De males de luna...

Mientras andaba entre los árboles podía escuchar los aullidos de lobos normales que se lamentaban. Ellos también sufrían. Entreabrí los ojos al aullido de horror. Era un hombre lobo. Saqué del bolso que llevaba un par de muñecos y les coloqué los huesos de conejo calcinado en su interior. Recité un salmo de la biblia balcanica y los pequeños muñecos echos de piedra y paja se levantaron como si fueran personas. No rebasaban los 30 cm de altura. Me acuclillé frente a ellos.

- Encuentren al cazador... -susurré a los muñecos y estos corrieron como desesperados, en cada pisada que daban los muñecos parecía que iban a desquebrajarse. Pero eran más resistentes que cualquier cosa. Solo podían ser destruidos sí yo misma destruía el contrato (eran los huesos de los difuntos que utilice para la posesión).

Observé en mi mano los pedazos de hueso y uno comenzó a bailar como llamándome. El que se había ido al norte, era la entrada a la ciudad. Al parecer el cazador tenía ya rato en el bosque y su esencia estaba por todas partes. Corrí con rapidez a escuchar otro aullido más. Apreté los huesos con fuerza y estos se destruyeron al instante. Liberaba las almas que tomé prestada. Saqué ahora una daga que llevaba en mi cadera en espera de que no tuviera que emplear la fuerza bruta.

Divisé a una sombra correr con rápidas tambaleante hacia el claro de la roca. Era un clero custodiado por murallas naturales de roca solida. Era el lugar preferido por los jóvenes licantropos para alabar a su amada conversora, la luna.

Pero me precipité al ver una segunda sombra correr, no tan rápida como el licantropo (que se veía torpe) pero sí lo suficiente como para poder alcanzar al primero. Aceleré más mis pasos y el ruido de las monedas de mi cadera hizo eco en los árboles del bosque.

Desvíe un poco el camino. Al punto en que el cazador pasaba sobre mí. Aproveche ese momento para tirarme encima de él. Derribarle y colocar la daga cerca de su cuello, tuve que utilizar todo el peso de mi cuerpo para no dejarlo moverse.

- No te muevas, cazador... -susurré mientras escucha aullar al licantropo. Había llegado al clero. Y varios aullido se unieron al del hombre lobo. Giré mi rostro escuchando el lamento y fruncí el ceño. Regresé mi mirada al cazador aún tensando la hoja de la daga sobre su cuello-, antes que me derribes y me destripes... escucha por favor... es peligroso atacar a ese hombre lobo... -le avisé volviendo la mirada al camino que el lobo había tomado. Un suave olor a azufré comenzó a dispersarse por el bosque.

Lo miré y lentamente retiré un poco la hoja de la daga de su cuello. Observé a soslayo a su perro que no dejaba de gruñirme. El animal estaba listo para atacarme directo a la yugular. Es lo que me gustaba de los animales, que eran capaz de dar la vida por su amo.

Escuché su pregunta y sonreí de medio lado. Me aparté de él pero aún seguía agachada, todos mis movimientos eran sumamente lentos y calculados, un error mínimo y el licantropo se daría cuenta de nuestra presencia.

- Porqué sí tú matas a ese animal tendrás problemas más allá del reino animal... ese lobo que estas a punto de morir pertenece a una "manada" social muy importante -señalé al clero recordando las predicciones de los huesos guiado por las manos de los difuntos. Guardé mi daga otra vez en la cadera.

Arranqué de mi cabello una hilera de cuentas, runas balcanicas y las mecí en el aire. Las regresé a mis manos y sonreí-. Y por sí no fuera poco es la mascota de una bruja... -susurré al ver como una de las runas se consumía en un fuego verdoso, las tiré al suelo y escupí sobre ellas.

- ¿No notaste algo raro en el cielo de hoy? -pregunté en un susurró mientras escuchaba como pasos igual de pesados que los del hombre lobo lesionado se acercaban. Eran más licantropos que llegaban de la nada. Aullaron y sus figuras se delinearon contra el suelo y los árboles cercanos gracias a la luz de la luna grande, que a parecer gris se veía amarillenta. Entrecerré la mirada. Aquella criatura igual a mí iba a ser algún tipo de conjuro peligroso. Lo podía sentir. El ambiente, la noche, el clima, todo eran factores propensos y perfectos para una noche de brujería.

Miré al cazador y le di una mirada a su gran perro. Moví la cabeza para que me siguiera. Nos llevé hasta una zona más alejada del clero, cerca de unas rocas donde tendríamos mejor visión. Ahí la visión de los hombres aullando y lamiendo la pata del dañado se dejo ver, era extraño que estuvieran tan tranquilos y no matándose entre sí.

-Al norte… -susurraron al oído del cazador…

Mi mayor preocupación en el momento era saber qué clase de ritual tenía planeado hacer María. No solo el cielo estaba extraño, sino también el ambiente denso y el suelo. Era lodoso. Las botas que usaba se habían visto severamente manchadas y mi carrera se entorpecía un poco. ¿Qué clase de bruja era aquella? Y en mi huía, rememoraba cada uno de los rituales que tuviera aquella características.

Pero ni siquiera yo, que era una titiritera y controlaba a los muertos a voluntad, podía hacer cambios como los que ahora veía. Un fuerte aullido resonó en mis oídos. El lobo que me perseguía se escuchaba molesto y lo peor del caso es que lo escuchaba cada vez más cerca.

- Cuidado… ama… -susurró sobre mi hombro Jared, mi espíritu principal y el más poderoso. No tenía tiempo de invocar o lanzar algún embrujo, pues cuando menos me esperé el lobo cayó frente a mí. Se irguió en sus dos patas traseras.

Mis piernas estaban cansadas y mi respiración era sumamente agitada. Bajé mis manos hasta mi cadera donde estaba el cinturón con mis monedas y dijes. El lobo se volvió agazapar y mostro toda la dentadura. La carcajada de una mujer resonó como canción de la muerte susurrante por entre los árboles. Ladee suavemente mi rostro cambiando miradas con el lobo. Jared, el ente, se posesiono a mi espalda como una sombra visible. No podía invocarlo pues no llevaba conmigo el contrato.

- Estúpida bruja… -comenté al lobo, antes de que éste saltara sobre mí. Pero al momento tiré mi cinturón contra el rostro del animal. El cinturón tenía monedas de platas que estamparon en el rostro. El licano se araño así mismo desesperado tratando de apartar el distractor. Dándome una ventana de escape de algunos segundos los cuales aproveché y volví a correr, esta vez. De regresó al clero. Aunque antes de siquiera poder divisarlo caí de bruces. El hombre-lobo había hecho mierda mi cinturón y ya caía sobre mí, cuando el muñeco vudú que había dejado muy atrás le daba confronta. Su cuerpo de paja y tela se encontraba rasgado y hasta destripado.

Lograba ver la piel de barro que le había dado por debajo de la elaborada ropa. Estaba en pésimo estado pero con él trataría de acabar y dejar inmóvil aquel ser que se había obsesionado con despegar mi cabeza de mi cuerpo. Me arrastré hasta un árbol donde trataba de que mi respiración se regularizada.

Vi de reojo a la bruja esperando a que esta atacara. Pero esta estaba inmóvil viendo todo a una distancia considerable, se cogía el vientre con fuerza y no podía descifrar la expresión en su rostro. Lo que me llevó a suponer… una idea… una bastante extraña y anormal, pero para el mundo en el que vivíamos no me sorprendía para nada. Cuando en eso, un fuerte crujido sonó en donde la pelea de mi familiar con el hombre-lobo se llevaba. El licano había logrado destrozar el cuerpo de barro que mantenía en pie a mi titere, y ahora éste, aunque se movía, no me servía para nada.

El peludo se ensaño enterrando sus afilados dientes y garras en el cuerpo que no dejaba de tronar. Los destazó mientras que lentamente me alejaba para no llamar su atención. Pero no tardo en alzar el rostro y mirarme. Sus ojos eran azules... como el cielo... y las memorias de aquella noche durante la masacre en la que por poco muero, regresó a mi mente, dejando mis manos atadas.

Durante alguno de mis viajes a la tierras balcanicas del norte del continente había conocido a un brujo que me contó historias sobre brujos y hechiceros que se habían aferrado a dominar por completo a las criaturas sobrenaturales. Pero muchos de estos brujos habían muerto en terribles ataques por parte de las mismas. No obstante también había mencionado algo más, un ritual que daba como fruto una nueva raza: Un hibrido. Es decir, un hombre lobo con la conciencia de una persona. Ahora, mi deducción iba así: María Saluja estaba en cinta de algún hombre lobo. Y quizás todo aquel circo en el que el cazador y yo nos habíamos vistos envueltos eran para eso. Dar a luz a un hibrido de hombre lobo.

El lodo era símbolo de la fertilidad. El verde símbolo de la vida. La luna era la hembra madre. Y los lobos... aquellos que habían procreado con la bruja. Qué enferma. En buen momento me había llegado la iluminación, ya que un endemoniado animal de dos metros de altura con soltura humanoide atentaba con encajarme las garras.

Parecía disfrutar atormentarme pues sus rasgos los notaba con cierto aire de sorna y sus pasos eran lentos. Podía escuchar claramente como mi corazón saltaba contra mis costillas a cada nuevo andar del licantropo.

- Tranquila... -susurró Jared, desapareciendo por completo de mi lado. Estúpido espíritu. Como él ya esta muerto pedía mi tranquilidad. Pero aún así, no me iría a la tumba tan tranquila. Deslicé silenciosamente y sin hacer mucho movimiento la daga con la que antes había amenazado al cazador, Rolf. La mantuve oculta en mi antebrazo cuando este se abalanzó en contra de mi persona. Moví la daga con habilidad en mi mano mientras que el filo brillante de la hoja metálica saludaba sensualmente al hombre-lobo. Este era preso de un dolor pues había caído a mis pies retorciéndose del dolor.

El gemido del lobo se mezcló con el gritó desgarrador de una mujer. Apenas atine a anticipar que la bruja movía las manos y lanzaba algo contra nosotros (el lobo y yo), pero después fijé mirada de que el dolor agonizante del licantropo era por culpa de Rolf, -quien ahora era mi heroe por haberme salvado de último momento-. Bien, en el acto, la bruja había tirado varios objetos hacia nuestra posición que sí bien parecían simples piedras, con la velocidad fueron tomando fuerza hasta que se convirtieron en dos cuervo negros que tenían la clara misión de acabarnos.

Dejaría el problema del licantropo al experto, y yo me haría cargo de cosas sencillas como la parvada de cuervos embrujados que querían picar nuestra existencia. No tenía monedas, no tenía más familiares, me quedaba un solo contrato. El más delicado. Pero aún así. Me precipité haciéndome a un lado de donde Rolf libraba su propia batalla y con mi daga me hice una gran cortada en la mano. Desde el nacimiento del dedo corazón hasta donde se une la palma de la mano con el antebrazo.

Murmuré el segundo sermón dedicado al Dios de la muerta Santa. Y rocíe mi sangre sobre el pasto. Cerré los ojos mientras mi cuerpo entraba en el éxtasis y trancé que debía entrar. Un aire cálido se batió entre los presentes. Acumulé suficiente saliva en mi boca (no tenía ni agua, mucho menos ron, y muchosimo menos aquel brebaje especializado para este tipo de conjuros). Por lo que el mediador... sería mi propia saliva. Vertí la sangre contra mi boca succionando lo suficiente, para que cuando uno de los cuervos me atacará de forma frontal. Yo simplemente escupí sobre su rostro, roseando el brebaje de saliva y sangre. De esa forma, el contrato que estos seres tenían con la bruja María se vio rotó al instante.

Ambos cuervos, al desencantamiento, se vieron confundidos y trastornados. Me hubiera gustado tener más espíritus -y fuerzas, estaba en mi limite- para hacer un nuevo conjuro y voltear el hechizo en contra de ella. Pero esa demostración de ruptura fue suficiente, ya que cuando la busqué con la mirada... había desaparecido.

Escupí la sangre restante de mi boca.

El sonido hueco de un gran cuerpo cayendo contra el gélido piso rocoso llamó mi atención, por un instante me había dejado llevar por los pensamientos y las remembranzas de mi educación como bruja. Giré mi vista al hombre-lobo que permanecía inmóvil y poco después a Rolf.

Me arranqué un trozo de la parte inferior de mi vestido y me la coloqué en la herida de mi mano. Poco después hice lo mismo acercándome a Rolf.

- Sí... por esta noche ha terminado... -con un poco de inseguridad acerqué mi mano con el tramo de tela, era la parte que más limpia se encontraba de mi vestimenta, pues eran mis enaguas interiores. Sin pedir ya permiso me acerqué y presioné, limpié un poco mientras que revisaba la incisión que habían hecho las afiladas garras, no era profunda. Pero había sangrado lo suficiente para que una persona corriente ya hubiera caído desmayado, sin embargo, Rolf siendo un cazador, tenía una condición física más allá que la de un hombre promedio. Mantenía mi mano dañada lejos de la herida de Rolf, debido a que posiblemente le diera asco ver la sangre de una sucia bruja. O al menos esa era la reacción de la mayoría de las personas comunes.

Alce la mirada para chocarla contra la de él-. Será mejor que vayamos a mi casa para que pueda revisarte esa herida... sino la trato como debe ser serás un imán de hombre-lobo, tanto en su forma licantropa como en su forma humana y tendrás más problemas de los que ya vas a tener... -comenté tomando la mano de él y colocandola sobre su herida para que él mismo se presionara. Poca gente sabía que la infección del licantropo no solo consistía en la conversión de la persona mordida a uno de ellos. Sino que todo aquel que fuera dañado por sus garras poseía desde ya un tipo de "aroma" que atraía a los hijos de la luna.

- No esta muy lejos de aquí... -indiqué con la mirada en el sentido opuesto a donde se habían estado desarrollando todos los enfrentamientos. No obstante, Agatha, el espíritu que había estado en compañía de Rolf todo ese tiempo se mantenía a su lado. Mientras le miraba fijamente. Genial. Ahora tenía a un fantasma enamorado de un humano. No pude evitar sonreír-. Vamos...