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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Afrodita1 Miér Jul 25, 2012 11:36 am

Ese día era importante. Más importante que cualquier otro que hubiese tenido en meses. Incluso más que cuando vino mi madre. ¡Mis pacientes eran más importantes que ella! Por el simple echo de que ella estaba en perfectas condiciones y ellos no. Siempre me había motivado ayudar a la gente. En aquel lugar lo estaba empezando a conseguir, finalmente. Tras varios meses de aprendizaje, estaba acercándome a las personas enfermas que no solo necesitaban una medicación sino también algo de comprensión por parte de la gente que los rodeaba a diario. Y, aunque suene triste, la mayoría solo se comportaban allí como en cualquier otro trabajo. Sin ningún tipo de cariño o dedicación especial. La mayoría solo trabajaba allí por el sueldo recibido a final de mes. ¿Cómo culparlos? Yo he tenido la suerte de nacer en una familia con buenos recursos, pero allí casi nadie estaba en mi situación. Que yo supiera. Del mismo modo que yo la mantenía oculta, por intereses propios, otros también podrían hacerlo. En cuyo caso, no tendría demasiado sentido la falta de interés por cuidar a los enfermos. A mi, personalmente, siempre me había importado poco que los consideraran peligrosos. Desde el minuto uno, los había apreciado y había sentido lástima por ellos. Y era por ese motivo que me dirigía, emocionada, hasta una mujer que en ese momento necesitaba de mi.

Alchemilla, así se llama ella. Mientras caminaba hacia su habitación venían a mi mente recuerdos de las pocas veces, dos contadas, en las que había podido estar con ella a solas. Aunque solo fueran breves minutos. Leer su expediente me había producido una infinita lástima por la muchacha y por cómo había afectado ese cambio irracional a su vida. La mente. La suprema incógnita de la que dudaba fueran a descubrir los hombres. No los de hoy en día, por lo menos. Cada día que pasaba allí me ayudaba a entender lo profundo que era aquel mundo. Lo extremadamente complicado que resultaba tratar con personas que presentaran cualquier tipo de problema mental. Alchemilla solo era una niña y su vida distaba mucho de mejorar en extremo. Había sido encontrada en unas ruinas, malviviendo por su cuenta sin rastro alguno de familia. Nadie la había reclamado. Nadie había mostrado interés por saber de ella, por saber si en alguna parte tendría a alguien esperándola o preocupándose de su existencia. No había recursos, esa era la excusa que siempre daban cuando se descuidaban este tipo de cosas. ¿Verdad o mentira? Es algo que, sin duda, prefiero no descubrir. Algo que habían destacado de ella, en su comportamiento durante el tiempo que llevaba allí, eran sus alucinaciones sobre seres inexistentes. Monstruos que su propia mente creaba para torturarla ¡Su propia mente! ¿Increíble, no? Años atrás, nunca hubiese podido pensar que algo propio podría auto infringirse tal cantidad de daños.

Respiré hondo, ya estaba allí. Frente a esa puerta blanca. Allí todo era blanco, según decían los médicos, la pureza de ese color ayudaba no solo a los enfermos sino también a los que trabajábamos allí. A "aguantarles", cómo ellos me habían dicho de manera literal. No me agradaba demasiado indagar en ese comportamiento inhumano de algunos de los trabajadores, porque me ponía de un terrible malhumor. Y si algo no necesitaba en ese momento, era un humor malo. Necesitaba enfrentarme a ella y a la situación con la mejor de mis sonrisas. Toqué a la puerta con los nudillos de una de mis manos, suavemente. Entrar sin pedir permiso siempre me había dado la sensación de que era invadir el territorio de ellos. El poco espacio personal que tenían se encontraba allí, entre esas cuatro y estrechas paredes. Yo, por lo menos, los intentaba tratar como a cualquier otra persona. Con el respeto que se merecían. ¿Haría lo correcto? - Alchemilla, soy Afrodita - Mi voz no era demasiado alta pero sí lo suficiente, para que pudiese escucharme tras aquel trozo de madera ligeramente grueso. - Estoy aquí, como te prometí - Y no en calidad de enfermera, sino de alguien que intentaba acercarse un poco más a ella. A la chica buena que escondía en su interior y que tantas alucinaciones la habían echo olvidar. Olvidarse a sí misma.. Tenía que ser tremendamente duro.

Estaba nerviosa, muy nerviosa. De una charla de acercamiento, días atrás, había conseguido concertar aquella especie de cita que tenía un único y simple propósito: "Dejaré que me cuentes lo que te pasa y te ayudaré con tus problemas ¿Vale? Seré tu amiga, Alchemilla, te lo prometo".
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Mensaje por Invitado Dom Ago 05, 2012 1:58 pm

Blanco. Todo era blanco, sumamente blanco, enfermizamente blanco. Falta de color a mi alrededor, claridad cegadora, luz... blanco. No me gusta el blanco. Tampoco que esté todo acolchado, como invitando a que te destrozaras los dedos para salir de allí a base de arañazos. No me gustaba la sala, no me gustaba el encierro. No me gustaba estar atrapada, inútil, dejando pasar la oportunidad de encontrarlos, y sin embargo así estaba.

Me habían atrapado por sorpresa, rápidamente, sin que pudiera defenderme. Si tan sólo hubiera podido coger mi libro de hechizos... Pero no. Habían sido demasiado veloces. Era mi culpa por quedarme dormida, como ellos me recordaban, era mi castigo por desfallecer en una búsqueda que no me esperaría y que me alejaba cada vez más de Alessa y Josh... Era mi culpa, sólo mía, mía y de nadie más.

Y ellos reían.

Sus risas parecían retumbar en la blancura de la celda en la que me encontraba. Sus risas se me metían dentro, me helaban las entrañas, me ponían la piel de gallina. En sus risas reconocía la suya, la de Muprhy, la de mi...

Dilo, Alchemilla. Llama a ese monstruo por el nombre que usabas cuando confiabas en él, antes de que te traicionara.

La de mi padre.

¿Lo ves? ¿No es más fácil así? Ahora tienes que afrontar tu error y tu culpa, la de antes y la de ahora, viejas y nuevas unidas en una que es culpa tuya, tuya, ¡tuya! Sufre. Sufre como ellos, sufre como tus hermanos estarán sufriendo. ¡Sufre de una maldita vez!

– ¡Callaos! ¡Callad ya, dejad de hablar! – gritaba, pero ellos seguían, dolorosamente alto, increíblemente fuerte. Me llevé las manos a la cabeza y apreté; nada. Cerré los ojos con tanta fuerza que empecé a ver luces de colores; nada. Me acurruqué contra la pared blanca, blanda, acolchada; nada. Harta, me clavé las uñas en los antebrazos, con fuerza y firmeza, aprovechando que estaban largas, una mano en el antebrazo contrario y viceversa. Y rasgué.

El dolor vino lenta y tranquilamente. La sangre, por su parte, enseguida brotó y cayó a borbotones a mi alrededor, enturbiando la pureza del suelo. Ellos dejaron de reír. El silencio se hizo, sólo interrumpido por sus susurros de agrado, sus afirmaciones de que aquello era lo que tenía que hacer, el goteo constante de la sangre y el sudor que perlaba mi frente. Dolía tanto... Dolía como merecía que doliera.

Abrí los ojos y vi los surcos rojos que araban el blanco terreno de mi piel. Apreté los puños para que saliera más sangre, para que me palpitara el corazón en las heridas, para que me doliera aún más. Sí, así... Tal y como tenía que dolerles a ellos que yo estuviera encerrada, sin poder ayudarlos. Casi veía sus rostros...

¡¿Qué les estás haciendo?! ¿Por qué quieres ahogar a Josh? ¿Por qué quieres hacer arder a Alessa? ¡No!

– No... – murmuré, casi sin fuerzas, antes de comenzar a recorrer de nuevo la senda de mis arañazos, el surco del dolor que debía ser más intenso, ¡tenía que serlo!

Duele, ¿verdad? Pues imagina lo que ellos están pasando. Eres la peor hermana del mundo, Alchemilla.

Robbie acechaba, entre los pliegues de la pared acolchada. Sus ojillos amarillos estaban clavados sobre mí, sedientos de sangre, anhelantes de mi ofrenda, recordándome lo que pasaría si no se lo ofrecía. Muerte. Y no sólo la mía; también la de mis hermanos... Y ellos no podían morir. No, eso nunca, ¡jamás! Me negaba, no sucedería, no, y por eso la sangre tenía que correr, sí, eso haría, eso e...

Una voz familiar sacó mis uñas de sus agujeros. Una voz que me llamó, me recordó una vieja promesa, una nueva esperanza, se abrió paso sobre ellos y sus voces. Una voz que podía significar la libertad... y la posibilidad de encontrar a mis hermanos.

– ¡Afrodita! Te esperaba. – exclamé, a tiempo de esconder mis brazos tras las ropas blancas que cubrían mi delgadez natural y que ella no lo viera. No lo entendería. Nadie lo haría, porque nadie cargaba en sus espaldas el peso de la carga que yo aguantaba.

Ella entró, y yo, bajo la melena oscura y despeinada que me cubría parcialmente la cara, sonreí... o lo intenté. ¿Era así como se sonreía, enseñando los dientes? ¿O era una manera distinta la más óptima? Había perdido la práctica, así que no lo recordaba; era difícil de saber si la asusté más que los monstruos o la hice sentirse bienvenida a mi infierno blanco... y rojo. Rojo como la sangre de mis brazos. Rojo como mi boca. Rojo como las gotas que se dispersaban por el suelo, debajo de mí.

– ¿Has venido a ayudarme a encontrarlos? – le pregunté, ladeando la cabeza para tener un punto de mira más amplio –que abarcara al escurridizo Robbie, escondido en aquel momento como un ¡conejo escurridizo!– y finalmente mirándola a los ojos. Parecía de confianza. ¿Lo sería?
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Mensaje por Afrodita1 Jue Ago 30, 2012 7:02 am

Cada segundo que pasaba allí, esperando, se me hacía eterno. Y los segundos se convirtieron en minutos. ¿Estaría bien?. No podía evitar preguntármelo continuamente cuando pensaba en alguno de los pacientes de aquel hospital, sobretodo de aquellos que conocía más en profundidad. Gracias a Dios, en mi estancia no había presenciado ninguna muerte violenta (Suicidio, que era lo más común en un Sanatorio Mental), pero sí sufría de pensar que ocurriese en el momento más inesperado. En parte, aun sabiendo que la culpa no es mía, acabaría atormentándome por no haber sido mejor enfermera. Por no haberles ayudado más y que hubiesen tenido que recurrir a semejante salida. Pensar en su sufrimiento me atormentaba inevitablemente y es por eso que, con el tiempo, había aprendido a guardar dichos pensamientos lo suficientemente hondo como para no afectarme. No cuando salía de allí. No cuando intentaba rehacer mi vida o, mejor dicho, comenzarla por primera vez. Realmente no sacaba nada de bueno preocupándome de más, no solo era un consejo que me habían dado algunas de mis compañeras, sino también algo que había aprendido yo misma con el paso del tiempo.

El característico ruido de una puerta al abrirse me sacó de aquellos pensamientos tormentosos, transportándome a una realidad mucho mejor, en la que a Alchemilla no le había pasado nada. O eso creí. Ser recibida por un aparente aclamo de contento me hizo sonreír en respuesta a la peculiar sonrisa que ella me mostró. Se notaba que no era "normal", lo más probable, es que no acostumbrara a ello. Eso me hizo sentir muy especial y contenta. No importara que a otros le pudiese resultar extraña, para mi era la mejor sonrisa del mundo.

Tomando aquello como una clara invitación, me aventuré a entrar en su pequeño mundo. Por desgracia, no podía decir que fuese demasiado bueno. Por lo que recordaba haber leído en su incompleto historial, las fantasías de Alchemilla (Pesadillas, mejor dicho) la atormentaban constantemente. Y vivir recluida dentro de aquel pequeño cuarto estaba segura de que tampoco ayudaba. Echando un vistazo a mi alrededor, capté unas manchas en el suelo que no debían estar ahí. Rojas y líquidas. Era.. - ¡Alchemilla! - Había escuchado su pregunta, sin embargo, ver cómo le goteaba sangre por uno de sus brazos me distrajo de cualquier posible objetivo con ella. ¡Estaba sangrando! Con mis ojos clavados en aquel pequeño río de sangre que se descendía por su piel blanca, pensé que entrar en pánico no sería una buena idea. Ni regañarla. Ni tampoco mostrarme ruda (Cosa que, realmente, era bastante complicada). - Sí, te ayudaré a encontrarlos - Pasando del momentáneo ataque de sorpresa que me había dado segundos atrás, ahora mi voz sonaba algo más tranquila aunque urgente. Y por mucho que mis ojos intentaban desviar la mirada hacia el rostro de la muchacha, no eran capaces del todo.

Con un suspiro, caminé hasta su cama y me senté cuidadosamente, procurando no alterar nada del ambiente en exceso. Sabía que a ellos no les gustaba que tocaran sus cosas. - Te ayudaré, pero primero debes dejar que revise tu herida - Señalé hacia su brazo y después hacia la cama, indicándole que se sentara a mi lado. - No sé qué te ha pasado, pero debes tener cuidado con las cosas. No es bueno que te hagas daño - "¿Se tragará mi actuación?" No pude evitar pensarlo. Por supuesto, era perfectamente consciente de que la única forma de que se hiciera daño era siendo a propósito. ¡Pobre chica! Las automutilaciones eran una especie de suicidio, pero lento y tortuoso. Una manera de maltratar al cuerpo. Ni quería imaginarme qué le habría llevado a aquello. Tampoco quería hacérselo recordar y, dado que había ido en calidad de amiga no de enfermera, intenté ignorar aquel echo, resaltando una forma de pensar completamente opuesta. Podría haberse caído. Haberse dado contra algún canto de la cama o con la mismísima puerta. Y no importaba cómo se viera la herida, me aseguraría de mantener mi rostro impasible. No importaba cómo, no dejaría que se viera reflejada en mis ojos toda aquella tristeza que me era imposible no sentir por ella.
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Mensaje por Invitado Jue Ago 30, 2012 9:13 am

Él nos vigilaba, cada movimiento que hacíamos no pasaba desapercibido para sus ojos de conejo, y Robbie sonreía, con la sangre en su mirada... ¡La quería! Era lo que había pedido, y como tributo se lo tenía que pagar, por eso sangraba. Sí, por eso sangraba. Pero Afrodita era como ellos, y no veía a Robbie, no sabía que podía matarla, ¡no lo entendía! Y era yo quien tenía que protegerla.

¿Y por qué querrías hacerlo?

Porque ella va a ayudarme a encontrar a mis hermanos. Ella es buena, siempre se ha portado bien conmigo, y seguiría haciéndolo. Lo haría, ¿verdad? Sí, claro que lo haría. Robbie, ¡cállate! ¡Tú no sabes nada!!

Pero Afrodita tampoco sabía nada. ¿Creía que no me había dado cuenta de que había mirado mi tributo con malos ojos? ¡Claro que sí, yo no me perdía nada! Si ella supiera... pero no lo sabía, era incapaz de comprenderlo, y yo sí. Sólo yo lo hacía; bueno, Robbie y yo, pero nadie más. Por eso escondí el brazo de nuevo, con el ceño fruncido.

– No, Robbie necesita que siga abierta. ¿No lo ves? Es lo único que mantiene vivos a mis hermanos. – respondí, con los ojos clavados en ella, suplicantes, buscando que me entendiera, ¡pero no lo hacía! Nunca lo haría... ¿Verdad, Robbie?

Y él asintió, dando saltos sobre sus patas traseras; rió, haciendo rechinar sus dientes puntiagudos, afilados y sangrientos; emitió un chillido agudo e histérico, que dejó caer la sangre de sus fauces entreabiertas... Robbie tenía el control, y yo, que lo miraba frente a frente, me encogí sobre mí misma y me llevé las manos a la cabeza, que me dolía horrores... ¡Era por tanto blanco, seguro! El blanco me dolía... ¡Quería mancharlo! Tenía que mancharlo, y por eso bajé los brazos sangrantes a las sábanas, que teñí de rojo; a la pared, que transformé en carmesí; a mi propia piel incluso, que se tornó bermellón. Rojo, ¡todo rojo! Mucho mejor así.

Volví la mirada hacia Afrodita, de cuya presencia casi me había olvidado. Entonces, apoyé los brazos sobre mi regazo, pues Robbie ya había comprobado que la ofrenda era la adecuada y nos lo mataría. ¡Me lo había prometido!

No, no lo prometo, ¡pero tendrás que conformarte con eso!

Y lo haría. Claro que lo haría. Era mucho más de lo que había tenido hasta ese momento, ¿verdad que sí? Y aceptar su trato, aunque fuera extraño y peligroso, era lo menos que podía hacer. ¿Qué importaba en peligro cuando mis hermanos eran quienes estaban en juego? ¡Nada! Lo aceptaría gustosa, por supuesto.

– El dolor es necesario. Igual que la sangre. Igual que el sacrificio. Sin ellos, no consigues nunca nada. Epicuro decía que “juzgamos mejores que los placeres muchos dolores porque se consigue para nosotros un placer mayor.” ¡Hasta él sabía que el dolor hace falta! El resultado siempre será bueno, un gran placer. Sea del tipo que sea. ¿No estás de acuerdo? – le dije, con los ojos desorbitados, buscando a Robbie por la habitación, pero él ya no estaba.

¡No estaba! ¡El conejo se había ido! Ya no hacía falta más sacrificio, ya pude ofrecerle mis brazos heridos a Afrodita, porque por el momento bastante... ¡Pero sólo por el momento! ¿Quién sabía cuándo sería el momento de crear heridas nuevas para mayores premios?

– Ido el conejo me das consejo, ido el conejo me das consejo... – canturreé, con la mirada bailando por los movimientos de Afrodita, que me examinaba. Alcé la vista hacia ella, de nuevo, y fruncí el ceño. – ¿Vas a darme consejo? ¿Cómo podemos encontrarlos? – pregunté, ansiosa.
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Mensaje por Afrodita1 Jue Oct 04, 2012 7:51 am

¿Cómo no sentir lástima? Sé perfectamente que la lástima es un sentimiento que nadie quiere. La lástima no sirve nada para nada. No estás haciendo ningún favor a nadie cuando te compadeces. Pero ¡Oh! Alchemilla atraía toda mi lástima y compasión, en el buen sentido de ambas palabras. Su belleza e inteligencia (Que estaba segura de que tenía) ocultadas bajo toda esa maraña de pesadillas y seres inexistentes. ¡Hasta le hacían creer que necesitaba sufrir! Se me encogía el corazón mientras procuraba comprenderla o fingir que la comprendía. Sabía de buena mano que intentar razonar con ellos sobre lo que era verdad o lo que no, no tenía sentido absoluto. Para ellos la verdad era Su verdad, ni más ni menos. No había forma de hacerles comprender. ¿A caso eso no demostraba lo inteligentes que podrían haber sido? Los tontos son los que se dejan engañar por cualquiera. Ellos no. Ellos creían firmemente en algo hasta la muerte. Con convicción. Solo que esa creencia no era la adecuada. Era fatídicamente errónea. Puede que, dentro de todo, eso fuera lo que más lástima me producía. Saber que ellos tenían una mente enferma pero prodigiosa que no podías curar hicieses lo que hicieses. Impotencia de no ayudarles a reinsertarse en la sociedad. Y llegados a ese punto, solo había una cosa a hacer: Estar cerca de ellos para poder cuidarlos.

Eso mismo me proponía yo. Con ese fin, intenté pasar la punzada de dolor mientras aparentaba estar de acuerdo con aquel razonamiento "El dolor es necesario". Para ella, una lógica sin duda aplastante. ¡Y tampoco estaba tan equivocada! Después de todo, la vida no era un camino de rosas y si bien muchas de las heridas no eran externas las internas perduraban, a veces, para siempre. Aún así, me negaba a aceptar que ella tuviera que lastimarse físicamente a propósito ¿Es que no tenía suficiente con el tormento que suponía imaginar a sus demonios? Los mismos demonios que le 'ordenaba' autoinfligirse dolor.

- Estoy de acuerdo, Alchemilla. Pero a veces no debes dejar que ellos ganen. ¡Tienes que ponérselo difícil! ¿No crees? - Intenté dejar escapar las palabras como algo casual, cuando en realidad mi mente pensaba mucho por lo que decir. No podía permitirme cometer errores, que se enfadara o lastimarla sin saberlo. Debía intentar cuidarla, con disimulo. Que me contara algunos de sus 'problemas' o sus demonios, ya era un paso adelante. Del mismo modo que confiara en mi para buscar a.. ¿A quién debíamos buscar? Me pregunté, de pronto, viéndome en blanco. ¿Lo ponía en su historial? Mis manos empezaron a temblar ligeramente. Disimulé, frotándolas en las faldas de mi vestido justo antes de examinar la herida en su brazo que finalmente había dejado expuesta ante mi. No era muy grande, al ser infligida por sus propias manos, pero hasta el más mínimo daño en ella me preocupaba. - Ese es mi consejo - Murmuré. Me levanté, llevando una mano suya entrelazada con la mía, instándola a levantarse conmigo. - Y te ayudaré a encontrarlos solo si me permites curarte. El daño ya está echo ¿Verdad? Entonces él puede dejarte en paz por un rato mientras los buscamos, fuera de aquí. - Señalé con los ojos la puerta, entreabierta.

Pasariamos por el baño, allí había siempre un botiquín de emergencia por si acaso. Después, con más calma, me encargaría de averiguar que era eso tan importante a buscar.


Mil disculpas por la demora, estuve en ausencia.
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Mensaje por Invitado Vie Oct 05, 2012 6:56 am

Ya sólo quedaba la sangre y las heridas del castigo de Robbie, nada más. Él se había ido, ¡el maldito conejo se había esfumado!, y nos había dejado solas a Afrodita y a mí. Era curioso, su nombre era el de una diosa, ¿lo sabría? ¡Pues claro que lo sabría, era su nombre! Igual que yo sabía que Alchemilla era una especie de rosácea.

Eres espinas, Alchemilla, no eres la flor... ¡Tú sólo eres lo malo, lo doloroso, no lo bello!

Ellos tenían razón; siempre la tenían. La flor era hermosa, pero causaba destrucción a su paso. En mi caso, ni siquiera era hermosa, pero ¡qué importaba! Tenía... no, había tenido a mi familia, al menos hasta que mi padre me la había arrebatado. ¡Oh, Alessa y Josh, os extraño tanto...!

Por eso la escuché. No a lo primero, a lo de dejar que ellos ganaran, porque muchas veces era necesario para avanzar, ¡evidentemente si tenían razón! Sin embargo, sí atendí a lo último. Mi atención se volcó en ella, en cada movimiento suyo, del que bebí como si estuviera sedienta. Primero levantándonos; después, la puerta. La puerta entreabierta... ¿cómo no se me había ocurrido antes? ¡Podía irme! Y podía encontrarlos.

Vaya, al parecer la joven diosa está de nuestra parte. Puede ayudarnos...

¡Sí, Afrodita quería que Joshua y Alessa dejaran de estar desaparecidos para que formáramos, de nuevo, una familia unida! Al menos eso era lo que decían sus gestos... ¿no? No había posibilidad de que fuera una trampa; a mí, por lo pronto, no se me ocurría ninguna manera de que aquello fuera malo... Iba a ayudarme. Y por eso volví a sonreírle, aunque aún tan incómoda como antes.

– Pero tenemos que tener cuidado, Afrodita, ellos vigilan. No, no mis amigos, ¡ellos velan por nosotras! Ellos... los que cuidan esta prisión. No van a dejar que me vaya... ¡No quieren que los encuentre! – exclamé, apreté su mano, la miré.

Sin embargo, estaba decidida. Daban igual las dificultades; poco me importaba que cualquiera tratara de detenernos, yo... no, Afrodita y yo lo conseguiríamos, ¡sí! Porque ella iba a ayudarme... No estaba sola.

¿Sola?

Bueno, vale, sola con vosotros.

Eso está mejor.

Yo misma estiré de Afrodita hasta la puerta, que conducía a una especie de baño, tan sumamente blanco como la habitación en la que había estado. Y yo destacaba tanto... Alchemilla vestida de sangre en la pureza de la nieve reinante, que coloreaba las paredes. Curioso.

– ¿Estás segura de que es por aquí, o sólo buscas entretenerme? – pregunté, frunciendo el ceño y, en un momento, poniéndome a la defensiva, incluso en tensión. Si me engañaba acabaría con ella... ¡Y no dudaría un momento a la hora de hacerlo! Mis hermanos eran lo más importante, y dependía de su posicionamiento en el tema seguir con vida o no. ¿Qué elegiría...?

OFF: No importa, ha merecido la pena igualmente ^^
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Mensaje por Afrodita1 Sáb Nov 17, 2012 11:20 am

Poco a poco, las palabras parecían ir haciendo mella en ella. Eso me alegraba. Ahora, agarrada de mi mano, era ella quien nos conducía hasta el baño más cercano. El contiguo a aquella habitación. Tan blanco como él mismo. Siempre me preguntaba ¿Por qué? ¿Era cierto que el blanco tranquilizaba? Yo, en ese sentido, era una completa necia porque no acababa de entender lo que los colores eran capaces de transmitir. A mi me gustaban todos, sin excepción. Incluso el negro. No me importaba que al ser tan oscuro "No fuese adecuado para una señorita", ni que se utilizara oficialmente para los periodos de luto exclusivamente. A veces, me gustaba enfundarme en ropa oscura. Y no por ello me sentía deprimida, sola o algo por el estilo. ¡Todo lo contrario! Me hacía sentir.. ¿Cómo describirlo? Salvaje, tal vez. Más atrevida. Sobretodo si lo que llevaba ese color eran unos pantalones ¡Sacrilegio en una mujer! O eso me había enseñado mi madre durante toda mi vida. Por suerte, en mi estadía allí, había tenido tiempo de probar todo aquello que ella siempre había catalogado como malo o indecente. Y, sorpresa, me había resultado completamente excitante. Puede que, después de todo, sí que fuera cierto que lo prohibido atrae al hombre como la miel a las abejas.

La pregunta de Alchemilla me sacó momentáneamente de esos pensamientos que nada tenían que ver con ella. No debía dejar que ellos se me llevaran. No podía abstraerme justo en ese momento ¡No con ella! Por Dios, con lo que me había costado que me dejara limpiarle la herida. Y ahora empezaba a flaquear. Imposible. Me había propuesto ser lo más cercano para ella a una amiga, una compañera. Saber de sus secretos. Lo que le gustaba. Lo que le asustaba. Y, por el momento, había empezado maravillosamente teniendo en cuenta que era mi primera experiencia junto a una paciente inestable. Mi primera experiencia tan cercana, claro, porque a veces si interactuaba con los demás. Pero solo durante breves minutos. - No, por supuesto que no quiero entretenerte, Alchemilla. Solo quiero curarte esa herida ¿De acuerdo? - Agarré la mano que anteriormente había juntado con la mía y la apreté con ligera fuerza, intentando transmitirle mi sinceridad también a través de mis ojos, que la miraban fíjamente. Lo menos que deseaba ahora era que la poca confianza que había adquirido en mi se esfumara solo porque a mi se me iba el santo al cielo. No. A partir de ahora, estaría plenamente atenta a absolutamente todo. Y esa llamada de atención, sería lo que me mantendría con los pies en el suelo.

Me acerqué al botiquín de primeros auxilios, una pequeña caja situada al fondo de los lavamanos. Igual de blanca que todo lo demás. Y le hice una señal para que se acercara a mi vera. Mientras tanto, la abrí y comencé a sacar los utensilios necesarios para curar la herida que se había echo en el brazo. Lo cierto es que, si por mi fuera, la desnudaría entera solo con el fin de buscar más heridas. Pero, dado que teníamos otra "misión", preferí no indagar. Ni siquiera me interesaba saber si tenía otras heridas en ese momento ¿Para qué? Sería un sufrimiento de más. O una discusión por curarla indeseada. Porque estaba segura de que ella, en ese momento, lo que quería era salir a toda prisa a buscarlos. ¿Buscar el qué? O, mejor dicho ¿A quiénes? Eso, todavía no lo sabía. Lo único que había llegado a entender es que sus demonios particulares le impedían buscarlos y que, por ese motivo, les había ofrecido aquella herida a cambio. ¡Por Dios! Si hasta tenía sentido. Y era mejor que yo creyera aquello, porque tendría que ser más que convincente si quería que me contara todo sobre ella.

Levantando la manga de su vestido hasta que la herida se hizo visible, la enrollé para que no cayera de nuevo hacia abajo. No hasta que hubiese terminado. Primero apliqué el agua oxigenada, que evitaría cualquier posible infección. - Esto te dolerá un poco, pero es para evitar que se te infecte. ¿Sabes? Si no curas bien una herida, alguna bacteria mala puede introducirse en ella e infectártela. Y eso no es nada bueno - Mientras limpiaba con el algodón hablaba, aunque mis ojos viajaban entre la herida, ella y viceversa. Después, coloqué en otro trozo de algodón un poco de yodo, lo que ayudaría a sanar. Y, finalmente, la gasa que taparía la herida de cualquier posible roce. - Perfecto - Sonreí para ella antes de guardar las cosas en su sitio y tirar los restos de algodones y demás a la papelera.

De espaldas a ella froté ligeramente mis manos, solo unos segundos. Bien, había llegado el momento. - Vale, ahora ya podemos irnos - Me giré, para encontrarla frente a mi. Lavé mis manos solo como una forma de distracción para mi misma, estaba tan nerviosa. Y no quería que ella lo notara. Si me veía nerviosa, pensaría que escondía algo aunque no fuera cierto. No podía correr ese riesgo. Había aprendido a controlar mis nervios hacía mucho tiempo. - ¿Tú me guías? Yo no sé a quién tenemos que buscar ni por dónde empezar - Extendí mi mano como ofrecimiento, después de haberla secado. Un ofrecimiento para darle a entender que no iba a ser yo la que mandara sobre ella en aquella pequeña excursión. Cuando saliéramos de ahí, ambas seríamos iguales. Nada de médico y paciente. Yo solo estaba allí para cuidar de ella. Nada más.
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Mensaje por Invitado Sáb Nov 24, 2012 3:21 pm

Parecía sincera, eso era. Cada vez que Afrodita me decía algo, sus palabras sonaban ciertas, como si no tuvieran segundas intenciones ocultas tras ellas. ¡Todos escondían algo, todos! Por eso me resultaba difícil creerla, por eso y porque a ellos, claro, no les parecía bien que me confiara. ¿Y si toda aquella actitud era una fachada que ocultaba que sabía lo que les había pasado a mis hermanos? ¿Y si lo que quería era engatusarme?

Tienes que vigilarla, Alchemilla. Haz que crea que te ha convencido, pero tienes que estar atenta a cualquier movimiento sospechoso suyo si no quieres morir.

Ellos me habían dicho la mejor estrategia que podía seguir, sí. Eran ellos quienes se preocupaban por mi bien y quienes nunca me traicionarían pese a que sus caminos pudieran resultar confusos para mí o me hicieran herir a las personas de mi alrededor... ¿Sería Afrodita igual que ellos? ¿Tendría sus intenciones? ¡No lo sabía, la duda me abrasaba las entrañas como una colada de lava cuando el volcán la escupe! Pero, de momento, estaba curándome.

Y, gracias a eso, te ha hecho daño.

Sí, el agua oxigenada ardía en mi piel, pero eso de las bacterias sonaba cierto. No lo sabía; creía que mis padres me habían explicado alguna vez que eran seres pequeños, ¡diminutos!, que actuaban y mataban a las personas a través de heridas y cortes. También decían que eso era lo que había matado a mi madre, unas que volaban por el aire. Pero, si estaban por todas partes, ¿cómo no moríamos simplemente con respirar? No lo sabía, pero ella sí. Creo.

¿Vas a confiar en ella en serio?

Al menos después de esto ha dejado de doler. Era cierto, una vez hubo curado mis heridas con una sustancia de un color feo, como oxidado, dejaron de molestar casi enseguida. Por ahora la escucharía, me dije, y por eso asentí cuando ella me pidió que la guiara, cuando ella dijo que no sabía quiénes eran mis hermanos... ¡Nadie en aquel hospital se interesaba por ellos!

– Buscamos a Alessa y Joshua, mis hermanos. – respondí, con sencillez y una sonrisa llena de dientes amplia y cordial, la clase de sonrisa que le había visto hacer a la gente cuando quería conseguir algo o agradecerle algo a alguien porque es amable, ¿no?

No. Cuando sonríes es cuando apartas a tus hermanos de ti. Los aterrorizas.

Bueno, por lo menos lo había intentado. Pero eso daba igual, porque ni uno ni mil gestos iban a devolverme a mis hermanos; tenía que moverme por mí misma si quería conseguirlo, y eso era lo que más deseaba en todo el mundo... Necesitaba a mi familia conmigo, pero no a mi padre, ¡a Murphy Pendleton no lo quería ni a un mundo de distancia! Él había hecho desaparecer a mis hermanos, me los había arrebatado y me había tirado a la esquina más oscura de un lugar en el que me tenían por loca. ¡No estaba loca! Sólo sabía cosas que los demás ignoraban. Sí, exacto.

Había escapado del manicomio muchas, muchas veces. Siempre solían atraparme porque me atacaban a traición, con puñaladas traperas que se me clavaban en la espalda y que a veces me obligaban a girarme para que tuvieran hueco, en mi pecho, para seguir hincando el cuchillo. Pero ellos no sabían de lo que era capaz... Ellos no podían atraparme contra mi voluntad, y lo que mi voluntad quería era encontrar a mis hermanos.

Conoces el camino más rápido, pero también el más arriesgado. No le enseñes a la chica todas tus cartas, opta por uno que uses menos. No dejes que sepan dónde buscarte cuando no encuentres a tus hermanos esta noche.

¡Pero los iba a encontrar, no estaba sola! Con ella de mi lado no tendría que haber ningún problema; por fin aparecerían ante mí y podríamos irnos a casa, o a donde fuera que nos instaláramos los tres juntos, por fin, para siempre. Pero no avanzaríamos si no nos movíamos, así que la cogí del brazo y la obligué a seguirme por un camino más lento de lo habitual, largo y lleno de recovecos, pero en el que nadie nos veía porque nadie se fijaba en nosotras. A nadie le importábamos.

A nosotros nos importas... Y a tu padre le importas. Mira cómo te observa.

¿Mi padre! ¡No, él no podía estar, no...! Me detuve en seco a la salida del lugar, sin haber cruzado aún los muros que conformaban la salida semioculta entre la maleza que había escogido. Sólo entonces, vi sus ojos mirarme desde la distancia; vi su cara sonreír maquiavélicamente, y vi... ¿era eso sangre? ¡Y un mechón de la melena de mi hermana, tan oscura como la mía! Tragué saliva, y le hice un gesto tembloroso a Afrodita, señalando el arbusto.

– Es mi padre... Él se los llevó, y ahora ha venido a por mí porque no lo consiguió la primera vez. Quiere impedir que vuelva a verlos... ¡Tienes que ayudarme! – le dije, casi con súplica en la voz, y a las risas de Murphy en la distancia se unieron las de ellos, que creían que era patética. ¡Ellos no tenían ni idea de nada de lo que me pasaba por la cabeza!

Y tú tampoco de lo que pasa delante de tus narices.

¿Qué...? Miré de nuevo hacia los arbustos, pero él se había ido. Aparte del movimiento de las hojas, parecía como si nunca hubiera estado ahí, pero sí lo había hecho, ¡yo lo había visto con mis propios ojos! Y mis ojos no mienten. No cuando buscan algo tan importante como encontrar a mi familia. No cuando se trataba del ser más despreciable del mundo.
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Mensaje por Afrodita1 Miér Ene 23, 2013 11:49 am

Buscamos a Alessa y Joshua, mis hermanos.

La respuesta a mi pregunta indirecta "a quién buscamos", me dejó ligeramente trastocada. ¿Sería real? ¿Tendría de verdad unos hermanos allí fuera, necesitándola? Dada la situación en la que nos encontrábamos, cada vez me resultaba más complicado diferencial la realidad de su fantasía. Después de todo, su historial estaba prácticamente en blanco. Como el de la mayoría de pacientes. Ese no era un hospital para ricos y, por tanto, casi el cien por cien de los enfermos los habían encontrado malviviendo en algún lugar barrio bajero de la ciudad. A otros, según me habían contado alguna de las enfermeras más antiguas, simplemente los habían dejado con una nota frente a la puerta (¡¿No es increíble?!). A otros, los había traído la policía, por causar disturbios o por encontrarlos malviviendo en una zona indebida. Y solo un uno por ciento, me atrevería a afirmar, habían sido traídos por sus propias familias, reconociendo que no estaban "bien" y que necesitaban tratamiento. Siendo una clínica humilde, de entre la clase baja, posiblemente sería al único al que podían acudir. Y yo me sentía bastante orgullosa de poder contribuir de esa forma en la sociedad. Aunque si mi madre algún día llegara a enterarse (Espero que ese día no llegue nunca), posiblemente pondría el grito en el cielo. La verdad, no me la imagino haciendo este tipo de "obras de caridad". Para ella, las obras de caridad significa dar dinero a los que no son suficientemente ricos, todavía. No ayudar a los que verdaderamente son pobres y viven en la miseria. La quiero porque es mi madre, y no es mala persona, pero nuestros puntos de vista sobre la sociedad están a años luz. Creo que mi librepensamiento, lo puedo haber heredado de mi padre. Que lo reprimió después de casarse. Por eso yo, no quiero hacerlo nunca. No dejaré que nadie me reprima.

Durante un lapso de tiempo me distraje, suficiente para que Alchemilla me agarrara del brazo y empezara a caminar conmigo. Curiosamente, me enseñó el lugar por el que parecía ser solía escaparse. Que bien que me tenga algo de confianza. Pensé para mi misma con una sonrisa. Puede que todavía dudase de si estaba intentando engañarla, teniendo en cuenta que era parte del hospital, bien podría simplemente fingir amistad para simplemente conocer sus trucos y no permitir que volviera a escaparse. Por eso, cuanto más me mostraba de ella, más contenta y agradecida estaba de que confiara en mis palabras. De verdad, que solo quería protegerla. Si bien puede que yo no le iba a ser demasiado útil si alguien la atacaba (Debo aceptar que mi cuerpo no fue creado precisamente para la lucha), sí podría hacer algo si se trataba de mi competencia. De ese mundo que la atormentaba y en el que vivía. Al menos, esperaba poder aliviar un poco de su sufrimiento por no encontrar a las personas que buscaba siempre con tanto afán. Podía verlo en su rostro, ese deseo por encontrar a sus hermanos, que supera a cualquier otra cosa que quiera. Supe que cuando los encontrase, ella sería feliz. Y, al final, me di cuenta de que no importaba que ellos fuesen o no reales. Su sufrimiento era real, verdadero, eso sí que tenía importancia. Y mientras ese sufrimiento pudiera ser erradicado, tampoco importaba si los hermanos que encontraba eran o no imaginarios. Mientras ella sintiera que los había encontrado, estaba segura de que alcanzaría la felicidad.

Por eso, decidí ayudarla. Sabía que esa búsqueda sería totalmente infructuosa, si sus hermanos residieran si quiera en París, con todas las veces que ella había escapado ya se habrían encontrado. Pero, fuera del sanatorio, podría utilizar algo de mi "poder". Un poder solo transmitido, claro, porque mis padres son los que realmente controlan todo. Pero mientras me ayudara a buscar información sobre ella, no me importaba utilizar cualquier método a mi alcance. Tal vez si lograba averiguar quién era, de dónde venía y cual había sido su familia, si esos hermanos de verdad existían y lograba encontrar aunque solo fuera una fotografía, pudiese aliviarla. Ojalá que así fuera.

Me choqué ligeramente con su cuerpo al frenar bruscamente, de nuevo andaba en mi mundo así que no me di cuenta de lo que ocurría. La observé, parecía totalmente intranquila, miraba a un punto fijo en la maleza de enfrente. - ¿Qué.. - No me dio tiempo a terminar, la pregunta, antes de que ella saltara con una respuesta desenfrenada. "Es mi padre... Él se los llevó, y ahora ha venido a por mí porque no lo consiguió la primera vez. Quiere impedir que vuelva a verlos... ¡Tienes que ayudarme!" De eso, pude sacar otra conclusión más a añadir a la lista. Su padre no era alguien a quien estuviera buscando. No pude evitar sentir extrema curiosidad acerca de la historia que escondía tras esa mente enturbiada. Qué desgracia, la habría llevado a castigarse así misma con sus demonios. Estaba muy intranquila, al tacto de su mano noté que incluso temblaba. Tenía que tranquilizarla, así que la agarré por los hombros y la abracé a mi. - Está bien, no pasa nada. Él no puede hacerte daño ahora porque yo no le dejaré ¿Vale? Tengo mis trucos así que, si intenta cualquier cosa, se lo impediré. Confía en mi - Una vez más, me dije para mi. Confía en mi una vez más. Todo estaba en la mente y, por supuesto, allí no había nadie. Puede que no pudiese protegerla de un hombre real, pero de una fantasía.. solo tenía que alterar ligeramente esa fantasía. Antes estaba sola, ahora yo estaba con ella.

La abracé con fuerza. No la estaba mirando, pero intentaba transmitirle por cada poro de mi piel que mis sentimientos hacia ella eran reales y no una de sus fantasías. Yo sí era real y le enseñaría, poco a poco, la diferencia entre nuestros mundos.



Esta vez sí me tarde de más, en serio lo siento muchísimo!
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Mensaje por Invitado Sáb Ene 26, 2013 10:22 am

Él siempre me había odiado. Sí, siempre había sabido que quería a mis hermanos más que a él, y nunca se había esforzado por hacer que eso fuera diferente. ¡Murphy, mi propio padre, me detestaba! Y, con el tiempo, yo a él, pero claro, eso había sido culpa suya y no mía. Yo nunca había pedido que me apresara y me atara para que no pudiera moverme mientras él se llevaba a mis hermanos, ¿verdad? No, ¡claro que no!

Pero está claro que él sí que cree que lo hiciste...

Si, él se había llevado a mis hermanos para que, al quitarlos del tablero de juego, sólo quedáramos él y yo. Dos piezas. Dos enormes potencias. Una lucha. Un solo ganador... Y él quería asegurarse de que fuera a ser él. Para eso, me destruiría mentalmente poco a poco, hasta que de mí no quedara nada, ¡nada!, y no tuviera ni que mancharse las manos. Seguro que ya estaba haciendo que mis hermanos me olvidaran, y que Alessa ignorara que había alguien que tenía su mismo físico. Pero, al menos, a mí me quedaban ellos... ellos siempre me ayudarían.

¿Qué harías sin nosotros, que estamos un paso por delante de él y te hacemos esquivar las trampas que te tiende?

Nada... Vosotros me ayudáis, siempre lo hacéis, ¡sí! Aunque parezca que no queréis nada más que meterme en líos, termináis siempre sacándome de ellos, pero no sólo vosotros... Afrodita también va a ayudarme.

No deberías confiar en ella, acabas de conocerla, mientras que a nosotros...

¿A vosotros qué! Ella es diferente del resto de cuidadores del sanatorio, ella me cuida. No, ella nos cuida. Podemos confiar en Afrodita, en la diosa del amor, que es capaz de ver lo que los demás no ven y nos cree. ¿Cuánto hace que no nos creen? Ellos nos dicen que estamos locos, que hemos perdido la cabeza y no hay ninguna Alessa ni ningún Joshua, pero ¡ellos no saben nada!

Y Afrodita tampoco.

No, ella sí que lo sabe, de lo contrario no me habría abrazado. No la aparté, aunque tampoco se lo devolví, ya que hacía tanto tiempo que nadie hacía eso conmigo que no sabía ni cómo reaccionar. Supuse que mi inmovilidad hablaría por mí. Y, por si no era así, yo misma decidí hablar.

– Confío en ti, pero él es peligroso. Si sabe que nos ayudas, intentará quitarte de en medio. Tenemos que conseguir que nos diga dónde están... – comencé, y entonces me acerqué a su oído. – para sacarlos de ahí y, entonces, poder vengarnos nosotras de él. – susurré, sonriendo ampliamente y separándome de ella.

Ya no había moros en la costa, todo rastro de mi padre se había esfumado y podíamos irnos. Aún veía movimientos en los arbustos donde se había escondido; ese sería el lugar en el que empezaríamos a buscar. Sería arriesgado seguirlo, pero era lo único que nos daría una pista de verdad sobre dónde los escondía. Valía la pena el peligro si, así, estaba un poco más cerca de ellos...

– Ven, Afrodita, vamos. Él no sabe que tú estás conmigo y tenemos esa ventaja, pero tenemos que perseguirlo ahora que el rastro está caliente. Si lo perdemos... No, no lo perderemos, pero tenemos que irnos ahora. ¡Ven! – le dije, y entonces la solté para, rápidamente, salir corriendo en dirección a la maleza. Lo encontraría... Claro que lo haría.

Oh, pero ten cuidado con los muros...

¡Los muros no me detendrían! Los esquivé y busqué una salida en ellos, cerca de la torreta de vigilancia, por donde había visto a algunos enfermos irse. A diferencia de ellos, mi cabeza estaba perfectamente, y funcionaba tan bien que me había acordado de no desvelar mis principales vías de escape. Por si acaso. Me arrastré por la tierra, me manché el pelo, la piel y la ropa y me arañé los brazos, pero tras unos instantes de lucha estuve fuera de los límites de la institución, con sólo el bosque a mi alrededor.

Cierra los ojos. Respira hondo. Búscalo.

Obedecí. Inspiré con fuerza y me concentré en los recuerdos que tenía de mi padre, en su mayoría hostiles o, cuando no lo eran, inevitablemente falsos. Así, pude percibir su rastro en el bosque, esa energía que siempre lo acompañaba y que solía estar cargada de tormento y dolor. Abrí los ojos. Cuando lo hice, Afrodita, bastante más limpia que yo, ya había salido de la institución. Sonreí de nuevo.

– Es por ahí. – le indiqué, estirando el brazo y señalando, así, el camino no trazado en el suelo por el que mi padre se había ido. El camino que, si seguíamos, nos llevaría a nuestro destino: mis hermanos. El camino que lo cambiaría todo. Ese camino.
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Mensaje por Afrodita1 Lun Abr 29, 2013 12:35 pm

Ver, o mejor dicho, sentir cómo eran de reales para ella esas alucinaciones me descuadraba. Me era cada vez más complicado ponerme en su piel, asustarme como ella se asustaba de alguien que tal vez nunca existió. Un padre completamente imaginario. O que, posiblemente, estuviera muerto. Al igual que sus hermanos.. No podía dejar de preguntarme cuál era la verdadera historia. Cómo sería Alchemilla si las cosas hubiesen ocurrido de otra manera. Qué llevó a su mente a enloquecer de tal manera. Su padre, sus hermanos, la muerte de alguno de ellos; o de todos ellos. El puzzle dentro de mi cabeza empezaba a tomar forma, aunque ni de lejos estaba cerca de resolverlo. Tal vez, no lo haría nunca. Por lo que me habían contado otras enfermeras, de las más veteranas, no era habitual que los pacientes volvieran a la realidad. A pesar de todos los esfuerzos que ponían por alejarlos de todo aquello que les hiciera daño, a pesar de que los recluyeran en una habitación sin prácticamente objeto alguno, al final era tanto el deseo de terminar con su vida que lo lograban de una forma u otra. Tanto se atormentaban así mismos con sus propios desvaríos que la muerte terminaba siendo la única forma de escapar, desgraciadamente. Yo no podía pensar en un final como ese para Alchemilla, me negaba a si quiera imaginarlo. Simplemente, no. Me había propuesto, por primera vez, ayudar a alguien. No con mi dinero o con cualquier objeto material, sino por mi misma. Yo, Alexandra, conseguiría que esa muchacha sobrellevara su vida lo mejor posible. Y si había que buscar a unos hermanos que no existían, se buscarían.

El que quisiera protegerme de su propio padre me enterneció. Si de verdad existió esa persona en algún momento, debió atormentarla en demasía. Tuve ganas de responder que todo estaría bien, que no me pasaría nada, pero me detuve solo para escucharla. Ella era rápida pensando, tenía una mente y un cuerpo ágiles. Antes de darme cuenta, ya había salido corriendo en la dirección del espejismo. Yo, obviamente, no tardé en seguir sus pasos. Si algo no me perdonaría sería el perderla de vista estando bajo mi custodia, cuando yo misma la había dejado salir libremente.

Tras los arbustos, dónde como era de esperar no había absolutamente nadie, permanecía Alchemilla concentrada en seguirle el rastro al hombre misterioso al que había mencionado como su padre. Me tomé mi tiempo, en silencio, para observarla. No se había percatado de mi presencia, o no había mostrado signos de ello, así que yo hacía mi propio análisis de la situación. Ya estábamos fuera del hospital y aunque el lugar estaba ligeramente rodeado por algo de maleza no tardaríamos en llegar a algún callejón que nos conduciría a la ciudad. La observé. No podía dejar que llegara hasta el centro, cómo fuera. Destacaba demasiado, llamaría la atención incluso en las zonas bajas, con esa ropa característica de quien estaba recluido en el sanatorio. A ella seguramente no le importaría nada con tal de seguir el rastro que tan firmemente perseguía, y a mi las habladurías tampoco me hacían mella, pero si alguien llegaba a reconocerla. A reconocernos. Y las cosas se saldrían de su cauce.

Es por ahí.

Dirección, la ciudad. Tal y como había previsto. - Espera - Agarré con suavidad su muñeca, para asegurarme de que no saldría corriendo nuevamente. Ni quería pensar en perderla entre la multitud, que con su rapidez y sus ansias no quedaban tan lejos. - Si se ha ido por ese camino, estará ya en la ciudad. Antes de ir tras él, dime ¿Cómo piensas encontrarlo? Camuflarse entre tanta gente es muy fácil. Y no quieres perder el tiempo ¿Verdad? - Mi mente trabajaba con rapidez pero mis palabras salían tranquilas y fluidas, con cada minuto que pasaba a su lado me sentía más segura de mi misma. Con cada segundo que ganaba de su confianza, me acercaba a ella. Acercarme a ella, significaba poder ser un poco más yo misma. - Debemos ser cautas, Alchemilla. Tu padre te quiere a ti y utiliza a tus hermanos como cebo; si lo encuentras demasiado pronto pondrás a tus hermanos en peligro. Él solo los está utilizando para atraerte, por el momento, no les hará daño. - ¿Estaría yendo por el camino correcto? Sí, seguro. Solo con poner un poco más de mi empeño, sería capaz de descubrir y ahuyentar sus temores.
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Mensaje por Invitado Dom Mayo 05, 2013 2:19 pm

Yo quería moverme, ¿por qué no nos movíamos? ¡Si no lo hacíamos Murphy se escaparía y se saldría con la suya! Si no nos movíamos, Afrodita y yo, yo y Afrodita, perdería a mi familia para siempre. La sola idea me llenaba de rabia y me hacía apretar los puños. No lo entendía. ¿Por qué no se movía! ¡Afrodita, tienes que entenderlo, si no avanzamos jamás llegaremos con ellos!

Ella no lo comprende, Alchemilla, porque no conoce a tu padre.

Esa reflexión me extrañó tanto que incluso apreté los labios inconscientemente. Era cierto, claro. Ningún adulto responsable me creía cuando decía que mi padre era un monstruo. Todos me llamaban loca a mí, ¡que era la única que tenía claro lo que ocurría! ¿Cómo si no, si vosotros me lo indicáis? Casi siempre tenéis razón.

¿Casi siempre? Mejor di siempre.

No, siempre no. A veces ellos me mostraban imágenes que no podían ser reales, bien lo sabía yo que no, de mis hermanos muertos. Yo sabía que estaban vivos con tanta firmeza como sabía que Robbie el conejo me odiaba y mi muñeca Scarlet era una de mis pocas posesiones. Lo notaba como notaba los fantasmas a mi alrededor, palpitantes y vi... bueno, vivos no, pero casi. Simplemente lo sabía. Y ellos no. Era tan sencillo como eso. Pero Afrodita sólo sabía lo que le contaba yo, no era una aliada de mi padre.

¿Estás segura, princesa?

Sí... ¡Sí, claro que sí! Si ella fuera del bando de Murphy, haría tiempo que mi hermana y yo estaríamos secuestradas juntas. Sería... raro. Las dos apresadas con grilletes, una reflejando el físico de la otra, inmóviles junto al pequeño Joshua. Casi podía verlo, pero veía con mucha más claridad lo que me apresaba a mí que lo que apresaba a Alessa. ¿Por qué ella estaba suelta? ¿Por qué caminaba hacia la hoguera? ¡Por qué, Alessa, te metes en el fuego y dejas que las llamas te devoren...!

¡Basta! Aparté esas imágenes de mi mente y me obligué a escuchar a Afrodita. Ella razonaba y pensaba bien, no podía ser amiga de mi padre aunque me impidiera correr tras él. Pero tenía razón. Mis hermanos eran lo primero, y mi venganza podría esperar, por mucho que doliera.

¿Estás segura? Puede que esta sea tu última oportunidad.

– Sí, tienes razón, claro. Tenemos que idear un plan. Hay que averiguar dónde los tiene y vigilarlo y después ¡pam! Atacaremos cuando menos se lo espere y mis hermanos estarán bien otra vez. Sí, sí, hay que protegerlos, ellos son lo más importante. – gorgojeé, alegre, e incluso di palmas de pura felicidad. ¡Los encontraría! ¡Y ella me ayudaría!

No te ilusiones, Alchemilla, al final siempre acabarás sufriendo.

Oh, ¡callad de una buena vez! Ella me apoyaba, y vosotros no. ¡Así no se puede, eh! No, desde luego que no. Miré a Afrodita, y después al camino donde veía el rastro de mi padre enfriarse poco a poco. No iba a seguirlo, eso lo había decidido con ella, pero ¿ni siquiera un poquito? A lo mejor lo encontraba por el camino y podía partirle el cuello y hacer que sufriera y que pagara por sus crímenes. Tragué saliva, inconscientemente, y sonreí de manera amarga. Me moría por matarlo. ¡Me moría por matar a mi padre!

Pero él lo merece. Y Afrodita no sabe de lo que es capaz... Si lo supiera, ¿te apoyaría?

Por supuesto que lo haría, ¡me había acompañado hasta allí! Si, después de eso, se iba, me decepcionaría. Y me enfadaría. Y cuando me enfadaba, hacía pagar a quienes lo habían conseguido con sangre. Con la mía mezclándose con la suya... Con golpes, mordiscos y arañazos. Sí, la venganza sabía casi tan rica como todo lo demás.

– Pero Afrodita, quiero ver si ha dejado alguna pista. Si lo ha hecho, podré ver dónde se esconde. Lo sé, lo sabré, tengo mis maneras... ¡Vamos, ven! – exclamé, y estiré de su brazo para que se diera por aludida. Inmediatamente después, la solté y salí impulsada hacia donde el rastro de mi padre se vio sustituido por el mío. Los encontraría. Sí, lo haría.
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Mensaje por Afrodita1 Lun Mayo 27, 2013 7:36 am

Las cosas no iban bien. Nada bien. Yo había intentado convencerla con todas mis fuerzas, lo prometo, pero ella tenía claro sus objetivos. Demasiado claro. Sus alucinaciones eran extremadamente reales y en aquel mundo su padre era alguien malvado, que mantenía prisioneros a sus hermanos. ¿Sería verdad? Bien podía resultar cierto, otra cosa sería que aquel suceso hubiese pasado muchos años atrás o que estuvieran en la otra punta del mundo. En ambos casos, la búsqueda de Alchemilla no daría fruto alguno, no importaba cuánto les buscara. Y, después de fallar una y otra vez durante años, acabaría desesperada.. No, ya estaba desesperada. Su locura, tal vez, tenía que ver con eso. La desesperación le carcomía la mente en forma de demonios a los que creía reales y hacía caso sin rechistar. Sus ojos me lo decían. Su mirada, esos momentos de silencio en los que parecía estar cavilando algo que ella consideraba importante. Dentro de su mente seguramente debatiría cada cosa que hacía o que yo le decía ¿Con quién lo estaría consultando? Por un momento, sólo un instante, desearía poder escuchar yo también esas voces y ver a sus demonios. Puede que perdiera algo de mi cordura (no demasiado extensa, todo sea dicho), pero valdría la pena si con ello podía enfrentarlos. Si manteniendo sólo un poco de mi mente, sana, los exterminaba de la mente enferma de Alchemilla. Sólo necesitaba demostrarle que no llevaban razón. Pruebas. Necesitaba pruebas contra ellos. ¿Qué clase de pruebas? ¿Cómo conseguirlas? Yo también me perdía en mis propios pensamientos, aunque muy diferentes a los de ella, mi conciencia intentaba encontrar la respuesta a todas mis preguntas.

Y la más urgente era cómo encontrar una forma de desviarla del camino peligroso, al mismo tiempo, dejando pistas que tranquilizaran su mente. No necesitaba ninguna decepción más. Era más que seguro que no encontraríamos a su padre, por mucho que siguiéramos ese “rastro” del que ella parecía estar muy segura, rastro que le llevaba directa a una calle concurrida. Una calle peligrosa para alguien como ella; frágil. Frágil, con una mente inestable. Preguntarme qué efecto tendría la gente en ella, en su cabeza, me asustaba. Ni cómo reaccionarían los demás ante su aspecto desaliñado y su mirada, que la delataban como alguien extraño y especial. En este caso, una rareza nada buena a ojos de los demás. Esa era mi prioridad, alejarla del mal camino. Y ya había agotado el recurso de la lógica. No funcionaba. ¡Algo hacía que no funcionara! Maldito fuera. Esa conciencia turbia, dañada por echos que ni podía llegar a imaginar. Ella era la culpable, la que seguramente la pondría segundo tras segundo en mi contra, y sólo dios sabía cuánto tiempo aguantaría sin pensar que yo era una amenaza. Por eso, no podía seguir insistiendo. Podía sonar estúpido, pero tenía que defenderme de ellos. De algo que ni siquiera existía.. Bien, ya empezaba a pensar con un toque demente. No tenía que asustarme. Tenía que estar tranquila, porque era la única manera de permanecer con ella y poder ayudarla; aunque sólo fuera un poco. Tenía que ponerme en su situación, cosa que parecía estar consiguiendo poco a poco. Una experiencia más a las aventuras que estaban transcurriendo para mi en París ¿No?.

[...]¡Vamos, ven!

Una vez más se me escapaba de entre los dedos, corriendo tras su ilusión hacia lo desconocido. Bueno, tal vez, no tan desconocido. Según me había informado la enfermera con más tiempo allí, Alchemilla se escapaba con bastante frecuencia. Había mencionado a su familia, decía, pero claro, nadie se había molestado en escucharla de verdad. Triste, pero cierto. Una realidad que se me hacía cada vez más presente. Nadie quería a los “locos”. Nadie quería intentar entenderlos, porque según los médicos no había cura posible. Estaban perdidos; una frase que había escuchado durante mis horas de trabajo más veces de las que me gustaría. ¡No! Claro que no, no estaban perdidos. Todo el mundo.. Puede que no todos, todos pero sí la mayoría, tenían salvación. Si la mente se había enturbiado para estas personas ¿Por qué no intentar limpiarla? Limpiarla de los demonios que los torturaban. Si habían podido entrar, también podrían salir. Creía firmemente en ello. Por eso, entre otras cosas, seguí a Alchemilla cómo si mi vida dependiera de ella. Que se escapara con tanta facilidad de mi, dado que no iba a sujetarla con fuerza, obviamente, resultaba molesto. Y peligroso. Muy peligroso. Temerosa de lo que pudiera encontrarse más allá de los muros del Psiquiátrico, me apresuré hasta ponerme a su nivel. - Alchemilla – Entre respiración y respiración susurré su nombre. Bien sabía que era una mentira piadosa, pero fingí estar agotada después de la pequeña carrera y, algo más.. - Alchemilla, lo siento, no puedo correr demasiado o enseguida me cuesta respirar.. - Inclinándome hacia delante y doblando ligeramente mi cuerpo, apoyé las manos en las rodillas. Exageraba mi respiración, como cuando de verdad había llegado a los límites de mi resistencia que, todo sea dicho, era bastante duro de roer. Podía correr durante horas, a un ritmo normal, hasta llegar a cansarme de verdad. Pero era necesario que Alchemilla no supiera eso. Era débil en muchas otras cosas, estaba acostumbrada a sentirme así, a sus ojos, lo sería en algo más. Alcé la vista para contemplarla por encima de mi cabello, esperando que esa pequeña estrategia hubiese dado resultado. Con ella, esperaba que en un futuro, si de verdad me tenía en cuenta, no echara a correr. No grandes distancias al menos. Tendría asegurado, entonces, que se quedara cerca de mi. Lo siguiente era..

- Alchemilla.. siento que por mi culpa puedas perder el rastro de tu padre – Me erguí lentamente, enfrentándola. Mi respiración poco a poco se volvía normal. Pero lentamente, calculando cuánto tiempo sería necesario mantenerla así para que resultara creíble. Y estaba segura de que ella era lista, no porque tuviera una mente perturbada significaba que fuera tonta. Todo lo contrario. Era estratega y muy espabilada cuando había sabido escaparse del hospital varias veces, rehuyendo a las enfermeras. Tomarla por deficiente mental sería un error garrafal. - Me gustaría compensarte por ello ¿Me dejarás? Ven, acércate, he pensado en algo.. - Con la mano le indiqué que se acercara, dando yo un pasito hacia delante también. Inclinándome, mi voz salió en un susurro, cómo si cuchicheáramos. - ¿Te gustaría ir de compras? Quiero decir.. No unas compras cualquieras, no. Creo que tus hermanos querrán verte bonita y arreglada. Y seguro que a tu padre le da mucha rabia si vuelve a aparecer y te ve bien y no desarreglada. Y la próxima vez que aparezca, te prometo que seguiremos su rastro cueste lo que cueste – Sonreí, con todos los músculos faciales posibles. - ¿Qué me dices? - Alcé el dedo meñique, instándola a cerrar la promesa. ¡Que te parezca bien, por favor! Eso sería simplemente perfecto. Si lograba quitarle esa horrible bata blanca, asearla y desenredar sus largos cabellos, podrías “perseguir” a su padre sin importar el qué.

Si para entonces la miraban, sería porque no podrían apartar los ojos de su belleza; estaba absolutamente convencida.
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Seré tu amiga, lo prometo. [Privado] Empty Re: Seré tu amiga, lo prometo. [Privado]

Mensaje por Invitado Mar Mayo 28, 2013 3:10 pm

Estás cerca, estás muy cerca, ¿lo ves? Sí, él te ve a ti, deja el rastro para que lo sigas, para que podáis enfrentaros y lo puedas matar...

Cada zancada apenas me costaba, pero al mismo tiempo miraba a mi alrededor para ver los detalles. Entre las hojas, sus huellas se habían marcado como el cuchillo se marcaba en la carne cuando cortabas. Como mis uñas dejaban un surco rojo en mi palidez a la altura de los brazos. Los demás no lo veían, pero yo sí. No, no sólo yo. Nosotros sí. Lo encontraríamos, y después sabría dónde se escondía y...

Espera, escucha a Afrodita, a tu fatigable compañera.

En cuanto ella habló, yo me detuve y recuperé el aliento que ni siquiera sabía que estaba a punto de perder. Me ardían los pulmones, y veía borroso, pero era un consuelo que a ella también. La carrera la estaba dejando tan mal como a mí, pero eso significaba que me seguía y que me ayudaría. ¿Veis? ¡Y vosotros insinuando que ella no quería ayudarme...! ¡Lo está haciendo, con todas sus fuerzas además!

Y ya no puede más. Se os va a enfriar el rastro. Elige: tu padre o Afrodita.

Me mordí el labio inferior mientras hablaba, pensativa. ¿Qué sería mejor, asegurar a mi compañera o el rastro de mi padre? Ella podría no volver a ayudarme, ahora que había decidido hacerlo, pero mi padre era malvado y volvería a atacar. Sí, lo conocía, lo haría tarde o temprano para torturarme, ¡como siempre había hecho! Su rastro volvería a aparecer, pero Afrodita no, y parecía tan cansada...

Eres débil, y una estúpida.

No. Ella era mi amiga, me lo había prometido. Y aunque yo no supiera qué era ser amiga de alguien, sí sabía que eso significaba que me ayudaría. Bien podía ayudarme otra vez. Mis hermanos seguirían vivos mientras mi padre quisiera que así fuera, y no creía que tuviera intenciones de matarlos aún. No cuando aún podía hacerme sufrir aún más. Y podía... Su capacidad no tenía límites siempre y cuando Alessa y Josh estuvieran bajo su control, y dado que aún no los había salvado de él, seguía pudiendo herirme. Herirnos.

Es un monstruo, Alchemilla, pero no es el único que se esconde en un bosque por la noche. Ten cuidado, no vaya a ser que también te rompan a ti como los van a romper a ellos, ¡a ellos!

Afrodita tenía razón, de nuevo. Teníamos que irnos. Aunque fuera de compras, cualquier cosa era buena para evitar que los lobos se nos comieran. No tenía matalobos a mano, ¡no!, y seríamos presa fácil. Y si no de ellos, seguro que Robbie enviaba su bandada de conejos asesinos a por nosotras para eliminarme aunque le hubiera hecho mi sacrificio de sangre. Sí, de compras. Eso serviría, creía.

– ¡De compras! Me parece bien. ¡Gracias, gracias! Eso enfadará mucho a Murphy. – asentí, sonreí y enganché mi meñique con el suyo. Era una promesa que solía hacer con Alessa, cuando estábamos juntas. Ah, Alessa, ¿dónde estaría...? ¿Dónde te tiene él atrapada, hermana?

Este no es momento para perderte en la melancolía, Alchemilla, tenéis que iros enseguida. Sabes que es por vuestro bien.

Sí, sí, tenéis razón, ¡como siempre! Vosotros sois tan buenos amigos... Solté mi agarre respecto a Afrodita y la miré a los ojos, con firmeza. ¿Lo entendería ella? ¿Sabría que teníamos que irnos del bosque porque, una vez mi padre se había ido, todo lo demás se convertiría en un grave peligro? No, creo que no. Pero podía explicárselo... Sí, claro que sí. Y ella me creería porque confiaba en mí y me ayudaría.

– Afrodita, tenemos que irnos de aquí. Sin mi padre, los monstruos no tienen control y nos atacarán. Y entonces sí que no podremos encontrarlos nunca... – afirmé, con expresión suplicante. Pero no suplicaría, no lo necesitaría. Al menos, no debería, sobre todo teniendo en cuenta que mis palabras eran ciertas y claras. Creíbles.

¿Tú crees? No parece muy convencida... Eso puede suponeros la muerte.

– ¿No escuchas a los lobos aullar, Afrodita? Y los conejos arañan los troncos de madera con sus garras, con los ojillos inyectados en sangre. Tenemos que irnos o seremos su cena. ¡No podemos seguir aquí! Tenemos que volver... tenemos que ir allí. Al loquero. Aunque yo no esté loca. ¡Los locos son ellos, no yo! Tú me crees, ¿verdad? – añadí, mirándola de nuevo y con los ojos muy abiertos.

¡Date prisa!

Ya voy, ¡ya voy! Y así era, Afrodita me hizo caso y pudimos emprender el camino de vuelta a aquel sitio. Otro día me escaparía... otro día que estuviera más segura. Pero aquella noche, a través del bosque, no era una opción. No si quería encontrarlo. No si quería seguir viva para poder encontrarlo. No si quería vengarme. Y eso era lo que más deseaba en todo el mundo.

Tu gozo en un pozo.

Pero ¿qué...? Cuando llegamos, vi que el lugar por el que habíamos salido ahora aparecía bloqueado. No era maleza, eran maderos y piedras que algo o alguien había puesto delante. Parecían parpadear cada vez que los miraba mucho rato, pero estaban ahí, ¡los veía con mis propios ojos! Me hacían querer arrancarlos con mis manos desnudas, pero Afrodita no lo permitiría.

– La entrada... ¡Ahora nos atraparán...! Tenemos que desbloquearla. – exclamé, y señalé al agujero que, por un momento, me había parecido ver libre... Qué curioso. Pero no, estaba tapado. Yo lo veía.
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Mensaje por Afrodita1 Dom Sep 01, 2013 3:41 pm

Tuve miedo. Sólo por un segundo, llegué a creer que Alchemilla continuaría sin importar que yo estuviera mal. En cuyo caso, tendría que haberla perseguido forzosamente, lo que habría dejado al descubierto mi pequeña mentira. Habría sido fatal para la futura amistad que tenía pensado conseguir de ella. Por suerte, sin embargo, al final se decantó por mi. A decir verdad no supe por qué lo hizo, pero me halagó. Después de todo, pararse significaba dejar atrás la supuesta pista de su padre en la que ella tenía puestas tantas esperanzas. Eso significaba algo. Significaba que empezaba a tenerme confianza. Ya no me vería como una simple enfermera más del hospital. Ahora sería Afrodita ¿Verdad? Sabía que ganarme su amistad no iba a ser nada fácil por lo que aquel pequeño gesto de verdad me llegó al fondo del corazón. Ligeramente emocionada, casi se me olvida seguir fingiendo el cansancio que en realidad no tenía. Hasta que, poco a poco y tranquilizándome porque volvía, ya podía ir recuperando el aliento que de verdad tenía en ese momento. ¿Y las compras? Bueno, temía haberme precipitado. ¿Recordaría a caso lo que significaba salir de compras? ¿Cuándo sería la última vez que lo habría hecho? Suponiendo que alguna vez hubiese tenido una salida de compras en condiciones. No lo sabía, tampoco me importaba más allá de lo que era curiosidad. Hubiese tenido una o no, yo le daría una nueva experiencia. Conmigo podría tener ratos de diversión fuera del hospital que también le ayudarían a liberarse un poco de sus demonios interiores. Estaría demasiado ocupada pensando en otras cosas. ¿No era ese, en parte, el problema? Estando allí encerrada un día tras otro, viendo cómo todo el mundo la trataba de loca. Al final, no era extraño que su locura se volviese real. ¿Por qué no? Después de todo, era lo que le decían los demás. No, eso no estaba bien. Alguien tenía que decirle que no era cierto, que no estaba loca. Que simplemente pensaba diferente a los demás, pero su cabeza permanecía en perfectas condiciones. ¿Qué importaban los demonios? Cada uno tenía que enfrentarse a sus propias pesadillas. La única diferencia, es que la mayoría se enfrenta a ellas en silencio. En sus sueños, tal vez, es cuándo toman forma. Para Alchemilla eran reales las veinticuatro horas y no tenía pudor alguno en decirlo a quién fuera. Por eso estaba loca. Esa era la triste realidad; no sólo de ella, de todos los que residían en aquel hospital.

Una vez asegurado el que no escaparía tras el rastro de su padre por si sola, corriendo el peligro de adentrarse en la ciudad dejándome atrás, hicimos el camino de vuelta con algo más de rapidez de la que me habría gustado. “Afrodita, tenemos que irnos de aquí. Sin mi padre, los monstruos no tienen control..” Había dicho, toda exaltada. Y, antes de darme cuenta, ya me agarraba de vuelta al hospital. Aunque aliviada de que quisiera volver por sus propios medios (Sí, debo admitir que le temí a la vuelta, pensando que tendría que regresarla a la fuerza), me producía una gran tristeza que pensara que cualquier tipo de monstruo vendría tras nosotras si no huíamos. Que no pudiera tener ni un segundo de tranquilidad de sus pesadillas. Ni un momento de paz, en el que no pensara en nada más que en si misma. En lo que le gustaría hacer. En si tenía hambre. En su propio estado de ánimo. ¿Cuándo sería la última vez que se habría puesto a pensar en ella misma sin que su padre, sus hermanos o sus demonios interfiriesen en su mente? Por no hablar de los sueños. No había manera de que tuviera un sueño alegre, cuándo la realidad era tan oscura. ¿Por qué yo no podía hacer nada? Deseaba poder borrar todo de su mente, todos sus recuerdos. Aún sonando cruel ¿Qué sentido tenía que continuara con aquello que la martirizaba de tal modo? Probablemente esa familia que tanto buscaba ya no existiría en este mundo y, en ese caso, estaba sufriendo en vano. Borrarlo todo era lo único que podría traer de vuelta a la muchacha alegre que, estaba segura, fue algún día. Por desgracia, ni yo ni nada en la tierra tenía semejante poder, por mucho que se deseara. Ya fuera un buen deseo o no, nunca se haría realidad.

[…]¡No podemos seguir aquí! Tenemos que volver... tenemos que ir allí. Al loquero. Aunque yo no esté loca. ¡Los locos son ellos, no yo! Tú me crees, ¿verdad?

¡Por supuesto que te creo, Alchemilla! Quise gritar, con toda la convicción del mundo, pero sólo fui capaz de asentir y apretar su mano, sin parar el paso veloz al que caminábamos. Aunque no estaba cansada físicamente, en cierto modo me había agotado en sobremanera este pequeño tiempo junto a ella. Mi cabeza era la que estaba agotada. Eso, que llevaba planeando durante tantas semanas, había resultado ser un éxito. Pero jamás pude imaginar que intimar con ella me calaría tan profundamente como lo estaba haciendo. Sus historias, sus demonios, estaban llegando a lo más profundo de mi corazón. Y con cada segundo que pasaba a su lado, más deseaba ayudarla a salir en cada una de sus búsquedas.

Paramos, de repente. Algo pareció bloquear a Alchemilla. Frente a la puerta por la que habíamos salido, en la parte trasera del edificio, algo parecía bloquear a la muchacha por completo. La miraba con los ojos desorbitados. “La entrada.. ¡Tenemos que desbloquearla!” ¿Cómo? No entendía nada. Una y otra vez miraba hacia el mismo lugar, en el que yo sólo era capaz de ver una puerta. Alchemilla, sin embargo, parecía ver mucho más. Frunciendo el ceño, respiré profundamente. Ya era el último tramo, no me dejaría vencer por esos malditos demonios de su mente. Bien, si ella decía que la puerta estaba bloqueada, pues es que estaba bloqueada. Y, por tanto, la desbloquearíamos. – No te preocupes, Alchemilla. No nos van a atrapar, estoy contigo. Ellos no pueden conmigo, ya te lo he dicho ¿No? Soy parte de este hospital y tengo más poder del que se piensan – Le guiñé un ojo y sonreí, queriendo hacer desaparecer la angustia de su rostro. Avancé y me situé justo frente a la puerta. Sólo esperaba que no hubiese nadie cerca, porque de ser así me metería en un buen lío. – ¡No sé quién eres, pero a partir de ahora te voy a estar vigilando, demonio! Deja de perseguir a Alchemilla, o te arrepentirás – Y sacando la llave que tenía en el bolsillo, la metí en la cerradura y accioné el engranaje que permitió abrir la puerta.

¿Lo habría conseguido? Por favor, que mis palabras hallan hecho mella en sus demonios; deseé.
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Mensaje por Invitado Sáb Sep 21, 2013 5:32 am

Ella era uno de los monstruos. ¡Ella era uno de los monstruos! Pero de los que se vestían con batas; ellos eran los peores, los que dirigían el hospital. Como Timeus. Pero él era el mayor monstruo de todos, y Afrodita era humana. Porque lo era, ¿verdad? ¡Pues claro, qué pregunta era esa, ella era humana porque se cansaba! Como todos, excepto yo. Bueno, yo también; en aquel momento me dolían las piernas, pero no podía desfallecer porque tenía que... oh.

¿Oh? ¿Sólo dices oh a que Afrodita haya abierto un camino donde tú no podías?

Sí, oh, ¿qué más se suponía que debía decir? Suficiente tenía con sospechar que era un monstruo, ¡y ella encima me estaba dando pruebas! Pero no podía serlo, ¿no? Todo apuntaba a que era humana, y me había tratado bien, al menos un rato antes de frenarme y evitar que alcanzara a mi padre y...

Tu padre también te trató bien al principio, a ti y a tus hermanos.

¡Sí, y el maldito monstruo luego los había secuestrado! Timeus no era el peor monstruo, lo era Murphy. Pero si se trataba de Murphy, entonces Afrodita no lo era, y aunque fuera un monstruo no podía ser el peor. Porque yo estaba aún medio convencida de que lo era, tenía que serlo porque eso explicaba que hubiéramos podido pasar, pero podía ser un monstruo bueno... ¿a lo mejor?

¡No seas estúpida, no existen los monstruos buenos!

¿Y vosotros qué sabéis, eh? Que porque sea un monstruo no tiene por qué querer destruirme a mí, ¡a lo mejor su enemigo era otro y por eso me ayudaba! A lo mejor ella creía que yo podía ayudarla. Yo eso podía entenderlo, las equivalencias siempre me habían parecido justas, muy muy justas.

Pero la justicia no existe, o de lo contrario tus hermanos seguirían contigo.

Yo haría que existiese, yo los recuperaría y mataría a mi padre y con eso me vengaría y todo volvería a estar bien. Y entonces podría ir de compras con Afrodita, que sólo quería ayudarme. Sí. Estaba convencida de que así era, o al menos eso creía. Podía no ser cierto, pero yo lo quería creer. Y algo me decía que tenía razón.

No la tienes.

¡No hablaba de vosotros...! Bah, da igual. La cuestión fue que la seguí por ese camino que nos llevó otra vez a mi prisión blanca y acolchada, tan blanda cuando querías golpearte contra algo que no podías, ¡no podías!, igual que tampoco creía que nadie fuera capaz de matar a ninguna de las enfermeras allí. Al menos, no con la camisa de fuerza y las malditas paredes blandas que nos rodeaban.

– No voy a ponérmela. – dije, señalando la camisa que estaba frente a mí, demasiado cerca para mi gusto. Era incómoda y me hacía daño, pero sobre todo me dejaba impotente, y no me gustaba sentirme impotente. No otra vez. Nunca volvería a serlo, jamás de los jamases, no, no y mil veces no. Definitivamente no. ¡Que no, no y no!

Mucho lo niegas, pero bien que has cedido...

– Ellos están enfadados contigo, dicen que me has obligado a abandonar el rastro de mi padre y a hacer lo que quieres y no lo que quiero yo y que eres un monstruo y que no debo confiar en ti y que... ¡basta! – casi vomité las palabras, y por el malestar que se me puso en el estómago lo llegué a creer un momento. Pero sólo fue un segundo. Luego me di cuenta de que debían de ser las náuseas o el hambre, una de las dos cosas o quizá las dos mezcladas.

¿Por qué se lo has dicho, eh? Ahora preguntará sobre nosotros, como lo hacen todos, y creerá ella también que estás loca...

¡Pero yo no estaba loca! Yo sólo tenía una misión que nadie más podría hacer por mí y que nadie entendería, porque nadie parecía querer a su familia como yo a la mía. Bueno, a todos salvo a mi padre, y quizá a mi madre pero porque ella ya no estaba y no recordaba bien su cara esa noche. Otras veces sí lo hacía. Era muy guapa y se parecía a Josh, un poco a Alessa y a mí pero nosotras siempre habíamos sido más parecidas a papá.

Lo has llamado papá... ¡Lo has llamado papá! Mira en lo que Afrodita te está convirtiendo.

– Te odian y quieren ponerme en tu contra, dicen que vas a conseguir que mi padre termine matándome como a mis hermanos y... ¡No! Ellos están vivos, vivos, vivos, vivos... – repetía la última palabra, la que lo cambiaba todo, una y otra vez, como si al hacerlo fuera más cierta, porque lo era. No iba a creerme lo contrario. No, ellos tenían que estar vivos, ni siquiera mi padre haría una cosa así...

Pero no fue tu padre, Alchemilla. Tú los mataste.

¡No! ¡Yo nunca haría algo así! Yo no... y me agaché sobre el suelo acolchado, me encogí sobre mí misma y me tapé los oídos para no oír sus voces culpándome de un crimen que sabía que no había cometido... ¿O sí?
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