El Robo - Privado -

Cosette había salido para hacer algunas compras en el mercado aprovechando que tenía bastante tiempo aquella tarde. El sol brillaba en lo alto y las nubes blancas también realizaban su recorrido en el viento. Se podía sentir una brisa tranquila y agradable, era uno de esos días que parecían perfectos para sentarse bajo un árbol en algún lugar alejado de la ciudad y simplemente disfrutar de la temperatura.
Y sin embargo ahí estaba ella, en un lugar muy diferente y mucho menos calmo. Las personas caminaban de un lugar a otro, se escuchaba el griterío de la gente que ofrecía sus productos y también de los que exigían una rebaja a los precios.
Cosette se fundía entre la gente como una más del montón, y no había alcanzado a comprar nada aún cuando de pronto sintió el choque de alguien contra ella.

Dio un paso hacia atrás a causa del impulso del golpe y cuando se giró para ver qué había pasado, se encontró con una niña pequeña de cabellos dorados que parecía llorar desconsoladamente. Supuso que debía de haberle dolido el choque y por eso lloraba, pero entonces alguien más llegó hasta donde ellas estaban. Era un hombre que no se veía para nada amigable, y con expresión enfurecida clavó los ojos en la niña.
-¡Ladrona! –escuchó la exclamación mientras el hombre agarraba a la pequeña por el brazo, y entonces entendió qué era lo que estaba ocurriendo. Rápidamente se adelantó para agarrar al hombre de la ropa, no de forma brusca o agresiva pero sí decidida.
-¿Cuál es el problema, señor? –le miró con seriedad impidiéndole que se llevara a la niña. No debía de ser mayor que su hermana Anne, y sabía que los niños tan pequeños no hacían cosas por maldad.

-¡Esta mocosa robó una manzana! Tendrá que…
-¡Una manzana! –exclamó Cosette en tono indignado, y el hombre se mostró confundido ante aquello.
-¿Tanto problema por una manzana? ¿En serio? –entrecerró los ojos y negó con la cabeza como si no pudiese creer lo que acababa de escuchar. La gente a su alrededor se había detenido formando una especie de círculo en torno a los tres; personas que miraban con ojos curiosos la escena pero que parecían no atreverse a intervenir.
Cosette sabía que la única opción que tenía para sacar a la pequeña del aprieto era apelar a la compasión del resto. París estaba lleno de ladrones y sabía que rara vez se hacían excepciones cuando se capturaba a los responsables de algún hurto, pero iba a hacer todo lo posible por que aquello terminara lo antes posible.
-Por el amor de Dios, es sólo una niña –le dedicó una mirada a la pequeña y luego volvió la vista hacia el hombre, aún podía distinguir la ira en sus ojos.

-Estoy segura de que sus padres no deben estar lejos de aquí, pero yo me haré responsable de lo ocurrido si así puedo evitarle el sufrimiento a la pobre. ¡Mire cómo está! –le reclamó al hombre volviendo a señalar a la niña que lloraba y parecía muy asustada.
Cosette metió una mano en su bolsillo y sacó un par de monedas, tras contarlas se las extendió al hombre.
-Si la manzana es el problema, creo que con esto alcanza para comprar por lo menos media docena –le dedicó una mirada desafiante, dejándole claro que no iba a dejar que le hiciera algo a la niña. Sabía que no podía darse el lujo de gastar dinero de más pero también creía que lo estaba haciendo por una buena causa.

El hombre le miró dudoso y aún enfadado, seguramente sabía que castigar a la niña no le serviría de nada, en cambio si la dejaba ir al menos se ganaría unas monedas. Con un movimiento un tanto brusco aceptó el dinero que Cosette le ofrecía y finalmente soltó a la niña. El hombre se dio media vuelta y empezó a alejarse maldiciendo por lo bajo, y ella no dudó en tomar a la niña de la mano y alejarse de ahí sin perder ni un segundo.
Avanzó en silencio hacia una zona más tranquila, dejando la muchedumbre atrás hasta que finalmente se detuvo para mirar a la niña.
-¿Estás mejor? –le preguntó agachándose un poco para intentar quedar a su altura.
-¿Dónde están tus padres? –esperaba que estuviesen cerca y así pudiesen encargarse de ella, aún temía que el hombre se arrepintiese y volviese hacia ellas.

La niña no dejaba de recordarle a una versión rubia de su propia hermana. Cosette había lidiado ya muchas veces con los llantos de los niños pequeños y sabía bastante bien qué hacer y qué no, pero a pesar de su experiencia cada vez que algo así sucedía, esos ojos enrojecidos y los rostros mojados siempre lograban ablandarle el corazón.

-No hay nada que agradecer –le dijo en tono amable cuando ella le dio las gracias y le sonrió con ternura para que no se sintiera en deuda con ella o algo por el estilo. Realmente lo había hecho sin más intención que sacarla de ese aprieto, pues debía admitir que los niños eran su debilidad. También encontraba completamente injusto que un patán como ese hiciera tanto escándalo por algo tan pequeño.

Cuando la niña mencionó que no sabía donde estaban sus padres, Cosette sintió que se le formaba un nudo en el estómago. Aquella era precisamente la respuesta que no había querido escuchar. Era consciente de la gran cantidad de niños huérfanos que vagaban por las calles de París, y era algo que lamentablemente no se podía cambiar con tanta facilidad. Pero esa niña de cabellos dorados se veía tan vulnerable y tan pequeña…

Su plan inicial había sido sacarla de ahí y llevarla donde sus padres, ahora que decía no saber donde se encontraban se había quedado sin ideas. Sin embargo trató de no demostrar su preocupación pues tampoco quería inquietar a la pequeña, ya suficiente había tenido con aquella persecución.

-No te preocupes, no necesito que me las devuelvas –le dijo negando con la cabeza con convencimiento. A la pequeña parecía preocuparle aquello y también el hecho de que ella no era la culpable del supuesto crimen.
-Descuida, te creo –le dijo con sinceridad y le frotó el brazo para darle ánimos y hacerle entender que realmente creía que era inocente.

Los niños podían ser muy pillos y sobre todo cuando vivían en las calles, pero Cosette había aprendido a reconocer cuando uno decía la verdad y podía ver en los ojos de ella que no estaba mintiendo. Se agachó aun más y acercó su mano al rostro de la niña para limpiarle delicadamente las lágrimas con la manga de su blusa.

-¿Cómo te llamas? –le preguntó en tono amigable mientras le acomodaba un poco los cabellos.
-Yo soy Cosette –se presentó con una sonrisa. Quería preguntarle más acerca de sus padres para ver si acaso podía ayudarle de alguna forma, pero antes de tocar ese tema quería que la niña se tranquilizara para así poder tener una conversación clara y serena con ella.

Desde lo lejos empezó a llegarle el agradable olor de lo que parecía ser castañas asadas.
-¿Tienes hambre? –le preguntó suponiendo que así sería, ya que de otro modo probablemente no habría ocurrido lo de la manzana. Apuntó con un dedo hacia el lugar del cual provenía el olor de las castañas.
-Puedo comprarte algo si quieres, e insisto en que no será necesario que me devuelvas el dinero –le dijo para convencerla de que no le debería nada.

Spoiler:

Escuchaba a la pequeña con toda su atención volcada en ella, aunque internamente se preguntaba cómo una niña podría ayudarle algún día. Sin embargo sabía por experiencia que nunca había que subestimar a los más chicos, y además Inna parecía bastante convencida de lo que estaba diciendo.
-Gracias, lo tendré en cuenta –le dijo aceptando sus palabras para demostrarle que se las estaba tomando en serio.
-Es lo menos que habría podido hacer –añadió cuando la niña le dijo que era muy buena. Cosette consideraba que no había que poseer un grado de bondad demasiado alto para intervenir en algo así como ella lo había hecho, aunque también debía admitir que la gente parecía mostrarse cada vez más ciega y reticente a las desgracias que le ocurrían a los demás.

Sí, era una sociedad egoísta regida por personas que no eran capaces de mirar más allá de sus narices, e incluso cuando lo hacían ignoraban a propósito aquellas situaciones que podrían causar algún tipo de incomodidad o problema. O al menos eso era lo que ella pensaba.
Nadie sabía qué hubiese pasado de no haber estado ella ahí, quizás alguien más se habría dispuesto a ayudar a la niña o tal vez por el contrario todos le habrían dado la espalda, pero eso era algo que ahora ya no tenía importancia.
-Un placer, Inna –le dijo sonriendo cuando la niña se presentó. Los modales que mostraba le hicieron pensar que tal vez no era una de esas chiquillas huérfanas que nacían en la calle; quizás en algún lugar tenía una familia de mejor condición, y probablemente se había perdido.

Tendría que preguntarle todos esos detalles si quería ayudarle, pero antes se encargaría de saciar el hambre de la pequeña.
Le vio estirar el dedo meñique sin entender en un principio lo que quería hacer, pero al segundo siguiente cayó en la cuenta de sus intenciones y no pudo evitar reír con dulzura. Realmente no esperaba que Inna le devolviera nada, y tampoco lo quería, pero la niña parecía estar decidida de que le debería dos favores si le compraba algo para comer. Cosette sabía que los niños podían ser tremendamente obstinados cuando algo se les metía en la cabeza, así que creyó que lo mejor sería mostrarse un poco más flexible para dejarla tranquila.
-Está bien, lo haremos así. Te compraré algo y luego veremos cómo me devuelves el favor, ¿te parece?

En realidad no podía decirse que esperara algún tipo de aprobación. Levantó su dedo meñique y lo acercó al de Inna para entrelazarlo y apretarlo por un momento en aquel gesto de promesa que ahora no podría ser rota. Esperaba que aquello fuese suficiente para dejarla más tranquila.
-Vamos, te compraré unas castañas –le dijo tomándole de la mano nuevamente para dirigirse hacia el puesto de las castañas asadas donde un señor les sonrió apenas les vio acercarse.
Le pidió una porción y le pagó para luego recibir el pequeño paquete de papel que el hombre le extendía, y se lo acercó a Inna para que sacara las que quisiera.
-Espero que te gusten. Cuidado, están calientes –le advirtió para que no se quemara los dedos ni la boca.
-Si prefieres otra cosa, me avisas –le miró expectante mientras ella misma también tomaba una de las castañas.

Algo que Cosette admiraba enormemente de algunos niños era la convicción que presentaban en ciertas situaciones. Era como si se metieran dentro de un túnel donde sólo podían avanzar en una dirección, y esa dirección les llevaba exactamente hacia donde querían. Aparentemente ese era el caso de Inna también, que hacía hincapié en que la promesa que acababan de hacer no podía romperse. No tenía intenciones de hacerlo, sinceramente. Tampoco podía decirse que supiera cómo una niña tan pequeña le podría pagar esos favores, pero eso ya se lo dejaba a su imaginación.

La observó mientras tomaba algunas castañas de la bolsa de papel y sonrió satisfecha, al menos lograría apaciguar un poco el hambre de la pequeña aunque fuera por un par de horas.
-Me alegro de que te gusten –le dijo mientras sacaba una castaña más antes de pasarle con cuidado el paquete a Inna. Era ella la que debía alimentarse después de todo.
-Cuando yo era pequeña me encantaban… bueno, siguen haciéndolo –sonrió mientras se metía una a la boca. Aquel sabor le traía muchos recuerdos de su infancia.

-Ah, nada importante –dijo luego de que Inna le preguntara qué estaba haciendo.
-Quería hacer un par de compras pero eso puede esperar ahora –sonrió para dejarla tranquila; por un lado había perdido todo interés en comprar y había preferido concentrarse únicamente en Inna, pero por el otro debía admitir también que las monedas que había gastado en los últimos minutos eran las que habían estado destinadas a sus compras. Claro que eso no se lo diría a la niña, pues consideraba que tampoco era algo relevante.

Cosette sabía que estaban llegando a ese punto en el que sería inevitable preguntarle acerca de sus padres y de su situación. Presentía cual sería la respuesta y eso era lo que le preocupaba. Cada vez que se encontraba con algún niño huérfano en la calle, la idea de no poder hacer mucho por él o ella le carcomía por dentro durante varios días incluso, haciéndole sentir culpable de cierta forma. Y es que realmente su situación le impedía ir más allá de las pocas monedas que podría entregar. Claro que le hubiese encantado poder ofrecerles un hogar así sea temporal, pero… ¿cómo? ¿Acaso pretendía llegar a casa y decir: hola mamá, la encontré en la calle, nos la podemos quedar?

-¿Y tú, Inna? –le preguntó finalmente, interrumpiendo sus propias cavilaciones.
-¿Qué hacías por aquí? Me queda más que claro que no estabas robando, lo que pasó debe haber sido un malentendido –le dijo con tranquilidad, aunque no era eso lo que más le importaba.
-¿Qué pasó con tus padres? ¿Hace cuánto te separaste de ellos? –no estaba segura de que la pequeña pudiese darle un tiempo exacto, ya que sabía que para los niños el tiempo pasaba de forma diferente que para los adultos.
-Tal vez podría ayudarte a buscarlos… ¿Has pasado mucho tiempo en las calles?

Cosette sospechaba que la pequeña Inna no era verdaderamente consciente de su situación. Claro que debía saberlo, tenía suficiente edad después de todo, pero muchas veces los niños no le daban a las cosas la importancia que se merecían y se distraían fácilmente con otros asuntos. Quizás ese era el caso de ella también, tal vez Inna veía todo como alguna especie de juego, o al menos esa era la impresión que le daba al escucharla hablar. Obviamente no se la podía culpar por eso, después de todo no era más que una niña. Y quizás era mejor que se mantuviera de esa forma, alegrándose con pequeños detalles y viéndole el lado bueno a la vida como sólo los infantes sabían hacer.

“Ya tendrá suficiente de qué preocuparse cuando sea adulta”, pensó Cosette mientras la escuchaba, pero entonces otra idea se apoderó de su mente. ¿Qué tal si nunca llegaba a convertirse en adulta? Estaba sola, aparentemente no tenía a nadie que la ayudara o protegiera y mucho menos un hogar. Sobrevivir en las calles era una tarea difícil y más aún para un niño; demasiados peligros, demasiadas personas con malas intenciones. La gente pobre moría de frío, de hambre o de alguna enfermedad todos los días, ¿acaso Inna terminaría como ellos?

Trató de apartar esos pensamientos de su cabeza, intentando concentrarse en algo diferente. Como había supuesto, Inna no parecía poder decir específicamente cuánto tiempo había pasado desde que se había separado de sus padres. Mucho tiempo, había dicho, ¿pero cuánto sería eso para un niño? ¿Una semana? ¿Un mes?
Empezó a preguntarse si acaso se habría perdido o si habían sido sus padres la que la habían abandonado a propósito; aunque dado su aspecto y sus aparentes modales, la pequeña no parecía venir de una mala familia, y dudaba que una familia buena fuese capaz de abandonar a su hija en medio de la ciudad.

-Ya veo. Y dime, ¿te separaste de ellos sin darte cuenta? ¿Fue un accidente? –le preguntó con cierta preocupación. Si venía de una familia acomodada seguramente sus padres la habrían buscado desesperadamente, no tenía dudas de que habrían buscado a la policía de inmediato, pero si no la habían encontrado en todo ese tiempo, tal vez ya no la encontrarían nunca.
-Claro que puedes acompañarme –le sonrió mientras apoyaba una mano en su espalda invitándole a caminar a su lado en vez de quedarse paradas en medio del mercado.
-Ya debes conocer muy bien París, ¿no? ¿Tienes algún lugar favorito?

Fue consciente de la mueca que hizo Inna y por un momento incluso se arrepintió de haber hecho aquella pregunta. No debía ser fácil para ella volver a recordar esas cosas, aunque en su momento habría sido un punto clave para lograr encontrar a sus padres. Aún se preguntaba cómo era que una niña como ella había sobrevivido sola en las calles de París hasta ese momento; bastaba con escuchar como hablaba y percatarse de los modales que mostraba para darse cuenta de que estaba muy lejos de pertenecer a un lugar así.

Prefirió guardar silencio sin saber qué decir que no le hiciera sentir mal. Podría haberla tranquilizado un poco diciéndole que sus padres pronto la encontrarían y que era cuestión de tiempo hasta que volvieran a reunirse, pero ¿acaso se lo podía asegurar? Claro que no, ni siquiera podía asegurarle si acaso seguirían buscándola. Aquello también debía haber sido algo muy difícil para los padres, perder a una hija tan pequeña. De todas formas la esperanza era siempre lo último en morir, y estaba segura de que a los ojos de la pequeña el mundo no debía verse tan mal.

La voz enérgica de la niña logró borrar de su cabeza aquellos pensamientos haciendo que riera al verle dar aquel saltito de alegría. Si es que poco bastaba para hacer feliz a un niño. Se le quedó mirando mientras seguían caminando y cuando respondió a su pregunta no pudo evitar sorprenderse un poco, pues no había esperado que un museo fuese el lugar favorito de una niña tan pequeña. Seguramente venía de una familia culta y sus padres debían haberla llevado a visitar ese sitio cuando aún estaban juntos.

-Pues… yo nunca he entrado a un museo –confesó con un suspiro pero sonrió, era curioso y hasta gracioso que una niña mucho más pequeña que ella pareciera conocer más de esas cosas.
-Pero no me cabe duda de que deben ser lugares interesantes. Incluso por fuera llaman la atención –añadió mientras asentía levemente con la cabeza.
-Mi lugar favorito… mmm… –ahora le tocaba a ella responder su propia pregunta y aquello se le estaba haciendo difícil.

Habían muchos lugares hermosos en París, así como otros tantos a los que no te daban ganas ni de acercarte. ¿Cuál era su predilecto?
-Bueno, en verano me gustan los lugares abiertos y verdes, como el Jardín de las Tullerías. ¿Lo conoces? –le preguntó agachando la cabeza para mirarle.
-También hay otro lugar que me encanta, la Santa Capilla cerca del Puente Nuevo –agregó con una sonrisa al recordar aquella hermosa edificación.

-Si no has estado ahí… –dejó la frase en el aire sin saber cómo expresarse; esa capilla era un sitio mágico por dentro, no habían palabras para describirla. Entonces se detuvo repentinamente y volvió a mirar a Inna.
-De hecho, sin o has estado ahí te llevaré ahora mismo –sonrió más ampliamente, después de todo nada la apuraba y así al menos podría acompañar a la niña por algún tiempo más.
-¿Te gustaría? Pero hay que caminar un buen trecho desde aquí –le advirtió desviando la mirada hacia sus pequeños pies.
-¿Estás dispuesta? Será como… una aventura de exploración –le dijo con un gesto infantil y entusiasmado.

-Me aseguraré de hacerlo algún día –le dijo a Inna cuando la niña mencionó que debería visitar el museo. Claro que los museos llamaban su atención, no dudaba de que en su interior debían hallarse obras impresionantes y muy interesantes. Pero esos sitios generalmente estaban reservados para las personas cultas y de buena clase, no para muchachas pobres de ropas desgastadas. Y además estaba el hecho de que las entradas costaban dinero, y el dinero no era algo que le sobrara en esos momentos.

La pequeña no parecía estar muy segura de los lugares en los que había estado, aunque era de esperar que no recordara bien los nombres, pues ni ella misma era buena con eso. Luego rió con gracia al verla corriendo a su alrededor, tan emocionada y alegre como si le hubiesen hecho la mejor proposición del mundo. Se alegraba por poder brindarle a Inna un momento de felicidad; aunque fuera corto esperaba que le sirviera al menos para olvidarse un poco de las otras preocupaciones.

-Pues a mí me parece muy bonito, sí –le respondió asintiendo con la cabeza mientras volvía a emprender la marcha con la niña a su lado.
-Pero lo mejor será que lo veas con tus propios ojos, no quiero arruinarte la sorpresa –sonrió de lado y le guiñó un ojo, sabiendo que esas palabras probablemente la dejarían aún más ansiosa. Bueno, un poco de suspenso nunca estaba de más.

Se quedó pensando en las últimas palabras de Inna, aquello de visitar la capilla y hacer el recorrido sola podía sonar como una idea interesante pero también resultaba peligroso que una niña tan pequeña anduviese de acá para allá sin compañía… Aunque a fin de cuentas así era su vida, ¿no? Aparentemente se había perdido hace un buen tiempo y seguramente ya estaría acostumbrada a deambular sola por las calles. Era ella la que no podía acostumbrarse a esa idea, pues el simple hecho de imaginar a alguno de sus hermanos viviendo solos en la calle le ponía los pelos de punta.

-¿Cuántos años tienes, Inna? –le preguntó de pronto mientras cruzaban una calle poco concurrida para tomar un pasaje más estrecho y tranquilo. Esperaba que pudiese responderle, pues sabía que los niños muchas veces tenían problemas con las fechas y los números.
-Tengo una hermana que debe tener más o menos tu edad –le dijo bajando la mirada para observarle con mayor detenimiento.
-Algún día te la presentaré, creo que se llevarían bien –sonrió al imaginárselo.
-¿Has conocido más niños en la calle? ¿Tienes amigos?

Sonrió alegremente al ver a Inna tan emocionada, lo cierto era que se sentía muy complacida de poder darle a la niña un momento de diversión para que pudiese despreocuparse un poco.
Cuando le dijo su edad confirmó que sus sospechas eran ciertas, tenía sólo un año más que su hermana. Sonrió al escuchar lo siguiente y asintió con la cabeza.
-Así es –le dijo siguiéndole la corriente, no podía describirla como una niña “grande” realmente pero sabía que le gustaría escuchar una afirmación de su parte.
-Lo haré, estoy segura de que ella también estará encantada de conocerte –le dijo refiriéndose a su petición y bajando la mirada para observarle. Le daba pena saber que su vida se basaba en intentar encontrar a sus padres, siendo que a su parecer los niños no deberían preocuparse por nada más que divertirse y aprender. Suspiró con cierta resignación al imaginarse a todos los otros infantes que compartirían la misma situación que Inna, pero sabía que era algo que se escapaba de sus manos y que no podría cambiarse con tanta facilidad.

Tomó la mano de la niña cuando la estiró y bajó la mirada nuevamente para escuchar su pregunta.
-No, ya casi llegamos –le dijo al tiempo que sonreía al notar en su expresión que realmente no conocía esa zona.
-Mira… –cruzaron por otro pasaje hasta llegar a una calle que se hacía cada vez más amplia y Cosette alzó la mano que tenía libre para apuntar hacia adelante.
-¿Ves ese puente de allá? Una vez que lo crucemos prácticamente habremos llegado al destino –dijo esperando que eso la tranquilizara, quizás estuviese cansada o simplemente impaciente por llegar. Siguieron caminando hasta llegar al puente y Cosette se dio cuenta de que al otro lado se veía mucho más movimiento que donde ellas estaban.
-Este es el Puente Nuevo, aunque en realidad es uno de los más antiguos que existen –dijo riendo por un momento ante la ironía del nombre.
-Lo construyeron hace más de doscientos años, y fue el primer puente de piedra que existió en París –le explicó recordando las palabras de su propio padre, quien le había contado la historia de aquel puente un par de veces.

Muchas otras personas que iban a pie o en carroza también cruzaban el puente junto con ellas. La brisa del Sena resultaba agradable y de vez en cuando podía verse una que otra gaviota surcando el cielo. Recorrieron los metros que faltaban para llegar hasta el otro lado y una vez ahí doblaron hacia la derecha, tomando una calle más angosta. Entre los techos de las casas ya podía verse la punta de la capilla, con la cruz asomando en lo alto.
-Ahí está –apuntó nuevamente con una sonrisa, y avanzaron hasta llegar a la entrada donde Cosette se detuvo por un momento. Al lado de la puerta podía verse un inscripción de metal con el nombre de la edificación, Sainte-Chapelle, junto con el año en que fue construida y otros datos similares. Era enorme e imponente, y justo en el centro tenía una hermosa ventana redonda que parecía una flor abierta.
-¿Te gusta? –le preguntó a Inna sin soltarle la mano.
-Por dentro es aún más impresionante –le dijo haciendo una señal para que entraran.

Por dentro la capilla estaba más llena, pero aun así no se escuchaban voces, sólo el eco de los pasos de las personas que recorrían el recinto. Tal como Cosette había dicho, el interior de la capilla era deslumbrante. El techo era altísimo y prácticamente no tenía paredes, sino que casi todo estaba cubierto por enormes vitrales donde se podían ver diferentes dibujos bastante detallados. Los vidrios eran en su mayoría de color morado, por lo tanto la luz que se filtraba a través de estos le daba un color morado a todo el interior de la capilla, lo cual la hacía ver como un sitio mágico y hermoso, al menos a sus ojos.
-¿Qué piensas? ¿Valió la pena el recorrido para llegar hasta acá? –le preguntó a Inna en voz baja para no molestar al resto de la gente que rezaba en silencio sobre las bancas.
-Me encanta estar aquí adentro. Todos esos colores hacen que no parezca un sitio normal –le dijo en un susurro al tiempo que sonreía. Además de ser un lugar muy bonito, era también muy tranquilo. Esa paz que sólo podía conseguirse en las iglesias era algo que a Cosette le gustaba mucho.

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