El plan perfecto || Privado

1. Ventaja: Ser tu propio jefe. No necesitas rendirle cuentas a nadie ni fingir que el trabajo que haces es extremadamente importante para ti (solo porque te sirve para comprar comida). Desventaja: No poder hacerse el gracioso, dejando a otro a cargo mientras sales a ‘tomar un respiro’.
2. Ventaja: El horario. ¿Quién necesita una hora de entrada y salida? Comprobé tras estar en varios trabajos que las manecillas del reloj no van más rápido solo porque lo mires. Todo lo contrario. Juraría que éstas juegan con la poca paciencia que algunos, como yo, tenemos. Desventaja: ¿Levantarse hasta que te de hambre? ¿Poder hurgar en la cocina cuando los tontos que sí tiene un empleo no están en casa? ¿Enseñarle a tu sobrino que debe comer menos y compartir más? Tacha todo eso. Desventajas: No las hay.
3. Ventaja: Días de descanso. Poder tomarse cualquier día que quieras para hacer lo que quieras. Desventaja: Aburrirse porque ya has hecho todo lo que querías. Desgaste de energía al tener que buscar nuevas formas de entretención.
4. Ventaja: Tener nuevos clientes para elegir – siempre que uno se haya aburrido de robarle al mismo. Desventaja: No poder acordarse de a quién o a quiénes ya le robaste. Lo juro. Todas las mansiones parecen exactamente las mismas. Nota mental: Investigar quién las construyó para reclamarle su falta de creatividad.
5. Ventaja: Los chismes. Enterarse de primera mano quién le pone los cuernos a quién. Quién no debe saberlo (para extorsionarle). Quién te matará si lo sabes (para evitarlo). Quién mató a quién (para extorsionarlo. El muerto ya no necesita comer, yo sí). Quién culpa a quién (para sentirse más astuto). Desventajas: Muchos quienes y pocos qué.
6. Ventaja: Poner en práctica las habilidades de ser un gato. Desventaja: Sorprender (tos) asustar porque el gato ya no es gato, es un tigre. No me miren. Uno necesita divertirse.
7. Ventaja: Tener nueve vidas. Desventaja: Descubrir que es un mito.


Mientras esperaba a que Mia apareciera, repasó – una vez más – en su mente, los porqués que le había recitado sobre ‘porqué’ robar era también ‘honrado’ (en cierta forma). Alguien tenía que ayudar a los señores de la alta sociedad a hacer espacio, dándoles un mejor uso a todos esos objetos que dejaban tirados por cualquier lado. Ella le había prometido que le acompañaría. Solo un experto como él podía meterla y sacarla de cualquier posible ‘apuro’ en que se vieran inmiscuidos. No es que se lo hubiese dicho y no es que correr fuera – si lo era – la solución. ¿Para qué asustarla antes de tiempo? Mejor asegurarse de que llegaba o su plan – uno que no tenía aún, pero pronto se me ocurriría – se iría por el desagüe. Había elegido una mansión a las afueras de la ciudad – solo porque era requisito necesario para una principiante, no porque supiera que esa espeluznante residencia pertenecía al conde de Inglaterra (hablando de coincidencias). Una sonrisa – demasiado – inocente apareció en su boca mientras buscaba en su bolsillo el trozo de pan que había tomado de casa. Si todo marchaba bien, le recompensaría a su cuñada el haberle ‘robado’. Si no, se encogió de hombros mientras lo rompía por la mitad y se llevaba un trozo a la boca, le diría que Maximus lo había cogido para dárselo a su perro. Esa excusa nunca fallaba (al menos no con su cuñada), su sobrino podía ser un buen actor cuando estaba en medio el ‘poder ir con su tío’. Casi se hecha a reír al recordar lo último que había pasado cuanto éste se metió a la casa de una viuda. Habían escapado por poco. Cuando no hubo más pan que comer, comenzó a aburrirse. La espera se le hacía eterna. Mia no aparecía. ¿Debía merodear por ahí para ver si la casa estaba vacía? Quizás debía buscar cómo entrar aunque, suponía que sería por una ventana. ¿Habría alguna medio abierta o tendría que romperla con una piedra? Basta de preguntas que no puedes responder. Se levantó con rapidez, ansioso por descubrir algo – lo que sea, con tal de terminar con el tedio. Muchas eran las historias que circulaban alrededor de esa mansión. Se decía que quien entraba no salía (al menos vivo, suponía). Las leyendas se distorsionaban con bastante facilidad. Julius estaba dispuesto a ser el primero – junto con Mia, por supuesto – en salir de ahí vivitos y coleando. Lo lograrían. Eran un par de escurridizos gatos. Ningún ratón podría asustarlos - literal y figurativamente. Con ese optimista pensamiento, se dispuso a trabajar. Cuando su amiga llegara, estarían listos para empezar.