Donde entran dos, entran cuatro [Privado]

Ramona, el ama de llaves había recibido una carta para el señor de la casa, Santini, Extraño le pareció ver que el sello estaba medio fundido, como buena mujer de confianza sin preguntas, y cuestionamientos dejo la carta sobre el escritorio del Patrón, que ya llevaba cuatro días seguidos encerrado en la biblioteca, Ramona tenía prohibido hacer preguntas, más sabia que Marko andaba últimamente algo extraño dos señoritas le habían hecho visita, una había estado solo escasos minutos y la otra aun permanecía con él. La ama de llaves sabía muy bien los problemas que aquejaban al brujo así que prefería no meterse en donde no la llamaban, les dejaba comida en la puerta y te, muchos te, así lo había pedido Santini.

“¿Ahora que encontraste a tu hermana pensaste que yo me iba a salir de tu vida?” la risa se intensifico en la cabeza de Marko, la enfermera que lo acompañaba ya le había curado las heridas que él se había auto infringido para dejar de escuchar aquella voz que tanto lo atormentaba. Liz, la chica que le había traído las dagas le había enseñado de buena manera como hacer de las heridas profundas y dolorosas, el con una gran bolsa de francos le había pagado, eso hacía cuatro días atrás. Ahora Fanny, la enfermera, le había logrado bajar la fiebre y hacerle unas buenas suturas en la pierna y los brazos. – Santini, no sé que pretendía con todo esto, pero Liz me dijo que me necesitaba y no ha parado – la molestia en las palabras de la joven hacían que Marko se sintiera aun peor de lo que ya estaba, su ánimo – Solo pretendía… - no poda decirlo, no quería que Fanny una antigua amiga lo tratara de loco, aunque ella predecía algo mas no con certera – Bueno solo estaba practicando… quería un poco de dolor, ya sabes lo loco que estoy – fueron las palabras más cuerdas que había dicho en esos largos días. – Gracias Fanny, prometo la próxima vez que nos veamos salir a cenar – aun seguía teniendo esa picardía que nadie ni nada podía opacarla. “Que bien que aun tienes buenas y zorras amigas que vienen hacerse las lindas y perras contigo” La molestia de Eris era el gran causante de que Marko quisiera salir en ese momento, pero permaneció en silencio con su cabeza, para discutir con ella tenía que estar completamente solo.

Pocas horas pasaron y la enfermera abandono la residencia Santini, el brujo por su parte ya se le veía más repuesto, sentía un leve dolor en el brazo pero nada que unas hierbas pudieran adormecerlo, se paseo por la mansión, revisando cada rincón, pronto llegaría otra invitada, quizás la única mujer con la que podía hablar de locura, por el momento en su cabeza no había más que silencio “ Maike, esa cría llegara solo a desordenar tu vida, veras como deja tu existencia en el limbo de tu mísera vida, veras como la muerte se apoderada de tus celeste y como si fuera poco, tu vida quedara derrumbada, sé que me escuchas y hablare hasta el final de tus días” y como lo venía haciendo desde que había recobrado la conciencia callo. Fue hasta su escritorio una torre de papeles había en el, pensó - Solo fueron cuatro días – con un suspiro tomo la carta que estaba sobre todos, decía su nombre y la abrió con cuidado. La sorpresa llego a él cuando vio que era una invitación, la sonrisa en el rostro del brujo se ensancho aun mas. A buenas y primera le pareció una excelente idea.

Se vistió de etiqueta, típico en él cuando había una invitación de por medio, “De seguro alguna cortesana queriendo un poco de dinero” la dejo quejarse, Eris lo único que hacía era eso, ya no le serbia, ni ayudaba ahora se había convertido en un verdadero fastidio. Sintió como el vacio volvía a apoderarse de él y apretando el borde de la mesa donde descansaba un florero lo lanzo al suelo escuchando como este se trisaba y rompía en mil pedazos – Que me pasa, maldita sea – dijo en un grito que se apodero de su garganta, tenía que salir, él y Eris lo sabían. EL carruaje lo espero fuera de la casa, sin preámbulos ni asuntos cordiales solo le paso la invitación al Chofer el ya sabía que tenía que hacer. Minutos más tardes y recobrando la cordura vio que el teatro estaba desocupado, leyó la invitación de nuevo, y en ese momento reparo en que era privado, ahora entendía las palabras de Eris, sonrió simplemente “Vez… aun te sirvo” dijo ella con su típica voz.

El hombre empujo la puerta y se adentro por los pasillos, no fue al palco, no era necesario, el silencio melódico que existía en ese momento parecía una droga para sus oídos, para sus sentidos, era algo que necesitaba, el escenario iluminado diviso a los dos cuerpo ahí, una más perfecto que el otro, no dijo nada, solo llego hasta una butaca en medio de aquel teatro y tomando asiento quedo hipnotizado por lo que sus ojos veían, dos gotas igualmente de agua. Aquellas dos mujeres tenían y habían logrado capturar su entera atención.