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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Julius/Maximus Gaffigan Vie Jul 27, 2012 4:45 am

“Esta ya. Esta ya. Esta ya.” Se detuvo un segundo y entrecerró los ojos. ¿Cómo se suponía que iba a recordar en cuál de todas esas mansiones ya se había metido a (tos) robar? En su opinión – si alguien le preguntaba y, aunque no – todas parecían exactamente iguales. Ladeó la cabeza y se quedó mirando fijamente al balcón de la residencia que tenía enfrente. Se pasó una mano por el cabello. Siguió observando. Mordió la manzana – la segunda – que había llevado consigo para el camino. Siguió observando. Desvió la mirada hacia la derecha y luego a la izquierda. Dijo algo entre dientes antes de volver a dar otro mordisco. ¿Qué bruto había decidido construir mansiones, peor, balcones casi idénticos? ¿Es que ya nadie se preocupaba por los pobres individuos que como él, tenían que ‘tomar prestado’ algo de valor e ‘intercambiarlo’ por unas cuantas monedas en la tienda de antigüedades para comer? “No” Se respondió con un suspiro. “Nadie lo hace.” A punto estuvo de centrar su atención – de nuevo – en la mansión que se encontraba a oscuras cuando apareció un pequeño gato. Julius volvió a entrecerrar los ojos, solo que esta vez era para enfocar mejor al intruso. Frenó su mano justo cuando la manzana se acercaba a su boca. No. No podía ser. El minino maulló, como si se estuviese burlando en su cara – en realidad lo estaba haciendo – antes de desaparecer por la ventana entreabierta del balcón. ¿Qué había dicho su hermano? “La próxima vez que Maximus se vea en problemas, te haré responsable” Casi se obliga a mirar hacia atrás. Juraría que la voz de su gemelo sonaba demasiado estridente en su mente para ser solo una rebobinación. Calibró sus opciones. ¿Qué posibilidades había de que ese gatito, que se parecía alarmantemente mucho a su sobrino, fuera otro gatito? ¿No decían que de noche todos los gatos eran negros? Ahora podía aplicar eso, ¿cierto? Y… ¿desde cuándo se preocupaba por lo que dijera su hermano? “No es Lucius quien te preocupa, es la bruja de tu cuñada”. Sonnenschein – lo sé, que feo nombre – había sido bastante clara con sus amenazas, todas incluían que su hijo no abandonara su cama para ir con su tío favorito - ¿qué importa si soy el único? Aún con miles lo sería – en sus misiones nocturnas.

Lo estrangularía – después de sacarlo de donde sea que se hubiera metido –. Solo después de eso lo felicitaría. Había sido él quien le había mostrado como transformarse. Por primera vez en toda su aburrida vida, su gemelo había hecho bien algo. Su sangre había liderado sobre la de su esposa, quien pertenecía a una familia de brujos. Quizás debía alentarlos a que hicieran otro. Maldita sea. Casi – aun no estoy tan loco – esperaba tener uno propio. Era una lástima – no lo era – que eso significara comprometerse. La simple idea de atarse a alguien hacía que las amenazas de su cuñada sonasen como cumplidos. Dejó escapar el aire de los pulmones mientras miraba fijamente la ventana. Maximus estaba jugando. Había sacado (tos) su sentido del humor. No es que él se lo impusiera y/o enseñara. Así que no esperó ver al minino salir de su escondite. Bien. Podía hacerlo. Mataría dos pájaros de un tiro. Pero primero, terminaría la manzana. Luego entraría. Robaría algo que brillara. Recuperaría al gatito. Saldría como alma que lleva al diablo en dirección a casa y acostaría – tras decirle (tos) regañar a Maximus, para que no dijera nada sobre dónde habían estado – a su sobrino. Era un plan perfecto. Simple. Fácil. ¿Qué podría fallar? Tiró el corazón de la manzana tras su hombro. Se limpió la mano sobre el pantalón y buscó su mejor opción para subir hasta el balcón. Siempre que se metía a robar, prefería hacerlo como un gato, pero ahora que debía cargar con su sobrino, era mejor tener las manos libres. Lo último que necesitaba era que éste se escapara a otra de las muchas residencias que estaban en esa zona. Eran pasadas la media noche, así que no había por qué preocuparse por posibles espectadores. Además, la mansión que había elegido Maximus para esconderse estaba – ahora – a oscuras. Echó un vistazo a los lados y comenzó su arduo trabajo. Quién dijera que allanar mansiones era fácil era porque nunca lo había intentado.
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Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Sáb Ago 18, 2012 1:56 am

¿Cómo había dejado convencerse de organizar una tertulia en su residencia? No sabía. La insistencia de su abuela y la sutil amenaza de visitarla, que luego se hizo una triste realidad, fueron los condimentos que hicieron mella en su férrea convicción de “no”, que terminó siendo un sí susurrado. Podía negociar con cientos de hombres de experiencia y diversa nacionalidad que jamás se avendría a sus propuestas si éstas no la satisfacían, sin embargo, los mandatos de la mandamás de los Destutt de Tracy rechinaban en sus oídos hasta ensordecerla. La anciana era una mujer imposible, que conservaba su postura erguida –a pesar de su escasa estatura y de sus más de setenta años-, su mentón en alto, su belleza intacta, su tono de voz autoritario, la mirada perspicaz y la mueca amargada en la boca, nadie lo decía, pero Bárbara y ella no sólo se asemejaban por ser bajas, y la joven, aunque le costase aceptarlo, en lo profundo de su inconsciente, sabía que tenía más en común con Leonor Destutt de Tracy que la altura. Verlas juntas, ambas midiendo un metro cincuenta y cinco centímetros, de cabello abundante, aunque en una primaban las canas y en la otra el castaño oscuro, era lo más parecido a ver a un general prusiano ordenando a su ejército, la misma pose y la misma mirada. Más de un sirviente tembló ante la perspectiva, a pesar de saber que Bárbara era alguien amable, creyeron que la idea de tener a esas dos, sería contraproducente, pero descubrieron que la naturaleza relativamente condescendiente con el personal doméstico, era algo de familia. Tanto Leonor como su nieta, trataban con deferencia –aunque eso no significa que no exigieran disciplina- a todos.

La muchacha conocía sus limitaciones, a pesar de nunca hacerlas evidentes, y tenía en claro que el profundo respeto que profesaba por su abuela, tenía un límite muy fino, que rozaba el temor. El autoritarismo y la tiranía con que la habían criado, la habían arrastrado hacia ese abismo del cual había logrado escapar cuando, en parte, se vio obligada a separarse del seno de su familia paterna para ir a vivir a la casa de su difunto esposo, sin embargo, esa independencia de la que se había jactado se esfumaba con cada segundo que Leonor pasaba allí. Pero el tiempo cambia a las personas, las circunstancias también lo hacen, y cuando Bárbara tuvo pleno entendimiento de que ese era su hogar y que allí se hacía lo que ella decía, tuvo el valor para enfrentar a la anciana. “Disculpe, abuela, pero no cambiará nada de lugar. Aquí vivo yo”, se animó a decirle, y a pesar de lo gélido de los ojos grises que se clavaron en los celestes suyos, no se amilanó, y a continuación, el gesto adusto se suavizó, recibió un asentimiento de cabeza y las palabras que lo siguieron la dejaron pasmada por el resto de la jornada “Muy bien, Bárbara, he hecho un gran trabajo contigo. Así me gusta. Tu mandas aquí”, y tras la desconcertante oración, dio media vuelta y se dirigió a su dormitorio. Los años junto a esa mujer, le habían enseñado que jamás hacía un cumplido por mera hipocresía. Sofocó una sonrisa de auto complacencia, no por no querer hacerlo, si no, porque sus comisuras parecían tener vida propia y raramente lograban elevarse.

Los diez días de preparativos fueron más que suficientes, la tertulia fue un éxito. Hasta el mismísimo Napoleón junto a Josefina se dignaron a hacerse presentes. Era toda una novedad que la viuda de Turner abriera sus puertas al público tras dos años de completo ostracismo. Las Destutt de Tracy lucieron espléndidas, la más vieja ataviada en un maravilloso vestido de verde petróleo, que resaltaba en su piel nívea y le daba un aire juvenil que no la hacían tocar el ridículo, y la anfitriona, siempre de negro, había optado por un diseño primaveral, que realzaba sus atributos, aunque siempre disimulados por el color y por la mantilla que le cubría los hombros. Fue una gran velada, donde se hicieron migas y se divirtieron en un clima distendido, y a pesar de que muchos esperaban, nadie encontró ninguna actitud sospechosa que delatara si la enigmática viuda tenía un amante. Cuando todos se hubieron retirado, Bárbara cayó en la cuenta de que tenía muchos asuntos pendientes por resolver, inversiones, pagos, compras, y a pesar del cansancio de los mil demonios que le azotaba el cuerpo –y el humor-, decidió finiquitar algunos asuntos. Eran alrededor de las diez y tras pedir que le llevaran un aperitivo a su despacho, se encerró en él con la tenue luz de una vela, una copa de brandy y una pila de papeles que revisar. Allí se sentía ella misma, no le cabían dudas de que con sus pro y sus contras, era la mujer que quería ser, o la mejor versión que había podido crear de ella.
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Mensaje por Julius/Maximus Gaffigan Mar Dic 25, 2012 11:09 pm

Se frotó las manos cuando finalmente estuvo parado dentro de la habitación, como si no pudiera esperar por empezar a buscar algo de valor en los cajones. En realidad, debía enumerar de nuevo sus prioridades. Sonrió con malicia. Comer siempre era la primera, después de todo no robaba para acumular riquezas. “De acuerdo. De acuerdo.” Se dijo a sí mismo de nuevo. “Primero encontraré a Maximus.” Suspiró exageradamente y, finalmente, obligó a su mirada detenerse sobre la cama. Desde que había entrado, había estado observando los burós y el tocador en busca de algo llamativo. En verdad no tenía sentido del peligro. Irónico o no, esa era uno de sus muchas habilidades como felino aunque, - frunció el ceño – raras veces funcionaba como debía. Lucius decía que su radar simplemente estaba descompuesto. Si le avisaba, él nunca lo presentía hasta que se encontraba nadando en un fango de problemas. Quizás, ¡su gemelo si era sabio! Lo primero que su mente registró fue que nadie estaba acostado en la cama. Bueno. Nadie era relativo si hablabas de humanos. Maximus alzó su pequeña cabeza desde la almohada donde estaba enrollado. Al parecer, se había aburrido de esperar por él y había decidido acomodarse en las suaves sábanas. Julius le lanzó una mirada poco amistosa aunque, ¿por qué lo intentaba? No lo sabía. Nada amedrentaba a su sobrino. No a menos que fuese su aterradora madre. Suprimió un escalofrío ante ese recordatorio. – Quédate donde estás. Yo iré a revisar los cajones. Habló en un susurro. Podía oler las esencias de cada uno de los habitantes en la mansión. Lo último que necesitaban era que alguien les encontrara. Maximus bostezó y eso lo tranquilizó. Mejor si se dormía. Rodeó la cama sin apartar la mirada del gatito. Este simplemente se enrolló. Más confiado, puso manos a la obra. Abrió el primer cajón que encontró y lo cerró con la misma rapidez. Los libros nunca habían sido de su interés. Ni siquiera sabía leer y, ¿quién podría querer un diario? Seguramente no le daría para comer si es que daban algún franco.

- Sin suerte en este… Mientras hablaba, volvió la cabeza a la cama y… cajón. Se dio un golpe en la cabeza con el borde de la cama – adrede -. No iba a hacerse daño, realmente era suave. ¿Por qué no tenia uno como ese en casa? Maldijo entre dientes sin levantar la cabeza. Si lo hacía, lo escucharían. Maximus no estaba. ¿Por qué había creído su actuación? Él nunca se dormía temprano desde que las noches se las pasaba escapando para tener sus propias aventuras, ¡con él! ¿Esperaba que su sobrino fuese considerado? Miró el otro buró con nostalgia, como si dejase ir su tesoro. Quizás lo estaba haciendo. Un halo de luz se coló por la puerta y entonces supo que su sobrino se había adentrado a los pasillos de la mansión. ¿Había estado abierta antes? No había puesto la atención adecuada. Maximus solo estaba esperándolo para que le viera profundizar en los rincones de ese laberintico lugar. Habiendo entrado en otras mansiones, sabía que era fácil perderse en ellas la primera vez. Él podría seguir el olor de su sobrino pero eso no significaba que sería fácil. El gatito estaba jugando y no medía las consecuencias de sus actos. Solo esperaba que no entrara en una de las habitaciones ocupadas por humanos. La última vez, uno de ellos había querido adoptarlo. Él lo habría dejado un par de noches solo como diversión pero era consciente de que sus padres no encontrarían nada gracioso esa decisión. Abrió la puerta solo un poco para escabullirse por ella. No había moros en la costa, así que anduvo por el pasillo, buscando cualquier posible indicio de dónde se había metido el gatito. Esta vez si que lo mataría, se prometió. Escuchó, con un encogimiento de hombros, como un cristal era roto. Un vaso seguramente. ¿La cocina? Bueno, si nadie – además de él (debía ser positivo) – había escuchado el sonido, podría sacar provecho de la situación. Su estomago gruñó. La manzana no le era suficiente. Además, los ricos siempre tenían mejores alimentos. Ahora, ¿dónde quedaba ese paraíso?
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Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Jue Dic 27, 2012 12:17 pm

Demasiado agotada para continuar, se levantó de su silla y ordenó cada papel en su lugar y cada libro en su estante correspondiente. Realizó cada acto con minuciosidad, a pesar del cansancio, de sentir los párpados pesados y las piernas hinchadas. Sopló la vela que descansaba sobre el escritorio y apagó el farol antes de salir de la habitación que quedó en penumbras. Aprovechó que todo el personal dormía —lo cual indicaba que ya era muy tarde — y se quitó los zapatos, y caminó descalza el trayecto hasta las escaleras. Arriba escuchó un ruido, como si algo pequeño hubiera rebotado en el piso, y se quedó quieta, agarrada de la baranda y con un pie en el primer escalón. El sonido desapareció y fue tan fugaz que se lo terminó atribuyendo a su imaginación, de todas formas, mantuvo la cautela y subió despacio. Casi como un acto reflejo, tenía su zapato en alto, dispuesta a lanzárselo al primer objeto en movimiento que se cruzara en su camino. Y así fue. Al llegar al primer piso, pudo distinguir una diminuta sombra que se paseaba por allí, y lanzó el calzado, que dio de lleno en la figura, que emitió un quejido y quedó tiesa. Bárbara apuró el paso y cayó de rodillas ante el espectáculo. Un gato pequeño, un asqueroso gato pequeño, yacía ¿muerto? sobre su hermoso tapiz indio, llenándolo de pelo. Detestaba esos animales, su ronroneo la ensordecía y su pelaje le daba alergia. Contuvo la respiración y con una mueca de asco acercó sus dedos al animal, que ante el contacto salió huyendo despavorido, haciéndola dar un grito y retroceder hasta quedar con su espalda contra la pared y el vestido completamente arrugado. Esperaba que alguien la socorriera, la señora de la casa hacía una exclamación en plena madrugada y nadie era capaz de levantarse a comprobar su estado. Pero…lo más importante era ¡cómo diantres había ingresado esa criatura!

Se puso de pie con dificultad tras el susto de muerte que le había dado el felino. Subió al segundo nivel donde se encontraba su cuarto, mascullando sobre las órdenes que daría al día siguiente, buscaría veneno y haría montar guardia para que esos monstruitos nocturnos no hicieran de las suyas. Tenía cuatro perros y ¡ninguno había sido capaz de percatarse del olor que destilaba la diminuta bestia! Notó que la puerta de su habitación estaba algo abierta, y se persignó para que no hubiera otro de esos cuadrúpedos dando vueltas por su alcoba. El estornudo le dijo que había estado allí, ¡maldición!, el bicho había paseado sus sucias garras por la alfombra oriental que recubría el suelo, seguramente estaría repleto de pulgas y quién sabe de qué más insectos. —Son todos unos incompetentes —susurró mientras se sentaba en su cama y comenzaba a desvestirse. Tendría que haber pedido a una doncella que se quedara despierta, el corsé le estaba dando demasiados problemas. Realmente no era su noche. Terminó arrancando a jirones los cordones que la aprisionaban, y se liberó de la ropa con furia. En contadas ocasiones algo lograba ponerla de aquel pésimo humor tan evidente. Se colocó su camisón, se desarmó el peinado y se envolvió en la fina bata de seda fría color negra. Tenía algo de sed, por lo que bajó a la cocina, teniendo la precaución de llevar consigo una sombrilla por las dudas el gato no hubiera aprendido la lección.

La cocina era uno de las habitaciones más grandes de la casa. En ocasiones se preguntaba por qué su difunto marido había optado por construir una residencia tan enorme para vivir él solo. Pero ella misma se había encargado de modernizar la estructura, haciendo traer de Londres lo último en tecnología de iluminación y demás menesteres, entre ellos, los instrumentos necesarios para cocinar, además, la señora encargada de ello tenía una mano privilegiada. Todas esas reflexiones cruzaron por su cabeza hasta que cruzó el umbral y se encontró con otra bestia, un poco más grande, no era el mismo al que había golpeado hacía varios minutos en el primer piso. Quedó estupefacta, con la sombrilla apretada entre las manos y los ojos clavados en el felino, que era iluminado por la Luna que se veía desde uno de los ventanales. —Veo que han convertido mi casa en un sitio de encuentro —dijo con algo de resignación. Lo miró y sintió pena por él, le hubiera partido el lomo por escabullirse en su hogar, pero pensó que el pobrecito debía de tener hambre o… —¿Estás buscando a tu hijo, pequeña? Hace un rato lo golpeé, salió corriendo, espero no haberlo herido demasiado. Seguro eres una mamá muy preocupada para venir a buscarlo hasta aquí —a pesar de que no le gustaban esos animales, le removía la consciencia haber sido tan desconsideraba con el gatito. Se apoyó en el marco de la puerta, meditando qué hacer con esa criatura.
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Mensaje por Julius/Maximus Gaffigan Dom Feb 03, 2013 1:07 am

Julius perdió conocimiento de todo, excepto de los olores que llenaban sus fosas nasales. El síndrome de ‘mi sobrino puede sobrevivir un rato sin mí’ le golpeó hasta dejarlo casi inconsciente. Se preocuparía de tomar agua para pasar el mal trago en cuanto terminase de comer todo lo que ese paraíso tenía para ofrecer. Mientras metía los dedos en un pedazo de tarta de lo más apetitosa – no había encontrado ningún cubierto – escuchó un maullido o… ¿era un quejido? Se encogió de hombros, nada interesado en saber la diferencia entre lo primero y lo segundo. La mansión era enorme y él estaba muy ocupado llenando sus bolsillos con pedazos de pan rellenos de carne. Maximus podría actuar como distracción mientras él se encargaba de robar comida para los dos. Era lo mínimo que podía hacer después de obligarle a entrar en esa mansión. Además, se tenía muy merecido lo que le pasara. Si no se dejaba asesinar, ¿qué podía estar mal? Si corría con suerte, quien quiera que se cruzara con el pequeño gato le echaría a la calle y le ahorraría tener que ir en su búsqueda. No. No. Mejor que lo dejaran pasear a sus anchas por las habitaciones. Si lo lanzaban fuera, terminaría por hacer otra de las suyas y por esa noche tenía suficiente de sus travesuras. Se lamió los dedos y, decidido a retomar su papel de tío y ladrón; tomó el plato con la tarta y regresó sobre sus pasos. Escuchó un estornudo provenir de la planta alta. Mientras arrancaba otro pedazo del suculento alimento y se lo llevaba a la boca, frunció el ceño. ¿Por qué los ricos tendían a ser alérgicos a los felinos? Una sonrisa rápidamente se formó en su boca. Alguien no dormiría cómodamente esa noche. Maximus se había acostado sobre la cama, terriblemente cerca de la almohada. Eso sin mencionar que solo dios sabía a dónde más había estado su sobrino. Antes de que pudiese salir de la cocina, ¡ya no había tarta! Tuvo que hacer un gran esfuerzo – patrañas – para evitar regresar al trabajo. Seguramente, había algo más que necesitaba que le hincase los dientes. Se dio cuenta, demasiado tarde, que alguien se acercaba. Hizo lo que siempre hacía cuando se veía en problemas. Se transformó.

Su sobrino – al igual que su gemelo –, se diferenciaba de sus animales, en el color de su pelaje. Max era un gato persa de color naranja, mientras que él era blanco. Aunque aún no había llegado a controlar sus otras dos formas, Julius estaba seguro de que pronto lo lograría. Le había visto practicando cuando creía que no le observaba. Era mejor así, el pequeño demonio se dedicaría a causar miedo a sus clientes potenciales de poder hacerlo. Si luego era llevado al circo en una jaula, Sonnenschein terminaría por convertirlo a él – sin escuchar razones – en un sapo. Tembló ante la simple idea. Cuando vio a la humana entrar a la cocina y hablarle, se le escapó un maullido. Jah. Lo que daría por poder responderle y ver su reacción. Seguro que saldría echa una cabra de la cocina. ¡Se lamió la pata al notar que aún tenía merengue! ‘¿Me está confundiendo con un ella y no un él?’ Los orbes ambarinos del gato se depositaron en la mirada de la joven mientras sus movimientos se hacían más perezosos. Apartó la mirada al caer en la cuenta de que su ropa estaba desperdigada en el piso. Mejor que no se acercara o terminaría pegando gritos. Los cambiaformas no eran tan famosos como los vampiros. Pocos conocían sobre su existencia. Sin pensárselo dos veces, se paseó por la mesa. Saltó cuando llegó al borde y se acercó a ella. Si le había confundido con una gata – sí, estaba indignado – podía sacar ventaja de ello. Se frotó contra la pierna de la humana, ronroneando de satisfacción al escucharle estornudar. ¿Qué pensaría si se transformaba en un felino más grande? – Juliuuuus. Juliuuuus. ¡Así que estaba vivo! Menuda sorpresa. La voz risueña de Max retumbó por toda la mansión. ¿Ahora jugaba al humano para captar su atención? El niño no llevaba ropa, había salido de su casa en su forma animal. Solo faltaba que tomase algo costoso para cubrirse. Conociéndolo… No. No iba a tomar la decisión de ir tras él, que lo hiciera la dama. Quizás eso le enseñaría que no era la madre del pequeño. ¡Ni siquiera tenían el mismo color de pelo!
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Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Vie Mar 01, 2013 9:14 am

La maldita gata se paseaba a sus anchas por la mesada de su cocina y se acercó peligrosamente. Bárbara anticipó lo que iba a suceder, hizo un paso hacia atrás, demasiado tarde. La felina se frotaba contra ella como si se tratase de un cojín en el cual se acomodaría. Primero le picó levemente la nariz, los ojos se le irritaron y comenzaron a segregar líquido, y el tan poco elegante y molesto estornudo no tardó en ceder. Uno, dos, tres veces seguidas, que obligaron a la joven a cubrirse el rostro con ambas manos para amarrarse al último vestigio de recato, pues la gatita le había arrebatado el resto con sus movimientos cadenciosos. Eso es lo que siempre había detestado de los gatos, que fuesen calculadores y utilizaran sus encantos para seducir, y si había algo que Bárbara soportaba poco menos que esos peludos seres, era el contacto físico con ellos –y, claramente, con los hombres, pero era esa otra historia que ni se cruzaba por su cabeza. Estiró su brazo y tomó un palo de amasar que había logrado divisar en un mueble. <<No está en el lugar que corresponde>>, observó previo a otro estornudo, pero era lo de menos. Poco le interesaba si de un golpe bañaba de masa encefálica felina toda su cocina, habría alguien que lo limpiaría. ¡Y bien merecido que lo tenía! Pues, si hubiera habido un asesino serial, ella ya hubiera sido convertida en abono para la tierra del cementerio. La gata estaba demasiado ocupada en restregarse en sus piernas y no se percató que la muchacha levantaba el brazo peligrosamente con el pesado objeto en su mano, pero, de pronto, una voz… <<Me estoy volviendo loca…>> pensó e hizo caso omiso, podría haber sido una ventana abierta por el viento ¿Había viento? Otra vez y soltó el palo que cayó muy cerca del animal. Bárbara no pudo observar su reacción, demasiado asustada para preocuparse por una gata callejera. Quizá hubiera sido un maullido, a lo mejor el gatito que había golpeado anteriormente, aún se encontraba dando vueltas por la mansión. Debía ser eso, debía ser algo. Pero…¿los gatos decían algo así como “Julius”? Por todos los cielos, ¡¿quién era Julius?! Miró a la gata, pero tenía más rostro de “Fluffy” que de Julius. Si todo era una obra de su imaginación, rogó que terminara. Tomó consciencia de que hacía varios segundos que no estornudaba, ni siquiera se movía, tenía la espalda rígida y la respiración demasiado lenta.

Una sombra se movió a su lado, y comprobó con sorpresa y alegría que era Gelert, el mastín napolitano de cinco años de edad, color gris plata y de porte regio, que intimidaba con su sola presencia, ¿y cómo no hacerlo? Medía casi noventa centímetros en la cruz y pesaba alrededor de ochenta y cinco kilos, era un animal imponente, y tenía un carácter horrible con todo aquel que se le acercara a su ama. Le gruñía a la gata blanca –se acababa de percatar que ese era su color, no había reparado en ello- que se encontraba a sus pies, y Bárbara conocía la afición de su mascota por cazar gatos, agarrarlos del cuello, sacudirlos hacia todos lados y luego lanzarlos contra una pared. Más de una vez se había llevado la horrible sorpresa de cadáveres gatunos en uno de los patios de su residencia. —Tranquilo, Gelert —le ordenó cuando vio que tomaba una posición de ataque y le mostraba sus dientes y colmillos afilados. Acató la directiva casi al instante, no sin antes emitir un ladrido que retumbó en la habitación, el sonido que reproducía el animal le helaba la sangre a cualquiera, incluso a ella, que estaba acostumbrada. Un ruido llamó la atención de Bárbara y su perro, que paró las orejas en señal de alerta. Si Gelert salía corriendo y el gatito era su víctima, no quedaría de él más que un saco de huesos rotos, y si era una persona –rogaba que no lo fuere-, seguramente, perdería alguna parte de su cuerpo. —Bueno, pequeña —le habló a la gata— si te dejo aquí, seguramente, te convertirás en el juguete de Gelert —comentaba mientras se quitaba su bata y se acuclillaba. La envolvió como si se tratase de una muñeca, estornudó una vez más— ¡Qué linda! Por ahora, te diré Fluffy —exclamó con aquella extraña mueca, llamada sonrisa, que le suavizaba el rostro, quizá, una de las cosas más raras en Bárbara. —Iremos a ver si es tu hijo quien está causando estragos —la tomó en sus brazos y acarició la cabeza de Gelert —Ve tu primero —susurró, y el can se adentró a paso sigiloso.

Le agradaba la sensación mullida del animal bajo su bata de seda fría, era como abrazarse a almohadones. Comenzaba a encariñarse con aquella pequeña bestia, y si no hubiera sido por su alergia y sus perros, la habría adoptado. La noche estaba internada en penumbras y silencio, por lo que cualquier ruido, por ínfimo que fuera, se amplificaba, por ello, pudo escuchar unos pasos que intentaban ser sigilosos en la parte de atrás de la cocina. El césped había crujido levemente y le había advertido. Esperaba que fuese otro gato, pero las pisadas no habían sido de un animal, todo lo contrario, hasta se notaba su premeditación al ser lentas. Si alguien había violado la seguridad de la residencia, Bárbara iba a tener que tomar serias decisiones, y si eso implicaba despedir empleados, lo haría, siempre y cuando sobreviviera. Las cosquillas en la nariz la incomodaron y a pesar de que hizo acopio de toda su voluntad para no estornudar, terminó haciéndolo, aunque consiguió hacerlo en un volumen bajo. Los pasos se detuvieron y se escuchó como si le hubieran quitado el seguro a un arma. ¡Iban a matarla en su propia cocina! ¿Le darían un tiro en el pecho, en la cabeza, en el estómago? ¿Moriría rápidamente o agonizaría hasta perecer desangrada? Como en cada ocasión que tenía miedo, se encontraba paralizada, como si sus pies hubieran sido clavados en el suelo y llevara a sus espaldas, atado un pianoforte. Como acto reflejo, apretó un poco más a Fluffy y se mantuvo inmóvil, ¿esperando qué? La muerte, seguramente.
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Mensaje por Julius/Maximus Gaffigan Vie Mayo 24, 2013 12:31 am

La dama actuaba con inteligencia. ¡Él ya se había estado preparando para enseñarle a ese molesto animal lo que era tener colmillos de verdad! Apostaba mil francos a que ambos habrían salido como alma que lleva el diablo al primer atisbo de su tigre siberiano. La noche simplemente no podía mejorar más. Maximus estaba remotamente cerca, su estómago había dejado de gruñir, era sostenido por una hermosa mujer y, lo mejor de todo, ahora podía centrarse en encontrar objetos valiosos. Se arrellanó en los cálidos brazos, disfrutando de la vista que obtenía desde esa posición. Ahora que estaba satisfecho, bien podría tomar una pequeña siesta. Era una pena que la idea fuese descartada al segundo de planteársela. Su agudizado sentido auditivo le advertía sobre la localización de su sobrino. Casi podía verlo revolviendo las cosas. No era posible que Max volviera a su forma animal en los próximos minutos – ni siquiera estaba seguro de que lo hubiese hecho de poder hacerlo – debido a que aún no había pulido su habilidad para cambiar rápidamente, incluso si su vida – y la de él – dependía de ello. El cambiaformas llegó a la sabionda conclusión de esa sería una de esas noches en que recurriese a la triste historia del niño huérfano y hambriento. Solo cabía esperar que la fémina fuese de noble corazón para que olvidara todos los destrozos que encontrase en el camino. Por millonésima vez, lamentó no tener esa habilidad que algunos vampiros poseían. ¡Lo fácil que sería su trabajo si colocase pensamientos falsos en la mente de sus víctimas! Era evidente que no se podía obtener todo lo que se quería de la vida. Emitió un maullido – la versión de un suspiro – ante la línea de ese pensamiento. Entonces, escuchó cómo esa mujer le daba un estúpido y horrible nombre. ¡Demonios! Y él que se había quejado durante muchos días – y hasta la fecha – por el que Maximus había elegido para su mascota. No volvería a hacerlo después de eso. O quizás sí. Pequeñeces como esas eran divertidas. Se retorció bajo su agarre, ronroneando de satisfacción cada que la fémina estornudaba. Lo hizo hasta que ésta le presionó con más fuerza. ¡Iba a dejarlo sin aire!

- Quieto ahí, ladrón. ¿Podía un gato fulminar con la mirada? Porque sino, Julius moriría en el intento. El cañón de un arma – la que habían escuchado unos segundos antes – apuntó hacia ellos. No. No a ellos. A él. – Haz algo y ¡BUM! Te vuelo los sesos. El niño reprodujo el sonido de una exagerada explosión desde detrás de un sillón. Nota mental: No volver a contarle historias fantasiosas sobre brujos y muertos vivientes. Sonnenschein se enojaría – de nuevo. Por la forma en que Max sostenía el rifle – que no era del todo inexperto – había descubierto que Lucius también había mentido. Su gemelo cazaba como ningún otro. Sola una vez le había escuchado sugerir a su esposa que Maximus podría acompañarlo una tarde al bosque. Cuando la bruja pegó el grito al cielo de que su retoño no necesitaba aprender a usar algo tan peligroso como un arma, Lucius agregó que había estado bromeando. ¿Ahora quién ocultaba qué? ¿Y cómo había hecho el condenado para que Max no fuese a contarle de primeras a su madre? Él siempre era sobornado. ¿Lo era también su hermano? – Señorita. Ponga a mi tío en el suelo. ¿Tío? Julius estaba horrorizado. Podría fingir que no había entendido. La mujer se inventaría cualquier cosa. Ellas siempre tenían un sentido exagerado de la imaginación. Seguramente, se metía en la cabeza que el niño llamaba tío al gato porque no tenía a nadie más. Mejor ponerle fin a todo ese embrollo. Se retorció con más fuerza, buscando su liberación, pero se detuvo en cuanto escuchó el grito de alegría del niño, quien salía de su ‘escondite’ para ir al encuentro del perro. La dama desconocía que podían comunicarse con los animales. Gelert no haría ningún daño, a menos que lamer el rostro contase como golpe mortal. El arma había caído al piso, dejando en claro las prioridades del infante. – ¡Es tan grande! Como Copito. Patrañas. No había ningún parecido entre ambos perros pero no iba a romperle el corazón al pequeño desmintiéndolo. - ¿Verdad Julius? Bagh. Que la mujer lidiara con él un rato. Se divertiría a sus anchas. Además, estaba ligeramente interesado por ver a dónde le llevaba.
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Mensaje por Bárbara Destutt de Tracy Lun Ago 12, 2013 8:46 am

Claramente, no era su noche. No necesitaba más evidencia que un niño retrasado gritando en su salón y un horrendo gato pulgoso. Aunque lo prefería a un asesino. O no, pues si se tratase de un delincuente, acabaría rápido con su agonía, en cambio esos dos, la estaban matando lentamente. ¿De dónde había sacado esa arma el pequeño Satanás? ¡Su escritorio! ¡Su templo! ¡El sitio más sagrado de todo París! Ese ladroncillo había profanado, hurgado y mancillado el lugar donde se cocinaba su existencia. Imaginó sus papeles dispersos, la biblioteca caída, la tinta esparcida por su hermoso escritorio con manijas de oro, su florero roto en el piso y el agua empapando su alfombra persa, sus cuadros torcidos, los cajones abiertos y con su contenido vertido a lo largo y ancho de la habitación. ¡Una tragedia! Se había metido con lo único que amaba, con lo único que la motivaba: el orden, su orden. ¿En qué estaba pensando? ¡El arma estaba cargada! Supo que era el modelo que había estado revisando la semana anterior, y que tendría preparada por cualquier percance. Pues, el percance existía, pero los roles se habían invertido, y no era ella la que tenía la posibilidad de defenderse, si no, que estaba inmovilizada, con un felino entre sus brazos y un nene de no más de siete años, apuntándola; más bien, apuntaba a animal, pero si lo traspasaba a él, la traspasaba a ella. Se preguntó qué estaba haciendo su servicio doméstico que no escuchaba la voz casi chillona del infante enloquecido. Debía de tener problemas mentales, era de la única manera que imaginaba que se animaría a aventurarse en una casa con vigilancia y tomar aquella actitud tan idiota. ¡Porque era idiota! Estaba hablando de un tío, estaba delirando, fabulando. El gato que mantenía pegado a su pecho, debía ser la mascota de ese insolente, quizá se le había perdido y su sentido del peligro, evidentemente tergiversado, lo había llevado a irrumpir en la dócil tranquilidad de su hogar. Casi sufre un espasmo cuando vio a Gelert acercarse a paso lento, agazapado como si estuviera a punto de cazar una presa, ahogó una exclamación cuando el can dio un salto. <<¡Dios, que no lo mate! La sangre es difícil de quitar…>> Soltó el aire cuando niño y perro se saludaran como si se conocieran de toda la vida.

Así que te llamas Julius —habló lentamente mientras se acercaba al dúo— Me gustaba más Fluffy, pero eres un machito —se agachó para tomar el arma que descansaba en el piso, sin quitar la vista de Gelert y el invasor— Parecías una linda gatita, bueno, linda no, pero gatita al fin —lo depositó en el suelo, y le quitó las balas a la pistola con tanta desesperación que estuvo a punto de resbalarse de sus manos— Listo… —suspiró profundo y se apoyó en la pared. —¡Gelert! —el perro paró las orejas, la miró, y dejó al nene, acudiendo al llamado de su ama— Siéntate —le ordenó, y el perro se apoyó en sus cuartos traseros, a su lado. Cerró los ojos cuando la mano de Bárbara se hundió en el pelaje de su cabeza y lo acarició con suavidad. <<Gracias por no haberlo lastimado>> lo miró por un instante, y su mirada severa se apoyó en el niño y en su “tío” — ¿Nadie te enseñó que no debes jugar con armas? —la balanceó en el aire con la mano libre— Te has portado mal, has invadido mi casa, has hurgado en mis cosas y casi provocas que mi perro te haga daño. ¿Es que nadie responsable está a tu cargo? —sintió como si estuviera regañando a un empleado que había cometido una falta, tenía la boca del estómago hecha un nudo, y si no hubiera sido porque estaba en contra de la violencia, le habría dado una bofetada y hubiera hervido a su gato ante sus ojos, para que aprendiera. —No te culpo, con ese aspecto que tienes… —suspiró, por enésima vez en esa noche olvidable— ¿Tienes hambre? —el brillo en los ojos de la criaturita se lo dijo todo— Ven, te daré de comer, pero tendrás que prometer no volver a comportarte como un delincuente —se acercó al nene y le apoyó la mano en el hombro para guiarlo hacia la cocina. —Dime tu nom… —se detuvo al ver que el gato los seguía— Tú, monstruo, fuera de mi casa. Para ti no hay leche, ni comida, ni nada, muere de hambre, no me importa, pero vete. Tu sobrino te alcanzará luego —siguió caminando, con Gelert trotando a su paso— Ahora sí, dime tu nombre, pequeño usurpador.
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