AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Maldita Luna - Privado-
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Maldita Luna - Privado-
No hacía falta contar los días, ni mucho menos las noches para saber que lo inminente pasaría. Mi mujer que en ese momento estaba frente a mí me hacia la oferta, sabiendo ella misma que tendría que para por lo mismo, suspire mirándola directo a los ojos mientras sus palabras salían como un suave poema de sus labios - Antoine, mi amor… ya es hora… - tan solo esas palabras que a los oídos de cualquiera sonarían simple para mi tenían un significado mayor, la oferta era encerrarme en el sótano, por la noches de luna llena ambos teníamos nuestros sótanos apartes, la casa era lo suficientemente grande para tenernos a nosotros las dos bestias de la finca, negué con la cabeza esa noche sería diferente, con mi mano derecha acaricie su rostro y le bese sus labios – Esta noche… necesito un poco de la luna, por la mañana lamentare esta decisión... – mi respuesta fue clara, aun cuando estuviera oculto me transformaría… pero sentía la necesidad de correr por los bosques liberarme y esperando que nadie se me atravesara, bese la frente de ella. Le hubiera pedido que me acompañara pero era peligroso, varios encuentros de pelea habíamos tenido en ese estado salvaje. Hoy quería protegerla a ella.
Di las ordenes en la finca, mis hijos conocían el ritual de luna llena y sabrían que hacer con su madre, la deje en las mejores manos y corrí por los viñedos alejándome de la ciudad, de las residencias de todo… el atardecer era hermoso pero daría paso a una noche que iluminada con la soberana luna nublaría mi pensamiento, mi cuerpo, mis sentidos. Camine adentrándome entre los tantos árboles que parecían saber lo que acontecería, suspire y tan solo me puse a caminar intentando pensar en mí, en mi vida, en los que había matado o peor aún en los que había marcado con una maldición de la cual nunca terminaría de acostumbrarme…
Los segundos parecieron volar en ese momento y mi sangre comenzó a correr con rapidez por mis venas, el calor que comencé a sentir me estaba superando – ¡Maldita Luna! – Mi voz se opacaba con los rugidos que salían de mis entrañas, la presión que comenzaba a sentir llegaba a mi cabeza que lentamente quedaba en blanco, sin recuerdos, sin pensamientos… el Rougarou comenzaba sus andanzas… los pelos afloraron por todos lados, mis colmillos se hicieron más grandes y mi mandíbula se estiro. Mi cuerpo creció dos veces el tamaño normal, el hombre lobo se apoderaba de mi… más nunca yo de el…
Y por los bosques, callo la maldición de la luna llena que cada veintiocho días yacía en los cielos del mundo… Rougarou… uno de los tantos lican ya habían llevado su conversión, el que antes era un hombre viejo ahora no era más que una bestia, con ganas de matar, con ansias de destrozar todo a su paso. Y así fue el rugido hizo temblar los troncos de los árboles que a su alrededor habían, el licántropo comenzó a moverse con rapidez, siguiendo algunos animales menores, matándolos solo con sus garras, la fuerza descomunal en ese momento era como un espectáculo de los más extrañas novelas de terror. Corrió, azoto su cuerpo contra algunos troncos, hizo temblar la noche con su rugido hasta que el olor… si el olor tan característico de los humanos llego a sus fosas deteniéndose en medio del bosque con la mirada en dirección este, los gritos se hicieron audibles y el manjar más preciado para el hombre lobo corría…
Su agilidad, su fuerza y su bestialidad se hicieron notar al acto, tres hombres cazadores a simple vista pero no… aquellos eran unos simples pescadores que iban en dirección a la laguna la noche equivocada. Rougarou alcanzo a uno que le clavo una cuchilla en su pierna, como si eso lo fuera ayudar la bestia con sus grandes colmillos le arrancaron un brazo, parte por parte el hombre fue destrozado ante la vista de la bellísima luna que era la espectadora de tal espectáculo, los gritos desgarradores, llegaban como un cantico celestial a los oídos del hombre lobo que no podía medir sus instintos asesinos, por que a esas horas la sed era su único amigo. Aulló como si un lobo fuera, la potencia de aquello fue tremenda y ocupando sus sentidos siguió de cerca a los humanos que quedaban, ninguno saldría vivo…
Di las ordenes en la finca, mis hijos conocían el ritual de luna llena y sabrían que hacer con su madre, la deje en las mejores manos y corrí por los viñedos alejándome de la ciudad, de las residencias de todo… el atardecer era hermoso pero daría paso a una noche que iluminada con la soberana luna nublaría mi pensamiento, mi cuerpo, mis sentidos. Camine adentrándome entre los tantos árboles que parecían saber lo que acontecería, suspire y tan solo me puse a caminar intentando pensar en mí, en mi vida, en los que había matado o peor aún en los que había marcado con una maldición de la cual nunca terminaría de acostumbrarme…
Los segundos parecieron volar en ese momento y mi sangre comenzó a correr con rapidez por mis venas, el calor que comencé a sentir me estaba superando – ¡Maldita Luna! – Mi voz se opacaba con los rugidos que salían de mis entrañas, la presión que comenzaba a sentir llegaba a mi cabeza que lentamente quedaba en blanco, sin recuerdos, sin pensamientos… el Rougarou comenzaba sus andanzas… los pelos afloraron por todos lados, mis colmillos se hicieron más grandes y mi mandíbula se estiro. Mi cuerpo creció dos veces el tamaño normal, el hombre lobo se apoderaba de mi… más nunca yo de el…
Y por los bosques, callo la maldición de la luna llena que cada veintiocho días yacía en los cielos del mundo… Rougarou… uno de los tantos lican ya habían llevado su conversión, el que antes era un hombre viejo ahora no era más que una bestia, con ganas de matar, con ansias de destrozar todo a su paso. Y así fue el rugido hizo temblar los troncos de los árboles que a su alrededor habían, el licántropo comenzó a moverse con rapidez, siguiendo algunos animales menores, matándolos solo con sus garras, la fuerza descomunal en ese momento era como un espectáculo de los más extrañas novelas de terror. Corrió, azoto su cuerpo contra algunos troncos, hizo temblar la noche con su rugido hasta que el olor… si el olor tan característico de los humanos llego a sus fosas deteniéndose en medio del bosque con la mirada en dirección este, los gritos se hicieron audibles y el manjar más preciado para el hombre lobo corría…
Su agilidad, su fuerza y su bestialidad se hicieron notar al acto, tres hombres cazadores a simple vista pero no… aquellos eran unos simples pescadores que iban en dirección a la laguna la noche equivocada. Rougarou alcanzo a uno que le clavo una cuchilla en su pierna, como si eso lo fuera ayudar la bestia con sus grandes colmillos le arrancaron un brazo, parte por parte el hombre fue destrozado ante la vista de la bellísima luna que era la espectadora de tal espectáculo, los gritos desgarradores, llegaban como un cantico celestial a los oídos del hombre lobo que no podía medir sus instintos asesinos, por que a esas horas la sed era su único amigo. Aulló como si un lobo fuera, la potencia de aquello fue tremenda y ocupando sus sentidos siguió de cerca a los humanos que quedaban, ninguno saldría vivo…
Rougarou- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 31/10/2011
Re: Maldita Luna - Privado-
Las horas transcurren pesadamente, miraba el reloj una y otra vez tendido sobre la cama, con piernas y brazos estirados, cuando mi atención no era captada por las manecillas de aquel artefacto, se concentraba en el techo, sin dejar de escuchar el pequeño y rudimentario motor que le daba cuerda al reloj. Esa tarde no había salido a tocar en alguna plaza como era mi costumbre, este día era distinto, este día estaba marcado en mi calendario desde hacía mucho, era noche de luna llena y eso, ese simple hecho me deprime a grados insospechados.
Es esta maldición la que me frena para todo, la que me ha quitado la fortuna Sant Jordi, la que me obliga a saber que no merezco nada. Suspiré mirando a un lado, Antonella no estaba y sólo esperaba que pasara con tranquilidad su transformación. Volví a mirar el reloj, sólo estaba esperando que una hora adecuada llegara para largarme a un sitio seguro, lejos de la gente y lejos de este lugar al que por fin llamaba hogar. Desde el campamento gitano donde me crie, no había podido volver a llamar hogar a ningún espacio, hasta ahora.
No iba a dejar que mi apatía por la vida me condujera a destruir lo que dentro de estas cuatro paredes, a duras penas, había logrado construir, era muy cuidadoso en ese aspecto, siempre me iba lejos, lo más que pudiera, corría antes de que la luna roja apareciera en el horizonte, y mientras seguía corriendo, dejaba de ser yo para transformarme en esa bestia que soy por las noches pintadas de plata.
Miré el violín recargado en la pared, y luego estuve tentado a mirarme en el viejo espejo de la habitación, pero no lo hice. Mirarme al espejo es la peor tortura que alguien podría proferirme, sería muy insensato de mi parte auto infringirme tal castigo. Odio mi reflejo, porque me recuerda todo lo que soy, lo que no he logrado ser y lo que dejé de ser hace mucho tiempo. Tuve que contar hasta 10, o hasta mil, la cantidad no importaba, era irrelevante, pues no lograría tranquilizarme. Y finalmente salí.
Caminé por las calles aún vestidas por los rayos de sol, crucé una de mis plazas predilectas para ponerme a tocar, me pregunté si alguno de los paseantes extrañaría mis melodías, pero no miré a nadie, apresuré el paso, poco a poco hasta que empecé a trotar y luego a correr. Corrí hasta perderme en la maleza del bosque, hasta que sentí que el calor del astro rey nos abandonaba y con ello… lo inminente.
No sé si es porque yo lo siento un castigo, o porque en verdad es de aquel modo, pero la transformación siempre duele. Alcancé a ver mis manos cubiertas de pelo café (sé que soy un lobo café, aunque nunca me he visto), mis dedos convertidos en garras y mi cuerpo haciéndose del doble de su tamaño. Luego nada, ya no recuerdo nada.
Olfateando, aquel enorme lobo color caoba percibió el aroma de sangre fresca, corrió por entre la espesura de la flora, las espinas y las ramas no podían hacerle nada, su gruesa piel lo cubría y se detuvo al observar la escena, al escuchar los gritos de los hombres y ver como otro lobo los mataba, su instinto animal lo invitaba a ser partícipe. Se agachó y se acercó con cautela, poco a poco, deslizándose amparado por los altos pastos que lo ayudaban a cubrirse hasta que, cuando estuvo a una distancia prudente, se unió al primer lobo para acabar con esos pobres hombres cuyo único pecado era haber salido a cazar en la noche equivocada.
Cuando era lobo, Pablo era más arrojado y atroz, nada quedaba de ese muchacho, tímido e inseguro, y claro, al día siguiente, al verse las manos cubiertas de sangre, volvía a sentir que aquello no era más que una maldición.
Es esta maldición la que me frena para todo, la que me ha quitado la fortuna Sant Jordi, la que me obliga a saber que no merezco nada. Suspiré mirando a un lado, Antonella no estaba y sólo esperaba que pasara con tranquilidad su transformación. Volví a mirar el reloj, sólo estaba esperando que una hora adecuada llegara para largarme a un sitio seguro, lejos de la gente y lejos de este lugar al que por fin llamaba hogar. Desde el campamento gitano donde me crie, no había podido volver a llamar hogar a ningún espacio, hasta ahora.
No iba a dejar que mi apatía por la vida me condujera a destruir lo que dentro de estas cuatro paredes, a duras penas, había logrado construir, era muy cuidadoso en ese aspecto, siempre me iba lejos, lo más que pudiera, corría antes de que la luna roja apareciera en el horizonte, y mientras seguía corriendo, dejaba de ser yo para transformarme en esa bestia que soy por las noches pintadas de plata.
Miré el violín recargado en la pared, y luego estuve tentado a mirarme en el viejo espejo de la habitación, pero no lo hice. Mirarme al espejo es la peor tortura que alguien podría proferirme, sería muy insensato de mi parte auto infringirme tal castigo. Odio mi reflejo, porque me recuerda todo lo que soy, lo que no he logrado ser y lo que dejé de ser hace mucho tiempo. Tuve que contar hasta 10, o hasta mil, la cantidad no importaba, era irrelevante, pues no lograría tranquilizarme. Y finalmente salí.
Caminé por las calles aún vestidas por los rayos de sol, crucé una de mis plazas predilectas para ponerme a tocar, me pregunté si alguno de los paseantes extrañaría mis melodías, pero no miré a nadie, apresuré el paso, poco a poco hasta que empecé a trotar y luego a correr. Corrí hasta perderme en la maleza del bosque, hasta que sentí que el calor del astro rey nos abandonaba y con ello… lo inminente.
No sé si es porque yo lo siento un castigo, o porque en verdad es de aquel modo, pero la transformación siempre duele. Alcancé a ver mis manos cubiertas de pelo café (sé que soy un lobo café, aunque nunca me he visto), mis dedos convertidos en garras y mi cuerpo haciéndose del doble de su tamaño. Luego nada, ya no recuerdo nada.
Olfateando, aquel enorme lobo color caoba percibió el aroma de sangre fresca, corrió por entre la espesura de la flora, las espinas y las ramas no podían hacerle nada, su gruesa piel lo cubría y se detuvo al observar la escena, al escuchar los gritos de los hombres y ver como otro lobo los mataba, su instinto animal lo invitaba a ser partícipe. Se agachó y se acercó con cautela, poco a poco, deslizándose amparado por los altos pastos que lo ayudaban a cubrirse hasta que, cuando estuvo a una distancia prudente, se unió al primer lobo para acabar con esos pobres hombres cuyo único pecado era haber salido a cazar en la noche equivocada.
Cuando era lobo, Pablo era más arrojado y atroz, nada quedaba de ese muchacho, tímido e inseguro, y claro, al día siguiente, al verse las manos cubiertas de sangre, volvía a sentir que aquello no era más que una maldición.
Invitado- Invitado
Re: Maldita Luna - Privado-
Rougarou, aun en su inconsciencia y por sus largos años sabía lo que hacía, si puede el lobo decir palabra alguna diría perdón, pero aun cuando sus instintos de supervivencia, su maldad y su pérdida de control solían dominarlo más de la cuenta, rugió mientras los gritos se apagaban o mejor dicho se volvían más agudos, sabía que muy cerca había otro campamento que estaba siendo presa del terror, por los gritos de aquellos mortales que eligieron un día equivocado para cazar.
El tiempo en ese momento pasaba muy rápido para el lobo, que cada vez que se transformaba parecía verse más joven, lleno de energía, de valor, de coraje. Se detuvo al instante que a sus fosas llego un aroma, diferente aun cuando se trataba de un par, luchar, no era una de sus medidas reconocía en su inconsciencia que un viejo lobo seguiría siendo viejo. Rugió mientras pedazos de lo que antes había sido un hombre eran tomados por su par, orgullo, alegría, podría decir que fue lo que sintió el viejo lobo, mas solo cuando la incandescente luna brillara sentiría eso el día llegaría y con ello la culpa lo inundaría nuevamente.
Con sus grandes patas se acerco al lobo, con algo de cautela quizás era de una forma amigable, olfateo en silencio mientras la sangre caía de sus dientes, aun tenía sed y la laguna estaba cerca dos caminos tendría que elegir. Mientras sus sentidos hacían lo suyo se dejo disfrutar del aroma a la sangre pero más detenidamente del joven lobo que yacía con la misma furia a su lado.
¿Podría el lobo reconocer que aquel lobo significaba parte en su vida? Fue aquella la pregunta que la dama de la noche quiso hacer, mas las respuestas solo fueron rugidos de aceptación. Los años a un animal instintivo solo le enseñaban como actuar en manada, el mismo tenia la suya y aunque se vieran brutal ambos, quizás podía haber un trasfondo en todo aquello.
Avanzo en silencio en dirección a los gritos que se alejaban, mirando al joven lobo aulló invitándole un festín una noche como esa sería el comienzo de una tormenta o de un paraíso. Confundido con los aromas, buscando en lo poco que le quedaba de su condición humana Rougarou busco en su memoria el recuerdo de aquel aroma. Mientras miraba a los ojos al lobo café, con su hocico le hizo una seña, como si del mismo jefe de una manada se tratara. Camino dando pasos grandes afilo sus uñas en los troncos de algunos arbole, marcando un territorio como suyo, su olfato no fallaba y sabia que lejos había un clan de vampiros, uno o tres, no lo sabía a por ellos deseaba ir, pero no solo, sino con su nuevo compañero, el compañero de una noche, de una luna, donde el bosque busca traer los recuerdos a un viejo que de viejo solo tiene el cuerpo.
El tiempo en ese momento pasaba muy rápido para el lobo, que cada vez que se transformaba parecía verse más joven, lleno de energía, de valor, de coraje. Se detuvo al instante que a sus fosas llego un aroma, diferente aun cuando se trataba de un par, luchar, no era una de sus medidas reconocía en su inconsciencia que un viejo lobo seguiría siendo viejo. Rugió mientras pedazos de lo que antes había sido un hombre eran tomados por su par, orgullo, alegría, podría decir que fue lo que sintió el viejo lobo, mas solo cuando la incandescente luna brillara sentiría eso el día llegaría y con ello la culpa lo inundaría nuevamente.
Con sus grandes patas se acerco al lobo, con algo de cautela quizás era de una forma amigable, olfateo en silencio mientras la sangre caía de sus dientes, aun tenía sed y la laguna estaba cerca dos caminos tendría que elegir. Mientras sus sentidos hacían lo suyo se dejo disfrutar del aroma a la sangre pero más detenidamente del joven lobo que yacía con la misma furia a su lado.
¿Podría el lobo reconocer que aquel lobo significaba parte en su vida? Fue aquella la pregunta que la dama de la noche quiso hacer, mas las respuestas solo fueron rugidos de aceptación. Los años a un animal instintivo solo le enseñaban como actuar en manada, el mismo tenia la suya y aunque se vieran brutal ambos, quizás podía haber un trasfondo en todo aquello.
Avanzo en silencio en dirección a los gritos que se alejaban, mirando al joven lobo aulló invitándole un festín una noche como esa sería el comienzo de una tormenta o de un paraíso. Confundido con los aromas, buscando en lo poco que le quedaba de su condición humana Rougarou busco en su memoria el recuerdo de aquel aroma. Mientras miraba a los ojos al lobo café, con su hocico le hizo una seña, como si del mismo jefe de una manada se tratara. Camino dando pasos grandes afilo sus uñas en los troncos de algunos arbole, marcando un territorio como suyo, su olfato no fallaba y sabia que lejos había un clan de vampiros, uno o tres, no lo sabía a por ellos deseaba ir, pero no solo, sino con su nuevo compañero, el compañero de una noche, de una luna, donde el bosque busca traer los recuerdos a un viejo que de viejo solo tiene el cuerpo.
Rougarou- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 31/10/2011
Re: Maldita Luna - Privado-
Cuando la luna asciende sobre los Pirineos, un manto rojo parece cubrirla, pero cuando está llena, y los que son como él… como ellos, se encargan de teñirla de sangre todo lo que dure la penumbra. Sobre su espalda, como loza inservible y agotadora, la culpa de muchas víctimas ya caídas pesaba y sofocaba. Pablo miró a su congénere y algo en él lo obligaba a temerle y respetarlo por igual, Sabía, en su estupor bestial, que se trataba de alguien mayor que él, que ha visto más, y quizá por ello, le daba algo de miedo.
Eran don líneas eternamente paralelas que por más que se trataran de juntar y tocar, jamás lo harías. Era como si Pablo se desenvolviera en una realidad paralela a la del lobo que tenía frente a él y no pudiera tocarlo, sin saber quién era, qué había hecho. Sin saber que su estigma se lo debía a él, que quien lo había marcado era ese mismo lobo que tenía ahora a un par de metros de distancia.
Tal vez por eso, el joven lobo se sentía obligado a obedecer como quien sigue a un líder ciegamente. Mañana ya tendría tiempo de cuestionarse el encuentro, lo poco que recordara al menos, y de mirarse las manos y la cara, bermejos y oliendo a muere, mirárselos como si la peor de sus pesadillas se tratara, porque de algún modo lo era, y luchas por limpiar las manchas y la culpa en el cauce de un riachuelo adyacente al Sena. Ya mañana… por esa noche, simplemente agachó la cabeza, asemejándose pasmosamente a su parte humana, y avanzó hasta el otro animal.
Antes de seguir avanzando, olfateó de nuevo, más a profundidad y un aroma atacó su memoria como una horda de insectos, retrocedió a penas perceptible y chilló lastimeramente como si le hubiesen pisado la cola. Algo en aquel olor y aquel recuerdo le dolió hondo, le caló hondo, le melló el corazón de lobo y el de violinista cimarrón también.
Sus ojos, grandes como canicas opacadas por el tiempo, se movieron en la misma dirección que el otro ponía atención, y sus orejas, puntiagudas y apuntando al cielo nocturno, lo hicieron también. Más allá había un peligro mayor, sus enemigos naturales que eran eso porque así lo decía la regla y actualmente nadie entendía bien las rencillas. Ambos bandos abogaban por cosas diferentes, lo sabía aunque no le interesaba, más de una ocasión había trabado palabra con algún vampiro, recordó a aquel joven, uno de los primero con los que habló en París, Koizumi recordaba que era su apellido… y era vampiro.
Avanzó más hasta quedar cerca del otro, se sentó y se quedó muy quieto sacando el pecho y con las patas delanteras muy rectas. Esperando la orden, aunque el temor, ese no desapareció ni un instante, ese otro lobo era desconcertante para Pablo, por decir lo menos.
Eran don líneas eternamente paralelas que por más que se trataran de juntar y tocar, jamás lo harías. Era como si Pablo se desenvolviera en una realidad paralela a la del lobo que tenía frente a él y no pudiera tocarlo, sin saber quién era, qué había hecho. Sin saber que su estigma se lo debía a él, que quien lo había marcado era ese mismo lobo que tenía ahora a un par de metros de distancia.
Tal vez por eso, el joven lobo se sentía obligado a obedecer como quien sigue a un líder ciegamente. Mañana ya tendría tiempo de cuestionarse el encuentro, lo poco que recordara al menos, y de mirarse las manos y la cara, bermejos y oliendo a muere, mirárselos como si la peor de sus pesadillas se tratara, porque de algún modo lo era, y luchas por limpiar las manchas y la culpa en el cauce de un riachuelo adyacente al Sena. Ya mañana… por esa noche, simplemente agachó la cabeza, asemejándose pasmosamente a su parte humana, y avanzó hasta el otro animal.
Antes de seguir avanzando, olfateó de nuevo, más a profundidad y un aroma atacó su memoria como una horda de insectos, retrocedió a penas perceptible y chilló lastimeramente como si le hubiesen pisado la cola. Algo en aquel olor y aquel recuerdo le dolió hondo, le caló hondo, le melló el corazón de lobo y el de violinista cimarrón también.
Sus ojos, grandes como canicas opacadas por el tiempo, se movieron en la misma dirección que el otro ponía atención, y sus orejas, puntiagudas y apuntando al cielo nocturno, lo hicieron también. Más allá había un peligro mayor, sus enemigos naturales que eran eso porque así lo decía la regla y actualmente nadie entendía bien las rencillas. Ambos bandos abogaban por cosas diferentes, lo sabía aunque no le interesaba, más de una ocasión había trabado palabra con algún vampiro, recordó a aquel joven, uno de los primero con los que habló en París, Koizumi recordaba que era su apellido… y era vampiro.
Avanzó más hasta quedar cerca del otro, se sentó y se quedó muy quieto sacando el pecho y con las patas delanteras muy rectas. Esperando la orden, aunque el temor, ese no desapareció ni un instante, ese otro lobo era desconcertante para Pablo, por decir lo menos.
Invitado- Invitado
Re: Maldita Luna - Privado-
Confundido por lo que los aromas traían a su recuerdo una infinidad de lugares, saco sus garras y las enterró en la fría tierra que había bajo sus patas, enterró una y otra vez, sentía esa confusión digna de un humano, pero indigna de un animal que vive de sus instintos salvajes, respiro notoria mente y por su nariz salió un halo que se hizo notar en la fría noche donde la luna era la majestuosa amiga de aquellas bestias. Giro un poco su cabeza para ver al joven lobo, algo había cambiado no podía entender que era aquello, con cuidado se acerco y respirando sobre el saboreo ese aroma que se mezclo con el frio del invierno, con el frio del bosque, con el miedo de un niño, con la ira de un lobo. Rougarou rugió con fuerzas, traspapelado por las imágenes que se desvanecían en su cabeza aulló, con fuerzas, perdiendo la cabeza en ese instante.
Avanzo en silencio moviendo la cola, como si la amenaza se acercara a ellos, sentía esa necesidad de proteger al que le hacía compañía esa noche, y fue hasta entonces que… no recordó que, ni cuando, ni como… pero algo en su interior le decía que él había sido el causante de aquello en el hombre lobo que tenía a su lado. Un segundo basto para que se alejara de su cometido y el aroma fuerte a la peste inminente se hizo presente. Tres vampiros llevados por el odio acorralaban a los lican que yacían ahí, Rougarou y el joven.
Como si fuera un encuentro dictado por el destino el lobo mostro los dientes a sus enemigos naturales, guerra querían, guerra tendrían, conocía a la perfección a esos malditos de la noche, no sería la primera vez que se enfrentaría con uno de ellos, los disparos en la lejanía hicieron notar la otra amenaza y como si fuera poco, cazadores andaban haciendo su ronda. Miro al lobo que le acompañaba, le rugió como mandato a que luchara por su vida, movió cada célula de su cuerpo para hacerle saber que no, que Rougarou no dejaría que nada malo le sucediera, el perdón… la búsqueda del perdón era así… solo el amanecer diría como todo se llevaría a cabo por ahora solo hacía falta sobrevivir ante lo que traía la noche.
Y uno de los vampiros con apariencia de un joven de no más de 16 años se abalanzo sobre el joven lican, rougarou no o permitiría que le hicieran daño y dando un salto con sus patas traseras y con el hocico abierto a más no poder pesca al vampiro entre sus garras mordiéndolo, pero subestimo primariamente la fuerza de su atacante y fue lanzado chocando con un árbol y cayendo al suelo, rugió y gimió del dolor que le hicieron sentir en ese momento pero no, no se dejaría vencer tan rápidamente y volvió corriendo con la ir invadiendo cada célula de su cuerpo y tomo a uno de los vampiros sin darle espacio soporto los golpes pero su mandíbula era más fuerte, le desgarro el cuello rompiéndole todo a su paso dejándolo sin cabeza para darle muerte al acto… volvió a rugir con mas fuerzas mostrando sus enormes dientes que manchados en sangre mostraban a la verdadera bestia que era, la bestia de Rougarou.
Avanzo en silencio moviendo la cola, como si la amenaza se acercara a ellos, sentía esa necesidad de proteger al que le hacía compañía esa noche, y fue hasta entonces que… no recordó que, ni cuando, ni como… pero algo en su interior le decía que él había sido el causante de aquello en el hombre lobo que tenía a su lado. Un segundo basto para que se alejara de su cometido y el aroma fuerte a la peste inminente se hizo presente. Tres vampiros llevados por el odio acorralaban a los lican que yacían ahí, Rougarou y el joven.
Como si fuera un encuentro dictado por el destino el lobo mostro los dientes a sus enemigos naturales, guerra querían, guerra tendrían, conocía a la perfección a esos malditos de la noche, no sería la primera vez que se enfrentaría con uno de ellos, los disparos en la lejanía hicieron notar la otra amenaza y como si fuera poco, cazadores andaban haciendo su ronda. Miro al lobo que le acompañaba, le rugió como mandato a que luchara por su vida, movió cada célula de su cuerpo para hacerle saber que no, que Rougarou no dejaría que nada malo le sucediera, el perdón… la búsqueda del perdón era así… solo el amanecer diría como todo se llevaría a cabo por ahora solo hacía falta sobrevivir ante lo que traía la noche.
Y uno de los vampiros con apariencia de un joven de no más de 16 años se abalanzo sobre el joven lican, rougarou no o permitiría que le hicieran daño y dando un salto con sus patas traseras y con el hocico abierto a más no poder pesca al vampiro entre sus garras mordiéndolo, pero subestimo primariamente la fuerza de su atacante y fue lanzado chocando con un árbol y cayendo al suelo, rugió y gimió del dolor que le hicieron sentir en ese momento pero no, no se dejaría vencer tan rápidamente y volvió corriendo con la ir invadiendo cada célula de su cuerpo y tomo a uno de los vampiros sin darle espacio soporto los golpes pero su mandíbula era más fuerte, le desgarro el cuello rompiéndole todo a su paso dejándolo sin cabeza para darle muerte al acto… volvió a rugir con mas fuerzas mostrando sus enormes dientes que manchados en sangre mostraban a la verdadera bestia que era, la bestia de Rougarou.
Rougarou- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 31/10/2011
Re: Maldita Luna - Privado-
Antes de poder continuar estudiando al lobo que tenía al frente, que sentía como el líder de esa manada de dos, sus grandes ojos de perro se dirigieron a la nueva amenaza. Su posición gallarda (imposible en su forma humana) se rompió para adoptar una de ataque, no sabía cómo, pero entendía los gruñidos ajenos, y ambos se protegerían, esa noche eran manada y lucharían en contra de los que se suponía, eran sus enemigos naturales. Más allá otra amenaza intentaba intimidarlos, iba a ser una noche caótica sin lugar a dudas.
Echó el cuerpo hacia atrás recargando todo su peso en las patas traseras y mostró los colmillos, asintió, y creyó hacerlo al menos al recibir la orden de quien esa velada era su adalid, entonces aquel vampiro de apariencia joven (aunque quien sabe cuántos cientos de años tendría en realidad) se abalanzó contra él y antes de poder hacer algo, el lobo viejo se interpuso, siendo lanzado varios metros por el aire. Pablo chilló pero no perdió la compostura, a diferencia de cuando era el violinista retraído, en su forma animal se sentía más capaz de muchas cosas, quizá porque se movía a base de algo primitivo llamado instinto.
Luego observó todo con esas orbes obscuras y grandes, cada detalle, el cómo el lobo más viejo mataba al vampiro, se quedó ahí un momento como si fuese una estatua de piedra, pero su pelaje se mecía con el viento, lo que daba a entender que era un ser vivo. Reaccionó al ver al vampiro finalmente muerto, corrió entonces y se encaramó contra otro de los vampiros. Su mordida se abrió lo más que pudo y ambas mandíbulas prensaron el antebrazo del enemigo, un daño insignificante. Forcejeó y el vampiro lo sacudió hasta lograr deshacerse de él, cayó en el suelo y sólo un levísimo y callado quejido se escapó de su hocico.
Pablo se quedó un momento ahí, inmóvil, con los ojos cerrados y la lengua ligeramente salida de entre los dientes. Algo, su consciencia humana quizá, despertada por el porrazo que se había dado contra el suelo, le habló. Pensó en quedarse ahí, tal vez a los vampiros ya no les interesaría un lobo mal herido como él, cerrar los ojos para ver como su compañero de la noche caía ante el enemigo. No, se dijo con firmeza, esa noche eran manada, se repitió, abrió los ojos y se recompuso, buscó a los causantes de todo aquello, y esta vez más certeramente fue directamente contra uno de ellos, imitando al lobo más viejo, más sabio. De una mordida degolló al ser maldito y sólo quedaba uno ya.
El sabor a sangre, y sobre todo a sangre de vampiro, tardaría en abandonarlo una vez siendo humano, pero no iba a dejar que esos vampiros ganaran, y sobre todo, le hicieran daño a ese que una vez ya había arriesgado su pellejo en pos de él, no entendía sus razones, pero sí se lo agradecía. Lo miró e inclinó la cabeza como dándole las gracias, por haberlo salvado, pero sobre todo por la lección. Pablo, por primera vez, no depondría las armas.
Echó el cuerpo hacia atrás recargando todo su peso en las patas traseras y mostró los colmillos, asintió, y creyó hacerlo al menos al recibir la orden de quien esa velada era su adalid, entonces aquel vampiro de apariencia joven (aunque quien sabe cuántos cientos de años tendría en realidad) se abalanzó contra él y antes de poder hacer algo, el lobo viejo se interpuso, siendo lanzado varios metros por el aire. Pablo chilló pero no perdió la compostura, a diferencia de cuando era el violinista retraído, en su forma animal se sentía más capaz de muchas cosas, quizá porque se movía a base de algo primitivo llamado instinto.
Luego observó todo con esas orbes obscuras y grandes, cada detalle, el cómo el lobo más viejo mataba al vampiro, se quedó ahí un momento como si fuese una estatua de piedra, pero su pelaje se mecía con el viento, lo que daba a entender que era un ser vivo. Reaccionó al ver al vampiro finalmente muerto, corrió entonces y se encaramó contra otro de los vampiros. Su mordida se abrió lo más que pudo y ambas mandíbulas prensaron el antebrazo del enemigo, un daño insignificante. Forcejeó y el vampiro lo sacudió hasta lograr deshacerse de él, cayó en el suelo y sólo un levísimo y callado quejido se escapó de su hocico.
Pablo se quedó un momento ahí, inmóvil, con los ojos cerrados y la lengua ligeramente salida de entre los dientes. Algo, su consciencia humana quizá, despertada por el porrazo que se había dado contra el suelo, le habló. Pensó en quedarse ahí, tal vez a los vampiros ya no les interesaría un lobo mal herido como él, cerrar los ojos para ver como su compañero de la noche caía ante el enemigo. No, se dijo con firmeza, esa noche eran manada, se repitió, abrió los ojos y se recompuso, buscó a los causantes de todo aquello, y esta vez más certeramente fue directamente contra uno de ellos, imitando al lobo más viejo, más sabio. De una mordida degolló al ser maldito y sólo quedaba uno ya.
El sabor a sangre, y sobre todo a sangre de vampiro, tardaría en abandonarlo una vez siendo humano, pero no iba a dejar que esos vampiros ganaran, y sobre todo, le hicieran daño a ese que una vez ya había arriesgado su pellejo en pos de él, no entendía sus razones, pero sí se lo agradecía. Lo miró e inclinó la cabeza como dándole las gracias, por haberlo salvado, pero sobre todo por la lección. Pablo, por primera vez, no depondría las armas.
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