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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Epoch Mar Jun 26, 2018 4:54 am

A principios del año 1800 en una ciudad que se hallaba sometida al hechizo de una helada tan violenta que podría quebrar el esqueleto como si se tratase de frágil cristal; un muchacho, que demostraba su fina estampa tras el velo de escarcha, llamaba la atención de locales y extraños que vagaban por uno de los barrios con peor fama en la ciudad, conformado por casuchas frágiles y taciturnas. Los rumores que se propagaban como pólvora en aquel bajofondo decían que andaba murmurando en los rincones a dónde podría contratar los servicios de un "ladrón profesional de confianza" también corrió de boca en boca el nombre del chiquillo que era Atta, a quien los malandros entre miradas socarronas le guiaron hacia callejuelas oscuras, cada vez menos transitada, hasta un quinto patio, húmedo todavía con la sangre de un sacrificio. Ahí el joven Atta fue agredido por dos personajes cuyos rostros no verá, despojado del considerable fajo de billetes que insensatamente llevó en su solitaria excursión.

Aquellos tipos le golpearon un buen rato hasta que dejó de moverse y los bandidos lo daban por muerto. Tras caer la noche, alguien más se encargó de librarlo de sus zapatos y alguna otra prenda antes de arrojarlo a la orilla de un río, cuya corriente lo dejará depositado, desgarrado y sangrante, en el desierto talud del canal que lleva a los jardines de Shalimar.

Al amanecer del siguiente día, un vendedor de flores que remaba lentamente por sobre el musgo de la vereda, vio el cuerpo de bruces de Atta, que empezaba a agitarse y gemir, despertando a su dolor y sobre cuya piel ahora mortalmente pálida podía distinguirse aún débilmente el lustre de la riqueza.

El vendedor de flores ató su embarcación e inclinándose sobre la boca del hombre herido, pudo saber la dirección de aquel desgraciado, murmurada por unos labios que apenas se podían mover; y entonces, confiando en una buena propina, el vendedor llevó al moribundo Atta en su balsa hasta las orillas del lago donde se encontraba la casa de Atta. Fueron recibidos por una chica hermosa, pero inexplicablemente magullada. A lo lejos se podía ver a una mujer mayor, que se adivinaba era la madre, en tanto que parecía igualmente hermosa, pero cuyo semblante era triste —ninguna de las dos, como podía verse por sus ojos, había dormido lo más mínimo por la preocupación— Ambas chillaron al ver a Atta —que era el hermano mayor de la aquella joven— yaciendo inmóvil en medio de las raquíticas flores que aquel vendedor no tenía mucha esperanza de vender.

El vendedor de flores fue pagado efectivamente con esplendidez, pero fue en gran medida para asegurar su silencio, por lo que no se le volvió a ver más por el pueblo. Atta mismo, padeciendo terriblemente por su exposición a la intemperie y por una fractura de cráneo, cayó en un coma que hizo que los mejores médicos de la ciudad, impotentes, se encogieran de hombros. Por eso fue tanto más sorprendente que, a la tarde siguiente, el barrio más miserable y de peor fama de la ciudad recibiera un segundo e inesperado visitante. Se trata de Huma, la hermana del desgraciado joven, y su pregunta fue la misma de su hermano y formulada con la misma voz baja y grave:

—¿Dónde puedo contratar un ladrón?
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Mensaje por Epoch Mar Jun 26, 2018 5:15 pm

Muchos escuchamos la historia del rico idiota que andaba buscando contratar a un ladrón, como una anecdota divertida, sin embargo el interés que despertaba esta muchachita, como era de esperarse cobraba tintes aún mas perversos.

Los que de sus labios escuchaban la petición de la joven recibían siempre la misma explicación:

—Tengo que decir que no llevo dinero ni me he puesto ninguna joya. Mi padre me ha desheredado y no pagará rescate si me raptan; y he entregado una carta a mi tío, subcomisario de policía, para que sea abierta si mañana no estoy en casa, sana y salva. En la carta encontrará detalles de mi venida aquí y removerá Cielo y Tierra para castigar a mis agresores.

Aún bajo los moretones y magulladuras en el rostro y los brazos, podía adivinarse la gran belleza de aquella chiquilla en la flor de su juventud. Razón por la cual desde las sombras era seguida con gran interés. En su discurso parecía haberlo previsto todo, por lo que ninguno de nosotros intentó hacerle daño, no es que faltase audacia entre la ralea que frecuentaba aquellos lugares, en cambio resultaba sospechosa la actitud de quien trataba de contratar a un granuja invocase la protección de un tío policía bien situado.

Astucia que detuvo la mano a mas de uno de quienes La llevamos por callejones todavía más oscuros y menos transitados que desembocaban en una calleja tan negra como el ébano. Ante "la morena" una bruja cegada por la edad que guardaba solitaria la puerta única puerta al fondo del pasillo de la que parecía brotar la oscuridad como si fuera humo.

Apretando los puños y ordenando furiosamente a su corazón que se comportase con normalidad, Huma fue detrás de la anciana al interior de la casa envuelta en tinieblas.

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Mensaje por Epoch Jue Jul 19, 2018 3:58 pm

Siguiendo sus pasos por el más débil rastro de luz de velas a través de la oscuridad; tras aquel hilo amarillo e inseguro, Huma recibió un golpe repentino y seco en la espinilla y gritó involuntariamente, después de lo cual se mordió los labios, furiosa por haber revelado su terror creciente a quienquiera o lo que quiera que, envuelto en negrura, la aguardase.

En realidad, había tropezado con una mesita baja en la que ardía una sola vela y más allá de la cual podía distinguirse una silueta enorme como una montaña, posada en el suelo frente a ella

—Siéntese, siéntese —dijo la voz tranquila y profunda de un hombre, y las piernas de ella, que no necesitaban una invitación más retórica, se le doblaron ante la orden escueta. Agarrándose la mano izquierda con la derecha, obligó a su voz a preguntar: ¿Es usted el ladrón al que busco?

Desplazando muy ligeramente su peso, la montaña sombría informó a Huma que todas las actividades delictivas de aquella zona estaban bien organizadas de forma que cualquier solicitud de lo que pudiera llamarse un trabajo independiente tenían que canalizarse por aquella habitación.

Le pidió amplios detalles del delito que había que perpetrar, incluido un inventario exacto de los objetos que había que obtener y una exposición clara de todos los incentivos ofrecidos, sin excluir las garantías, y además, sólo a efectos informativos, un resumen de los motivos de su solicitud.

Entonces Huma, como si recordase algo, se puso rígida de cuerpo y talante y replicó en voz alta que sus motivos eran exclusivamente suyos; que no discutiría los detalles más que con el ladrón mismo; pero que las recompensas que ofrecía sólo podían describirse como fastuosas.

—Todo lo que estoy dispuesta a revelarle, señor, ya que al parecer estoy en la sede de una especie de oficina de empleo, es que, a cambio de esas recompensas fastuosas, debo tener al delincuente más desesperado de que disponga, a un hombre que no tema a nada, ni siquiera a Dios.
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Mensaje por Epoch Vie Sep 07, 2018 3:14 am

La pequeña joven no esta acostumbrada como nosotros a mirar en la oscuridad, los gestos con los que nos comunicamos. Por eso le toma de sorpresa la luz de una lámpara que se enciende de pronto.  

Aunque ella esta en el ojo del gremio, su deslumbramiento no le permite ver mas que  al gigante que tiene frente a ella.

Su largo cabello gris cubre la mejilla izquierda a la que recorre la más siniestra de las cicatrices: La  letra sín de la escritura nash-taliq que denota la maldición de ser el Jeque de los Ladrones.

Para gran sopresa mía y de los más suspicaces entre los que presenciábamos la escena, acababa él de anunciar realmente que, dadas las circunstancias que había expuesto, él mismo era el único hombre apropiado para la tarea.

Quizás aquel viejo lobo comprendía que  sólo un asunto de urgencia y peligro extremos había podido llevarla sin escolta a aquellas calles atroces. — Porque no podemos permitirnos que nadie se eche atrás en el último momento —continuó la niña con voz soprendentemente firme — estoy decidida a contárselo todo, sin guardar ningún secreto. Si, después de oírme, sigue estando dispuesto a actuar, haremos cuanto esté en nuestra mano para prestarle ayuda y para hacerlo rico. El viejo ladrón se encogió de hombros, asintió, escupió.  Entonces escuchamos el siguiente relato:

Seis días antes, todo en la casa de su padre, el rico prestamista Hakim, había sido como siempre. En el desayuno, la madre había llenado amorosamente de khichri el plato del prestamista; la conversación había estado llena de las expresiones de cortesía y atención de las que la familia se preciaba.

A Hakim le gustaba señalar que, aunque no era un santo, daba gran importancia a «vivir honorablemente en el mundo». En aquella espaciosa residencia a orillas del lago, se recibía a todos los extraños con la misma formalidad y respeto, incluso a los desgraciados que venían a negociar pequeños fragmentos de la gran fortuna de Hakim, a los que, naturalmente, él pedía unos intereses de más del setenta por ciento, en parte, como decía a su esposa mientras ella servía el khichri, «para enseñar a esa gente el valor del dinero; que lo aprendan y se curarán de esa fiebre de tomar dinero prestado, tomar dinero prestado todo el tiempo... y ya verás cómo, si mis planes tienen éxito, ¡podré dejar los negocios!».

A sus hijos, Atta y Huma, el prestamista y su mujer habían tratado de inculcarles, con éxito, las virtudes del ahorro, la honradez en los negocios y una saludable independencia de espíritu. También por ello solía Hakim felicitarse.

Terminó el desayuno; los miembros de la familia se desearon mutuamente un día satisfactorio.

En el espacio de unas horas, sin embargo, la cristalina satisfacción de aquel hogar, de aquella vida de delicadeza de porcelana y sensibilidad de alabastro, iba a verse rota en pedazos, sin esperanza de reparación.

El prestamista llamó a su shikara personal, y estaba a punto de entrar en ella cuando, atraído por un destello de plata, vio un frasquito que flotaba entre la barca y su muelle privado. Siguiendo un impulso, lo sacó del agua viscosa. - Era un cilindro de cristal coloreado, engastado en plata exquisitamente cincelada - y Hakim vio dentro de sus paredes un colgante con una hebra única de cabello humano. Cerrando el puño en torno a aquel descubrimiento excepcional, murmuró al barquero que había cambiado de planes y se apresuró a ir a su gabinete privado, en donde, tras puertas cerradas, sus ojos se regalaron con el hallazgo.
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Mensaje por Epoch Vie Sep 07, 2018 3:24 am

No hay duda de que Hakim el prestamista supo desde el primer momento que estaba en posesión de la famosa reliquia del profeta Mahoma, aquel pelo venerado cuyo robo del relicario de la mezquita de Hazratbal la mañana anterior había provocado en el valle un griterío sin precedentes. Los ladrones,  —sin duda alarmados por el tumulto, por la procesión en las calles de cocodrilos que ululaban interminablemente sus lamentaciones, por los desórdenes y por la búsqueda en gran escala por la policía, mandada y realizada por hombres cuya carrera dependía por completo de que se encontrase el pelo perdido— habían sentido pánico, evidentemente, y arrojado el frasquito al fondo gelatinoso del lago.

Habiéndolo encontrado por un golpe de mucha suerte, el deber de Hakim como ciudadano era claro: tenía que devolver el pelo a su relicario, y el Estado a la ecuanimidad y la paz.

Pero el prestamista pensaba de otro modo.

Según la confesión de su propia hija el tipo tenía manía de coleccionista. Nos habló de enormes cajas de cristal llenas de mariposas empaladas de Gulmarg, tres docenas de modelos a escala, en diversos metales, del legendario cañón Zamzama, innumerables espadas, una lanza Naga, noventa y cuatro camellos de terracota de los que venden en los andenes de las estaciones de ferrocarril,  y toda una zoología de diminutos animales de madera de sándalo, originalmente tallados para servir a los niños de juguete.

Y, después de todo — debió decir Hakim—, el Profeta hubiera desaprobado con firmeza esa adoración de una reliquia. ¡Le horrorizaba la idea de ser deificado! De forma que, sustrayendo ese pelo a sus perturbados devotos, ¡prestaré un servicio mayor¿no? que si lo devolviera! Naturalmente, no lo quiero por su valor religioso... Soy un hombre de mundo, de este mundo. Lo veo simplemente como un objeto secular de gran rareza y belleza cegadora. En pocas palabras, es el frasquito de plata lo que deseaba, más que el pelo.

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Mensaje por Epoch Vie Sep 07, 2018 5:23 am

¿Qué ocurre cuando el coleccionismo se te va de las manos? ¿Que ocurre cuando dejas de comer sano para ahorrar dinero y comprar una nueva pieza? ¿Y cuando te sientes mal porque existe algo nuevo en el mercado y no puedes tenerlo? ¿Y cuando toda tu vida (y la de las personas que te rodean) gira en torno a tu colección? ¡La desgracia! Los Djinn ansiosos de catástrofe acuden hambrientos a rodear a los coleccionistas.

En el deseo de coleccionar objetos aflora la resistencia al tiempo, el deseo de retener el pasado y mantener la memoria, es una manera de poner orden en el caos mediante la clasificación. Cada uno tiene su propio motivo para atraer a la desgracia.

Cuantos escuchamos la historia conocemos esas oscuridades. Cuando se robaba un tesoro codiciado desaparecían los desacuerdos, no había tristeza ni dudas por nuestras vidas, no había hambre en el mundo, no había injusticia, no había sueños, no había nada. Éramos mejores. Entre más arriesgado el robo mayor el status, una definición autentica de la personalidad, una manera de mostrarme al mundo.

Cada obra de arte, seguro que algún día se vendería por mucho más dinero, que si, era toda una inversión; ¡pero cuanto nos esforzamos por esconder los tesoros verdaderos de los ojos del mundo! ¡Con cuanta perplejidad los contemplamos en la intimidad!
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