Hum! visage de traître! Quand la bouche dit oui, le regard dit peut- être [Anastasia]

Aquella hermosa tarde primaveral comenzaba a morir para dar paso a un tibio y rojo crepúsculo. Renata había pasado el día entero en idas y venidas por los bancos más importantes de la ciudad detrás de algunos papeleos que tenía pendientes desde hacía ya mucho tiempo, pues luego de su desafortunado divorcio, había dejado que el trabajo se le acumulara, ya que no le apetecía salir y mucho menos enfrentarse a su obligaciones con la sociedad. Al fin, aquella mañana, la excusa de ir de compras y visitar a su modista no le dejó más opción que terminar de una vez con eso. Era una de las partes que más detestaba: ser parte de la realeza acarreaba millones de obligaciones, y aunque siempre había querido delegar el aburrido trabajo burocrático a alguien, se había dado cuenta que no confiaba lo suficiente en nadie como para ello. Aprovechando la ocasión, se reunió con unas cuanrtas de sus más allegadas amigas en un elegante restaurant del centro parisino para ponerse al día con los chismes de las últimas fiestas de la alta sociedad y otras fruslerías. Estaba radiante, ya que la buena compañía y y el alcohol comenzaban a surtir efecto. Sonreía sin parar mientras pensaba lo tonta que era dejando que la culpa y la tristeza tomaran el control de su vida.
Con el correr de las horas las jóvenes comenzaron a marcharse una a una, hasta que al fin Renata se quedó sola. Observó con curiosidad a su alrededor; algunas parejas comían en silencio en el enorme salón, apenas alumbradas en los rincones, mientras en el centro de la estancia, alumbrado exquisitamente con unas gigantescas arañas de cristal que colgaban desde lo alto del techo, habían algunas familias cenando. Al final del salón un pequeño trío tocaba una melodía que invitaba al baile. Los murmullos eran cada vez menos audibles, y algunas personas se habían animado desprenderse del asiento para bailar, haciendo a un lado las mesas. Renata pidió otra botella de vino y se acomodó en la silla. No deseaba irse a casa, pues la noche se veía bastante prometedora, y la dulzura de la bebida parecía prometerlo con más seguridad todavía.
Su mente divagó algunos segundos, hasta que el sirviente se acercó a la mesa con la botella. Mientras la destapaba -con admirable agilidad- la joven recorrió con su mirada cada uno de sus detalles. El joven se percató de inmediato y le sonrió con nerviosismo. Mientras llenaba la ancha copa que la joven condesa sostenía en la mano sus miradas se cruzaron y ella pudo percibir como su corazón latía con más fuerza. Dejó la copa sobre la mesa y le hizo un gesto al chico para que se acercara un poco más. Sacó algunos billetes que llevaba en un pequeño rollo y mientras le guiñaba un ojo se los colocó en el bolsillo superior de su camisa.
Bebió un sorbo, mientras con un dedo seguía el ritmo de la música con suaves golpecitos sobre la mesa. El calor del vino la recorrió como un rayo, desde los labios hasta las entrañas, inflamándola con una loca sensación de placer. De pronto sus ojos se posaron en la infernal melena pelirroja de una joven mujer que acababa de entrar; imposible no mirarla, pues era increíblemente sensual. Quizá no estaba en su mejor momento para ponerse a debatir contra sus impulsos, y sus impulsos le pedían a gritos que buscara su compañía, así que se levantó (aún podía caminar sin necesidad de agarrarse de los objetos) y se dirigió a la barra donde la pelirroja acababa de tomar asiento. Aunque no era la reina de la discreción, jamás en su vida sentía tal necesidad de abalanzarse sobre los extraños. Sin embargo parecía que en aquel momento hablar con la joven no era tan mala idea. Al fin y al cabo ambas estaban solas -o al menos eso creía ella- y compartir la costosa bebida que había pedido le parecía una idea fantástica.

-Bonne nuit mademoiselle- dijo sonriendo mientras se inclinaba -Mi nombre es Renata, ¿Le apetece tomar una copa conmigo?- añadió casi sin respirar.

Le costaba creer que fuera capaz de invitar a una desconocida, pero tenía una corazonada y la soledad ya no era una compañía grata.