Degustando el café [Elysee]

Me levanté de mi lecho saboreando el dulce aroma del rocío que perlaba los pétalos de las violetas. Me detuve un tanto a mirarlas, su color siempre despertaba mi envidia, ¿por qué no podía ser yo tan hermosa como aquellas flores? Arranqué un pétalo y me lo pasé por debajo de mis fosas, saboreando el cálido aroma y el tacto que provocaba. Llevaba puesto un camisón de franela color blaco sucio, era una de mis mejores prendas interiores, importada de Sevilla, ciudad del sur de España. Se lo compré en una subasta a una pobre señora poco agraciada de rostro que vendía todas sus pertenencias por haberse quedado en una situación económica excasa. Me miré al espejo observando cada curva y cada linea que trazaba las arrugas del camisón. Luego me lo quité dejando ver mi frágil cuerpo desnudo. La ventana estaba abierta y por eso pude presenciar que mi cuerpo se crispó al notar la ventisca.
Busqué algo en mi armario, tenía cinco o seis vestidos preciosos, pero no eran nada sencillos, uno tenía volantes por doquier, otro se encontraba surcado de estampados de cuadros y con un cuello varco, el color del tercero me desagradaba, odiaba el amarillo y los demás simplemente los deseché por cabezonería.
Llamé a mi criada, Elissa, una mujer robusta y con un fuerte acento inglés. Mi padre la encontró medio muerta en las zonas bajas de Paris, hace menos de un año. Le dio cobijo y comida y en esos momentos era mi sirviente. Tenía un trato especial con ella, no era así con todas las mujeres desde la muerte de mi querida madre. Pero era tan diferente a las otras, tan preocupadas por la clase social que tendría su futuro esposo o yerno. Odiaba la gente superficial, pero Elissa era tan humilde.
Mientras me colocaba un precioso corsé blanco yo le preguntaba por mi padre, hacía semanas que no se le veía por la casa y yo ya andaba preocupada por él, era la única familia que me quedaba. Elissa me respondió que estaba muy ocupado en la consulta, había una plaga de insectos que absorvían toda la sangre que querían hasta dejar secos a los demás. Estaba muy ocupado y dormía por la noche en la misma consulta.
Miré el cielo, todavía no serían las nueve de la tarde, llegaba bien de hora. Me puse una falda larga, también blanca y me miré de nuevo al espejo. Pedí a Elissa que se marchara y cogí mi cepillo. Me lo pasé por mis enmarañados cabellos y estos me los recogí en un informal moño con algunos mechones sueltos queriendo. Me hice con un poco de dinero, ahorrado por los pequeños trabajos que hacía en España, y luego cogí un abrigo de piel.
Salí de casa y andé apresuradamente hasta llegar al interior de Paris. Dentro aprecié la vista de jóvenes a mis zonas puras y me sentí halagada. Sonreía a todo el que se cruzaba en mi camino, algunos se quitaban el sombrero en gesto cortés, otros me dedicaban alguna que otra sonrisa pícara y hasta hubo alguno que no se percató de mi existencia. Llegué a mi destino, una cafetería que habría tanto de noche como de día, allí me cité con mi café. Quería degustar el buen café Francés, hacía tiempo que no lo hacía y esa cafetería sin duda alguna era una de las mejores. Entré en la estancia. Era oscura para algunos visitantes pero cálida y perfecta para mí. Todo lo relacionado con la impureza o la oscuridad me atraía desde que era niña. Me senté en una silla bastante cómoda, en la mesa había una carta de bebidas. La acogí en mis manos y comencé a leerla hasta dar con el café que deseaba. Atraje la atención del camarero, un hombre agraciado de cara pero tambien bastante mayor para llevármelo a dar una vuelta. Además, quería ser discreta y con ese hombre tan grande y robusto no lo conseguiría.
Me tomó la carta y aguardé en silencio unos minutos, esperando a que aquel hombre me trajera mi café.

Mis ojos estaban fijos en las nubes oscuras que comenzaban a cubrir el cielo parisino, oscureciendo las calles de esa ciudad e indicándome que la noche llegaba, que la ciudad entera me esperaba. Que era el momento de dejar que mis tacones pisaran el suelo de ese maravilloso lugar en el que vivía, era el momento idóneo de comenzar a vivir. Y es que, pese a que muchos lo digan, la noche no tiene porqué significar el fin del día, sino el principio y más cuando eres una hija de la noche, un ser inmortal, eterno.

Abrí ligeramente la ventana de mi cuarto, dejando que el aire frío entrara por mi boca, recorriera mi garganta y llegara hasta mis pulmones.
El viento que se colaba por la estrecha rendija que había abierto, mecía mi pelo, haciendo que se enredara en su corriente invisible.
Sonreí ante la caricia de aquél viejo amigo, cuando alguien llamó a la puerta. Con un gesto hice que pasara el sirviente, para que me ayudara a vestirme. Con mis manos retiré mi cabello mientras me ponía el vestido y abrochaba los cordones de la espalda.
Cuando estuve lista, le dediqué una fría sonrisa y salí a la calle, recorriendo el lugar con parsimonia, de forma lenta. Dejando que mis ojos se fijaran en cada detalle de la ciudad, y permitiendo que mi cuerpo disfrutara de los olores tan deliciosos que los humanos que había por la calle desprendían. Por suerte para ellos, no hacía mucho que me había alimentado, pero había que reconocer que eran muy tentadores, ciertamente.

Mi pequeños pies se detuvieron ante una cafetería, un lugar más o menos agradable que parecía entretenido. Esperaba que no fueraun antro vulgar, lleno de borrachos y demás que a la mínima oportunidad intentaban seducir a diversas mujeres, de forma patética y algo torpe, por supuesto. Abrí la puerta lentamente y entré en el lugar, inspeccionándolo con una falsa y fría sonrisa en mis labios.
Me acerqué a la barra y pedí una copa de vino, del mejor que tuvieran, y después me senté en una de las mesas, esperando con algo de impaciencia que llegara el camarero.

Suspiré, de forma algo irritada mientras observaba como el susodicho se dedicaba a alagar a cada una de las mujeres, de forma zafia y vulgar. Definitivamente, los modales no eran algo que tuvieran ahora los jóvenes. De verdad, era algo indignante.
Varios minutos despues, el joven se acercó y puso encima de mi mesa una taza de un líquido marrón oscuro, casi negro. Lo miré fijamente, aunque él no se percató, pues ya se había alejado. Café. Me había traido café. ¿Y qué quería que hiciera con eso? ¿Bebérmelo? Estaba comenzando a enfadarme, y eso nunca era algo bueno. No iba a montar un numerito ahí delante, y menos uno de mis espectáculos. Eso era algo decadente, impropio de mí.

Mientras esperaba a que me trajeran el café, distinguí una figura entre todas las que estaban allí. Era una muchacha muy hermosa, de tez pálida pero denotaba algo moreno en su piel. Tenía un cabello castaño y fino que despejaba una cara compuesta por unos ojos pequeños y algo rasgados. Parecía una mujer de clase para estar en esa cafetería. Pero bueno, yo también era de clase alta y me encontraba allí, esperando a saborear el café más caro que podría haber en aquel lugar.
La muchacha al principio estaba en la barra, escuché que pedía una copa de vino. Luego se dirigió a una mesa y poco después, miró a un camarero que poco antes estaba cortejeando a cada una de las mujeres del local. Afortunadamente no se acercó a mí, solo me echó una simple mirada cargada de intento de seducción, a su desfortuna, yo le respondí con un reproche.
El camarero se acercó a ella y le trajo un café, algo que ella no había pedido. La muchacha se mostraba furiosa y me pregunté si esa bebida era la que todavía, después de cinco o diez mintuos esperando no me había traido. Decidí levantarme y dirigirme hacia su mesa.
- Perdone, buen señor. Pero creo que ese café iba dirigido hacia mi mesa. Llevo un largo tiempo esperando y me he encontrado que ha servido a esta señorita antes de darme la taza de café a mí. Además, mi curiosidad inundó mi ser y no pude reparar en no escuchar la pedida de esta señorita, discúlpeme mi lady. - Me dirigí inclinando un poco mis rodillas, en muestra de reverencia. - Así que si no le importa, buen hombre. Lleve mi café a mi mesa y a esta señorita sírvele su copa de vino. - Le indiqué con mi mano donde se encontraba quitándome un guante y dejando entre ver mis manos, las piezas más preciosas que tenía.

Volví a llamar al camarero, que vino con una sonrisa como si hubiera conseguido captar mi atención, algo muy lejos de la realidad.
Esbocé una fría sonrisa y mo miré fijamente, esperando a que se diera cuenta de su error, pero nada. Que no había forma.

Una joven se levantó de su mesa y se dirigió a la mía. Mis ojos se clavaron en los de ella, por unos segundos para después pasar a los del muchacho. Sin duda toda una falta de profesionalidad y atención. Suspiré y sacudí la cabeza.
Volví hacia la chica y escuché atentamente sus palbras.

-No se preocupe, querida-le contesté con una reverencia ligera, pues la posición en la que estaba no me permitía más que mover la parte de arriba de mi cuerpo-pero por favor, siéntese. Es algo aburrido pasar la velada sola, seguro que me entretiene con un buen tema de conversación.

Con un gesto la invité a tomar el asiento que tenía delante, devolviéndole lo que al parecer era suyo. Tal vez así el camarero se diera cuenta de que yo no había pedido eso y me traía la copa de vino que había pedido.
Cuando se alejó miré a la chica y sonreí de lado.
-Soy Elysee Bathory-me presenté.

Acepté la invitación de la dama y volví a indicarle al camarero que depositara la taza de café en la mesa de ésta. Me senté en frente de ella y me quité cuidadosamente el guante blanco. Seguidamente cogí el asa de la preciosa taza y soplé un poco al líquido para luego vertirlo cuidadosamente por mi garganta hasta llegar al estómago.
- Mi nombre es Lilianne Dugarry, encantada. - Me presenté mientras dejaba cuidadosamente la taza de café en la mesa. - Ha sido muy amable por dejarme pasar este rato con usted, Madame Bathory. La verdad es que llevaba un tiempo sin visitar Paris y está todo muy cambiado, ¿no cree? - hablé mirándola fijamente a sus oscuros ojos.
Pensé en mi padre, hacía un tiempo había tomado como esposa a una joven destartalada vecina nuestra. Ella quiso mandarme a una casa en la ciudad, pero mi padre necesitaba ayuda, se encontraba muy mal y ya no podía trabajar... Para colmo a mi llegada me encontré con que mi madrastra tenía un hijo de mi edad y se quedaría a vivir con nosotros... Volvía dentro de dos semanas de un viaje de estudios, como yo hice hace dos años. Necesitaba un tiempo libre, para situarme y para estar tranquila y dejar mi casa a un lado. Ya era un caos de por sí....

-Es un placer-le dije esbozando una sonrisa cuando se sentó.

La verdad es que, a pesar de que en el local no todos podían presumir de una buena educación, la chica poseía unos muy buenos modales y es que estos no sólo se demuestran en la forma de actuar, sino también en la de hablar y caminar. Son cientos de miles de detalles que hay que pulir poco a poco con el paso del tiempo, algo que a mí, por descontado, me sobra.

Escuché sus palabras y me tomé la libertad de mirar por la ventana, a través del cristal, como si así pudiera observar todos los cambios que esa bella ciudad había sufrido de forma lenta, pero imparable.

Muchos estaban en desacuerdo, pero yo creía que el progreso siempre era bueno, aunque sin dañar demasiado el corazón de la ciudad, pues me encantaba y sería una verdadera lástima. Y era por ese motivo por el cual, cuando escuchaba algún plan de acabar con viejos e inservibles edificios, como desgraciadamente muchos los llamaban, me irritabla notablemente, aunque intentaba controlar mis nervios, por el bien de los humanos que me rodeaban y por el mío propio. No está bien visto perder los estribos en público.

-La verdad es que sí. Está todo muy cambiado-le contesté posando mis ojos en los suyos y llevándome mi copa a los labios-¿Y qué ha venido a hacer a este lugar? si se puede saber por supuesto.

No quería que me tomara por una metiche como tantas existían en las calles de París, tan sólo se trataba de una pregunta de cortesía, para conocer un poco más a la persona que tenía delante.

La observé de nuevo apreciando cada detalle de su rostro. Sus ojos brillaban de manera inhumana, no sabría cómo explicarlo. Tomé un sorvo a mi taza de café.
La miré de nuevo y contesté a su pregunta formulada:
- Hacía tiempo que no digustaba un café como éste.
Aprecié la sala, con tantas personas inmundas, algunas borrachas se podría decir. Podría decirse que de ese lugar la dama llamada Elysee Batory y yo fuésemos las que más clase social tendríamos.
Vi cómo el camarero echaba a un viejo de cabellos enmarañados y bigote mal cuidado. Estaba empapado y en el momento en el que pasó por nuestro lado tuve que oler el hedor que éste desprendía. Adopté mueca de asco pero luego, al ver que éste desaparecía por la puerta a trompicones de nuevo bebí un poco de mi café y le pregunté a mi acompañante:
- ¿Y a usted qué le trae por aquí?

El lugar no era, precisamente, el más adecuado para alguien como la muchacha que tenía enfrente ni para mí, eso era cierto.

La malaeducación, la grosería y por qué no decirlo, el desorden eran los reyes en ese café, que estaba muy alejado de lo que estaba acostumbrada, pero que sin duda era también parte de la maravillosa ciuadad que era París, que permitía que en sus calles existieran toda clase de personajes, cada uno únicos, pero desgraciadamente muchos de ellos sin ninguna clase de educación.

Habló sobre el café y yo esbocé una sonrisa cortés, mientras llevaba mi copa a mis labios y bebía un pequeño trago de ese maravilloso líquido rojo, solamente superado por el sabor de la sangre.

¿Qué me traía por aquí? Esa era una muy buena pregunta, francamente.
-Pues mi querida señorita-comencé a decir-Lo que me ha traido a este lugar, es las ganas de contemplar París en todo su esplendor, y es que adoro esta ciudad. ¿Ha usted no le parece maravillosa?