AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La excusa más cobarde es culpar al destino. [Nastya]
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La excusa más cobarde es culpar al destino. [Nastya]
Quiere reír, tiene motivos de sobra para hacerlo. Reírse de aquellos que a cada momento dijeron que no lo lograría, reír de quienes por el contrario le aseguraban que sería algo fácil. Quiere burlarse de cada uno de ellos y aprovechar los minutos para también soltar esa frustración que lo está llenando. Mira por la ventana y Paris lo sigue sorprendiendo, cada rincón esconde algo nuevo, algo que puede llamarle la atención o simplemente hacerle desear el volver a casa lo antes posible. ¿Casa? Ni siquiera sabe por qué lo sigue llamando de ese modo, quizás sea porque su madre aún espera. Pero su familia ahora es otra, es una que él ha elegido varios años atrás, se siente unido a ellos aunque su comunicación sea más bien esporádica. La misión continúa a cada momento pese a que deba mantener esa imagen que le molesta, que lo detiene de poder estar al frente de todo como tanto desea, sus manos pican por algo de lucha e incluso la daga que suele llevar consigo está pidiendo por un poco de sangre.
Los caballos se detienen y los recuerdos aparecen. La noche en que la vio por primera vez, apenas una niña que se sentía liviana entre sus brazos. Fue él quien pidió una manta para cubrirla, él quien veló por su sueño, ¿qué sería todo eso que floreció sin que pudiera notarlo? Los murmullos comienzan y los calla a base de gritos, la deja ir aunque algo le dice que está haciendo mal, que debería mantenerla a su lado. Cada mes llega una nueva carta, detalles de una vida que no es la propia, que mira de lejos como si fuera una obra de teatro de esa que no le gustan demasiado. ¿Cómo podría siquiera pensar en la idea de dejarla desprotegida? Quiere intentar convencerla de que le permita proveerle de un techo, de ropas acorde a lo que ella merece, pero la conoce aunque jamás volvió a hablarle y sabe que no será algo fácil. Sonríe ante la idea de discutir en pleno callejón, el día que termina y la noche que comienza a bañar el cielo de colores que van muy bien con su rostro pálido.
Escucha las últimas instrucciones y desciende del carruaje, declina la oferta de uno de los empleados de acompañarlo, con un gesto de la mano calla esa advertencia de que puede ser peligroso. Quizás es esa subestimación una de las cosas que más detesta de ese título que nunca pidió. Tiene una necesidad inexplicable de verla, de convencerla que viva con él, de protegerla por sobre todo. No es tu hermana, tampoco tu pariente. Esa molesta voz insiste en repetir lo mismo y esta vez no tiene un trago de vodka a mano que logre al menos callarla por unos minutos. La mira en un rincón y observa de inmediato su mirada precavida, sus ojos abiertos, esa actitud a la defensiva que también poseía la noche en que la rescató de esa cárcel extranjera. Conoce un secreto aunque no está seguro y por lo mismo prefiere callar antes de darle falsas esperanza, - Nastya… - habla en ruso porque sabe que ella le entenderá, no se acerca más que lo suficiente para que no lo vea como una amenaza, sólo espera, a que sea ella quien se decida a avanzar.
Los caballos se detienen y los recuerdos aparecen. La noche en que la vio por primera vez, apenas una niña que se sentía liviana entre sus brazos. Fue él quien pidió una manta para cubrirla, él quien veló por su sueño, ¿qué sería todo eso que floreció sin que pudiera notarlo? Los murmullos comienzan y los calla a base de gritos, la deja ir aunque algo le dice que está haciendo mal, que debería mantenerla a su lado. Cada mes llega una nueva carta, detalles de una vida que no es la propia, que mira de lejos como si fuera una obra de teatro de esa que no le gustan demasiado. ¿Cómo podría siquiera pensar en la idea de dejarla desprotegida? Quiere intentar convencerla de que le permita proveerle de un techo, de ropas acorde a lo que ella merece, pero la conoce aunque jamás volvió a hablarle y sabe que no será algo fácil. Sonríe ante la idea de discutir en pleno callejón, el día que termina y la noche que comienza a bañar el cielo de colores que van muy bien con su rostro pálido.
Escucha las últimas instrucciones y desciende del carruaje, declina la oferta de uno de los empleados de acompañarlo, con un gesto de la mano calla esa advertencia de que puede ser peligroso. Quizás es esa subestimación una de las cosas que más detesta de ese título que nunca pidió. Tiene una necesidad inexplicable de verla, de convencerla que viva con él, de protegerla por sobre todo. No es tu hermana, tampoco tu pariente. Esa molesta voz insiste en repetir lo mismo y esta vez no tiene un trago de vodka a mano que logre al menos callarla por unos minutos. La mira en un rincón y observa de inmediato su mirada precavida, sus ojos abiertos, esa actitud a la defensiva que también poseía la noche en que la rescató de esa cárcel extranjera. Conoce un secreto aunque no está seguro y por lo mismo prefiere callar antes de darle falsas esperanza, - Nastya… - habla en ruso porque sabe que ella le entenderá, no se acerca más que lo suficiente para que no lo vea como una amenaza, sólo espera, a que sea ella quien se decida a avanzar.
Fyodor C. Ivashkov- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 63
Fecha de inscripción : 27/06/2012
Re: La excusa más cobarde es culpar al destino. [Nastya]
Algo de instinto suicida tendría que tener la joven Nastya, porque la muchacha no aprendía. ¡Pues no se hubo presentado de nuevo en el mercado, tan sólo semanas después de su anterior altercado con el frutero! Y es que, o la rusa era muy atrevida o ganas tenía de cavar su propia tumba. Claro que la muchachita era todo coraje, y como se las sabía todas, nada temía. Hasta había trabado buena amistad con algunos guardias de la ronda rutinaria (a los que también birlaba lo que pillaba, que la cría podía ser jovial pero de tonta no tenía un pelo)
Y es que la chiquilla parecía estar bendecida por el mismo Dios con el don de las manos ligeras y las piernas largas, que le permitían salir indemne de cualquier situación embarazosa en la que se veía metida. No era raro verla correr al grito de "a la ratera", que parecía que se había convertido en su lema particular. Y es que sus habilidosos dedos no dejaban títere con cabeza, y lo mismo sisaba al carnicero que al panadero, que tanto le daba mientras fuera algo que poder llevarse a la boca.
El sonido sorde de las botas de la guardia la perseguían a tan sólo unos metros, con la lengua fuera y echando pestes la briboncilla que era más escurridiza que una culebra. Y a Nastya mientras, le placía reírse de los pobres guardias, con toda la desfachatez de la que era capaz.
-¡Venga, campeones! Que ya casi me tenéis -se burlaba la rusa una y otra vez, corriendo delante, detrás, de lado y hasta dando brincos. Tal era el ímpetu de la chiquilla.
Cuando se imaginó que los guardias ya estarían pisándole los talones, fue cuando Nastya echó una mirada alrededor en busca de algún callejón, calleja o falda donde poder esconderse, pero sólo había gente. Así pues, la joven pilló a un hombre desprevenido, que paseaba plácidamente por el mercado.
-Disculpe, caballero. Preciso de su espalda unos instantes -y detrás de la espalda del joven se ocultó, de manera que los guardias pasaron al corre que te pillo que ni la vieron-. Muchas gracias por su colaboración -repuso la joven con una reverencia teatral, que hasta se quitó el chambergo que llevaba para hacerlo más solemne, todo bajo la mirada de desconcierto del desconocido.
Cuando concibió que los guardias se habían alejado lo suficiente, Nastya siguió su camino normal, donde había quedado con su fiel amigo, el sabueso Pucca. El perro en cuestión era uno de los muchos vagabundos que habitaban por París, pero el caso es que la cría se encariñó con él y él de ella, hasta que se hicieron casi inseparables, hasta el punto de que el pobre animal se convirtió en compinche de sus numerosas confabulaciones. La verdad es que el animal era más listo que el hambre y estaba amaestrado, por lo que seguramente se habría escapado de algún circo.
-¡Pucca! Gamberrillo, mira lo que he traído para los dos -el perro se acercó con las orejas al viento y empezó a olisquear el trozo de salchicha que Nastya agitaba frente a él-. ¡Eh! Pero no me seas listillo, que ya nos conocemos. Este trozo es para mí, y este para tí.
El ruido de las gentes pronto empezó a amorriñarla, y apoyó la cabeza en la pared con la idea de echarse un sueño antes de ir a...donde quiera que le apeteciese ir aquel día. Se ajustó el chambergo (que había robado a una señoritonga oronda y gorda) para que le cubriese casi todo el rostro y así evitar que la luz le molestase. Notó la presencia de un carromato de esos de los señores pararse cerca de su callejón. De él bajó un hombre perfectamente ataviado, con lo que debía ser la levita más cara de todo París, y la chistera más grande que Nastya había visto nunca. Pero no le prestó demasiada atención hasta que escuchó salir sus labios su propio nombre.
¡Por todos los diablejos del averno! ¿Acaso aquel señor orondo la había llamado por su nombre, o tendría que deshollinarse los oídos para comprobar que no había escuchado mal? Con un chasquido de dedos, Nastya se subió el sombrero para presenciar mejor al desconocido. Frunció el ceño y arrugó la nariz.
-¿Mande? ¿Acaso nos conocemos de algo, caballero? -Nastya intentó hacer memoria. Pero no era nadie a quien le hubiera birlado nada, eso lo sabía con certeza, porque Nastya tenía una habilidad sobrehumana para ello. ¡Curioso don era ése! Porque capaz de recordar todos los rostros a los que había sisado, eso seguro. Y sin embargo, ni un sólo esbozo de lo que fue ella en un pasado. ¡Rozaba casi lo absurdo!
Y es que la chiquilla parecía estar bendecida por el mismo Dios con el don de las manos ligeras y las piernas largas, que le permitían salir indemne de cualquier situación embarazosa en la que se veía metida. No era raro verla correr al grito de "a la ratera", que parecía que se había convertido en su lema particular. Y es que sus habilidosos dedos no dejaban títere con cabeza, y lo mismo sisaba al carnicero que al panadero, que tanto le daba mientras fuera algo que poder llevarse a la boca.
El sonido sorde de las botas de la guardia la perseguían a tan sólo unos metros, con la lengua fuera y echando pestes la briboncilla que era más escurridiza que una culebra. Y a Nastya mientras, le placía reírse de los pobres guardias, con toda la desfachatez de la que era capaz.
-¡Venga, campeones! Que ya casi me tenéis -se burlaba la rusa una y otra vez, corriendo delante, detrás, de lado y hasta dando brincos. Tal era el ímpetu de la chiquilla.
Cuando se imaginó que los guardias ya estarían pisándole los talones, fue cuando Nastya echó una mirada alrededor en busca de algún callejón, calleja o falda donde poder esconderse, pero sólo había gente. Así pues, la joven pilló a un hombre desprevenido, que paseaba plácidamente por el mercado.
-Disculpe, caballero. Preciso de su espalda unos instantes -y detrás de la espalda del joven se ocultó, de manera que los guardias pasaron al corre que te pillo que ni la vieron-. Muchas gracias por su colaboración -repuso la joven con una reverencia teatral, que hasta se quitó el chambergo que llevaba para hacerlo más solemne, todo bajo la mirada de desconcierto del desconocido.
Cuando concibió que los guardias se habían alejado lo suficiente, Nastya siguió su camino normal, donde había quedado con su fiel amigo, el sabueso Pucca. El perro en cuestión era uno de los muchos vagabundos que habitaban por París, pero el caso es que la cría se encariñó con él y él de ella, hasta que se hicieron casi inseparables, hasta el punto de que el pobre animal se convirtió en compinche de sus numerosas confabulaciones. La verdad es que el animal era más listo que el hambre y estaba amaestrado, por lo que seguramente se habría escapado de algún circo.
-¡Pucca! Gamberrillo, mira lo que he traído para los dos -el perro se acercó con las orejas al viento y empezó a olisquear el trozo de salchicha que Nastya agitaba frente a él-. ¡Eh! Pero no me seas listillo, que ya nos conocemos. Este trozo es para mí, y este para tí.
El ruido de las gentes pronto empezó a amorriñarla, y apoyó la cabeza en la pared con la idea de echarse un sueño antes de ir a...donde quiera que le apeteciese ir aquel día. Se ajustó el chambergo (que había robado a una señoritonga oronda y gorda) para que le cubriese casi todo el rostro y así evitar que la luz le molestase. Notó la presencia de un carromato de esos de los señores pararse cerca de su callejón. De él bajó un hombre perfectamente ataviado, con lo que debía ser la levita más cara de todo París, y la chistera más grande que Nastya había visto nunca. Pero no le prestó demasiada atención hasta que escuchó salir sus labios su propio nombre.
¡Por todos los diablejos del averno! ¿Acaso aquel señor orondo la había llamado por su nombre, o tendría que deshollinarse los oídos para comprobar que no había escuchado mal? Con un chasquido de dedos, Nastya se subió el sombrero para presenciar mejor al desconocido. Frunció el ceño y arrugó la nariz.
-¿Mande? ¿Acaso nos conocemos de algo, caballero? -Nastya intentó hacer memoria. Pero no era nadie a quien le hubiera birlado nada, eso lo sabía con certeza, porque Nastya tenía una habilidad sobrehumana para ello. ¡Curioso don era ése! Porque capaz de recordar todos los rostros a los que había sisado, eso seguro. Y sin embargo, ni un sólo esbozo de lo que fue ella en un pasado. ¡Rozaba casi lo absurdo!
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Fecha de inscripción : 01/03/2012
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Re: La excusa más cobarde es culpar al destino. [Nastya]
Ella no es la niña que recuerda, no luce como aquella que ha formado con los informes de las cartas, no parece la que su imaginación ha creado para llenar los vacíos que el tiempo ha ido formando. ¿Dónde están las faldas, los ojos delicados y brillantes? ¿Dónde está la muchachita que podría ser la heredera de ese secreto que cree conocer? Quiere soltar toda la historia de una vez, comenzar a vomitar palabras aún corriendo el riesgo de que ella se espante, que se escape, que no le crea y simplemente vuelva a desaparecer arruinando con eso todo lo que le ha costado tanto conseguir. Cada paso dado puede transformarse en un retroceso si no elige bien donde pisar, el suelo es inestable. No quiere culparla, quien está ahí de pie como un idiota indeciso es él. Pero se mantiene en silencio, mirándola hasta que pueda tener una idea de lo que su lenguaje corporal puede decir cuando sus labios se mantengan sellados. Es sólo una niña, una pequeña con ojos más adultos. Cierra los ojos un instante y recuerda la promesa que hizo cuando la llevaba entre sus brazos, esa que jamás ha dicho en voz alta y que tampoco hará ahora, los susurros que mantuvo durante todo el trayecto.
-Yo… - la verdad por delante ¿no? – Nastya, nosotros nos conocimos hace muchos años… - nadie dijo que sería fácil intentar explicar siquiera el escenario de ese primer encuentro, aún lo es más para alguien que de seguro siguió adelante y olvidó todo eso. Sólo él parece haberse quedado aferrado al pasado tan intensamente. – Creo que estoy haciendo todo mal…- su voz baja levemente, ella puede pensar que él habla solo aunque en realidad es así. – Mi nombre es Fyodor Ivashov, soy de Rusia… - nada de títulos, nada de otros detalles que puedan distraerla, están solos y se atreve a hablarle en ese idioma que ambos comprenderán. Está más cómodo, las sonrisas nerviosas aparecen, le sudan un poco las palmas y decide cruzar los brazos tras su espalda para disimularlo, se supone que debe lucir seguro, como alguien que tiene claro su objetivo. ¿De qué sirven tantas horas gastando los ojos junto a una vela repasando cada carta si ahora esos discursos ensayados frente al espejo simplemente no sirven? – Hace algunos años estuve a cargo de un rescate en una cárcel, la celda de niños estaba repleta y ahí fue donde te encontré… comprendo que no lo recuerdes, eras bastante pequeña y ha pasado mucho desde eso… - con cada palabra aparece también el alivio, el peso se hace más ligero sobre sus hombros.
Da un paso al frente pero luego se arrepiente, siente que tienen un torrente de información más por entregar, ¿cómo contarle que le ha seguido los pasos sin sonar como un acosador? – He estado averiguando sobre el paradero de todos los rescatados de ese día… - carraspea y desvía la mirada a un punto cercano a sus ojos, como si estuviera mirándola de frente pero al mismo tiempo sin hacerlo. Es algo extraño el comportamiento de Fyodor frente a esta chica, cualquiera que lo viera no comprendería, pero sus motivaciones son algo que jamás podría compartir, sería como revelar el punto más débil, ese flanco donde pueden atacarlo para vencer. – No quedan muchos vivos o cercanos a donde los hemos dejado… la pista me llevó a ti Nastya… ¿ese es tu nombre verdad? – lo pregunta como si no lo supiera, miente cada vez más descaradamente, la trata como a alguien cercana aunque técnicamente recién la conoce, cada paso que da no es más que un retroceso. – Espero no equivocarme, llevo años tras de ti - y por primera vez dice la verdad, a medias, llena de subterfugios, pero una verdad que le permite mirarla a los ojos y hasta sonreír como el idiota que es.
-Yo… - la verdad por delante ¿no? – Nastya, nosotros nos conocimos hace muchos años… - nadie dijo que sería fácil intentar explicar siquiera el escenario de ese primer encuentro, aún lo es más para alguien que de seguro siguió adelante y olvidó todo eso. Sólo él parece haberse quedado aferrado al pasado tan intensamente. – Creo que estoy haciendo todo mal…- su voz baja levemente, ella puede pensar que él habla solo aunque en realidad es así. – Mi nombre es Fyodor Ivashov, soy de Rusia… - nada de títulos, nada de otros detalles que puedan distraerla, están solos y se atreve a hablarle en ese idioma que ambos comprenderán. Está más cómodo, las sonrisas nerviosas aparecen, le sudan un poco las palmas y decide cruzar los brazos tras su espalda para disimularlo, se supone que debe lucir seguro, como alguien que tiene claro su objetivo. ¿De qué sirven tantas horas gastando los ojos junto a una vela repasando cada carta si ahora esos discursos ensayados frente al espejo simplemente no sirven? – Hace algunos años estuve a cargo de un rescate en una cárcel, la celda de niños estaba repleta y ahí fue donde te encontré… comprendo que no lo recuerdes, eras bastante pequeña y ha pasado mucho desde eso… - con cada palabra aparece también el alivio, el peso se hace más ligero sobre sus hombros.
Da un paso al frente pero luego se arrepiente, siente que tienen un torrente de información más por entregar, ¿cómo contarle que le ha seguido los pasos sin sonar como un acosador? – He estado averiguando sobre el paradero de todos los rescatados de ese día… - carraspea y desvía la mirada a un punto cercano a sus ojos, como si estuviera mirándola de frente pero al mismo tiempo sin hacerlo. Es algo extraño el comportamiento de Fyodor frente a esta chica, cualquiera que lo viera no comprendería, pero sus motivaciones son algo que jamás podría compartir, sería como revelar el punto más débil, ese flanco donde pueden atacarlo para vencer. – No quedan muchos vivos o cercanos a donde los hemos dejado… la pista me llevó a ti Nastya… ¿ese es tu nombre verdad? – lo pregunta como si no lo supiera, miente cada vez más descaradamente, la trata como a alguien cercana aunque técnicamente recién la conoce, cada paso que da no es más que un retroceso. – Espero no equivocarme, llevo años tras de ti - y por primera vez dice la verdad, a medias, llena de subterfugios, pero una verdad que le permite mirarla a los ojos y hasta sonreír como el idiota que es.
Fyodor C. Ivashkov- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 63
Fecha de inscripción : 27/06/2012
Re: La excusa más cobarde es culpar al destino. [Nastya]
Pero, ¿qué clase de broma era aquélla? Que un señor tan peripuesto como aquél, de repente, se dignase a salir de su coche de caballos, a poner sus acicalados pies en los infectos adoquines de un infecto callejón de París, y que se dirigiese a cruzar palabra con una muchachita más infecta aún. ¡Y por más! Que le estuviese contando toda aquella historia que sonaba a la fábula más increíble que la rusa había escuchado nunca.
¡Pardiez! Si aunque se lo hubiese predicho el adivino más célebre de la capital, jamás de los jamases hubiera concedido en serio que ella, una mocosa incapaz de recuperar la memoria, que desde que salió del orfanato no había hecho otra cosa más que robar, que no tenía vergüenza ni la conocía, que como doña Nadie se había despertado una noche en el orfanato de San Petersburgo, y como doña Nadie se había resignado a morir (hasta, tal vez, ese momento). ¡A ella, a Nastya a secas! Sin apellido ni hogar, la había estado buscando sin descanso ese señor, duque, conde o lo que fuera.
Estalló en carcajadas, sin importale si era o no de mala educación, pues educación, que ella recordase, nunca había tenido, y la rusa descarada tampoco se guardaba las mañas, daba igual si estaba delante de un cura, el Papa, o el mísmisimo rey de Francia.
-Creo que se confunde, monsieur... Debe de ser otra Nastya la que anda buscando -fue su primera reacción, lo primero que se le vino a la mente. ¿Qué otra cosa podía pensar una mocosa de 14 años, que conocía más penalidades que fortunios en su corta vida de desgracias? (y más corta aún, pues le fueron robados los recuerdos de su niñez)
Pero no se movió del sitio, y el hombre tampoco. Estampados allí como estatuas corrían los minutos, sin hablar cuando el hombre terminó de pronunciar sus últimas palabras. "LLevo años tras de tí", había dicho. Nastya no dijo nada, pero la rusa no era de las que aguantasen mucho tiempo con el pico cerrado sin soltar alguna lindeza.
-Así que... Según vos, me conocéis. Si bien yo no os conozco a vos, claro que eso tampoco es garantía -se la notaba confusa. ¿Acaso no era éso mismo lo que había esperado al venir a París? ¿encontrar alguna pista de su identidad? ¿reconstruir los pedazos del puzzle? Y sin embargo no podía ignorar la sensación de que Dios se la estaba jugando por algo horrible que había hecho en el pasado y que ella no recordaba.
Fyodor Ivashkov. El nombre no le decía nada, tampoco el rostro. Era una impotencia tal la que le producía su enfermedad, que a Nastya muchas veces le habían entrado ganas de llorar. Pero nunca dejaba que las lágrimas le llegasen a las mejillas. No. No sabía ni de donde sacaba el valor o la fuerza. Pero seguía y continuaba. Y ahora que parecía tener tantas respuestas delante de ella, en forma de un hombre engalanado y distinguido, ¿por qué se veía tan bloqueada? Y él sabía su nombre. ¡Su nombre!
-Yo... No recuerdo nada de un campo de prisioneros. A decir verdad, no recuerdo nada antes de despertarme camino de un orfanato de San Petersburgo -se encogió de hombros mientras lo relataba de manera despreocupada, quitándole hierro al asunto, como si no tuviera la más mínima importancia. Lo último que quería era dar pena. Se restregó la nariz con la manga holgada de un abrigo raído tres tallas más grande que ella-. ¿Vos podéis ayudarme? -Abrió mucho los ojos y el recelo inicial dio paso a una esperanza y confianza ciegas que sólo un niño es capaz de tener-. ¡Podría pagaros! Lo único de valor que tengo es un colgante de oro. ¡Y juro por Dios que no es robado! No se crea lo que escuche por ahí, que estas callejuelas siempre están llenas de ratas inmundas y envidiosas. Que yo algo honrada soy y juro que esta joyezuela ya la llevaba yo al cuello cuando me desperté en San Petersburgo
Le tendió el medallón a su acompañante, con la ingenuidad de que con un colgante manío podría pagar los servicios de un gran señor como parecía aquél. Pero es que la simpleza de los críos no tiene parangón, y aún aunque a Nastya poco le quedaba de la dulce inocencia de la tierna edad, no dejaba de ser una chiquilla.
¡Pardiez! Si aunque se lo hubiese predicho el adivino más célebre de la capital, jamás de los jamases hubiera concedido en serio que ella, una mocosa incapaz de recuperar la memoria, que desde que salió del orfanato no había hecho otra cosa más que robar, que no tenía vergüenza ni la conocía, que como doña Nadie se había despertado una noche en el orfanato de San Petersburgo, y como doña Nadie se había resignado a morir (hasta, tal vez, ese momento). ¡A ella, a Nastya a secas! Sin apellido ni hogar, la había estado buscando sin descanso ese señor, duque, conde o lo que fuera.
Estalló en carcajadas, sin importale si era o no de mala educación, pues educación, que ella recordase, nunca había tenido, y la rusa descarada tampoco se guardaba las mañas, daba igual si estaba delante de un cura, el Papa, o el mísmisimo rey de Francia.
-Creo que se confunde, monsieur... Debe de ser otra Nastya la que anda buscando -fue su primera reacción, lo primero que se le vino a la mente. ¿Qué otra cosa podía pensar una mocosa de 14 años, que conocía más penalidades que fortunios en su corta vida de desgracias? (y más corta aún, pues le fueron robados los recuerdos de su niñez)
Pero no se movió del sitio, y el hombre tampoco. Estampados allí como estatuas corrían los minutos, sin hablar cuando el hombre terminó de pronunciar sus últimas palabras. "LLevo años tras de tí", había dicho. Nastya no dijo nada, pero la rusa no era de las que aguantasen mucho tiempo con el pico cerrado sin soltar alguna lindeza.
-Así que... Según vos, me conocéis. Si bien yo no os conozco a vos, claro que eso tampoco es garantía -se la notaba confusa. ¿Acaso no era éso mismo lo que había esperado al venir a París? ¿encontrar alguna pista de su identidad? ¿reconstruir los pedazos del puzzle? Y sin embargo no podía ignorar la sensación de que Dios se la estaba jugando por algo horrible que había hecho en el pasado y que ella no recordaba.
Fyodor Ivashkov. El nombre no le decía nada, tampoco el rostro. Era una impotencia tal la que le producía su enfermedad, que a Nastya muchas veces le habían entrado ganas de llorar. Pero nunca dejaba que las lágrimas le llegasen a las mejillas. No. No sabía ni de donde sacaba el valor o la fuerza. Pero seguía y continuaba. Y ahora que parecía tener tantas respuestas delante de ella, en forma de un hombre engalanado y distinguido, ¿por qué se veía tan bloqueada? Y él sabía su nombre. ¡Su nombre!
-Yo... No recuerdo nada de un campo de prisioneros. A decir verdad, no recuerdo nada antes de despertarme camino de un orfanato de San Petersburgo -se encogió de hombros mientras lo relataba de manera despreocupada, quitándole hierro al asunto, como si no tuviera la más mínima importancia. Lo último que quería era dar pena. Se restregó la nariz con la manga holgada de un abrigo raído tres tallas más grande que ella-. ¿Vos podéis ayudarme? -Abrió mucho los ojos y el recelo inicial dio paso a una esperanza y confianza ciegas que sólo un niño es capaz de tener-. ¡Podría pagaros! Lo único de valor que tengo es un colgante de oro. ¡Y juro por Dios que no es robado! No se crea lo que escuche por ahí, que estas callejuelas siempre están llenas de ratas inmundas y envidiosas. Que yo algo honrada soy y juro que esta joyezuela ya la llevaba yo al cuello cuando me desperté en San Petersburgo
Le tendió el medallón a su acompañante, con la ingenuidad de que con un colgante manío podría pagar los servicios de un gran señor como parecía aquél. Pero es que la simpleza de los críos no tiene parangón, y aún aunque a Nastya poco le quedaba de la dulce inocencia de la tierna edad, no dejaba de ser una chiquilla.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Fecha de inscripción : 01/03/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: La excusa más cobarde es culpar al destino. [Nastya]
Es aún más impresionante de lo que creyó. La situación completa, la imagen que Nastya va trazando con el pincel suave de sus palabras. Ella no recuerda ese único encuentro cara a cara que han tenido y él se siente como si debiera dar media vuelta y volver al insulso palacio que no le pertenece. Los datos de sus informantes siempre han sido verídicos, en esta ocasión tampoco han errado, puede reconocer en la chiquilla muchos de los rasgos que ha mantenido en la memoria. Los años han pasado pero la forma de la nariz es prácticamente la misma, sucede igual con el color de su cabello o los ojos. Fyodor siente más que nunca las ganas de despejar la confusión con alguna bebida alcohólica, en este punto le da igual el tipo que sea, necesita olvidarse de si mismo, de la historia que lo persiguió como un fantasma atado al pasado. Abre y cierra la boca sin saber nuevamente que decir, boquea como un pez al que han sacado del agua, se ahoga con el aire y ve la muerte cercana, la muerte de las ideas que lo mantuvieron motivado, dispuesto, despierto. – Se que eres tú Natasha, sólo no se por qué no puedes recordarlo – el murmullo se escapa, se mezcla el pensamiento con la voz baja que lo traiciona, ¿qué puede hacer realmente? – Nosotros te llevamos a ese orfanato luego de averiguar que no tenías parientes cercanos vivos, ¿nunca te dijeron por qué estabas ahí? – su humor se torna aún más sombrío, frunce el ceño como si la molestia debiera ser descargada en ese minuto, las venganzas más sangrientas aparecen en su mente y los destinatarios son todos aquellos que velaron por el sueño de su niña. ¡Al carajo! Puede llamarla su niña si lo desea.
-Yo estoy aquí para ayudarte – la frase tiene un tinte distinto, Nastya quizás no tiene claridad de lo que produce en él, de que es y ha sido desde el primer momento su debilidad y fundamento. Natasha es la base, el resto son sólo capas que sobreviven gracias a ella. Antes de comenzar a rechazar su dinero mira con atención el medallón, lo estudia con los dedos y también con los ojos, asimila cada pequeño detalle y lo compara con la imagen en su memoria. El tamaño es el mismo, el color quizás ha cambiado pero los relieves van formando el mismo patrón que lo identifica como el objeto que siempre esperó le darían la razón. No puede, no debe, no merece hablar de todo aquello y llenarla de información cuando aún no está seguro. ¿Qué más necesita? Una bofetada en la cara de seguro sería un buen comienzo y luego una botella de vodka que le deje una resaca de varios días. ¿Cómo pudo pensar en protegerla si ante el primer evento lo único que desea es una pelea y emborracharse? No es el indicado pero tampoco permitiría que alguien más realice esa tarea. Es territorial, estúpidamente posesivo. – Te conozco Natasha, te reconozco de mis recuerdos y también de eso que acabas de mostrarme, ¿sabes que significa? – le devuelve el colgante poniéndolo por sobre su cabeza y vuelve a mirarla, como si después de aquello pudiera tener un rostro distinto. Sigue luciendo como una chiquilla de las calles, sólo alguien con un ojo experto podría reconocer su verdadero origen, - ¿qué sabes de tu familia? ¿de tus padres? – no teme preguntar porque lo más terrible que podría suceder sería escuchar una negativa a responder o quizás más silencio.
Tiene las manos y pies atados, el tiempo corre en su contra y no puede alcanzarlo, necesita un consejo que su mente inútil no puede darle. La verdad quiere salir y aún no se explica como ha logrado mantenerla a raya por tanto tiempo. Nastya pone sus ojos en él y Fyodor se siente encerrado, ella construye una jaula a su alrededor sin quizás saberlo, está atrapado y sólo su niña tiene la llave. – Creo tener respuestas que necesitas, digo creo porque asegurarlo sería irresponsable de mi parte… ¿puedo confiar en ti? – se lo pregunta a una muchachita casi una década menor que él, la trata como a una igual aunque jamás la ha visto de ese modo. – Necesito confiar en ti antes de poder revelar lo que puede cambiar todo para ambos – demasiado dramatismo, sus compañeros anteriores se reirían de él por todo ese drama, ¿dónde quedó el Fyodor que conocieron y quien es este que poco necesita para arrodillarse a sus pies? Este Fyodor vive para las palabras de una niña, para entregarle lo que necesita. – No se si debiéramos hablar acá de todo esto, tampoco pretendo que lo hagamos en el palacio donde cualquiera puede oír – es un monólogo del que no espera respuesta, muchas veces decir en voz alta sus pensamientos le ayuda a encontrar el camino correcto. La ropa raída le da una idea, básica y peligrosa, pero una idea al fin y al cabo. - ¿Comiste? ¿Te gustaría ir a comer algo? Será donde tú decidas, donde quieras ir, cualquier lugar, no importa nada… decides tú… - puede entregarle el mundo completo incluso sin que lo necesite, esta preocupación raya en al obsesión y la ansiedad le está embrollando el poco pensamiento racional que le quedaba.
-Yo estoy aquí para ayudarte – la frase tiene un tinte distinto, Nastya quizás no tiene claridad de lo que produce en él, de que es y ha sido desde el primer momento su debilidad y fundamento. Natasha es la base, el resto son sólo capas que sobreviven gracias a ella. Antes de comenzar a rechazar su dinero mira con atención el medallón, lo estudia con los dedos y también con los ojos, asimila cada pequeño detalle y lo compara con la imagen en su memoria. El tamaño es el mismo, el color quizás ha cambiado pero los relieves van formando el mismo patrón que lo identifica como el objeto que siempre esperó le darían la razón. No puede, no debe, no merece hablar de todo aquello y llenarla de información cuando aún no está seguro. ¿Qué más necesita? Una bofetada en la cara de seguro sería un buen comienzo y luego una botella de vodka que le deje una resaca de varios días. ¿Cómo pudo pensar en protegerla si ante el primer evento lo único que desea es una pelea y emborracharse? No es el indicado pero tampoco permitiría que alguien más realice esa tarea. Es territorial, estúpidamente posesivo. – Te conozco Natasha, te reconozco de mis recuerdos y también de eso que acabas de mostrarme, ¿sabes que significa? – le devuelve el colgante poniéndolo por sobre su cabeza y vuelve a mirarla, como si después de aquello pudiera tener un rostro distinto. Sigue luciendo como una chiquilla de las calles, sólo alguien con un ojo experto podría reconocer su verdadero origen, - ¿qué sabes de tu familia? ¿de tus padres? – no teme preguntar porque lo más terrible que podría suceder sería escuchar una negativa a responder o quizás más silencio.
Tiene las manos y pies atados, el tiempo corre en su contra y no puede alcanzarlo, necesita un consejo que su mente inútil no puede darle. La verdad quiere salir y aún no se explica como ha logrado mantenerla a raya por tanto tiempo. Nastya pone sus ojos en él y Fyodor se siente encerrado, ella construye una jaula a su alrededor sin quizás saberlo, está atrapado y sólo su niña tiene la llave. – Creo tener respuestas que necesitas, digo creo porque asegurarlo sería irresponsable de mi parte… ¿puedo confiar en ti? – se lo pregunta a una muchachita casi una década menor que él, la trata como a una igual aunque jamás la ha visto de ese modo. – Necesito confiar en ti antes de poder revelar lo que puede cambiar todo para ambos – demasiado dramatismo, sus compañeros anteriores se reirían de él por todo ese drama, ¿dónde quedó el Fyodor que conocieron y quien es este que poco necesita para arrodillarse a sus pies? Este Fyodor vive para las palabras de una niña, para entregarle lo que necesita. – No se si debiéramos hablar acá de todo esto, tampoco pretendo que lo hagamos en el palacio donde cualquiera puede oír – es un monólogo del que no espera respuesta, muchas veces decir en voz alta sus pensamientos le ayuda a encontrar el camino correcto. La ropa raída le da una idea, básica y peligrosa, pero una idea al fin y al cabo. - ¿Comiste? ¿Te gustaría ir a comer algo? Será donde tú decidas, donde quieras ir, cualquier lugar, no importa nada… decides tú… - puede entregarle el mundo completo incluso sin que lo necesite, esta preocupación raya en al obsesión y la ansiedad le está embrollando el poco pensamiento racional que le quedaba.
Fyodor C. Ivashkov- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/06/2012
Re: La excusa más cobarde es culpar al destino. [Nastya]
Y el cuento seguía y la rusa quería creérselo, de verdad que lo deseaba. De hecho, era lo que más le hubiera gustado desear en esos instantes. Pero no, el cuento era demasiado imposible. Que Nastya era cría, pero no tonta. Pues menuda se las gastaba, que a la niña era muy difícil jugársela. ¡Que se lo dijeran pues al honrado tendero del mercadillo! Harto lo tenía la rusa con sus rapiñas de media mañana. Pocos entonces, son los que dirían que a Nastya le faltaba comida, ¡si la robaba toda! Pero esos que hablan, no sabían nada. No sabían que, al anochecer, Nastya se moría de frío. No sabían tampoco que, todas las mañanas, se levantaba con el estómago rugiendo como cual león. Tampoco sabían que había noches que dormía abrazada a su medallón, tratando en vano de que algo llegase a su memoria. Pero con nada se dormía y con nada se despertaba. No sabían tampoco, que a veces a Nastya le daba por creer que sus sueños podrían ser retratos borrosos de un pasado nulo, y que era en esas láminas cuarteadas donde Nastya se inventaba a sí misma.
¡Y entonces, llega este hombre soltándole toda esa patraña! Justo cuando la rusa empezaba a pensar que no era nadie y que a nadie importaba. La pequeña no sabía si reír o llorar. Se sentía mareada y aturdida, que bien en aquellos momentos podría haber pasado una camarilla de guardias, que ella no habría movido un pie para salir pitando, como otras veces hacía. ¡Sería posible! Con cada palabra del hombre, Nastya se quedaba un poco más descompuesta. Sabía que era algo importante lo que estaba pasando en esos instantes, pero todavía no podía creer que la protagonista de la fábula fuera ella.
-No, nunca -se encogió de hombros, respondiendo a la pregunta del hombre. ¿Que si le habían dicho alguna vez por qué estaba en el orfanato? ¡Já! Ni que ellos lo supiesen también-. De lo único que me acuerdo es que me desperté en medio de un caos enorme. Había muchos caballos. Y soldados. Y un hombre me dijo que entrase en el tren con los demás.
Sí. Sólo recordaba eso. Y el frío. ¡Pardiez, que Nastya tampoco tenía la mente muy clara respecto a esos momentos, pero sí que podía sentir todavía el frío del carajo! Pero pronto se le pasó, porque en el vagón estaban todos tan apiñados que ni un filo de ventisca se atrevería a pasar por ahí. Su aturdimiento de entonces debió de ser parecido a éste que sentía ahora. Pues se había levantado en medio de un paisaje salvajemente masacrado, sin tener consciencia de qué había pasado ni quién era. Era una sensación rara, recordó. Supongo que no sabréis lo que se siente a menos que también os haya sucedido algo parecido. Para Nastya, era como no estar, no sentirte cuerpo nunca más.
"Nada", era la respuesta que merecía la pregunta. Sus padres no existían para Nastya, y ese colgante era posiblemente la única pista vital que le quedaba a la rusa. Para su sorpresa, el hombre se lo devolvió. Nastya lo miró extraña. "¿No lo quiere?" Nunca había conocido a nadie que no quisiese su colgante, o al menos le llamase la atención. Pastel Caliente decía que era de oro de verdad. Aunque Nastya no sabía si creérselo, pues todo lo que venía de Pastel Caliente solía ser mentira.
-No sé nada de ellos, monsieur. Tampoco de este colgante. En el orfanato me dijeron que probablemente habrían muerto en las matanzas anarquistas -en realidad, no se lo habían dicho a ella personalmente. Pero Nastya escuchaba. ¡Menudo oído tan fino tenía la ladronzuela! La niña tampoco sabía lo que "anarquista" significaba al principio, pero el tiempo en las calles la hizo aprender. ¡Que la zagala era bien avispada!
Confianza. Era una palabra que la gente utilizaba a la ligera. Sin detenerse a pensar en lo que verdaderamente significaba confiar en alguien. Nastya había aprendido a no confiar. Porque también lo había oído a la gente en el orfanato, y también se lo había dicho Coplin. La confianza era una cosa peligrosa. Por eso dudó. Era extraño ver dudar de algo así a una chiquilla con la cara llena de hollín y el pelo revuelto y sucio. ¿Qué tenía que pensar? Ella era una muerta de hambre, y él, un respetable señor dispuesto a ayudar. Eso es lo que le había dicho.
-Si confío en vos, tenéis que prometerme que jamás me dejaréis volver a las calles otra vez -repuso con cierta osadía, que de otra cosa no, pero la niña audaz y decidida era. Así había conseguido sobrevivir todo este tiempo- Supongo que como todo buen caballero, pagaréis vos la cuenta -bromeaba. Unos hoyuelos se le dibujaron en las comisuras de los labios cuando ladeó una sonrisa.
-¿Iremos en carruaje? -se atrevió a preguntar-. Nunca he montado en uno. Y, ¿de verdad vivís en un castillo? ¿con sirvientes y todo eso? ¿Cómo es? ¿algún día podré verlo? -la pequeña rusa acosaba a preguntas a su interlocutor, mientras ambos cruzaban hacia el lujoso coche de caballos de Fyodor Ivashok. De no ser por los deslucidos trajes de Nastya, y por su abrigo holgado y manchado de dios sabe qué, cualquier podría haber pensado que se trataban de padre e hija.
¡Y entonces, llega este hombre soltándole toda esa patraña! Justo cuando la rusa empezaba a pensar que no era nadie y que a nadie importaba. La pequeña no sabía si reír o llorar. Se sentía mareada y aturdida, que bien en aquellos momentos podría haber pasado una camarilla de guardias, que ella no habría movido un pie para salir pitando, como otras veces hacía. ¡Sería posible! Con cada palabra del hombre, Nastya se quedaba un poco más descompuesta. Sabía que era algo importante lo que estaba pasando en esos instantes, pero todavía no podía creer que la protagonista de la fábula fuera ella.
-No, nunca -se encogió de hombros, respondiendo a la pregunta del hombre. ¿Que si le habían dicho alguna vez por qué estaba en el orfanato? ¡Já! Ni que ellos lo supiesen también-. De lo único que me acuerdo es que me desperté en medio de un caos enorme. Había muchos caballos. Y soldados. Y un hombre me dijo que entrase en el tren con los demás.
Sí. Sólo recordaba eso. Y el frío. ¡Pardiez, que Nastya tampoco tenía la mente muy clara respecto a esos momentos, pero sí que podía sentir todavía el frío del carajo! Pero pronto se le pasó, porque en el vagón estaban todos tan apiñados que ni un filo de ventisca se atrevería a pasar por ahí. Su aturdimiento de entonces debió de ser parecido a éste que sentía ahora. Pues se había levantado en medio de un paisaje salvajemente masacrado, sin tener consciencia de qué había pasado ni quién era. Era una sensación rara, recordó. Supongo que no sabréis lo que se siente a menos que también os haya sucedido algo parecido. Para Nastya, era como no estar, no sentirte cuerpo nunca más.
"Nada", era la respuesta que merecía la pregunta. Sus padres no existían para Nastya, y ese colgante era posiblemente la única pista vital que le quedaba a la rusa. Para su sorpresa, el hombre se lo devolvió. Nastya lo miró extraña. "¿No lo quiere?" Nunca había conocido a nadie que no quisiese su colgante, o al menos le llamase la atención. Pastel Caliente decía que era de oro de verdad. Aunque Nastya no sabía si creérselo, pues todo lo que venía de Pastel Caliente solía ser mentira.
-No sé nada de ellos, monsieur. Tampoco de este colgante. En el orfanato me dijeron que probablemente habrían muerto en las matanzas anarquistas -en realidad, no se lo habían dicho a ella personalmente. Pero Nastya escuchaba. ¡Menudo oído tan fino tenía la ladronzuela! La niña tampoco sabía lo que "anarquista" significaba al principio, pero el tiempo en las calles la hizo aprender. ¡Que la zagala era bien avispada!
Confianza. Era una palabra que la gente utilizaba a la ligera. Sin detenerse a pensar en lo que verdaderamente significaba confiar en alguien. Nastya había aprendido a no confiar. Porque también lo había oído a la gente en el orfanato, y también se lo había dicho Coplin. La confianza era una cosa peligrosa. Por eso dudó. Era extraño ver dudar de algo así a una chiquilla con la cara llena de hollín y el pelo revuelto y sucio. ¿Qué tenía que pensar? Ella era una muerta de hambre, y él, un respetable señor dispuesto a ayudar. Eso es lo que le había dicho.
-Si confío en vos, tenéis que prometerme que jamás me dejaréis volver a las calles otra vez -repuso con cierta osadía, que de otra cosa no, pero la niña audaz y decidida era. Así había conseguido sobrevivir todo este tiempo- Supongo que como todo buen caballero, pagaréis vos la cuenta -bromeaba. Unos hoyuelos se le dibujaron en las comisuras de los labios cuando ladeó una sonrisa.
-¿Iremos en carruaje? -se atrevió a preguntar-. Nunca he montado en uno. Y, ¿de verdad vivís en un castillo? ¿con sirvientes y todo eso? ¿Cómo es? ¿algún día podré verlo? -la pequeña rusa acosaba a preguntas a su interlocutor, mientras ambos cruzaban hacia el lujoso coche de caballos de Fyodor Ivashok. De no ser por los deslucidos trajes de Nastya, y por su abrigo holgado y manchado de dios sabe qué, cualquier podría haber pensado que se trataban de padre e hija.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: La excusa más cobarde es culpar al destino. [Nastya]
A Fyodor el destino siempre le juega malas pasadas, suele burlarse de él como si fueran los mejores amigos o quizás más como aquellos amigotes que te gustaría mantener lejos pero que por algún motivo que desconoces sigues aceptando en tu círculo cercano pese a que todo lo que hacen te molesta, incluso respirar. Ahora, en cambio, el destino, a ese a quien por primera vez se atreve a culpar está dándola una sorpresa que sólo estaba presente en esos sueños que mantenía mientras estaba despierto e intentando armar cabos sueltos. Su pequeña rusa va soltando palabras que para él son como vino puro o mejor dicho, como vodka, palabras que lo emborrachan aún cuando el duque debería mantenerse siempre sobrio, siempre atento a lo que ella dice para no perder detalles. ¡Qué bien se siente al fin lograr el objetivo que tanto le ha costado conseguir! Y que naturales salen las sonrisas cuando existen motivos para estar alegres. — Por mí que te despidas ya mismo de las calles porque será la última vez en que las veas… nunca volverás a menos que quieras hacerlo claro — Ya puede imaginársela tal como siempre lo pensó, con los trajes de las niñas de su edad, con el pelo lustroso y la piel limpia, con todo lo que desee en sus manos, con la misma chispa y la misma travesura en los ojos, quizás corriendo por el palacio o tal vez ahora podría comprar una casa, contratar más sirviente, tutores, todo lo que ella necesite, lo que falte para que su niña pueda convertirse en una mujercita del nivel de su familia. ¿Algún día le dirá realmente la verdad sobre ellos? Y mientras se imagina contándolo todo también se da cuenta que con eso podría perderla, que abrirle mucho los ojos es como darle alas, el riesgo de que vuele lejos de él es demasiado grande.
El humor de Fyodor cambia considerablemente, se torna más sombrío e incluso si alguien pudiera ver más allá de la fachada que muestra notaría que tiene una capa encima para evitar que alguien capte como de verdad se siente. — Iremos en carruaje, por supuesto que yo pagaré la cuenta, vivo en un castillo pero no es mío, hay sirvientes que me ayudan mucho… — con cada respuesta a las preguntas de su pequeña su ánimo se aligera, él se siente incluso un poco más tranquilo, los miedos injustificados no lo han abandonado del todo pero los esconde por temor a que ella pueda comenzar a dudar también. — Puedes conocerla ahora si quieres, después de la comida o después de que hablemos… pero lo que más me interesaría que conocieras es mi hogar en Rusia… si es que quieres por supuesto… eso podríamos hacerlo en el futuro, mucho después… — nuevamente se adelanta a los hechos, comienza a soltar las ideas como si ya fueran algo concreto sin darse cuenta que podría incluso espantar a la muchacha con tantos planes. Fyodor sigue siendo un desconocido para ella y debería tener precaución en sus siguientes movimientos. — ¿Qué prefieres Natasha? ¿Quieres ir directo al restaurante o a comprar un vestido nuevo? — el tono de su voz se suaviza, nadie que lo escuchara dudaría de la devoción con la que le habla a su pequeña, devoción que ha mantenido desde que la conoció y que ahora al fin puede expresar en voz alta. ¿Pretende acaso distraerla de lo que lo llevó ahí en primer lugar? Estas pequeñas cosas sólo servirán para mantener su atención en aquellos temas por un par de minutos, está seguro, sólo conociéndola a través de los informes, que no se quedará en silencio por mucho tiempo.
A corta distancia se encuentra el carruaje que lo ha estado esperando, el cochero salta al divisarlo y abre la puerta sin esconder la sorpresa por la presencia de la muchachita a su lado. Pese a que Fyodor le informó superficialmente de la finalidad de su salida en aquel día, el hombre parece claramente haber estado esperando otra cosa, quizás pensaba que la chica sería mayor o tal vez no se la imaginaba de ese modo. — Ella es la señorita Natasha… le informará nuestro siguiente destino apenas lo decida… — Fyodor nuevamente sonríe. ¡Que distinto es cuando la rusita está a su lado! Le ayuda a subir al carruaje y no da aún la orden de partir esperando que ella pueda mirar todo en detalle y acostumbrarse al bamboleo de ese medio de transporte. Los caballos resoplan pero deberán tener paciencia, por ahora no es necesario tener prisa y mucho menos alguien que los apresure. — Cuando tú estés lista puedes sacar la cabeza por la ventanilla y decirle al hombre que lleva las riendas donde prefieres ir… o si eso no te agrada, me lo dices a mí y yo grito… ambas opciones están bien — como un padre que educa, como un hermano mayor que debe hacerse cargo de los más pequeños, Fyodor la cuida y la protege, mantiene un ojo atento y los oídos bien abiertos. Por ahora hay sólo dos cosas que desea más que nada en el mundo. Uno, es que su niña no salga arrancando cuando le cuente toda la verdad. Y dos, que nadie le cuente nunca como es en realidad él. Acaba de recuperarla, no quiere volver a perderla. ¿Cómo perder algo que nunca ha sido suyo?
El humor de Fyodor cambia considerablemente, se torna más sombrío e incluso si alguien pudiera ver más allá de la fachada que muestra notaría que tiene una capa encima para evitar que alguien capte como de verdad se siente. — Iremos en carruaje, por supuesto que yo pagaré la cuenta, vivo en un castillo pero no es mío, hay sirvientes que me ayudan mucho… — con cada respuesta a las preguntas de su pequeña su ánimo se aligera, él se siente incluso un poco más tranquilo, los miedos injustificados no lo han abandonado del todo pero los esconde por temor a que ella pueda comenzar a dudar también. — Puedes conocerla ahora si quieres, después de la comida o después de que hablemos… pero lo que más me interesaría que conocieras es mi hogar en Rusia… si es que quieres por supuesto… eso podríamos hacerlo en el futuro, mucho después… — nuevamente se adelanta a los hechos, comienza a soltar las ideas como si ya fueran algo concreto sin darse cuenta que podría incluso espantar a la muchacha con tantos planes. Fyodor sigue siendo un desconocido para ella y debería tener precaución en sus siguientes movimientos. — ¿Qué prefieres Natasha? ¿Quieres ir directo al restaurante o a comprar un vestido nuevo? — el tono de su voz se suaviza, nadie que lo escuchara dudaría de la devoción con la que le habla a su pequeña, devoción que ha mantenido desde que la conoció y que ahora al fin puede expresar en voz alta. ¿Pretende acaso distraerla de lo que lo llevó ahí en primer lugar? Estas pequeñas cosas sólo servirán para mantener su atención en aquellos temas por un par de minutos, está seguro, sólo conociéndola a través de los informes, que no se quedará en silencio por mucho tiempo.
A corta distancia se encuentra el carruaje que lo ha estado esperando, el cochero salta al divisarlo y abre la puerta sin esconder la sorpresa por la presencia de la muchachita a su lado. Pese a que Fyodor le informó superficialmente de la finalidad de su salida en aquel día, el hombre parece claramente haber estado esperando otra cosa, quizás pensaba que la chica sería mayor o tal vez no se la imaginaba de ese modo. — Ella es la señorita Natasha… le informará nuestro siguiente destino apenas lo decida… — Fyodor nuevamente sonríe. ¡Que distinto es cuando la rusita está a su lado! Le ayuda a subir al carruaje y no da aún la orden de partir esperando que ella pueda mirar todo en detalle y acostumbrarse al bamboleo de ese medio de transporte. Los caballos resoplan pero deberán tener paciencia, por ahora no es necesario tener prisa y mucho menos alguien que los apresure. — Cuando tú estés lista puedes sacar la cabeza por la ventanilla y decirle al hombre que lleva las riendas donde prefieres ir… o si eso no te agrada, me lo dices a mí y yo grito… ambas opciones están bien — como un padre que educa, como un hermano mayor que debe hacerse cargo de los más pequeños, Fyodor la cuida y la protege, mantiene un ojo atento y los oídos bien abiertos. Por ahora hay sólo dos cosas que desea más que nada en el mundo. Uno, es que su niña no salga arrancando cuando le cuente toda la verdad. Y dos, que nadie le cuente nunca como es en realidad él. Acaba de recuperarla, no quiere volver a perderla. ¿Cómo perder algo que nunca ha sido suyo?
Fyodor C. Ivashkov- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/06/2012
Re: La excusa más cobarde es culpar al destino. [Nastya]
Una niña no dejaba de ser una niña, al igual que un ladrón nunca deja de ser un ladrón, o un panadero es panadero para el resto de sus días, pues así está estipulado por las leyes divinas y de los hombres. Pero al punto, no podemos olvidar que, si el panadero es panadero toda su vida por la gracia de Dios, una niña no siempre se mantiene niña, pues lo contrario sólo demostraría una anomalía o brujería de malas artes. Pero, por más, hay situaciones en las que una chiquilla ha de actuar como si ya hubiese crecido, aunque su estatura no alcancase el metro y medio. ¿Se podría decir, entonces, que Nastya ya era adulta, o seguía siendo niña? Bueno, en estos precisos momentos, la niña volvía a ser niña ahora. Nastya, que nunca había estado montada en un coche de caballos como aquél lo observaba con ojos maravillados, pues nunca había tenido uno tan de cerca. ¡Cuánto lujo, qué exquisito! De tan hermoso que era el transporte a la muchacha le daba miedo hasta tocarlo. Pero el miedo... el miedo nunca había sido un impedimento para la audaz briboncilla, y sin muchos miramientos, comenzó a toquetear con manos ligeras las compuertas del espectacular carruaje, que parecían labradas en la propia madera.
El señor Ivashkov hablaba de cosas que a Nastya, a pronto juzgar, todavía se le hacían imposibles. Trató de imaginarse el palacio del ruso, aún cuando su creatividad andaba corta en esos enseres, pues nunca había visto un palacio más que de lejos. Se preguntó si tendría las paredes de oro y los techos de chocolate, como aquel cuento que Coplin le contase antes de abandonarse al sueño. Por supuesto, que la cría no era tonta, y no iba a dejarse engañar por historietas vacías de poetas con demasiada imaginación y sin muchos problemas. Los tejados de chocolate no existían, y probablemente, no habría suficiente oro en el mundo como para que las paredes así lo fueran. ¡Pero soñar, afortunadamente, era de gratis! Y era lo único que la joven chiquilla podía permitirse de momento.
¡Rusia! Un pinchazo le revolcó el alma cuando escuchó el nombre de su madre patria. ¿Era en verdad su deseo regresar allí? Su destino -si es que existía tal cosa- estaba en París, mas... ¿qué le había reportado? Sólo calamidades. ¡Pero pardiez que eso no era todo cierto! Después de todo, ahí estaba ella, con Fyodor Ivashkov que presumiblemente la conocía, a punto de emprenderse en el que sería el viaje de su vida, aunque la joven Nastya todavía no se lo podía ni imaginar si quiera.
-Ah... -Nastya se lo pensó unos momentos, hasta que sus tripas, revueltas y hambrientas, hablaron por ella aullando como un lobo en celo-El restaurante estaría bien.
Empero, algo la retuvo de subirse al esplendoroso vehículo. Quedó varada unos instantes, como varado queda un barco encallado, dubitando si subir o no, y no era por no querer -que querer quería, claro estaba-, si no porque había algo que se dejaba atrás y que no estaba segura de querer dejar.
-Señor Ivashkov, ¿puede venirse Pucca con nosotros? -Nastya le dedicó una mirada al perrillo abandonado, que ahora mismo los miraba marcharse con ojos tristones y el rabo entre las patas. ¡Era increíble lo mucho que se había encariñado la granujilla con el chucho de las narices! Que a muchos se les hacían casi la misma persona, pues la joven rusa lo había adiestrado y educado en las artes del buen mangante, y ambos formaban un equipo tan formidable como increíble. ¡A quien se le dijera que el chucho era también más listo que el hambre!-¿Por favooor? -repuso en una sonrisa maltrecha que dejaba entrever entre todo el hollín de su rostro unos dientes increíblemente blancos.
Al tiempo, salió del carruaje el que fuese el cochero, que no se quedó corto en hacer ver su sorpresa ante la llegada de la rusa. Ella, por más sólo le guiñó un ojo chasqueando la visera de su pordiosera gorra. "Señorita Natasha", murmuró en su mente. ¡Já! Sí que sonaba pretencioso, y le hacía pensar las mujeres orondas a las que robaba los sombreros en el mercado. "Si alguna vez tengo que llevar uno de esos chambergos, la testa se me caerá de la nuca". Y es que, los chambergos había que verlos, que algunos no se diferenciaban de gansos mal guisados.
-¡Al restaurante, mi bastardillo! -indicó, tal como le había aleccionado el señor Ivashkov. Pudiera ser que "bastardillo" no fuese la palabra más certera y válida de todas para referirse al buen señor cochero, que honrado era y hacía bien su trabajo -y cuya madre no había tenido nada que esconder acerca de las buenas raíces de su hijo-, pero lo valederamente cierto era que Nastya de modales exquisitos pues, no era. Que de tanto criarse entre rufianes, gitanos, granujas, estafadores y toda la flora y fauna más deleznable de París, las malas palabras -que no sólo las acciones- también se le habían pegado, tanto, que casi se podría decir que de su carácter formaban parte.
El señor Ivashkov hablaba de cosas que a Nastya, a pronto juzgar, todavía se le hacían imposibles. Trató de imaginarse el palacio del ruso, aún cuando su creatividad andaba corta en esos enseres, pues nunca había visto un palacio más que de lejos. Se preguntó si tendría las paredes de oro y los techos de chocolate, como aquel cuento que Coplin le contase antes de abandonarse al sueño. Por supuesto, que la cría no era tonta, y no iba a dejarse engañar por historietas vacías de poetas con demasiada imaginación y sin muchos problemas. Los tejados de chocolate no existían, y probablemente, no habría suficiente oro en el mundo como para que las paredes así lo fueran. ¡Pero soñar, afortunadamente, era de gratis! Y era lo único que la joven chiquilla podía permitirse de momento.
¡Rusia! Un pinchazo le revolcó el alma cuando escuchó el nombre de su madre patria. ¿Era en verdad su deseo regresar allí? Su destino -si es que existía tal cosa- estaba en París, mas... ¿qué le había reportado? Sólo calamidades. ¡Pero pardiez que eso no era todo cierto! Después de todo, ahí estaba ella, con Fyodor Ivashkov que presumiblemente la conocía, a punto de emprenderse en el que sería el viaje de su vida, aunque la joven Nastya todavía no se lo podía ni imaginar si quiera.
-Ah... -Nastya se lo pensó unos momentos, hasta que sus tripas, revueltas y hambrientas, hablaron por ella aullando como un lobo en celo-El restaurante estaría bien.
Empero, algo la retuvo de subirse al esplendoroso vehículo. Quedó varada unos instantes, como varado queda un barco encallado, dubitando si subir o no, y no era por no querer -que querer quería, claro estaba-, si no porque había algo que se dejaba atrás y que no estaba segura de querer dejar.
-Señor Ivashkov, ¿puede venirse Pucca con nosotros? -Nastya le dedicó una mirada al perrillo abandonado, que ahora mismo los miraba marcharse con ojos tristones y el rabo entre las patas. ¡Era increíble lo mucho que se había encariñado la granujilla con el chucho de las narices! Que a muchos se les hacían casi la misma persona, pues la joven rusa lo había adiestrado y educado en las artes del buen mangante, y ambos formaban un equipo tan formidable como increíble. ¡A quien se le dijera que el chucho era también más listo que el hambre!-¿Por favooor? -repuso en una sonrisa maltrecha que dejaba entrever entre todo el hollín de su rostro unos dientes increíblemente blancos.
Al tiempo, salió del carruaje el que fuese el cochero, que no se quedó corto en hacer ver su sorpresa ante la llegada de la rusa. Ella, por más sólo le guiñó un ojo chasqueando la visera de su pordiosera gorra. "Señorita Natasha", murmuró en su mente. ¡Já! Sí que sonaba pretencioso, y le hacía pensar las mujeres orondas a las que robaba los sombreros en el mercado. "Si alguna vez tengo que llevar uno de esos chambergos, la testa se me caerá de la nuca". Y es que, los chambergos había que verlos, que algunos no se diferenciaban de gansos mal guisados.
-¡Al restaurante, mi bastardillo! -indicó, tal como le había aleccionado el señor Ivashkov. Pudiera ser que "bastardillo" no fuese la palabra más certera y válida de todas para referirse al buen señor cochero, que honrado era y hacía bien su trabajo -y cuya madre no había tenido nada que esconder acerca de las buenas raíces de su hijo-, pero lo valederamente cierto era que Nastya de modales exquisitos pues, no era. Que de tanto criarse entre rufianes, gitanos, granujas, estafadores y toda la flora y fauna más deleznable de París, las malas palabras -que no sólo las acciones- también se le habían pegado, tanto, que casi se podría decir que de su carácter formaban parte.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: La excusa más cobarde es culpar al destino. [Nastya]
La risa le calienta el alma y el corazón, va llenando de a poco todos esos vacíos que siguen presentes y que se mantienen ahí como el recordatorio de su vida llena de soledad y también de historias a medias que no han terminado de escribirse especialmente porque los mismos protagonistas se han ido desvaneciendo con el tiempo. Mira de la niña al perro y aunque sabe que le traerá problemas, que no podrán entrar con él al restaurant y que también no es la mascota que él escogería para su protegida, los ojos de Natasha le impiden negarse a la petición. Es así como él mismo se agacha para tomar al chucho entre sus brazos y subirlo al carruaje donde comienza a ladrar y dar vueltas mostrando evidentemente la alegría de no ser abandonado. El nombre del animal le resulta divertido, también las palabras que suelta Nastya y que aunque no son las que él intenta enseñarle, le muestran un poco más la personalidad que tiene la chiquilla, esa que en el fondo de su corazón le gustaría que no perdiera luego del paso del tiempo y de las lecciones a las cuales espera pueda someterse. El cochero mira asombrado, impresionado por el comportamiento de quien será su nueva patrona y también por el ánimo relajado del duque que parece sólo disfrutar de toda la situación, algo extraño en aquel hombre rubio que suele estar cabizbajo encerrado en algún local aferrado a un vaso de lo que sea que le ayude a olvidar los recuerdos que lo atormentan y le destrozan la segunda vida que ahora vive. No es fácil pero eso no es algo en lo que deba estar pensando precisamente ahora. — Su nombre es Victor, Natasha, no debes llamarlo ‘bastardillo’, no creo que le agrade… — voz con un dejo de diversión, palabras amables que se cuelan entre los ruidos de la ciudad.
Cuando el carruaje comienza a moverse, su mente se pierde por algunos segundos en la rapidez con que todo sucede. Una semana atrás no habría pensado en encontrar a Natasha y mucho menos en acercarse y poder finalmente ir con ella de vuelta a casa. Ahora, cuando la mira de reojo, le gustaría saber lo que pasa por esa pequeña cabeza, le gustaría preguntarle qué piensa, qué cree, qué necesita y todo lo que ella quiera decirle, porque cualquier detalle es importante cuando no conoces a alguien. ¿Está mal que la vea como a una hija cuando no tiene la edad suficiente para ser su padre? Los recuerdos le responden antes de que pueda hacer la pregunta en voz alta. Nastya continúa con los ojos brillantes de aquellos que no han perdido la fe del todo y aunque se comporta mucho como alguien mayor a la edad que tienen, la inocencia de la infancia sigue en ella, arraigada como una mala hierba que se niega a dejar al árbol del cual se aferra. — El perro no puede entrar al restaurant, no permiten a los animales ahí, pero nos esperará acá en el carruaje y podemos traer las sobras para él, creo que le gustará tener una buena comida ¿no? — no sabe como tratarla, si hablarle como se hace con los niños o mirarla de igual a igual y que sean adultos, jóvenes adultos, sosteniendo una conversación. De pronto lo golpea la imagen de ella entre sus brazos, cuando fue rescatada y cuando tuvo que dejarla en las manos de otros que no estuvieran siendo perseguidos, otros que finalmente la dejaron en un orfanato. ¿Podrá perdonarle ese abandono cuando llegue el momento de contarle la verdad? Los caballos se detienen y aunque cree que han llegado al destino, es sólo una parada en la esquina de una calle. Aún tiene tiempo.
— Natasha… — susurra su nombre intentando llamar su atención. Su mano se posa sobre la de la muchachita y la mira en silencio un par de segundos, — Natasha, ¿tienes preguntas? — sabe que se está arriesgando al enfrentarse a su mayor miedo tan directamente pero no tiene más opciones o quizás las tiene pero no las escoge. Siempre ha detestado a los cobardes y es por lo mismo que no quiere convertirse en uno ahora. — Si tienes preguntas puedes hacerlas antes de que lleguemos al restaurant, porque tu vida ahora va a cambiar pero quiero que sepas qué sucederá, quiero que estés de acuerdo con todo… no quiero que te sientas obligada… no quiero que tengas una vida que no quieres… — se detiene antes de que sea tarde, su boca lo traiciona y por lo mismo desvía la mirada y evita tener que soportar lo que ella tenga que decir. El coche se detiene y Victor golpea su ventanilla avisando que ya llegaron al lugar que Nastya ordenó momentos antes, con un gesto le pide que espere, las manos le tiemblan y escucha, ahora si escucha, — ¿quieres hablar antes de comer o prefieres hacerlo después? — cruza los dedos, mantiene la esperanza, sonríe aunque la calidez de ese gesto no le alcanza los ojos. Fyodor se muestra más sincero que nunca. Una sonrisa en los labios y el dolor en la mirada.
Cuando el carruaje comienza a moverse, su mente se pierde por algunos segundos en la rapidez con que todo sucede. Una semana atrás no habría pensado en encontrar a Natasha y mucho menos en acercarse y poder finalmente ir con ella de vuelta a casa. Ahora, cuando la mira de reojo, le gustaría saber lo que pasa por esa pequeña cabeza, le gustaría preguntarle qué piensa, qué cree, qué necesita y todo lo que ella quiera decirle, porque cualquier detalle es importante cuando no conoces a alguien. ¿Está mal que la vea como a una hija cuando no tiene la edad suficiente para ser su padre? Los recuerdos le responden antes de que pueda hacer la pregunta en voz alta. Nastya continúa con los ojos brillantes de aquellos que no han perdido la fe del todo y aunque se comporta mucho como alguien mayor a la edad que tienen, la inocencia de la infancia sigue en ella, arraigada como una mala hierba que se niega a dejar al árbol del cual se aferra. — El perro no puede entrar al restaurant, no permiten a los animales ahí, pero nos esperará acá en el carruaje y podemos traer las sobras para él, creo que le gustará tener una buena comida ¿no? — no sabe como tratarla, si hablarle como se hace con los niños o mirarla de igual a igual y que sean adultos, jóvenes adultos, sosteniendo una conversación. De pronto lo golpea la imagen de ella entre sus brazos, cuando fue rescatada y cuando tuvo que dejarla en las manos de otros que no estuvieran siendo perseguidos, otros que finalmente la dejaron en un orfanato. ¿Podrá perdonarle ese abandono cuando llegue el momento de contarle la verdad? Los caballos se detienen y aunque cree que han llegado al destino, es sólo una parada en la esquina de una calle. Aún tiene tiempo.
— Natasha… — susurra su nombre intentando llamar su atención. Su mano se posa sobre la de la muchachita y la mira en silencio un par de segundos, — Natasha, ¿tienes preguntas? — sabe que se está arriesgando al enfrentarse a su mayor miedo tan directamente pero no tiene más opciones o quizás las tiene pero no las escoge. Siempre ha detestado a los cobardes y es por lo mismo que no quiere convertirse en uno ahora. — Si tienes preguntas puedes hacerlas antes de que lleguemos al restaurant, porque tu vida ahora va a cambiar pero quiero que sepas qué sucederá, quiero que estés de acuerdo con todo… no quiero que te sientas obligada… no quiero que tengas una vida que no quieres… — se detiene antes de que sea tarde, su boca lo traiciona y por lo mismo desvía la mirada y evita tener que soportar lo que ella tenga que decir. El coche se detiene y Victor golpea su ventanilla avisando que ya llegaron al lugar que Nastya ordenó momentos antes, con un gesto le pide que espere, las manos le tiemblan y escucha, ahora si escucha, — ¿quieres hablar antes de comer o prefieres hacerlo después? — cruza los dedos, mantiene la esperanza, sonríe aunque la calidez de ese gesto no le alcanza los ojos. Fyodor se muestra más sincero que nunca. Una sonrisa en los labios y el dolor en la mirada.
Fyodor C. Ivashkov- Cazador Clase Alta
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Re: La excusa más cobarde es culpar al destino. [Nastya]
Los ojillos claros de la rusa no tardaron en posarse pronto en las finas telas que decoraban las paredes del carruaje. Sin miedo ni reparo, tocó con la palma de la mano un trozo del aterciopelado tejido, y un leve cosquilleo le recorrió. ¡Por Dios mediante! Que nunca había visto una pared de pelos, que ella recordase. El color era bonito, como lo era todo en aquel colosal carruaje, que nunca había visto uno por dentro y la joven rusa se sentía como en uno de esos cuentos que le habían leído de vez en cuando en el orfanato de San Petersburgo. Durante un tiempo estuvo soñando con ellos, pero al final decidió perder la esperanza a vivir en una estúpida mentira. Que a ella nadie iba a venir a rescatarla, así que debía hacerlo por su cuenta y riesgo. Vaya, que si le hubieran dicho en aquel momento que un extraño mozalbete todo bien arreglado y repeinado iba a buscarla, ¡precisamente a ella!, en uno de los callejones más descreídos de París, le hubiera dado unos golpecitos en la mollera alegando que alguien había perdido la sesera de tantos libros.
-Ea, pues Víctor ha de ser. Prometo no volver a llamarlo “bastardillo” nunca más –no lo entendía muy bien, porque entre sus amigos de las calles siempre se habían llamado así. Claro que era porque la mitad de ellos no conocían a su padre ni a su madre, y la otra mitad eran hijos de rameras, así que el término “bastardo” se acomodaba bien a ellos. A Nastya nunca le había importado, realmente. ”Que me llamen como les plazca.”. Si total, si ni si quiera ella sabía si Nastya era su verdadero nombre.
-¿Has oído, Pucca? Te tienes que quedar aquí. No te portes mal, que este carruaje es demasiado bonito y remilgado para un perro con pulgas. Si te quedas aquí modosito, te traeremos algo rico del restaurante –y como si la hubiera entendido realmente, el perro vagabundo ladró y le pasó toda la lengua babosa por el rostro de la rusa-¡Buaj, Pucca! No hagas eso, que ahora somos señoritingos, o algo así –arrugó la nariz, dirigiendo una mirada al señor Ivashkov.
¿Preguntas? Tenía cientos, miles. ¡Decenas! Tantas que no sabría ni por donde empezar, pero la zagala tenía redaños. A ella no le importaba saber la verdad, no como otros que había conocido a lo largo de su corta pero azarosa vida en las calles. ¡Por todos los diablejos! Ella se moría por saber. Y si las respuestas no le gustaban, bueno, eso era algo con lo que podría lidiar. ”A veces, el pasado me asusta”, le dijo uno de los cientos de niños perdidos una vez. Pero no a ella. Ella no tenía miedo de nada. ¡Y si lo tenía, se lo tragaba, que demonios!
-Mmmm… -se quedó pensativa unos momentos, pasándose la lengua por los labios-Una vez escuché a una tabernera de La Oca Frita que las penas con comida pasan mejor. ¡Además, por las barbas que no tengo! Estoy hambrienta. Pero sí hay algo que me gustaría saber, señor Ivashkov –entonces, quítose la rusa el colgante que guardaba entre la gabardina ajada y llena de remiendos, ese mismo que le había ofrecido anteriormente-¿Sabe vuestra merced quién me dio esto?
-Ea, pues Víctor ha de ser. Prometo no volver a llamarlo “bastardillo” nunca más –no lo entendía muy bien, porque entre sus amigos de las calles siempre se habían llamado así. Claro que era porque la mitad de ellos no conocían a su padre ni a su madre, y la otra mitad eran hijos de rameras, así que el término “bastardo” se acomodaba bien a ellos. A Nastya nunca le había importado, realmente. ”Que me llamen como les plazca.”. Si total, si ni si quiera ella sabía si Nastya era su verdadero nombre.
-¿Has oído, Pucca? Te tienes que quedar aquí. No te portes mal, que este carruaje es demasiado bonito y remilgado para un perro con pulgas. Si te quedas aquí modosito, te traeremos algo rico del restaurante –y como si la hubiera entendido realmente, el perro vagabundo ladró y le pasó toda la lengua babosa por el rostro de la rusa-¡Buaj, Pucca! No hagas eso, que ahora somos señoritingos, o algo así –arrugó la nariz, dirigiendo una mirada al señor Ivashkov.
¿Preguntas? Tenía cientos, miles. ¡Decenas! Tantas que no sabría ni por donde empezar, pero la zagala tenía redaños. A ella no le importaba saber la verdad, no como otros que había conocido a lo largo de su corta pero azarosa vida en las calles. ¡Por todos los diablejos! Ella se moría por saber. Y si las respuestas no le gustaban, bueno, eso era algo con lo que podría lidiar. ”A veces, el pasado me asusta”, le dijo uno de los cientos de niños perdidos una vez. Pero no a ella. Ella no tenía miedo de nada. ¡Y si lo tenía, se lo tragaba, que demonios!
-Mmmm… -se quedó pensativa unos momentos, pasándose la lengua por los labios-Una vez escuché a una tabernera de La Oca Frita que las penas con comida pasan mejor. ¡Además, por las barbas que no tengo! Estoy hambrienta. Pero sí hay algo que me gustaría saber, señor Ivashkov –entonces, quítose la rusa el colgante que guardaba entre la gabardina ajada y llena de remiendos, ese mismo que le había ofrecido anteriormente-¿Sabe vuestra merced quién me dio esto?
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: La excusa más cobarde es culpar al destino. [Nastya]
Hace muchos años, conoció en el sur de Rusia a una muchacha de cabellos oscuros, piel clara y los ojos más azules que ha visto alguna vez. Esa muchacha tenía los labios carnosos y cuando hablaba parecía ir susurrando canciones que despertaban en él sentimientos para nada decorosos. Era la hija de un panadero que nunca miraba con buenos ojos al joven que llegaba tan seguido a pedirle favores y que era además parte de ese grupo de hombres que dedicaban la vida a asaltar cárceles en el extranjero para devolver a sus tierras a los injustamente apresados. El panadero siempre le daba algo extra cuando Fyodor llegaba con las pocas monedas que podía gastar, el problema es que nunca era su hija lo que ofrecía. La joven sabía del interés que el líder de la hermandad manifestaba por ella, el grupo se había asentado en la ciudad por un par de semanas a la espera de algunas respuestas y mientras tanto ella se había empecinado en demostrarle al rubio que no tenía que moverse más de ahí. Así fue como una noche llegó hasta la solitaria habitación que el señor Ivashkov ocupaba en la posada y mientras él dormía, se deslizó en su cama completamente desnuda y comenzó a besarlo, a lo que obviamente él respondió porque evidentemente no le quedaba otra opción y también, porque al estar todo tan oscuro pensó que se trataba de la chica esa con la que conversó en el bar y que había prometido volver a encontrar más tarde.
El problema acá no fue lo que sucedió con la muchacha, si no que su padre se enterara y echara abajo la puerta y comenzara a golpearlo mientras él seguía como Dios lo mandó a este mundo pero abrazado al cuerpo igualmente desprovisto de ropas de la linda chica que ahora suplicaba para que su padre no matara al que llamaba “amor de su vida”. Fyodor siempre señaló ese momento como el mayor miedo de toda su existencia y no sólo por los golpes que le hicieron perder la siguiente misión, mas bien por la insólita creencia de la mujer que llegó a pensar que ellos contraerían matrimonio y que ese coqueteo en la panadería era porque él quería pasar el resto de sus años con ella criando hijos. Estaba equivocado. Ahora el duque temblaba como si el padre de todas las muchachas con las que se ha acostado vinieran con los puños listos para azotarle el rostro y además todas portaran vestidos de novia y vientres abultados señalando que él es el progenitor de todos los pequeños que ellas portan. La pregunta de Natasha era mil veces más terrorífica que esas imágenes y por lo mismo tenía menos respuesta.
— Yo lo sé… sé muy bien de dónde viene eso… — sólo ahora vuelve a mirarla a los ojos y en ese mismo instante se arrepiente de lo que acaba de decir. Debería haberle mentido, hacerle creer que no desconocía su origen y luego inventar una historia al respecto, pero eso es algo jamás podría hacer. Natasha es importante en su vida de una forma que aún no puede explicar del todo, sobre todo porque al no tener hermanos nunca ha sabido lo que se siente cuidar, proteger y servir a alguien que es como un hijo y a la vez un compañero. — Pero creo que tienes razón en decir que todo esto debemos hablarlo con el estómago lleno… tenemos mucho tiempo por delante ¿no? — la falsa sonrisa se amplía, la puerta del carruaje se abre y con eso intenta desviar su atención. Victor llega rápidamente y espera la indicación para ayudarles a bajar. — Debes decirle a… Pucca… que tiene que esperar acá… — le presta el pañuelo a la muchacha y esta vez la sonrisa es totalmente verdadera, — tienes algo en la punta de la nariz, puedes limpiarlo antes de entrar para que la gente no diga que no eres una clienta habitual… aunque es probable que lo digan de todos modos, creo que nunca han tenido a una muchachita tan hermosa entre sus clientes… — el ruso baja, esconde la mirada traviesa que lleva y una vez que tiene el rostro lejos de la vista de la jovencita es cuando recién se permite caer, derrumbarse y esperar que las tripas de la chica sean sus cómplices.
El problema acá no fue lo que sucedió con la muchacha, si no que su padre se enterara y echara abajo la puerta y comenzara a golpearlo mientras él seguía como Dios lo mandó a este mundo pero abrazado al cuerpo igualmente desprovisto de ropas de la linda chica que ahora suplicaba para que su padre no matara al que llamaba “amor de su vida”. Fyodor siempre señaló ese momento como el mayor miedo de toda su existencia y no sólo por los golpes que le hicieron perder la siguiente misión, mas bien por la insólita creencia de la mujer que llegó a pensar que ellos contraerían matrimonio y que ese coqueteo en la panadería era porque él quería pasar el resto de sus años con ella criando hijos. Estaba equivocado. Ahora el duque temblaba como si el padre de todas las muchachas con las que se ha acostado vinieran con los puños listos para azotarle el rostro y además todas portaran vestidos de novia y vientres abultados señalando que él es el progenitor de todos los pequeños que ellas portan. La pregunta de Natasha era mil veces más terrorífica que esas imágenes y por lo mismo tenía menos respuesta.
— Yo lo sé… sé muy bien de dónde viene eso… — sólo ahora vuelve a mirarla a los ojos y en ese mismo instante se arrepiente de lo que acaba de decir. Debería haberle mentido, hacerle creer que no desconocía su origen y luego inventar una historia al respecto, pero eso es algo jamás podría hacer. Natasha es importante en su vida de una forma que aún no puede explicar del todo, sobre todo porque al no tener hermanos nunca ha sabido lo que se siente cuidar, proteger y servir a alguien que es como un hijo y a la vez un compañero. — Pero creo que tienes razón en decir que todo esto debemos hablarlo con el estómago lleno… tenemos mucho tiempo por delante ¿no? — la falsa sonrisa se amplía, la puerta del carruaje se abre y con eso intenta desviar su atención. Victor llega rápidamente y espera la indicación para ayudarles a bajar. — Debes decirle a… Pucca… que tiene que esperar acá… — le presta el pañuelo a la muchacha y esta vez la sonrisa es totalmente verdadera, — tienes algo en la punta de la nariz, puedes limpiarlo antes de entrar para que la gente no diga que no eres una clienta habitual… aunque es probable que lo digan de todos modos, creo que nunca han tenido a una muchachita tan hermosa entre sus clientes… — el ruso baja, esconde la mirada traviesa que lleva y una vez que tiene el rostro lejos de la vista de la jovencita es cuando recién se permite caer, derrumbarse y esperar que las tripas de la chica sean sus cómplices.
Fyodor C. Ivashkov- Cazador Clase Alta
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Re: La excusa más cobarde es culpar al destino. [Nastya]
La muchacha no era tonta, ni ingenua, que años y años de mendigar y saltar por las techumbres de París la habían espabilado pero bien. También el viejo gitano hizo de las suyas con la huérfana rusa. Y por eso era que todo aquello a ella le olía a raro, que había escuchado por ahí lo que las gentes decían que les hacían a las muchachas abandonadas y rotas como ella. Claro que siempre podía bajarse de carromato y salir corriendo de allí antes que al ruso desconocido se pusiera a rezar un páternoster. ¿No era eso lo que había aprendido a hacer tan bien? (junto con otras competencias que no vienen al caso ahora, pero bueno). Y, si había decidido quedarse y subirse a ese carro de los mil demonios con un tipo que acababa de encontrar por la calle y decía que la conocía, pues lo había decidido y punto, que tampoco era esa la primera vez que hacía algo tal que así, después de todo. ¿Qué diría don Dennis de verla ahora en esa guisa? No sabía. No quería pensarlo tampoco, porque había algo ahí, ahí en el pecho que dolía un poco cuando se acordaba.
Pues eso, volviendo al tema, que nos despistamos.
La muchacha quédose un rato observando al compatriota. ¡Como si no lo hubiese analizado ya bastante! Que de tanto mirar un mal de ojo le iba a echar, y por no echárselo, la rusa simplemente arrugó la nariz, un gesto que en ella se había convertido en su mohín característico. Se encogió de hombros y dispúsose a bajar del carruaje, no sin antes, claro está, despedirse de su fiel amigo el chucho pulgoso de Pucca.
-Lo siento, Pucca. No puedes venirte. Órdenes del señorito -susurró, rascándole las orejas al animalejo- ¡Pero por estas que te traeré algo de comer del restaurante!
La rusa tomó el pañuelo que le ofrecía el señor Ivashkov y se limpió la nariz hasta que se quedó roja del frotamiento en cuestión, esperando que así le dejasen pasar. Y no era porque Nastya quisiese aparentar o parecerse a esas señoritas y damiselas blancuchas y flacas a las que tanto les gustaba pasear por el mercado, no. Era que no esperaba quedarse fuera en las calles frías mientras sus tripas le renegaban.
-¡Eh! Muchachita ya no soy -dijo, toda ofendida mientras se cruzaba de brazos- Tengo ya trece años. Y algunos más del cerebelo, porque la edad es relativa. Me lo dijo un amigo mío -se refería, por supuesto, al viejo gitano.
Cuando entraron al restaurante, se le cayó el alma a los pies de lo precioso y elegante que era todo. Dejó escapar un silbido de admiración, que tal vez no fuera del todo decoroso, pero a la joven se la traía un poco al viento. Aquello sólo se podía comparar a la vez que fue con el señor Vallespir al teatro. Claro que allí no había comida -en el teatro, entiéndase- y en aquel local los olores de las salsas y las carnes embutían sus fosas nasales. Aquel momento fue el idóneo que sus tripas eligieron para hacerse notar, la joven se llevó una mano a la panza dándole unos golpecitos para que cesase, torciendo el gesto como muestra de disculpa ante don Ivashkov.
Pues eso, volviendo al tema, que nos despistamos.
La muchacha quédose un rato observando al compatriota. ¡Como si no lo hubiese analizado ya bastante! Que de tanto mirar un mal de ojo le iba a echar, y por no echárselo, la rusa simplemente arrugó la nariz, un gesto que en ella se había convertido en su mohín característico. Se encogió de hombros y dispúsose a bajar del carruaje, no sin antes, claro está, despedirse de su fiel amigo el chucho pulgoso de Pucca.
-Lo siento, Pucca. No puedes venirte. Órdenes del señorito -susurró, rascándole las orejas al animalejo- ¡Pero por estas que te traeré algo de comer del restaurante!
La rusa tomó el pañuelo que le ofrecía el señor Ivashkov y se limpió la nariz hasta que se quedó roja del frotamiento en cuestión, esperando que así le dejasen pasar. Y no era porque Nastya quisiese aparentar o parecerse a esas señoritas y damiselas blancuchas y flacas a las que tanto les gustaba pasear por el mercado, no. Era que no esperaba quedarse fuera en las calles frías mientras sus tripas le renegaban.
-¡Eh! Muchachita ya no soy -dijo, toda ofendida mientras se cruzaba de brazos- Tengo ya trece años. Y algunos más del cerebelo, porque la edad es relativa. Me lo dijo un amigo mío -se refería, por supuesto, al viejo gitano.
Cuando entraron al restaurante, se le cayó el alma a los pies de lo precioso y elegante que era todo. Dejó escapar un silbido de admiración, que tal vez no fuera del todo decoroso, pero a la joven se la traía un poco al viento. Aquello sólo se podía comparar a la vez que fue con el señor Vallespir al teatro. Claro que allí no había comida -en el teatro, entiéndase- y en aquel local los olores de las salsas y las carnes embutían sus fosas nasales. Aquel momento fue el idóneo que sus tripas eligieron para hacerse notar, la joven se llevó una mano a la panza dándole unos golpecitos para que cesase, torciendo el gesto como muestra de disculpa ante don Ivashkov.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: La excusa más cobarde es culpar al destino. [Nastya]
La muchachita, aunque ella ya no quisiera que la llamaran de ese modo, seguía causándole una diversión que fácilmente se mezclaba con una ternura que nunca antes había sentido. Si bien en varias de sus misiones tuvo encuentros donde debió rescatar a niños de distintas edades, ellos siempre le parecieron más bien pertenecientes a una familia a cual debía entregar y no un ente separado que requiriera un poco más de su atención. Es evidente también que jamás ha sentido interés alguno en tener hijos propios, aquello no sería más que una molestia para su trabajo y también una preocupación extra que le molestaría en el momento en que debiese elegir si irse varios meses a cualquier lugar de Europa o tener que quedarse cerca para gastar el dinero de su familia en la educación de los críos, dinero que por cierto prefería seguir invirtiendo en su tan querida Hermandad de la Espada. ¿Entonces qué hace en medio de Paris, vistiendo como un duque, actuando como un duque y siendo un duque? Prefiere ni tener que pensar en eso, lo aceptó como un favor a su madre, como el recuerdo de su padre, pero cada día se hace más complicado continuar con la farsa.
Al entrar al restaurante le sonríe, a medias, al hombre encargado que lo recibe con una amabilidad tal que sólo indica que sabe muy bien con quién está tratando. Fyodor piensa en tomar la mano de la chiquilla y llevarla hasta una mesa para que parezca que son padre e hija o tal vez hermano con hermana. No es que él se vea mayor, pero ya nada le extraña en ese país tan raro. —No te preocupes que yo no escuché nada… —le guiña un ojo e intenta lucir cómplice. Debe ser extraño para ella estar, de un momento a otro, inserta en una nueva realidad totalmente difícil y muy diferente a lo que estaba acostumbrada, aún cuando esto no sea más que un comienzo para todo lo que se viene, le gusta mirar con atención cada uno de sus gestos y atesorarlos como si fueran las joyas más preciosas. Una vez en la mesa, un chico de más o menos su edad le trae la carta escrita en francés que comprende pero que ignora, sus ojos se centrar en su acompañante para esa comida. —¿Qué te gustaría probar, Natasha? ¿Hay algo en especial que te gustaría comer en este instante? —
Su pregunta tiene doble intención, quiere por un lado distraerla de que siga haciendo preguntas acerca de su pasado que no quiere responder y también tener algo de tiempo para pensar en cómo plantearle la idea que se le acaba de ocurrir. Es una idea loca, que cambia todo, que es difícil de entender si no se tiene el conocimiento adecuado. Él está loco. ¡Debe estarlo para pensar en algo así! Está más loco que la hija del panadero que juraba y rejuraba que Fyodor se casaría con ella. —Natasha… Nastya… —ni siquiera permite que ella termine de pensar en qué le gustaría llevar a su boca en la que probablemente sea la primera visita a un restaurante. La interrumpe, porque lo cree necesario, porque está nervioso y porque con esto no sólo cambiará la vida de la pequeña, también la suya propia… y tal vez para siempre. —Natasha… ¿te gustaría volver a Rusia? —lo lanza sin preparar el camino antes, aquellas palabras pueden ser semillas que caigan en un suelo infértil. Estúpidamente, mira la carta otra vez, repasa cada platillo y todo le parece insípido. Ya había olvidado lo que era sentirse de ese modo, pero así está ahora, como un niño a la espera de una decisión que otros deben tomar por él.
Al entrar al restaurante le sonríe, a medias, al hombre encargado que lo recibe con una amabilidad tal que sólo indica que sabe muy bien con quién está tratando. Fyodor piensa en tomar la mano de la chiquilla y llevarla hasta una mesa para que parezca que son padre e hija o tal vez hermano con hermana. No es que él se vea mayor, pero ya nada le extraña en ese país tan raro. —No te preocupes que yo no escuché nada… —le guiña un ojo e intenta lucir cómplice. Debe ser extraño para ella estar, de un momento a otro, inserta en una nueva realidad totalmente difícil y muy diferente a lo que estaba acostumbrada, aún cuando esto no sea más que un comienzo para todo lo que se viene, le gusta mirar con atención cada uno de sus gestos y atesorarlos como si fueran las joyas más preciosas. Una vez en la mesa, un chico de más o menos su edad le trae la carta escrita en francés que comprende pero que ignora, sus ojos se centrar en su acompañante para esa comida. —¿Qué te gustaría probar, Natasha? ¿Hay algo en especial que te gustaría comer en este instante? —
Su pregunta tiene doble intención, quiere por un lado distraerla de que siga haciendo preguntas acerca de su pasado que no quiere responder y también tener algo de tiempo para pensar en cómo plantearle la idea que se le acaba de ocurrir. Es una idea loca, que cambia todo, que es difícil de entender si no se tiene el conocimiento adecuado. Él está loco. ¡Debe estarlo para pensar en algo así! Está más loco que la hija del panadero que juraba y rejuraba que Fyodor se casaría con ella. —Natasha… Nastya… —ni siquiera permite que ella termine de pensar en qué le gustaría llevar a su boca en la que probablemente sea la primera visita a un restaurante. La interrumpe, porque lo cree necesario, porque está nervioso y porque con esto no sólo cambiará la vida de la pequeña, también la suya propia… y tal vez para siempre. —Natasha… ¿te gustaría volver a Rusia? —lo lanza sin preparar el camino antes, aquellas palabras pueden ser semillas que caigan en un suelo infértil. Estúpidamente, mira la carta otra vez, repasa cada platillo y todo le parece insípido. Ya había olvidado lo que era sentirse de ese modo, pero así está ahora, como un niño a la espera de una decisión que otros deben tomar por él.
Fyodor C. Ivashkov- Cazador Clase Alta
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Re: La excusa más cobarde es culpar al destino. [Nastya]
El ruido de los cubiertos, vasos y conversaciones ajenas tapaban la de los dos rusos. No era que tuviesen algo que ocultar, pero daba la sensación de que en aquella ciudad tan inmensa y tan europea ellos sólo eran como dos granos de arena en un desierto. Que sus vidas no importaban demasiado, a excepción de a ellos mismos, claro. Que a ellos tampoco le interesaba en demasía las de los otros comensales. A veces, cuando la rusa se aburría en las calles de París, se plantaba en un tejado y se ponía a imaginar historias acerca de cada uno de los paisanos que pasaban por allí cerca, tal vez porque como ella no tenía una historia propia -para ser valederos, claro que la tenía, pero para la zagala como si no- pues lo compensaba con historietas imaginarias de los demás. Era un ejercicio curioso aquél, y con el tiempo, acabó disfrutándolo. Así, cada vez sus conclusiones eran más y más disparatadas. Y claro, ¿quién iba a reparar en la chiquilla del tejado con el chambergo mal puesto y el perro callejero a su lado?
Y ahora había cambiado ese tejado suyo por el pitifidefuá, y las historietas imaginarias por la suya propia. ¡Qué vueltas daba la vida esta! Ay, si ella supiera...
-Pues quiero... -empezó, una vez el camarero se acercó a la mesa. ¡Ah!, y a la muchacha no se le escapó la mirada extraña y algo altiva que le lanzó. Supuso que su mente cuadriculada de camarero estirado no podía encajar como una pequeña con la cara llena de mugre como ella podía estar de alguna forma relacionada cuanto más cuanto menos con un señor tan distinguido como lo era Fyodor Ivashkov- Esto, esto, esto y esto -pronunció al fin, señalando los platos de la carta sin decirlos en voz alta, ya fuera porque no se creía capaz de pronunciar ardides tan difíciles como los nombres que le ponían en aquella tierra a sus platos, o bien por maldad pura y dura de hacer al estirado inclinarse y achicar los ojos para apuntar lo que la señorita (sí, si ahora iba con el señor Ivashkov eso la convertía a ella en una señorita, ¿o no?) deseaba. Bueno, conociendo como conozco a la joven rusa, la segunda opción parece más plausible para su maligna mente juguetona.
Con la ceja arqueada y los párpados estirados, el camarero pareció confuso un momento, pero sin muchos miramientos, la rusa le hizo un gesto para que siguiese apuntando, con un ademán que, por un momento, trajo de vuelta a la Natasha Stroganóva, hija de Pável Stróganov, digna heredera de la fortuna de su familia, convertida en toda una mademoiselle de postín, altiva e imperiosa como su posición claramente requería.
Cuando finalmente el estirado se marchó -sí, porque para ella misma lo llamaba “el estirado” a falta de saber su nombre- tomó uno de los tenedores al azar, sin saber muy bien cuál era el que debía utilizar en aquel momento, emitió un sonoro bufido de desdén.
-Qué tontería, don Fyodor -empezó- ¿Para qué querrá esta gente tantos tenedores y cuchillos? ¡Si con uno de cada va que chuta! Nunca comprenderé los sibaritismos de esta gente, la francesa -dijose, abriendo mucho los ojos en señal de que, efectivamente, jamás llegaría a captar del todo la mente de estos los gabachos.
Entonces, su rostro redondo, como de duendecillo diabólico, centró su atención en lo que al señor Ivashkov le resultaba tan difícil de pronunciar. El señoritingo estaba nervioso por alguna razón que a Nastya todavía se le escapaba. Luego, estallóse la bomba por segunda vez en aquel bizarro día.
-¿Volver a Rusia? -¿Rusia tendría respuestas? ¡Si precisamente había huido de allí porque en Rusia ya no quedaba nada para ella! Su única pista estaba en París. Pero, tal parecía que en París ya había cumplido su misión, ¿no? Había dado con aquel hombre que tenía todas las respuestas del mundo, aunque todavía no quería revelarlas. Volver a Rusia... Por algún motivo, se puso a pensar en Dennis Vallespir, aquel que le había dado todo y al que ella había dejado con nada. Sabía -claro que sabía, otra cosa era que lo pudiese reconocer a viva voz- que le había partido el corazón con su marcha, pero de alguna manera consolaba su culpa diciéndose que ella iba a estar en París, al igual que él. Que, como los caminos del Señor eran inescrutables, tal vez, algún día, volverían a verse, y ella sería ya lo suficientemente mayor como para poder expresar con palabras ciertas y valederas lo que se le pasó por la mente y el corazón al haberlo dejado así. Y, ¿para qué engañarnos? A ella también le resultaba reconfortante pensar que don Dennis estaba también por París, que los adoquines por los que ella caminaba eran los mismos que él podía pisar en algún otro momento, hora, día o mes, y que, en algún punto de aquella inmensidad de ciudad, estaba él con su viejuna gata Anastasia y con la señora Tréville. Pero, si volvía a Rusia... Si volvía a Rusia...
”Bueno, pero basta de monsergas, Nastya. ¿Acaso no era esto lo que querías? ¿No era esto lo que buscabas? ¿Qué? ¿Te vas a pasar la vida en este país de extraños y refinados que nada tienen que ver contigo, cuando se te presenta la ocasión de regresar? ¿de saber? ¿de conocer, por fin? El viejo me diría que fuese. Que fuese, que fuese, que fuese. A por el destino. Al destino, hay que agarrarlo por los cuernos.” Debía volver a Rusia, aunque sintiese que se dejaba una mitad suya en París. ¿No era extraño, insólito, aquel sentimiento? Qué tontería, ¿desde cuando ella se había vuelto una sentimental?
-Don Fyodor -comenzó, de pronto su voz más grave, alejándose del tono jocoso e infantil que solía adornarla, porque aquel era un tema serio que hasta una chiquilla de trece años podía saber que cambiaría el curso de su vida para siempre- ¿Me está diciendo, acaso, que queda algo para mi en Rusia? Quiero decir, no me tome por una zagala inconsciente. Si vuelvo con usted, quiero que me prometa que es el sitio donde debo estar -no sabía si alguien la echaba en falta allí, o no. Madres, padres y hermanos parecían tan lejanos como la idea misma que se había prefabricado de ellos, y que para ella sólo tenía un sentido remoto. Como el añorar algo que no ha existido. Empero, tendió la mano de guantes de lana agujereados al señor Ivashkov- Es una promesa, don Fyodor. O más bien un trato. Yo voy, a cambio de que me dé un motivo para quedarme -ladeó una sonrisa, otra vez, una sonrisa pilluela, marcándole los hoyuelos del rostro. Supongo que será un gesto que jamás desaparecerá de esa cara de duende.
-¿Sabe qué, don Fyodor? Creo que esto será el inicio de una bonita amistad.
Y ahora había cambiado ese tejado suyo por el pitifidefuá, y las historietas imaginarias por la suya propia. ¡Qué vueltas daba la vida esta! Ay, si ella supiera...
-Pues quiero... -empezó, una vez el camarero se acercó a la mesa. ¡Ah!, y a la muchacha no se le escapó la mirada extraña y algo altiva que le lanzó. Supuso que su mente cuadriculada de camarero estirado no podía encajar como una pequeña con la cara llena de mugre como ella podía estar de alguna forma relacionada cuanto más cuanto menos con un señor tan distinguido como lo era Fyodor Ivashkov- Esto, esto, esto y esto -pronunció al fin, señalando los platos de la carta sin decirlos en voz alta, ya fuera porque no se creía capaz de pronunciar ardides tan difíciles como los nombres que le ponían en aquella tierra a sus platos, o bien por maldad pura y dura de hacer al estirado inclinarse y achicar los ojos para apuntar lo que la señorita (sí, si ahora iba con el señor Ivashkov eso la convertía a ella en una señorita, ¿o no?) deseaba. Bueno, conociendo como conozco a la joven rusa, la segunda opción parece más plausible para su maligna mente juguetona.
Con la ceja arqueada y los párpados estirados, el camarero pareció confuso un momento, pero sin muchos miramientos, la rusa le hizo un gesto para que siguiese apuntando, con un ademán que, por un momento, trajo de vuelta a la Natasha Stroganóva, hija de Pável Stróganov, digna heredera de la fortuna de su familia, convertida en toda una mademoiselle de postín, altiva e imperiosa como su posición claramente requería.
Cuando finalmente el estirado se marchó -sí, porque para ella misma lo llamaba “el estirado” a falta de saber su nombre- tomó uno de los tenedores al azar, sin saber muy bien cuál era el que debía utilizar en aquel momento, emitió un sonoro bufido de desdén.
-Qué tontería, don Fyodor -empezó- ¿Para qué querrá esta gente tantos tenedores y cuchillos? ¡Si con uno de cada va que chuta! Nunca comprenderé los sibaritismos de esta gente, la francesa -dijose, abriendo mucho los ojos en señal de que, efectivamente, jamás llegaría a captar del todo la mente de estos los gabachos.
Entonces, su rostro redondo, como de duendecillo diabólico, centró su atención en lo que al señor Ivashkov le resultaba tan difícil de pronunciar. El señoritingo estaba nervioso por alguna razón que a Nastya todavía se le escapaba. Luego, estallóse la bomba por segunda vez en aquel bizarro día.
-¿Volver a Rusia? -¿Rusia tendría respuestas? ¡Si precisamente había huido de allí porque en Rusia ya no quedaba nada para ella! Su única pista estaba en París. Pero, tal parecía que en París ya había cumplido su misión, ¿no? Había dado con aquel hombre que tenía todas las respuestas del mundo, aunque todavía no quería revelarlas. Volver a Rusia... Por algún motivo, se puso a pensar en Dennis Vallespir, aquel que le había dado todo y al que ella había dejado con nada. Sabía -claro que sabía, otra cosa era que lo pudiese reconocer a viva voz- que le había partido el corazón con su marcha, pero de alguna manera consolaba su culpa diciéndose que ella iba a estar en París, al igual que él. Que, como los caminos del Señor eran inescrutables, tal vez, algún día, volverían a verse, y ella sería ya lo suficientemente mayor como para poder expresar con palabras ciertas y valederas lo que se le pasó por la mente y el corazón al haberlo dejado así. Y, ¿para qué engañarnos? A ella también le resultaba reconfortante pensar que don Dennis estaba también por París, que los adoquines por los que ella caminaba eran los mismos que él podía pisar en algún otro momento, hora, día o mes, y que, en algún punto de aquella inmensidad de ciudad, estaba él con su viejuna gata Anastasia y con la señora Tréville. Pero, si volvía a Rusia... Si volvía a Rusia...
”Bueno, pero basta de monsergas, Nastya. ¿Acaso no era esto lo que querías? ¿No era esto lo que buscabas? ¿Qué? ¿Te vas a pasar la vida en este país de extraños y refinados que nada tienen que ver contigo, cuando se te presenta la ocasión de regresar? ¿de saber? ¿de conocer, por fin? El viejo me diría que fuese. Que fuese, que fuese, que fuese. A por el destino. Al destino, hay que agarrarlo por los cuernos.” Debía volver a Rusia, aunque sintiese que se dejaba una mitad suya en París. ¿No era extraño, insólito, aquel sentimiento? Qué tontería, ¿desde cuando ella se había vuelto una sentimental?
-Don Fyodor -comenzó, de pronto su voz más grave, alejándose del tono jocoso e infantil que solía adornarla, porque aquel era un tema serio que hasta una chiquilla de trece años podía saber que cambiaría el curso de su vida para siempre- ¿Me está diciendo, acaso, que queda algo para mi en Rusia? Quiero decir, no me tome por una zagala inconsciente. Si vuelvo con usted, quiero que me prometa que es el sitio donde debo estar -no sabía si alguien la echaba en falta allí, o no. Madres, padres y hermanos parecían tan lejanos como la idea misma que se había prefabricado de ellos, y que para ella sólo tenía un sentido remoto. Como el añorar algo que no ha existido. Empero, tendió la mano de guantes de lana agujereados al señor Ivashkov- Es una promesa, don Fyodor. O más bien un trato. Yo voy, a cambio de que me dé un motivo para quedarme -ladeó una sonrisa, otra vez, una sonrisa pilluela, marcándole los hoyuelos del rostro. Supongo que será un gesto que jamás desaparecerá de esa cara de duende.
-¿Sabe qué, don Fyodor? Creo que esto será el inicio de una bonita amistad.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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