AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Casual encuentro en el café (Francine)
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Casual encuentro en el café (Francine)
Verano, sol, días cálidos. Así veía Chloé aquella estación, exactamente igual que las demás con sus características. Como muchas de las tardes estaba en su habitación preparándose para salir al café con Rosette y algunas amigas de ésta. Sentada en la pequeña banqueta de su tocador se cepillaba el pelo mirándose al espejo, muy despacio. Adoraba su pelo. Podía pasarse horas y horas con cepillo en mano desenredándolo. Pero no tenía tanto tiempo, así que lo cepilló la última vez y empezó a recogerlo en un moño. Eligió uno de sus vestidos, uno entre tantos que tenía. Su padre llegaba a casa con uno cada poco tiempo, y apenas le entraban en el armario.
Se colocó una pamela para combatir el sol y bajó hasta el recibidor. Rosette ya la estaba esperando y parecía ansiosa. -Lo siento Rosette- se disculpó Chloé antes de que la mujer pudiera decir algo. --Chloé, sabes perfectamente a qué hora debes estar lista- dijo mientras se dirigía hacia la puerta. La muchacha la siguió de cerca y una vez estuvieron fuera se colocó a su lado y se dirigieron hacia el café.
‘Café de la Paix’, así se llamaba, un lugar sofisticado donde la gran mayoría de clientes eran de clase alta. Chloé no recordaba la última vez que había visto a un hombre en aquel sitio, las veces que había ido siempre estaba lleno de mujeres, tanto en grupos como en parejas o incluso solas. Cruzaron la puerta y se dirigieron a una mesa redonda donde ya había tres mujeres con sus tés. Se sentaron en la mesa y pidieron los suyos. Chloé estaba segura de que Rosette había conocido a sus amigas allí después de casarse con René.
Pasó todo el tiempo que estuvo en la mesa callada, de cuando en cuando sonreía con los comentarios de las mujeres hacían sobre ella. Llegó un momento en el que cambiaron de tema y empezaron a hablar sobre posibles pretendientes para sus respectivas hijas. Eso era algo que Chloé no soportaba. Se disculpó, se levantó de la mesa y se dirigió hacia la salida. Tenía ganas de respirar un poco de aire fresco. Caminaba un tanto distraída mirando la puerta, por lo que no se dio cuenta de que una chica se acercaba con una taza de té en las manos. De pronto notó que se chocaba con algo y miró en esa dirección. La taza de té voló hasta caer al suelo y se hizo añicos. Chloé se llevó la mano a la boca avergonzada. -¡Lo siento! Pediré otra taza- dijo agachándose para recoger los trozos.
Se colocó una pamela para combatir el sol y bajó hasta el recibidor. Rosette ya la estaba esperando y parecía ansiosa. -Lo siento Rosette- se disculpó Chloé antes de que la mujer pudiera decir algo. --Chloé, sabes perfectamente a qué hora debes estar lista- dijo mientras se dirigía hacia la puerta. La muchacha la siguió de cerca y una vez estuvieron fuera se colocó a su lado y se dirigieron hacia el café.
‘Café de la Paix’, así se llamaba, un lugar sofisticado donde la gran mayoría de clientes eran de clase alta. Chloé no recordaba la última vez que había visto a un hombre en aquel sitio, las veces que había ido siempre estaba lleno de mujeres, tanto en grupos como en parejas o incluso solas. Cruzaron la puerta y se dirigieron a una mesa redonda donde ya había tres mujeres con sus tés. Se sentaron en la mesa y pidieron los suyos. Chloé estaba segura de que Rosette había conocido a sus amigas allí después de casarse con René.
Pasó todo el tiempo que estuvo en la mesa callada, de cuando en cuando sonreía con los comentarios de las mujeres hacían sobre ella. Llegó un momento en el que cambiaron de tema y empezaron a hablar sobre posibles pretendientes para sus respectivas hijas. Eso era algo que Chloé no soportaba. Se disculpó, se levantó de la mesa y se dirigió hacia la salida. Tenía ganas de respirar un poco de aire fresco. Caminaba un tanto distraída mirando la puerta, por lo que no se dio cuenta de que una chica se acercaba con una taza de té en las manos. De pronto notó que se chocaba con algo y miró en esa dirección. La taza de té voló hasta caer al suelo y se hizo añicos. Chloé se llevó la mano a la boca avergonzada. -¡Lo siento! Pediré otra taza- dijo agachándose para recoger los trozos.
Invitado- Invitado
Re: Casual encuentro en el café (Francine)
El centro parisino se veía cada vez más tentador con el tiempo.
¿Por qué? ¿Acaso no había sido igual de maravilloso durante todos los años anteriores?
¡Francia siempre había sido un lugar especial! Con su lujo, las personas de la alta sociedad con esas vestimentas exquisitas, los carruajes azulados con detalles en láminas de oro que destellaba un brillo que parecía el de campanas expuestas a la luz del sol. Los niños siempre habían alegrado las calles y los animales abundaban, dándole un toque mágico a París. Las personas de menores recursos engalanaban por igual la ciudad, con sus ropajes más oscuros, o algunos otros mucho más coloridos sin intentar combinar la paleta de colores.
¡París! La ciudad más bella.
¡Y qué lastima! Yo vivía alejada de ella. ¿Por qué?
Durante esos días me preguntaba siempre la razón por la cual mis padres habían decidido retirarse hacia un lugar cercano del centro, pero no en el mismo.
Nunca había reparado en eso, en la idea de que era aburrido encontrarme en un lugar donde varias hectáreas llenas de verde engalanaban los alrededores de mi residencia, pero ahora que había comenzado a visitar París con mucha más frecuencia y descubría en cada paseo a un personaje maravilloso que cambiaba mi vida, no podía dejar de cuestionar los motivos por los cuales habían abandonado los caminos urbanos.
Caminaba con un bello sombrero azulado por las calles, disfrutando del cálido sol.
Estaba ansiosa por cruzarme con alguien que valiera la pena conocer. Sabía con seguridad de que cada vez que frecuentaba por allí, siempre me encontraba con una persona que terminaría ocupando un lugar en mi corazón.
Nini, mi nana, se encontraba a mi lado, como siempre.
Varios habían sido los intentos para impedir que me acompañara esa tarde, porque ya habíamos tenido un disgusto con anterioridad, una noche, aquella en la que había salido en busca de un perrito. Y ahora, la mujer se encontraba más insoportable que nunca, mirándome de cerca, advirtiéndome con respecto a cada personaje que caminaba a nuestro lado y le inspiraba desconfianza. En esa tarde no faltaron las veces que por separarme apenas dos metros de ella, me tiraba hacia atrás jalando de la falda de mi vestido.
¡No soportaba más todo ese cuidado excesivo! Amaba a Nini, con toda mi alma, pero en verdad llegaba a fastidiarme bastante seguido, y más ahora, que conocía mundo, un mundo que todos los que me rodeaban se habían encargado de esconder de mí. Celosos, pensé. ¿A qué le tenían tanto miedo? Quizás no me molestaba que cuidaran de mí, sino que me escondían las razones, yo no sabía exactamente de qué tenía que cuidarme, o de qué me cuidaban ellos, porque en realidad yo no tenía oportunidad de valerme por mí misma con todos detrás mío apartándome de cada cosa que, sin motivos aparentes, podrían lastimarme.
En una oportunidad, me detuve en seco, frente a un café.
-Mira Nini, entraré a tomar algo aquí, ¿qué dices? Tú puedes ir a comprar algunos lazos y sombreros para tí y para mí -le propuse con una sonrisa angelical-.
Cuatro veces tuve que repetir la propuesta. Cuatro interminables veces, con la amenaza de una quinta. ¡Cuatro! No podía comprender el por qué ella no comprendía que estaría bien. ¡Un café! Un lugar público, allí no pasaría nada.
Cuando menos lo pensé, mis insistencias dieron resultado, y acabó jurando que volvería en menos de diez minutos.
Le di un beso en la mejilla y la dejé con las palabras restantes en la boca, ingresando al recinto con calma, porque si no buscaba alguna fuente de paz, terminaría asesinando a mi propia nana.
Una vez allí me senté en una mesita para dos, a esperar a que alguien tomara mi pedido.
Pasé diez minutos allí, en la dulce espera, preocupada porque sabía que Nini volvería antes de que comenzara a tomar mi té y me haría escándalo hasta por la cantidad de azúcar con la que lo saborizaba.
Cansada ya de deshojar florcitas -literalmente había destrozado, debido a la impaciencia, las que se encontraban en un bello armado floral-, me levanté a hacer mi pedido. Aún así no me escandalicé demasiado, ya que tomé eso como oportunidad para conocer a alguien en el camino, o incluso entablar una conversación con la persona que atendía el salón.
El trámite resultó ser bastante rápido y no muy fructífero ya que no había ampliado mi árbol de relaciones en esa pequeña caminata entre mi mesa y el mostrador. Pero, como si algún ángel se decidiera a entretener mi tarde como consuelo por no haber hecho ninguna amistad hasta el momento, una ráfaga de dicha se me cruzó por el camino. Literalmente.
Fue todo demasiado rápido como para que atinara a salvar la tacita o incluso entender lo que había sucedido exactamente. El primer pensamiento que llegó a mi cabeza fue, textualmente: O hay una persona tan torpe como yo o he chocado contra un espejo.
Al ver la expresión de la joven que se disculpaba, no pude más que poner los ojos en blanco, inmóvil en el lugar. Ni siquiera le ayudé a tomar los trocitos de la taza. Como única acción, sólo pude comenzar a reir a carcajadas, antes de advertir que lo más prudente sería contribuir con la joven.
La tomé del brazo a medida que intentaba convencerla de que dejara todo allí.
-Déjelo, estoy segura de que alguien se encargará de ello -dije aún divertida-. Ya, en serio, déjelo -y volvió una corriente de risillas que se escapaban a pesar de mi concentración por perder el sentido de la gracia por aquella situación-. Disculpe usted por ser igual de distraída. De ser otra persona, seguramente tendría razones para hacer un escándalo, pero es algo que podría haberme sucedido a mí.
¿Por qué? ¿Acaso no había sido igual de maravilloso durante todos los años anteriores?
¡Francia siempre había sido un lugar especial! Con su lujo, las personas de la alta sociedad con esas vestimentas exquisitas, los carruajes azulados con detalles en láminas de oro que destellaba un brillo que parecía el de campanas expuestas a la luz del sol. Los niños siempre habían alegrado las calles y los animales abundaban, dándole un toque mágico a París. Las personas de menores recursos engalanaban por igual la ciudad, con sus ropajes más oscuros, o algunos otros mucho más coloridos sin intentar combinar la paleta de colores.
¡París! La ciudad más bella.
¡Y qué lastima! Yo vivía alejada de ella. ¿Por qué?
Durante esos días me preguntaba siempre la razón por la cual mis padres habían decidido retirarse hacia un lugar cercano del centro, pero no en el mismo.
Nunca había reparado en eso, en la idea de que era aburrido encontrarme en un lugar donde varias hectáreas llenas de verde engalanaban los alrededores de mi residencia, pero ahora que había comenzado a visitar París con mucha más frecuencia y descubría en cada paseo a un personaje maravilloso que cambiaba mi vida, no podía dejar de cuestionar los motivos por los cuales habían abandonado los caminos urbanos.
Caminaba con un bello sombrero azulado por las calles, disfrutando del cálido sol.
Estaba ansiosa por cruzarme con alguien que valiera la pena conocer. Sabía con seguridad de que cada vez que frecuentaba por allí, siempre me encontraba con una persona que terminaría ocupando un lugar en mi corazón.
Nini, mi nana, se encontraba a mi lado, como siempre.
Varios habían sido los intentos para impedir que me acompañara esa tarde, porque ya habíamos tenido un disgusto con anterioridad, una noche, aquella en la que había salido en busca de un perrito. Y ahora, la mujer se encontraba más insoportable que nunca, mirándome de cerca, advirtiéndome con respecto a cada personaje que caminaba a nuestro lado y le inspiraba desconfianza. En esa tarde no faltaron las veces que por separarme apenas dos metros de ella, me tiraba hacia atrás jalando de la falda de mi vestido.
¡No soportaba más todo ese cuidado excesivo! Amaba a Nini, con toda mi alma, pero en verdad llegaba a fastidiarme bastante seguido, y más ahora, que conocía mundo, un mundo que todos los que me rodeaban se habían encargado de esconder de mí. Celosos, pensé. ¿A qué le tenían tanto miedo? Quizás no me molestaba que cuidaran de mí, sino que me escondían las razones, yo no sabía exactamente de qué tenía que cuidarme, o de qué me cuidaban ellos, porque en realidad yo no tenía oportunidad de valerme por mí misma con todos detrás mío apartándome de cada cosa que, sin motivos aparentes, podrían lastimarme.
En una oportunidad, me detuve en seco, frente a un café.
-Mira Nini, entraré a tomar algo aquí, ¿qué dices? Tú puedes ir a comprar algunos lazos y sombreros para tí y para mí -le propuse con una sonrisa angelical-.
Cuatro veces tuve que repetir la propuesta. Cuatro interminables veces, con la amenaza de una quinta. ¡Cuatro! No podía comprender el por qué ella no comprendía que estaría bien. ¡Un café! Un lugar público, allí no pasaría nada.
Cuando menos lo pensé, mis insistencias dieron resultado, y acabó jurando que volvería en menos de diez minutos.
Le di un beso en la mejilla y la dejé con las palabras restantes en la boca, ingresando al recinto con calma, porque si no buscaba alguna fuente de paz, terminaría asesinando a mi propia nana.
Una vez allí me senté en una mesita para dos, a esperar a que alguien tomara mi pedido.
Pasé diez minutos allí, en la dulce espera, preocupada porque sabía que Nini volvería antes de que comenzara a tomar mi té y me haría escándalo hasta por la cantidad de azúcar con la que lo saborizaba.
Cansada ya de deshojar florcitas -literalmente había destrozado, debido a la impaciencia, las que se encontraban en un bello armado floral-, me levanté a hacer mi pedido. Aún así no me escandalicé demasiado, ya que tomé eso como oportunidad para conocer a alguien en el camino, o incluso entablar una conversación con la persona que atendía el salón.
El trámite resultó ser bastante rápido y no muy fructífero ya que no había ampliado mi árbol de relaciones en esa pequeña caminata entre mi mesa y el mostrador. Pero, como si algún ángel se decidiera a entretener mi tarde como consuelo por no haber hecho ninguna amistad hasta el momento, una ráfaga de dicha se me cruzó por el camino. Literalmente.
Fue todo demasiado rápido como para que atinara a salvar la tacita o incluso entender lo que había sucedido exactamente. El primer pensamiento que llegó a mi cabeza fue, textualmente: O hay una persona tan torpe como yo o he chocado contra un espejo.
Al ver la expresión de la joven que se disculpaba, no pude más que poner los ojos en blanco, inmóvil en el lugar. Ni siquiera le ayudé a tomar los trocitos de la taza. Como única acción, sólo pude comenzar a reir a carcajadas, antes de advertir que lo más prudente sería contribuir con la joven.
La tomé del brazo a medida que intentaba convencerla de que dejara todo allí.
-Déjelo, estoy segura de que alguien se encargará de ello -dije aún divertida-. Ya, en serio, déjelo -y volvió una corriente de risillas que se escapaban a pesar de mi concentración por perder el sentido de la gracia por aquella situación-. Disculpe usted por ser igual de distraída. De ser otra persona, seguramente tendría razones para hacer un escándalo, pero es algo que podría haberme sucedido a mí.
Invitado- Invitado
Re: Casual encuentro en el café (Francine)
¡Qué vergüenza! La mayoría de mujeres que había a su alrededor se habían vuelto a mirarla después de que chocase con aquella joven. Ella, que a pesar de que no era especialmente tímida, no le gustaba llamar la atención en gran medida. La taza había caído al suelo con gran estruendo y los pequeños trocitos en los que se había partido estaban esparcidos por todas partes. Chloé se levantó viendo la insistencia de aquella joven, pero sin quitarle ojo a los pedazos de porcelana.
-De verdad que lo siento- volvió a disculparse. Aunque parecía que a ella no le había molestado demasiado, es más, había empezado a reírse con ganas. El té se esparcía por el suelo a gran velocidad así que no tardó en llegar uno de los empleados con un cubo de agua y un trapo de algodón (bastante sucio). Chloé lo miró mientras limpiaba aquel desastre.
-Por favor, acepte que le invite a otro té- dijo. –Siento que ha sido culpa mía, tenía la mirada fija en la puerta- dijo sonriendo por primera vez aquella tarde. La mayoría de personas se habían dado la vuelta para seguir con sus cosas. Chloé miró hacia la mesa donde estaba Rosette, que por suerte no se había percatado del choque y seguía hablando tranquilamente.
Levantó la mano y miró hacía el mostrador. Hizo un gesto con la mano y seguido empezaron a preparar dos tés. Había ido tantas veces allí que no le hacía falta acercarse para que los camareros le sirviesen. Muchas de las veces solo bastaba que la vieran cruzar la puerta. O, más que a ella, a Rosette. –Creo que ya podemos esperar en la mesa- dijo señalándola con una mano. –Si no le importa que la acompañe-
-De verdad que lo siento- volvió a disculparse. Aunque parecía que a ella no le había molestado demasiado, es más, había empezado a reírse con ganas. El té se esparcía por el suelo a gran velocidad así que no tardó en llegar uno de los empleados con un cubo de agua y un trapo de algodón (bastante sucio). Chloé lo miró mientras limpiaba aquel desastre.
-Por favor, acepte que le invite a otro té- dijo. –Siento que ha sido culpa mía, tenía la mirada fija en la puerta- dijo sonriendo por primera vez aquella tarde. La mayoría de personas se habían dado la vuelta para seguir con sus cosas. Chloé miró hacia la mesa donde estaba Rosette, que por suerte no se había percatado del choque y seguía hablando tranquilamente.
Levantó la mano y miró hacía el mostrador. Hizo un gesto con la mano y seguido empezaron a preparar dos tés. Había ido tantas veces allí que no le hacía falta acercarse para que los camareros le sirviesen. Muchas de las veces solo bastaba que la vieran cruzar la puerta. O, más que a ella, a Rosette. –Creo que ya podemos esperar en la mesa- dijo señalándola con una mano. –Si no le importa que la acompañe-
Invitado- Invitado
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