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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Strider Sterling Miér Jul 11, 2012 5:45 am

Strider yacía sobre el suelo de piedra en un charco de sangre. Era un montón lastimoso. Se sentía incapaz de reunir la fuerza necesaria para moverse. En realidad, no quería intentarlo. Una vez que la tortura había iniciado, se había dejado caer en ese abismo que parecía extenderle la mano. Tiberius había lanzado una “apuesta” sobre los vampiros que le debían su lealtad, quien lograra hacer que su licantropía explotara sin una Luna Llena en el firmamento, ascendería de rango. Por supuesto, todos habían encontrado el reto bastante entretenido, después de todo, eran conscientes de que tal acto era imposible. Lo habían atado a la pared. Las cadenas que apresaban sus muñecas y tobillos estaban revestidas con la sangre de vampiro. No habían sido piadosos. No es que él lo hubiese esperado. Desde que había pactado la liberación de Dulcie – hacía seis meses -, había aceptado que ese era su lugar. Su melliza había sido lanzada a las brasas del infierno cuando la alejaron de su lado y él, solo estaba comenzando a pagar todo lo que se le había hecho por no cuidarla como debió cuando Edward le anunció su maldito plan. Su sangre había sido drenada lo suficiente como para mandarlo a la inconsciencia, quizás lo habría logrado si uno de ellos no hubiese tomado una de sus dagas para abrirle la garganta de un tajo. El dolor que engulló su cuerpo ante el brutal acto fue suficiente para despabilarlo. Abrió sus ojos para observar esa sonrisa burlesca en el rostro de su atacante, quien limpiaba la sangre de la daga en su pantalón para luego abrirse un corte en la muñeca. Veneno, eso significaba la sangre de todos ellos. Lo había descubierto la primera noche que cruzó las puertas del Castillo de If. Tiberius lo había hecho beber una copa de su sangre cuando llegaron al acuerdo. La sonrisa déspota que apareció en su boca le advirtió que no debía hacerlo, pero ¿qué opción tenía? La amenaza que había lanzado sobre ella cuando Dulcie fue escoltada fuera de la habitación, lo había obligado a hacer todo lo que se le exigiera sin cuestionarlo.

Estaba indefenso, débil y paralizado. Todo lo que podía hacer era sentir cada corte que le hacían a su cuerpo. Sabía que las heridas sanarían – no era la primera vez que lo torturaban – pero eso no lo hacía más fácil. No. Eso no era completamente cierto. Si pensaba en ella, en Dulcie, en la mujer que se había convertido con el paso de los años, la continua tortura se hacía – hasta cierto punto – tolerable. Era todo lo que tenía, todo lo que le importaba, todo lo que amaba. El dinero nunca le había importado hasta que supo todo lo que pudo haber hecho por ella – por ellos. Si esto aseguraba su bienestar, no podía fallar, tenía que hacerlo. El fracaso no era una opción. Las carcajadas de sus perpetradores habían hecho eco en las paredes – en sus oídos – que ya no sabía si éstos seguían divirtiéndose a sus expensas. Probablemente sí. Seguían ahí, ¿cierto? Su cuerpo, entumecido por el dolor, reaccionaba por instinto cuando éstos parecían aburridos. Lo habían despojado de sus ropas en cuanto el juego de Tiberius había iniciado. La vergüenza era su enemiga en esos momentos. Su aliento escapó en un largo y lento siseo. Llevar oxígeno a sus pulmones le resultaba trabajoso. Sus ojos se habían cerrado en algún momento de la noche ante el esfuerzo de permanecer colgado. Solo cuando su cuerpo cayó sobre la caliente baldosa – el charco de sangre – supo que finalmente lo habían desatado. Escuchó pisadas. Las voces se alejaban. Había caído boca abajo en el momento que las cadenas habían sido abiertas. No intentó girar para descansar sobre su espalda, eso supondría mucho esfuerzo. Dormir. Descansar. Eso era todo lo que quería hacer. Los minutos transcurrieron y en algún lapsus abrazó a la inconsciencia. Como el hombre perdido en el desierto, ansiando un vaso de agua, dedicó su último pensamiento a ella. La mujer que no lo conocía, que quizás nunca llegaría a hacerlo.
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Mensaje por Dulcie Sterling Miér Jul 11, 2012 11:41 pm

Acariciaba sus sienes con suavidad, mantenía los ojos cerrados y disfrutaba del suave aroma de la espuma acariciándole la piel. El agua caliente le relajaba las tensiones. Sus dedos viajaron hacia el rodete que le sostenía el cabello y la larga melena rubia cayó húmeda sobre sus hombros, quedando más de la mitad fuera de la tina, la amontonó sobre el costado derecho para enjuagarla, el perfume de rosas le cubría enteramente el cuerpo. Se levantó, se rodeó con una toalla para secarse y luego se colocó una bata de seda en color bordó. Caminó lentamente hacia la habitación, no esperaba encontrarse con él, sin embargo, allí estaba, parado y apoyado en uno de los postes de la cama, en su postura despreocupada y con su presencia mística e intimidante más latente que nunca. Dulcie pensó que ya debía ser de noche para que él estuviera levantado, descubrió que se encontraba de buen humor, quizá había cometido alguna de sus “travesuras”, había aprendido a conocerlo, mal que le pesara. Se acercó y le sonrió, depositando un suave beso en sus labios. En lo más profundo de su alma, deseaba que la mirara como lo había hecho alguna vez, en aquellas incansables noches de lectura y de relatos cuando era una niña miedosa y recién llegada. Qué lejanos aquellos tiempos…

Suspiró y se quedó parada frente a él, con la vista baja, había aprendido que él era su amo, que ella era su esclava, y un esclavo jamás mira a los ojos a quien manda. Él le acarició el rostro, su piel, a pesar de los años de maltrato y de los embarazos, permanecía tan suave como cuando era pequeña. Bajó sus párpados sólo un instante, para disfrutar de esa caricia que carecía de afecto, que sólo era una muestra más del cinismo del vampiro. Él habló, con su profunda y seductora voz, con ese tono demandante que la había cautivado desde el primer instante, para decirle que abriera el paquete que había sobre la cama. Ella obedeció sin emitir sonido, sólo un destello en sus ojos revelaba la emoción que le provocaba cuando él le hacía un regalo, pero sabía que eso ocurría cuando debía concurrir al “Club Fangtasia”, y la estremecía de sólo pensar en lo que allí ocurría. Se sentó sobre en el colchón, acarició la caja blanca con un moño negro, y luego le quitó la tapa, podía sentir la mirada penetrante de su dueño sobre ella, emanaba una energía indescriptible. Sacó los papeles que envolvían el presente, y se encontró con un maravilloso vestido en rosado pálido, con pequeños zafiros incrustados en el escote, que resaltaban y brillaban en el color de la tela. Lo sacó por completo y lo colocó sobre la cama, alisando un poco los pliegues, también descubrió que dentro del paquete había un corsé de ballenas gruesas, de esos que achicaban la cintura y realzaban los senos, también había enaguas nuevas, calzones, medias blancas y hasta un par de zapatitos con un taco no muy alto forrados en seda color plata. Sintió la presencia de su acompañante en su espalda, y volteó lentamente, él tenía entre sus manos un estuche abierto, descubrió que dentro había un aderezo de oro blanco con un zafiro en forma de corazón y los pendientes haciendo juego, sólo se lo entregó y le dijo que esa era una noche especial, que la quería más linda que nunca. En sus palabras, como siempre, había burla. Ella asintió, y esperó a que él se retirara.

Entró la mujer que oficiaba como doncella. Dulcie, como le repetía Argeneau, debía considerarse afortunada, el trato que ella recibía no era común entre sus peones ni tampoco entre las cortesanas de los burdeles, hasta su propia ayudante tenía, y a pesar de querer convencerse que era una bendecida, sólo había desdicha en su corazón. Todas y cada una de las acciones de Mikhail Argeneau eran premeditadas, tenían un fin macabro, como su existencia misma. La señora la ayudó a quitarse la bata, la joven se sostuvo de una silla para que le colocara el calzón, la suavidad de la tela le llamó la atención. Luego le colocó el corsé, no era necesario ajustarlo mucho porque su talle era diminuto y sus pechos lo suficientemente generosos y firmes como para levantarlos más. Se sentó para que le pusieran las medias y las tres enaguas. Ya de pie, con los brazos levantados, el vestido se deslizó sin necesidad de ayuda, calzó justo. Giró sobre sus talones para que Susan le atara el escote acordonado. Ya lista, tomó asiento frente al tocador, y dejó que la mujer la peinara, sólo arregló algunos de sus bucles y le tomó con unas prencillas algunos mechones del costado, el resto de su cabello, quedaba suelto hasta la parte baja de la espalda. Tenía prohibido maquillarse mucho, así que sólo se colocó un poco de polvo de arroz, se enrojeció los carrillos y carmín en los labios.

Dulcie quedó en la soledad de su habitación, esperando que le avisaran que era hora de partir. Tomó a sus muñecas y las apoyó en el espejo, las peinó y le puso vestidos rosados, a tono con ella. Les tarareó alguna canción de cuna mientras preparaba un pequeño bolsito con algún perfume, un pañuelo y alguna prencita por si perdía las que tenía puestas. Tocaron la puerta y ya sabía que debía salir, pero entró Susan, le avisó que era hora, se acercó, la miró fijamente a los ojos y le deslizó un papel en la mano, se retiró rápidamente. La joven quedó estupefacta y le dio una rápida leída, tenía sólo dos palabras: “tu hermano”. Lo tiró rápidamente al fuego y comprendió el por qué de la angustia que la había aquejado durante todo el día, del dolor que sentía en el pecho sin ninguna explicación. No le hacía falta saber más, hacía seis meses que Strider había aparecido en su vida y se sometía a los juegos de Argeneau sólo para liberarla, cómo si eso fuera a funcionar. Quiso llorar, pero no debía hacerlo, apretó los labios y se dio cuenta de que iba a desobedecer las órdenes de su amo, que iba a pagarlo muy caro y que, quizá, su hermano también sufriera las consecuencia, pero ya no tenía nada que perder, peor sería lo que estaba sufriendo en la soledad de los calabozos del Castillo de If. Abrió un cajón, sacó algunas joyas y las guardó dentro de su bolso.

Conocía de memoria el camino, y hasta había aprendido algunos atajos. Su cabeza volaba en cientos de pensamientos, ¿y si esa era una trampa del vampiro para probarla? ¿Si todo era mentira e iba hacia ese lugar para someterse a la lascivia de los que se encontraban allí? No sería la primera vez, y evocar las anteriores, le secaba la garganta y le aceleraba la respiración. Era tarde para arrepentimientos, ya estaba en la puerta, y salió el hombre que se encargaba de controlar la entrada y salida, la miró de arriba abajo, Dulcie se ajustó la capa de terciopelo azul, y mantuvo la vista en el suelo, podía sentir el repugnante aliento del tipo, ella nunca supo si él era humano o alguna especie de ser sobrenatural. Cuando le preguntó qué hacía allí, con voz temblorosa pidió ver a su hermano, y le estiró un puñado de joyas, que aceptó de buena manera, pero le dijo que cuando terminara la visita, la esperaba en un cuarto que había al costado, ella asintió, sintiendo el asco revolviéndole las entrañas. Otro hombre, tan o más desagradable que el primero, la acompañó por el laberíntico lugar, se llevó la mano enguantada al rostro, para cubrirse de los olores vomitivos; se escuchaban las plegarias, las blasfemias, los insultos. Se detuvieron ante una celda de la cual no provenía ningún sonido, el corazón parecía que saldría de su pecho, ¿habría muerto? ¿Su hermano, realmente, estaría muerto? Sintió, de nuevo, el escozor de las lágrimas que le calentaban los ojos, pero se instó a soportar. El acompañante la miró con una sonrisa ladeada que le heló la sangre.

Ábrame, por favor —dijo, sorprendiéndose de la serenidad de su voz.

El crujido de la puerta y la penumbra, le crisparon los nervios. ¿Con qué se encontraría? Cuando ingresó, le costó acostumbrarse a la inexistente iluminación, vaciló en dar un paso más, notó las cadenas sin cerrar, una mesa a un costado, pero allí no estaba Strider. Bajó su vista y notó un bulto inerte en el suelo, contuvo el aliento los segundos más eternos de su vida, y luego corrió hacia él, el taconeo rebotaba en las paredes, convirtiéndolo en un sonido ensordecedor. Se dejó caer a un costado, se quitó los guantes, y sólo cuando sus manos se apoyaron en el suelo, se percató que éstas se humedecían, se las miró, y una tenue luz que entraba del pasillo, le hizo ver la sangre que se escurría entre sus dedos, hubiera querido gritar de desesperación, si no fuera porque el nudo de su garganta se lo impedía. No quería ni tocar a su mellizo, no podía sentirlo respirar, ¿o era su imaginación? Ésta vez no pudo evitarlo, y las lágrimas se abrieron paso por sus mejillas, se limpió las palmas a un costado del vestido y comenzó a acariciar suavemente el cabello de su hermano, mientras lo llamaba entre sollozos.
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Mensaje por Strider Sterling Sáb Oct 13, 2012 5:25 pm

Los cortes, frescos en sus muñecas y tobillos, no habían cerrado. Los vampiros habían hecho un buen trabajo usando plata y sangre de vampiro para causarlas. Sabían que no moriría, que su cuerpo intentaría regenerarse, causándole más dolor del que ya sentía. Se habría quedado en la inconciencia para no tener que soportarlo sino hubiese escuchado aquélla voz que prometía acompañarlo en medio de esa tortuosa lucha contra la oscuridad. Durante esos seis meses que llevaba bajo el yugo de Tiberius para resarcir a su hermana del contrato que su padre había gestado, había descubierto que la obsesión que lo había gobernado todos esos años desde que habían sido separados, lo había orillado a sentir algo completamente diferente por ella. No importaba cuánto deseaba ver a Dulcie como una hermana. La niña que había sido arrebatada de su familia se había ido, dejando en su lugar a una mujer que su cuerpo ansiaba, que su mente pensaba. Se hubiese sometido a mil y un castigos para cambiar ese sentimiento si supiera que lo lograría, pero sabía que no podía. Le había buscado durante tantos años que, ahora que lo había logrado, no podía perderla. Nadie, excepto él, podía entender el precio que había pagado, que estaba pagando. No solo la habían alejado de todo lo que conocía, la habían obligado a prostituirse para saldar una deuda que no le pertenecía. Cada noche que pasaba y la veía salir del castillo con destino al club, su odio hacia Edward, hacia su ‘dueño’ pero sobre todo hacia él se multiplicaba. Más de una noche le había tocado hacer guardia tras la puerta donde su hermana vendía su cuerpo. Los jadeos y gemidos - provenientes del cuarto - lo habían vuelto loco, violento. Esa era solo una de las muchas razones por la que no podía ver a su hermana a los ojos. Era débil y no podía liberarla de esas ataduras. Aún no. ¿Cómo podría ella querer al hombre en que se había convertido? Conocía la respuesta. No podía. No lo hacía. ¿Era producto de su imaginación entonces? ¿Aquélla voz no le pertenecía a ella realmente? ¿Importaba? La oscuridad podía devorárselo, pero no quitarle la paz que encontraba en esa simple palabra.

Su cuerpo se estremeció. La sangre aún brotaba de sus heridas, su carne había sido quemada sin consideración. Gimió al sentir el frío pero suave contacto de una delgada mano. Era tan refrescante. Dulcie estaba con él. Abrió los ojos de golpe. Arremolinados agujeros oscuros de sufrimiento y dolor que Dulcie, gracias a la oscuridad, no podía verlos. – Déjame. Su voz dio una orden ronca. ¿Sabría Mikhail que había bajado para verlo? Intentó mover la cabeza, pero ese simple gesto le costó que el dolor aumentara. Tenía que irse. Si Tiberius no lo sabía, pronto se enteraría. Nadie daba un paso en el castillo sin que él lo descubriese. ¿La había llevado para humillarlo? El vampiro lo sabía. Sabía que la amaba, que haría cualquier cosa por asegurar su bienestar. No. Se dijo. No lo sabe. De saberlo se habría quedado para presenciarlo. Apretó los ojos con fuerza durante lo que pareció una cantidad interminable de tiempo. Podía sentir a la inconsciencia tirando de él, pero no se rendiría, tenía que asegurarse que Dulcie salía. Su garganta estaba en carne viva. Tantos cortes. Tanto dolor. Tanta maldad. No podía hablar. No podía gritar. – Déjame. Repitió, intentando liberarse de su toque. La desesperación lo consumía. Sabía lo que podrían hacerle si iba en contra de las reglas. Él podía soportarlo, pero ella era tan frágil. La romperían. La furia inundó su mundo. ¡¿Por qué no se iba?! Maldita sea. Iban a descubrirla y cuando lo hicieran… Su respiración, ya forzosa, resonaba en sus tímpanos. Sus pulmones se contraían, haciendo doler sus costillas. – Tienes… que… irte. Ahora. Finalmente, lo había logrado. Se había alejado de su toque, arrastrado fuera de su alcance. No necesitaba su lástima. No necesitaba su confort. Chocó contra algo pero no le importó, solo se detuvo hasta que su espalda golpeó contra la pared en que había estado colgado. Durante varios minutos, todo lo que se escuchó fueron las fuertes bocanadas que daba en un intento de llevar oxígeno a su cuerpo. Para su enojo, no hubo ningún movimiento que le dijera que Dulcie había salido de su celda. Un gruñido bajo vibró en su pecho. El animal dentro de él rondaba en su mente, desesperado, hambriento.
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Mensaje por Dulcie Sterling Miér Oct 17, 2012 10:21 am

Su voz, esa carraspera que le producía el dolor, la estremeció de tristeza. Su hermano apenas podía hilvanar palabras, y la esperanza de que estaba vivo se mezcló con la amargura de saberlo malherido. La alquimia emocional le embargaba el alma como un torbellino. En ocasiones no sabía si eran peores los padecimientos a los que eran sometidos o continuar vivos sabiendo que jamás se librarían de esa condena, porque por lo menos ella, era consciente de eso, por más que intentara que su mente se perdiera en alguna pradera imaginaria. Lo escuchó arrastrarse y no intentó detenerlo, aunque sea él, todavía era digno, no como ella, que sentía pena de sí misma, de lo que le tocaba vivir, de sus sueños maltrechos, de sus ilusiones vanas, de sus sentimientos escasos, tampoco lo detuvo porque sabía que mancillaría su orgullo, aunque sea a un Sterling todavía le quedaba eso, y lo admiraba, por intentar mantenerse estoico a pesar de la adversidad, y negarse a aceptar la laberíntica situación que los rodeaba. Ella hacía mucho tiempo que se había entregado a devaneo de ese oscuro círculo, no lo había pensado, si quiera había luchado, simplemente, había sido llevada y supo que no había salida, por lo menos para ella. ¿Habría una salida para su mellizo? La respuesta llegó rápidamente, no. Las opciones eran escasas, eso o la muerte. Y ninguna deseaba para él. ¿Por qué había aparecido? ¿Por qué confió en la palabra de Argeneau? ¿Por qué ¿Por qué? ¿Por qué? Sus sienes latían con tantos por qué sin porqués que creía que su cabeza se separaría de su cuello en cualquier momento, la orden que él le daba se volvía inexistente, ese ruego se convertía en una controversia. Quería alejarse y más se acercaba… Y así se puso de pie y haciendo caso omiso a las palabras de él, caminó hasta que supo que estaba a su lado, ¿o al frente? Nuevamente se acuclilló y el frufrú de su falda fue el único sonido que la acompañó. Estiró su mano con un titubeo y sintió su rostro, apoyó la palma en su mejilla y su pulgar la acarició con un movimiento lento.

Calla…te hará daño hablar —susurró, conteniendo el llanto. —No puedo sacarte de aquí, perdóname. Pero aunque sea, déjame estar contigo unos minutos, déjame cuidarte. Él no se enterará que estoy aquí —mintió. Él se enteraría, todo lo sabía.

Lo sentía débil, ¿cuánto haría que no se alimentaba o le daban agua? ¿Qué podía hacer ella? Sus recursos eran escasos, inexistentes, quizá sólo había empeorado la situación bajando a los calabozos. Si pudiera ver bien, por lo menos, podría curarle mínimamente. Una idea extraña se vislumbró en ese túnel sombrío, y el corazón se le desbocó, se le aceleró. No tenía más alternativas. Sería difícil moverlo, pero él no opondría resistencia, estaba demasiado delicado para ello. La mano que había permanecido en la mejilla de su hermano, viajó lentamente hasta su nuca, a la cual se aferró con convicción, a la otra la apoyó en su pecho húmedo ¿sangre o transpiración? ¿Ambas? Dulcie separó sus piernas y al tiempo que le pedía calma, lo movía con demasiada lentitud, claro, él era muy pesado para ella, pero no estaba dispuesta a flaquear. Le susurraba que la perdonara por hacerle pasar por eso, y la tarea se volvió titánica, el sudor le atestaba el pecho y el rostro, pero consiguió su cometido, y Strider terminó sobre ella como si de un bebé se tratara. Estaba agitada, y daba largos suspiros intentando normalizar su respiración. Sacó un pañuelo de su bolsito, se enjugó la frente y luego hizo lo propio con la de su hermano. Cuando se tranquilizó, comenzó a mecerlo lentamente. En ese movimiento, se encontró con que la pared estaba a su espalda, y se apoyó.

Es la primera vez en mucho tiempo que estamos tan cerca… —habló repleta de nostalgia, con la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados y con una media sonrisa. —Gran parte de mi vida me pregunté dónde estabas, qué había sido de ti. Te extrañé, aún te extraño, aún me extraño… Ya no somos los mismos niños, y nunca volveremos a serlo —se sinceró, sorprendida de la fluidez con que las palabras salieron de su garganta, no lo había premeditado, sólo había surgido. Era algo que jamás había podido decir, que se había negado a pensar. —Debes hacer un último esfuerzo… —le pidió, y sin esperar respuesta, lo alejó unos pocos centímetros de su tórax. Con mano experta, se desató los cordones del escote y liberó su seno derecho. Los pechos ya le dolían de tantas horas que había pasado sin alimentar a los bebés de las cortesanas. Lo masajeó lentamente y acercó a Strider —Ahora bebe, te hará bien —y nuevamente susurró, por temor a que escucharan los carceleros. Su pezón se humedeció y Dulcie lo pasó por los labios secos y lastimados de su mellizo, una corriente que no esperaba sentir, le surcó la espalda, pero debió ignorarla rápidamente. —Es mi leche, Strider, no preguntes ni pienses, solamente succiona, por favor. Es lo único que puedo hacer por ti.
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Mensaje por Strider Sterling Jue Dic 13, 2012 11:57 pm

La Luna Llena estaba cerca y la bestia fluctuaba en la superficie. Los licántropos podían no necesitar la sangre humana para sobrevivir como los vampiros, pero eso no significaba que no les gustara. Strider podía sentir – como si se tratara de alguien completamente ajeno a él – la excitación del depredador por saberse en compañía. Había despertado tantas mañanas en los bosques, con los restos de sus víctimas sobre su piel desnuda, como para saber – sin lugar a dudas – que esa embriaguez que aletargaba a su animal era el presagio de algo terriblemente malo. Dulcie no comprendía la extensión de su maldición. Él no era humano. Cada vez que se transformaba, algo de su ser se extinguía. Temía por el momento en que no fuese nada más que una cáscara, un arma que el vampiro utilizaba. Llevaba solo seis meses como esclavo y las cosas brutales que se había visto obligado a hacer le advertía sobre cuán rápido sucedería. ¿Sería capaz de dañar a la única persona que amaba? Mikhail no sentía nada por nadie, ni siquiera por su hermano. ¿Llegaría a ser tan frío sin él para dirigirlo? Tantas preguntas sin respuestas, o quizás ya la tenía, solo que no quería ahondar en ella. Si lograba liberarla de sus ataduras, entonces ¿importaba el precio? Una sonrisa vacía perfiló en su boca pero desistió cuando el dolor se extendió ante ese simple gesto. La nostalgia en la voz de Dulcie alimentaba a su amargura. Había abandonado a Edward tan pronto se le presentó la oportunidad. Estuvo varios años tras su búsqueda, siguiendo un rastro inexistente, luchando para no volverse loco cuando el tiempo se burlaba de su fracaso. Ahora no estaba tan seguro de no haber perdido la cordura. ¿Cómo podía mirarla y desearla? – Olvidas que soy un monstruo. Cada palabra sonaba más cortante de lo que pretendía. – Puedo oler la mentira en tu cuerpo. Le enojaba que intentara reconfortarlo o, ¿era solo el escudo que usaba para fingir que no era consciente de su cercanía?

Si ella tuviese la capacidad para ver en la oscuridad – como él – habría notado su deseo, mismo que se incrementó ante su ofrecimiento pero, bajo todo eso, los celos le recorrieron. Actuaban como tentáculos, acariciando a la bestia, a sabiendas de que ésta podría volverse en su contra. Strider no tenía permitido hacer preguntas para saber qué pasaba con su hermana. Cualquier información que quisiera debía ser pagada y, desde que las riquezas no era algo que interesara a Argeneau, no era difícil descubrir cuál era su interés. El vampiro disfrutaba de las partidas de ajedrez y, por lo que había presenciado – incluso participado – sus movimientos eran tan precisos que hacía imposible librarlo. Pudo haberse alejado y, aunque su sed era tan cruda, habría mentido si dijera que acercó su boca a su pezón por esa simple razón. Más tarde, le cuestionaría. Quería respuestas. Levantó su cabeza lo suficiente, su mirada se clavó en el rostro de ella, como si esperara encontrar algo ahí que lo detuviera. Dulcie debió sentir el peso de su mirada porque, aunque no podía verlo estando en medio de toda esa oscuridad, no apartó el rostro. Cerró su boca en el pezón y succionó. Al principio intentó ser suave, pero pronto el deseo le venció. La bestia se alzó, gruñía en su mente, buscando un resquicio en sus pensamientos para controlarlo. Su mano se levantó en algún momento, apartando por completo el escote para liberar su otro seno. Lo acarició ausentemente, disfrutando de cómo se arrugaba ante su tacto. No pensó que lo deseara de la misma forma en que él lo hacía. Era su cuerpo el que respondía. Apartó su cabeza y pronto, puso toda su atención en el otro pezón. Lamió y succionó, incluso mordió. Pasaron varios minutos o quizás fueron solo segundos, hasta que se apartó. – Si no me detengo ahora… Se detuvo abruptamente. Había ira en sus palabras, aunque esta vez, estaba seguro que no iban dirigidas a ella.
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El pozo más profundo de la Luna || Privado Empty Re: El pozo más profundo de la Luna || Privado

Mensaje por Dulcie Sterling Mar Dic 25, 2012 11:40 pm

Habría delineado el rostro de su hermano, lo habría acariciado como si de un niño se tratara, le habría tarareado una canción de cuna como a los pequeños que alimentaba, le habría contado sobre los hijos que nunca habían visto la luz y del profundo dolor que ello le producía, se habría confesado, habría llorado, le habría dicho tantas cosas a él, al hombre de su vida, haciendo caso omiso de aquel instinto autodestructor que lo había arrastrado hasta la caldera en la que ardían los monigotes de Argeneau. Las acciones en potencial se multiplicaban sin cesar, pero se volvían mudas ante el reclamo íntimo de su cuerpo, ante la respuesta que emitían sus sentidos. Deseo. La palabra, la emoción, se sistematizó y se dispersó por cada gramo de su piel, que clamaba y transpiraba como sumergida en un océano de lava. No quería sentir aquello, pero no podía detener esa puntada que nacía en su bajo vientre, que le erguía los pezones y le agitaba la respiración. Puta…puta…le susurraba la conciencia. Te excitas con tu propio hermano, la volvía a golpear. Estaba inmóvil, absorbiendo aquellas caricias húmedas de la lengua de Strider, sus mordiscos la obligaron a cerrar los ojos por un segundo, el placer le hormigueaba por cada rincón de su anatomía, un placer oscuro, turbio, maldito; se habría arqueado, habría gemido, pero un dejo de vergüenza la mantenía quieta. Su pulso se aceleraba en su pecho, en su garganta, en sus muñecas, ella entera era un solo latido. Se preguntaba por qué, por qué los vicios la habían convertido en aquello, por qué la perversión la había ensuciado hasta aquel punto. Tenía un impulso reprimido de cerrar sus piernas y apretarlas, pero no quería romper con aquel encantamiento.

No podía verlo, pero lo imaginó desnudo, con su peso sobre ella, tocándola. Basta, rogaba, quería detener las imágenes que surgían con nitidez. “No te detengas” dijo cuando él paró. ¿Realmente lo había dicho o fue sólo un pensamiento? Alzó su diminuta mano y la apoyó en el pecho de Strider, se movía como autómata, no podía ser un acto deliberado, simplemente, no podía. Sus delgados dedos trazaron una línea, podía sentir bajo sus yemas las magulladuras. Nunca sabría qué habría sucedido si continuaba con ese recorrido, pues un fuerte golpe la volvió a la realidad. Una luz la encandiló y luego tres figuras comenzaron a surcar el trayecto que había entre los hermanos y la puerta que se había abierto. La habían descubierto, la habían delatado. ¿Qué sería de ellos ahora? Había aprendido que para Argeneau y sus secuaces no existían los límites, cada vez que pensaba que había vivido lo peor, el vampiro sacaba una carta y volvía a sorprenderla con su crueldad y con su inteligencia. El trío parecía imponente desde el suelo, seguramente lo fueran, se notaba en los músculos de sus brazos que se ensombrecían. El olor a alcohol y cigarrillo que destilaban le provocó una pequeña carraspera, y la carcajada que emitieron retumbó por todo el habitáculo. Se le heló la sangre.

Una de las putas del señor… —comentó el de la derecha.

Es la hermana de esa basura —respondió el de la izquierda.

¿Qué tenemos aquí? —preguntó el del medio y más corpulento y se agachó. Escrutó el angelical rostro de Dulcie y sonrió de lado, lo que le provocó un terror inaudito a la muchacha. —¿Qué estás haciendo con tu hermanito, niña? —observó a ambos y luego se puso de pie. Se cruzó de brazos y calló por unos segundos. Los gritos lejanos cortaban el silencio. Finalmente, señaló a Strider con un movimiento de cabeza y los otros dos lo tomaron de cada brazo y le golpearon el vientre.

Dulcie intentó detenerlos al tiempo que se cubría los senos con ambas manos, pero el que parecía el líder, la tomó del cabello, la levantó y la acercó a su rostro. Su aliento apestaba, su olor era repugnante. Le acarició uno de sus pechos y luego miró al mellizo, carcajeó y carcajeó, sacudiéndose hasta el punto que la rubia pensó que había enloquecido. Intentó liberarse, pero eso provocó que él dejara su risa histérica y le diera una cachetada. “Puta mala” le susurró al oído y le lamió el lóbulo izquierdo. La arrastró hasta una mesa, donde la depositó boca abajo. La joven sabía lo que iba a ocurrir, pero no quería que fuera frente a Strider, por lo que intentó incorporarse, sin embargo, el hombre le apoyó con fuerza una mano en medio de la espalda y la hizo caer de nuevo, en el impacto se partió el labio inferior con el filo de la madera. Lo sintió agacharse y cómo le levantaba la falda lentamente, mordiéndole la pantorrilla, el pliegue de la rodilla y los muslos. No pudo evitar las lágrimas que corrían por sus mejillas, y le pedía por favor que se detuviera, el tipo la ignoraba. Le arrancó el calzón que llevaba puesto y silbó, dijo una obscenidad mientras le acariciaba los glúteos y los besaba con lascivia. “Una puta que huele a flores” comentó y le dio una nalgada, y otra, y otra más fuerte. Dulcie sintió cómo sus senos se raspaban con la corteza de la madera mal lijada, y se agarró de la mesa como pudo. No podía voltear el rostro para mirar a Strider, ni siquiera para cerciorarse de su estado, que era deplorable anteriormente, con los movimientos bruscos y los golpes, seguro habría empeorado. “Tu…” habló el hombre, y cuando la inglesa giró su cabeza, se dio cuenta que le hablaba a su mellizo. “tu hermana es una puta muy hermosa, serás testigo de cómo la haré gritar. Luego, mis otros dos amigos se divertirán con ella...y contigo también”. Iba a protestar, pero pronto sintió la erección en su trasero, y aunque hubiera querido, no pudo retener el grito de dolor cuando la penetró con violencia inusitada. Y cada embestida estaba cargada de mayor agresividad. No era consciente de sus ruegos, sólo de aquella vejación y del gusto metálico de la sangre en su boca.
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Mensaje por Strider Sterling Mar Ene 15, 2013 9:48 pm

Los pulmones se expandían y contraían trabajosamente, haciéndole consciente de la excitación que asaltaba a su hermana con cada bocanada. La bestia quería reclamarla. Strider sabía que de permitírselo, le tomaría brutal, violentamente. Cada vez que se encontraban en la misma habitación, podía oler a otros hombres en su piel y eso agredía al animal que habitaba dentro de él. Quería dominarla, dejar su marca. La esencia de Dulcie le abofeteaba. Su garganta estaba sedienta, todo en lo que podía pensar era en beber ávidamente de entre sus piernas. Si ella no salía de la celda pronto, iba a tirarla sobre la piedra y… No. No. ¡NO! Era su hermana, tenía que recordarlo. Los pasos en el pasillo resonaron con inaudita fuerza. ¡Maldición! Le habían encontrado. ¡Y él era un jodido inútil! No tenía el poder suficiente para protegerla. La sangre de vampiro aún estaba en su sistema. Bramó un gruñido gutural mientras intentaba levantarse. Las costillas estaban fuera de lugar pero él las presionó, ignorando el dolor. Tenía que luchar. Llegar hasta ella. ¿Por qué demonios no le había escuchado? ¿Es que no le importaba su destino? Si él seguía las reglas, ¿no podía hacerlo ella? Ni siquiera esperaba que lo hiciera por él. Strider sabía que lo tenía muy bien merecido y, hasta cierto punto, le daba la bienvenida a los castigos. El dolor era mejor que la humillación. Antes de que pudiese tropezar de debilidad, fue atrapado. Los golpes llovieron, uno tras otro, haciendo que las costillas que habían empezado a unirse, se volvieran a romper. Su sangre salpicó las paredes. Sabía que no iba a morir, ellos nunca destruirían la mascota de Mikhail. En su desesperación, intentó concentrarse, compartir la imagen con el único que podía dar la orden de que se detuvieran. Su ‘amo’ había estado más que excitado al descubrir que la visión compartida era una de sus habilidades. Durante el día, él era sus ojos e igual que otros licántropos, protegía la fortaleza. Al principio, no obtuvo ninguna respuesta. Las voces de sus atacantes eran inaudibles para él. Todo en lo que se enfocaba era en los gritos de su hermana. El corazón de ella bombeaba con tanta fuerza que no solo los vampiros estaban excitados por su miedo. ¡Él! La bestia quería unirse a la refriega.

‘¡Saborea su miedo! Imagina cuán mejor sería si fueras tú.’ Las carcajadas de Mikhail resonaban en su mente, frívolas, malditas, con un deje de diversión haciéndose eco. El vampiro nunca pasaba la oportunidad de recordarle qué era. ‘Detenles... Pagaré.’ Ni siquiera podía formar los pensamientos sin dificultad. Él entendería. Sabía que haría cualquier cosa para evitarle más daño a su melliza. ‘Estoy ocupado, mascota.’ La diversión se había ido, ahora solo había amenaza en su voz. Tiberius estaba furioso. ‘La próxima vez que uses el vínculo sin que sea importante, lo que le haga a Dulcie hará palidecer tus castigos. No olvides que ella me ha desobedecido. Consideren esto una advertencia.’ Era más que eso, una promesa. Solo. Estaban solos. Nadie iba a ayudarlos. Forcejeó, pero no lo soltaron. Uno de ellos mantenía su cabeza rígida, obligándole a presenciar la violación. Los minutos pasaron... los gruñidos, la fricción de los cuerpos, el olor a sexo y sangre… los gritos de dolor, las risas de sus atacantes, las palabras mal sonantes… ¿Así serían los próximos años? Cuando finalmente le liberaron y cayó al suelo, la sangre ya cubría en su totalidad su cuerpo. Intentó levantarse con ayuda de la pared, solo para resbalar y caer. Ellos se alejaban, satisfechos. Dulcie estaba inconsciente. Pronunció su nombre repetidamente. Fue mucho esfuerzo llegar hasta la mesa. Las ropas desgarradas, los restos de su liberación… Una furia visceral se apoderó de su mente. Quería reconfortarla pero no podía hacerlo. ¿De qué servía su maldición si no podía usarla para asegurar su bienestar? – Abre tus ojos y muéstrame tu dolor. ¡TU ODIO! Repitió una y otra vez las palabras, sin importarle cuánto trabajo necesitase para formarlas. No era más aquél niño que recorría las calles para ganarse unos francos y alimentarla, era una animal que había disfrutado, anticipado su dolor. No podía continuar así. Tenía que ayudarle a escapar. Dulcie no solo estaba peligro dentro de la isla, también a su alrededor. Morir tenía que ser mejor que esto. ¿Podría cargar con la culpa si sus decisiones repercutían en ella? Su hermana era todo lo que quería. Había deseado tanto mostrarle cómo habría sido su vida... Sin que pudiese evitarlo, enterró su rostro en su cabello, como si así pudiese llevar solo su aroma y no la del sexo.
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El pozo más profundo de la Luna || Privado Empty Re: El pozo más profundo de la Luna || Privado

Mensaje por Dulcie Sterling Mar Feb 05, 2013 8:29 am

Cuando el vampiro se retiró, no hubo alivio, tampoco dolor. Por pocos segundos sintió el ardor que le atenaza la cara interna de los muslos, la extraña sensación de liberación en su cuero cabelludo cuando le soltó el pelo que lo había mantenido rígido, y luego, oscuridad… Le costó abrir los ojos, y sufrió un instante de terror al sentir la cercanía de un cuerpo sobre ella, hasta que descubrió que era su hermano, que tenía su rostro escondido en su cabello, seguramente le había demandado mucho esfuerzo llegar hasta ella. Tenía la boca pastosa y le costó levantar su mano hacia el hombro de su mellizo, pero ahí lo depositó, y sus respiraciones se acompasaron. El calabozo estaba sumido en un profundo silencio, y parecía que el mismísimo castillo también lo estaba, ni siquiera se escuchaban los lamentos del resto de los prisioneros, ni las risas de los carceleros. Estaba humillada, completamente humillada, no por la violación, no era la primera y tampoco sería la última, si no, porque su adorado hermano tuvo que presenciarla, él fue testigo de lo que ella era, y no interesaba que supiera desde el principio que era una prostituta, en sus pensamientos fantaseaba con que Strider la siguiera viendo como aquella niña a la cual abrazaba antes de dormir para que no padeciera frío. La mejilla le dolía de tenerla apretada contra la madera, y las piernas le fallaron cuando intentó incorporarse, pero lo consiguió y miró a su hermano, y lo que descubrió no le gusto. —Tú también… —la voz le salió aguda y la garganta le dolió. Se arrastró pocos centímetros por el piso, para crear una distancia entre ellos —Tu también…me miras como ellos —se cubrió los senos con los brazos y negó con su cabeza varias veces. —Reconozco ese brillo en los ojos de los hombres cuando quieren usarme, y tu, mi hermano, también lo tienes, me ves como todos, para ti también soy una…ramera —hubiera llorado pero la decepción era demasiado grande como para lograr hacerlo. Se puso de pie y se tambaleó, sus piernas estaban aún húmedas, y le dio asco, sintió asco de sí misma —¿Quieres tomarme, verdad, Strider? Quieres lo que todos quieren de mi, quieres saciar tu instinto de macho con mi cuerpo. Pues bien, házlo —estaba increpándolo, y no era consciente ya de la ira que expresaban sus palabras. Abrió los brazos en cruz— Ven, será gratis, no tendrás que pagarle ni un centavo al señor Argeneau, harás de mi lo que quieras, cuantas veces quieras —se abrió de todo el corsé y arrancó un pedazo de falda, que dejó una pierna al descubierto. Las manos le temblaban y le castañeaban los dientes —No importa que seamos hermanos, a ti no te interesa, si no, no me verías de esa manera; y está bien, eres hombre, eres igual a todos —arrancó otro pedazo de tela — ¿Lo quieres, cierto? —vio la sorpresa en la cara de su hermano, y se dejó caer, estaba direccionando su ira por el camino equivocado.

Se raspó las rodillas hasta llegar a su hermano y cuando escondió el rostro en el cuello de éste, sollozó disculpas. Se había dejado llevar por el sentimiento de vejación, y no había dilucidado la realidad de la mentira. Strider sería incapaz. —Cuánto lo siento…nunca debería haberte dicho todo esto —no pensó que podría causarle dolor cuando lo rodeó con los brazos y lo apretó. Su boca estaba en la curvatura de la garganta, y las palabras no salían claras —No quise, no quise… Mira en lo que me he convertido, Strider, mira lo que soy, mira lo que hago, lo que me hacen, lo que te hacen por mi culpa, por mi culpa… —la atacó un absceso de tos, pero no se alejó de él. Dejó que el calor del cuerpo de su mellizo la envolviera, y logró serenarse. A pesar de todo, se sentía segura junto a él, porque sabía que nunca la forzaría, porque lo amaba y sabía que él la amaba, porque eran de la misma sangre, hijos de los mismos padres, compartieron el vientre de su madre por nueve meses y fueron paridos el mismo día, con pocos minutos de diferencia. No supo, exactamente, cuánto tiempo pasó en la misma posición, ni si su hermano le había hablado dándole palabras de consuelo o si sólo se había mantenido quieto. Descubrió que él había apoyado una mano sobre su cadera, y pensó que la habría querido abrazar y no tuvo más fuerza para continuar moviéndose. Enfrentó sus rostros y observó sus facciones, era tan parecido a su padre…o por lo menos, al recuerdo que mantenía de él. Cuando eran niños nadie creía que fueran hermanos, menos mellizos, pues en nada se parecían, el aspecto de indefensión, la piel pálida, los ojos verdes, el cabello rubio, las pecas que le surcaban la nariz y los pómulos, y esa cara de ángel, contrastaba por completo con la contextura grande del cuerpo de Strider, con su cabello y ojos oscuros, sus facciones que le atribuían un cierto aire de salvajismo, la piel algo morena y el carácter que desde pequeño fue algo osco; pero la vida se había encargado de golpearlos a los dos por igual, allí no había habido diferencias para uno o para otro. Le cubrió las mejillas con sus palmas y se acercó un poco más, hasta que su frente descansó en la de él. Bajó los párpados y absorbió su aroma, dejó que su aliento algo entrecortado le entibiara el rostro. —Strider, ¿qué hicimos para merecer esto? —preguntó y sus pulgares lo acariciaron —Te amo…eres lo único que me queda en el mundo, lo único puro y sincero —susurró, aunque las palabras no estaban dirigidas directamente a él, había expresado un pensamiento recurrente, aquel en el que encontraba consuelo cuando se veía prisionera de las penas.
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Mensaje por Strider Sterling Lun Mayo 27, 2013 10:05 pm

Ella no sabía – realmente – cuán ciertas eran sus palabras. La bestia quería tomarla, establecer su dominio, gobernarla. Era así como el lobo le castigaba. En algún punto entre las torturas y las humillaciones, la lucha por la supremacía había iniciado. Cada vez que se veía obligado a llevar a cabo las órdenes del vampiro, tenía que encontrar la manera de desagraviar al animal que, si bien solo se alzaba en su totalidad cuando la Luna Llena reinaba en el firmamento, rugía en desacuerdo. La misma mujer que deseaba y, además era su hermana, le acusaba de cargos donde se declaraba culpable. ¿Era tan evidente su obsesión? Su amo lo sabía. Resultaba imposible ocultar secretos al vampiro cuando todo lo que éste tenía que hacer era arrebatarle cada una de sus memorias de la más cruel y vil forma. Sin embargo, había sido tan cuidadoso cuando estaba alrededor de ella. Asumía su papel de centinela con frialdad y determinación, apostándose fuera de la habitación mientras ella copulaba con sus clientes. No porque Mikhail temiese por su vida. Strider sabía que las vidas de él, de ella, de cada maldito individuo en la isla de If, era un peón para destruir. Todos, sin excepción alguna, eran remplazables. El hecho de que le diese ese papel cuando no lo enviaba a ejecutar en su nombre, hablaba de una mente retorcida y arrogante. ¿Creía que olvidaría que provenía de la clase más pobre? No. Nunca lo haría. Había trabajado día y noche desde que era un niño. Su actual situación era más de lo mismo. Su mandíbula se apretó con más fuerza. Los huesos crujieron. Acomodándose, torciéndose. Eso también había dejado de importar. En cuanto él le llamase, tendría que presentarse. Si no podía hacerlo, volvería a ser colgado y golpeado. La debilidad no le agradaba a su amo. Mejor no auto compadecerse. Alejó de un golpe su inicial sorpresa. Si seguía mirándole de la forma en que lo hacía, iba a hacer realidad sus palabras. Maldita sea. Tenía que hacer que se largara. Era un peligro tenerla tan cerca. ¡Demonios! La habían violado. ¿En qué clase de monstruo le convertía querer tomarla después de semejante acto?

Su mano la atrajo más hacia él, como si la cuestión no taladrara su mente. La forma en que ella le trataba, solo hacía más fácil ignorar que estaba mal lo que la bestia le incitaba a hacer. “¿Estás seguro de que es la bestia, Strider?” Sus orbes parecían oscurecerse peligrosamente. Una sonrisa cruel, carente de sentimientos, se formó en su boca mientras apretaba con más fuerza sus suaves curvas contra la dureza de su cuerpo. - ¿Esto te parece puro, hermana? Los huesos fracturados y el dolor que adormecía sus miembros, no estaba en sintonía con su deseo, que se alzaba entre ellos. – No me compadezcas. ¡No nos mientas! Empiezo a parecerme a esos demonios que te atormentan. ¿Crees que lo ignoro? Este era el resultado que me temía. Solo me pregunto cuánto tiempo más pasará antes de que cometa los mismos actos. Ella era solo una humana, Strider – incluso en su estado más débil – era más fuerte. Sus dedos se clavaron sobre su piel, negándole dar ese paso atrás. – Porque lo haré, Dulcie. No sabes las cosas retorcidas que quiero hacerte. No eres esa niña que alejaron de mí y yo no soy más ese niño que cuidaba de ti por desinteresadas razones. Así que hazme un jodido favor. Corre. Apartó su mano con brusquedad, su mirada se clavó en sus hinchados labios por un largo instante. – Él sabe que estás aquí. Si permaneces en esta celda, estaremos lanzando un desafío que jamás ganaremos. De alguna forma, se las arregló para sonar acusatoriamente. Mientras que él se encargaba de cumplir con cada una de las cláusulas del contrato, ella provocaba la ira de su captor al hacer todo lo que no debía. – Entonces me olvidaré de que llevas mi sangre y te tomaré antes de que él entre y me arranque la cabeza, como estoy seguro, fantasea. La miró con intensidad. - ¿Qué será? ¿Cargarás con mi muerte en tu conciencia? Sabía que la culpa era una carga demasiado pesada. Esperaba que su amenaza fuese suficiente para que se marchara. Estaba dispuesto a recurrir a cualquier artimaña para que Mikhail o sus vástagos se la llevaran.
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El pozo más profundo de la Luna || Privado Empty Re: El pozo más profundo de la Luna || Privado

Mensaje por Dulcie Sterling Jue Mayo 30, 2013 1:03 am

Siempre supo el resultado, pero no quería verlo. Dulcie, en lo profundo de su alma, había contemplado la idea de que su hermano, lo único que le quedaba en el mundo, terminase contaminado. Ante su mirada atónita y su cuerpo lacerado, se erigía un muro de dolor que le oprimía el pecho. Incontables veces había sido violada, otras tantas había sido golpeada, y siempre creyó que no podía caer más bajo. Pero siempre puede caerse más bajo cuando se es un simple esclavo de una mente enferma. Ella se sentía pequeña, ínfima e impotente. Una confesión que jamás había creído que saldría de los labios de su mellizo, había anclado en su inocente mente. Strider era su otra mitad, y por arrojarse a la imposible empresa de rescatarla, había dejado que la putrefacción que era su vida, cubriese la suya también. Podía sentir cómo iba desarmándose lentamente y desintegrándose en millones de partículas que se esparcían por la habitación. Sin necesidad de moverse, tembló, de rabia ante lo inverosímil y real de la situación, y de miedo, porque no quería sentir lo mismo que él. No podía desearla, y como un eco de sus pensamientos, negó con su cabeza, que se encontraba pegada al cuerpo de Strider, como el resto de sus miembros, de su torso, de su corazón. Le repelía su posición en aquel tablero, sintió asco, un incontenible deseo de vomitar al imaginarse gozando bajo su hermano, siendo uno como un hombre y una mujer, y no como el lazo fraternal que los unía. Las palabras de Strider fueron el detonante para una explosión de pensamientos que le arrebataron el último vestigio de pureza, de pronto, su mano le quemó y deseó golpearlo por haberle hecho eso, por haber acabado con la sombra de la niña a la cual se había aferrado desde que puso un pie en esa isla maldita; él la tiró al suelo, la pisoteó, le dio un disparo y la remató. Odió a su mellizo, como nunca odió a nadie en toda su vida, ni siquiera a Mikhail Argeneau le profesó, si quiera por un segundo, aquel resentimiento. Strider tenía la capacidad de destruirla, y eso había hecho, la había aniquilado, y con ello, había arrastrado sus ilusiones, sus sueños, esas pertenencias que nadie podría quitarle jamás, a un infierno peor del que los contenía. Su hermano quebró el palacio de cristal y mutiló a la princesa de la torre.

Está bien —susurró, y su voz salió ronca. Una carraspera insoportable le convirtió la garganta en una lija. —Ya acarreo con la muerte de ambos, Strider. Ya estamos muertos… —dijo, y se alejó escasos centímetros de él. Con las yemas de sus dedos le delineó el rostro, cada parte de él, e intentó reconocer a los niños que crecieron de la mano y los separaron con impunidad. Ya no estaban, él tenía razón. —Me has quitado todo, has terminado conmigo. Y lo peor es que no puedo culparte. Perdóname por haberte hecho esto, nunca quise… —le llevó el índice a la boca— No digas nada, sh… —lo quitó lentamente, sus manos envolvieron la mandíbula cuadrada de su hermano, y sus labios se posaron en los suyos, en un beso casto, sin pasión, sin deseo. Así se quedó, con los párpados bajos, la respiración acompasada y el alma en un hilo. Se apartó hasta que la distancia que los separaba ya no la dejaba distinguir ni la forma de su cuerpo. —Adiós, Strider —y en esa frase, se despidió de todo lo que alguna vez fueron. Giró sobre sus talones, se acomodó la ropa hecha jirones y salió sin volver la vista atrás. Fuera de la celda la esperaban dos vampiros carceleros, ella era una puta, y debía comportarse como tal, por lo que dejó el pudor que le provocaba su desnudez, y se encaminó hacia un rincón, acompañada de las bestias, que se saciaron infinidad de veces, que aplacaron sus instintos con una figura maltrecha y entregada. Para Dulcie todo había perdido sentido, se mantuvo ausente, pues ya no estaba, simplemente, se había ido hacia un sitio oscuro, hondo, vacío, sin principio ni final, un lugar donde no había más que la inexistencia de la luz, de la esperanza, del amor, un espacio donde caía y caía, y al mismo tiempo, estaba quieta, estática, anestesiada, un círculo vicioso, donde las lágrimas, las sonrisas y todo lo conocido perdía valor. Allí había estado siempre y no había querido aceptarlo, allí estaba su hermano por seguirla, allí estarían hasta que la muerte los liberase, hundidos en el pozo más profundo de la Luna.
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