Luz de luna [Privado]

La noche era fría; bastante teniendo en cuenta la época del año que corría. Verano. El dulce verano que a Celinne siempre traía buenos recuerdos de su niñez. Una niñez separada de sus verdaderos padres pero muy querida por aquellos que, si bien no compartían su sangre, estarían siempre dentro de su corazón. Su tía [en paz descanse]; no había un solo momento en el que no se acordara de ella. Sin embargo, en momentos como aquellos, momentos en los que se escapaba de aquella especie de cautiverio al que la habían sometido, en ese momentos era cuando más se le venía a la mente. Frases o simples palabras. Momentos. Recuerdos de cuando había echo eso mismo estando todavía ella entre los vivos. "Las señoritas nunca saldrían solas de noche ¡Ni siquiera de día" y todo se quedaba en silencio mientras Ascelinne agachaba la cabeza consintiendo la regañina, regañina bien merecida que si bien puede sonar dura luego siempre acababa con algo semblante a: "Sin embargo..tu no eres comos las demás ¿verdad? Nunca seas como las demás" Palabras que en muchos momentos se recordaba así misma. Momentos en los que veía a las otras muchachas de la corte en esos grandes vestidos, en esas grandes fiestas. Riéndose, bailando, siendo cortejadas. Muchas veces había sentido envidia y sin embargo al mismo tiempo también lástima de contemplar cómo podían ser manejadas por la sociedad a su antojo. Ella no era así, definitivamente, nunca lo sería.

Y aquella noche era una muestra de ese firme pensamientos. Como buena mujer que se precie a vivir en el mundo, Celinne había aprendido a salir en pequeñas "misiones" de relajación, misiones de las que nadie sabía y que, por supuesto, no iba a confesar a nadie. Una vieja costumbre que había aprendido en el momento que supo la poca libertad que podía tener su vida y no precisamente desde que era baronesa [qué raro le sonaba pensar en si misma de ese modo] sino mucho antes. Desde que su padre le contrató la primera institutriz que le marcó unas pautas bastante serias. Unas pautas que debía cumplir a raja tabla quisiera o no quisiera. Al principio, como no es de extrañar, las acató resignándose pero poco a poco se dio cuenta de que había mucho más tras esas normas, tras esos lujos, tras esa muralla que era su casa y la burbuja en la que pretendían que viviese. En casa de sus padres ya había aprendido a escalar el árbol [bendito árbol] que había próximo a su ventana y cuando se trasladó a una casa más grande dónde no había ningún árbol al que agarrarse aprendió a bajar por el balcón. En este caso, tuvo la suerte de que no quedaba lo suficientemente lejos como para de un salto [de un buen salto] hacerse daño y, a pesar de su aspecto físico, ella era de lo más hábil en ese tipo de asuntos.

El viento corría fresco y no había nada más que le gustara a ella que poder contemplar la luna bien de cerca en noches tan silenciosas como aquellas. La laguna que quedaba cerca de su residencia era el primer lugar por dónde pasaba y en el que muchas veces acababa parándose [como en ese momento]. Parándose porque le inspiraba tanta tranquilidad que hasta le parecía un pecado no dedicar unos simples minutos de su vida a contemplar esa joya de vista que sus ojos le brindaban. El agua. La luna. Sus rayos reflejados en el mar. Se sentó abrazándose sus piernas y apoyando el mentón en las rodillas. No hizo falta más de un suspiro para empezar a quedarse embobada contemplando el paisaje, en ese momento no había nadie más [no en su mente] estaba ella sola en una completa oscuridad y lo único que la iluminaba era la luz de la luna. La salvaba de la oscuridad.