Every tear you cry leaves a mark on my soul [Thibaut B]

Odiaba a mi madre. Sinceramente. Todos los días me arrancaba a tirones de mi sueño reparador y la calidez y suavidad de mi cama para que fuera a ayudarle a todo lo que ella tenía que hacer, me pegaba si decía malas palabras, me pegaba si me escapaba, me pegaba si no era una señorita como debía serlo. Bueno, la idea de ser una señorita que no tiene nada que echarse a la boca para desayunar no era alentadora, tampoco el no tener ropa que calentara los huesos ni una casa que no se estuviera cayendo. También me hacía rezarle a un sujeto invisible que si existía, seguramente se burlaba de nuestros intentos por lograr una comunicación con él, donde quiera que se escondiera. La odiaba como cualquier hija rebelde odiaría a su madre que se empeña por todos los medios hacerla alguien que no es. Y cuando no me levantaba en las mañanas, cuando yo abría los ojos y la luz del sol ya estaba entrando por la ventana y tenía que ir a ver si a mi madre no le había dado amnesia momentánea o cualquier otra cosa que apagara su vena de progenitora molesta, cuando llegaba a su cuarto y la veía delirando por la fiebre, jalando aire con dificultad por el resfriado mal cuidado, tirada en la cama con la nariz roja, sudor en la frente y una tos que parecía desgarrarle la garganta en dos, era entonces cuando más la odiaba porque así tan indefensa no podía odiarla. Prefería mil veces que fuera molesta porque así era fuerte y yo podía ser la que la hiciera preguntarle a su Dios qué había hecho para merecerme. Enferma me hacía daño espiritual y me golpeaba la conciencia.

Ese día no me había dado la oportunidad de despertarme tarde porque toda la noche escuché su resfriado a través de la delgada pared que separaba su habitación de la mía. Me di por vencida en la madrugada y me levanté dispuesta a hacer algo por ella. Golpe a la conciencia. Un golpe bajo. Me vestí con unos pantalones de mi abuelo, los amarré con una cuerda a mi cintura para evitar accidentes, una camisa a cuadros lo suficientemente holgada como para que nadie notara los dos bultos que crecían en mi pecho, me amarré el cabello para guardarlo dentro de una gorra y me puse los zapatos que usaba para perseguir gatos. Sabía qué necesitaba mi madre, hacía mucho tiempo un doctor nos había dado una receta pero no habíamos podido surtirla porque necesitábamos dinero, necesitaba medicina de las caras que sólo los ricos pueden comprar y yo se la iba a conseguir aunque fuera lo último que hiciera. Guardé el papel del médico en el bolsillo del pantalón y me aventuré al frío del exterior.

[...]

Las manos me sangraban. Entre el frío que hacía y el trabajo que hacía ensamblando armas, se me habían hecho heridas en las manos cuya sangre me limpiaba en el pantalón cada vez que podía. También me dolía la espalda por cargar cosas con mi enclenque cuerpo que no había comido en todo el día. Fruncí el ceño sin fijarme en los demás que me rodeaban, me había colado en la entrada de los trabajadores y había pasado desapercibida hasta ahora. Si hubiera podido odiarla en ese momento, hubiera sido casi un alivio pero en lugar de eso, me tragué el nudo de mi garganta y continué mi labor, una labor que me daría suficiente dinero como para ir por algún tipo de remedio que se pareciera al que el doctor me había dado. Y después podía volver a ser la Michaella de siempre, la que trepaba al tejado persiguiendo al gato café, la que escapaba de los golpes de su madre cada vez que ésta intentaba inspirarle algo de miedo y respeto, la que era un verdadero y absoluto desastre.

Debía tener cuidado ahí, entre los trabajadores había gente que me conocía, que conocía a mi madre y que sabría reconocerme si levantaba la mirada de lo que estaba haciendo, le diría al capataz que me daría una paliza, me sacarían de ahí sin el pago, se burlarían de mi durante semanas y al final mi madre me daría otra paliza sólo por haberlo intentado. Ya la podía escuchar.


Ahora tal vez entiendan porqué a veces, cuando estaba sana y podía golpearme, regañarme, zarandearme, levantarme y sermonearme, porqué cuando era la mamá fuerte y dura que yo conocía, yo la odiaba con todo mi pequeño y menudo ser.