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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Jean Christophe Tallerand Vie Ago 24, 2012 3:28 am

A pesar de ser verano se había presentado un día especialmente frío en París aquella mañana, como si ya se anunciara un cambio de estación que no quería esperar más. Los pies eran un excelente termostato del cuerpo humano, y cuando uno se levantaba con ellos algo destemplados podía vaticinar con asombrosa precisión el clima que hacía en la calle sin necesidad de apartar los cortinajes de la ventana para otear el ambiente. Jean Christophe había amanecido con los dedos fríos y había sabido en el acto que comenzaba de nuevo la época de mayor riesgo para él, pues a partir de Septiembre debía resguardarse muy a conciencia de las corrientes frescas si no quería coger otra pulmonía. Era un ritual algo agotador el de vestirse todas las mañanas como si se propusiera hacer una expedición al Polo Norte, pero sabía que era necesario si quería llegar vivo a la primavera siguiente. Tampoco se quejaba a menudo por ello, estaba acostumbrado y no era tan estúpido como para no saber que era mejor dar gracias por las cosas buenas que llorar por las malas. No importaba mucho una bufanda de más o de menos, estaba en París y llevaba poco más de dos semanas asistiendo a clases de contabilidad en el Colegio Francés. Era una oportunidad vetada para muchos que el chico sabía aprovechar como se merecía, y ya a esas alturas de su primer año comenzaba a destacarse entre los muchachos de su curso por su rapidez de cálculo y su ojo experto para las finanzas. Era curioso que alguien de veintiún años pudiera considerarse experto en nada si recién comenzaba a vivir su adultez, pero Jean Christophe veía absurdo pecar de falsa modestia cuando llevaba prácticamente una década haciéndose cargo de una empresa que tenía sucursales por toda Francia y parte del extranjero.

Salió de la cama y se puso el batín antes de llamar a su criado y comentarle las disposiciones de la jornada. Era un engorro no contar todavía con personal de servicio doméstico, pero hacía poco tiempo que se había mudado y aún nadie había respondido a su anuncio en la sección de empleo de los periódicos. De momento se arreglaba bien con un único sirviente y una cocinera contratada por horas que le permitía substitir del modo más primario, pues el estómago es algo que no sabe de esperar cuando se encuentra vacío. Con el pensamiento en la cabeza de que debería empezar a hacer entrevistas al servicio muy pronto escogió la ropa que llevaría y después abrió la ventana. Como era de esperar sus pies no se habían confundido, y aunque los tímidos rayos de sol acariciaban ya los extremos superiores de las casas de su calle era perceptible un cambio de atmósfera, una nueva declaración de intenciones en el aire. Jean Christophe frunció ligeramente los labios y llamó de nuevo a su criado para que le ayudara a vestirse antes de bajar a desayunar una taza de café y dos tostadas con mantequilla que el mismo sirviente había preparado. Amo y criado llevaban juntos toda la vida y se consideraban más parientes que otra cosa, así que al joven Tallerand no le extrañó nada que el hombre le insistiera sobre la necesidad de abrigarse más que de normal para prevenir sustos posteriores. Era un buen hombre que se preocupaba sinceramente por su salud, así que el heredero no lo consideraba una indiscreción. Le aseguró que así lo haría y diez minutos más tarde abandonaba su casa por la puerta principal enfundado en un gabán fino y con un foulard al cuello. Los demás transeúntes vestían todavía sus ropas más estivales, pero nadie se volvió a mirarle dos veces. En una ciudad tan grande como París se veían cosas mucho más excéntricas que un chico abrigado.

Las primeras horas de clase transcurrieron un poco más lentas que las tres posteriores al descanso. Su profesor de filosofía sabía cómo captar la atención de sus alumnos de modo que parecía que disfrutaban de un coloquio más que de una lección. La jornada le pareció más breve de lo esperado y antes de lo previsto se vio de nuevo recogiendo sus cosas para regresar a su hogar. Tal vez la monotonía de sus días en París lo llevaron a titubear cuando ya abandonaba las instalaciones de la institución de enseñanza, ya que a pesar de su nombre Jean Christophe Tallerand seguía siendo un joven como muchos otros que tenía curiosidad por su entorno y ganas de explorar. ¿Pero a dónde iba a ir sin conocidos ni amigos? Y eso por no contar lo de su delicado estado de salud. Suspiró mientras se sentaba en un banco de obra cubierto de azulejos blancos y verdes, simulando una enredadera, y miró a su alrededor. Le gustaba observar a la gente ir y venir y saludó con la cabeza a algunos de sus compañeros que pasaron por delante de donde se encontraba. Tal vez podría ir a comer a alguno de los restaurantes que salpicaban las calles que partían en dirección al río, pero acostumbrado a estar siempre con sus hermanos ir solo le aburriría. Resuelto a no dejarse embargar por el desánimo dejó a un lado su cartera, se ajustó mejor el foulard alrededor del cuello y sobre los hombros y miró hacia arriba, en dirección a la rama de un árbol donde dos gorriones competían por ver quién silbaba más fuerte.
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Mensaje por Thibaut Beaudelaire Sáb Ago 25, 2012 4:48 pm

Sus clases variaban tanto como el clima de París durante la primavera. Podrían ser increíblemente interesantes, llenas de debates, en donde el profesor tomaba un papel secundario y dejaba que la discusión se llevara a cabo por parte de los estudiantes. O habían otros que preferían un estilo de lo más expositivo. Y aquella tarde había sido de los primeros. Thibaut pensó que casi se le iba la voz después de haber estado discutiendo con sus compañeros sobre un caso legal que había pasado un par de años atrás en la región de Lyon, sobre la disputa sobre derechos de tierra y herencia entre dos hermanos. Habían cuestiones de legalidad, honor, lealtad, dinero y apariencias que había que tomar en cuenta, y su profesor había dejado que la clase tomara su propio rumbo, mientras el se sentaba en su silla y tomaba nota de la discusión. A veces se limitaba a preguntar algo clave, que daba vuelta la discusión y parecía alargarla más aun. Solo cuando mencionó que ya se habían pasado media hora del término de la sesión fue cuando se calmaron los ánimos y los instó a estrechar las manos. Aquello había sido fantástico, a los ojos de Thibaut.

Y luego de abrigarse un poco, ya que afuera estaba bastante fresco, salió en compañía del resto de los alumnos de aquella clase de derecho. Sería algo que no olvidaría en mucho tiempo. Las conversaciones seguían en ese mismo tema, mientras se encaminaban hacia la salida del recinto educativo. Las risas y los gritos de un grupo de hombres jóvenes se escuchaba casi formando eco dentro de los jardines interiores de la universidad, pero como la jornada del día ya se había terminado, no debían temer interrumpir otras clases. Pero cuando pasaron el jardín de los azulejos, nombrado así por el alumnado debido a la gran cantidad de azulejos decorativos que lo formaban, algo llamó su atención.

Una cabeza rubia como pocas, una tez pálida y ropajes más abrigados que los acostumbrados a esa época. Sin embargo, lo que verdaderamente le había llamado la atención era el rostro. Lo miraba y era como volver a los bailes a los que había asistido siendo un niño, en compañía de sus padres. Esas reuniones sociales en donde la mayor distracción para alguien de su edad era recorrer los jardines y correr por los pasillos de la casa. Se despidió de sus compañeros y con paso lento, empezó a acercarse hacía el muchacho.

-¿Tallerand?- preguntó, cuando se encontraba como a dos metros de la banca en donde se encontraba sentado. -¿Eres tú?- volvió a preguntar, comparando la imagen mental de un niño de seis años que había conocido una vez, perteneciente a una de las familias más conocidas de Francia. El paso del tiempo había cambiado algunas cosas, pero lo más básico, su esencia, seguía intacta. Aunque dudaba de que pudiera reconocerlo a él. Había pasado demasiado tiempo.
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Mensaje por Jean Christophe Tallerand Lun Ago 27, 2012 2:28 am

La competición de canto de los dos gorriones se puso todavía más interesante cuando entró un tercero en discordia, un pájaro de su misma especie pero un poco más pequeño y con el plumaje más dorado en el pecho. Seguramente sería una hembra, porque lo que antes habían sido gorgoritos desatinados se convirtieron en verdaderas escalas pentatónicas de silbidos y gorjeos. Lamentablemente la hembra no pareció encontrar aquellos cortejos de su agrado, porque igual que había llegado alzó el vuelo y dejó a los dos pretendientes con un palmo de narices. Jean Christophe no pudo evitar sonreír ante la desgracia ajena, y es que en la vida esa clase de cosas era mejor tomarlas con humor. Él nunca había sufrido un desplante de su amada porque se negaba a tener amadas ni nada parecido, pero aquellos dos gorriones lo habían intentado y ahora se veían en la coyuntura de tener que sobreponerse a tan amargo trance. Afortunadamente parecieron resolver pronto sus diferencias, puesto que se marcharon juntos presumiblemente a buscar otra rama en la que dar un bonito espectáculo como aquel.

Apenas el joven bajaba la vista después del episodio cuando divisó a un muchacho que lo miraba como si lo conociera, y por si eso fuera poco no tardó en acercarse a él y pronunciar su nombre. No era raro que todo el mundo supiera quién era Jean Christophe en su lugar de origen, pero tener admiradores en una ciudad tan grande como París era inconcebible. Allí había mucha gente que vestía sus ropas y sabía reconocer el apellido de su familia, pero no asociaban a la misma el rostro de su heredero benjamín. No había entonces tabloides sensacionalistas que llevaran fotos de la alta sociedad francesa acompañadas de escandalosas noticias sobre sus costumbres privadas, así que aquel que ahora lo llamaba tenía que haber coincidido físicamente con él en alguna ocasión. El caso era que al estudiante de contabilidad le sonaba mucho su cara, pero debido a la vagueza de sus impresiones dedujo que se habían visto hacía mucho tiempo. -
Soy yo. - Asintió mientras hacía trabajar a su materia gris a toda velocidad. Le vino a la mente la imagen de un niño pelirrojo que parecía tan aburrido como él de tener que aguantar esas reuniones llenas de adultos que no hacían más que hablar y hablar de algo que entonces le parecían futilidades. - Beaudelaire.

Ahora estaba casi seguro de haber acertado, no había nadie que se le pareciera en los palacios y mansiones donde se habían encontrado en el pasado. Eran dos críos pero componían un pequeño alivio cada uno para el otro cuando conseguían escabullirse para ir a jugar, que en aquellos lugares consistía sencillamente en explorar hasta la última de las columnas de los grandes corredores de los hogares de sus anfitriones. Sabía que Thibaut le sacaba un par de años o tres y que su familia también era de alcurnia, pero su trayectoria vital le era desconocida. Ambos habían dejado de verse cuando Jean Christophe enfermó y dejó de corretear: las aventuras se habían acabado para él y estuvo mucho tiempo sin poder asistir a ninguna reunión. Su padre debía representarlos en cada ocasión, pero su madre se quedaba con él en esa alcoba de la que casi no se movió en muchos meses y que llegó a odiar con toda su alma. Fue una suerte que no ordenara quemar su cama en cuanto se recuperó y pudo volver a deambular sobre sus dos piernas, eso sí, a un ritmo mucho más pausado que antes de entrar en ella.

-
Estás un poco más alto. - Comentó, apartando la cartera de su lado para que el otro pudiera tomar asiento, aunque quizá no quería entretenerse. - Espero que todos en tu casa estén bien. ¿Querrás ponerme a los pies de tu madre y de tus hermanas cuando las veas? - Era una fórmula cortés de la época bastante frecuente para presentar respetos a alguien que no estaba presente. "Póngame a los pies de su señora", por ejemplo. Jean Christophe no se caracterizaba precisamente por ser un joven moderno de fluido empleo del lenguaje coloquial, en más de una ocasión le habían hecho notar que parecía alguien mucho más viejo atrapado dentro de ese cuerpo de veintiuno.
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Mensaje por Thibaut Beaudelaire Vie Ago 31, 2012 4:42 pm

A cada segundo que pasaba, las imágenes volvían con más fuerza a su cerebro y las recolecciones de eventos pasados llegaban con más claridad. Podía recordar la cabeza rubia que siempre lo seguía a los laberintos de setos en los jardines de grandes casas señoriales y que le mostraba los pasadizos escondidos de su propia mansión. ¡Cómo olvidarlo! Aunque si mal no recordaba, hubo una época en la que simplemente desapareció. Las veladas eran más aburridas y tediosas, ya que sus hermanas no tenían el mismo espíritu explorador que su compañero de aventuras. Y que después de casi veinte años se lo volviera a encontrar en París, en la universidad... Era una de esas coincidencias que hacían que Thibaut se preguntara exactamente que tan pequeño era el mundo. ¿Primero Emma y ahora Jean Christophe? Porque obviamente no se había olvidado de su nombre. Y al escuchar su apellido de los labios del joven, pudo comprobar que también lo había reconocido.

Con una risita y su posterior sonrisa, respondió al comentario del muchacho sobre su apariencia. Si, definitivamente estaba más alto que la última vez que se habían visto, y todo por culpa de los padres que había tenido. Ambos larguiruchos y bastante delgados. Jean también estaba diferente, en esa época entre la adolescencia y la adultez que Thibaut aun no superaba del todo. -Por supuesto, Tallerand- exclamó, aun sonriente, sentándose a su lado después de que liberara el lugar que quedaba disponible en la banca. Por supuesto que había conocido a sus hermanas, pero su hermano menor todavía no llegaba a este mundo cuando dejaron de verse. Cuantas cosas habían cambiado en todos esos años. -¡Dios, cuantos años han pasado!- dijo a continuación, sin poder evitarlo. ¿Serían unos quince o dieciséis años? Su madre no podría creerle cuando se lo contara en su siguiente carta.

-¿Cómo has estado, Tallerand? Después de todos estos años, en mi familia todos habíamos pensado que te habías desvanecido de la faz de esta tierra- agregó, pasando una mano por su cabello y guardando algo apresuradamente sus libros en el maletín que llevaba consigo. Si es que en su propia vida muchísimas cosas habían cambiado, no podía llegar a imaginarse todo lo que podría haber sido transformado en la vida del muchacho que tenía sentado a su lado.
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Mensaje por Jean Christophe Tallerand Sáb Sep 01, 2012 3:40 am

Se preguntó inevitablemente si Thibaut Beaudelaire sabría el motivo de que hubiera estado apartado de la sociedad durante tantos meses en su infancia. Sin duda le habrían llegado noticias, los rumores volaban, ¿pero hasta Saint Étienne? Igual cabía la mínima posibilidad de que el pelirrojo viviera en la ignorancia respecto a la enfermedad de Jean Christophe, que pensara que simplemente había estado retirado por haberlo enviado sus padres a un internado o a visitar a algún pariente en el extranjero. Aquella probabilidad enclenque lo animó, aunque sabía que no tenía motivos para sentirse así. Que Thibaut no supiera que estaba enfermo no quería decir que no lo estuviese realmente, pero había algo en su interior que se resistía a la idea de que su compañero de aventuras del pasado se enterase por su boca de que Tallerand ya no podría correr entre los setos nunca más. Normalmente estaba agradablemente resignado a tal situación, pero ahora se daba cuenta de que aún añoraba a su yo del pasado cuando vio que se le hacía imposible contarle la verdad a Beaudelaire. - Bueno, estudié en un colegio que quedaba lejos de mi localidad, seguramente esa fue la razón de que notárais mi ausencia. Debí haberme despedido antes, pero era un niño y no pensaba en dejar notas a nadie. Cuando eres pequeño no tienes asuntos que resolver. - Sonrió como si añorase esos tiempos en los que los únicos preparativos antes de un viaje eran llenarse los bolsillos de golosinas cuando sus padres no estaban mirando.

Sabía que en cuanto Thibaut contase a su familia que se habían reencontrado (si lo hacía) sus mayores le preguntarían por su salud. Puede que él no hubiese escuchado la noticia, pero en su momento fue algo que corrió como la pólvora porque los Tallerand eran una familia muy influyente y por aquel entonces Jean Christophe era su único hijo varón. Estuvieron a punto de perderlo y no había nacido Alain, así que todo el linaje y la fortuna habría tenido que dividirse entre sus dos hermanas para convertirlo en dote. Era una verdadera desgracia económica y social que el resto de clanes comentaba como si fuera doloroso hablar de ello, y es que parecía que en el siglo que vivían tener hijas de sexo femenino fuera la mayor tragedia jamás imaginable. - He venido a estudiar contabilidad y finanzas. - Le comentó, deseoso de reconducir la conversación hacia el presente para no suscitar el interés de Beaudelaire por cuestiones del pasado. - No sé si estás al corriente de que mi abuelo está delicado y mi padre... bueno, hay quien nace con gracia para los negocios y quien tiene que esforzarse un poco más. - Una forma muy elegante de insinuar que Antoine Tallerand era un inepto con los números.

Se levantó una suave brisa fresca y Jean Christophe puso la cartera que llevaba sobre sus rodillas. Lo último que deseaba era que sus primeros apuntes del curso salieran volando por el Collège. También se cerró otro botón del gabán y enrolló un poco más el foulard alrededor de su cuello, prefería no tentar a la suerte. - ¿Y cómo estás tú? - Quiso saber. - Ahora que nos hemos visto tienes que venir un día a comer a mi casa. - Lo invitó. Esperaba no pecar de demasiado efusivo, pero sinceramente se aburría como una ostra encerrado en su caserón sin otra compañía que la de sus criados, y no pensaba desaprovechar la oportunidad de reforzar sus lazos de amistad incipiente con alguien divertido e inteligente como Thibaut Beaudelaire. - Naturalmente extiendo mi invitación a una posible señora Beaudelaire. - No sería raro que con su edad el pelirrojo estuviera ya casado.
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Más capas que una cebolla (Thibaut y Jean Christophe) Empty Re: Más capas que una cebolla (Thibaut y Jean Christophe)

Mensaje por Thibaut Beaudelaire Miér Sep 19, 2012 9:28 pm

Con una gran sonrisa escuchó como Tallerand explicaba su súbita ausencia de los eventos sociales que usualmente los reunían. A pesar de que sus familias no vivían cerca, ambas tenían los medios para asistir a los bailes que quisieran y extender sus visitar a un par de semanas, para aprovechar las largas horas de viaje que suponían estos cambios de escenario. Pero de una semana a la siguiente, Jean Christophe había dejado de aparecer en los eventos en que Thibaut estaba seguro que aparecería. Era bueno escuchar por fin el porque había sucedido aquello, aunque hubieran pasado tantos años. Y escuchar de las andanzas actuales de quien había conocido como un niño de cinco o seis años era casi irreal, había tanto que se habían perdido de la vida del otro que era casi como volver a conocer a alguien totalmente nuevo.

-Bueno, si es que recién has llegado a París, tengo la impresión de que encontrarás la capital muy emocionante- le respondió Thibaut, asumiendo que ese era el caso, por lo que comentaba el rubio. -Yo he venido por el beneficio de los maestros de la ley, ante la sugerencia de mi padre- agregó a su vez, explicando cual era su situación, no queriendo entrar en detalle sobre la situación de salud de la familia del muchacho. Aquello no era un tema de conversación para quienes recién se reencontraban después de tantos años, sino que era el tema para sacar a colación luego de una cena, cada uno con un vaso de brandy. Pero el siguiente comentario de Jean Christophe hizo que su mente volviera al presente y sacó una sonrisa genuina del rostro de Thibaut.

-Bueno, espero que esta invitación todavía esté vigente en el momento en el que la señora de Thibaut Beaudelaire exista, pero por el momento tendrías que conformarte solo con mi presencia- le dijo, sonriendo y mirando al cielo por unos breves segundos. ¿Thibaut casado? Quizás cuando ocurriera eso... En un par de años más, o quizás en unos meses. Habían amores tan profundos que solo tomaban un par de semanas para desarrollarse. Y aun así, el pelirrojo lo veía como algo tan lejano que no podría imaginarse casado.

Y si es que Tallerand podía divisar la posibilidad de que el estuviera casado, quizás cuales fueran las chances de que este joven que estaba sentado a su lado lo estuviera. Aunque Thibaut lo venía tan joven aun que le costaba algo de trabajo imaginarlo así. -Por supuesto que acepto tu invitación, Tallerand, aunque espero no ser una imposición a tus criados- dijo, mientras volvía a ajustar la correa de su bolso en su hombro. -Espero que no estés ocupado con otros conocidos esta velada, porque esperaba poder convencerte a que me acompañes por algo de comer- si es que sus suposiciones eran correctas y recién había llegado a París, no le haría mal conocer un par de lugares en donde comer bien, para los días en que le apeteciera cenar fuera. El invitaba durante esa ocasión, como una manera de darle la bienvenida a la capital. Ya le devolvería el favor cuando fuera a cenar a su morada.
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