Dicen que beber junto a alguien quita el dolor | Privado |

22:30 PM.

Suspiró. Gotas de sudor recaían a través de su frente en dirección desconocida. Se encontraba sentado (o, más bien, inclinado), sobre su silla predilecta. "La silla pensadora", la llamaba él. Lugar donde recorría los parajes más íntimos de su mente. Allí se estresaba, sonreía, pensaba, reía, lloraba. Era una especie de terapia. Lograba encontrarse con su interior en plena confianza. No había nadie que le molestara, salvo su conciencia. No había nadie que le impidiera escribir con la pluma sobre su pergamino, salvo por los calambres. Nadie le escuchaba, porque lo único que salían de sus labios eran improperios. Llevaba meses sin inspiración y aquello le estaba jugando una mala pasada.

Lanzó la pluma sobre una de las ventanillas de su acogedor departamento provocando que se trizara. No le importó. ¿De qué le serviría si nunca llegaba nadie a casa? Se puso de pie, tomó una de sus chaquetas (sin estimar de cuál se trataba) y cerró la puerta, visiblemente molesto.

Caminó a través de las concurridas calles parisinas. Era de noche, pero la gente parecía realizar sus últimas compras. Suspiró. Posó ambas manos en el interior de su chaqueta y dio zancadas despreocupadamente. Su mirada color azabache recorría los rostros de sus prójimos. ¿Cuántos de ellos eran vampiros o licántropos?, era una duda que le seducía y anhelaba comprobar por sí mismo, pero en otro momento. Esa noche gozaría de alcohol en monumentales cantidades.

Se adentró en el lugar. Sentía las miradas curiosas que recorrían su fornido cuerpo. Muchos no entendían cómo detrás de ese cuerpo cubierto por músculos existía un escritor detrás. Él no era una persona que se dejaba estereotipizar. Muy por el contrario, rompía esquemas y contextos. Notó que varios le saludaban. Seguro y sabían de sus hobras. Con el correr de los años estaba adquiriendo mayor fama independiente que la cantidad de sus escritos fuesen patéticos (según él).

Tomó asiento a un costado. No planeaba una visita de cortesía y socialmente imponente. Muy por el contrario, mientras más intimidad, mejor. Desabrochó su chaqueta y la dejó a un costado. Fue un momento apacible. Su mirada oscura como el carbón con una leve aurora recorrió el lugar; era muy concurrido. Y sin más, suspiró, entregado a su fortuna. Si alguien le acompañaba, no se iba a negar. Anhelaba compañía.

Alcohol, aquel licor quien desata en los humanos aquel libido, aquel deseo incontrolable, aquellas sensaciones en donde la realidad lentamente se confunde con su propia fantasía, en donde aquella bebida desata los instintos mas grotescos de aquellos seres, en donde su sangre se sulfura, su ser cambia completamente, transformándoles en quien no son, llevándoles sin que ellos mismos deseasen a su propio fin, buscando inconscientemente su propia muerte, convirtiéndoles automáticamente en lo que a ella le encantaba, en lo que a ella le fascinaba, donde el beber su sangre le llevaba al desenfreno.

Así fue como aquella noche salió de sus aposentos como cualquier otra noche, observando con la mirada aquellas personas quien morbosamente le observaban, observando, olfateando, simplemente buscando con todos sus sentidos lo que para aquella muchacha era algo vital, era lo más básico de su existencia, correspondiendo esto a su dependencia de aquel brebaje vital para los que no eran como ella, la sangre.

Camino y camino, deambulo casi pareciendo un muerto en vida, cosa curiosa ya que lo era aunque no lo pareciera, llevándole paso a paso al lugar en donde cada noche esperaba con tranquilidad a su próxima víctima, llevándole casi con inconsciencia sus pies hasta aquel lugar donde los hombres salían con su libido en un punto crítico, encontrándose frente a ellos aquella imagen de muchacha tierna y suave, lo cual provocaba que su sangre hirviese cosa que a la muchacha le agradaba, teniendo por demás presente que cada noche en aquel lugar era lo que buscaba, sin embargo aquella noche como nunca antes decidió entrar, queriendo directamente observar como todo en su interior se desarrollaba, teniendo bastante presente que seguramente aquellos jóvenes cortesanos se le acercarían por una noche en donde la lujuria abundase y el dinero les acompase, sabiendo además que la muchacha de ojos color avellana rechazaría, provocando tras esto que simpleza se adentrase hasta aquel lugar, llevando sobre su fino cuerpo aquella capa quien ocultaba su piel tan blanca como la nieve y le protegía de aquella tenue luz.

Una copa de vino se posaba sobre sus manos, quien con elegancia de paseaba desde la mesa hasta sus labios color cereza, provocando que con aquella llamativa gracia natural las miradas de aquel lugar se posaran sobre ella, comenzando a sonreir de forma dulce, simplemente para no ser grosera, o más aun, para atraer alguna victima de lo que aquella noche haría, sin embargo con lentitud sus ojos se posaron sobre una persona, quien estaba casi ignorante a su presencia, casi inserto en sus pensamientos, casi fuera de este mundo, lo cual extrañamente llamo su atención, decidiendo acercarse a este para sentarse frente a el observando con detenimiento sus facciones, apoyando su mentón sobre su mano quien segundos antes apoyo sobre aquella mesa murmurando tras esto de forma suave al contrario aquellas palabras que esperaban trajeran a la realidad al muchacho- Aburrido o sumido en líos de amor