|~ Cacería extra matrimonial ~|

por **Kerevan Flouritte** Miér Mayo 23, 2012 12:25 pm

Ella dormía, como siempre. Se iba muy temprano a la cama, confiando en que su esposo pasaba las horas de oscuridad trabajando sin descanso. No solía equivocarse, normalmente cuando se ocultaba el sol, el vampiro salía de su hogar para ir al sanatorio mental, lugar donde trabajaba y donde, realmente, le gustaba estar. Sin embargo a veces se escapaba un par de horas antes de ir, o tenía noches libres. Normalmente las aprovechaba para yacer con algún desconocido, encontrar un joven dispuesto a compartir su cama con un hombre del que no sabían nada.

Aunque podía usar sus poderes para este fin, muchas veces prefería que no fuera así. Era mucho más entretenido que un humano cayera en sus redes por voluntad propia a estar cansándose tan solo para desfogarse por un rato. Como siempre que salía, se ponía sus ropa de calidad, un traje negro que le daba porte aun más elegante e intimidatorio dado su tamaño. Usaba sombrero pues no quería llevar pelucas ni nada parecido de esas modas que habían en París.

Sus pasos apenas resonaban por las calles parisinas mientras las paseaba de forma calmada, observando el ir y venir de la gente, nada interesante por el momento. Se paró frente a un par de establecimientos que estaban cerrando, uno de joyas, otro de hierbas y remedios caseros. Tras pensarlo mucho dio unos cuantos pasos atrás para volver a la primera tienda, entrando antes de que echaran el cierre.

Se decidió a comprarle un bonito collar a su esposa, para mantenerla contenta. Las mujeres eran fáciles de complacer. Regalos, palabras que quisieran escuchar, hacerlas sentir importantes...todas funcionaban más o menos igual. Como fuera, con el regalo dentro del bolsillo de su chaqueta volvió a salir de allí, esta vez sin embargo, notando un agradable olor en la calle que le hizo pasarse la punta de la lengua suavemente por los labios. Al parecer, había encontrado algo interesante esta vez. Así que despacio siguió el rastro hasta un muchacho, moreno, guapo. Sonrió, buscando su mirada para poder meterse en su mente y descubrir qué le había llevado allí, pudiendo encontrar así una forma de abordarlo.

por **Donatien Tautou** Vie Mayo 25, 2012 2:14 am

Una certera verdad es aquella que dice que cuando alguien aboca su tiempo a una tarea que le interesa y/o apasiona la noción del tiempo se pierde por completo.
Las horas se hacen minutos y los minutos segundos. La presencia del Sol arriba con el amanecer, luego brilla luminosamente al mediodía y muere en el horizonte con los tonos rojizos y naranjas propios del atardecer. Finalmente, el cielo se torna oscuro y los astros le adornan galantemente… Y a veces no hay noción mínima siquiera en las personas de cuándo sucedió todos y cada uno de aquellos cotidianos, pero excepcionales sucesos.

La anulación completa del entorno era algo que Donatien conocía muy bien. Consciente o no de ello, el joven tendía a sumergirse por completo en un mundo enteramente ajeno al que residía. Cada vez que los textos referidos a sus estudios se adentraban a su mente por medio de sus azulados ojos -mismos que apenas se despegaban de las hojas escritas muy de vez en cuando, por el mero hecho de recordar el horario de cierre de la Biblioteca de la Universidad- el joven experimentaba una perdida absoluta del trascurso normal del tiempo. Necesidades tales como despejarse, comer algo o intercambiar alguna que otra palabra y sonrisa con sus compañeros se tornaban obsoletas. Su sed de conocimiento, de entender el porqué de ciertos misterios de la mente humana y por sobre todo, de ser el mejor alumno del profesor van Otterloo nublaban por completo en su cabeza cualquier otro pensamiento que no fuese sino el estudiar.
El buscar inquieta e incansablemente la sabiduría jamás podría tomarse como una obsesión, no, no para él.

- La biblioteca cerrará en dos minutos, no lo diré otra vez joven Tautou - repitió con voz hastiada la veterana encargada de aquel inmenso archivo atestado de altas estanterías maderadas rebosantes de innumerables volúmenes con toda clase de escritos.

Cerró la gruesa tapa de aquel libro creado por Maine de Biran, sonriendo al pensar que algún día podría conocer al aclamado psicólogo y erudito. O tal vez, en el mejor de los casos, si seguía adquiriendo conocimientos al ritmo presente podría incluso llegar a un excelso ejercicio su carrera tal y como el señor de Biran.
- ¡Lo siento! No volverá a ocurrir de nuevo - respondió sonriendo, teniendo presente incluso que ya era como la quinta ocasión en que prometía lo mismo. Apoyó el libro en el mostrador de la encargada para entregárselo y tras una leve reverencia, le deseo buenas noches, esperándola ver a la mañana siguiente como ya era costumbre.

La noche había caído hacía buen rato. Pudo percibirlo por la falta de gente en las calles. A medida que las horas transcurrían en París, el número de personas en los bulevares disminuía notoriamente.
Últimamente la gente vivía con un sentimiento de temor muy palpable. Los periódicos se encargaban de generar ese efecto en la población, acribillando con malas noticias, siempre referidas a misteriosos asesinatos de los cuales las autoridades no tenían pista alguna de los culpables siquiera.
Donatien creía que mientras más miedo resguardara uno en su interior, más las chances de que algo malo le sucediese. No gustaba en absoluto opacar su optimismo por un sentimiento que, pese a ser basado en la realidad de la ciudad era inmensamente exagerado por los medio de la prensa escrita.

Camino a su hogar, sintiendo el aire fresco de la noche sobre sus cabellos y rostro, hacía lo que siempre; regalar sonrisas. Aquellos ojos ajenos que se plantaran en los del mancebo recibían aquel inocente obsequio del cual Donatien estaba encantado de poder ofrecer. Su candidez le llevaba a creer que regalando sonrisas incluso a aquellos que no conociese, las personas recibirían una gota de alegría, de optimismo para finalizar la jornada con mayor ánimo.

Los comercios comenzaban a cerrar sus puertas. Trató de recordar si necesitaba de algo para la cena, pero nada se presentó en su mente. Continuo su andar como de costumbre hasta que se vio en la obligación de pausar su andar ante el cristalino escaparate de una tienda de libros. Observó alguno de los títulos nuevos que habían llegado al establecimiento. Ninguno le llamó la atención realmente. Volvió su mirada a la calle y lentamente emprendió su andar. Sus ocelos se cruzaron con los de un caballero. Extrañamente la mirada se prolongó más de lo que sería un simple choque de vistas. Donatien no tardó en proyectar aquella radiante e involuntaria sonrisa, que parecía activarse automáticamente con el mirar ajeno. Sin embargo tras aquel gesto, la característica timidez del joven no tardó en presentarse, por lo que éste optó por detenerse nuevamente y desviar sus ojos hasta la vidriera de una herboristería, a pocos pasos de la tienda de libros anteriormente vislumbrada.
Le pareció gracioso no saber aún como reaccionar ante aquello mismo que el buscaba; ver a los demás para ofrecerles una gratuita y amable sonrisa.

por **Kerevan Flouritte** Vie Mayo 25, 2012 7:27 pm

Una simple sonrisa era capaz de abrir mil y una puertas. En ese momento la del muchacho, sumado al contacto visual y a esa repentina timidez que mostró, hicieron que el vampiro lo fijara sin lugar a dudas, como su objetivo de esa noche. Debía reconocer que sentía debilidad por los muchachos que mostraban ese punto tímido, confiado y manejable. Probablemente porque para "varonil y seguro" ya estaba él, no necesitaba a otro que le hiciera sombra, eso sin duda le irritaría sobremanera. Cada uno debía tener clara su posición, aunque fuera para un simple encuentro, una conversación o un intercambio de saludos. Para él era algo de vital importancia, una norma no escrita.

Se planteó durante unos instantes cómo abordarlo, como preparar el terreno. Pero finalmente decidió que dada la timidez del muchacho, quizás se lo pasaría mejor torturándolo un poquito, observando hasta qué punto podía llegar esa aparente vergüenza que mostraba. Igual era hasta una fachada. Descubrir esas cosas lo mantenían entretenido...demasiados años de vida, sin duda.

Avanzó los pasos que lo alejaban de él, colocándose a su lado y fingiendo mirar la vitrina, como si cualquier cosa de lo que hubiera allí pudiera interesarle, simples hierbas. Sonrió suave, mirando el reflejo del muchacho en el cristal.

- Había llegado a pensar que jamás lograría encontrar los ojos más hermosos de París...- murmuró con voz suave, dejando que un tono calmado y seductor se hiciera dueño de cada una de sus palabras - Pero sin duda me equivoqué. - se giró un poco entonces, para mirarlo directamente a él y no a través del espejo - También pensé que los portaría una dama, otro error por mi parte. - sus labios se ladearon un tanto, formando ahora un gesto juguetón, casi divertido - Creo que esta noche podría considerarme afortunado si me permitierais conocer vuestro nombre y el sonido de vuestra voz. Los cuales estoy seguro de que acompañarán perfectamente a esas dos increíbles orbes que me habéis enseñado hace apenas unos instantes.

Y así directamente le entraba a un muchacho. Podría equivocarse, estar tratando de "cortejar" a alguien que no tenía ese tipo de interés...pero no, podría poner la mano en el fuego porque no se equivocaba, esas cosas se notaban, más aun él. De todas formas si no fuera así, ¿quién le impedía jugar con su mente? Nadie, ese muchacho ya era suyo, fuera para una conversación incómoda, para una ceja espontánea o para un breve encuentro intenso. Eso ya lo decidiría el curso de los acontecimientos y el interés que el humano despertase en el inmortal.

por **Donatien Tautou** Miér Mayo 30, 2012 3:06 pm

Su rostro se mantenía frente al cristal al tiempo sus ojos lentamente delineaban, analizaban la textura de aquellas hierbas, algunas secas y otras con el verdor propio de la frescura de las plantas aún vivas.
Queriendo distraerse se preguntó como olerían aquellos tallos resecos de romero. Inspiró el aire nocturno, buscando en su mente el recuerdo de tal aroma, siempre presente en las deliciosas comidas que su abuela elaboraba con tanta facilidad. Él jamás había alcanzado aquel gusto característico, enigmático de las preparaciones de la estimada anciana.

Uno, dos, tres… Percibió hasta cuatro pasos. Al quinto pudo denotar vagamente una presencia a su lado. Estática, contempladora e inmóvil, exactamente como la de él. Quizás fuese alguien realmente interesado en el mundo de las hierbas y en las innumerables propiedades que éstas poseían, quien sabe.

Sus ojos miraron por encima de su hombro, curiosos de saber si el caballero con el que había cruzado tan particularmente su mirada aún seguía allí, más la sorpresa fue dada cuando aquellas envolventes, acarameladas palabras resonaron en los oído opuesto a donde Donatien posaba la vista.
Tragó saliva, la que sintió descender lenta y dificultosamente por su anudada garganta. Volteó titubeante, como queriendo hacerlo y a la vez no. Sus azulinos nuevamente vislumbraron aquellos ojos ajenos. Claros como el cielo matutino, pero con un dejo de opacidad particular que curiosamente los hacía más llamativos, singulares.
El joven no pudo ver mucho más, pues con voluntad o sin ella su cabeza descendió instantáneamente obligando a que el único espectro de vista del muchacho fuesen los oscuros adoquines de la acera.
El calor súbito no tardó en presentarse en las palmas de sus manos, así también en su rostro, centrándose en sus demarcados pómulos, ahora enrojecidos por un sentimiento de vergüenza y nerviosismo que Donatien no podía controlar, incluso al tener las explicaciones psíquicas de porque se daba aquel estado en su persona. Pero esos detalles en él iban mucho más allá de todo conocimiento que el mismo pudiese tener sobre la mente humana y sus formas de reacción ante determinadas circunstancias.

¿Qué decir? ¿Cómo contestar amenamente a aquellas palabras, que después de todo no eran sino dulces e inoportunos halagos? El mancebo jamás se había visto en dicha situación. Aunque conocía de recibir agasajos ajenos a los que solía responder con un agradecimiento y una tierna sonrisa, sentía que no yacía en la misma tesitura que en otras ocasiones. Y no sabía por qué exactamente. Aunque la verdad radicaba en que jamás había sido abordado de esa forma por un hombre ¿Lo anhelaba? No, pero tampoco estaba cerrado a que un día sucediese, en otro escenario y eventualidad por supuesto. Ideales que la candidez del joven aún no dejaba escapar de su corazón.

- Mi… mi nombre es Donatien, señor - respondió entrecortado, como si las palabras fuesen desertando temerosamente sus secos labios, los que remojó velozmente con su húmeda lengua. Silentemente podía percibir todas aquellas minuciosidades que reflejan su vergüenza, su nerviosismo casi infantil. Los dedos índice y mayor de una de sus manos repicaban incansablemente sobre una de sus piernas. Su mirada se movía de un lado a otro pero jamás se levaba hacia el rostro ajeno. Y sus labios se resecaban una y otra vez al no saber que pronunciar, que y como decir algo.

- Las hierbas tienen muchas propiedades medicinales - que comentario estúpido ¿Acaso podía haber dicho algo más fuera de lugar? Su simpatía innata contrastaba con aquel deseo de hacerse niebla y simplemente perderse en las calles cuan acto de magia con total de evadir aquella situación que más que incomodarle, le demostraba lo ingenuo que aún era para enfrentarse a determinadas cosas.

Inhaló con fuerzas, llenando sus pulmones de aire y valentía, alzo la cabeza y posó sus ojos nuevamente en el desconocido caballero. Denotó facciones demarcadas, delineados labios y un semblante muy varonil. Antes de llegar a aquellos enigmáticos orbes diáfanos lo esperado sucedió; la mirada de Donatien yacía en los suelos nuveamente.

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