únicamente en vuestro instrumento, mas supongo que eso ya os lo habréis imaginado. Contadme, si sois tan amable, algo de vos; mis fuentes no ahondaron mucho en vuestro pasado por respeto a vuestra intimidad, pero no puedo evitar sentir curiosidad. – propuse, sólo para, después, mojarme los labios en el exquisito vino que había seleccionado para nosotros.
Invitado- Invitado
Re: Our Truth {Privado}
¿Que le dieran tantas libertades estaría sobrevalorado para los que conocían la parte más insufrible de Dennis? Quién sabía, él por descontado no se atrevería a realizar ningún juicio sobre su propia cabeza cambiante, que a esas alturas acabaría asemejándose a la de un juguete que parecía que estaba roto hasta que se descubría la forma de devolver la pieza a su lugar original. En el fondo, no pudo más que recordar, de nuevo, a su estricta tía al obtener aquella respuesta de la tan aclamada realeza, a la que todos trataban con pies de plomo, menos él cuando llegaba y abría la boca para soltar una bravuconada acerca de 'su instrumento' y… Bueno, 'vuestra majestad' allí presente no era tonta, así que especificar el doble sentido le haría perder toda la gracia, incluso si lo hacía para sus adentros. Digamos que la buena de Judith Vallespir podía tomar nota desde abajo (oh, sí, el cielo no sería para ella) mientras presenciaba aquel encuentro donde tanta insistencia en la etiqueta habría puesto. O mejor no, no le hacía ninguna gracia que su vida estuviera siendo la entretenida representación que contemplaban sus fantasmas del pasado. Hasta un alma condenada como la de él necesitaba un poco de intimidad.
¿Cómo podría rechazar a una monarca que reniega de los modales? –fue su forma de aceptar, y siguió a la reina por las numerosas estancias, mientras intentaba que en aquella ocasión la expresividad de su rostro no se manifestara tan honesta como al principio, poco importaba que su guía le diera la espalda durante el recorrido y sólo tuviera que seguirla sin más. Pronto comprendió que el espacio que había escogido para aquella cita se parecía bastante a su dueña, con todo aquel bagaje histórico que respiraban sus paredes, aquella suntuosidad pareja de la mayor de las fascinaciones y una belleza abrumadora pero innegable. Las sensaciones que había experimentado en el museo de día no se parecían en nada a las que amparaba la vampírica noche, y precisamente por eso sabía que no era por culpa de ella que lo pensaba, sino que en todo caso, la ausencia del sol potenciaba la autenticidad de aquel hecho. Conocer el alcance de Amanda Smith a unas horas que a ella le daban la vida y que a él, en un futuro, lo descontrolarían también era una forma de evidenciar la momentánea tregua que parecía haberse forjado.
En otra ocasión, alguna extraña mueca le habría traicionado nada más ver que el alcohol les estaba aguardando en aquella velada, no porque no se lo hubiera esperado, sino porque su traumática intolerancia aún no dejaba de hacer estragos en su memoria, le gustara o no. Entonces, no obstante, nada de él se había inmutado ante las palabras de su acomodadora, ya que sonaban sinceras y de todas maneras, se conocía de sobras el protocolo de las reuniones sociales en las que siempre se hartaba a ver vino o bebidas semejantes. Ser un abstemio en la clase alta era, sin lugar a dudas, un lujo aún mayor que el precio que costaban las botellas, pero precisamente por eso, no podían pillarle por sorpresa. Si en esos momentos no hubo muestras de desprecio algunas, se debía a que no le interesaba en absoluto ponerle mala cara a su anfitriona y no porque fuera un miembro de la monarquía.
Después de todo, estamos en vuestros dominios y de momento, vuestras 'normas', si bien sé que esta palabra no debe satisfaceros por su inexactitud, están también muy lejos de ser rechazables –respondió a su nueva invitación, aunque tardó unos segundos más que ella en echarse sobre el diván, ya que la perspectiva que pasó a tener de su cuerpo recostado al puro estilo de la aristocracia romana no tenía desperdicio, así como sus expertas sutilezas para comerse con los ojos a una mujer sin traicionar a los recursos que conseguía del entorno. Después de imitarla, aceptó la copa que le había ofrecido, que igualmente no pensaba probar demasiado y, sin embargo, tampoco iba a confesar su turbulenta relación con el alcohol. Simple prevención que rara vez desechaba, pues a nadie de semejantes secretos le interesaría ir revelando sus puntos débiles, de ahí que el bloqueo mental también hubiera estado presente desde el primer pie que había puesto en aquel sitio. Nada apuntaba a que la vampira fuera a hacer uso de la telepatía, pero no hacía falta resaltar lo que se decía acerca de lo bien que estaba prevenir. Puede que Dennis no fuera el mejor estratega de la historia, pero eso era condenadamente básico.
De modo que quería saber cosas acerca de su pasado, ¿eh? Por lo menos, había sido directa y según parecía, la polaridad que Dennis calzaba en aquellos momentos lo valoraba. Ya había bastante con una sola maraña de pensamientos caóticos como para que el velo de la confusión protocolaria aturdiera las intenciones de alguien de la magnitud de Amanda Smith. Dio el primer trago de vino, al tiempo que pensaba en lo que decir y en lo que no, no estaba incómodo pero seguramente a su interlocutora tampoco se le debía de pasar por alto que un hombre como él no era muy dado, de primeras, a revelar mucha información de sí mismo. Sus excentricidades eran conocidas, entre otras cosas, por pertenecer a un noble que no eludía sus obligaciones sociales, pero tampoco renunciaba a la intriga que pudiera suscitar aquella tendencia a ser más bien reservado en lo personal. Y que en numerosas ocasiones también se le relacionara con líos de faldas sólo hacía que engrasar aún más el misterio de esas rarezas.
Poco hay que contar que resulte interesante. Mis tíos, actualmente fallecidos, me criaron en Luxemburgo después de que mis padres murieran cuando yo tenía siete años y he pasado casi toda mi vida allí. Me instalé en París hace más de cinco años, aunque ya había venido aquí una vez, cuando era más joven –hizo una pausa, y miró fijamente hacia sus ojos verdosos antes de llevarse nuevamente la copa a los labios-. Fue entonces que me convertí en un 'hijo de la luna', como creo que lo llaman.
¿Cómo podría rechazar a una monarca que reniega de los modales? –fue su forma de aceptar, y siguió a la reina por las numerosas estancias, mientras intentaba que en aquella ocasión la expresividad de su rostro no se manifestara tan honesta como al principio, poco importaba que su guía le diera la espalda durante el recorrido y sólo tuviera que seguirla sin más. Pronto comprendió que el espacio que había escogido para aquella cita se parecía bastante a su dueña, con todo aquel bagaje histórico que respiraban sus paredes, aquella suntuosidad pareja de la mayor de las fascinaciones y una belleza abrumadora pero innegable. Las sensaciones que había experimentado en el museo de día no se parecían en nada a las que amparaba la vampírica noche, y precisamente por eso sabía que no era por culpa de ella que lo pensaba, sino que en todo caso, la ausencia del sol potenciaba la autenticidad de aquel hecho. Conocer el alcance de Amanda Smith a unas horas que a ella le daban la vida y que a él, en un futuro, lo descontrolarían también era una forma de evidenciar la momentánea tregua que parecía haberse forjado.
En otra ocasión, alguna extraña mueca le habría traicionado nada más ver que el alcohol les estaba aguardando en aquella velada, no porque no se lo hubiera esperado, sino porque su traumática intolerancia aún no dejaba de hacer estragos en su memoria, le gustara o no. Entonces, no obstante, nada de él se había inmutado ante las palabras de su acomodadora, ya que sonaban sinceras y de todas maneras, se conocía de sobras el protocolo de las reuniones sociales en las que siempre se hartaba a ver vino o bebidas semejantes. Ser un abstemio en la clase alta era, sin lugar a dudas, un lujo aún mayor que el precio que costaban las botellas, pero precisamente por eso, no podían pillarle por sorpresa. Si en esos momentos no hubo muestras de desprecio algunas, se debía a que no le interesaba en absoluto ponerle mala cara a su anfitriona y no porque fuera un miembro de la monarquía.
Después de todo, estamos en vuestros dominios y de momento, vuestras 'normas', si bien sé que esta palabra no debe satisfaceros por su inexactitud, están también muy lejos de ser rechazables –respondió a su nueva invitación, aunque tardó unos segundos más que ella en echarse sobre el diván, ya que la perspectiva que pasó a tener de su cuerpo recostado al puro estilo de la aristocracia romana no tenía desperdicio, así como sus expertas sutilezas para comerse con los ojos a una mujer sin traicionar a los recursos que conseguía del entorno. Después de imitarla, aceptó la copa que le había ofrecido, que igualmente no pensaba probar demasiado y, sin embargo, tampoco iba a confesar su turbulenta relación con el alcohol. Simple prevención que rara vez desechaba, pues a nadie de semejantes secretos le interesaría ir revelando sus puntos débiles, de ahí que el bloqueo mental también hubiera estado presente desde el primer pie que había puesto en aquel sitio. Nada apuntaba a que la vampira fuera a hacer uso de la telepatía, pero no hacía falta resaltar lo que se decía acerca de lo bien que estaba prevenir. Puede que Dennis no fuera el mejor estratega de la historia, pero eso era condenadamente básico.
De modo que quería saber cosas acerca de su pasado, ¿eh? Por lo menos, había sido directa y según parecía, la polaridad que Dennis calzaba en aquellos momentos lo valoraba. Ya había bastante con una sola maraña de pensamientos caóticos como para que el velo de la confusión protocolaria aturdiera las intenciones de alguien de la magnitud de Amanda Smith. Dio el primer trago de vino, al tiempo que pensaba en lo que decir y en lo que no, no estaba incómodo pero seguramente a su interlocutora tampoco se le debía de pasar por alto que un hombre como él no era muy dado, de primeras, a revelar mucha información de sí mismo. Sus excentricidades eran conocidas, entre otras cosas, por pertenecer a un noble que no eludía sus obligaciones sociales, pero tampoco renunciaba a la intriga que pudiera suscitar aquella tendencia a ser más bien reservado en lo personal. Y que en numerosas ocasiones también se le relacionara con líos de faldas sólo hacía que engrasar aún más el misterio de esas rarezas.
Poco hay que contar que resulte interesante. Mis tíos, actualmente fallecidos, me criaron en Luxemburgo después de que mis padres murieran cuando yo tenía siete años y he pasado casi toda mi vida allí. Me instalé en París hace más de cinco años, aunque ya había venido aquí una vez, cuando era más joven –hizo una pausa, y miró fijamente hacia sus ojos verdosos antes de llevarse nuevamente la copa a los labios-. Fue entonces que me convertí en un 'hijo de la luna', como creo que lo llaman.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 14/02/2012
Localización : Bajo el dedo de Judith
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Re: Our Truth {Privado}
Aunque había sido capaz de dilucidar que su acento no era francés por su distinta sonoridad, tuve que escuchar de sus labios su procedencia para que las piezas comenzaran a encajar en mi mente y por fin pudiera ubicarlo geográficamente en el plano mental de Europa que se había extendido en mi cabeza. Probablemente fuera culpa de mi natural curiosidad, que me hacía fijarme en cualquier cosa que se saliera de lo ordinario para tratar de comprender su origen y el motivo de que se encontrara fuera de contexto, aunque también era muy posible que se tratara de él y del ansia por saber que me provocaba, también por naturaleza. ¿Cuántos siglos hacía de la última vez que me había encontrado pacíficamente con un licántropo, sin que se tratara de una lucha que me llenaría el cuerpo de heridas e incluso cicatrices? ¿Había llegado a tener algún encuentro tan civilizado con un miembro de una especie que hacía que mi sangre ardiera con un odio que no terminaba de comprender? No lo recordaba, y mi memoria solía ser prodigiosa desde que me habían transformado en una criatura de la noche, más parecida a él de lo que probablemente ambos imagináramos, por lo que aquella era, casi con toda seguridad, una primera vez en mi extenso historial... si es que el encuentro continuaba transcurriendo por los derroteros de la cordialidad. No pensaba, no obstante, que fuéramos a desviarnos de esa vía que indirectamente ambos habíamos acordado establecer; podíamos tener distintos intereses pese a nuestro aspecto común, su instrumento, pero los dos éramos adultos y sabríamos conjugarlos de una manera que resultara mutuamente beneficiosa. Y aun en el caso de que él no supiera, cosa que dudaba porque aún y todo era capaz de ver la inteligencia al lado del salvajismo en sus ojos, yo era muy ducha en el arte de las negociaciones, con lo que siempre podría ayudarlo a continuar con nuestro camino común.
– Sí, así es como lo llaman, aunque creo que esa es una manera insoportablemente simplista de resumir algo tan complejo como la licantropía que corre por vuestras venas. – repuse, acariciando con los dedos el cristal de la copa (una sana costumbre que habitualmente me acompañaba) y mirándolo a los ojos con el mismo cuidado. Podía tener mis más y mis menos con los miembros de su especie, sobre todo por la reciprocidad con la que ellos reflejaban el rechazo natural que sentía la mía, mas debía reconocer que el espectáculo de una transformación lupina era una auténtica obra de arte, y yo del tema sabía bastante: el propio escenario que nos rodeaba daba buena fe de ello.
– Supongo que, a cambio, os interesará saber algo más de mí. Como en mi caso hay unos cuantos siglos que resumir, os diré simplemente que como humana nací en las islas Británicas pero que me trasladé de muy niña a Roma, donde viví un tiempo. Posteriormente me trasladé a Tesalónica y allí conocí al vampiro que me dio el don de convertirme en una bebedora de sangre. – resumí, obviando las partes más desagradables porque apenas lo conocía, y yo era alguien que tenía mi intimidad en muy alta estima, la suficiente para no ir por ahí contando demasiados detalles personales ni siquiera a aquellos pocos afortunados que se sabían próximos a mí. Me habían traicionado en tantas ocasiones, cuando era más joven y sobre todo más inexperta y confiada, que había aprendido a convertirme a mí misma en mi mejor aliada y a la ambigüedad en mi arma de cabecera, tanto como lo era la espada para un guerrero de los que había conocido durante mi infancia, de aquellos con los que me había criado.
Me incorporé un tanto en el diván, lo suficiente para simplemente mover las piernas y que así no acusaran demasiado tiempo la rigidez de una única postura, y volví a clavar los ojos en Dennis Vallespir, mi extraño e interesante invitado. Cuanto más tiempo pasaba frente a él, menos opresor se volvía el aroma a lobo que emanaba por cada uno de los rincones de su cuerpo, como si poco a poco mi olfato fuera acostumbrándose al olor extraño y lo fuera asimilando como pacífico, motivado seguramente por nuestra mutua actitud. No dejaba de resultarme curioso que, pese a mi longevidad, aquella fuera la primera vez que parecía mantenerme pacífica con un licántropo que, no contento con ello, también estaba ganándose mi curiosidad poco a poco, con cada respiración que tomaba y de la que yo era casi dolorosamente testigo.
– Pero no hemos venido aquí a hablar de nosotros, al menos no necesariamente. Debo admitir que aunque siento interés por vos, no me gustaría que olvidáramos el motivo por el que os he pedido que vinierais a mi presencia: el violín. Sin embargo, como no quiero que penséis que carezco de educación y de que impongo mi voluntad sobre la vuestra, ¿seríais tan amable de informarme de vuestras condiciones y de cualquier información relevante respecto a vuestro... instrumento? – propuse, con un tono tan cordial como invitador, e incluso le dediqué una sonrisa amable, a medio camino entre la pura buena educación y la genuina simpatía que por lo pronto me estaba provocando alguien que nunca habría pensado que pudiera caerme bien, siquiera. Y si en eso resultaba estar equivocada por completo, como las circunstancias estaban empezando a demostrar, ¿en qué no lo estaría respecto a aquella especie que había sido un misterio peligroso y prohibido para mí desde mi conversión?
– Sí, así es como lo llaman, aunque creo que esa es una manera insoportablemente simplista de resumir algo tan complejo como la licantropía que corre por vuestras venas. – repuse, acariciando con los dedos el cristal de la copa (una sana costumbre que habitualmente me acompañaba) y mirándolo a los ojos con el mismo cuidado. Podía tener mis más y mis menos con los miembros de su especie, sobre todo por la reciprocidad con la que ellos reflejaban el rechazo natural que sentía la mía, mas debía reconocer que el espectáculo de una transformación lupina era una auténtica obra de arte, y yo del tema sabía bastante: el propio escenario que nos rodeaba daba buena fe de ello.
– Supongo que, a cambio, os interesará saber algo más de mí. Como en mi caso hay unos cuantos siglos que resumir, os diré simplemente que como humana nací en las islas Británicas pero que me trasladé de muy niña a Roma, donde viví un tiempo. Posteriormente me trasladé a Tesalónica y allí conocí al vampiro que me dio el don de convertirme en una bebedora de sangre. – resumí, obviando las partes más desagradables porque apenas lo conocía, y yo era alguien que tenía mi intimidad en muy alta estima, la suficiente para no ir por ahí contando demasiados detalles personales ni siquiera a aquellos pocos afortunados que se sabían próximos a mí. Me habían traicionado en tantas ocasiones, cuando era más joven y sobre todo más inexperta y confiada, que había aprendido a convertirme a mí misma en mi mejor aliada y a la ambigüedad en mi arma de cabecera, tanto como lo era la espada para un guerrero de los que había conocido durante mi infancia, de aquellos con los que me había criado.
Me incorporé un tanto en el diván, lo suficiente para simplemente mover las piernas y que así no acusaran demasiado tiempo la rigidez de una única postura, y volví a clavar los ojos en Dennis Vallespir, mi extraño e interesante invitado. Cuanto más tiempo pasaba frente a él, menos opresor se volvía el aroma a lobo que emanaba por cada uno de los rincones de su cuerpo, como si poco a poco mi olfato fuera acostumbrándose al olor extraño y lo fuera asimilando como pacífico, motivado seguramente por nuestra mutua actitud. No dejaba de resultarme curioso que, pese a mi longevidad, aquella fuera la primera vez que parecía mantenerme pacífica con un licántropo que, no contento con ello, también estaba ganándose mi curiosidad poco a poco, con cada respiración que tomaba y de la que yo era casi dolorosamente testigo.
– Pero no hemos venido aquí a hablar de nosotros, al menos no necesariamente. Debo admitir que aunque siento interés por vos, no me gustaría que olvidáramos el motivo por el que os he pedido que vinierais a mi presencia: el violín. Sin embargo, como no quiero que penséis que carezco de educación y de que impongo mi voluntad sobre la vuestra, ¿seríais tan amable de informarme de vuestras condiciones y de cualquier información relevante respecto a vuestro... instrumento? – propuse, con un tono tan cordial como invitador, e incluso le dediqué una sonrisa amable, a medio camino entre la pura buena educación y la genuina simpatía que por lo pronto me estaba provocando alguien que nunca habría pensado que pudiera caerme bien, siquiera. Y si en eso resultaba estar equivocada por completo, como las circunstancias estaban empezando a demostrar, ¿en qué no lo estaría respecto a aquella especie que había sido un misterio peligroso y prohibido para mí desde mi conversión?
Invitado- Invitado
Re: Our Truth {Privado}
¿A quién se le había ocurrido eso de la enemistad entre vampiros y licántropos? Los moradores de la noche y los hijos de la luna. A primera vista no daban la impresión de ser dos malos avenidos, a fin de cuentas habían sido definidos bajo un tipo de oscuridad donde el ojo humano los juzgaba con el mismo miedo a lo desconocido. Seguramente hubiera una razón milenaria que escapaba al conocimiento de Dennis y quizá incluso al de la propia reina, siendo como era mayor que él, mas no en apariencia (detalle que lo volvía todo incomprensiblemente apetitoso). Demasiados siglos llevaban existiendo sus naturalezas como para pretender buscarles una lógica que en esos precisos instantes estaban echando por tierra con su interacción, pero de todas maneras... ¿Acaso no había que considerar el aporte de las nuevas generaciones? Ah, sí, el jodido señorito Vallespir tenía que seguir siendo un crío en más de una esfera, hasta en el legado de los hombres lobo. Claro que para ser justos, pocos seres vivos podían superar a la vastedad de la luna llena.
Escuchó la historia, o la parte de su historia, que Amanda Smith había decidido contarle, internamente abrumado por estar recibiendo una información tan personal sobre una mujer tan importante. Quizá para ésta fuera perfectamente normal dar detalles sobre su vida pasada como si pusiera en orden, y sin despeinarse, una de las numerosas salas de aquel museo a su cargo, pero con toda sinceridad, lo dudaba. El intercambio de hechos había sido escueto, aunque revelador, lo bastante como para deambular en la intimidad sin adentrarse completamente en ella, ninguno de los dos se ponía unas barreras precisamente fáciles (sólo que con el detalle oculto de la bipolaridad, el hombre podría tener más puntos flacos, desde luego). Por descontado, era un aspecto que no había pensado encontrarse en una cita que a pesar de su intriga inicial, apuntaba a la más fría de las formalidades... erróneamente.
—Curioso que las palabras más acertadas que haya escuchado respecto a 'la licantropía que corre por mis venas' las acabe de pronunciar una 'bebedora de sangre'… —confesó, y se inclinó tranquila, pero certeramente, hacia su asiento para proseguir con un:— Aunque yo también opino que ésa es otra manera desproporcionadamente insultante de simplificar vuestra naturaleza.
Tras oír aquella conclusión que paradójicamente conducía la reunión hacia nuevos derroteros, Dennis sintió que algo en su interior se preparaba para sus trotes impetuosos que nada tenían que hacer (ni querían hacerlo) para cumplir con lo socialmente preestablecido; su seriedad no era más poderosa que su hambre del momento, poco le importaba parecer repentino o quizá precipitado. Tal y como la monarca había aclarado, no habían acudido allí para olvidarse de su querido violín, y dado que parecía contar con el inminente interés de alguien del talante de su anfitriona, de poco servía esperar más tiempo para rivalizar con él. Además, juntos tenían mucho más poder.
Así pues, le pidió que hiciera venir a alguno de sus lacayos para que a su vez, hiciera venir a su mayordomo que aguardaba en el carruaje con el instrumento estrella. Una vez el preciado objeto llegó hasta las manos de su dueño, trasladado por unos y por otros como si fuera el mismísimo grial, Dennis se permitió hacer un gesto con la cabeza al servicio que indicaba un nuevo deseo de privacidad. Justo después de que sacaran el último pie de la estancia, se arrodilló frente a la vampira con el violín extraído cuidadosamente de su funda, y se lo acercó cual dignificada ofrenda, con una solemnidad que lejos de verse aparatosa, rezumaba el mismo respeto por la materia que aquella otra devota podía comprender. Dos perfectos sobrenaturales enfundados en el protocolo de sus estatus, momentáneamente descubiertos y hablando la misma lengua artística.
—Reconozco que no había considerado mostrároslo tan pronto, pero bien pensado, ¿para qué retrasar lo inevitable? —Lo contrario habría sido casi irrespetuoso a juzgar por el resultado inesperado de aquella primera toma de contacto— Es lo mínimo que debería ilustrar este encuentro: que podáis contemplarlo, tocarlo… —continuó hablando, sin moverse de su nueva posición cuando la mujer aceptó el violín, con la mirada fija en las expresiones de su rostro ante la inigualable visión del Schsyagu, sin prestar siquiera atención a los dobles sentidos de su propia voz, tan extasiado del momento como ella. ¿Lo llevaría implícito en su sangre de violinista entonces?— Escucharlo también, si es vuestro deseo que interprete alguna melodía. —sonrió. ¿Estaría a la altura de inundar con arte un espacio que ya era arte de por sí? De golpe y porrazo, no había nada que quisiera averiguar más que eso, no digamos si encima iba a poder comprobarlo de los felinos ojos verdes de la realeza más estimulante que conociera— Perdonadme, creo que he perdido el hilo de lo que antes me habíais preguntado. Queríais que os proporcionara datos relevantes sobre mi instrumento. —Te vas a encontrar muchos tirones de oreja de Judith en el infierno— Este ejemplar lleva en mi familia desde que puedo recordar, fue el primer violín que toqué desde pequeño y con el que aprendí a curtirme. Mi tía me lo regaló, ella siempre tuvo un estricto interés en que dominara esta disciplina y a pesar de que al principio la sintiera como una obligación, no tardé en ser embaucado por el irrevocable hechizo de la música —explicó y su sonrisa se torció un poco, implacable—. Vaya, creo que he acabado dando más información sobre mí que sobre el instrumento en sí mismo… Os pido disculpas. —Aunque la fuerza arrolladora que le abarcaba el rostro no se pareciera en nada a la de alguien acostumbrado a disculparse.
Escuchó la historia, o la parte de su historia, que Amanda Smith había decidido contarle, internamente abrumado por estar recibiendo una información tan personal sobre una mujer tan importante. Quizá para ésta fuera perfectamente normal dar detalles sobre su vida pasada como si pusiera en orden, y sin despeinarse, una de las numerosas salas de aquel museo a su cargo, pero con toda sinceridad, lo dudaba. El intercambio de hechos había sido escueto, aunque revelador, lo bastante como para deambular en la intimidad sin adentrarse completamente en ella, ninguno de los dos se ponía unas barreras precisamente fáciles (sólo que con el detalle oculto de la bipolaridad, el hombre podría tener más puntos flacos, desde luego). Por descontado, era un aspecto que no había pensado encontrarse en una cita que a pesar de su intriga inicial, apuntaba a la más fría de las formalidades... erróneamente.
—Curioso que las palabras más acertadas que haya escuchado respecto a 'la licantropía que corre por mis venas' las acabe de pronunciar una 'bebedora de sangre'… —confesó, y se inclinó tranquila, pero certeramente, hacia su asiento para proseguir con un:— Aunque yo también opino que ésa es otra manera desproporcionadamente insultante de simplificar vuestra naturaleza.
Tras oír aquella conclusión que paradójicamente conducía la reunión hacia nuevos derroteros, Dennis sintió que algo en su interior se preparaba para sus trotes impetuosos que nada tenían que hacer (ni querían hacerlo) para cumplir con lo socialmente preestablecido; su seriedad no era más poderosa que su hambre del momento, poco le importaba parecer repentino o quizá precipitado. Tal y como la monarca había aclarado, no habían acudido allí para olvidarse de su querido violín, y dado que parecía contar con el inminente interés de alguien del talante de su anfitriona, de poco servía esperar más tiempo para rivalizar con él. Además, juntos tenían mucho más poder.
Así pues, le pidió que hiciera venir a alguno de sus lacayos para que a su vez, hiciera venir a su mayordomo que aguardaba en el carruaje con el instrumento estrella. Una vez el preciado objeto llegó hasta las manos de su dueño, trasladado por unos y por otros como si fuera el mismísimo grial, Dennis se permitió hacer un gesto con la cabeza al servicio que indicaba un nuevo deseo de privacidad. Justo después de que sacaran el último pie de la estancia, se arrodilló frente a la vampira con el violín extraído cuidadosamente de su funda, y se lo acercó cual dignificada ofrenda, con una solemnidad que lejos de verse aparatosa, rezumaba el mismo respeto por la materia que aquella otra devota podía comprender. Dos perfectos sobrenaturales enfundados en el protocolo de sus estatus, momentáneamente descubiertos y hablando la misma lengua artística.
—Reconozco que no había considerado mostrároslo tan pronto, pero bien pensado, ¿para qué retrasar lo inevitable? —Lo contrario habría sido casi irrespetuoso a juzgar por el resultado inesperado de aquella primera toma de contacto— Es lo mínimo que debería ilustrar este encuentro: que podáis contemplarlo, tocarlo… —continuó hablando, sin moverse de su nueva posición cuando la mujer aceptó el violín, con la mirada fija en las expresiones de su rostro ante la inigualable visión del Schsyagu, sin prestar siquiera atención a los dobles sentidos de su propia voz, tan extasiado del momento como ella. ¿Lo llevaría implícito en su sangre de violinista entonces?— Escucharlo también, si es vuestro deseo que interprete alguna melodía. —sonrió. ¿Estaría a la altura de inundar con arte un espacio que ya era arte de por sí? De golpe y porrazo, no había nada que quisiera averiguar más que eso, no digamos si encima iba a poder comprobarlo de los felinos ojos verdes de la realeza más estimulante que conociera— Perdonadme, creo que he perdido el hilo de lo que antes me habíais preguntado. Queríais que os proporcionara datos relevantes sobre mi instrumento. —Te vas a encontrar muchos tirones de oreja de Judith en el infierno— Este ejemplar lleva en mi familia desde que puedo recordar, fue el primer violín que toqué desde pequeño y con el que aprendí a curtirme. Mi tía me lo regaló, ella siempre tuvo un estricto interés en que dominara esta disciplina y a pesar de que al principio la sintiera como una obligación, no tardé en ser embaucado por el irrevocable hechizo de la música —explicó y su sonrisa se torció un poco, implacable—. Vaya, creo que he acabado dando más información sobre mí que sobre el instrumento en sí mismo… Os pido disculpas. —Aunque la fuerza arrolladora que le abarcaba el rostro no se pareciera en nada a la de alguien acostumbrado a disculparse.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: Our Truth {Privado}
Los misterios de nuestras naturalezas habían inspirado incontables obras, literarias y no tanto; motivaban al brazo armado de una institución con un enorme poder en las tierras que ambos pisábamos, la Iglesia, y eran además, una fuente inagotable de misterios para aquellos que sospechaban que debía haber algo más allá de ganarse el jornal con el sudor de sus frentes o de acudir a las nuevas factorías a comportarse como esclavos por un puñado de monedas. Aunque lo intentáramos, y estaba segura de que a ninguno de los dos le ofendería una conversación tan larga e intensa lo más mínimo, nos llevaría con toda seguridad la noche completa, y apenas habríamos acabado de compartir nuestras impresiones iniciales, quizá no completamente erróneas pero sí desde luego parciales. Durante toda mi existencia me había enfrentado a licántropos como enemigos, como seres cuyo olor me volvía loca y me hacía desear aniquilarlos a todos y arrancarles la piel a tiras con mis propias manos: mis conocimientos respecto a ellos se limitaban a sus poderes, y sobre todo a qué podía recurrir para herirlos. Jamás se me habría ocurrido recurrir a uno de ellos como aliado, y mucho menos como socio comercial, pues si bien sus vidas eran más largas que las de los seres humanos, no lo eran tanto como la mía lo había sido y seguramente continuaría siendo, y los negocios que pudiera realizar estaban abocados a desaparecer, con el paso del tiempo. No obstante, había terminado contactando con uno de ellos, un ejemplar audaz y pícaro que poseía algo en lo que yo me interesaba, demostrando que jamás debía decirse nunca jamás, por mucho que en el fondo no pudiera quitarme de encima la guardia que levantaba ante un posible enemigo, de cualquier tipo. Probablemente debiera sentirse honrado al respecto, porque eso significaba que le estaba dejando avanzar lo suficiente para esperar una traición por detrás que un ataque frontal, la diferencia entre un conocido o incluso algo más y un simple desconocido.
– Tarde o temprano habríamos terminado llegando a este momento, lo sabéis. Aunque debo reconocer que prefiero que sea temprano, antes que tarde. – repliqué, rápida y divertida, y él procedió a un ceremonial tan cuidado como lo había sido el mío para conducirlo hasta mi terreno, que concluyó con el fantástico violín con nombre propio convirtiéndose en la estrella de la velada… o intentándolo. Porque si bien habíamos acudido ambos allí por el intercambio, mi mirada bailaba de la suave madera barnizada a su dueño, del violín curvado a los rasgos afilados del hombre, Dennis Vallespir, que me lo había ofrecido. Sus palabras aún rebotaban en el aire a nuestro alrededor, o tal vez fuera yo que me había aferrado a ellas y al acento leve que poseía, diferente al mío pero no por ello menos interesante y embriagador, a su extraña manera. Como él, no encajaba dentro de lo que podía entenderse como belleza de la forma clásica que me habían inculcado cuando era una esclava, ni siquiera de la forma salvaje que había aprendido a apreciar cuando era humana; poseía, no obstante, algo, alguna conexión entre sus rasgos que lo volvía imposible de ignorar, aunque no se pudiera poner el dedo exactamente en qué. Como en lo que sí podía colocar los dedos era el violín, con el permiso que él me concedió en cuanto se lo pedí con la mirada, acaricié la madera como si se tratara de la piel de su rostro, si bien estaba segura de que el Schsyagu carecía de las aristas que el hombre delante de mí luciría si le permitía abandonar la fachada diplomática que ambos habíamos decidido portar para aquella reunión, que estaba hundiendo todas las opiniones que había considerado seguras e inmutables acerca de su especie.
– Un ejemplar magnífico. Apenas se aprecian las muestras del uso, pero cuando lo hacen, como aquí y aquí, le dan carácter. Es fascinante. – opiné, acariciando los lugares a los que me había referido, y al igual que él, dejando la vía de un posible segundo o tercer sentido abierta si él deseaba interpretarlo como tal.
Con los siglos había aprendido a domar el violín, un instrumento rabioso y ácido que podía emitir las más bellas melodías, pero al mismo tiempo también las más chirriantes y estruendosas, dependiendo de las manos en las que se depositara aquel maravilloso útil. Anteriormente habían pasado por mis manos los célebres Stradivarius, y si bien me consideraba coleccionista de arte y no de instrumentos musicales, había sabido apreciarlos en toda su magnificencia, con la amplia sombra que proyectaban a su alrededor para todos los entendidos y aquellos que ansiaban adquirir objetos caros y de fama para aumentar su posición social. El violín que acariciaba en aquel momento, no obstante, era completamente diferente, y si bien sabía que parte de esa diferencia se debía completamente a las características propias del instrumento, era perfectamente consciente de que la impronta de su dueño en nuestro encuentro también había ayudado a modificar mis expectativas e impresiones del violín, y aun así era incapaz de dejar de mirarlo. De mirarlos a ambos, en realidad, aunque mi atención pareciera más centrada en el instrumento que en su dueño legítimo, dispuesto a un intercambio conmigo.
– Desearía escucharlo, dado que lo habéis ofrecido con tanta amabilidad. Por supuesto, podría encargarme yo de hacerlo sonar, pero vos sois su legítimo propietario, y además el violín se ha encontrado en las manos de vuestra familia por tanto tiempo que arrebataros el placer de acariciarlo se me antojaría sumamente cruel. – le pedí, y extendí el violín hacia él con un gesto tan delicado como lo habían sido mis caricias a su magnífico instrumento, demasiado breves sin embargo para que ambos pudiéramos haber llegado a disfrutarlas por completo. Acompañé a mi gesto con una amplia y cordial sonrisa, que sugería a la perfección que mi petición era algo que deseaba profundamente que cumpliera, si así lo deseaba… y algo me decía que, efectivamente, así era.
– Tarde o temprano habríamos terminado llegando a este momento, lo sabéis. Aunque debo reconocer que prefiero que sea temprano, antes que tarde. – repliqué, rápida y divertida, y él procedió a un ceremonial tan cuidado como lo había sido el mío para conducirlo hasta mi terreno, que concluyó con el fantástico violín con nombre propio convirtiéndose en la estrella de la velada… o intentándolo. Porque si bien habíamos acudido ambos allí por el intercambio, mi mirada bailaba de la suave madera barnizada a su dueño, del violín curvado a los rasgos afilados del hombre, Dennis Vallespir, que me lo había ofrecido. Sus palabras aún rebotaban en el aire a nuestro alrededor, o tal vez fuera yo que me había aferrado a ellas y al acento leve que poseía, diferente al mío pero no por ello menos interesante y embriagador, a su extraña manera. Como él, no encajaba dentro de lo que podía entenderse como belleza de la forma clásica que me habían inculcado cuando era una esclava, ni siquiera de la forma salvaje que había aprendido a apreciar cuando era humana; poseía, no obstante, algo, alguna conexión entre sus rasgos que lo volvía imposible de ignorar, aunque no se pudiera poner el dedo exactamente en qué. Como en lo que sí podía colocar los dedos era el violín, con el permiso que él me concedió en cuanto se lo pedí con la mirada, acaricié la madera como si se tratara de la piel de su rostro, si bien estaba segura de que el Schsyagu carecía de las aristas que el hombre delante de mí luciría si le permitía abandonar la fachada diplomática que ambos habíamos decidido portar para aquella reunión, que estaba hundiendo todas las opiniones que había considerado seguras e inmutables acerca de su especie.
– Un ejemplar magnífico. Apenas se aprecian las muestras del uso, pero cuando lo hacen, como aquí y aquí, le dan carácter. Es fascinante. – opiné, acariciando los lugares a los que me había referido, y al igual que él, dejando la vía de un posible segundo o tercer sentido abierta si él deseaba interpretarlo como tal.
Con los siglos había aprendido a domar el violín, un instrumento rabioso y ácido que podía emitir las más bellas melodías, pero al mismo tiempo también las más chirriantes y estruendosas, dependiendo de las manos en las que se depositara aquel maravilloso útil. Anteriormente habían pasado por mis manos los célebres Stradivarius, y si bien me consideraba coleccionista de arte y no de instrumentos musicales, había sabido apreciarlos en toda su magnificencia, con la amplia sombra que proyectaban a su alrededor para todos los entendidos y aquellos que ansiaban adquirir objetos caros y de fama para aumentar su posición social. El violín que acariciaba en aquel momento, no obstante, era completamente diferente, y si bien sabía que parte de esa diferencia se debía completamente a las características propias del instrumento, era perfectamente consciente de que la impronta de su dueño en nuestro encuentro también había ayudado a modificar mis expectativas e impresiones del violín, y aun así era incapaz de dejar de mirarlo. De mirarlos a ambos, en realidad, aunque mi atención pareciera más centrada en el instrumento que en su dueño legítimo, dispuesto a un intercambio conmigo.
– Desearía escucharlo, dado que lo habéis ofrecido con tanta amabilidad. Por supuesto, podría encargarme yo de hacerlo sonar, pero vos sois su legítimo propietario, y además el violín se ha encontrado en las manos de vuestra familia por tanto tiempo que arrebataros el placer de acariciarlo se me antojaría sumamente cruel. – le pedí, y extendí el violín hacia él con un gesto tan delicado como lo habían sido mis caricias a su magnífico instrumento, demasiado breves sin embargo para que ambos pudiéramos haber llegado a disfrutarlas por completo. Acompañé a mi gesto con una amplia y cordial sonrisa, que sugería a la perfección que mi petición era algo que deseaba profundamente que cumpliera, si así lo deseaba… y algo me decía que, efectivamente, así era.
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