Dicen que cada cual, tiene sus manías {Privado}

por **Shoshana Levallois** Lun Dic 12, 2011 7:19 am

La luna, grande y reluciente, que parecía burlarse de los débiles seres que se encontraban bajo ella, realizando todo tipo de tareas mientras ella, vistosa, alegre y hermosa, los observaba impasible, se dejaba entrever entre las nubes que cubrían el cielo nocturno de la ciudad parisina aquel frío día de otoño.
Ella. Aquella joven bruja que siempre se encontraba rodeada de problemas de cualquier tipo, se encontraba caminando entre el frondoso bosque que allí se vislumbraba gracias a la luz lunar, esquivando las ramas que crecían de los enormes árboles, con grandes troncos, pero sin hojas, las cuales, todas, desde colores anaranjados hasta las más marrones y oscuras, se encontraban mojadas por la humedad del ambiente tiradas en el suelo dificultando en paso de los que por allí realizaban su camino, haciendo mucho más fácil el hecho de resbalarse y aumentando el tiempo de llegada al destino final.

Caminaba despacio, con precaución ante las hojas y atravesando las molestas ramas que se interponían en su camino mientras las apartaba como podía con su mano libre, ya que en la otra le podía observar unos trapos viejos y desgastados, que tiempo después utilizaría de ropa limpia.
Era el momento ideal para lavarse entera sin que nadie la molestara. Los paisanos no andarían por allí a esas horas de la noche y la luna se encontraba en estado menguante, haciendo que los seres lobunos no pudieran molestarla... A diferencia de los chupasangres. Desde luego que los temía, sin embargo se tenía que arriesgar y el simple hecho de tenerles miedo comenzaba a hacerla enfadar con creces y a comenzar a ser más impulsiva respecto a ese tema y más pasiva, si eso era posible en su forma de ser, con lo cual, poco le importaba en aquellos momentos la aparición de un ser de la noche debido a su mal humor por ese mismo hecho.
Un resbalón la hizo perder el equilibrio y caer al suelo, provocando en su mano otra pequeña, sangrienta y molesta herida que más tarde tendría que curar de alguna forma y también hizo mella en su mal humor aquella noche. No había conseguido nada de comer, y se encontraba cansada, pero por lo menos, aquella noche se sentiría medianamente limpia, pero desde luego mucho más de lo normal. Había conseguido robar una pequeña pastilla de jabón, la cual había partido en pequeños trozos para que la duraran en mayor tiempo posible, para alegría de su cuerpo. Algo era algo.

Llegó al lago de las afueras de París y dejó la ropa que tenía limpia de la semana pasada, colgada encima de una rama y la toalla, que a penas conseguía cubrir una pequeña parte de su cuerpo, la dejó cerca de la orilla en una roca donde la cual, le gustaba sentarse a pensar cuando se encontraba sola, y comenzó a quitarse los harapos que llevaba aquel día dejándolos al lado de la ropa limpia, en otra rama, ya que luego le tocaría limpiar esa muda para poderla utilizar en otro momento y tenerla limpia.
Se metió en el lago, notando como su cuerpo se contraía debido a lo gélida que se encontraba su temperatura y se sumergió en ella a toda velocidad, al igual que comenzó a enjabonarse entera, aunque con el cabello tardó algo más, al tenerlo tan largo y necesitar desenredarlo lo máximo posible. Se aclaró entera, notando como comenzaba a temblar debilmente y sus labios se volvían de color morado y sus mejillas de color rosado que resaltaban en un blanca piel. Salió del agua y se tapó con la toalla, intentando secarse lo más rápido que podía, y luego fue directamente hacia la ropa limpia, vistiéndose y dejando caer su pelo mojado por su espalda. Como siempre la ocurría, de tan rápido que se intentaba secar, su ropa limpia en aquellos momentos se encontraba bastante empapada, haciéndola mal decir por lo bajo.

por **C. Lazarus Morrigan** Jue Dic 15, 2011 6:07 pm

Nocturna, hora azul, hora de la melancolía, hora de reflexión para el alma. Con tu manto de sobras y estrellas envuelves a los hombres, y los obligas con tu oscuridad a huir a sus hogares.
Nocturna, última estancia de la luz escasa.

“-Toma ésto -Dijo tendiéndole el cigarro, el cual miro extrañado. -Te largas, lo aprovechas, paseas y te piensas bien mi consejo...”

Eso era lo que le había dicho el joven padre “Antoine”, justo antes de que abandonase su Iglesia y comenzará a caminar sin rumbo. Hacía bastante frío, el invierno estaba a la vuelta de la esquina, y las calles parecían ser más largas que durante el día. Ajustándose el oscuro abrigo, dejaba atrás los paisajes, en un paseo silencio.

“-Ha pasado casi un año, y aun no has renovado tus “votos sacerdotales”. Tienes aun la oportunidad de hacerlo, antes de que “ellos” lo sepan. Sino ya sabes lo que te espera. -Antoine encendía las velas junto a las hornacinas. -En Irlanda creen que has renovado tus votos aquí, y aquí creen que los has renovados en tu tierra. Algunos sabemos la verdad, que no has venido porque te necesitáramos, que no estas ejerciendo tus funciones. Te conocemos bien, y por ello cubrimos tus andanzas. Pero, ¿por qué? Continuas con tu labor inquisidora, sigues cazando demonios, pero ya no respondes ante nadie, ni recibes a pupilos. ¿Cuáles son tus asuntos?

-No te conciernen. -Contesto secamente Lazarus, el cual jugaba con una de las velas apagadas en uno de los bancos.

-Al menos sigue mi consejo, si no tienes pensado aun “renovar”, si lo que tienes son dudas. Acoge al menos a pupilos, finge ejercer la función que te fue encomendada en tu tierra. Sigue transmitiendo lo que sabes, al menos a uno. Ya que si no es por tus medios, poco podremos seguir encubriéndose.

Lazarus suspiró mientras se levantaba del banco."

Aun continuaba pensando en aquello que le había dicho apenas unas horas, de repente se detuvo. El paisaje había cambiado por completo, vegetación moderada rodeaba al famoso lago que durante el día era visitado por niños y damas en sus excursiones campestres.
“Tosca” olfateaba por doquier con la curiosidad innata de su especie ante un lugar nuevo, luego ladrando salió corriendo desapareciendo en la oscuridad, seguro dispuesta a perseguir a alguna alimaña.

Cahir Lazarus, había encendido el cigarro hacía rato, él no fumaba, es más no le gustaba el sabor de aquel tabaco barato, hubiese preferido aquellos caros puros que le regalaban a su padre, cuando llevaba aquella vida acomodada, pero no iba a desaprovechar aquel cigarro. Aunque era mal visto que un clérigo fumase, el padre Antoine arrastraba ese vicio desde antes de ingresar en el seminarios, no sabía de donde sacaba los cigarros pero si sabía que los consumía a escondidas. Por ello había que valorar tan escaso detalle, ya que seguro le había costado bastante conseguirlo.

“-Toma ésto -Dijo tendiéndole el cigarro, el cual miro extrañado. -Te largas, lo aprovechas, paseas y te piensas bien mi consejo...”

De nuevo recordó como lo había “echado” de su encierro involuntario. Había llegado a París por un simple motivo, tenía dudas, ¿lo estaban haciendo bien los inquisidores? Aquella criaturas carecían de alma humana... Él había visto en los ojos de “cierta” persona, en demasiados años un alma humana, el arrepentimiento, y luego esos ojos había resultado ser los de una de esas miles de criaturas que había matado. ¿Tan fácil había sido engañado? ¿O todos se equivocaban?

Los ladridos de la perra le hicieron despertar de su ensueño, Lazarus tiró el apagado cigarro y corrió a ver que el ocurría a la perra, ya que sus ladridos parecían de alerta.
“Tosca” gimoteaba y se revolcaba con la hierba de manera juguetona para llamar la atención a una chica, que a pesar de llevar ropa seca, estaba empapada. ¿Qué haría a esas horas de la noche en aquel lugar? ¿Estaría herida?
Como siempre hizo su examen rápido, era humana. Un alivio, no tenía ganas de iniciar disputa.

-Disculpe, señorita. -Dijo con cortesía, tras llamar a la perra, la cual, ignoró a su dueño, ya que tenía algo más entretenido que hacer. “Tiene más pinta de haberse escapado de casa o algo similar, que otra cosa”. Pensó.

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