AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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De lo que dicen los leones (Levana Maréchal~Flashback)
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De lo que dicen los leones (Levana Maréchal~Flashback)
Recuerdo del primer mensaje :
Muchos decían que Éline no servía para otra cosa que fuera estar loca, y ella se lo creyó tanto que loca acabó.
¿Quién la trajo hasta allí? No se sabe. Ella insiste en que un diablo sin cuernos, cuyo contacto abrasaba. El mismo Sol, incluso, pudo haberla llevado, porque sentía pena por la pelirroja. "Allí estarás bien", le habían dicho. Encerraron al señor Maspero en una jaula de grillos, y poco a poco se lo estaban devorando. Éline quería llorar por él, pero en aquel sitio no la dejaban. Le preguntaban "¿Por quién lloras?", y ella decía "Por el señor Maspero, en la jaula de grillos". Y si pedía ir a verlo, se lo negaban rotundamente.
Demonios, todos ellos.
La llevaron a un cuarto gris y oscuro. Ella pensó que hacía juego con sus entrañas, que eran ya cenizas. El frío de aquel cuarto goteaba de todas partes, y se derretía en forma de barro, moho y hongos. Apestaba a orina. "Cadáver" Todos allí eran parduzcos como la cetrina.
Estuvo allí mucho tiempo, suplicando por el señor Maspero. Querían llevarla a ella también a una jaula de grillos, o de hienas, más bien. Porque allí todos reían sin ton ni son. De forma desquiciada, necia, macabra, estruendosa: loca. Y Éline quería quitarles esa puta risa de la boca, arrancarles la lengua, y los labios, y los dientes, para ver si así dejaban de hacer ruido.
Luego, las gotas de locura empezaron a caer. Hacían tic tac en su cabeza. Muchas veces seguidas. "Tic, tac, tic, tac". Hacían conciertos en su cabeza. Muchas veces seguidas. "Balada triste de trompeta" Como la canción. ¿Cómo era? Ah, sí. Empezaba sin ritmo y luego acababa.
Y al tercer día, a Éline le ardían los ojos, se le apretaron las tripas, se le hizo un nudo en la garganta y apretó los dientes. Se retorció en el suelo, se contrajo, sujetándose el vientre para que no se le abriera de aversión. Dio puñetazos, gritó, se contrajo otra vez. Vomitó dos o tres veces. Allí nadie acudió. "El problema...el problema es el olor, es el frío, son los huesos, el cuerpo y el alma. El problema...sabes cuál es el problema"
Como no tenía allí al señor Maspero para que le dijera que éso estaba mal, la demente cogió la cruz de madera podrida que había el lecho y la arrojó al suelo. Los locos de la celda de al lado chillaron y graznaron como urracas, y Éline quiso arrancarles la lengua otra vez.
A la desquiciada se la llevaron a otro lugar. Uno que empezaba por I, de infierno. Era mucho más desolador que el otro, porque allí no hacía ni si quiera frío. Y la pelirroja se sentía más cerca de la Nada, justo el lugar de donde procedía. Pensaba ya la perturbada que iba a volver a la ausencia.
Pero al cabo de poco tiempo, llegó la presencia de una fuerza indómita.
¿Quién la trajo hasta allí? No se sabe. Ella insiste en que un diablo sin cuernos, cuyo contacto abrasaba. El mismo Sol, incluso, pudo haberla llevado, porque sentía pena por la pelirroja. "Allí estarás bien", le habían dicho. Encerraron al señor Maspero en una jaula de grillos, y poco a poco se lo estaban devorando. Éline quería llorar por él, pero en aquel sitio no la dejaban. Le preguntaban "¿Por quién lloras?", y ella decía "Por el señor Maspero, en la jaula de grillos". Y si pedía ir a verlo, se lo negaban rotundamente.
Demonios, todos ellos.
La llevaron a un cuarto gris y oscuro. Ella pensó que hacía juego con sus entrañas, que eran ya cenizas. El frío de aquel cuarto goteaba de todas partes, y se derretía en forma de barro, moho y hongos. Apestaba a orina. "Cadáver" Todos allí eran parduzcos como la cetrina.
Estuvo allí mucho tiempo, suplicando por el señor Maspero. Querían llevarla a ella también a una jaula de grillos, o de hienas, más bien. Porque allí todos reían sin ton ni son. De forma desquiciada, necia, macabra, estruendosa: loca. Y Éline quería quitarles esa puta risa de la boca, arrancarles la lengua, y los labios, y los dientes, para ver si así dejaban de hacer ruido.
Luego, las gotas de locura empezaron a caer. Hacían tic tac en su cabeza. Muchas veces seguidas. "Tic, tac, tic, tac". Hacían conciertos en su cabeza. Muchas veces seguidas. "Balada triste de trompeta" Como la canción. ¿Cómo era? Ah, sí. Empezaba sin ritmo y luego acababa.
Y al tercer día, a Éline le ardían los ojos, se le apretaron las tripas, se le hizo un nudo en la garganta y apretó los dientes. Se retorció en el suelo, se contrajo, sujetándose el vientre para que no se le abriera de aversión. Dio puñetazos, gritó, se contrajo otra vez. Vomitó dos o tres veces. Allí nadie acudió. "El problema...el problema es el olor, es el frío, son los huesos, el cuerpo y el alma. El problema...sabes cuál es el problema"
Como no tenía allí al señor Maspero para que le dijera que éso estaba mal, la demente cogió la cruz de madera podrida que había el lecho y la arrojó al suelo. Los locos de la celda de al lado chillaron y graznaron como urracas, y Éline quiso arrancarles la lengua otra vez.
A la desquiciada se la llevaron a otro lugar. Uno que empezaba por I, de infierno. Era mucho más desolador que el otro, porque allí no hacía ni si quiera frío. Y la pelirroja se sentía más cerca de la Nada, justo el lugar de donde procedía. Pensaba ya la perturbada que iba a volver a la ausencia.
Pero al cabo de poco tiempo, llegó la presencia de una fuerza indómita.
Éline Rimbaud- Fantasma
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Fecha de inscripción : 16/07/2010
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Re: De lo que dicen los leones (Levana Maréchal~Flashback)
El pasillo olía a lavanda de los muertos y a polvo. Mientras los cuervos se acercaban, ellas se escondían. Se preguntó Éline si ella, al igual que los gatos, sería parda en la oscuridad, para así ser invisible a los Carnívoros. "No. No, pajarito. Tú no estás destinada a convertirte en un gato, si no en un león"
Un león. Un león rugiente. ¡Já! Si la Víbora hubiese estado ahí se le habría desencajado la mandíbula de tanto reírse. "Una rata, Éline. Una rata y nada más". Y ni si quiera podría volar. Se mareó. Cerró los ojos y los volvió a abrir. Su Fuerza estaba a su lado, le daba la mano. No habían ni pajarillos, ni ratas, ni leones en aquel calabozo.
Fantasmas con cadenas habían de ser, entonces. Transparentes, magníficos, imponentes. "Sibilinos y traicioneros, también".
Fantasmas de justicia.
Alejáronse los cuervos, entre susurros y anhelos, para dar caza a los dos ratones. "Son ellos los que tienen al Señor Maspero en su jaula de grillos". Entre las sombras moraban, y con las sombras esperaban. Fantasma de leona era ahora la demente. De sus ojos desquiciados salía fuego fauto que co consumía el alma.
"Mátalos", le dijeron los leones, "Mátalos a todos". Se separó de la Fuerza Indómita y acudió a la llamada de los felinos imaginarios.
De los cuervos sólo quedaron dos cuerpos espasmódicos cuando Éline la leona acabó con ellos. Las gafas destrozadas yacían a un lado. Los ojos; dos cuencas oscuras que con la boca torcida miraban a la nada. La sangre perfilaba lágrimas en las mejillas de sendos cadáveres. De la lengua sólo quedaba la mitad de uno.
-Les he arrancado las plumas, Fuerza, como hicieron con mi señor Maspero -las garras leonadas ahora eran sólo manos manchadas de sangre.
Rebuscó, rebuscó, rebuscó y las llaves encontró.
-Ya podemos irnos, Fuerza -cantó-¡Hemos vencido a los cuervos! Les he arrancado los ojos, y la lengua. No podrán hablar de lo que han visto. Nunca más -sonrió, relajada- Vamos -le extendió una mano ensangrentada-Caminemos hacia esa libertad marchita.
Un león. Un león rugiente. ¡Já! Si la Víbora hubiese estado ahí se le habría desencajado la mandíbula de tanto reírse. "Una rata, Éline. Una rata y nada más". Y ni si quiera podría volar. Se mareó. Cerró los ojos y los volvió a abrir. Su Fuerza estaba a su lado, le daba la mano. No habían ni pajarillos, ni ratas, ni leones en aquel calabozo.
Fantasmas con cadenas habían de ser, entonces. Transparentes, magníficos, imponentes. "Sibilinos y traicioneros, también".
Fantasmas de justicia.
Alejáronse los cuervos, entre susurros y anhelos, para dar caza a los dos ratones. "Son ellos los que tienen al Señor Maspero en su jaula de grillos". Entre las sombras moraban, y con las sombras esperaban. Fantasma de leona era ahora la demente. De sus ojos desquiciados salía fuego fauto que co consumía el alma.
"Mátalos", le dijeron los leones, "Mátalos a todos". Se separó de la Fuerza Indómita y acudió a la llamada de los felinos imaginarios.
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De los cuervos sólo quedaron dos cuerpos espasmódicos cuando Éline la leona acabó con ellos. Las gafas destrozadas yacían a un lado. Los ojos; dos cuencas oscuras que con la boca torcida miraban a la nada. La sangre perfilaba lágrimas en las mejillas de sendos cadáveres. De la lengua sólo quedaba la mitad de uno.
-Les he arrancado las plumas, Fuerza, como hicieron con mi señor Maspero -las garras leonadas ahora eran sólo manos manchadas de sangre.
Rebuscó, rebuscó, rebuscó y las llaves encontró.
-Ya podemos irnos, Fuerza -cantó-¡Hemos vencido a los cuervos! Les he arrancado los ojos, y la lengua. No podrán hablar de lo que han visto. Nunca más -sonrió, relajada- Vamos -le extendió una mano ensangrentada-Caminemos hacia esa libertad marchita.
Éline Rimbaud- Fantasma
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Fecha de inscripción : 16/07/2010
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Re: De lo que dicen los leones (Levana Maréchal~Flashback)
Levana había perdido el contacto con la mano de Éline, su nueva amiga, aquella separación le hizo sentir un gran vacío, pero sobre todo terror. Si la encontraban sola, terminarían por darle un castigo tremendo a base de golpes, según los "Cuervos", esas medidas eran más efectivas que simples pastillas; pero si las encontraban a las dos, sin duda podrían dar frente y ganar la batalla. En ese momento ya no podía hacer nada, la joven de cabellos de fuego la había abandonado, y como mero instinto de supervivencia, se hizo pequeña y se abrazó a sus piernas escondida entre dos pilares. Desde ese lugar escuchó un par de quejidos, lo primero que le vino a la mente es que habían atrapado a su compañera de noche, sin embargo el sonido proveniente del atacado no era femenino. Frunció el ceño y retomando todo el valor, se puso de pie.
- ¡Pero que maravilla, Levana! Te has encontrado a una más loca que tu - La primera voz se hizo presente para llegar a joderle la tranquilidad de la cabeza.
- Encima le queda tan bien el rojo - La voz más grave de todas también hizo acto de presencia.
- Ayúdala, Levana, te va a gustar, la sangre es cálida, es vida, deberías tomarla, quizás te ayude a retomar tu camino - Una tercera voz hizo juego con las demás, sin embargo ella las ignoró horrorizada por la situación.
Durante su escape, la bruja había presenciado dos muertes más aparte de la suya, por más odio y rencor que tenía en su interior, jamás se creyó capaz de hacer algo así, sin embargo, quizás el peligro que corría, pero sobre todo, que corría su amiga, el hicieron sentir indiferencia por la escena de horror que tenía enfrente. Sus ojos parpadearon acostumbrándose al horror, pero al poco tiempo comenzó a sonreír, y sus manos se estiraron para tomar las ajenas, esas delicadas manos blanquecinas que ahora estaban coloreadas de rojo. La miró por unos breves instantes para interrogarla, pero al poco tiempo negó, no valía la pena hacer eso. Lo mejor era cambiar de tema.
- ¿A dónde iremos? - Preguntó con muchas dudas, siempre quiso salir de ese espantoso lugar, volver a ser libre y encontrar a sus tíos para explicarles que la habían encerrado y no le habían dado tiempo de explicarles, esos pobres desdichados debían estar miedosos, asustados por su no aparición en casa, ellos eran los únicos que la habían amado sin importar que, sin hacer preguntas, ni creerla loca. - No importa donde, solo no te alejes de mi, que más de ellos pueden seguirnos - Le aseguró, y acercándose un poco más a la ahora asesina, caminó a la salida decidida a no dejarse atrapar nunca más.
- ¡Pero que maravilla, Levana! Te has encontrado a una más loca que tu - La primera voz se hizo presente para llegar a joderle la tranquilidad de la cabeza.
- Encima le queda tan bien el rojo - La voz más grave de todas también hizo acto de presencia.
- Ayúdala, Levana, te va a gustar, la sangre es cálida, es vida, deberías tomarla, quizás te ayude a retomar tu camino - Una tercera voz hizo juego con las demás, sin embargo ella las ignoró horrorizada por la situación.
Durante su escape, la bruja había presenciado dos muertes más aparte de la suya, por más odio y rencor que tenía en su interior, jamás se creyó capaz de hacer algo así, sin embargo, quizás el peligro que corría, pero sobre todo, que corría su amiga, el hicieron sentir indiferencia por la escena de horror que tenía enfrente. Sus ojos parpadearon acostumbrándose al horror, pero al poco tiempo comenzó a sonreír, y sus manos se estiraron para tomar las ajenas, esas delicadas manos blanquecinas que ahora estaban coloreadas de rojo. La miró por unos breves instantes para interrogarla, pero al poco tiempo negó, no valía la pena hacer eso. Lo mejor era cambiar de tema.
- ¿A dónde iremos? - Preguntó con muchas dudas, siempre quiso salir de ese espantoso lugar, volver a ser libre y encontrar a sus tíos para explicarles que la habían encerrado y no le habían dado tiempo de explicarles, esos pobres desdichados debían estar miedosos, asustados por su no aparición en casa, ellos eran los únicos que la habían amado sin importar que, sin hacer preguntas, ni creerla loca. - No importa donde, solo no te alejes de mi, que más de ellos pueden seguirnos - Le aseguró, y acercándose un poco más a la ahora asesina, caminó a la salida decidida a no dejarse atrapar nunca más.
Levana Maréchal- Mensajes : 147
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Re: De lo que dicen los leones (Levana Maréchal~Flashback)
Aquel lugar era el Laberinto de huesos que a veces se le presentaba en su atrofiada mente. Nunca encontraba la salida, porque, simplemente, no había. ¿Cómo escapar, cuando las esperanzas se habían perdido en el Tiempo? ”Veo fuego”. Sin importar el colorido rojo de sus manos, Éline se la tendió a su Fuerza Indómita. Sellas y unidas ya de por vida por una mancha que nunca se lavaría. ”La sangre. La sangre es el vínculo”. Y ella había ligado su destino al de la Fuerza, aunque sólo fuera por aquellos momentos de desatino en los que ambas miserables cavilaban por los pasillos de aquel laberinto de Creta, con la certeza de un ciego.
-No voy a alejarme de ti. No por ahora. Sé donde está el final. El final de todo.
¿Lo sabía? Quizá, tal vez; una intuición. Un gemido sordo. No. Una mariposa. Sí, una mariposa de luz. Blanca, azul, verde. De todos los colores que no existían. ”Veo el fuego”. Una estela verde y amarilla, como el verano más cálido. ”Ya estoy, señor Maspero. Ya estoy fuera”.
La brisa del exterior le agitaba los huesos. Le llegaba hasta los tendones. La desnudaba, pero la dejaba cubierta para que no fuera a desaparecer en un suspiro de fantasía etérea. Ni si quiera los barrotes eran capaces de detenerla. ”Tengo a mi Fuerza aquí al lado”. Podía quebrarlos con un solo roce de sus diminutas manos. Podía… Podía. Y ahí fuera estaría esperando una nueva noche de torturas, hambre, y desolación. Pero también estaba una bella dama, con sus bucles de serpientes sibilantes, que la llamaba.
-Mira, Fuerza. Mira –instó a su amiga- Ahí está. ¿La ves? Es Libertad. Las víboras de su cabello cantan mi nombre. La ha llamado el señor Maspero. Sé que ha sido él. -se guardó una sonrisa para ella.
Con un extraño triunfo en sus ojos, la pelirroja no podía apartar sus ojos desquiciados de aquella dama (imaginaria, pero tan real como la superflua vida de una libélula). Libertad no hablaba, pero sus serpientes sí: silbaban y rugían como basiliscos. Éline era la única que podía entender aquel idioma aberrante, porque cuando la Víbora le mordió le concedió la misericordia de un poder tal.
Lo que decían le hizo derramar amargas lágrimas.
-Nuestros destinos se dividen aquí –hubiera luchado contra Libertad y su ejército de cabellos serpenteantes, pero no le quedaban fuerzas para más- No soy yo la que tiene que venir a por ti, Fuerza. Otro acudirá. Dicen que él podrá ahogar esas voces que no te dejan en paz. Pero te prometo, Fuerza, que nos volveremos a encontrar. Si no aquí, en otro mundo. Mejor. Donde todo el mal se oculta detrás de un bien mayor, y todo se mienten, pero son felices a pesar.
Le tendió su mano, todavía manchada con el líquido rojo de cuervo, y ambas vidas quedaron unidas en ese laberinto cruel.
-Espérame en ese mundo –selló sus labios con los de ella, y, después, marchó.
Los barrotes se derritieron a su paso. Fuera, Libertad le tendió su mano enguantada y podrida. El señor Maspero le indicó el camino a casa.
-No voy a alejarme de ti. No por ahora. Sé donde está el final. El final de todo.
¿Lo sabía? Quizá, tal vez; una intuición. Un gemido sordo. No. Una mariposa. Sí, una mariposa de luz. Blanca, azul, verde. De todos los colores que no existían. ”Veo el fuego”. Una estela verde y amarilla, como el verano más cálido. ”Ya estoy, señor Maspero. Ya estoy fuera”.
La brisa del exterior le agitaba los huesos. Le llegaba hasta los tendones. La desnudaba, pero la dejaba cubierta para que no fuera a desaparecer en un suspiro de fantasía etérea. Ni si quiera los barrotes eran capaces de detenerla. ”Tengo a mi Fuerza aquí al lado”. Podía quebrarlos con un solo roce de sus diminutas manos. Podía… Podía. Y ahí fuera estaría esperando una nueva noche de torturas, hambre, y desolación. Pero también estaba una bella dama, con sus bucles de serpientes sibilantes, que la llamaba.
-Mira, Fuerza. Mira –instó a su amiga- Ahí está. ¿La ves? Es Libertad. Las víboras de su cabello cantan mi nombre. La ha llamado el señor Maspero. Sé que ha sido él. -se guardó una sonrisa para ella.
Con un extraño triunfo en sus ojos, la pelirroja no podía apartar sus ojos desquiciados de aquella dama (imaginaria, pero tan real como la superflua vida de una libélula). Libertad no hablaba, pero sus serpientes sí: silbaban y rugían como basiliscos. Éline era la única que podía entender aquel idioma aberrante, porque cuando la Víbora le mordió le concedió la misericordia de un poder tal.
Lo que decían le hizo derramar amargas lágrimas.
-Nuestros destinos se dividen aquí –hubiera luchado contra Libertad y su ejército de cabellos serpenteantes, pero no le quedaban fuerzas para más- No soy yo la que tiene que venir a por ti, Fuerza. Otro acudirá. Dicen que él podrá ahogar esas voces que no te dejan en paz. Pero te prometo, Fuerza, que nos volveremos a encontrar. Si no aquí, en otro mundo. Mejor. Donde todo el mal se oculta detrás de un bien mayor, y todo se mienten, pero son felices a pesar.
Le tendió su mano, todavía manchada con el líquido rojo de cuervo, y ambas vidas quedaron unidas en ese laberinto cruel.
-Espérame en ese mundo –selló sus labios con los de ella, y, después, marchó.
Los barrotes se derritieron a su paso. Fuera, Libertad le tendió su mano enguantada y podrida. El señor Maspero le indicó el camino a casa.
Éline Rimbaud- Fantasma
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Re: De lo que dicen los leones (Levana Maréchal~Flashback)
Levana podía oler la sangre fresca que se encontraba a su lado. No sintió pena como comúnmente sentiría por otras personas, de hecho hasta le dio gusto ver a aquellos Cuervos caídos. Se sentía segura con su amiga, se sentía libre y al mismo tiempo enamorada de ella, pero no de mala manera, no. Más bien de la fuerza que en ocasiones mostraba. Perfección es lo que podía percibir en la mujer que tenía a su lado. A veces odiaba tanto a la iglesia por señalar a aquellos que portaban su mismo color de cabello, odiaba que creyeran que venían del mismísimo infierno, pero bueno, esa era otra historia, otro momento, no debía pensar en eso justo en ese instante donde ambas estaban disfrutando de la libertad. ¿Eso era la libertad? Quizás estar encerrada sería mucho mejor para ella.
Las dudas iban y venían en su cabeza, a veces odiaba pensar sin que las voces la interrumpieran, de esa forma no se agobiaba tanto con las decisiones que debía tomar.
Levana correspondió el beso sonriendo, aquello no era morbo, no, era como sellar un pacto que jamás podría ser roto. Ellas siempre estarían juntas sin importar que tan lejos pudieran encontrarse la una de la otra, lo sabía, en su corazón las palpitaciones se lo indicaban.
El momento de la despedida le dolía porque no quería ponerla en marcha, le gustaba sentir los dedos femeninos enredados en los suyos, se imaginaba que caminar agarrada de la mano de aquella mujer sería lo más seguro del mundo; aunque la vieran mal no le importaría. La siguió viendo por un largo rato, aunque quiso decir alguna que otra palabra, su voz se había apagado al igual que los murmullos de las personas ya que todas se habían marchado a dormir. En su interior sentía vacío, miedo, inseguridad. ¡Estaba perdiéndose sola! ¿Por qué? Porque no deseaba estarlo más, necesitaba una compañía, un impulso, un abrazo que quizás no se lo daría nadie más de esa forma tan sincera. Levana se sentía demasiado triste en ese momento. La libertad no le gustaba.
- Te esperaré siempre - Mencionó con suavidad observando como la figura femenina se perdía entre la calle, como su silueta perfecta se meneaba al andar. Terminó por sentarse abrazándose a las piernas. Un paso más hacía adelante y sería el definitivo.
Las dudas iban y venían en su cabeza, a veces odiaba pensar sin que las voces la interrumpieran, de esa forma no se agobiaba tanto con las decisiones que debía tomar.
Levana correspondió el beso sonriendo, aquello no era morbo, no, era como sellar un pacto que jamás podría ser roto. Ellas siempre estarían juntas sin importar que tan lejos pudieran encontrarse la una de la otra, lo sabía, en su corazón las palpitaciones se lo indicaban.
El momento de la despedida le dolía porque no quería ponerla en marcha, le gustaba sentir los dedos femeninos enredados en los suyos, se imaginaba que caminar agarrada de la mano de aquella mujer sería lo más seguro del mundo; aunque la vieran mal no le importaría. La siguió viendo por un largo rato, aunque quiso decir alguna que otra palabra, su voz se había apagado al igual que los murmullos de las personas ya que todas se habían marchado a dormir. En su interior sentía vacío, miedo, inseguridad. ¡Estaba perdiéndose sola! ¿Por qué? Porque no deseaba estarlo más, necesitaba una compañía, un impulso, un abrazo que quizás no se lo daría nadie más de esa forma tan sincera. Levana se sentía demasiado triste en ese momento. La libertad no le gustaba.
- Te esperaré siempre - Mencionó con suavidad observando como la figura femenina se perdía entre la calle, como su silueta perfecta se meneaba al andar. Terminó por sentarse abrazándose a las piernas. Un paso más hacía adelante y sería el definitivo.
TEMA CERRADO
Levana Maréchal- Mensajes : 147
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