AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Y qué esperabas...? [Privado]
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¿Y qué esperabas...? [Privado]
[OFF: Continuación del tema iniciado en el Circo Gitano]
Eterno. Ese podría ser el término, el adjetivo perfecto para describir el trayecto desde el circo hasta su local, hasta ese reservado que ahora mismo se está abriendo, dejando pasar a Violine primero. El segundo adjetivo con el que podría describirse, es agónico. Y el tercero, horroroso.
Lo que había comenzado como una especie de dulce ilusión, de idílico sueño y cálida esperanza se había tornado durante el viaje en sueños rotos, esperanzas demacradas y cruel realidad. Cada paso que le alejaba del circo le planteaba más dudas, la bestia le comía terreno al hombre mediante brutales dentelladas a su consciencia y su perspectiva de las cosas. Así, el distanciamento había comenzado de forma sutil, indolora e inocua, de tal forma que, si ni él mismo se había dado cuenta, difícilmente podrá haberlo hecho la chica que tiene al lado.
Así, el deseo había sido extinguido por completo, borrado de nuevo por todas esas emociones negativas entremezcladas con el miedo y la justificación, que se extendía como si de un veneno de acción lenta y letal se tratase. Ha evitado el contacto físico con la joven desde que se han subido en el carruaje, buscando durante ese mismo trayecto una forma de justificación tan cínica que se ha superado a sí mismo: Una actuación. Eso ha sido, para él, lo que ha sucedido en esa pequeña burbuja creada por ambos. Ha actuado a la perfección, dándole a Violine el privilegio de formar parte de una obra de teatro, de vivirla en su propia piel, divirtiéndose durante el proceso. No ha sentido nada, por supuesto que no, moviéndose de principio a fin por unas pautas y comportamientos ensayados, convenciéndose a sí mismo de que, al final, todos son iguales. Unas palabras bien dichas, unos gestos correctos y hasta la más difícil de las mujeres mostraba compasión, esa dulce emoción que permitía la dominación.
El brillo claro de su mirada ha sido sustituido por el oscuro habitual, su sonrisa de alivio y amargura entremezclados ha desaparecido en favor de la indescifrable y enigmática, todo de forma paulatina y progresiva, tan perfecta como todo él. Lo que nada de esto expresa es el abrumador dolor que ha sentido durante el proceso. Desde la primera duda hasta el último convencimiento ha existido una lucha, un intento, vano, desesperado y débil, de oponer resistencia a su habitual forma de ser... La minoría luchando contra la mayoría, la voluntad contra el poder del miedo. Desgraciadamente los cuentos no existían, y al final la mayoría y la antigüedad terminaban por sobreponerse, por poner cada cosa en su sitio, injusta o no.
Con todo esto, cierra la puerta del reservado una vez entra, despacio, sin prisa alguna, borrado ya todo sentimiento estúpido o deseo alguno. Cierra con llave, siguiendo el juego, concediéndoles esa intimidad que supuestamente necesitarían para algo así. Despacio, muy despacio, comienza a girarse hacia ella, deshaciéndose de la chaqueta del traje durante el proceso, dándole esa fútil esperanza a Violine de que lo que ha sucedido es real, para luego destrozarla en mil pedazos...
Y no la destroza mediante gestos, acciones o movimientos, no, está por encima de eso, el momento de poner las cosas en su sitio, amo y muñeca, poder y sumisión, lo disfruta y lo hace palpable mediante unas palabras que se asemejan a gélidos cuchillos atravesando piel, músculo, hueso y alma:
-Decidme, Violine... ¿Os ha gustado la obra? Ciertamente realista, casi parecía atormentado de verdad... Como veis, el mundo del teatro es sumamente maravilloso... ¿Estáis de acuerdo conmigo, joven muñeca? -Recalca el término "muñeca", como afianzando esas posiciones y roles reales, colocando sendas manos a su espalda, mirándola fijamente, bebiendo de aquello que esos ojos grises van a mostrarle sin remisión alguna...
Ignorando el dolor, la pena y la tristeza que todo ello conlleva.
Eterno. Ese podría ser el término, el adjetivo perfecto para describir el trayecto desde el circo hasta su local, hasta ese reservado que ahora mismo se está abriendo, dejando pasar a Violine primero. El segundo adjetivo con el que podría describirse, es agónico. Y el tercero, horroroso.
Lo que había comenzado como una especie de dulce ilusión, de idílico sueño y cálida esperanza se había tornado durante el viaje en sueños rotos, esperanzas demacradas y cruel realidad. Cada paso que le alejaba del circo le planteaba más dudas, la bestia le comía terreno al hombre mediante brutales dentelladas a su consciencia y su perspectiva de las cosas. Así, el distanciamento había comenzado de forma sutil, indolora e inocua, de tal forma que, si ni él mismo se había dado cuenta, difícilmente podrá haberlo hecho la chica que tiene al lado.
Así, el deseo había sido extinguido por completo, borrado de nuevo por todas esas emociones negativas entremezcladas con el miedo y la justificación, que se extendía como si de un veneno de acción lenta y letal se tratase. Ha evitado el contacto físico con la joven desde que se han subido en el carruaje, buscando durante ese mismo trayecto una forma de justificación tan cínica que se ha superado a sí mismo: Una actuación. Eso ha sido, para él, lo que ha sucedido en esa pequeña burbuja creada por ambos. Ha actuado a la perfección, dándole a Violine el privilegio de formar parte de una obra de teatro, de vivirla en su propia piel, divirtiéndose durante el proceso. No ha sentido nada, por supuesto que no, moviéndose de principio a fin por unas pautas y comportamientos ensayados, convenciéndose a sí mismo de que, al final, todos son iguales. Unas palabras bien dichas, unos gestos correctos y hasta la más difícil de las mujeres mostraba compasión, esa dulce emoción que permitía la dominación.
El brillo claro de su mirada ha sido sustituido por el oscuro habitual, su sonrisa de alivio y amargura entremezclados ha desaparecido en favor de la indescifrable y enigmática, todo de forma paulatina y progresiva, tan perfecta como todo él. Lo que nada de esto expresa es el abrumador dolor que ha sentido durante el proceso. Desde la primera duda hasta el último convencimiento ha existido una lucha, un intento, vano, desesperado y débil, de oponer resistencia a su habitual forma de ser... La minoría luchando contra la mayoría, la voluntad contra el poder del miedo. Desgraciadamente los cuentos no existían, y al final la mayoría y la antigüedad terminaban por sobreponerse, por poner cada cosa en su sitio, injusta o no.
Con todo esto, cierra la puerta del reservado una vez entra, despacio, sin prisa alguna, borrado ya todo sentimiento estúpido o deseo alguno. Cierra con llave, siguiendo el juego, concediéndoles esa intimidad que supuestamente necesitarían para algo así. Despacio, muy despacio, comienza a girarse hacia ella, deshaciéndose de la chaqueta del traje durante el proceso, dándole esa fútil esperanza a Violine de que lo que ha sucedido es real, para luego destrozarla en mil pedazos...
Y no la destroza mediante gestos, acciones o movimientos, no, está por encima de eso, el momento de poner las cosas en su sitio, amo y muñeca, poder y sumisión, lo disfruta y lo hace palpable mediante unas palabras que se asemejan a gélidos cuchillos atravesando piel, músculo, hueso y alma:
-Decidme, Violine... ¿Os ha gustado la obra? Ciertamente realista, casi parecía atormentado de verdad... Como veis, el mundo del teatro es sumamente maravilloso... ¿Estáis de acuerdo conmigo, joven muñeca? -Recalca el término "muñeca", como afianzando esas posiciones y roles reales, colocando sendas manos a su espalda, mirándola fijamente, bebiendo de aquello que esos ojos grises van a mostrarle sin remisión alguna...
Ignorando el dolor, la pena y la tristeza que todo ello conlleva.
Jared Stroganoff- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 131
Fecha de inscripción : 28/06/2010
Re: ¿Y qué esperabas...? [Privado]
El viaje se le había hecho sumamente largo, eterno, sumida en el sepulcral silencio que parecía haberse extendido entre ambos sin previo aviso. No había sospechado nada en un principio, cuando abandonaba el Circo Gitano unos pasos por detrás suyo. Cierto era que,cuando subieron a ese carruaje que surcó la noche parisina calle a calle en busca de La Fée Verte, se había percatado de la repentina distancia, de la ausencia de un contacto físico o palabras... Pero pensó simplemente que él necesitaba un pequeño espacio, para mentalizarse de lo que acababa de ocurrir y de lo que venía ahora, y agradeció silenciosamente que se lo concediera a su vez a ella.
El nerviosismo que, aun atenuado por las últimas palabras del hombre junto al que ahora viajaba, seguía presente en ella, fue el causante de que no se percatara de lo que ocurría a su alrededor, de esos cambios que comenzaron a producirse con sutilidad en él... Nerviosismo ante la idea de estar apunto de dar algo que solo se podía entregar una vez, que llegó a pensar que moriría sin haber entregado a nadie, y que ahora sin embargo iba a hacer. Nerviosismo ante la idea de que ella misma iba a entregarse por completo a alguien, en cuestión de minutos. Un nerviosismo que opacó su capacidad de observación y la hizo sumirse en una lucha por la relajación y la calma con su gris mirada fija en una de las ventanas acortinadas del carruaje, atisbando a ver la negrura que lo inundaba todo.
Pero finalmente habían alcanzado el local y, en el mismo silencio que había estado presente desde el inicio del viaje, ascendido las dos plantas hasta su reservado. La joven no pudo evitar recordar, mientras él abría la puerta, todo lo que había pasado aquella primera noche allí, así como al ver la cama volvió a tomar cuenta de lo que iba a pasar ahora... El rubor de media hora atrás en el circo regresó a sus mejillas irremediablemente, ante esa mezcla de pensamientos capaces de cohibirla en su inexperiencia. Se mordió el labio inferior y cerró los ojos, mentalizándose, mientras escuchaba la puerta cerrarse con llave, algo que vio como una forma de concederles intimidad. Los abrió entonces, más relajada, observando como él se giraba despacio, deshaciéndose de su elegante chaqueta...
...Y comenzando a hablar justo al quedar cara a cara con ella, de una forma que logró desconcertarla en los primeros instantes. Que la llamase Violine, después de todo lo que había pasado, le resultó muy extraño, pero la pregunta que formuló después sí que terminó por desencajarla... ¿Teatro? Como era de esperar, no captó el significado de esas primeras palabras en un principio, hasta que añadió lo siguiente y comenzó a intuir algo que intentó negar a toda costa... ¿Realista? ¿Parecer atormentado? No, no podía estar hablando en serio... Entreabrió los labios, confusa, con expresión interrogante y sin entender nada, y de ellos solo pudo salir una pregunta estúpida y balbuceada:
-¿Q...qué...? -...Joven muñeca, así la llamó, recalcando el último termino. Violine entonces abrió aún más los ojos, y el peso de la cruda realidad se asentó sobre ella... Un teatro, un fingido teatro, así es como quería calificar él a todo lo que acababa de suceder. Las barreras habían vuelto a interponerse, y mucho antes de lo que ella esperaba, y ahora él volvía a dejar claras posiciones y distancias... ¿Por qué? Ella contaba con que eso podría suceder mañana, incluso pasado, pero...- No... -Susurró, sin conseguir ocultar el dolor en su voz, el mismo que comenzaba a empañar su mirada- No... -...no, no contaba con que esa misma noche, cuando hacía apenas un momento estaban compartiendo algo tan intenso, todo se fuese al traste. No comprendía como algo así podía suceder y por eso lo único que fue capaz de hacer, lo único a lo que pudo aferrarse, fue defender la verdad, intentando hacerle reaccionar- No, no estoy de acuerdo, no es cierto, no estáis hablando en serio... -Logró ganar determinación, sonar casi firme pese a que algo comenzaba a romperse dentro de ella- No ha habido ningún teatro, era la pura verdad, era real y vos lo sabéis...
El nerviosismo que, aun atenuado por las últimas palabras del hombre junto al que ahora viajaba, seguía presente en ella, fue el causante de que no se percatara de lo que ocurría a su alrededor, de esos cambios que comenzaron a producirse con sutilidad en él... Nerviosismo ante la idea de estar apunto de dar algo que solo se podía entregar una vez, que llegó a pensar que moriría sin haber entregado a nadie, y que ahora sin embargo iba a hacer. Nerviosismo ante la idea de que ella misma iba a entregarse por completo a alguien, en cuestión de minutos. Un nerviosismo que opacó su capacidad de observación y la hizo sumirse en una lucha por la relajación y la calma con su gris mirada fija en una de las ventanas acortinadas del carruaje, atisbando a ver la negrura que lo inundaba todo.
Pero finalmente habían alcanzado el local y, en el mismo silencio que había estado presente desde el inicio del viaje, ascendido las dos plantas hasta su reservado. La joven no pudo evitar recordar, mientras él abría la puerta, todo lo que había pasado aquella primera noche allí, así como al ver la cama volvió a tomar cuenta de lo que iba a pasar ahora... El rubor de media hora atrás en el circo regresó a sus mejillas irremediablemente, ante esa mezcla de pensamientos capaces de cohibirla en su inexperiencia. Se mordió el labio inferior y cerró los ojos, mentalizándose, mientras escuchaba la puerta cerrarse con llave, algo que vio como una forma de concederles intimidad. Los abrió entonces, más relajada, observando como él se giraba despacio, deshaciéndose de su elegante chaqueta...
...Y comenzando a hablar justo al quedar cara a cara con ella, de una forma que logró desconcertarla en los primeros instantes. Que la llamase Violine, después de todo lo que había pasado, le resultó muy extraño, pero la pregunta que formuló después sí que terminó por desencajarla... ¿Teatro? Como era de esperar, no captó el significado de esas primeras palabras en un principio, hasta que añadió lo siguiente y comenzó a intuir algo que intentó negar a toda costa... ¿Realista? ¿Parecer atormentado? No, no podía estar hablando en serio... Entreabrió los labios, confusa, con expresión interrogante y sin entender nada, y de ellos solo pudo salir una pregunta estúpida y balbuceada:
-¿Q...qué...? -...Joven muñeca, así la llamó, recalcando el último termino. Violine entonces abrió aún más los ojos, y el peso de la cruda realidad se asentó sobre ella... Un teatro, un fingido teatro, así es como quería calificar él a todo lo que acababa de suceder. Las barreras habían vuelto a interponerse, y mucho antes de lo que ella esperaba, y ahora él volvía a dejar claras posiciones y distancias... ¿Por qué? Ella contaba con que eso podría suceder mañana, incluso pasado, pero...- No... -Susurró, sin conseguir ocultar el dolor en su voz, el mismo que comenzaba a empañar su mirada- No... -...no, no contaba con que esa misma noche, cuando hacía apenas un momento estaban compartiendo algo tan intenso, todo se fuese al traste. No comprendía como algo así podía suceder y por eso lo único que fue capaz de hacer, lo único a lo que pudo aferrarse, fue defender la verdad, intentando hacerle reaccionar- No, no estoy de acuerdo, no es cierto, no estáis hablando en serio... -Logró ganar determinación, sonar casi firme pese a que algo comenzaba a romperse dentro de ella- No ha habido ningún teatro, era la pura verdad, era real y vos lo sabéis...
Violine- Gitano
- Mensajes : 84
Fecha de inscripción : 28/06/2010
Re: ¿Y qué esperabas...? [Privado]
Cuánta incertidumbre, cuánta confusión e incredulidad reflejan esos ojos grises que ahora parecen mirarlo de una forma totalmente distinta a como le observaban hace una hora escasa... Y como disfruta él de nuevo teniendo el control sobre la situación, manteniendo los papeles, los roles, las distancias entre ambos como si de un abismo insalvable se tratase...
Tal es el efecto que crea que en Violine que ésta es incapaz de asumirlo, de aceptar el hecho de que todo ha sido una treta, una farsa, un juego en el que ella, de nuevo, ha sido la títere, y él el titiritero... Los hilos se han entretejido de nuevo alrededor de la joven pelirroja, asfixiándola como un dulce alambre de espino que, por un momento, parecía la más dulce seda.
La cuestión es que no es solo ella quién ha sufrido ese efecto, puesto que él mismo se ha colocado esos mismos alambes espinosos, agónicos y opresivos alrededor de su alma. Así es, él mismo, movido por el miedo y roído por las dudas se ha autojustificado, se ha escudado y, con un mal uso de la fuerza de voluntad y del poder, ha vuelto a ser lo que era, aún con el dolor que eso ha supuesto y supone...
Y es que cada palabra de Violine es un mazazo contra esa red, un intento desesperado de penetrar y alcanzar algo que ya ha salido a la luz. Una serie de ataques que, esta vez, no tienen éxito, no le da tiempo siquiera a ello para que se suceda cuando vuelve a hablar en cuanto ella termina, manteniendo la sonrisa de suficiencia, superioridad, poder...
Humillación en el sentido más puro de la palabra, una humillación tanto a ella como a sí mismo, así de irónica es la vida:
-Lo que yo sé es que os habeís tragado de principio a fin esa farsa, Violine... En una noche aburrida he encontrado el entretenimiento perfecto: Vos. Deberíais estarme agradecida, jamás os subiréis a un escenario, y gracias a mí habéis podido participar en una perfecta obra de teatro. Y agradecería que os evitáseis sonar firme o tajante, que yo sepa no os doy permiso a ninguna de vosotras a contradecirme. -De nuevo ataca, cruel, despiadado y sin escrúpulos, sintiéndose retorcer ante cada palabra, su humanidad revolviéndose, instándole a que detenga esta locura, este suicidio sin remisión... Pero el miedo, el pánico, las dudas y el tormento son muy superiores en estos momentos, sobretodo el de abrirle el corazón de nuevo a otra persona. No, no está dispuesto a ello, a que vuelva a suceder, a que vuelva a ocurrir lo mismo. Así de irracional es su mente, puesto que eso jamás sucedería, pero ya se encarga su propia mierda de hacérselo ver muy pero que muy real.
Por ello mismo la intensidad pasa de palabras a gestos, acercándose hasta ella de nuevo y tumbándola encima de la cama de un único empujón, colocándose a horcajadas sobre ella.
RAS. El pañuelo termina en el suelo, no roto pero sí fuera del cuello de ella, y Jared acaricia las marcas amoratadas de sus colmillos con cierto escepticismo. Vaya, eso no lo sabía... Generalmente duraban un par de días, pero ese color morado Violine se lo había ocultado. Lo atañe a la enfermedad y no le da mayor importancia puesto que, aparentemente, no le importa lo más mínimo. En apenas tres segundos ambas frentes se entrechocan con cierta rudeza y sus ojos oscuros, magnéticos y hechizantes se clavan en los de la joven, manteniendo la sonrisa, derramando su aliento sobre los labios de ella, incitándola a que le bese, a que pruebe el dulce y venenoso néctar de la bestia y no del hombre, a que vea, que compruebe, cuán fácil le resulta actuar, cambiar el patrón y engañar:
-¿Os gusta lo que veis, Violine...?
Tal es el efecto que crea que en Violine que ésta es incapaz de asumirlo, de aceptar el hecho de que todo ha sido una treta, una farsa, un juego en el que ella, de nuevo, ha sido la títere, y él el titiritero... Los hilos se han entretejido de nuevo alrededor de la joven pelirroja, asfixiándola como un dulce alambre de espino que, por un momento, parecía la más dulce seda.
La cuestión es que no es solo ella quién ha sufrido ese efecto, puesto que él mismo se ha colocado esos mismos alambes espinosos, agónicos y opresivos alrededor de su alma. Así es, él mismo, movido por el miedo y roído por las dudas se ha autojustificado, se ha escudado y, con un mal uso de la fuerza de voluntad y del poder, ha vuelto a ser lo que era, aún con el dolor que eso ha supuesto y supone...
Y es que cada palabra de Violine es un mazazo contra esa red, un intento desesperado de penetrar y alcanzar algo que ya ha salido a la luz. Una serie de ataques que, esta vez, no tienen éxito, no le da tiempo siquiera a ello para que se suceda cuando vuelve a hablar en cuanto ella termina, manteniendo la sonrisa de suficiencia, superioridad, poder...
Humillación en el sentido más puro de la palabra, una humillación tanto a ella como a sí mismo, así de irónica es la vida:
-Lo que yo sé es que os habeís tragado de principio a fin esa farsa, Violine... En una noche aburrida he encontrado el entretenimiento perfecto: Vos. Deberíais estarme agradecida, jamás os subiréis a un escenario, y gracias a mí habéis podido participar en una perfecta obra de teatro. Y agradecería que os evitáseis sonar firme o tajante, que yo sepa no os doy permiso a ninguna de vosotras a contradecirme. -De nuevo ataca, cruel, despiadado y sin escrúpulos, sintiéndose retorcer ante cada palabra, su humanidad revolviéndose, instándole a que detenga esta locura, este suicidio sin remisión... Pero el miedo, el pánico, las dudas y el tormento son muy superiores en estos momentos, sobretodo el de abrirle el corazón de nuevo a otra persona. No, no está dispuesto a ello, a que vuelva a suceder, a que vuelva a ocurrir lo mismo. Así de irracional es su mente, puesto que eso jamás sucedería, pero ya se encarga su propia mierda de hacérselo ver muy pero que muy real.
Por ello mismo la intensidad pasa de palabras a gestos, acercándose hasta ella de nuevo y tumbándola encima de la cama de un único empujón, colocándose a horcajadas sobre ella.
RAS. El pañuelo termina en el suelo, no roto pero sí fuera del cuello de ella, y Jared acaricia las marcas amoratadas de sus colmillos con cierto escepticismo. Vaya, eso no lo sabía... Generalmente duraban un par de días, pero ese color morado Violine se lo había ocultado. Lo atañe a la enfermedad y no le da mayor importancia puesto que, aparentemente, no le importa lo más mínimo. En apenas tres segundos ambas frentes se entrechocan con cierta rudeza y sus ojos oscuros, magnéticos y hechizantes se clavan en los de la joven, manteniendo la sonrisa, derramando su aliento sobre los labios de ella, incitándola a que le bese, a que pruebe el dulce y venenoso néctar de la bestia y no del hombre, a que vea, que compruebe, cuán fácil le resulta actuar, cambiar el patrón y engañar:
-¿Os gusta lo que veis, Violine...?
Jared Stroganoff- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 131
Fecha de inscripción : 28/06/2010
Re: ¿Y qué esperabas...? [Privado]
La sonrisa que se dibujó en el rostro de aquel que ahora la miraba desde ese oscuro pedestal de poder, se le antojó humillante, tan dolorosa como sus primeras palabras, y tan hiriente como las siguientes que salieron de esos labios que, no hacía si quiera una hora, le habían regalado su primer beso. Su mente, ahora sumida en una lucha entre la voluntad y la fuerza de su promesa, y la desesperación agónica de ver como en apenas minutos todo se había desvanecido, comenzó a doblegarse ante esa crueldad, siendo incapaz de concebir que aquello pudiera estar pasando, decidida aún a negarlo, a creer que la verdadera farsa era aquella y no el momento anteriormente compartido:
-No... Eso es mentira... -Su voz volvió a sonar quebrada, rota, dolida...- ¡Mentís! ¡Estáis mintiendo! -Exclamó, alzando el tono en un desesperado intento de darle más fuerza a esas palabras- Esta es la farsa, este es el teatro... Sí, todo lo que hacéis en vuestro día a día es un teatro y una farsa... Pero lo que ha sucedido antes es real -Se reafirmaba pese a que él le hubiera exigido que no le contradijera- No necesito permiso para decir la verdad... Porque en efecto, lo que digo es la verdad: estáis fingiendo ahora, como siempre, y no antes... -Repitió, incansable, pese a que por dentro le costase creerse del todo lo que decía, pese a que una parte de ella, la que había sido víctima de la tortura y la humillación a lo largo de su vida, comenzase a dudar de lo sucedido en el circo... Pero intentaba hacer acopio de fuerzas y mantenerse firme en su postura, que la batalla la ganase esa parte que había visto su destino, que creía en él y que deseaba cumplir su promesa aún con todo.
No pudo hacer nada por evitar aquel brusco empujón que terminó tumbándola sobre la cama con lamentable facilidad, cerrando los ojos unos instantes al sentirle sobre ella, aprisionándola de esa forma, dejando caer su peso con rudeza sobre el suyo, frágil y escaso... Su pañuelo cayó al suelo, anticipándole algo que, si bien en las circunstancias del circo habría comprendido y no le habría molestado, en estas se le antojaba asqueroso y aterrador. Una punzada de dolor se apoderó de cada marca acariciada, puesto que estás le molestaban, sí, pero lo callaba. Ambas frentes chocaron, de forma violenta, un choque provocado por él, y ella abrió los ojos...
Era una mirada suplicante, herida y confusa... Pero por encima de todo seguía siendo una mirada compasiva en la que, por encima del dolor y la angustia, una emoción se transmitía con mucha más fuerza: la lástima. Lástima de ver como él mismo se autoperjudicaba de esa forma, tirando por la borda todo lo que habían conseguido juntos las horas anteriores. Lástima porque reconocía en esos gestos a la fuerza del pánico y la ignorancia, porque se negaba a creer que esa actitud fuese la real, la procedente de la esencia, y estaba segura de que esta última se resintiría por todo aquello... Lástima por la mentira que ahora le tocaba soportar, pero manteniendo los retazos de su deshecha compostura para poder aguantarlo y no ceder:
-No... No me gusta, porque no es real -Respondió reiterándose aún más en su postura, sin sentir si quiera tentación alguna de besarle, porque no era esa fachada, ese poder, lo que ella deseaba... Deseaba al hombre, a la humildad, a la verdad por encima de todas las cosas. Y por eso siguió intentándolo, llamándole de esa forma que representaba la realidad aún con lo arriesgado que hacerlo era- Sigmund... -Susurró, sin dejar de mirarle, aceptando el riesgo de ese acto y sus consecuencias- ...por favor
-No... Eso es mentira... -Su voz volvió a sonar quebrada, rota, dolida...- ¡Mentís! ¡Estáis mintiendo! -Exclamó, alzando el tono en un desesperado intento de darle más fuerza a esas palabras- Esta es la farsa, este es el teatro... Sí, todo lo que hacéis en vuestro día a día es un teatro y una farsa... Pero lo que ha sucedido antes es real -Se reafirmaba pese a que él le hubiera exigido que no le contradijera- No necesito permiso para decir la verdad... Porque en efecto, lo que digo es la verdad: estáis fingiendo ahora, como siempre, y no antes... -Repitió, incansable, pese a que por dentro le costase creerse del todo lo que decía, pese a que una parte de ella, la que había sido víctima de la tortura y la humillación a lo largo de su vida, comenzase a dudar de lo sucedido en el circo... Pero intentaba hacer acopio de fuerzas y mantenerse firme en su postura, que la batalla la ganase esa parte que había visto su destino, que creía en él y que deseaba cumplir su promesa aún con todo.
No pudo hacer nada por evitar aquel brusco empujón que terminó tumbándola sobre la cama con lamentable facilidad, cerrando los ojos unos instantes al sentirle sobre ella, aprisionándola de esa forma, dejando caer su peso con rudeza sobre el suyo, frágil y escaso... Su pañuelo cayó al suelo, anticipándole algo que, si bien en las circunstancias del circo habría comprendido y no le habría molestado, en estas se le antojaba asqueroso y aterrador. Una punzada de dolor se apoderó de cada marca acariciada, puesto que estás le molestaban, sí, pero lo callaba. Ambas frentes chocaron, de forma violenta, un choque provocado por él, y ella abrió los ojos...
Era una mirada suplicante, herida y confusa... Pero por encima de todo seguía siendo una mirada compasiva en la que, por encima del dolor y la angustia, una emoción se transmitía con mucha más fuerza: la lástima. Lástima de ver como él mismo se autoperjudicaba de esa forma, tirando por la borda todo lo que habían conseguido juntos las horas anteriores. Lástima porque reconocía en esos gestos a la fuerza del pánico y la ignorancia, porque se negaba a creer que esa actitud fuese la real, la procedente de la esencia, y estaba segura de que esta última se resintiría por todo aquello... Lástima por la mentira que ahora le tocaba soportar, pero manteniendo los retazos de su deshecha compostura para poder aguantarlo y no ceder:
-No... No me gusta, porque no es real -Respondió reiterándose aún más en su postura, sin sentir si quiera tentación alguna de besarle, porque no era esa fachada, ese poder, lo que ella deseaba... Deseaba al hombre, a la humildad, a la verdad por encima de todas las cosas. Y por eso siguió intentándolo, llamándole de esa forma que representaba la realidad aún con lo arriesgado que hacerlo era- Sigmund... -Susurró, sin dejar de mirarle, aceptando el riesgo de ese acto y sus consecuencias- ...por favor
Violine- Gitano
- Mensajes : 84
Fecha de inscripción : 28/06/2010
Re: ¿Y qué esperabas...? [Privado]
Ladea el rostro un par de centímetros al ver la absurda, al menos para él, insistencia de Violine. ¿No le ha quedado claro que no hay nada que hacer, que lo que ha visto ha sido mera farsa y teatro? ¿Tan difícil le resulta aceptar que la ha vuelto a humillar, como tantas otras veces, que ha vuelto a jugar con ella y ni siquiera ha vacilado?
Al parecer sí, le resulta difícil... Y es una dificultdad más que razonada y justificada, porque, en efecto, no ha sido mentira, ha sido muy real, tanto que, por el miedo a eso mismo, a la realidad, ha vuelto a ser lo que era de forma más intensa y cruel que antes. Lo había advertido, su misma humanidad la había advertido de donde se estaba metiendo y de lo que ello implicaba. Y gran parte de ese precio era este, los momentos de debilidad magnificados e intensificados, la bestia dominando con mayor control y soltura, humillando, jugando, entretejiendo... La araña controlando a sus víctimas, moviéndoles a placer, como ahora mismo estaba haciendo. Un suspiro de puro hastío escapa de sus labios, dispuesto a destrozar todas y cada una de las palabras de Violine y, junto con ellas, su esperanza:
-En ocasiones resultáis aburrida, Violine... Aceptad que os he engañado, que no habéis sido más que mi juguete esta noche, cuanto antes lo aceptéis antes podréis volver a vuestra corriente habitual, esa que controlo yo. Los cuentos de hadas no existen, Violine, metéoslo en vuestra preciosa cabeza... Porque jamás c... -
Sigmund. Un único nombre, una única palabra, que le hace frenar en seco la sarta de ataques que le estaba lanzando. Parpadea un par de veces y abre los ojos un poco más de lo normal, incrédulo ante lo que acaba de oír. Y ese ese nombre, seguido de la muda súplica por parte de la joven lo que provoca una mínima penetración en esa red de alambre. Por un instante, sus ojos adquieren ese mismo brillo que hace un par de horas y su rostro parece cambiar, transformarse en el del hombre... Pero, al segundo, la mirada oscura vuelve a aparecer, rauda, veloz, brutal, y su rostro vuelve a ser esa máscara perfecta de gélida frialdad.
PLAF. La bofetada que le asesta es bastante sonora y va cargada con una fuerza nada desdeñable. Ni siquiera ha pensado en lo que ha hecho o lo ha planeado, únicamente se ha dejado llevar por ese pánico que, en estos instantes, se intensificia al haber conseguido ella volver a penetrar. Por ello mismo su voz sale cavernosa, casi inhumana, cargada de una especie de odio irracional... Un odio que se entremezcla con la constante lucha consigo mismo, con la dificultad de vencer a esa parte alimentada durante siglos:
-No oséis mencionar ese nombre de nuevo, Violine, no os doy ese derecho. -Es ilógico, dolorosamente ilógico, que le haya confesado su nombre real cuando, supuestamente, era una farsa... Pero así lo cree él, todo formando parte de su plan, de su forma de actuar y de ver las cosas, una forma en la que no tienen cabida otros seres mas que para ser controlados. Se levanta de un único movimiento, agarrándola por la cintura, clavando superficialmente sus uñas en la tela y en la piel, colocándola boca abajo en la cama.- Y por tamaña osadía vais a recibir vuestro castigo: Desvestíos.
Al parecer sí, le resulta difícil... Y es una dificultdad más que razonada y justificada, porque, en efecto, no ha sido mentira, ha sido muy real, tanto que, por el miedo a eso mismo, a la realidad, ha vuelto a ser lo que era de forma más intensa y cruel que antes. Lo había advertido, su misma humanidad la había advertido de donde se estaba metiendo y de lo que ello implicaba. Y gran parte de ese precio era este, los momentos de debilidad magnificados e intensificados, la bestia dominando con mayor control y soltura, humillando, jugando, entretejiendo... La araña controlando a sus víctimas, moviéndoles a placer, como ahora mismo estaba haciendo. Un suspiro de puro hastío escapa de sus labios, dispuesto a destrozar todas y cada una de las palabras de Violine y, junto con ellas, su esperanza:
-En ocasiones resultáis aburrida, Violine... Aceptad que os he engañado, que no habéis sido más que mi juguete esta noche, cuanto antes lo aceptéis antes podréis volver a vuestra corriente habitual, esa que controlo yo. Los cuentos de hadas no existen, Violine, metéoslo en vuestra preciosa cabeza... Porque jamás c... -
Sigmund. Un único nombre, una única palabra, que le hace frenar en seco la sarta de ataques que le estaba lanzando. Parpadea un par de veces y abre los ojos un poco más de lo normal, incrédulo ante lo que acaba de oír. Y ese ese nombre, seguido de la muda súplica por parte de la joven lo que provoca una mínima penetración en esa red de alambre. Por un instante, sus ojos adquieren ese mismo brillo que hace un par de horas y su rostro parece cambiar, transformarse en el del hombre... Pero, al segundo, la mirada oscura vuelve a aparecer, rauda, veloz, brutal, y su rostro vuelve a ser esa máscara perfecta de gélida frialdad.
PLAF. La bofetada que le asesta es bastante sonora y va cargada con una fuerza nada desdeñable. Ni siquiera ha pensado en lo que ha hecho o lo ha planeado, únicamente se ha dejado llevar por ese pánico que, en estos instantes, se intensificia al haber conseguido ella volver a penetrar. Por ello mismo su voz sale cavernosa, casi inhumana, cargada de una especie de odio irracional... Un odio que se entremezcla con la constante lucha consigo mismo, con la dificultad de vencer a esa parte alimentada durante siglos:
-No oséis mencionar ese nombre de nuevo, Violine, no os doy ese derecho. -Es ilógico, dolorosamente ilógico, que le haya confesado su nombre real cuando, supuestamente, era una farsa... Pero así lo cree él, todo formando parte de su plan, de su forma de actuar y de ver las cosas, una forma en la que no tienen cabida otros seres mas que para ser controlados. Se levanta de un único movimiento, agarrándola por la cintura, clavando superficialmente sus uñas en la tela y en la piel, colocándola boca abajo en la cama.- Y por tamaña osadía vais a recibir vuestro castigo: Desvestíos.
Jared Stroganoff- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/06/2010
Re: ¿Y qué esperabas...? [Privado]
Arabelle se negaba a aceptarlo, por más que cada vez hubieran más defensas derribadas, más flaqueamiento de la voluntad y las fuerzas, más consistencia del recelo, el miedo y las dudas... Pero pese a todo seguía luchando contra si misma, contra Violine, contra la parte que quería rendirse y ceder las humillaciones, contra la parte que quería echarse atrás en su promesa, contra la cruda y fría falsa realidad creada por Jared, que, a cada palabra de él, a cada gesto, parecía más creíble... No, no iba a aceptala como verdadera, porque él mismo, siendo Sigmund, le había advertido de que aquello podría pasar y, aunque era más fuerte y poderoso de lo que se esperaba, aunque era demasiado pronto y creía haber contado con un margen de tiempo para mentalizarse, tenía que adaptarse a las circunstancias si no quería fallarle a él y a si misma.
-Vos no controláis nada de mí, ni si quiera os controlais a si mismo... Es el pánico el que os controla ahora... -La voz de la joven, cada vez más quebrada, como lo estaba su interior, pero sonando todavía firme, siguió haciéndose oír desde su rotura- No voy a aceptar una mentira como cierta, sé diferenciar la realidad de lo que no lo es, a diferencia de vos... Y sé que ha sido real y que es el pavor que os controla el que os hace negarlo... -Le costaba creerlo, sonaba mucho menos tajante, pero aún se negaba a perder esa esperanza siempre tenuemente brillante, esa fe en la humanidad, en el destino y en las segundas oportunidades...
Y entonces lo vio, ese brillo fugaz en su mirada tornándola de nuevo humana, el brillo del hombre que intentaba abrirse paso por los muros de la bestia, el brillo de Sigmund intentando vencer la batalla a Jared, el brillo de esa misma esperanza que seguía empeñada en no dejar que se destrozara junto con toda su entereza y sus fuerzas... Al segundo este había desaparecido, y de nuevo era el monstruo el que la miraba con esas oscuras dagas de hielo... Pero Arabelle, que no Violine, había tenido tiempo de verlo, y eso, junto a las posteriores palabras de él, le dio una pequeña dosis de aguante, reforzando su resquebrajada voluntad...
...La voluntad suficiente para contener un grito de dolor ante esa fuerte bofetada que, si a cualquier chica de su edad y complexión habría servido para girarle la cara y dejarle la marca de los dedos, a ella, mucho más débil y con una tendencia hacia el sangrado considerable, no solo logró volverle el rostro hacia un lado y dejarle una roja silueta que enseguida se tornaría a morado..., sino que provocó una herida desde la comisura hasta su labio inferior por la que empezó a gotear su sangre, más líquida de lo normal.
-No me dais ese derecho porque sabéis que ese nombre es la prueba de que tengo razón... -Susurró, con la voz tomada por el dolor del golpe, conteniendo las lágrimas- ...La prueba de que esta noche ha sido enteramente real hasta ahora, en que vuestro irracional miedo os ha hecho convertirla en mentira... -Había recuperado toda la firmeza perdida, pese a estar sintiendo que la cara le ardía y la sangre le escocía horrores, una sangre cuyo aroma seguramente inundaría al vampiro en cuestión de segundos- Vos mismo os delatáis... Sigmund -Y volvió a repetir el nombre, desafiándole a que siguiera negando lo evidente, a que la destrozara aún más y, con eso, se destrozara a si mismo, porque ella no dejaría de creer en lo que había visto ni faltaría a su palabra, lo había prometido.
Ni si quiera el aviso de que a continuación iba a ser castigada sirvió para que se echase atrás. El alma herida, el orgullo destrozado, la ilusión rota... Pero la esperanza firme, la fuerza de voluntad recuperándose, y Arabelle venciendo momentaneamente la batalla a Violine. Contuvo otro quejido cuando él la agarró de forma violenta y obligó a quedar bocabajo, ladeando el rostro en un intento de mirarle:
-No...
-Vos no controláis nada de mí, ni si quiera os controlais a si mismo... Es el pánico el que os controla ahora... -La voz de la joven, cada vez más quebrada, como lo estaba su interior, pero sonando todavía firme, siguió haciéndose oír desde su rotura- No voy a aceptar una mentira como cierta, sé diferenciar la realidad de lo que no lo es, a diferencia de vos... Y sé que ha sido real y que es el pavor que os controla el que os hace negarlo... -Le costaba creerlo, sonaba mucho menos tajante, pero aún se negaba a perder esa esperanza siempre tenuemente brillante, esa fe en la humanidad, en el destino y en las segundas oportunidades...
Y entonces lo vio, ese brillo fugaz en su mirada tornándola de nuevo humana, el brillo del hombre que intentaba abrirse paso por los muros de la bestia, el brillo de Sigmund intentando vencer la batalla a Jared, el brillo de esa misma esperanza que seguía empeñada en no dejar que se destrozara junto con toda su entereza y sus fuerzas... Al segundo este había desaparecido, y de nuevo era el monstruo el que la miraba con esas oscuras dagas de hielo... Pero Arabelle, que no Violine, había tenido tiempo de verlo, y eso, junto a las posteriores palabras de él, le dio una pequeña dosis de aguante, reforzando su resquebrajada voluntad...
...La voluntad suficiente para contener un grito de dolor ante esa fuerte bofetada que, si a cualquier chica de su edad y complexión habría servido para girarle la cara y dejarle la marca de los dedos, a ella, mucho más débil y con una tendencia hacia el sangrado considerable, no solo logró volverle el rostro hacia un lado y dejarle una roja silueta que enseguida se tornaría a morado..., sino que provocó una herida desde la comisura hasta su labio inferior por la que empezó a gotear su sangre, más líquida de lo normal.
-No me dais ese derecho porque sabéis que ese nombre es la prueba de que tengo razón... -Susurró, con la voz tomada por el dolor del golpe, conteniendo las lágrimas- ...La prueba de que esta noche ha sido enteramente real hasta ahora, en que vuestro irracional miedo os ha hecho convertirla en mentira... -Había recuperado toda la firmeza perdida, pese a estar sintiendo que la cara le ardía y la sangre le escocía horrores, una sangre cuyo aroma seguramente inundaría al vampiro en cuestión de segundos- Vos mismo os delatáis... Sigmund -Y volvió a repetir el nombre, desafiándole a que siguiera negando lo evidente, a que la destrozara aún más y, con eso, se destrozara a si mismo, porque ella no dejaría de creer en lo que había visto ni faltaría a su palabra, lo había prometido.
Ni si quiera el aviso de que a continuación iba a ser castigada sirvió para que se echase atrás. El alma herida, el orgullo destrozado, la ilusión rota... Pero la esperanza firme, la fuerza de voluntad recuperándose, y Arabelle venciendo momentaneamente la batalla a Violine. Contuvo otro quejido cuando él la agarró de forma violenta y obligó a quedar bocabajo, ladeando el rostro en un intento de mirarle:
-No...
Violine- Gitano
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Fecha de inscripción : 28/06/2010
Re: ¿Y qué esperabas...? [Privado]
Sigmund. De nuevo ese maldito nombre escapándose de los labios de Violine, haciéndole recordar lo que acaba de suceder en el circo, recuerdos tan vívidos y esperanzadores que se retuerce de forma sutil y estremecedora. La lucha es sin cuartel, alcanzando tales cotas que los brillos en su mirada van alternándose, su humanidad pugnando por salir, y su inhumanidad controlando, intentando aguantar todo el tiempo que puede.
Cada una de las palabras de Violine, en efecto, se han clavado sobre su mismo ser, su conciancia, intentando penetrar, ahondar, hacer ver una verdad que no tiene nada clara. Pero el pánico sigue presente, controlándole como si fuese un títere, dictando unas acciones que le hace ver seguras para su integridad cuando, realmente, son todo lo contrario. La última negativa por parte de la joven provoca que se acerque a grandes zancadas, desquiciado por dentro aunque por fuera sigia pareciendo una estatua esculpida por el más perfecto mármol, colocándose de nuevo a horcajadas sobre ella.
RAS. Esta vez no es el pañuelo lo que cae al suelo, si no los restos de la ropa que Violine llevaba. El corsé y la parte inferior van a hacerle compañía a la prenda anteriormente mencionada, incluida la ropa anterior, dejándola totalmente desnuda, expuesta, vulnerable... Otra forma más de humillación, la más cruel, buscando así satisfacerse, justificarse, creerse que todo ha sido una farsa, que no ha sido real.
El éxito de la jugada es prácticamente nulo, y por ello mismo se levanta emitiendo algo parecido a un gruñido, agachándose y mirando debajo de la cama. Lo que saca de esta es el látigo de las noches anteriores, ese que se había olvidado recoger y que había permanecido ahi. Lo chasquea un par de veces, despacio, firme, sus ojos clavados en la espalda de la joven, recorriéndola con fingida y penetrante lascivia de arriba a abajo, buscando incomodarla, hacerla sentir como lo que supuestamente es: Un objeto.
-¿Cuántas veces tendré que repetíroslo? No existe ningún Sigmund, ya no... Lo que veis, Violine, es lo que soy, y como os dije, vais a ser castigada. Por favor, no os contengáis, me gusta escucharos chillar. -Le pide con cruel sarcasmo, intentando obviar sin éxito alguno el dolor que le recorre por entero, como si fuese él quién va a sufrir, y no ella.
El látigo rasga el aire, y esta vez, a diferencia de aquella noche, sí que impacta contra la piel, descendiendo desde la parte alta hasta la baja, creando un surco sangrante en cuestión de décimas de segundo. El primer latigazo ha sido dado y él duda, pero otro más le precede, dejando otro surco algo más pequeño pero profundo... Y así, otros tres más hasta un total de cinco, tomándose su tiempo entre uno y otro. Para cuando termina baja la mano, observando su obra, sintiendo el deseo de alimentarse crecer ante la sangre que ya antes ha olido y la que ahora emana de su espalda... Demasiado tentador, demasiado suculento, pero se resiste, por el momento, asegurándose de que ha aprendido la lección...
Asegurándose, para bien o para mal, de que Arabelle sigue presente en ese cuerpo maltratado, de que su única salvación cumplirá su promesa y resistirá:
-¿Habéis aprendido la lección, o queréis más latigazos, mademoiselle...?
Cada una de las palabras de Violine, en efecto, se han clavado sobre su mismo ser, su conciancia, intentando penetrar, ahondar, hacer ver una verdad que no tiene nada clara. Pero el pánico sigue presente, controlándole como si fuese un títere, dictando unas acciones que le hace ver seguras para su integridad cuando, realmente, son todo lo contrario. La última negativa por parte de la joven provoca que se acerque a grandes zancadas, desquiciado por dentro aunque por fuera sigia pareciendo una estatua esculpida por el más perfecto mármol, colocándose de nuevo a horcajadas sobre ella.
RAS. Esta vez no es el pañuelo lo que cae al suelo, si no los restos de la ropa que Violine llevaba. El corsé y la parte inferior van a hacerle compañía a la prenda anteriormente mencionada, incluida la ropa anterior, dejándola totalmente desnuda, expuesta, vulnerable... Otra forma más de humillación, la más cruel, buscando así satisfacerse, justificarse, creerse que todo ha sido una farsa, que no ha sido real.
El éxito de la jugada es prácticamente nulo, y por ello mismo se levanta emitiendo algo parecido a un gruñido, agachándose y mirando debajo de la cama. Lo que saca de esta es el látigo de las noches anteriores, ese que se había olvidado recoger y que había permanecido ahi. Lo chasquea un par de veces, despacio, firme, sus ojos clavados en la espalda de la joven, recorriéndola con fingida y penetrante lascivia de arriba a abajo, buscando incomodarla, hacerla sentir como lo que supuestamente es: Un objeto.
-¿Cuántas veces tendré que repetíroslo? No existe ningún Sigmund, ya no... Lo que veis, Violine, es lo que soy, y como os dije, vais a ser castigada. Por favor, no os contengáis, me gusta escucharos chillar. -Le pide con cruel sarcasmo, intentando obviar sin éxito alguno el dolor que le recorre por entero, como si fuese él quién va a sufrir, y no ella.
El látigo rasga el aire, y esta vez, a diferencia de aquella noche, sí que impacta contra la piel, descendiendo desde la parte alta hasta la baja, creando un surco sangrante en cuestión de décimas de segundo. El primer latigazo ha sido dado y él duda, pero otro más le precede, dejando otro surco algo más pequeño pero profundo... Y así, otros tres más hasta un total de cinco, tomándose su tiempo entre uno y otro. Para cuando termina baja la mano, observando su obra, sintiendo el deseo de alimentarse crecer ante la sangre que ya antes ha olido y la que ahora emana de su espalda... Demasiado tentador, demasiado suculento, pero se resiste, por el momento, asegurándose de que ha aprendido la lección...
Asegurándose, para bien o para mal, de que Arabelle sigue presente en ese cuerpo maltratado, de que su única salvación cumplirá su promesa y resistirá:
-¿Habéis aprendido la lección, o queréis más latigazos, mademoiselle...?
Jared Stroganoff- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/06/2010
Re: ¿Y qué esperabas...? [Privado]
Lo vio, vio esa lucha continúa en los ojos del vampiro, vio como hombre y bestia peleaban por tomar el poder de ese cuerpo, como el alma luchaba contra las barreras, de forma fugaz, vertiginosa y escalofriante, vio esa alternancia entre Sigmund y Jared, aunque de momento siguiera siendo el segundo quien ganaba terreno... Lo vio en esos instantes que aguantó con el rostro ladeado hacia él, antes de que se acercara a continuar con aquella horrible tortura. Cerró los ojos y enterró el rostro en la almohada, sintiéndose despojar de sus ropas, sintiendo el tinte humillante implícito en esa acción, el ansia de él por dejarla más indefensa y vulnerable, por hacerla sentir de nuevo un simple objeto, un juguete, una propiedad... Una muñeca, su muñeca, la muñeca de su amo.
Violine, la muñeca, la silenciosa, tomó parte de poder en la lucha interna de la joven ante ese último pensamiento, emitiendo un leve quejido. Pero Arabelle seguía estando allí, seguía negándose a dejarse vencer por esa farsa, por el pánico que, al igual que a él, a ella también le invadía... Pánico a no resistirlo, pánico al dolor, a las vejaciones, a morir en el intento... Un pánico que pugnaba por asentarse dentro de su ser pero que ella lograba acotar, sobreponiéndose pese a haber atisbado a ver el látigo y saber lo que le esperaba, pese a la falsa lascivia con la que se sentía observar, pese a lo hiriente de las palabras que se dirigían a ella como certeros puñales clavándose en su alma... Pese a todo, y sin nada, nada más que una esperanza que minutos antes había cogido una fuerza que ahora podía desvanecerse en cualquier momento:
-Lo que veo es la mentira que en vuestra ignorancia y temor habéis creado... Lo que veo es una fachada de poder diseñada para atraer al estúpido y ambicioso y atemorizar al débil o al inocente, con tal de o daros la razón cuando alguien os idolatra por la codicia, o alejar de vos a cualquiera que no lo haga y que pueda suponer una amenaza para esa falsa realidad que os habeís creado... -Afirmó, en un susurro roto- Sigmund existe, pero ahora le habéis enterrado bajo los muros del pánico, bajo vuestra absurda máscara que vos y otros ven como perfecta cuando, realmente da pena... -Y tras eso, vino una súplica, un intento desesperado de evitar lo inevitable- Por favor... No hagáis esto... Os arrepentiréis... -Sabía que no serviría de nada, pero aún así, tenía que intentarlo, tenía que darle la oportunidad de echarse atrás... Oportunidad que él desaprovecho, tal y como ella temía.
Clavó las uñas en el colchón, sabedora de lo que ahora tocaba, mordiendo la almohada y sintiendo el sabor de su propia sangre inundarle la boca... Escuchó el rasgar del aire y, ni un segundo después, el primer coletazo de agudo y potente dolor, ardiente, provocando enseguida un nuevo sangrado. La primera vez contuvo las ganas de gritar, logró no darle esa satisfacción a la bestia, pero la segunda... La segunda el primer grito nació de su garganta, ahogado contra la almohada que, al tercer latigazo, tuvo que dejar de morder para no ahogarse ante la falta de aire y el líquido vital que manchaba sus labios, comenzando a retorcerse... Al cuarto, irremediablemente, rompió a llorar, con otro alarido ante el quinto y último impacto de aquel cruel instrumento sobre su espalda.
Aún cuando los golpes cesaron, ella seguía retorciéndose, y no solo por fuera, sino también por dentro, en esa angustiosa batalla que cada vez estaba más perdida, pero que aún no había dado paso a una redinción o retirada. Ultrajada, apuñalada, herida... Una muñeca rota, al borde de las últimas fuerzas que evitaban que terminase por creerse tal. Las lágrimas surcarban su rostro, aún enrojecido y resentido por la bofetada en uno de los lados, diluyendo aún más la sangre de la herida de este... Una sangre que no podía compararse a la que manaba de su espalda, de forma más rápida y abundante de lo normal.
Nadie en esa época podía saber que era porque el cancerígeno mal que la asediaba impedía la coagulación y provocaba esa tendencia al sangrado, pero sí que podía intuirse fácilmente que era por su enfermedad. Enormes surcos acuosos, como ríos entrelazados a lo largo de su blanca y femenina espalda, comenzaron a teñirla entera de escarlata, llegando a gotear hasta las sábanas, delatando un evidente dolor... Un dolor que no se podía comparar, sin embargo, al que iba por dentro: el dolor de su alma, un alma que seguía insistiendo, intentando no dejarse vencer ante esa agonía, aún llegando al límite de su aguante...
-No... no hay ninguna lección que... aprender... -Escupió las palabras, ahogadas entre sollozos patéticamente contenidos- ...Podéis seguir con los latigazos pero... siempre obtendréis la misma respuesta... o bien el silencio, una vez me hayáis matado tras golpearme por enésima vez... -Era cierto, seguramente no resistiría muchas tandas, y quizá entonces él se arrepentiría, tal y como ella había vaticinado... Y probablemente sería tarde, probablemente terminaría por desangrarse o sufrir una infección que su defectuoso sistema inmunitario no sabría combatir, probablemente moriría... Pero moriría luchando, moriría fiel a si misma, a su palabra, a su promesa, a su esencia...
...Moriría siendo Arabelle.
Violine, la muñeca, la silenciosa, tomó parte de poder en la lucha interna de la joven ante ese último pensamiento, emitiendo un leve quejido. Pero Arabelle seguía estando allí, seguía negándose a dejarse vencer por esa farsa, por el pánico que, al igual que a él, a ella también le invadía... Pánico a no resistirlo, pánico al dolor, a las vejaciones, a morir en el intento... Un pánico que pugnaba por asentarse dentro de su ser pero que ella lograba acotar, sobreponiéndose pese a haber atisbado a ver el látigo y saber lo que le esperaba, pese a la falsa lascivia con la que se sentía observar, pese a lo hiriente de las palabras que se dirigían a ella como certeros puñales clavándose en su alma... Pese a todo, y sin nada, nada más que una esperanza que minutos antes había cogido una fuerza que ahora podía desvanecerse en cualquier momento:
-Lo que veo es la mentira que en vuestra ignorancia y temor habéis creado... Lo que veo es una fachada de poder diseñada para atraer al estúpido y ambicioso y atemorizar al débil o al inocente, con tal de o daros la razón cuando alguien os idolatra por la codicia, o alejar de vos a cualquiera que no lo haga y que pueda suponer una amenaza para esa falsa realidad que os habeís creado... -Afirmó, en un susurro roto- Sigmund existe, pero ahora le habéis enterrado bajo los muros del pánico, bajo vuestra absurda máscara que vos y otros ven como perfecta cuando, realmente da pena... -Y tras eso, vino una súplica, un intento desesperado de evitar lo inevitable- Por favor... No hagáis esto... Os arrepentiréis... -Sabía que no serviría de nada, pero aún así, tenía que intentarlo, tenía que darle la oportunidad de echarse atrás... Oportunidad que él desaprovecho, tal y como ella temía.
Clavó las uñas en el colchón, sabedora de lo que ahora tocaba, mordiendo la almohada y sintiendo el sabor de su propia sangre inundarle la boca... Escuchó el rasgar del aire y, ni un segundo después, el primer coletazo de agudo y potente dolor, ardiente, provocando enseguida un nuevo sangrado. La primera vez contuvo las ganas de gritar, logró no darle esa satisfacción a la bestia, pero la segunda... La segunda el primer grito nació de su garganta, ahogado contra la almohada que, al tercer latigazo, tuvo que dejar de morder para no ahogarse ante la falta de aire y el líquido vital que manchaba sus labios, comenzando a retorcerse... Al cuarto, irremediablemente, rompió a llorar, con otro alarido ante el quinto y último impacto de aquel cruel instrumento sobre su espalda.
Aún cuando los golpes cesaron, ella seguía retorciéndose, y no solo por fuera, sino también por dentro, en esa angustiosa batalla que cada vez estaba más perdida, pero que aún no había dado paso a una redinción o retirada. Ultrajada, apuñalada, herida... Una muñeca rota, al borde de las últimas fuerzas que evitaban que terminase por creerse tal. Las lágrimas surcarban su rostro, aún enrojecido y resentido por la bofetada en uno de los lados, diluyendo aún más la sangre de la herida de este... Una sangre que no podía compararse a la que manaba de su espalda, de forma más rápida y abundante de lo normal.
Nadie en esa época podía saber que era porque el cancerígeno mal que la asediaba impedía la coagulación y provocaba esa tendencia al sangrado, pero sí que podía intuirse fácilmente que era por su enfermedad. Enormes surcos acuosos, como ríos entrelazados a lo largo de su blanca y femenina espalda, comenzaron a teñirla entera de escarlata, llegando a gotear hasta las sábanas, delatando un evidente dolor... Un dolor que no se podía comparar, sin embargo, al que iba por dentro: el dolor de su alma, un alma que seguía insistiendo, intentando no dejarse vencer ante esa agonía, aún llegando al límite de su aguante...
-No... no hay ninguna lección que... aprender... -Escupió las palabras, ahogadas entre sollozos patéticamente contenidos- ...Podéis seguir con los latigazos pero... siempre obtendréis la misma respuesta... o bien el silencio, una vez me hayáis matado tras golpearme por enésima vez... -Era cierto, seguramente no resistiría muchas tandas, y quizá entonces él se arrepentiría, tal y como ella había vaticinado... Y probablemente sería tarde, probablemente terminaría por desangrarse o sufrir una infección que su defectuoso sistema inmunitario no sabría combatir, probablemente moriría... Pero moriría luchando, moriría fiel a si misma, a su palabra, a su promesa, a su esencia...
...Moriría siendo Arabelle.
Violine- Gitano
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Re: ¿Y qué esperabas...? [Privado]
La carga emocional, la tensión en sí misma, comienza a ser demasiado intensa como para poder mantener cierto control sobre su persona o sus movimientos. Parada con la mano alzada y el látigo bañado en sangre, goteando suavemente sobre el suelo, sus ojos azules, ahora algo idos, translúcidos, observan la espalda de Violine sin observarla. Estaba preparado para asestar otro latigazo y probablemente un séptimo más, pero las palabras de la joven han profundizado aún más, buscando hacerle reaccionar, avivar esa chispa que ella misma había consolidado y que, de seguir así, iba a desvanecerse como la niebla ante la luz del Sol.
Entreabre los labios, buscando una forma de réplica, de contestación que permita una mayor humillación de la que ya ha dado... Pero no encuentra nada, absolutamente nada, con lo que replicar. Así, su mente entra en una especie de estado de trance en el que pensar, dirigir sus movimientos o razonar se vuelven imposibles. El instinto aflora como método de supervivencia y autodefensa, floreciendo entre las toneladas de desesperación, amargura, dolor y tristeza como si de un cuchillo cortando mantequilla se tratara.
Lo peor de todo es que Violine tiene razón: Se arrepentirá, no sabe si ahora, si después, si dentro de varios días, pero se arrepentirá profundamente de lo que acaba de hacer... Y a esa certeza, a esa obviedad, se le añade el hecho de que la culpa es única, exclusiva y enteramente suya. Desde el primer momento hasta el último ha sido él quién no ha podido lidiar contra el pánico, quién, buscando un camino fácil y un método cómodo se ha dejado llevar por ese mismo pánico, se ha dejado controlar... Y para eso no existe excusa alguna, porque Violine sí ha combatido y combate, sí está intentando mantener a Arabelle, cumpliendo la difícil promesa que ha realizado hace escasas horas.
Sin embargo, todo ello no afecta a que ahora mismo sea una bestia, perfecta, de modales inmaculados y ciertamente controlada, pero bestia al fin y al cabo. Retoma los caminos más básicos del vampirismo, se deja seducir por ese dulzón y penetrante olor, añadiendo a la escena un tinte demasiado suculento como para ser pasado por alto. El látigo cae al suelo, como dándole a Violine la mínima esperanza de haberse detenido y comprendido lo que ha sucedido, pero en vez de ello su cuerpo termina encima del de la joven arqueado totalmente hacia ella, la barbilla pegada en la nuca...
Y es entonces cuando su lengua entra en juego. No hay lascivia ni lujuria, únicamente alimentación y evasión, en sus gestos cuando, con la lengua, recorre los cortes de arriba a abajo, inconsciente del escozor que eso provoca, del dolor que ello puede generar, ya no solo en cuerpo, si no también en alma, demasiado extasiado por el dulce y amargo a la vez sabor de la sangre de Violine. Parece un perro, humillándose a sí mismo, viéndose derrotada su inteligencia, su autocontrol y su verdadera esencia ante el pánico, el pavor, el miedo y la impotencia. Largos son los lametones y largos son los minutos en los que se entretiene alimentándose, recogiendo también la sangre con sus dedos, llevándoselos a la boca y lamiendo después de nuevo.
Hasta que, en un momento determinado, ambos rostros se encuentran. Sus ojos azules, opacos y ahora mismo inexpresivos se encuentran con el rostro de Violine, contrayéndose de dolor, estremeciéndose sin voluntad alguna de poder detenerle, sucumbiendo al destino que ella misma ha escogido y, aún con todo, aguantando su verdadera forma de ser. Parpadea un par de veces y ladea el rostro un par de centímetros, como si no entendiera a qué se debe ese dolor, esa amargura...
-A... Arabelle... -Un único nombre es el que escapa de sus labios, el nombre real de la mujer que tiene debajo, de aquella mujer a la que ha torturado y humillado hasta cotas insospechadas, causándole un sufrimiento inimaginable. Como si de un resorte se tratase se levanta, mordiéndose el labio y apartando la mirada con brusquedad, siendo mínimamente consciente de lo que acaba de hacer. Apenas son cuatro segundos, pero son los suficientes como para que, de tanta fuerza que realiza, se parta el labio, intentando contener (y conteniendo) un agónico chillido de dolor que clama por salir desde lo más profundo de su ser. El problema es que, tras esos pocos segundos, la bestia, ya saciada, vuelve a fluir, y todo rastro de arrepentimiento, de humanidad, se desvanece.
Ignora completamente el reguero de su propia sangre que resbala por la barbilla, entremezclada con la de Violine, dándole la espalda y encaminándose hacia la salida. A cada paso que da algo clama porque se de la vuelta y le diga que lo siente, pensamientos y deseos acallados y silenciados por completo. La puerta se abre un par de palmos y él espera en el umbral, mirando fijamente un punto perdido del pasillo, como si con ello pudiera desvanecerse, retroceder en el tiempo y no cometer el mismo error...
Sin embargo, no es ello lo que sucede ni mucho menos lo que hace:
-En apenas media hora vendrá un médico para trataros. -Tajante, frío, pánico en estado puro... Pero el matiz que tiñe sus palabras sí que indica cierto arrepentimiento, oculto e inconsciente, que le torturará durante noches enteras hasta que sea capaz de aceptarlo como suyo, de aceptar la culpabilidad y la responsabilidad de lo que acaba de hacer. No se ve capaz de dar ningún tipo de despedida o de soltar algún comentario que la humille o la denigre, no puede, y en ese intento, sin darse cuenta, se queda paralizado en la puerta, sin estar dentro ni tampoco fuera...
Una dualidad que, por dentro, es mucho más horrible.
Entreabre los labios, buscando una forma de réplica, de contestación que permita una mayor humillación de la que ya ha dado... Pero no encuentra nada, absolutamente nada, con lo que replicar. Así, su mente entra en una especie de estado de trance en el que pensar, dirigir sus movimientos o razonar se vuelven imposibles. El instinto aflora como método de supervivencia y autodefensa, floreciendo entre las toneladas de desesperación, amargura, dolor y tristeza como si de un cuchillo cortando mantequilla se tratara.
Lo peor de todo es que Violine tiene razón: Se arrepentirá, no sabe si ahora, si después, si dentro de varios días, pero se arrepentirá profundamente de lo que acaba de hacer... Y a esa certeza, a esa obviedad, se le añade el hecho de que la culpa es única, exclusiva y enteramente suya. Desde el primer momento hasta el último ha sido él quién no ha podido lidiar contra el pánico, quién, buscando un camino fácil y un método cómodo se ha dejado llevar por ese mismo pánico, se ha dejado controlar... Y para eso no existe excusa alguna, porque Violine sí ha combatido y combate, sí está intentando mantener a Arabelle, cumpliendo la difícil promesa que ha realizado hace escasas horas.
Sin embargo, todo ello no afecta a que ahora mismo sea una bestia, perfecta, de modales inmaculados y ciertamente controlada, pero bestia al fin y al cabo. Retoma los caminos más básicos del vampirismo, se deja seducir por ese dulzón y penetrante olor, añadiendo a la escena un tinte demasiado suculento como para ser pasado por alto. El látigo cae al suelo, como dándole a Violine la mínima esperanza de haberse detenido y comprendido lo que ha sucedido, pero en vez de ello su cuerpo termina encima del de la joven arqueado totalmente hacia ella, la barbilla pegada en la nuca...
Y es entonces cuando su lengua entra en juego. No hay lascivia ni lujuria, únicamente alimentación y evasión, en sus gestos cuando, con la lengua, recorre los cortes de arriba a abajo, inconsciente del escozor que eso provoca, del dolor que ello puede generar, ya no solo en cuerpo, si no también en alma, demasiado extasiado por el dulce y amargo a la vez sabor de la sangre de Violine. Parece un perro, humillándose a sí mismo, viéndose derrotada su inteligencia, su autocontrol y su verdadera esencia ante el pánico, el pavor, el miedo y la impotencia. Largos son los lametones y largos son los minutos en los que se entretiene alimentándose, recogiendo también la sangre con sus dedos, llevándoselos a la boca y lamiendo después de nuevo.
Hasta que, en un momento determinado, ambos rostros se encuentran. Sus ojos azules, opacos y ahora mismo inexpresivos se encuentran con el rostro de Violine, contrayéndose de dolor, estremeciéndose sin voluntad alguna de poder detenerle, sucumbiendo al destino que ella misma ha escogido y, aún con todo, aguantando su verdadera forma de ser. Parpadea un par de veces y ladea el rostro un par de centímetros, como si no entendiera a qué se debe ese dolor, esa amargura...
-A... Arabelle... -Un único nombre es el que escapa de sus labios, el nombre real de la mujer que tiene debajo, de aquella mujer a la que ha torturado y humillado hasta cotas insospechadas, causándole un sufrimiento inimaginable. Como si de un resorte se tratase se levanta, mordiéndose el labio y apartando la mirada con brusquedad, siendo mínimamente consciente de lo que acaba de hacer. Apenas son cuatro segundos, pero son los suficientes como para que, de tanta fuerza que realiza, se parta el labio, intentando contener (y conteniendo) un agónico chillido de dolor que clama por salir desde lo más profundo de su ser. El problema es que, tras esos pocos segundos, la bestia, ya saciada, vuelve a fluir, y todo rastro de arrepentimiento, de humanidad, se desvanece.
Ignora completamente el reguero de su propia sangre que resbala por la barbilla, entremezclada con la de Violine, dándole la espalda y encaminándose hacia la salida. A cada paso que da algo clama porque se de la vuelta y le diga que lo siente, pensamientos y deseos acallados y silenciados por completo. La puerta se abre un par de palmos y él espera en el umbral, mirando fijamente un punto perdido del pasillo, como si con ello pudiera desvanecerse, retroceder en el tiempo y no cometer el mismo error...
Sin embargo, no es ello lo que sucede ni mucho menos lo que hace:
-En apenas media hora vendrá un médico para trataros. -Tajante, frío, pánico en estado puro... Pero el matiz que tiñe sus palabras sí que indica cierto arrepentimiento, oculto e inconsciente, que le torturará durante noches enteras hasta que sea capaz de aceptarlo como suyo, de aceptar la culpabilidad y la responsabilidad de lo que acaba de hacer. No se ve capaz de dar ningún tipo de despedida o de soltar algún comentario que la humille o la denigre, no puede, y en ese intento, sin darse cuenta, se queda paralizado en la puerta, sin estar dentro ni tampoco fuera...
Una dualidad que, por dentro, es mucho más horrible.
Jared Stroganoff- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 131
Fecha de inscripción : 28/06/2010
Re: ¿Y qué esperabas...? [Privado]
Dolor, imparable, cruel y agónico dolor... Una corriente que se extendía por todo su cuerpo, por cada poro de su piel y cada centímetro de su ser, naciendo de forma pareja en las heridas de su espalda y en lo más hondo de su alma. Era esa la sensación que primaba por encima de todas para la joven, cuya incesante batalla comenzaba a dejar de ser eso, incesante, para iniciar su cese. Todo ser humano tiene un límite, y Jared había alcanzado el de Arabelle, despertando así a Violine y quedando vano cualquier intento de la voluntad y la esperanza para sobreponerse.
El látigo se alzó en el aire, con un ruído cortante y amenazador, ante un cuerpo que aún se retorcía y sangraba imparable, sin que ni una sola palabra más saliera de los labios de la ahora muñeca... Porque las muñecas no hablaban, no expresaban, no lloraban. Curiosamente esto último Violine sí que seguía haciéndolo, y eran los sollozos que nacían de su garganta los únicos sonidos inundaban la habitación. Pero el impacto ardiente y devastador, el latigazo inminente, no terminó por llegar... Y de repente, la vencida Arabelle, en medio de su perecer, dio un coletazo, reviviendo mínimamente ante esa falsa esperanza de que la tortura había terminado, de que resistir y mantenerse firme había servido de algo... Error, porque enseguida sintió un peso aplastarla contra el colchón y, posteriormente, un aumento tortuoso de su dolor convirtiéndolo en algo dificilmente soportable.
Quemaba, ardía, escocía y, sí, dolía horrores. Cada caricia de esa lengua viperina era una agonía para su cuerpo y una puñalada más para su alma, para Arabelle, que se arrepentía de haber tomado consciencia en su último aliento... Se sentía como un trozo de carne, bajo el yugo de un animal, porque eso parecía él ahora, una bestia inhumana e instintiva que se alimentaba cruelmente de su presa. No había placer como las otras veces, solo había dolor, asco, malestar y repugnancia. El llanto se hizo más fuerte, más agudo, más sobrecogedor, combinándose con los chillidos que escapaban de sus ensangrentados labios... Y, tan pronto como había aumentado de potencia, se acalló, junto con los gritos, dando paso a un estremecedor silencio.
Sus grisáceos ojos se toparon de forma inesperada con esos dos venenosos dardos azules, estando su rostro ladeado hacia el del monstruo que iba alimentándose de la vida que se le escapaba como un torrente, del dolor que supuraba al exterior, de las fuerzas que se iban extinguiendo..., dejándola cada vez más débil. Escuchó la única palabra que salió de esos labios, teñidos del color de su robada existencia: Arabelle...
...Pero ya era demasiado tarde, la mujer real, la dueña de ese nombre, acababa de morir de nuevo, tan rápido como había resucitado. Y lo que quedaba de ella, la muñeca que salía a flote en su lugar, le miró; miró a Jared, a Sigmund, y al animal... Les miró.
Dolor, puro dolor... Eso fue lo único que transmitió esa mirada. Ya no había humillación, lástima, ofensa o compasión. No había temor, confusión, impotencia o incertidumbre. Solo había dolor, el mismo dolor que desencajaba su rostro surcado por las lágrimas, enrojecido por la bofetada y manchado de la sangre que aún manaba de la herida que está había provocado. Una máscara real, agónica y amarga: la máscara de Violine... Dolor.
El malherido cuerpo de la muchacha se relajó al verse liberado de ese peso mármoreo y masculino, contrayéndose por pura inercia. La sangre, aún habiendo sido recogida una y otra vez por Jared, seguía manando de forma incesante, llevándose consigo las últimas energías de su dueña. El rostro también se relajó, pasando de la agonía a la inexpresividad. La mirada dolorida se apagó, quedando vacía y ausente. Ya no había sollozos o quejidos, ni si quiera algun estertor... No había nada. Los pasos de él acercándose a la puerta y el consiguiente ruido de esta al abrirse resonaron como un eco lejano. No hubo respuesta a las palabras que surcaron el aire de la habitación hasta sus oídos... Porque no había quien pudiera darla.
"Dolor, dulce dolor... Llévame contigo"
El látigo se alzó en el aire, con un ruído cortante y amenazador, ante un cuerpo que aún se retorcía y sangraba imparable, sin que ni una sola palabra más saliera de los labios de la ahora muñeca... Porque las muñecas no hablaban, no expresaban, no lloraban. Curiosamente esto último Violine sí que seguía haciéndolo, y eran los sollozos que nacían de su garganta los únicos sonidos inundaban la habitación. Pero el impacto ardiente y devastador, el latigazo inminente, no terminó por llegar... Y de repente, la vencida Arabelle, en medio de su perecer, dio un coletazo, reviviendo mínimamente ante esa falsa esperanza de que la tortura había terminado, de que resistir y mantenerse firme había servido de algo... Error, porque enseguida sintió un peso aplastarla contra el colchón y, posteriormente, un aumento tortuoso de su dolor convirtiéndolo en algo dificilmente soportable.
Quemaba, ardía, escocía y, sí, dolía horrores. Cada caricia de esa lengua viperina era una agonía para su cuerpo y una puñalada más para su alma, para Arabelle, que se arrepentía de haber tomado consciencia en su último aliento... Se sentía como un trozo de carne, bajo el yugo de un animal, porque eso parecía él ahora, una bestia inhumana e instintiva que se alimentaba cruelmente de su presa. No había placer como las otras veces, solo había dolor, asco, malestar y repugnancia. El llanto se hizo más fuerte, más agudo, más sobrecogedor, combinándose con los chillidos que escapaban de sus ensangrentados labios... Y, tan pronto como había aumentado de potencia, se acalló, junto con los gritos, dando paso a un estremecedor silencio.
Sus grisáceos ojos se toparon de forma inesperada con esos dos venenosos dardos azules, estando su rostro ladeado hacia el del monstruo que iba alimentándose de la vida que se le escapaba como un torrente, del dolor que supuraba al exterior, de las fuerzas que se iban extinguiendo..., dejándola cada vez más débil. Escuchó la única palabra que salió de esos labios, teñidos del color de su robada existencia: Arabelle...
...Pero ya era demasiado tarde, la mujer real, la dueña de ese nombre, acababa de morir de nuevo, tan rápido como había resucitado. Y lo que quedaba de ella, la muñeca que salía a flote en su lugar, le miró; miró a Jared, a Sigmund, y al animal... Les miró.
Dolor, puro dolor... Eso fue lo único que transmitió esa mirada. Ya no había humillación, lástima, ofensa o compasión. No había temor, confusión, impotencia o incertidumbre. Solo había dolor, el mismo dolor que desencajaba su rostro surcado por las lágrimas, enrojecido por la bofetada y manchado de la sangre que aún manaba de la herida que está había provocado. Una máscara real, agónica y amarga: la máscara de Violine... Dolor.
El malherido cuerpo de la muchacha se relajó al verse liberado de ese peso mármoreo y masculino, contrayéndose por pura inercia. La sangre, aún habiendo sido recogida una y otra vez por Jared, seguía manando de forma incesante, llevándose consigo las últimas energías de su dueña. El rostro también se relajó, pasando de la agonía a la inexpresividad. La mirada dolorida se apagó, quedando vacía y ausente. Ya no había sollozos o quejidos, ni si quiera algun estertor... No había nada. Los pasos de él acercándose a la puerta y el consiguiente ruido de esta al abrirse resonaron como un eco lejano. No hubo respuesta a las palabras que surcaron el aire de la habitación hasta sus oídos... Porque no había quien pudiera darla.
"Dolor, dulce dolor... Llévame contigo"
Violine- Gitano
- Mensajes : 84
Fecha de inscripción : 28/06/2010
Re: ¿Y qué esperabas...? [Privado]
Sigue sin moverse del sitio, incapaces sus pies de responder a una orden tan simple como es la de moverse, sus ojos azules fijos en Violine, en aquello que ahora ya ha dejado hasta de retorcerse, de chillar o de suplicar... Lo que antes era una humillación ahora se convierte en un opresivo y mortífero silencio. Ambas miradas se vuelven a cruzar en apenas instantes, y lo que lee en los ojos de la joven, sencillamente, le encoge por dentro. Su corazón termina por volcarse del todo, sintiendo algo muy parecido a las naúseas, teniendo unas repentinas ganas de vomitar, como si la sangre que tiene en el estómago le hubiese sentado mal...
Pero lo que realmente le ha sentado mal, lo que crea esa sensación, es el ser consciente, ahora, en ese absoluto silencio, observando como Violine no deja de sangrar, de lo que ha hecho. Parpadea un par de veces, viendo como ha puesto a prueba los límites de la joven, los ha superado y destrozado en mil pedazos. El resultado, estaba claro. En lugar de una mujer, de una espléndida mujer como la que habia visto en el circo, había una muñeca rota, usada, mancillada y destrozada tanto por fuera como por dentro. La esperanza que ella misma había germinado y que él había alimentado había desaparecido de ese mar de tormenta que son los ojos de ella, dicho finalmente adiós, cediendo de nuevo al aspecto más brutal de la muñeca: El ausentismo. El mecanismo de defensa por excelencia, uno tan efectivo como perjudicial para uno mismo... Y a ese mismo mecanismo había recurrido ella.
Podría intentar hacer o decir muchas cosas, pero sencillamente, y en su ignorancia, ahora mismo no le viene ninguna a la cabeza, totalmente desbordado por la situación. Se limpia los restos de sangre de sus labios con la manga de su cmaisa, como si así pudiese expiar mínimamente el haberse alimentado de aquella forma, sin éxito alguno claro está. Pero es esa visión, la de la sangre correr por su espalda en forma de pequeños ríos acuosos, es lo que le hace reaccionar, primando en su mente un deseo, un anhelo, que está por encima de cualquier pánico o miedo: No quiere verla morir.
Sin decir nada, con el ceño fruncido y los recuerdos, ahora sí, atormentándole por entero, sale de la habitación, bajando como una exhalación y saliendo del local. Reza a quién sea que le escuche, aún con todo lo que ha hecho en esta vida, para que Violine aguante, aprovechando él su inhumana velocidad, su agilidad y sus recursos para encontrar a la única persona que en estos momentos puede evitarle una muerte segura: Un médico, y uno en concreto, el único que tiene permiso para acceder a las zonas ocultas del local por expresa petición suya.
En apenas media hora ha vuelto al local, habiendo traído al susodicho médico, de nombre Raynard, prácticamente a cuestas. No le ha importado despertarle en mitad de la noche, ni mucho menos las reprimendas o quejas por parte del hombre, habiendo deseado matarlo en más de una ocasión. Lo único que le importa es que la cure, y así lo expresa su mirada, una muda súplica, cuando alcanzan el reservado en cuestión. Raynard observa a la joven, dando un primer vistazo, especialmente a la desnudez que presenta Violine.. Y es que a Jared no le salían gratis sus servicios. Conocía sus oscuros placeres y se los brindaba a buen precio, mientras que a cambio él trataba a las heridas o moribundas. Un negocio redondo que, en esta ocasión en concreto, le es vital:
-Ha perdido bastante sangre... Veré que puedo hacer, aunque no prometo nada. -Deja claro desde un inicio que las probabilidades de que sobreviva están al 50%, acercándose a la joven y sentándose a su lado. Recorre con milimétrica precisión su espalda, acercando un poco el rostro, como observando los cortes de una forma que solo un médico puede realizar... La cosa es que una de sus manos, como quien no quiere la cosa, parece ir a descender más allá... Si no fuese porque Jared se lo impide:
-No os satisfaceréis con esta, Raynard, así que centraos en lo que tenéis que hacer. -Oculta, y bastante bien, la desesperación que comienza a consumirle por dentro. No le resulta nada fácil digerir que Violine pueda morir tras lo sucedido, es incapaz de pensar, de imaginar siquiera, el haber destrozado y acabado con la única posibilidad de redimirse que se le ha ofrecido en siglos. Raynard emite un chasquido, pero, sin más, se centra en lo que tiene que hacer, abriendo su particular maletín.
Comienza con el tratamiento a ritmo constante. Lo primero que hace es aplicar una buena cantidad de alcohol sobre los cortes, logrando así desinfectar los mismos, ya que contra la pérdida de sangre poco, o nada, puede hacer. Posteriormente los va cubriendo con gasas y vendajes, terminando por cubrir prácticamente todo el torso de Violine, denotando pericia al apretar lo justo y necesario. Durante el proceso se da cuenta de algo extraño y bastante curioso, dos pequeños detalles que probablemente a Jared, en su ignorancia, se le habrán pasado por alto, algo que se confirma del todo cuando observa las marcas del cuello:
-Esta mujer no coagula la sangre, Jared... Y la textura de la misma es demasiado acuosa. Una enfermedad curiosa, sin duda alguna, pero que no hace fácil su..
-Cállate, Raynard, y limítate a curarla.
No merece la pena discutir, hay cosas más importantes, pero lo único que Raynard puede hacer aparte de lo que ya ha hecho, es aliviar mínimamente el dolor. Por ello mismo saca un pequeño frasco, obligando a Violine a alzar el rostro, empujando el orificio del botellín contra los labios de ella, obligándola, de nuevo, a bebérselo todo:
-Toma, bebe... Al menos te calmará el dolor. -Una vez hecho se levanta y cierra el maletín, camuflando de forma bastante mala un bostezo, parándose enfrente de Jared.- Le he administrado laudano, actuará como calmante... Aunque mejor no intentéis mantener una conversación con ella. Ahora solo queda esperar y ver qué sucede. Buena suerte, monsieur... La necesitaréis si queréis que salga de esta.
Las ganas que tiene de estrangular ese rechoncho y grasiento cuello son infinitas, pero se contiene, dejando que se marche y cerrando la puerta después. De nuevo, Jared se queda parado, observándola, viendo esa mujer que encaraba con optimismo la vida hace dos horas...
Y que, ahora, luchaba por no perderla... Por su culpa.
Pero lo que realmente le ha sentado mal, lo que crea esa sensación, es el ser consciente, ahora, en ese absoluto silencio, observando como Violine no deja de sangrar, de lo que ha hecho. Parpadea un par de veces, viendo como ha puesto a prueba los límites de la joven, los ha superado y destrozado en mil pedazos. El resultado, estaba claro. En lugar de una mujer, de una espléndida mujer como la que habia visto en el circo, había una muñeca rota, usada, mancillada y destrozada tanto por fuera como por dentro. La esperanza que ella misma había germinado y que él había alimentado había desaparecido de ese mar de tormenta que son los ojos de ella, dicho finalmente adiós, cediendo de nuevo al aspecto más brutal de la muñeca: El ausentismo. El mecanismo de defensa por excelencia, uno tan efectivo como perjudicial para uno mismo... Y a ese mismo mecanismo había recurrido ella.
Podría intentar hacer o decir muchas cosas, pero sencillamente, y en su ignorancia, ahora mismo no le viene ninguna a la cabeza, totalmente desbordado por la situación. Se limpia los restos de sangre de sus labios con la manga de su cmaisa, como si así pudiese expiar mínimamente el haberse alimentado de aquella forma, sin éxito alguno claro está. Pero es esa visión, la de la sangre correr por su espalda en forma de pequeños ríos acuosos, es lo que le hace reaccionar, primando en su mente un deseo, un anhelo, que está por encima de cualquier pánico o miedo: No quiere verla morir.
Sin decir nada, con el ceño fruncido y los recuerdos, ahora sí, atormentándole por entero, sale de la habitación, bajando como una exhalación y saliendo del local. Reza a quién sea que le escuche, aún con todo lo que ha hecho en esta vida, para que Violine aguante, aprovechando él su inhumana velocidad, su agilidad y sus recursos para encontrar a la única persona que en estos momentos puede evitarle una muerte segura: Un médico, y uno en concreto, el único que tiene permiso para acceder a las zonas ocultas del local por expresa petición suya.
En apenas media hora ha vuelto al local, habiendo traído al susodicho médico, de nombre Raynard, prácticamente a cuestas. No le ha importado despertarle en mitad de la noche, ni mucho menos las reprimendas o quejas por parte del hombre, habiendo deseado matarlo en más de una ocasión. Lo único que le importa es que la cure, y así lo expresa su mirada, una muda súplica, cuando alcanzan el reservado en cuestión. Raynard observa a la joven, dando un primer vistazo, especialmente a la desnudez que presenta Violine.. Y es que a Jared no le salían gratis sus servicios. Conocía sus oscuros placeres y se los brindaba a buen precio, mientras que a cambio él trataba a las heridas o moribundas. Un negocio redondo que, en esta ocasión en concreto, le es vital:
-Ha perdido bastante sangre... Veré que puedo hacer, aunque no prometo nada. -Deja claro desde un inicio que las probabilidades de que sobreviva están al 50%, acercándose a la joven y sentándose a su lado. Recorre con milimétrica precisión su espalda, acercando un poco el rostro, como observando los cortes de una forma que solo un médico puede realizar... La cosa es que una de sus manos, como quien no quiere la cosa, parece ir a descender más allá... Si no fuese porque Jared se lo impide:
-No os satisfaceréis con esta, Raynard, así que centraos en lo que tenéis que hacer. -Oculta, y bastante bien, la desesperación que comienza a consumirle por dentro. No le resulta nada fácil digerir que Violine pueda morir tras lo sucedido, es incapaz de pensar, de imaginar siquiera, el haber destrozado y acabado con la única posibilidad de redimirse que se le ha ofrecido en siglos. Raynard emite un chasquido, pero, sin más, se centra en lo que tiene que hacer, abriendo su particular maletín.
Comienza con el tratamiento a ritmo constante. Lo primero que hace es aplicar una buena cantidad de alcohol sobre los cortes, logrando así desinfectar los mismos, ya que contra la pérdida de sangre poco, o nada, puede hacer. Posteriormente los va cubriendo con gasas y vendajes, terminando por cubrir prácticamente todo el torso de Violine, denotando pericia al apretar lo justo y necesario. Durante el proceso se da cuenta de algo extraño y bastante curioso, dos pequeños detalles que probablemente a Jared, en su ignorancia, se le habrán pasado por alto, algo que se confirma del todo cuando observa las marcas del cuello:
-Esta mujer no coagula la sangre, Jared... Y la textura de la misma es demasiado acuosa. Una enfermedad curiosa, sin duda alguna, pero que no hace fácil su..
-Cállate, Raynard, y limítate a curarla.
No merece la pena discutir, hay cosas más importantes, pero lo único que Raynard puede hacer aparte de lo que ya ha hecho, es aliviar mínimamente el dolor. Por ello mismo saca un pequeño frasco, obligando a Violine a alzar el rostro, empujando el orificio del botellín contra los labios de ella, obligándola, de nuevo, a bebérselo todo:
-Toma, bebe... Al menos te calmará el dolor. -Una vez hecho se levanta y cierra el maletín, camuflando de forma bastante mala un bostezo, parándose enfrente de Jared.- Le he administrado laudano, actuará como calmante... Aunque mejor no intentéis mantener una conversación con ella. Ahora solo queda esperar y ver qué sucede. Buena suerte, monsieur... La necesitaréis si queréis que salga de esta.
Las ganas que tiene de estrangular ese rechoncho y grasiento cuello son infinitas, pero se contiene, dejando que se marche y cerrando la puerta después. De nuevo, Jared se queda parado, observándola, viendo esa mujer que encaraba con optimismo la vida hace dos horas...
Y que, ahora, luchaba por no perderla... Por su culpa.
Jared Stroganoff- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 131
Fecha de inscripción : 28/06/2010
Re: ¿Y qué esperabas...? [Privado]
Poco a poco su cuerpo había ido cediendo, rindiéndose al dolor que la recorría como si no hubiese otra cosa que esa sensación en sus venas, supurando al exterior por medio de los rojos ríos entrelazados de su espalda. Y, en cuanto su cuerpo había sucumbido y dejado de retorcerse, su mente también se había entregado a ese agónico sedante, dando lugar al ahora visible ausentismo. Apenas quedaba consciente una parte de ella, la parte que seguía presente en la habitación y que clavaba sus perdidos irises en los de Jared...
Pero todo lo que sucedía a su alrededor, lo recibía cubierto de una soporifera nebulosa que, si bien no la sumía en el ansiado sueño, del que probablemente no despertaría jamás, impedía que pudiera mostrar una mínima reacción más allá de esa mirada que delatase la poca consciencia que le quedaba. Apenas pudo parpadear como respuesta al abandono de la habitación por parte de su verdugo, entregada por completo al dolor que la consumía, como la cera de una vela cada vez más derretida, con la llama apunto de apagarse.
No se enteró prácticamente de nada de lo que pasó después. Supo que él había regresado, ignoraba cuanto tiempo hacía, puesto que escuchó su voz, entremezclada con otra que le era completamente desconocida. No oía palabras, no comprendía mensajes, no captaba nada más que un eco lejano... Y sus grisáceos ojos, vacíos de vida, volvieron a quedar fijos en esas dos dagas de hielo azul. Lo único que salió de sus labios cuando sintió el escozor del alcohol quemarla por dentro y por fuera, aumentando su tortura, fue un leve gimoteo, y esa fue la única muestra de que una parte de ella seguía allí, combatiendo...
La inercia y la incapacidad para moverse hicieron el resto, dejándose vendar como si, valiera la ironía, de una muñeca se tratase. Y realmente eso parecía, una de esas muñecas de porcelana con ojos demasiado expresivos, pero sin vida, silenciosas y perfectas... En esta ocasión, una muñeca rota. El sabor de un líquido que desconocía se mezcló en sus labios con el de su propia sangre, atragántandose levemente pero dejando que la droga pasará finalmente su garganta. Y después, el silencio...
Un silencio en el que su respiración apenas se escuchaba, en la que sus latidos parecían sonar lentos y pausados, aún siguiendo constantes, y en el que ningún tipo de quejido más escapo de su boca. El silencio del maravilloso y cruel laudano, que la sumió en un estado aún más relajado, aún más ido, pero sin llegar a permitirla dormir, sin concederla ese descanso eterno, ese cese del dolor del que seguía siendo consciente más que de cualquier otra cosa. Pero si dormía esa noche, probablemente no amanecería mañana... Y lo poco que quedaba de ella, la nimia parte que seguía luchando, lo sabía.
Su agonizante mirada teñida de la más abrupta nada, siguió persiguiendo los ojos de Jared... Parecía una especie de vendetta, el castigo por haberla llevado a ese límite, el tener que ir leyendo en sus ojos como batallaba entre la vida y la muerte, mucho más cerca de la segunda, como a veces sus irises perdían cualquier tipo de brillo indicando que iba cediendo, y después volvían a expresar dolor cuando renaudaba minimamente la lucha... Nada más lejos de la realidad, porque su intención no era en absoluto vengarse torturándole así...
Su intención era buscar algo en esos ojos azules, lo que fuera, que la hiciera aferrarse a la vida, a la esperanza, al perdón... a su destino.
Pero todo lo que sucedía a su alrededor, lo recibía cubierto de una soporifera nebulosa que, si bien no la sumía en el ansiado sueño, del que probablemente no despertaría jamás, impedía que pudiera mostrar una mínima reacción más allá de esa mirada que delatase la poca consciencia que le quedaba. Apenas pudo parpadear como respuesta al abandono de la habitación por parte de su verdugo, entregada por completo al dolor que la consumía, como la cera de una vela cada vez más derretida, con la llama apunto de apagarse.
No se enteró prácticamente de nada de lo que pasó después. Supo que él había regresado, ignoraba cuanto tiempo hacía, puesto que escuchó su voz, entremezclada con otra que le era completamente desconocida. No oía palabras, no comprendía mensajes, no captaba nada más que un eco lejano... Y sus grisáceos ojos, vacíos de vida, volvieron a quedar fijos en esas dos dagas de hielo azul. Lo único que salió de sus labios cuando sintió el escozor del alcohol quemarla por dentro y por fuera, aumentando su tortura, fue un leve gimoteo, y esa fue la única muestra de que una parte de ella seguía allí, combatiendo...
La inercia y la incapacidad para moverse hicieron el resto, dejándose vendar como si, valiera la ironía, de una muñeca se tratase. Y realmente eso parecía, una de esas muñecas de porcelana con ojos demasiado expresivos, pero sin vida, silenciosas y perfectas... En esta ocasión, una muñeca rota. El sabor de un líquido que desconocía se mezcló en sus labios con el de su propia sangre, atragántandose levemente pero dejando que la droga pasará finalmente su garganta. Y después, el silencio...
Un silencio en el que su respiración apenas se escuchaba, en la que sus latidos parecían sonar lentos y pausados, aún siguiendo constantes, y en el que ningún tipo de quejido más escapo de su boca. El silencio del maravilloso y cruel laudano, que la sumió en un estado aún más relajado, aún más ido, pero sin llegar a permitirla dormir, sin concederla ese descanso eterno, ese cese del dolor del que seguía siendo consciente más que de cualquier otra cosa. Pero si dormía esa noche, probablemente no amanecería mañana... Y lo poco que quedaba de ella, la nimia parte que seguía luchando, lo sabía.
Su agonizante mirada teñida de la más abrupta nada, siguió persiguiendo los ojos de Jared... Parecía una especie de vendetta, el castigo por haberla llevado a ese límite, el tener que ir leyendo en sus ojos como batallaba entre la vida y la muerte, mucho más cerca de la segunda, como a veces sus irises perdían cualquier tipo de brillo indicando que iba cediendo, y después volvían a expresar dolor cuando renaudaba minimamente la lucha... Nada más lejos de la realidad, porque su intención no era en absoluto vengarse torturándole así...
Su intención era buscar algo en esos ojos azules, lo que fuera, que la hiciera aferrarse a la vida, a la esperanza, al perdón... a su destino.
Violine- Gitano
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Fecha de inscripción : 28/06/2010
Re: ¿Y qué esperabas...? [Privado]
La mirada de Violine parece penetrar todas sus barerras, sus fachadas y miedos, buscando esa esencia, ese mismo ser que hace unas horas había visto, intentando, aún con todo, hacerle reaccionar. Y Jared, en esa confusión y ante tal intensidad, es incapaz de desviar la mirada, opaca, ausente y perdida, tanto como todo él, aguantando como puede la tensión, el dolor que en esos ojos grises se ve reflejado.
Respira profundamente, intentando sin éxito alguno serenarse, justificar su comportamiento, su actitud... Pensamientos atroces surcan su mente, como el de marcharse y dejarla así, o el de acabar definitivamente con su vida y cederle el descanso eterno. Pero ante cada uno de esos pensamientos su marchito corazón lanza una potentísima sacudida eléctrica, haciéndole temblar por entero...
Y esos ojos siguen escudriñándole. La alternancia entre el más puro e intenso dolor y el más opresivo vacío se pone de manifiesto en ese mar nublado que él mismo se ha encargado de destrozar en su ignorancia y su falta de voluntad. Pero hay algo que le sorprende aún más, que le choca hasta tal punto que las mismas bases de su existencia se tambalean: No lee odio, ira, ni siquiera una búsqueda de hacerle sentir mal, en los ojos de Violine más allá del dolor... ¿Por qué no le odia? Se está muriendo, su vida se extingue, se apaga como una llama ante el más gélido invierno. Tendría que odiarle, aborrecerle, cualquier cosa...
Pero no, no hay nada de eso, y esa ausencia, sumado al hecho de que su culpabilidad aumenta de forma proporcional al tiempo que va sucediendo, comienza a tener efectos sobre su cuerpo y su voluntad. Así, la bestia va perdiendo el control, viéndose derrotada sin remisión por el deseo de aceptar la culpa y la responsabilidad de lo que acaba de hacer. Esta vez la batalla no está siquiera igualada, y tras unos pocos segundos en los que sí hay lucha, esta desaparece tal y como ha llegado...
Dejando a Sigmund en el sentido más estricto de la palabra. Parpadea un par de veces, y su mirada comienza a cambiar, los matices, los brillos o las emociones que reflejan cambian, volviéndose más claros, más brillantes, más culpables. Y es que sí, ahora sí que refleja toda esa culpabilidad, todo ese arrepentimiento que ha ido acumulando a lo largo de la noche, todo ese daño que le ha hecho tanto con palabras como con gestos, el conocimiento de que Arabelle puede terminar por morir, y todo por su culpa. Sin embargo, tal es el shock que le genera aceptar todo eso que es incapaz de moverse ni un centímetro, es absolutamente incapaz de desviar su mirada de la de ella. Sus labios se antreabren de forma gradual, sus ojos se entrecierran un poco y su ceño se frunce, arrugándose su frente en una señal de puro y manifiesto dolor. Un quejido escapa de sus labios, buscando hablar, intervenir, pero es incapaz de emitir sonido alguno de su garganta.
Sin embargo, algo queda claro, algo que no es necesario manifestar con palabras, algo que Sigmund ya recalca con su mera mirada y expresión compungidas. Dos únicas y simples palabras que, si bien no expresa abiertamente, sí que deja ver en su máxima potencia...
"Lo siento..."
Respira profundamente, intentando sin éxito alguno serenarse, justificar su comportamiento, su actitud... Pensamientos atroces surcan su mente, como el de marcharse y dejarla así, o el de acabar definitivamente con su vida y cederle el descanso eterno. Pero ante cada uno de esos pensamientos su marchito corazón lanza una potentísima sacudida eléctrica, haciéndole temblar por entero...
Y esos ojos siguen escudriñándole. La alternancia entre el más puro e intenso dolor y el más opresivo vacío se pone de manifiesto en ese mar nublado que él mismo se ha encargado de destrozar en su ignorancia y su falta de voluntad. Pero hay algo que le sorprende aún más, que le choca hasta tal punto que las mismas bases de su existencia se tambalean: No lee odio, ira, ni siquiera una búsqueda de hacerle sentir mal, en los ojos de Violine más allá del dolor... ¿Por qué no le odia? Se está muriendo, su vida se extingue, se apaga como una llama ante el más gélido invierno. Tendría que odiarle, aborrecerle, cualquier cosa...
Pero no, no hay nada de eso, y esa ausencia, sumado al hecho de que su culpabilidad aumenta de forma proporcional al tiempo que va sucediendo, comienza a tener efectos sobre su cuerpo y su voluntad. Así, la bestia va perdiendo el control, viéndose derrotada sin remisión por el deseo de aceptar la culpa y la responsabilidad de lo que acaba de hacer. Esta vez la batalla no está siquiera igualada, y tras unos pocos segundos en los que sí hay lucha, esta desaparece tal y como ha llegado...
Dejando a Sigmund en el sentido más estricto de la palabra. Parpadea un par de veces, y su mirada comienza a cambiar, los matices, los brillos o las emociones que reflejan cambian, volviéndose más claros, más brillantes, más culpables. Y es que sí, ahora sí que refleja toda esa culpabilidad, todo ese arrepentimiento que ha ido acumulando a lo largo de la noche, todo ese daño que le ha hecho tanto con palabras como con gestos, el conocimiento de que Arabelle puede terminar por morir, y todo por su culpa. Sin embargo, tal es el shock que le genera aceptar todo eso que es incapaz de moverse ni un centímetro, es absolutamente incapaz de desviar su mirada de la de ella. Sus labios se antreabren de forma gradual, sus ojos se entrecierran un poco y su ceño se frunce, arrugándose su frente en una señal de puro y manifiesto dolor. Un quejido escapa de sus labios, buscando hablar, intervenir, pero es incapaz de emitir sonido alguno de su garganta.
Sin embargo, algo queda claro, algo que no es necesario manifestar con palabras, algo que Sigmund ya recalca con su mera mirada y expresión compungidas. Dos únicas y simples palabras que, si bien no expresa abiertamente, sí que deja ver en su máxima potencia...
"Lo siento..."
Jared Stroganoff- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 131
Fecha de inscripción : 28/06/2010
Re: ¿Y qué esperabas...? [Privado]
La silenciosa lucha prosiguió, llevándola desde la más tortuosa de las agonías hasta un enorme vacío existencial, a caballo entre la vida y la muerte, cada vez más cerca de dejarse abrazar por la segunda bastante antes de lo acordado... Como una rosa que se marchitaría de golpe sin haber tenido tiempo de florecer y ver caer uno a uno todos sus pétalos. No había un término adecuado para describir que era lo que sentía en los ramalazos de consciencia, el dolor iba más allá de lo abarcable por esa palabra, siendo lo que reflejaba su mirada algo aterrador en su grandeza.
Una mirada que sí, seguía fija en el azul embravecido de los ojos de la bestia, intentando traspasar a esta y buscar al hombre enterrado tras esos muros de pánico, ignorancia e instinto animal. Porque si no lo encontraba, si en efecto todo había sido una mentira con la que destrozar hasta la última parte de su ser y humillar cada recoveco de su alma... ¿De dónde iba a sacar las fuerzas para seguir viviendo? Si solo existía el ser que la había ultrajado y herido por el mero placer de hacerlo, que se había carcajeado de su compasión, ella no tendría ganas de continuar, porque hacerlo conllevaría formar parte de ese macabro teatro de títeres una y otra vez, con ella de marioneta principal siendo movida por los espinosos hilos de su maquiavélico amo.
Solo la esperanza, aunque fuese un mínimo chispazo, podría sacarla de ese trance e instar a su voluntad a tomar partido de esa cruenta batalla por la existencia. La certeza de que su realidad era la auténtica, de que su verdad era la acertada, de que su fe tenía sentido, de que el mundo aún podía salvarse porque hasta ese demonio de ojos de hielo tenía un alma que valía la pena rescatar, de que Jared solo era una máscara dantesca que podía romperse con el sacrificio suficiente... de que Sigmund existía.
Y entonces, justo cuando estaba apunto de ceder y dejarse llevar por el dulce abrazo de la Parca, con tal de cesar ese inmenso dolor, entonces y solo entonces... Lo vio. Reconoció el brillo, reconoció la culpa, reconoció el daño... Le reconoció a él, a Sigmund, mirándola a través de esos irises azules, abriéndose paso e intentando llegar hasta ella sin palabras... Y realmente estas últimas no hicieron falta, pues aún con su ausencia supo comprender ese mensaje, captar el significado de esa mirada de la que sus ojos grises no quisieron separarse...
Y, como respuesta, como manifestación de que seguía allí, de que bajo la muñeca la mujer aún resistía, de que aún siendo Violine no había matado Arabelle, de que su esperanza volvía a revivir al reconocer al hombre que ganaba la batalla al monstruo, y así ella podría ganar también la suya a la muerte... Como muestra de todo eso, la joven rompió a llorar silenciosamente, sin dejar de mirarle fijamente. Esta vez eran lágrimas destinadas a expulsar el dolor de su alma, a expiarla de la humillación y limpiarla por dentro... Para así poder renaudar su lucha con nuevas fuerzas, las fuerzas destinadas a un objetivo al que ahora su voluntad sí se aferraría:
...Vivir.
[OFF: Tema cerrado]
Una mirada que sí, seguía fija en el azul embravecido de los ojos de la bestia, intentando traspasar a esta y buscar al hombre enterrado tras esos muros de pánico, ignorancia e instinto animal. Porque si no lo encontraba, si en efecto todo había sido una mentira con la que destrozar hasta la última parte de su ser y humillar cada recoveco de su alma... ¿De dónde iba a sacar las fuerzas para seguir viviendo? Si solo existía el ser que la había ultrajado y herido por el mero placer de hacerlo, que se había carcajeado de su compasión, ella no tendría ganas de continuar, porque hacerlo conllevaría formar parte de ese macabro teatro de títeres una y otra vez, con ella de marioneta principal siendo movida por los espinosos hilos de su maquiavélico amo.
Solo la esperanza, aunque fuese un mínimo chispazo, podría sacarla de ese trance e instar a su voluntad a tomar partido de esa cruenta batalla por la existencia. La certeza de que su realidad era la auténtica, de que su verdad era la acertada, de que su fe tenía sentido, de que el mundo aún podía salvarse porque hasta ese demonio de ojos de hielo tenía un alma que valía la pena rescatar, de que Jared solo era una máscara dantesca que podía romperse con el sacrificio suficiente... de que Sigmund existía.
Y entonces, justo cuando estaba apunto de ceder y dejarse llevar por el dulce abrazo de la Parca, con tal de cesar ese inmenso dolor, entonces y solo entonces... Lo vio. Reconoció el brillo, reconoció la culpa, reconoció el daño... Le reconoció a él, a Sigmund, mirándola a través de esos irises azules, abriéndose paso e intentando llegar hasta ella sin palabras... Y realmente estas últimas no hicieron falta, pues aún con su ausencia supo comprender ese mensaje, captar el significado de esa mirada de la que sus ojos grises no quisieron separarse...
Y, como respuesta, como manifestación de que seguía allí, de que bajo la muñeca la mujer aún resistía, de que aún siendo Violine no había matado Arabelle, de que su esperanza volvía a revivir al reconocer al hombre que ganaba la batalla al monstruo, y así ella podría ganar también la suya a la muerte... Como muestra de todo eso, la joven rompió a llorar silenciosamente, sin dejar de mirarle fijamente. Esta vez eran lágrimas destinadas a expulsar el dolor de su alma, a expiarla de la humillación y limpiarla por dentro... Para así poder renaudar su lucha con nuevas fuerzas, las fuerzas destinadas a un objetivo al que ahora su voluntad sí se aferraría:
...Vivir.
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Violine- Gitano
- Mensajes : 84
Fecha de inscripción : 28/06/2010
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